Perrault-Cuentos Infantiles

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Colección

CARRASCALEJO DE LA JARA

Cuentos Infantiles 

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Charles Perrault

Cuentos infantiles

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Colección: Carrascalejo de la Jara 

© El Cid Editor S.A. Juan de Garay 29223000-Santa Fe

 Argentina TeleFax: 54 342 458-4643

ISBN 1-4135-1517-7

 

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ÍNDICE

Barba Azul.................................................................. 7 Caperucita Roja........................................................17 La cenicienta.............................................................22 Los cuatro hermanos ingeniosos...........................34 El gato con botas.....................................................40 Las hadas .................................................................. 48 Riquet-el-del-Copete ...............................................53 

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BARBA AZUL

Érase una vez un hombre que tenía hermosascasas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles forrados en finísimo brocado y carrozas todas doradas. Pero desgraciadamente,este hombre tenía la barba azul; esto le daba unaspecto tan feo y terrible que todas las mujeres y las jóvenes le arrancaban.

Una vecina suya, dama distinguida, tenía doshijas hermosísimas. Él le pidió la mano de una deellas, dejando a su elección cuál querría darle.Ninguna de las dos quería y se lo pasaban una a laotra, pues no podían resignarse a tener un maridocon la barba azul. Pero lo que más les disgustabaera que ya se había casado varias veces y nadiesabia qué había pasado con esas mujeres.

Barba Azul, para conocerlas, las llevó con sumadre y tres o cuatro de sus mejores amigas, y 

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algunos jóvenes de la comarca, a una de sus casasde campo, donde permanecieron ocho días com-

pletos. El tiempo se les iba en paseos, cacerías,pesca, bailes, festines, meriendas y cenas; nadiedormía y se pasaban la noche entre bromas y di-  versiones. En fin, todo marchó tan bien que lamenor de las jóvenes empezó a encontrar que eldueño de casa ya no tenía la barba tan azul y que

era un hombre muy correcto. Tan pronto hubieron llegado a la ciudad, que-

dó arreglada la boda. Al cabo de un mes, Barba Azul le dijo a su mujer que tenía que viajar a pro-  vincia por seis semanas a lo menos debido a unnegocio importante; le pidió que se divirtiera en su

ausencia, que hiciera venir a sus buenas amigas,que las llevara al campo si lo deseaban, que sediera gusto.

 —He aquí, le dijo, las llaves de los dos guar-damuebles, éstas son las de la vajilla de oro y plataque no se ocupa todos los días, aquí están las de

los estuches donde guardo mis pedrerías, y ésta esla llave maestra de todos los aposentos. En cuantoa esta llavecita, es la del gabinete al fondo de lagalería de mi departamento: abrid todo, id a todoslados, pero os prohíbo entrar a este pequeño ga-binete, y os lo prohíbo de tal manera que si llegáisa abrirlo, todo lo podéis esperar de mi cólera.

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Ella prometió cumplir exactamente con lo quese le acababa de ordenar; y él, luego de abrazarla,

sube a su carruaje y emprende su viaje.

Las vecinas y las buenas amigas no se hicieronde rogar para ir donde la recién casada, tan impa-cientes estaban por ver todas las riquezas de sucasa, no habiéndose atrevido a venir mientras elmarido estaba presente a causa de su barba azul

que les daba miedo.

De inmediato se ponen a recorrer las habita-ciones, los gabinetes, los armarios de trajes, a cualde todos los vestidos más hermosos y más ricos.Subieron en seguida a los guardamuebles, dondeno se cansaban de admirar la cantidad y magnifi-

cencia de las tapicerías, de las camas, de los sofás,de los bargueños, de los veladores, de las mesas y de los espejos donde uno se miraba de la cabeza alos pies, y cuyos marcos, unos de cristal, los otrosde plata o de plata recamada en oro, eran los máshermosos y magníficos que jamás se vieran. No

cesaban de alabar y envidiar la felicidad de su ami-ga quien, sin embargo, no se divertía nada al vertantas riquezas debido a la impaciencia que sentíapor ir a abrir el gabinete del departamento de sumarido.

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  Tan apremiante fue su curiosidad que, sinconsiderar que dejarlas solas era una falta de cor-

tesía, bajó por una angosta escalera secreta y tanprecipitadamente, que estuvo a punto de romperselos huesos dos o tres veces. Al llegar á la puertadel gabinete, se detuvo durante un rato, pensandoen la prohibición que le había hecho su marido, y temiendo que esta desobediencia pudiera acarrear-

le alguna desgracia. Pero la tentación era tan gran-de que no pudo superarla: tomó, pues, la llavecitay temblando abrió la puerta del gabinete.

 Al principio no vio nada porque las ventanasestaban cerradas; al cabo de un momento, empezóa ver que el piso se hallaba todo cubierto de san-

gre coagulada, y que en esta sangre se reflejabanlos cuerpos de varias mujeres muertas y atadas alas murallas (eran todas las mujeres que habíansido las esposas de Barba Azul y que él había de-gollado una tras otra).

Creyó que se iba a morir de miedo, y la llave

del gabinete que había sacado de la cerradura se lecayó de la mano. Después de reponerse un poco,recogió la llave, volvió a salir y cerró la puerta;subió a su habitación para recuperar un poco lacalma; pero no lo lograba, tan conmovida estaba.

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Habiendo observado que la llave del gabineteestaba manchada de sangre, la limpió dos o tres

 veces, pero la sangre no se iba; por mucho que lalavara y aún la restregará con arenilla, la sangresiempre estaba allí, porque la llave era mágica, y no había forma de limpiarla del todo: si se le saca-ba la mancha de un lado, aparecía en el otro.

Barba Azul regresó de su viaje esa misma tarde

diciendo que en el camino había recibido cartasinformándole que el asunto motivo del viaje aca-baba de finiquitarse a su favor. Su esposa hizotodo lo que pudo para demostrarle que estabaencantada con su pronto regreso.

  Al día siguiente, él le pidió que le devolviera

las llaves y ella se las dio, pero con una mano tantemblorosa que él adivinó sin esfuerzo todo lo quehabía pasado.

 —¿Y por qué, le dijo, la llave del gabinete noestá con las demás?

 —Tengo que haberla dejado, contestó ella alláarriba sobre mi mesa.

 —No dejéis de dármela muy pronto, dijo Bar-ba Azul.

Después de aplazar la entrega varias veces, nohubo más remedio que traer la llave.

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Habiéndola examinado, Barba Azul dijo a sumujer:

 —¿Por qué hay sangre en esta llave?

 —No lo sé, respondió la pobre mujer, pálidacorno una muerta.

 —No lo sabéis, repuso Barba Azul, pero yo sémuy bien. ¡Habéis tratado de entrar al gabinete!

Pues bien, señora, entraréis y ocuparéis vuestrolugar junto a las damas que allí habéis visto.

Ella se echó a los pies de su marido, llorando y pidiéndole perdón, con todas las demostracionesde un verdadero arrepentimiento por no habersido obediente. Habría enternecido a una roca,

hermosa y afligida como estaba; pero Barba Azultenía el corazón más duro que una roca.

  —Hay que morir, señora, le dijo, y de inme-diato.

 —Puesto que voy a morir, respondió ella mi-rándolo con los ojos bañados de lágrimas, dadmeun poco de tiempo para rezarle a Dios.

 —Os doy medio cuarto de hora, replicó Barba Azul, y ni un momento más.

