La Costa de Los Diamantes - Clive Cussler

2019

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Novela Clive Cussler, narrativa contemporánea del siglo XXI

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  • Annotation

    Diamantes y petrleo, dosrecursos en los que frica es rica yque, paradjicamente, han causadoen este continente ms estragos quela hambruna. Las gemas consiguenllevar al poder a guerrillerosdespiadados que solo buscanapretar ms el nudo que oprime elcuello de sus moribundos pases. Elpetrleo, sin embargo, es utilizadopor los occidentales paraenriquecerse, para tener el dominio

  • del principal combustible que seutiliza en el planeta... pero quetambin podra ocasionar la mayorcatstr ecolgica que jams hayavivido la Tierra.

    A bordo del Oregon, JuanCabrillo y su equipo tratan deacabar con un grupo guerrillero porcuenta del gobierno congoleo;pero eso les llevar a enfrentarsecon un ecoterrorista que pretendeconcienciar al mundo del problemadel deterioro del medio ambienteconvirtindose en su ms temible

  • enemigo, al provocar espantosascatstrofes meteorolgicas. Ymientras tanto se topan con noticiasde un tesoro de valor incalculableque espera ser rescatado de lasprofundidades del mar y cuyodestino puede cambiar pasesenteros: demasiados frentesabiertos... y solo Cabrillo es capazde afrontarlos.

  • Clive Cussler, Jack DuBrul

    La costa de losdiamantes

    (Skeleton Coast - 2006)

    Los archivos del Oregon - 4

  • 1

    Desierto de Kalahari, 1896

    l nunca tendra que haberlesordenado que dejasen las armasatrs. La decisin les costara lavida a todos. Pero, realmentehaba tenido otra eleccin?Cuando la ltima acmila se habaquedado coja haban tenido queredistribuir la carga, y esosignificaba abandonar el equipo.

  • No fue necesario debatir lanecesidad de llevar lascantimploras que el animal habacargado, o las alforjas llenas degemas en bruto. Haban tenido queabandonar las tiendas, los sacos dedormir, quince kilos de comida, ylos fusiles Martini-Henry[1] quecada uno de los cinco hombreshaba llevado, junto con lamunicin. Pero incluso con estacarga menor los caballossupervivientes estaban muysobrecargados, y con el sol que

  • comenzaba a salir una vez ms paramachacar el desierto nadieesperaba que sus monturas durasenhasta el final del da.

    H. A. Ryder saba que letocaba dirigir a los otros a travsdel Kalahari. Era un viejo expertode frica, despus de haberabandonado una pobre granja enSussex en los alocados das de lafiebre de los diamantes tras eldescubrimiento de las minas deKimberley. Pero cuando lleg en1868, todo Colesberg Kopje, la

  • colina donde los primerosdiamantes haban sido descubiertos,ya estaba reclamada, y tambin loscampos a su alrededor en un radiode varios kilmetros. As queRyder se dedic a abastecer decarne al ejrcito de trabajadores.

    Con un par de carretas ycentenares de sacos de sal paracurar la caza, l y un par de guasnativos recorrieron centenares demiles de kilmetros cuadrados.Haba sido una existencia solitariapero que Ryder haba llegado a

  • querer, de la misma manera quehaba llegado a querer la tierra, consus maravillosas puestas de sol yespesos bosques, arroyos de aguacristalina, y horizontes lejanos queparecan imposibles de alcanzar.Haba aprendido a hablar el idiomade varias tribus, los matabeles, losmashonas, y los feroces yaguerridos hereros. Inclusocomprenda algunos de los extraoschasquidos y silbidos que loshombres del desierto utilizabanpara comunicarse.

  • Haba comenzado a trabajarcomo gua de safaris para que losricos ingleses y norteamericanospudiesen adornar las paredes de susmansiones con trofeos, y habadedicado tiempo a encontrar rutasadecuadas para el tendido de loscables de la compaa de telgrafosa travs de la parte sur delcontinente. Haba peleado en unadocena de combates y haba matadodiez veces ese nmero de hombres.Conoca y comprenda a la genteafricana y conoca todava mejor lo

  • salvaje que era la propia tierra.Saba que nunca tendra que haberaceptado el trabajo de guiar a losotros desde Bechuanalandia[2] atravs del vasto desierto deKalahari en una loca escapadahacia el mar. Pero siempre estabala atraccin de la gran ganancia, elcanto de sirena de la riquezainstantnea que lo haba trado africa tantos aos atrs.

    Si lo conseguan, si eldespiadado desierto no losreclamaba, entonces H. A. Ryder

  • tendra la fortuna con la quesiempre haba soado.

    Crees que ellos todavaestn all atrs, H. A.?

    Ryder mir hacia el solnaciente con los ojos entrecerradoshasta el punto que casidesaparecieron en la piel curtida.No poda ver en el distantehorizonte ms que cortinas deondulante calor que se formaban ydisolvan como el humo. Entre ellosy el feroz sol haba dunas de arenablanca; ondulantes olas que

  • rivalizaban con las olas de unhuracn. Con el sol vino el viento,que azotaba las cumbres de lasdunas de forma tal que la arenavolaba de sus crestas en ardientesnubes.

    S, muchacho respondisin mirar al hombre que estaba a sulado.

    Cmo puedes estar seguro?H. A. se volvi hacia su

    compaero Jon Varley.Nos seguirn hasta las

    puertas del infierno por lo que les

  • hicimos.La certidumbre de la voz

    rasposa de H. A. hizo que Varleypalideciera debajo del bronceado.Como Ryder, los otros cuatrohombres del grupo haban nacido enInglaterra y haban venido a fricaa buscar fortuna, aunque ningunoera tan veterano como el gua.

    Ser mejor que nospongamos en marcha dijo Ryder.Haban estado viajando con larelativa frescura de la noche.Podemos recorrer unos cuantos

  • kilmetros ms antes de que el solest alto.

    Creo que deberamosmontar el campamento aqu opinPeter Smythe, el ms novato delgrupo, y de lejos el que peor lollevaba. Haba perdido su actitudbravucona a poco de entrar en elmar de arena y ahora se mova conel paso cansado de un viejo. Unasgrietas blancas se le habanformado en la comisura de los ojosy la boca, y se haba apagado elbrillo de sus ojos azules.

  • Ryder mir a Peter y deinmediato vio las seales. Todoshaban compartido la misma racinde agua desde que haban llenadolas cantimploras y los odres diezdas antes en un pozo, pero elcuerpo de Smythe pareca necesitarms que los otros. No era unacuestin de fuerza o voluntad, erasencillamente que el muchachonecesitaba beber ms paramantenerse vivo. H. A. saba cuntaagua quedaba hasta la ltima gota, ya menos que pudiese encontrar otro

  • pozo, Smythe sera el primero enmorir. La idea de darle ms aguanunca pas por la cabeza de Ryder.

    Seguiremos adelante.Mir hacia el oeste y vio el

    espejismo del terreno que ya habanrecorrido. Las hileras de dunas seextendan aparentemente hasta elinfinito. El cielo estaba tomando uncolor dorado con la luz reflejadadel desierto. Ryder mir a sumontura. El animal estabasufriendo; eso le haca sentirseculpable, mucho ms que por el

  • joven Smythe, porque el pobreanimal no tena ms alternativa quellevarlos a travs de este cruelentorno. Utiliz un cuchillo parasacar una piedra del casco delcaballo y acomod la manta en lazona en que las correas de lasalforjas comenzaban a lastimarlo.El una vez brillante pelaje delanimal se vea opaco y la piel lecolgaba en pliegues all donde lacarne haba comenzado adesaparecer.

    Acarici el morro del caballo

  • y le murmur unas pocas palabrasal odo. No haba manera de queninguno de ellos montara. Losanimales ya se doblegaban bajo elpeso de las cargas, inclusoaligerado. Cogi las riendas ycomenz a caminar. Las botas deRyder se hundan hasta arribamientras guiaba al caballo en sudescenso por la ladera de una duna.La arena corra debajo de ellos,siseaba y se deslizaba por laladera, amenazando conderribarlos, a l y su montura, si

  • alguno de los dos daba un paso enfalso. H. A. no mir atrs. Loshombres no podan hacer ms queseguirlo o morir donde estaban.

    Camin durante una horamientras el sol continuaba suinexorable ascenso en el cielo sinnubes. Se meti un pulido guijarroentre los dientes y la lengua en unintento de hacer creer a su cuerpoque no estaba gravementedeshidratado. Cuando hizo unapausa para secarse el interior de sugran sombrero, el calor golpe el

  • redondel rojo de la coronilla.Quera continuar una hora ms, peroescuchaba los esfuerzos de loshombres que lo seguan. An nohaban llegado al punto dondeconsiderara abandonarlos, as quelos gui al socaire de una duna muyalta y comenz a montar un toldillocon las mantas de los caballos. Loshombres se dejaron caer al suelo,jadeantes mientras l montaba elmagro campamento.

    H. A. fue a ver cmo estabaSmythe. Los labios del joven no

  • eran ms que ampollas reventadasque derramaban un fluido claro ylos pmulos parecan quemados conun hierro sacado de las brasas.Ryder le record que solo seaflojase los cordones de las botas.Todos tenan los pies tan hinchadosque si se las quitaban no podranvolver a ponrselas. Lo miraronexpectantes mientras l finalmentecoga un par de cantimploras de unaalforja. Destap una de ellas y deinmediato uno de los caballosrelinch al oler el agua. Los dems

  • se acercaron y su propia monturaroz su cabeza contra el hombro deH. A.

    Para no perder ni una solagota, Ryder verti una racin en unbol y lo sostuvo para que el animalbebiese. Se lo bebi ruidosamente ysu estmago reson cuando el agualleg all por primera vez en tresdas. Verti un poco ms y de nuevodio de beber al caballo. Hizo estocon todos los dems a pesar de supropia sed y las furiosas miradas desus compaeros.

  • Si ellos mueren, vosotrostambin fue todo lo que dijo,porque ellos saban que tena razn.

    Despus de haber bebido,haba que convencer a los caballosque comiesen de los morrales decebada que uno de ellos habacargado. Los mane con cuerdas ysolo entonces pas el bol para quelos hombres bebiesen. Fue inclusoms estricto con sus raciones, cadauno recibi un nico trago antes queRyder guardase la cantimplora enlas alforjas. No hubo protestas. H.

  • A. era el nico de ellos que habacruzado antes este desoladodesierto y dependan de l paraatravesarlo.

    La sombra de las mantas delos caballos era lamentablementepequea comparada con el terriblehorno que era el Kalahari, uno delos lugares ms calientes y secosdel mundo, una tierra donde lalluvia poda caer una vez al ao ono durante muchos. Mientras el solbata la tierra con tremendos golpesde calor, los hombres yacan en un

  • trpido letargo, y solo se movancuando la sombra se trasladaba conel sol para dejar una mano o unapierna expuesta al brutal castigo.Yacan con su tremenda sed y consu dolor, pero la mayora yaca consu codicia, porque estos eranhombres todava motivados,hombres prximos a convertirse enmucho ms ricos de lo quecualquiera pudiese imaginar.

    Cuando el sol lleg al cnitpareci ganar fuerza, y convirti elgesto de respirar en una batalla

  • entre la necesidad de aire y eldeseo de evitar que el calor entraseen sus cuerpos. Evaporaba lahumedad de los hombres con cadarespiracin y les dejaba lospulmones en llamas.

    El calor continu aumentando,un ardiente peso que parecaaplastar a los hombres contra elsuelo. Ryder no recordaba quehubiese sido tan malo cuando habacruzado el desierto aos atrs. Eracomo si el sol hubiese cado delcielo y ahora yaciese en la tierra,

  • ardiente y furioso porque unossimples mortales intentasendesafiarlo. Era suficiente paravolver loco a un hombre, y sinembargo soportaron la larga tarde,rezando para que el da finalmentellegase a su fin.

    Con la misma rapidez quehaba comenzado, el calor empez adisminuir cuando el sol finalmentebaj hacia el horizonte occidental, ypint la arena con franjas de rojo yprpura y rosa. Los hombresemergieron lentamente de debajo

  • del toldo, y se quitaron el polvo desus prendas mugrientas. Rydersubi a la duna que los habaprotegido del viento y observ eldesierto detrs de ellos con elcatalejo de latn en busca de susperseguidores. No vio nada msque las dunas en movimiento. Sushuellas haban sido borradas porlos constantes cambios, aunque esoera un pobre consuelo. Los hombresque los perseguan estaban entre losmejores rastreadores del mundo.Ellos los encontraran en el mar de

  • arena con la misma facilidad que sihubiesen dejado un rastro depiedras.