Cuando estuvo sola llamó a su hermana y ledijo:

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 —Ana, (pues así se llamaba), hermana mía, telo ruego, sube a lo alto de la torre, para ver si vie-

nen mis hermanos, prometieron venir hoy a ver-me, y si los ves, hazles señas para que se den prisa.

La hermana Ana subió a lo alto de la torre, y lapobre afligida le gritaba de tanto en tanto;

 —Ana, hermana mía, ¿no ves venir a nadie?

 Y la hermana respondía: —No veo más que el sol que resplandece y la

hierba que reverdece.

Mientras tanto Barba Azul, con un enormecuchillo en la mano, le gritaba con toda sus fuer-zas a su mujer:

 —Baja pronto o subiré hasta allá.

  —Esperad un momento más, por favor, res-pondía su mujer; y a continuación exclamaba en  voz baja: Ana, hermana mía, ¿no ves venir a na-die?

 Y la hermana Ana respondía:

 —No veo más que el sol que resplandece y lahierba que reverdece.

 —Baja ya, gritaba Barba Azul, o yo subiré.

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  —Voy en seguida, le respondía su mujer; y luego suplicaba: Ana, hermana mía, ¿no ves venir

a nadie?

  —Veo, respondió la hermana Ana, una granpolvareda que viene de este lado.

 —¿Son mis hermanos?

 —¡Ay, hermana, no! es un rebaño de ovejas.

 —¿No piensas bajar? gritaba Barba Azul.

 —En un momento más, respondía su mujer; y en seguida clamaba: Ana, hermana mía, ¿no ves venir a nadie?

  Veo, respondió ella, a dos jinetes que vienen

hacia acá, pero están muy lejos todavía... ¡Alabadosea Dios! exclamó un instante después, son mishermanos; les estoy haciendo señas tanto comopuedo para que se den prisa.

Barba Azul se puso a gritar tan fuerte que todala casa temblaba. La pobre mujer bajó y se arrojó a

sus pies, deshecha en lágrimas y enloquecida. —Es inútil, dijo Barba Azul, hay que morir.

Luego, agarrándola del pelo con una mano, y levantando la otra con el cuchillo se dispuso acortarle la cabeza. La infeliz mujer, volviéndosehacia él y mirándolo con ojos desfallecidos, le

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rogó que le concediera un momento para recoger-se.

 —No, no, dijo él, encomiéndate a Dios; y al-zando su brazo...

En ese mismo instante golpearon tan fuerte ala puerta que Barba Azul se detuvo bruscamente;al abrirse la puerta entraron dos jinetes que, espa-

da en mano, corrieron derecho hacia Barba Azul.Este reconoció a los hermanos de su mujer,

uno dragón y el otro mosquetero, de modo quehuyó para guarecerse; pero los dos hermanos lopersiguieron tan de cerca, que lo atraparon antesque pudiera alcanzar a salir. Le atravesaron el

cuerpo con sus espadas y lo dejaron muerto. Lapobre mujer estaba casi tan muerta como su mari-do, y no tenía fuerzas para levantarse y abrazar asus hermanos.

Ocurrió que Barba Azul no tenía herederos,de modo que su esposa pasó a ser dueña de todos

sus bienes. Empleó una parte en casar a su her-mana Ana con un joven gentilhombre que la ama-ba desde hacía mucho tiempo; otra parte en com-prar cargos de Capitán a sus dos hermanos; y elresto a casarse ella misma con un hombre muy correcto que la hizo olvidar los malos ratos pasa-dos con Barba Azul.

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MORALEJA 

La curiosidad, teniendo sus encantos,a menudo se paga con penas y con llantos; 

a diario mil ejemplos se ven aparecer.

Es, con perdón del sexo, placer harto menguado; 

no bien se experimenta cuando deja de ser; 

 y el precio que se paga es siempre exagerado.

OTRA MORALEJA 

Por poco que tengamos buen sentido

 y del mundo conozcamos el tinglado,

a las claras habremos advertido

que esta historia es de un tiempo muy pasado; 

 ya no existe un esposo tan terrible,

ni capaz de pedir un imposible,

aunque sea celoso, antojadizo.

 Junto a su esposa se le ve sumiso

 y cualquiera que sea de su barba el color,

cuesta saber, de entre ambos, cuál es amo y señor. 

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CAPERUCITA ROJA 

Había una vez una niñita en un pueblo, la másbonita que jamás se hubiera visto; su madre estabaenloquecida con ella y su abuela mucho más toda- vía. Esta buena mujer le había mandado hacer unacaperucita roja y le sentaba tanto que todos la lla-maban Caperucita Roja.

Un día su madre, habiendo cocinado unas tor-tas, le dijo.

  —Anda a ver cómo está tu abuela, pues medicen que ha estado enferma; llévale una torta y 

este tarrito de mantequilla.Caperucita Roja partió en seguida a ver a su

abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por unbosque, se encontró con el compadre lobo, quetuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atre- vió porque unos leñadores andaban por ahí cerca.

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Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que nosabía que era peligroso detenerse a hablar con un

lobo, le dijo:

 —Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.

 —¿Vive muy lejos?, le dijo el lobo.

  —¡Oh, sí!, dijo Caperucita Roja, más allá del

molino que se ve allá lejos, en la primera casita delpueblo.

 —Pues bien, dijo el lobo, yo también quiero ira verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y  veremos quién llega primero.

El lobo partió corriendo a toda velocidad porel camino que era más corto y la niña se fue por elmás largo entreteniéndose en coger avellanas, encorrer tras las mariposas y en hacer ramos con lasflorecillas que encontraba. Poco tardó el lobo enllegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.

 —¿Quién es?

  —Es su nieta, Caperucita Roja, dijo el lobo,disfrazando la voz, le traigo una torta y un tarritode mantequilla que mi madre le envía.

La cándida abuela, que estaba en cama porqueno se sentía bien, le gritó:

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 —Tira la aldaba y el cerrojo caerá.

El lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Seabalanzó sobre la buena mujer y la devoró en unsantiamén, pues hacía más de tres días que nocomía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarseen el lecho de la abuela, esperando a CaperucitaRoja quien, un rato después, llegó a golpear lapuerta: Toc, toc.

 —¿Quién es?

Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo,primero se asustó, pero creyendo que su abuelaestaba resfriada, contestó:

  —Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una

torta y un tarrito de mantequilla que mi madre leenvía.

El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:

 —Tira la aldaba y el cerrojo caerá.

Caperucita Roja tiró la aldaba y la puerta se

abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras seescondía en la cama bajo la frazada:

 —Deja la torta y el tarrito de mantequilla en larepisa y ven a acostarte conmigo.

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Caperucita Roja se desviste y se mete a la camay quedó muy asombrada al ver la forma de su

abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:

 —Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!

 —Es para abrazarte mejor, hija mía.

 —Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!

 —Es para correr mejor, hija mía.

 Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!

 —Es para oír mejor, hija mía.

 —Abuela, ¡que ojos tan grandes tiene!

 —Es para ver mejor, hija mía.

 —Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene! —¡Para comerte mejor!

  Y diciendo estas palabras, este lobo malo seabalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.

MORALEJA 

 Aquí vemos que la adolescencia,

en especial las señoritas,

bien hechas, amables y bonitas 

no deben a cualquiera oír con complacencia,

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 y no resulta causa de extrañeza 

ver que muchas del lobo son la presa.Y digo el lobo, pues bajo su envoltura 

no todos son de igual calaña: 

Los hay con no poca maña,

silenciosos, sin odio ni amargura,

que en secreto, pacientes, con dulzura 

van a la siga de las damiselas 

hasta las casas y en las callejuelas; 

más, bien sabemos que los zalameros 

entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.