    Lo que no saba era cuntoterreno les haban ganado losperseguidores durante el da;porque parecan superhombres porsu capacidad para soportar el sol yel calor. H. A. haba calculado,cuando entraron en el desierto, queles llevaban una ventaja de cincodas. Ahora calculaba que laventaja no era de ms de un da. Alda siguiente se reducira a medio

  • da. Y entonces? Sera el momentode pagar por el abandono de susarmas cuando la acmila se habaquedado coja.

    Su nica esperanza eraencontrar agua suficiente esta nochepara los caballos, de forma quepudieran montar de nuevo.

    Ya no quedaba lquidosuficiente para dar de beber a loscaballos, y la racin de los hombresera la mitad de lo que habanbebido despus del alba. ParaRyder era como aadir el insulto a

  • la injuria. El caliente regueropareca solo humedecer la lenguams que saciar la sed, que ahora eraun ardiente dolor en el estmago.Se oblig a comer un poco detasajo.

    Al mirar los rostrosesquelticos a su alrededor, H. A.comprendi que la marcha de estanoche sera una tortura. PeterSmythe no dejaba de balancearse.Jon Varley no estaba mucho mejor.Solo los hermanos, Tim y TomWatermen, parecan estar bien;

  • llevaban ms tiempo en frica queSmythe o Varley, y haban trabajadocomo vaqueros en una granhacienda durante la pasada dcada.Sus cuerpos estaban msaclimatados al brutal sol africano.

    H. A. se pas las manos porsus grandes patillas, para quitar laarena del spero pelo canoso.Cuando se agach para atarse loscordones de las botas sinti comosi tuviese el doble de sus cincuentaaos. La espalda y las piernas ledolieron ferozmente y las vrtebras

  • crujieron cuando se levant denuevo.

    Ya estamos, muchachos. Osdoy mi palabra de que esta nochebeberemos a placer dijo paralevantarles la dbil moral.

    Qu beberemos, arena? brome Tim Watermen paramostrar que todava poda.

    Los pobladores que sellaman a s mismos los san hanvivido en este desierto durante milaos o ms. Se dice que puedenoler el agua a cien kilmetros de

  • distancia y eso no est muyapartado de la realidad. Cuandocruc el Kalahari hace veinte aostuve a un gua san. El malditoencontraba agua all donde nunca seme hubiese ocurrido mirar. Larecogan de las plantas cuandohaba niebla por la maana y bebandel rumen de los animales quecazaban con sus flechasenvenenadas.

    Qu es el rumen? pregunt Varley.

    Ryder intercambi una mirada

  • con los hermanos Watermen comosi quisiese decirles que todosdeban saberlo.

    El primer estmago de unanimal como una vaca o un antlopees donde se procesa el bolo. Elfluido en el interior es en su mayorparte agua y zumo de plantas.

    Pues no me importara nadatomar algo de eso consiguimurmurar Peter Smythe. Una nicagota de sangre, de color clarete,colg por la esquina de su labioagrietado. La lami antes de que

  • pudiese caer al suelo.Pero la mayor habilidad de

    los san es encontrar agua enterradadebajo de la arena en los lechos delos ros secos que no han fluido enuna generacin.

    Puedes encontrar aguacomo ellos? pregunt Jon Varley.

    He mirado en todos loslechos que hemos cruzado en losltimos cinco das respondi H.A. Los hombres se sorprendieron.Ninguno de ellos se haba dadocuenta de que hubiesen cruzado

  • ningn cauce seco. Para ellos eldesierto no era ms que un paisajemontono y vaco. Que H. A.hubiese sabido que haban cruzadolos uadis aument la confianza enque l los sacara de esta pesadilla.

    Anteayer hubo unoprometedor continu Ryder,pero no estaba seguro y no podemospermitirnos perder el tiempo conmis equivocaciones. Calculo queestamos a dos, quiz tres das de lacosta, y eso significa que esta partedel desierto recibe humedad del

  • ocano, adems de alguna tormentaocasional. Encontraremos agua,muchachos. De eso podis estarseguros.

    Fue lo mximo que habahablado H. A. desde que les dijesea los hombres que abandonasen lasarmas y tuvo el efecto deseado. Loshermanos Watermen sonrieron, JonVarley consigui cuadrar loshombros, e incluso el joven Smythedej de balancearse.

    La luna comenz a ascenderdetrs de ellos mientras los ltimos

  • rayos de sol se hundan en eldistante Atlntico, y muy pronto elcielo se llen con ms estrellas delas que un hombre poda contar encien vidas. El desierto estabasilencioso como una iglesia, salvopor el susurro de la arena que sedeslizaba debajo de las botas y loscascos y el ocasional crujido delcuero de las monturas. El paso erafirme y mesurado. H. A. era muyconsciente de la debilidad delgrupo, pero nunca olvid las hordasque seguramente les seguan el

  • rastro.Orden el primer alto a

    medianoche. La naturaleza deldesierto haba cambiadoligeramente. Si bien ancontinuaban hundindose hasta lostobillos en la arena, haba trozos degrava suelta en muchos de losvalles. H. A. haba visto viejosagujeros de pozos en algunos de loslugares, sitios donde los antlopeshaban escarbado en la dura tierraen busca del agua subterrnea. Novio ninguna seal de que los

  • humanos los hubiesen utilizado, ypor lo tanto supuso que se habansecado siglos atrs. No mencion eldescubrimiento a los hombres perosirvi para aumentar su confianzade que encontrara un pozo conagua.

    Les permiti a los hombresuna doble racin, ahora seguro deque podran llenar de nuevo lascantimploras y dar de beber a loscaballos antes de la salida del sol.Si no lo consegua, no tena sentidoracionar, porque el desierto los

  • matara por la maana. Ryder le diola mitad de su racin a su caballo,aunque los dems se bebieron lassuyas sin preocuparse de losanimales de carga.

    Una solitaria nube tap la lunamedia hora despus de haberreanudado la marcha, y cuandopas, el cambio de luz hizo quealgo en el suelo del desiertollamase la atencin de Ryder.Segn la brjula y las estrellashaba seguido una direccin oeste, yninguno de ellos dijo nada cuando

  • de pronto vir hacia el norte. Seadelant a los dems, conscientedel cambio del suelo debajo de susbotas, y cuando lleg al punto sedej caer de rodillas.

    No era ms que un lunar en elchato valle, de poco ms de unmetro de ancho. Mir alrededor dellugar, y sonri quedamente cuandoencontr trozos de cscara dehuevo, as como uno casi intacto sino fuera por la grieta alargada quecorra como una falla a lo largo desu pulida superficie. La cscara

  • tena el tamao de su puo ymostraba un agujero en la partesuperior. El tapn era un puado dehierba seca mezclado con gomanativa. Era una de las ms valiosasposesiones de los san, porque sinestos huevos de avestruz no tenanmanera de transportar agua. El quese haba roto cuando lo llenabanbien podra haber condenado algrupo de nativos que haba utilizadoeste pozo por ltima vez.

    H. A. casi notaba a losfantasmas que lo miraban desde las

  • riberas del viejo cauce, pequeosespritus que no llevaban ms quecoronas de juncos alrededor de suscabezas y cinturones de cuero crudofestoneados con bolsas para loshuevos de avestruz y las aljabaspara las pequeas flechasenvenenadas que usaban para cazar.

    Qu has encontrado, H. A.?pregunt Jon Varley, que searrodill en el suelo junto al gua.Su antes brillante cabello negro lecaa lacio sobre los hombros, perode alguna manera haba conseguido

  • mantener un brillo de pirata en susojos. Eran los ojos de undesesperado intrigante, un hombreimpulsado por sueos deinstantnea riqueza y dispuesto aenfrentarse a la muerte para verloscumplidos.

    Agua, seor Varley. Aunque tena veinte aos ms quel, H. A. intentaba hablar condeferencia a todos sus clientes.

    Qu? Cmo? No veonada.

    Los hermanos Watermen se

  • sentaron en una piedra cercana.Peter Smythe se desplom a suspies. Tim ayud al muchacho asentarse para que la espalda lequedase apoyada contra la piedra.Su cabeza cay sobre el delgadopecho; su respiracin erasuperficial.

    Est en el subsuelo, comoles dije.

    Cmo la sacamos?Cavando.Sin otra palabra ms, los dos

    hombres comenzaron a apartar la

  • tierra que un nativo haba utilizadolaboriosamente para rellenar elprecioso pozo y as evitar que sesecase. Las manos de H. A. erangrandes y tan callosas que podautilizarlas como palas, y arrancabala tierra agrietada sin preocuparsede los agudos guijarros. Varleytena las manos de un jugador,suaves y, en un momento, biencuidadas, pero cavaba con elmismo mpetu que el gua; laterrible sed le permita no hacercaso de los cortes y rasguos y la

  • sangre que goteaba de las yemas desus dedos.

    Cavaron sesenta centmetros yseguan sin encontrar seales deagua. Tenan que agrandar elagujero porque eran mucho msgrandes que los guerreros nativoscuya tarea era cavar estos pozos. Alos noventa centmetros, H. A. sacun puado de tierra y cuando ladej caer fuera del agujero, unadelgada capa se le qued pegada ala piel. La hizo girar entre losdedos hasta formar una pequea

  • bola de barro. Cuando la apret,una temblorosa gota de agua brilla la luz de las estrellas.

    Varley solt un grito e inclusoH. A. esboz una sonrisa.

    Redoblaron sus esfuerzos;arrojaban barro fuera del agujerocon absoluta despreocupacin.Ryder tuvo que apoyar una mano enel hombro de Varley paracontenerlo cuando consider que yahaban cavado bastante.

    Ahora esperamos.Los otros hombres se

  • reunieron alrededor del pozo ymiraron en expectante silencio hastaque sbitamente el fondo oscuro delpozo se volvi blanco. Era la lunaque se reflejaba en el agua delacufero circundante que flua en elpozo. H. A. utiliz un trozo de telaarrancado de su camisa como filtroy sumergi la cantimplora en elagua fangosa. Tard varios minutosen llenarse hasta la mitad. Petergimi al escuchar el chapoteocuando H. A. la sac del agujero.

    Aqu tienes, muchacho

  • dijo Ryder, y le acerc lacantimplora. Peter fue a cogerla conansia pero el gua no la solt.Lentamente, muchacho, bebelentamente.

    Smythe estaba demasiadodesesperado como para escuchar elconsejo de H. A.; su primer grantrago hizo que sufriese un tremendoataque de tos y el agua sedesperdici en el suelo deldesierto. Cuando se recuper bebia sorbos, con aspecto dcil.Tardaron cuatro horas en obtener

  • agua suficiente para que bebiesen aplacer y finalmente tomasen suprimera comida en das.

    H. A. continuaba dando debeber a los caballos cuando el solcomenz a apuntar por encima delhorizonte. Tuvo cuidado con ellospara que no sufrieran calambres ohinchazones, y los aliment concuidado; aun as, sus grandesestmagos resonaron de contentomientras coman y conseguanorinar por primera vez en das.

    H. A! Tim Watermen

  • haba ido ms all de la orilla parahacer sus necesidades en privado.Apareca recortado contra la luz delalba agitando frenticamente susombrero y sealando hacia el solnaciente.

    Ryder sac el catalejo de laalforja y dej los caballos parasubir a la colina como un hombreposedo. Empuj a Watermen contanta fuerza que ambos cayeron alsuelo. Antes de que Tim pudieseprotestar, Ryder le tap la boca conla mano y susurr:

  • Habla en voz baja. Elsonido viaja muy bien a travs deldesierto.

    Tendido boca abajo, H. A. sellev el catalejo al ojo.

    Mira cmo se acercan pens. Dios, son magnficos.

    Lo que haba unido a estoscinco hombres era el tremendo odioque Peter Smythe senta hacia supadre, un temible hombre queafirmaba haber tenido una visindel arcngel Gabriel. El arcngel le

  • haba dicho a Lucas Smythe quevendiese todo lo que posea y sefuese a frica para transmitir lapalabra de Dios a los salvajes. Sibien no haba sido especialmentereligioso antes de su visin, Smythese dedic a la Biblia con tantoentusiasmo que cuando solicit sermiembro de la London MissionarySociety ellos estuvieron a punto derechazarle porque se habaconvertido en un fantico. Pero alfinal lo haban aceptado por lanica razn de no verlo ms por sus

  • despachos. Lo enviaron a l y a suenfadada esposa e hijo aBechuanalandia, para reemplazar aun ministro que haba muerto demalaria.

    Lejos de las restricciones dela sociedad en una minsculamisin en el corazn de la tribuherero, Smythe se convirti en untirano religioso, porque el suyo eraun Dios vengativo que exiga eltotal autosacrificio y una severapenitencia para incluso la msmnima de las transgresiones. Peter

  • tanto poda ser azotado por supadre porque haba murmurado lasltimas palabras de una oracincomo poda quedarse sin cenar porno haber sido capaz de repetir unsalmo cuando se le peda.