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LA CENICIENTA 

Había una vez un gentilhombre que se casó ensegundas nupcias con una mujer, la más altanera y orgullosa que jamás se haya visto. Tenía dos hijaspor el estilo y que se le parecían en todo.

El marido, por su lado, tenía una hija, pero deuna dulzura y bondad sin par; lo había heredadode su madre que era la mejor persona del mundo.

  Junto con realizarse la boda, la madrastra diolibre curso a su mal carácter; no pudo soportar lascualidades de la joven, que hacían aparecer todavía

más odiables a sus hijas. La obligó a las más vilestareas de la casa: ella era la que fregaba los pisos y la vajilla, la que limpiaba los cuartos de la señora y de las señoritas sus hijas; dormía en lo más alto dela casa, en una buhardilla, sobre una mísera palla-sa, mientras sus hermanas ocupaban habitaciones

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con parquet, donde tenían camas a la última moday espejos en que podían mirarse de cuerpo entero.

La pobre muchacha aguantaba todo con pa-ciencia, y no se atrevía a quejarse ante su padre, demiedo que le reprendiera pues su mujer lo domi-naba por completo. Cuando terminaba sus queha-ceres, se instalaba en el rincón de la chimenea,sentándose sobre las cenizas, lo que le había mere-

cido el apodo de Culocenizón. La menor, que noera tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta;sin embargo Cenicienta, con sus míseras ropas, nodejaba de ser cien veces más hermosa que sushermanas que andaban tan ricamente vestidas.

Sucedió que el hijo del rey dio un baile al que

invitó a todas las personas distinguidas; nuestrasdos señoritas también fueron invitadas, pues tení-an mucho nombre en la comarca. Helas aquí muy satisfechas y preocupadas de elegir los trajes y peinados que mejor les sentaran; nuevo trabajopara Cenicienta pues era ella quien planchaba la

ropa de sus hermanas y plisaba los adornos de sus  vestidos. No se hablaba más que de la forma enque irían trajeadas.

 —Yo, dijo la mayor, me pondré mi vestido deterciopelo rojo y mis adornos de Inglaterra.

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 —Yo, dijo la menor, iré con mi falda sencilla;pero en cambio, me pondré mi abrigo con flores

de oro y mi prendedor de brillantes, que no pasa-rán desapercibidos.

Manos expertas se encargaron de armar lospeinados de dos pisos y se compraron lunarespostizos. Llamaron a Cenicienta para pedirle suopinión, pues tenía buen gusto. Cenicienta las

aconsejó lo mejor posible, y se ofreció inclusopara arreglarles el peinado, lo que aceptaron.Mientras las peinaba, ellas le decían:

 — Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?

 —Ay, señoritas, os estáis burlando, eso no es

cosa para mí. —Tienes razón, se reirían bastante si vieran a

un Culocenizón entrar al baile.

Otra que Cenicienta las habría arreglado mallos cabellos, pero ella era buena y las peinó contoda perfección.

  Tan contentas estaban que pasaron cerca dedos días sin comer. Más de doce cordones rom-pieron a fuerza de apretarlos para que el talle se les viera más fino, y se lo pasaban delante del espejo.

Finalmente, llegó el día feliz; partieron y Ceni-cienta las siguió con los ojos y cuando las perdió

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de vista se puso a llorar. Su madrina, que la vioanegada en lágrimas, le preguntó qué le pasaba.

 —Me gustaría... me gustaría...

Lloraba tanto que no pudo terminar. Su ma-drina, que era un hada, le dijo:

 —¿Te gustaría ir al baile, no es cierto?

 —¡Ay, sí!, dijo Cenicienta suspirando.

  —¡Bueno, te portarás bien!, dijo su madrina,yo te haré ir.

La llevó a su cuarto y le dijo:

 —Ve al jardín y tráeme un zapallo.

Cenicienta fue en el acto a coger el mejor queencontró y lo llevó a su madrina, sin poder adivi-nar cómo este zapallo podría hacerla ir al baile. Sumadrina lo vació y dejándole solamente la cáscara,lo tocó con su varita mágica e instantáneamente elzapallo se convirtió en un bello carruaje todo do-rado.

En seguida miró dentro de la ratonera dondeencontró seis ratas vivas. Le dijo a Cenicienta quelevantara un poco la puerta de la trampa, y a cadarata que salía le daba un golpe con la varita, y larata quedaba automáticamente transformada enun brioso caballo; lo que hizo un tiro de seis caba-

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llos de un hermoso color gris ratón. Como noencontraba con qué hacer un cochero:

 —Voy a ver, dijo Cenicienta, si hay algún ra-tón en la trampa, para hacer un cochero.

 —Tienes razón, dijo su madrina, anda a ver.

Cenicienta le llevó la trampa donde había tresratones gordos. El hada eligió uno por su impo-

nente barba, y habiéndolo tocado quedó converti-do en un cochero gordo con un precioso bigote.En seguida, ella le dijo:

  —Baja al jardín, encontrarás seis lagartos de-trás de la regadera; tráemelos.

 Tan pronto los trajo, la madrina los trocó enseis lacayos que se subieron en seguida a la parteposterior del carruaje, con sus trajes galoneados,sujetándose a él como si en su vida hubieranhecho otra cosa. El hada dijo entonces a Cenicien-ta:

 —Bueno, aquí tienes para ir al baile, ¿no estásbien aperada?

 —Es cierto, pero, ¿podré ir así, con estos ves-tidos tan feos?

Su madrina no hizo más que tocarla con su va-rita, y al momento sus ropas se cambiaron en

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magníficos vestidos de paño de oro y plata, todosrecamados con pedrerías; luego le dio un par de

zapatillas de cristal, las más preciosas del mundo.

Una vez ataviada de este modo, Cenicientasubió al carruaje; pero su madrina le recomendósobre todo que regresara antes de la medianoche,advirtiéndole que si se quedaba en el baile un mi-nuto más, su carroza volvería a convertirse en

zapallo, sus caballos en ratas, sus lacayos en lagar-tos, y que sus viejos vestidos recuperarían su for-ma primitiva. Ella prometió a su madrina que sal-dría del baile antes de la medianoche. Partió, locade felicidad.

El hijo del rey, a quien le avisaron que acababa

de llegar una gran princesa que nadie conocía,corrió a recibirla; le dio la mano al bajar delcarruaje y la llevó al salón donde estaban loscomensales. Entonces se hizo un gran silencio: elbaile cesó y los violines dejaron de tocar, tanabsortos estaban todos contemplando la gran

belleza de esta desconocida. Sólo se oía unconfuso rumor: —¡Ah, qué hermosa es!

El mismo rey, siendo viejo, no dejaba de mi-rarla y de decir por lo bajo a la reina que desdehacía mucho tiempo no veía una persona tan bellay graciosa. Todas las damas observaban con aten-

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ción su peinado y sus vestidos, para tener al díasiguiente otros semejantes, siempre que existieran

telas igualmente bellas y manos tan diestras paraconfeccionarlos. El hijo del rey la colocó en elsitio de honor y en seguida la condujo al salónpara bailar con ella. Bailó con tanta gracia que fueun motivo más de admiración.

  Trajeron exquisitos manjares que el príncipe

no probó, ocupado como estaba en observarla.Ella fue a sentarse al lado de sus hermanas y leshizo mil atenciones; compartió con ellas los limo-nes y naranjas que el príncipe le había obsequiado,lo que las sorprendió mucho, pues no la conocían.Charlando así estaban, cuando Cenicienta oyó dar

las once tres cuartos; hizo al momento una granreverenda a los asistentes y se fue a toda prisa.