    En el momento de la llegadade la familia, el rey herero, SamuelMaharero, que haba sido bautizadounas dcadas antes, mantena unaamarga disputa con las autoridadescoloniales, y, por lo tanto, habarechazado al ministro alemnenviado a sus tierras por la

  • Sociedad Misional Renana. LucasSmythe y su familia gozaban delfavor del rey incluso si Maharerodudaba ante las amenazas del fuegodel infierno de Smythe.

    Si bien el joven Peterdisfrutaba de su amistad con losmuchos nietos del rey, la vida comoadolescente cerca del poblado realera un tedio salpicado conmomentos de terror cuando elespritu se apropiaba de su padre;entonces no deseaba ms queescapar.

  • As que plane su fuga, yconfi a Assa Maharero, uno de losnietos del rey y su mejor amigo, loque pensaba hacer. Durante una desus muchas conversacionesestratgicas Peter Smythe hizo eldescubrimiento que iba a cambiarsu vida.

    Se encontraba en unarondoval, una choza circular quelos herero utilizaban para guardarel forraje y usarlo cuando loscampos estaban demasiados secospara sus miles de cabezas de

  • ganado. Era el lugar que l y Assahaban escogido como escondite, yaunque Peter haba estado alldocenas de veces, esta fue laprimera que advirti que la tierraapisonada a lo largo de una de lasparedes de adobe haba sidocavada. La tierra negra haba sidocuidadosamente aplastada, pero sumirada aguda descubri lairregularidad.

    Utiliz las manos para cavaren el punto, y descubri que solohaba una delgada capa de tierra

  • sobre una docena de cntaros decermica. Los cntaros tenan eltamao de su cabeza, y estabantapados con una membrana de cuerode vaca. Sac una. Era pesada ynot que algo se mova en elinterior.

    Peter afloj cuidadosamentelas puntadas alrededor del bordesolo lo suficiente para que, alinclinar el cntaro, unas pocaspiedras cayesen en la palma de sumano. Comenz a temblar. Si bienno se pareca en nada a los

  • estilizados dibujos de las piedrasfacetadas que haba visto, saba porla manera que dispersaban la pocaluz en la choza que estaba sujetandoseis diamantes en bruto. El mspequeo tena el tamao de la uade su pulgar. El mayor era ms deldoble de grande.

    En aquel momento entr Assay vio lo que su amigo habadescubierto. Sus ojos se abrieronde terror y rpidamente mir porencima del hombro para ver sihaba algn adulto cerca. Al otro

  • lado de la cerca del corral un parde chicos vigilaban el ganado y unamujer caminaba unos pocoscentenares de metros ms all conun fardo de paja en la cabeza.Corri a travs de la choza y quitel cntaro de las manos de Peter.

    Qu has hecho? susurrAssa en su extrao ingls conacento alemn.

    Nada, Assa, te lo juro exclam Peter con tono culpable.Vi que haban enterrado algo y soloquise ver lo que era, nada ms.

  • Assa le tendi la mano y Peterdej las piedras en su palma.Mientras guardaba las piedras denuevo debajo de la cubierta decuero el joven prncipe africano ledijo:

    Bajo pena de muerte nuncadebes hablarle de esto a nadie.

    Son diamantes, no?Assa mir a su amigo.S.Pero cmo? Aqu no hay

    diamantes. Estn todos en laColonia del Cabo, alrededor de

  • Kimberley.Assa se sent en la posicin

    del loto delante de Peter, divididoentre su juramento a su abuelo y elorgullo de lo que su tribu habaconseguido. Era tres aos msjoven que Peter, solo tena catorceaos, as que el vanagloriarse seimpuso a la solemne promesa.

    Te lo dir pero nuncadebers repetirlo.

    Lo juro, Assa.Desde que fueron

    descubiertos los diamantes, los

  • hombres de la tribu herero setrasladaron a Kimberley paratrabajar en las minas. Trabajabandurante un ao y volvan a casa conel dinero que los mineros blancosles daban, pero tambin se llevabanalgo ms. Robaban las piedras.

    He escuchado decir que alos hombres los revisan antes dedejarlos salir de los campamentosmineros, incluso en el culo.

    Lo que nuestros hombreshacan era cortarse la piel y colocarlas piedras dentro de la herida.

  • Cuando cicatrizaba no quedabaprueba alguna. A su regresoreabran las heridas y recuperabanlas piedras para regalrselas a mibisabuelo, el jefe Kamaharero, quefue quien los mand al sur, aKimberley.

    Assa, algunas de estaspiedras son muy grandes; sin dudatendran que haberlos descubiertoseal Peten.

    Assa se ech a rer.Algunos de los guerreros

    herero tambin son muy grandes.

  • Recuper la seriedad mientrascontinuaba con el relato. Esto seprolong durante muchos aos,quiz unos veinte, pero entonces losmineros blancos descubrieron loque haban estado haciendo losherero. Un centenar fueronarrestados e incluso aquellos queno haban ocultado ninguna piedradebajo de la piel fueronconsiderados culpables de robo.Los ejecutaron a todos. Cuandollegue el momento utilizaremosestas piedras para sacudirnos el

  • yugo de la administracin colonial.Sus ojos negros brillaron. Yvolveremos a vivir como hombreslibres. Ahora, jrame de nuevo,Peter, que nunca le dirs a nadieque has descubierto el tesoro.

    Peter mir directamente a losojos de su joven amigo.

    Lo juro.Su juramento dur menos de un

    ao. Cuando cumpli dieciochoaos, dej la pequea misin, en elcentro del recinto real. No le dijo anadie que se marchaba, ni siquiera

  • a su madre, y por eso se sentaculpable. Ahora ella tendra quesoportar todo el peso de lasterribles admoniciones de LucasSmythe.

    Peter siempre se haba sentidocomo un superviviente. l y Assahaban acampado docenas de vecesen el veld, pero cuando lleg a lafactora, a noventa kilmetros de lamisin, estaba casi muerto decansancio y sed. All gast un parde las preciosas monedas que habaatesorado de los regalos de

  • cumpleaos de su madre. Su padrenunca le haba dado nada,convencido de que el niconacimiento que la familia debacelebrar era el de Jesucristo.

    Apenas le qued suficientepara pagar para que lo llevase aKimberley al conductor de lacarreta con un tiro de veinte bueyes,que haca el viaje de retorno conuna carga de marfil y tasajo. Elcarretero era un hombre mayor conun amplio sombrero blanco y laspatillas ms abundantes que Peter

  • hubiese visto nunca. Junto con l,H. A. Ryder, iban un par dehermanos a quienes la oficinacolonial del Cabo les habaofrecido pastos que encontraronocupados por los matabeles; sinningn deseo de combatir contra unejrcito, haban escogidoprudentemente regresar al sur. En elgrupo tambin haba un hombredelgado y de rostro aguileollamado Jon Varley. En las semanasque viajaron hacia el sur, Peternunca descubri qu haca Varley o

  • qu le haba llevado a un lugar tanlejano desde Colonia del Cabo;solo saba que no confiaba enabsoluto en l.

    Una noche, en el campamento,despus del peligroso cruce de unro en el que Peter haba salvado lavida de uno de los bueyes de Rydersaltando sobre el animal ycabalgndolo como a un caballo,Varley abri una alforja conbotellas de licor. Era un brandy delCabo muy fuerte, casi alcohol puro,pero los cinco hombres se sentaron

  • alrededor de la hoguera a digerirlas pintadas que Tim Watermenhaba cazado con su escopeta y sebebieron dos botellas.

    Era la primera vez que Petertomaba alcohol y, a diferencia delos dems, el brandy se le subi ala cabeza despus de unos pocostragos.

    Fue inevitable que la charla secentrase en la prospeccin, dadoque para cualquiera del lugar erauna segunda naturaleza mantener unojo atento a los minerales. Pareca

  • que cada da marcaban un nuevocampo de diamantes o un filn deoro o una mina de carbn y alguiense converta instantneamente enmillonario.

    Peter saba que no deba abrirla boca. Se lo haba jurado a Assa.Pero quera encajar entre aquellosrudos hombres que hablaban contanto conocimiento de cosas que ldesconoca. Eran hombres demundo, especialmente Varley y H.A., y Peter quera que ellos lorespetasen ms que cualquier otra

  • cosa en su vida. As que, con lalengua suelta por el brandy, leshabl de la docena de cntarosllenos de diamantes en bruto en elrecinto palaciego del rey Maharero.

    Cmo lo sabes, muchacho?sise Varley como una serpiente.

    Porque el padre delmuchacho es el predicador enHererolandia respondi H. A.con la mirada puesta en Peter.Ahora te reconozco. Conoc a tupadre hace un par de estaciones,cuando fui a ver al rey para pedirle

  • concesiones de caza en su tierra. Su mirada firme observ al grupo. Ha estado viviendo con losherero durante cunto, cinco aos?

    Casi seis precis Peterorgullosamente. Me conocen yconfan en m.

    Antes de que hubiesentranscurrido quince minutos estabandiscutiendo abiertamente laposibilidad de robar los cntaros.Peter acept sumarse al plan solodespus de que los demsprometieran que se llevaran un

  • nico cntaro cada uno y dejaransiete para el pueblo herero; de locontrario l no les dira dndeestaban las piedras.

    En otra factora, otros cientosesenta kilmetros al sur, H. A.Ryder vendi su carreta y supreciosa carga por la mitad de loque le hubiesen pagado el marfil enKimberley y equip a los hombrescon caballos y pertrechos. Ya habadecidido el rumbo que seguirafuera del imperio herero, el nicoque les ofreca una posibilidad de

  • escapar una vez descubierto elrobo. La factora estaba al final deltendido telegrfico. Los hombresesperaron tres das mientras Ryderhaca los arreglos con uncomerciante de Ciudad del Caboque conoca.

    H. A. se despreocup del altoprecio de lo que haba pedido, en lasuposicin de que sera unmillonario capaz de pagar la deudao un cadver secndose en eldespiadado sol del Kalahari.

    Era imposible colarse en el

  • recinto real. Los mensajeros habaninformado de su presencia al rey encuanto haban entrado en sudominio. Pero H. A. era conocidodel soberano, y el padre de Petersin duda estaba ansioso por ver denuevo a su hijo, aunque Petersospechaba que recibira untratamiento ms digno de Job quedel hijo prdigo.

    Tardaron una semana en llegaral recinto desde la frontera ySamuel Maharero recibi enpersona a los jinetes cuando

  • finalmente llegaron. l y H. A.hablaron durante una hora en lalengua nativa del rey; el gua le dionoticias del mundo exterior, dadoque el rey viva en el exilio pororden de la administracin colonial.El monarca, a su vez, le dijo aPeter, para su gran contento, que suspadres se haban marchado tierraadentro, donde su padre bautizara aun grupo de mujeres y nios, y noregresaran hasta el da siguiente.Les dio permiso para pasar lanoche pero rechaz la solicitud de

  • H. A. de cazar en la tierra herero,como haba hecho antes.

    No se puede culpar a unhombre por intentarlo, majestad.

    La persistencia es el viciodel hombre blanco.

    Aquella noche entraron en elrondoval. La choza estaba llenahasta el techo con heno y tuvieronque meterse en la pila como ratonespara llegar al lugar donde estabanlos diamantes. Cuando Jon Varleysac un segundo cntaro del agujeroy vaci el contenido en una alforja

  • Peter Smythe comprendi que lehaban engaado desde el principio.Tambin los hermanos Watermenvaciaron varios cntaros en susalforjas. Solo H. A. mantuvo supalabra y cogi el contenido de unosolo de los recipientes.

    Si no te los llevas, lo haryo susurr Varley en laoscuridad.

    T vers replic Ryder, pero yo soy hombre de palabra.

    Result que no tenan alforjassuficientes para todas las piedras, y

  • despus de llenarse los bolsillos delos pantalones y todos los demslugares posibles, quedaron cuatrocntaros intactos. H. A. enterrcuidadosamente los cntaros e hizotodo lo que pudo para ocultar elrobo. Se marcharon del recinto alamanecer, despus de darle lasgracias al rey por su hospitalidad.Maharero le pregunt a Peter sitena algn mensaje para su madre.Peter solo pudo murmurar que ledijese que lo senta mucho.

  • Tendido en la cresta de laduna por encima del pozo de agua,H. A. se permiti solo un momentopara contemplar a los hombres delrey.