 Apenas hubo llegado, fue a buscar a su madri-na y después de darle las gracias, le dijo que desea-ría mucho ir al baile al día siguiente porque elpríncipe se lo había pedido. Cuando le estaba con-

tando a su madrina todo lo que había sucedido enel baile, las dos hermanas golpearon a su puerta;Cenicienta fue a abrir.

  —¡Cómo habéis tardado en volver! les dijobostezando, frotándose los ojos y estirándose co-

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mo si acabara de despertar; sin embargo no habíatenido ganas de dormir desde que se separaron.

  —Si hubieras ido al baile, le dijo una de lashermanas, no te habrías aburrido; asistió la másbella princesa, la más bella que jamás se ha visto;nos hizo mil atenciones, nos dio naranjas y limo-nes.

Cenicienta estaba radiante de alegría. Les pre-guntó el nombre de esta princesa; pero contesta-ron que nadie la conocía, que el hijo del rey no seconformaba y que daría todo en el mundo porsaber quién era. Cenicienta sonrió y les dijo:

 —¿Era entonces muy hermosa? Dios mío, fe-

lices vosotras, ¿no podría verla yo? Ay, señorita  Javotte, prestadme el vestido amarillo que usáistodos los días.

  —Verdaderamente, dijo la señorita Javotte,¡no faltaba más! Prestarle mi vestido a tan feo Cu-locenizón tendría que estar loca.

Cenicienta esperaba esta negativa, y se alegró,pues se habría sentido bastante confundida si suhermana hubiese querido prestarle el vestido.

  Al día siguiente, las dos hermanas fueron albaile, y Cenicienta también, pero aún más rica-mente ataviada que la primera vez. El hijo del rey 

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estuvo constantemente a su lado y diciéndole co-sas agradables; nada aburrida estaba la joven dami-

sela y olvidó la recomendación de su madrina; demodo que oyó tocar la primera campanada demedianoche cuando creía que no eran ni las once.Se levantó y salió corriendo, ligera como una gace-la. El príncipe la siguió, pero no pudo alcanzarla;ella había dejado caer una de sus zapatillas de cris-

tal que el príncipe recogió con todo cuidado.Cenicienta llegó a casa sofocada, sin carroza,

sin lacayos, con sus viejos vestidos, pues no lehabía quedado de toda su magnificencia sino unade sus zapatillas, igual a la que se le había caído.

Preguntaron a los porteros del palacio si habí-

an visto salir a una princesa; dijeron que no habían  visto salir a nadie, salvo una muchacha muy mal  vestida que tenía más aspecto de aldeana que deseñorita.

Cuando sus dos hermanas regresaron del baile,Cenicienta les preguntó si esta vez también se

habían divertido y si había ido la hermosa dama.Dijeron que si, pero que había salido escapada aldar las doce, y tan rápidamente que había dejadocaer una de sus zapatillas de cristal, la más bonitadel mundo; que el hijo del rey la había recogidodedicándose a contemplarla durante todo el resto

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del baile, y que sin duda estaba muy enamorado dela bella personita dueña de la zapatilla. Y era ver-

dad, pues a los pocos días el hijo del rey hizo pro-clamar al son de trompetas que se casaría con lapersona cuyo pie se ajustara a la zapatilla.

Empezaron probándola a las princesas, en se-guida a las duquesas, y a toda la corte, pero inútil-mente. La llevaron donde las dos hermanas, las

que hicieron todo lo posible para que su pie cupie-ra en la zapatilla, pero no pudieron. Cenicienta,que las estaba mirando, y que reconoció su zapati-lla, dijo riendo:

 —¿Puedo probar si a mí me calza?

Sus hermanas se pusieron a reír y a burlarse deella. El gentilhombre que probaba la zapatilla,habiendo mirado atentamente a Cenicienta y en-contrándola muy linda, dijo que era lo justo, y queél tenía orden de probarla a todas las jóvenes.Hizo sentarse a Cenicienta y acercando la zapatillaa su piececito, vio que encajaba sin esfuerzo y que

era hecha a su medida.

Grande fue el asombro de las dos hermanas,pero más grande aún cuando Cenicienta sacó desu bolsillo la otra zapatilla y se la puso. En estollegó la madrina que, habiendo tocado con su vari-

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ta los vestidos de Cenicienta, los volvió más des-lumbrantes aún que los anteriores.

Entonces las dos hermanas la reconocieroncomo la persona que habían visto en el baile. Searrojaron a sus pies para pedirle perdón por todoslos malos tratos que le habían infligido. Cenicientalas hizo levantarse y les dijo, abrazándolas, que lasperdonaba de todo corazón y les rogó que siempre

la quisieran.

Fue conducida ante el joven príncipe, vestidacomo estaba. Él la encontró más bella que nunca,y pocos días después se casaron. Cenicienta, queera tan buena como hermosa, hizo llevar a sushermanas a morar en el palacio y las casó en se-

guida con dos grandes señores de la corte.

MORALEJA 

En la mujer rico tesoro es la belleza,

el placer de admirarla no se acaba jamás; 

 pero la bondad, la gentileza 

la superan y valen mucho más.

Es lo que a Cenicienta el hada concedió 

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a través de enseñanzas y lecciones 

tanto que al final a ser reina llegó (Según dice este cuento con sus moralizaciones).

Bellas, ya lo sabéis: más que andar bien peinadas 

os vale, en el afán de ganar corazones 

que como virtudes os concedan las hadas 

bondad y gentileza, los más preciados dones.

OTRA MORALEJA 

Sin duda es de gran conveniencia 

nacer con mucha inteligencia,

coraje, alcurnia, buen sentido

 y otros talentos parecidos,

 Que el cielo da con indulgencia; 

 pero con ellos nada ha de sacar 

en su avance por las rutas del destino

quien, para hacerlos destacar,

no tenga una madrina o un padrino.

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LOS CUATRO HERMANOSINGENIOSOS

Érase un hombre pobre que tenía cuatro hijos.Cuando fueron mayores les dijo:

-Hijos míos, es menester que os marchéis por

esos mundos de Dios, pues yo no tengo nada quedaros. Id a otras tierras, aprended un oficio y procurad abriros camino. Los cuatro muchachosse despidieron de su padre y emprendieron el viaje.Pronto llegaron a una encrucijada de la que partíancuatro senderos, El mayor dijo:

-Aquí hemos de separarnos. Dentro de cuatroaños volveremos a reunimos en este mismo lugar.Mientras tanto, que cada uno busque fortuna porsu lado.

  Tomó cada cual una dirección distinta. Y elprimero no tardó en encontrarse con un hombre

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que le prometió enseñarle su propio oficio, que erael de ladrón.

-Ése no es un oficio honrado -respondió el mu-chacho.

Pero no tardó mucho en convencerle el ladrón y con aquel hombre aprendió a robar tan hábilmen-te, que todo cuanto deseaba caía de Inmediato en

sus manos,El segundo hermano encontró a un hombre

que le enseñó el arte de la astrología. Llegó a serun astrólogo consumado y cuando se despidió de sumaestro, éste le entregó un telescopio, diciéndole:

-Con él podrás ver lo que ocurre en la tierra y 

en el cielo, Nada se ocultará a tu mirada.El tercer hermano fue adiestrado por un ca-

zador, sacando buen provecho de la enseñanza. Al despedirse, el maestro le entregó una escopeta y le dijo:

-Donde pongas el ojo, allá irá la bala. Jamáserrarás un tiro.