    Cuando haban iniciado lamarcha tras los ladrones habansido todo un impi, un ejrcito demil guerreros, que los rastreabadesde las tierras de la tribu. Peroeso haba sido ochocientoskilmetros atrs, y la dureza habareducido su nmero; H. A. calculque an haba ms de un centenar

  • de ellos, los ms fuertes, y quecorran a un paso que devoraba laventaja a pesar del hambre y la sed.El sol estaba lo bastante alto parabrillar en las hojas de sus assegais,las afiladas lanzas que utilizabanpara matar a cualquiera que seinterpusiese en su camino.

    H. A. toc a Tim Watermen enla pierna y juntos se deslizaronhasta el fondo del cauce seco dondelos dems se apiabannerviosamente. Los caballos habannotado el sbito cambio de humor.

  • Escarbaban la tierra con los cascosy movan las orejas como sipudiesen escuchar el peligro que seacercaba.

    Hora de montar, muchachosdijo Ryder, y sujet las riendasque le alcanzaba Peter Smythe.

    Vamos a cabalgar? Pregunt el muchacho. Duranteel da?

    S, muchacho. Eso o uno delos guerreros de Maharero adornarsu choza con tus intestinos. Enmarcha. Solo estamos a poco ms

  • de kilmetro y medio de ellos y nos durante cunto tiempo soportanel calor los caballos.

    Ryder era consciente de que sino hubiese encontrado agua lanoche anterior, los herero se lesecharan encima ahora como unajaura de perros salvajes. Solo unade sus cantimploras estaba llenacuando pas una de sus largaspiernas por encima del ancho lomodel caballo. Salieron del uadi y loscinco hombres giraron cuandodejaron la sombra de la depresin y

  • sintieron el sol que les quemaba lanuca.

    Durante los primeroskilmetros, H. A. los hizo avanzar aun trote constante que les permitaganar un kilmetro y medio porcada cinco del impi herero. El solachicharraba la tierra y secaba elsudor en el instante en que brotabade sus poros. Con la proteccin desu amplio sombrero, H. A. tena quecabalgar con los ojos entrecerradosal mximo para protegerlos delcegador reflejo de las dunas.

  • Descansar bajo un toldocuando el Kalahari se converta enun horno ya era bastante malo, perointentar cruzar la vaca extensinbajo el brutal castigo era la cosams dura que H. A. haba hecho entoda su vida. El calor y la luz eranenloquecedores, como si lehirviesen los sesos. El ocasionalsorbo de agua haca poco ms queescaldarle la garganta y recordarlesu terrible sed.

    El tiempo perdi susignificado y Ryder necesit de

  • toda su concentracin para recordarque deba consultar la brjula paraguiarlos siempre hacia el oeste.Con tan pocas marcas terrestrespara guiarse, la navegacin era msadivinanza que ciencia, perocontinuaron porque no tenanalternativa.

    El viento, como el sol, era suconstante compaero. H. A. habacalculado que no estaban a ms detreinta kilmetros del Atlntico Sury haba esperado que una brisa delocano los golpease de frente, pero

  • el viento continuaba soplandodesde atrs, y los empujabaconstantemente. Ryder rez paraque su brjula funcionase bien yque la aguja que deba guiarloshacia el oeste no estuviese dealguna manera llevndolos msprofundamente hacia el terribleinterior del desierto ardiente. Lamiraba constantemente, y agradecique los hombres se hubiesendesperdigado un tanto y nadie vierala consternacin en su rostro. Elviento aument, y cuando mir atrs

  • para observar la marcha de suscompaeros vio que habandesaparecido tras las cimas de lasdunas. Largas nubes de arenavolaban de cresta en cresta. Laarena le pinchaba la piel y hacaque le lloraran los ojos. Eso no legustaba en absoluto. Se dirigan enla direccin correcta, pero el vientono. Si los sorprenda una tormentade arena sin la adecuadaproteccin, haba muy pocasposibilidades de que sobreviviesen.

    Debati si deba ordenar un

  • alto para construir un refugio,valor las probabilidades de quelos alcanzase una gran tormenta, suproximidad a la costa, y elenfurecido ejrcito que no sedetendra hasta que el ltimohombre de su grupo hubiese muerto.Faltaba una hora para la puesta desol. Le volvi la espalda al viento ygui el caballo hacia delante. Apesar del tambaleante paso, elanimal segua siendo ms rpidoque un hombre a pie.

    Con una rapidez que dej

  • desconcertado a H. A. lleg a loalto de otra duna y vio que sehaban acabado. Debajo seextendan las aguas gris pizarra delAtlntico Sur y por primera vezoli la sal y el yodo en el aire. Lasolas se convertan en espumablanca cuando descargaban sobre laancha playa.

    Se baj del caballo, con laspiernas y la espalda doloridas dellargo viaje. No tena fuerzas paragritar de alegra as que permanecien silencio, con el fantasma de una

  • sonrisa en la comisura de los labiosmientras el sol se hunda en lasfras y oscuras aguas.

    Qu pasa, H. A.? Por qute has detenido? grit TimWatermen cuando an estaba veintemetros por detrs y comenzaba asubir la ultima duna.

    Ryder mir a la figuratambaleante y vio que el hermanode Tim no estaba mucho ms lejos.Algo ms all, el joven Smythe sesujetaba a la cola de su caballo,mientras el animal segua la huella

  • marcada por los dems. Jon Varleyno estaba todava a la vista.

    Lo hemos conseguido.Fue todo lo que tuvo que decir.

    Tim clav las espuelas a su caballopara cubrir el ltimo tramo ycuando vio el ocano solt un gritode triunfo. Se inclin desde lamontura y apret el hombro de H.A.

    Nunca dud de ti ni por unsegundo, Ryder. Ni por un malditosegundo.

    H. A. se permiti una

  • carcajada.Tendras que haberlo hecho.

    Yo s que lo hice.Los dems se reunieron con

    ellos al cabo de diez minutos.Varley tena el peor aspecto detodos y H. A. sospech que en lugarde racionar el agua, Jon se hababebido la mayor parte por lamaana.

    As que hemos llegado alocano gru Varley sobre elaullido del viento. Y ahora qu?Todava hay un grupo de salvajes

  • que nos siguen y, por si no te hasdado cuenta, eso no podemosbeberlo. Seal con un dedotembloroso al ocano.

    H. A. no hizo caso de su tono.Sac del bolsillo su reloj Baumgarty lo inclin hacia el sol ponientepara leer el dial.

    Hay una duna a unos doskilmetros playa arriba. Tenemosque estar en la cumbre en una hora.

    Qu pasar en una hora? pregunt Peten.