Finalmente, el hermano más pequeño encon-tró a un sastre que le enseñó su oficio y al despe-dirse le dio una aguja diciéndole:

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-Con esta aguja podrás coser cuanto caiga entus manos, aunque sea tan duro como el acero, y 

quedará tan bien unido que no se notará la costu-ra.

Cuando pasaron los cuatro años convenidos,los hermanos volvieron a reunirse en la encrucijaday, después de abrazarse emocionadamente, regresa-ron a la casa de su padre.

Contó cada uno sus andanzas y el padre es-cuchó entusiasmado.

-Voy a poneros a prueba -les dijo después-.Quiero ver de lo que sois capaces.

El padre miró hacia la copa de un árbol y seña-

lando con su mano al segundo hijo, añadió:-En lo alto de ese árbol, entre dos ramas,

hay un nido de pinzones. Dime cuántos huevoscontiene.

Enfocó el astrólogo su telescopio hacía el nido y respondió-

-Cinco.

Entonces el padre ordenó al mayor que fuera arobar los huevos sin que el pájaro que los estabaincubando lo notase. Así lo hizo el chico. 

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Colocando los huevos en una mesa, le di-

jo el padre al cazador:

-Has de partir en dos los cinco huevos de unsolo disparo.

 Apuntó el hijo con su escopeta y abrió los hue- vos como su padre le había indicado. -Ahora tú, elsastre -dijo al pequeño- los coserás con los pollue-

los dentro.Sacó el sastre su aguja y así lo hizo.

El padre, satisfecho y orgulloso, les felicitópor haber aprovechado tan bien el tiempo. A lospocos días se produjo un gran revuelo en el reino.Un dragón había raptado a la hija del rey y éste

pasaba día y noche buscando una solución. Por finmandó a pregonar que quien rescatase a la princesase casaría con ella. Los hermanos vieron una granoportunidad de demostrar sus habilidades. Elastrólogo buscó con su telescopio el paradero dela hija del rey y la encontró en una isla muy lejana,

custodiada por el dragón.Presentose al rey solicitando un barco para

él y sus hermanos, y los cuatro se hicieron a la mar.Cuando llegaron, el dragón dormía. Y el cazadordijo: -No puedo disparar, la princesa está dema-siado cerca. Intervino el ladrón que, deslizándose,

se llevó a la doncella con tal ligereza y agilidad que

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el monstruo no lo notó y siguió roncando. Co-rrieron todos hacia el barco, pero antes de que se

hubieran subido, el dragón se despertó y salió en supersecución. Cuando estaba ya muy cerca y susresoplidos hacían temblar la tierra, el cazadordisparó una bala que fue a atravesar el corazóndel monstruo. Pero dio este tal coletazo, que el barcose fue a pique y la princesa y los hermanos hubie-

ron de sujetarse a las tablas para no ahogarse.El hermano sastre sacó entonces su aguja maravi-llosa y con mucho cuidado fue cosiendo las tablashasta reconstruir el barco.

El rey se puso muy contento cuando vio regre-sar a los cuatro hermanos con su hija. Y les dijo:

-Uno de vosotros se casará con ella. Decidid vosotros mismos quien ha de ser.

Empezaron a discutir entre ellos. Cada unoargumentó que si no hubiera sido por su habilidadparticular no hubieran rescatado a la princesa y, en verdad, todos tenían razón. Por lo cual el rey dic-

taminó:

-Los cuatro tenéis igual derecho. Pero como laprincesa no puede ser de todos, no será de ninguno.En cambio, os daré a cada uno una parte de mireino.

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Cada cual recibió lo que le correspondía y todos vivieron felices en compañía de su viejo padre duran-

te el tiempo que Dios quiso.

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EL GATO CON BOTAS

Un molinero dejó como única herencia a sustres hijos, su molino, su burro y su gato. El repar-to fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abo-gado ni al notario. Habrían consumido todo elpobre patrimonio.

El mayor recibió el molino, el segundo sequedó con el burro, y al menor le tocó sólo elgato. Este se lamentaba de su mísera herencia:

 —Mis hermanos, decía, podrán ganarse la vidaconvenientemente trabajando juntos; lo que es yo,

después de comerme a mi gato y de hacerme unmanguito con su piel, me moriré de hambre.

El gato, que escuchaba estas palabras, pero sehacía el desentendido, le dijo en tono serio y pau-sado:

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 —No debéis afligiros, mi señor, no tenéis másque proporcionarme una bolsa y un par de botas

para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.

 Aunque el amo del gato no abrigara sobre estograndes ilusiones, le había visto dar tantas mues-tras de agilidad para cazar ratas y ratones, comocolgarse de los pies o esconderse en la harina para

hacerse el muerto, que no desesperó de verse so-corrido por él en su miseria.

Cuando el gato tuvo lo que había pedido, secolocó las botas y echándose la bolsa al cuello,sujetó los cordones de ésta con las dos patas de-lanteras, y se dirigió a un campo donde había mu-

chos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto,aguardó a que algún conejillo, poco conocedoraún de las astucias de este mundo, viniera a metersu hocico en la bolsa para comer lo que había de-ntro. No bien se hubo recostado, cuando se vio

satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en elsaco y el maestro gato, tirando los cordones, loencerró y lo mató sin misericordia.

Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los apo-

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sentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo unagran reverencia ante el rey, y le dijo:

 —He aquí, Majestad, un conejo de campo queel señor marqués de Carabás (era el nombre queinventó para su amo) me ha encargado obsequia-ros de su parte.

 —Dile a tu amo, respondió el rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.

En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejan-do siempre su saco abierto; y cuando en él entra-ron dos perdices, tiró los cordones y las cazó aambas. Fue en seguida a ofrendarlas al rey, talcomo había hecho con el conejo de campo. El rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.

El gato continuó así durante dos o tres mesesllevándole de vez en cuando al rey productos decaza de su amo. Un día supo que el rey iría a pa-sear a orillas del río con su hija, la más hermosaprincesa del mundo, y le dijo a su amo:

 —Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna

está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, enel sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lodemás.

El marqués de Carabás hizo lo que su gato leaconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras seestaba bañando, el rey pasó por ahí, y el gato se

puso a gritar con todas sus fuerzas:

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 —¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Ca-rabás se está ahogando!

  Al oír el grito, el rey asomó la cabeza por laportezuela y reconociendo al gato que tantas vecesle había llevado caza, ordenó a sus guardias queacudieran rápidamente a socorrer al marqués deCarabás. En tanto que sacaban del río al pobremarqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al

rey que mientras su amo se estaba bañando, unosladrones se habían llevado sus ropas pese a habergritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícarodel gato las había escondido debajo de una enor-me piedra.

El rey ordenó de inmediato a los encargadosde su guardarropa que fuesen en busca de sus másbellas vestiduras para el señor marqués de Cara-bás. El rey le hizo mil atenciones, y como el her-moso traje que le acababan de dar realzaba sufigura, ya que era apuesto y bien formado, la hijadel rey lo encontró muy de su agrado; bastó que elmarqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas

sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedólocamente enamorada.

El rey quiso que subiera a su carroza y loacompañara en el paseo. El gato, encantado al verque su proyecto empezaba a resultar, se adelantó,y habiendo encontrado a unos campesinos que

segaban un prado, les dijo:

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 —Buenos segadores, si no decís al rey que elprado que estáis segando es del marqués de Cara-

bás, os haré picadillo como carne de budín.Por cierto que el rey preguntó a los segadores

de quién era ese prado que estaban segando. —Es del señor marqués de Carabás, dijeron a

una sola voz, puesto que la amenaza del gato loshabía asustado.

  —Tenéis aquí una hermosa heredad, dijo elrey al marqués de Carabás. —Veréis, Majestad, es una tierra que no deja

de producir con abundancia cada año.El maestro gato, que iba siempre delante, en-

contró a unos campesinos que cosechaban y lesdijo:

  —Buena gente que estáis cosechando, si nodecís que todos estos campos pertenecen al mar-qués de Carabás, os haré picadillo como carné debudín.

El rey, que pasó momentos después, quiso sa-ber a quién pertenecían los campos que veía.

 —Son del señor marqués de Carabás, contes-taron los campesinos, y el rey nuevamente se ale-gró con el marqués.

El gato, que iba delante de la carroza, decíasiempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y elrey estaba muy asombrado con las riquezas del

señor marqués de Carabás.

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El maestro gato llegó finalmente ante un her-moso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico

que jamás se hubiera visto, pues todas las tierraspor donde habían pasado eran dependientes deeste castillo.

El gato, que tuvo la precaución de informarseacerca de quién era éste ogro y de lo que sabiahacer, pidió hablar con él, diciendo que no había

querido pasar tan cerca de su castillo sin tener elhonor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibióen la forma más cortés que puede hacerlo un ogroy lo invitó a descansar.

 —Me han asegurado, dijo el gato, que vos te-nias el don de convertiros en cualquier clase deanimal, que podíais, por ejemplo, transformarosen león, en elefante.

  —Es cierto, respondió el ogro con brusque-dad, y para demostrarlo, veréis cómo me convier-to en león.

El gato se asustó tanto al ver a un león delantede él que en un santiamén se trepó a las canaletas,

no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nadaservían para andar por las tejas.

 Algún rato después, viendo que el ogro habíarecuperado su forma primitiva, el gato bajó y con-fesó que había tenido mucho miedo.

 —Además me han asegurado, dijo el gato, pe-

ro no puedo creerlo, que vos también tenéis el

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poder de adquirir la forma del más pequeño ani-malillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un

ratón, en una rata; os confieso que eso me pareceimposible.

  —¿Imposible?, repuso el ogro, ya veréis; y almismo tiempo se transformó en una rata que sepuso a correr por el piso.

 Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y 

se la comió.Entretanto, el rey que al pasar vio el hermosocastillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír elruido del carruaje que atravesaba el puente levadi-zo, corrió adelante y le dijo al rey:

  —Vuestra Majestad sea bienvenida al castillodel señor marqués de Carabás.

 —¡Cómo, señor marqués, exclamó el rey, estecastillo también os pertenece! Nada hay más belloque este patio y todos estos edificios que lo ro-dean; veamos el interior, por favor.

El marqués ofreció la mano a la joven princesay, siguiendo al rey que iba primero, entraron a una

gran sala donde encontraron una magnífica cola-ción que el ogro había mandado preparar para susamigos que vendrían a verlo ese mismo día, loscuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo queel rey estaba allí.

El rey, encantado con las buenas cualidades

del señor marqués de Carabás, al igual que su hija,

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que ya estaba loca de amor, viendo los valiososbienes que poseía, le dijo, después de haber bebi-

do cinco o seis copas: —Sólo dependerá de vos, señor marqués, que

seáis mi yerno.El marqués, haciendo grandes reverencias,

aceptó el honor que le hacia el rey; y ese mismodía se casó con la princesa. El gato se convirtió en

gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino paradivertirse.

MORALEJA En principio parece ventajoso

contar con un legado sustancioso

recibido en heredad por sucesión; 

más los jóvenes, en definitiva 

obtienen del talento y la inventiva 

más provecho que de la posición.

OTRA MORALEJA  Si puede el hijo de un molinero

en una princesa suscitar sentimientos 

tan vecinos a la adoración,

es porque el vestir con esmero,

ser joven, atrayente y atento

no son ajenos a la seducción.

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LAS HADAS

Érase una viuda que tenía dos hijas; la mayorse le parecía tanto en el carácter y en el físico, quequien veía a la hija, le parecía ver a la madre. Am-bas eran tan desagradables y orgullosas que no sepodía vivir con ellas. La menor, verdadero retratode su padre por su dulzura y suavidad, era ademásde una extrema belleza. Como por naturalezaamamos a quien se nos parece, esta madre teníalocura por su hija mayor y a la vez sentía una aver-sión atroz por la menor. La hacía comer en la co-cina y trabajar sin cesar.

Entre otras cosas, esta pobre niña tenía que irdos veces al día a buscar agua a una media leguade la casa, y volver con una enorme jarra llena.

Un día que estaba en la fuente, se le acercóuna pobre mujer rogándole que le diese de beber.

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 —Como no, mi buena señora, dijo la hermosaniña.

 Y enjuagando de inmediato su jarra, sacó aguadel mejor lugar de la fuente y se la ofreció, soste-niendo siempre la jarra para que bebiera más có-modamente. La buena mujer, después de beber, ledijo:

 —Eres tan bella, tan buena y, tan amable, queno puedo dejar de hacerte un don (pues era unhada que había tomado la forma de una pobrealdeana para ver hasta donde llegaría la gentilezade la joven). Te concedo el don, prosiguió el hada,de que por cada palabra que pronuncies saldrá detu boca una flor o una piedra preciosa.

Cuando la hermosa joven llegó a casa, su ma-dre la reprendió por regresar tan tarde de la fuen-te.

  —Perdón, madre mía, dijo la pobre mucha-cha, por haberme demorado; y al decir estas pala-

bras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos grandes diamantes.

 —¡Qué estoy viendo!, dijo su madre, llena deasombro; ¡parece que de la boca le salen perlas y diamantes! ¿Cómo es eso, hija mía?

Era la primera vez que le decía hija.

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La pobre niña le contó ingenuamente todo loque le había pasado, no sin botar una infinidad de

diamantes.

  —Verdaderamente, dijo la madre, tengo quemandar a mi hija; mirad, Fanchon, mirad lo quesale de la boca de vuestra hermana cuando habla;¿no os gustaría tener un don semejante? Bastarácon que vayáis a buscar agua a la fuente, y cuando

una pobre mujer os pida de beber, ofrecerle muy gentilmente.

 —¡No faltaba más! respondió groseramente lajoven, ¡ir a la fuente!

  —Deseo que vayáis, repuso la madre, ¡y de

inmediato!Ella fue, pero siempre refunfuñando. Tomó el

más hermoso jarro de plata de la casa. No hizomás que llegar a la fuente y vio salir del bosque auna dama magníficamente ataviada que vino apedirle de beber: era la misma hada que se había

aparecido a su hermana, pero que se presentababajo el aspecto y con las ropas de una princesa,para ver hasta dónde llegaba la maldad de estaniña.

  —¿Habré venido acaso, le dijo esta groseramal criada, para daros de beber? ¡justamente, he

traído un jarro de plata nada más que para dar de

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beber a su señoría! De acuerdo, bebeddirectamente, si queréis.

  —No sois nada amable, repuso el hada, sinirritarse; ¡está bien! ya que sois tan poco atenta, osotorgo el don de que a cada palabra que pronun-ciéis, os salga de la boca una serpiente o un sapo.

La madre no hizo más que divisarla y le gritó:

 —¡Y bien, hija mía!  —¡Y bien, madre mía! respondió la malvada

echando dos víboras y dos sapos.

 —¡Cielos!, exclamó la madre, ¿qué estoy vien-do? ¡Su hermana tiene la culpa, me las pagará! y corrió a pegarle.

La pobre niña arrancó y fue a refugiarse en elbosque cercano. El hijo del rey, que regresaba dela caza, la encontró y viéndola tan hermosa le pre-guntó qué hacía allí sola y por qué lloraba.

 —¡Ay!, señor, es mi madre que me ha echado

de la casa.El hijo del rey, que vio salir de su boca cinco o

seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó que ledijera de dónde le venía aquello. Ella le contó todasu aventura.

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El hijo del rey se enamoró de ella, y conside-rando que semejante don valía más que todo lo

que se pudiera ofrecer al otro en matrimonio, lallevó con él al palacio de su padre, donde se casa-ron.

En cuanto a la hermana, se fue haciendo tanodiable, que su propia madre la echó de la casa; y la infeliz, después de haber ido de una parte a otra

sin que nadie quisiera recibirla, se fue a morir alfondo del bosque.

MORALEJA 

Las riquezas, las joyas, los diamantes 

son del ánimo influjos favorables,

Sin embargo los discursos agradables 

son más fuertes aun, más gravitantes.

OTRA MORALEJA La honradez cuesta cuidados,

exige esfuerzo y mucho afán 

que en el momento menos pensado

su recompensa recibirán.

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RIQUET-EL-DEL-COPETE

Había una vez una reina que dio a luz un hijotan feo y tan contrahecho que mucho se dudó sitendría forma humana. Un hada, que asistió a sunacimiento, aseguró que el niño no dejaría de te-ner gracia pues sería muy inteligente y; agregó queen virtud del don que acababa de concederle, élpodría darle tanta inteligencia como la propia a lapersona que más quisiera.

  Todo esto consoló un poco a la pobre reinaque estaba muy afligida por haber echado al mun-do un bebé tan feo. Es cierto que este niño, nobien empezó a hablar, decía mil cosas lindas, y había en todos sus actos algo tan espiritual queirradiaba encanto. Olvidaba decir que vino almundo con un copete de pelo en la cabeza, así esque lo llamaron Riquet-el-del-Copete, pues Riquetera el nombre de familia.

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 Al cabo de siete u ocho años, la reina de un re-ino vecino dio a luz dos hijas. La primera que lle-

gó al mundo era más bella que el día; la reina sesintió tan contenta que llegaron a temer que estainmensa alegría le hiciera mal. Se hallaba presentela misma hada que había asistido al nacimiento delpequeño Riquet-el-del-Copete, y para moderar laalegría de la reina le declaró que esta princesita no

tendría inteligencia, que sería tan estúpida comohermosa. Esto mortificó mucho a la reina; peroalgunos momentos después tuvo una pena muchomayor pues la segunda hija que dio a luz resultóextremadamente fea.

 —No debéis afligiros, señora, le dijo el hada;

 vuestra hija, tendrá una compensación: estará do-tada de tanta inteligencia que casi no se notará sufalta de belleza.

 —Dios lo quiera, contestó la reina; pero, ¿nohabía forma de darle un poco de inteligencia a lamayor que es tan hermosa?

 —No tengo ningún poder, señora, en cuanto ala inteligencia, pero puedo todo por el lado de labelleza; y como nada dejaría yo de hacer por vues-tra satisfacción, le otorgaré el don de volver her-mosa a la persona que le guste.

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 A medida que las princesas fueron creciendo,sus perfecciones crecieron con ellas y por doquier

no se hablaba más que de la belleza de la mayor y de la inteligencia de la menor. Es cierto que tam-bién sus defectos aumentaron mucho con la edad.La menor se ponía cada día más fea, y la mayorcada vez más estúpida. O no contestaba lo que lepreguntaban, o decía una tontería. Era además tan

torpe que no habría podido colocar cuatro porce-lanas en el borde de una chimenea sin quebraruna, ni beber un vaso de agua sin derramar la mi-tad en sus vestidos.

  Aunque la belleza sea una gran ventaja parauna joven, la menor, sin embargo, se destacaba

casi siempre sobre su hermana en las reuniones.  Al principio, todos se acercaban a la mayor para verla y admirarla, pero muy pronto iban al lado dela más inteligente, para escucharla decir mil cosasingeniosas; y era motivo de asombro ver que enmenos de un cuarto de hora la mayor no tenía ya anadie a su lado y que todo el mundo estaba ro-deando a la menor. La mayor, aunque era bastantetonta, se dio cuenta, y habría dado sin pena todasu belleza por tener la mitad del ingenio de suhermana.

La reina, aunque era muy prudente, no podía a  veces dejar de reprocharle su tontera, con lo que

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esta pobre princesa casi se moría de pena. Un díaque se había refugiado en un bosque para desaho-

gar su desgracia, vio acercarse a un hombre bajito,muy feo y de aspecto desagradable, pero ricamen-te vestido. Era el joven príncipe Riquet-el-del-Copete que, habiéndose enamorado de ella porsus retratos que circulaban profusamente, habíapartido del reino de su padre para tener el placer

de verla y de hablar con ella.Encantado de encontrarla así, completamente

sola, la abordó con todo el respeto y cortesía ima-ginables.

Habiendo observado, luego de decirle lasamabilidades de rigor, que ella estaba bastante

melancólica, él le dijo:

 —No comprendo, señora, cómo una personatan bella como vos, podéis estar tan triste comoparecéis; pues, aunque pueda vanagloriarme dehaber visto una infinidad de personas hermosas,debo decir que jamás he visto a alguien cuya belle-

za se acerque a la vuestra.

 —Vos lo decís complacido, señor, contestó laprincesa, y no siguió hablando.

  —La belleza, replicó Riquet-el-del-Copete, esuna ventaja tan grande que compensa todo lo de-

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más; y cuando se tiene, no veo que haya nada ca-paz de afligirnos.

 —Preferiría, dijo la princesa, ser tan fea como  vos y tener inteligencia, que tener tanta bellezacomo yo y ser tan estúpida como soy.

  —Nada hay, señora, que denote más inteli-gencia que creer que no se tiene, y es de la natura-

leza misma de este bien que mientras más se tiene,menos se cree tener.

 —No se nada de eso, dijo la princesa, pero sísé que soy muy tonta, y de ahí viene esta pena queme mata.

 —Si es sólo eso lo que os aflige, puedo fácil-

mente poner fin a vuestro dolor. —¿Y cómo lo haréis? dijo la princesa.

  —Tengo el poder, señora, dijo Riquet-el-del-Copete, de otorgar cuanta inteligencia es posible ala persona que más llegue a amar, y como sois vos,señora, esa persona, de vos dependerá que tengáistanto ingenio como se puede tener, si consentís encasaros conmigo.

La princesa quedó atónita y no contestó nada.

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  —Veo, dijo Riquet-el-del-Copete, que estaproposición os causa pena, y no me extraña; pero

os doy un año entero para decidiros.

La princesa tenía tan poca inteligencia, y a la vez tantos deseos de tenerla, que se imaginó que eltérmino del año no llegaría nunca; de modo queaceptó la proposición que se le hacía.

 Tan pronto como prometiera a Riquet-el-del-Copete que se casaría con él dentro de un añoexactamente, se sintió como otra persona; le resul-tó increíblemente fácil decir todo lo que quería y decirlo de una manera fina, suelta y natural. Desdeese mismo instante inició con Riquet-el-del-Copete una conversación graciosa y sostenida, en

que se lució tanto que Riquet-el-del-Copete pensóque le había dado más inteligencia de la que habíareservado para sí mismo.

Cuando ella regresó al palacio, en la corte nosabían qué pensar de este cambio tan repentino y extraordinario, ya que por todas las sandeces que

se le habían oído anteriormente, se le escuchabanahora otras tantas cosas sensatas y sumamenteingeniosas. Toda la corte se alegró a más no po-der; sólo la menor no estaba muy contenta pues,no teniendo ya sobre su hermana la ventaja de lainteligencia, a su lado no parecía ahora más que un

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bicho desagradable. El rey tomaba en cuenta susopiniones y aun a veces celebraba el consejo en

sus aposentos.

Habiéndose difundido la noticia de este cam-bio, todos los jóvenes príncipes de los reinos veci-nos se esforzaban por hacerse amar, y casi todosla pidieron en matrimonio; pero ella encontrabaque ninguno tenía inteligencia suficiente y los es-

cuchaba a todos sin comprometerse. Sin embargo,se presentó un pretendiente tan poderoso, tanrico, tan genial y tan apuesto que no pudo refrenaruna inclinación hacia él. Al notarlo, su padre ledijo que ella sería dueña de elegir a su esposo y notenía más que declararse. Pero como mientras más

inteligencia se tiene más cuesta tomar una resolu-ción definitiva en esta materia, ella luego de agra-decer a su padre, le pidió un tiempo para reflexio-nar.

Fue casualmente a pasear por el mismo bos-que donde había encontrado a Riquet-el-del-

Copete, a fin de meditar con tranquilidad sobre loque haría. Mientras se paseaba, hundida en suspensamientos, oyó un ruido sordo bajo sus pies,como de gente que va y viene y está en actividad.Escuchando con atención, oyó que alguien decía:"Tráeme esa marmita"; otro: "Dame esa caldera";y el otro: "Echa leña a ese fuego". En ese momen-

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to la tierra se abrió, y pudo ver, bajo sus pies, unaespecie de enorme cocina llena de cocineros, pin-

ches y toda clase de servidores como para prepa-rar un magnífico festín. Salió de allí un grupo deunos veinte encargados de las carnes que fueron ainstalarse en un camino del bosque alrededor deun largo mesón quienes, tocino en mano y cola dezorro en la oreja, se pusieron a trabajar rítmica-

mente al son de una armoniosa canción.La princesa, asombrada ante tal espectáculo,

les preguntó para quién estaban trabajando.

  —Es, contestó el que parecía el jefe, para elpríncipe Riquet-el-del-Copete, cuyas bodas se ce-lebrarán mañana.

La princesa, más asombrada aún, y recordandode pronto que ese día se cumplía un año en quehabía prometido casarse con el príncipe Riquet-el-del-Copete, casi se cayó de espaldas. No lo recor-daba porque, cuando hizo tal promesa, era estúpi-da, y al recibir la inteligencia que el príncipe le

diera, había olvidado todas sus tonterías.

No había alcanzado a caminar treinta pasoscontinuando su paseo, cuando Riquet-el-del-Copete se presentó ante ella, elegante, magnífico,como un príncipe que se va a casar.

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  —Aquí me veis, señora, dijo él, puntual paracumplir con mi palabra, y no dudo que vos estéis

aquí para cumplir con la vuestra y, al concederme  vuestra mano, hacerme el más feliz de los hom-bres.

  —Os confieso francamente, respondió laprincesa, que aún no he tomado una resolución alrespecto, y no creo que jamás pueda tomarla en, el

sentido que vos deseáis.

  —Me sorprendéis, señora, le dijo Riquet-el-del-Copete.

 —Pues eso creo, replicó la princesa, y segura-mente si tuviera que habérmelas con un patán, un

hombre sin finura, estaría harto confundida. Una,princesa no tiene más que una palabra, me diría él,y os casaréis conmigo puesto que así lo prometis-teis. Pero como el que está hablando conmigo esel hombre más inteligente del mundo, estoy seguraque atenderá razones. Vos sabéis que cuando yoera sólo una tonta, no pude resolverme a acepta-

ros como esposo; ¿cómo queréis que teniendo lalucidez que vos me habéis otorgado, que me hahecho aún más exigente respecto a las personas,tome hoy una resolución que no pude tomar enaquella época? Si pensabais casaros conmigo de

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todos modos, habéis hecho mal en quitarme misimpleza y permitirme ver más claro que antes.

 —Puesto que un hombre sin genio, respondióRiquet-el-del-Copete, estaría en su derecho, segúnacabáis de decir, al reprocharos vuestra falta depalabra, ¿por qué queréis, señora; que no haga unode él, yo también, en algo que significa toda ladicha de mi vida? ¿Es acaso razonable que las per-

sonas dotadas de inteligencia estén en peor condi-ción que los que no la tienen? ¿Podéis pretenderlo, vos que tenéis tanta y que tanto deseasteis tenerla?Pero vamos a los hechos, por favor. ¿Aparte de mifealdad, hay alguna cosa en mí que os desagrade?¿Os disguste mi origen, mi carácter, mis modales?

 —De ningún modo, contestó la princesa, meagrada en vos todo lo que acabáis de decir.

  —Si es así, replicó Riquet-el-del-Copete, seréfeliz, ya que vos podéis hacer de mí el más atra-yente de los hombres.

 —¿Cómo puedo hacerlo? le dijo la princesa.  —Ello es posible, contestó Riquet-el-del-

Copete, si me amáis lo suficiente como para de-sear que así sea; y para que no dudéis, señora,habéis de saber que la misma hada que al nacer yo,me otorgó el don de hacer inteligente a la persona

que yo quisiera, os hizo a vos el don de darle be-

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lleza al hombre que habréis de amar si quisieraisconcederle tal favor.

 —Si es así, dijo la princesa, deseo con toda mialma que os convirtáis en el príncipe más hermosoy más atractivo del mundo; y os hago este don enla medida en que soy capaz.

  Apenas la princesa hubo pronunciado estas

palabras, Riquet-el-del-Copete pareció antes susojos el hombre más hermoso, más apuesto y másagradable que jamás hubiera visto. Algunos asegu-ran que no fue el hechizo del hada, sino el amor loque operó esta metamorfosis. Dicen que la prince-sa, habiendo reflexionado sobre la perseveranciade su amante, sobre su discreción y todas las bue-

nas cualidades de su alma y de su espíritu, ya no vio la deformidad de su cuerpo, ni la fealdad de surostro; que su joroba ya no le pareció sino la pos-tura de un hombre que se da importancia, y sucojera tan notoria hasta entonces a los ojos de ella,la veía ahora como un ademán que sus ojos bizcos

le parecían aún más penetrantes, en cuya altera-ción veía ella el signo de un violento exceso deamor y, por último, que su gruesa nariz enrojecidatenía algo de heroico y marcial.

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Comoquiera que fuese, la princesa le prometióen el acto que se casaría con él, siempre que obtu-

 viera el consentimiento del rey su padre.

El rey, sabiendo que su hija sentía gran esti-mación por Riquet-el-del-Copete, a quien, por lodemás, él consideraba un príncipe muy inteligentey muy sabio, lo recibió complacido como yerno.

  Al día siguiente mismo se celebraron las bo-das, tal como Riquet-el-del-Copete lo tenía previs-to y de acuerdo a las órdenes que había impartidocon mucha anticipación.

MORALEJA 

Lo que observamos en este cuento

más que ficción es verdad pura: 

En quien amamos vemos talento,

todo lo amado tiene hermosura.

OTRA MORALEJA 

En alguien puede la naturaleza 

haber puesto colorido y belleza 

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que jamás el arte logrará igualar.

 Mas para conmover a un corazón sensible menos puede ese don que la gracia invisible 

que el amor llega a detectar.