    Veremos si soy el

  • navegador que creis que soy.La duna era la ms alta a la

    vista; se alzaba ms de setentametros por encima de la playa. Enla cresta, el viento era un brutal yconstante peso que haca moverse alos caballos en crculos. El aireestaba lleno de polvo y, cuanto mstiempo estaban en lo alto, msespesa pareca ser la polvareda.Ryder hizo que los hermanosWatermen y Jon Varley miraran laplaya en direccin norte mientrasque l y Peter vigilaban en

  • direccin al sur.El sol ya estaba bajo cuando

    dieron las siete, e incluso habanpasado, segn el reloj de bolsillode H. A. Ya tendran que habervisto una seal. Un peso como deplomo se pos en su estmago.Haba sido pedir demasiado cruzarcentenares de kilmetros dedesierto y creer que poda llegar aunos pocos kilmetros de un puntodeterminado de la costa. Podanencontrarse a cien kilmetros o msdel lugar de la cita.

  • All! grit Petersealando con un dedo.

    H. A. forz la mirada en laoscuridad. Una diminuta bola rojaincandescente pareca flotar cercade la playa, en una parte alejada dela costa. Permaneci a la vista pocoms de un segundo y desapareci denuevo.

    Un hombre de pie, al nivel delmar, puede ver aproximadamentecinco kilmetros antes de que lacurvatura de la tierra impida suvisin. Al subir a la duna, H. A.

  • haba aumentado el campo devisin a treinta kilmetros en cadadireccin. Si aada la altura a laque haba subido la bengala,calcul que el punto de encuentroestaba a unos treinta kilmetroscosta abajo. Haba cruzado lasdesiertas extensiones hasta llegar ala vista de su objetivo, una notableproeza de navegacin.

    Los hombres llevabandespiertos cuarenta y ocho horas,pero el pensar que sus penuriasestaban a punto de concluir, con el

  • rescate de un rey como recompensa,les dio fuerzas para recorrer laltima etapa. Los acantiladosprotegan la ancha playa de la cadavez ms fuerte tormenta de arena,pero el polvo estaba enturbiandolas aguas a lo largo de la rompientemientras la arena se posaba en elocano. Las una vez blancas crestastenan ahora el color marrn delfango, y pareca como si el mar semoviese ms lentamente bajo elpeso de las toneladas de arena quereciba.

  • A medianoche vieron las lucesde un pequeo barco anclado a uncentenar de metros de la orilla. Elbarco, un pequeo navo decabotaje de unos setenta metros deeslora, tena casco de acero ycalderas de carbn. Lasuperestructura estaba muy a popa,con una nica chimenea muy alta,mientras que la parte delantera delcasco la ocupaban cuatro bodegas,servidas por un par de plumas. Laarena azotaba al barco y H. A. nosaba si tena las calderas

  • encendidas. La luna estaba casitoda oculta por la tormenta, as queno poda estar seguro de si salahumo por la chimenea.

    Cuando llegaron delante delvapor, H. A. sac una pequeabengala de la alforja, el nicoobjeto, aparte de los diamantes, quese haba negado a dejar atrs.Encendi la bengala y la agit porencima de la cabeza, gritando atodo pulmn para hacerse escuchara travs del viento. Los hombres sele unieron, gritaron y aullaron,

  • sabiendo que al cabo de unos pocosminutos estaran a salvo.

    Se encendi un reflectormontado en el puente y su rayocort los remolinos de arena hastaposarse en el grupo de la playa, quebailaba entre su resplandormientras los caballos se apartaban.Un momento ms tarde bajaron unachalupa, y un par de hombres quemanejaban los remos con la rpidapericia de los profesionalescubrieron la distancia hasta la playaen momentos. Una tercera figura

  • estaba sentada a popa. Los hombrescorrieron a meterse en el agua pararecibir a la embarcacin en cuantola quilla cort la arena poco antesde la rompiente.

    Eres t, H. A.? grit unavoz.

    Ms te vale que lo sea,Charlie.

    Charles Turnbaugh, primeroficial del SS Rove, salt de lachalupa y permaneci sumergidohasta las rodillas en la rompiente.

    Esta es la historia ms

  • fantstica que me han contado o enrealidad lo has conseguido?

    H. A. levant una de lasalforjas. La sacudi, pero el vientoera demasiado fuerte como para quenadie escuchase el entrechocar delas piedras en el interior.

    Digamos que he conseguidoque tu viaje valga la pena. Cuntotiempo llevis esperndonos?

    Llegamos aqu hace cincodas y hemos estando disparandouna bengala cada noche a las siete,como nos pediste.

  • Controla el cronmetro detu barco. Atrasa un minuto. Enlugar de ocuparse de laspresentaciones, H. A. aadi:Escucha, Charlie, hay detrs denosotros unos cien guerrerosherero, y cuanto antes abandonemosla playa y desaparezcamos en elhorizonte, ms feliz me sentir.

    Charlie comenz a llevar a loshombres exhaustos a la chalupa.

    Podemos sacarte de laplaya, pero no ms all delhorizonte durante algn tiempo.

  • Ryder puso una mano sobre lasucia chaqueta de su uniforme.

    Qu pasa?Estamos varados desde que

    baj la marea. Los bajos y losbancos de arena a lo largo de lacosta cambian mucho. Cuandollegue la marea alta flotaremoslibremente. No te preocupes.

    Ah, una cosa dijo Ryder,antes de subir a la embarcacin.Tienes una pistola?

    Qu? Por qu?H. A. mir por encima del

  • hombro hacia donde los caballos seapiaban, cada vez msaterrorizados a medida quearreciaba la tormenta.

    Creo que el capitn tieneuna aadi Charlie.

    Te estara agradecido si sela pidieses prestada para m.

    Solo son caballos protest Varley, acurrucado en lachalupa.

    Que se merecen algo mejorque morir en esta playa abandonadadespus de lo que hicieron por

  • nosotros.Te la traer prometi

    Charlie.H. A. ayud a empujar la

    chalupa hasta que flot y esper conlos caballos; les habl suavementey les frot las cabezas y los cuellos.Charlie regres quince minutos mstarde y le entreg silenciosamenteel arma. Un minuto ms tarde, H. A.embarc lentamente en la chalupa ypermaneci inmvil mientras lollevaban hasta el carguero.

    Encontr a sus hombres en el

  • comedor devorando comida ybebiendo tanta agua como parahacer que cada uno de ellospareciese un poco verde. H. A.bebi a sorbos, para permitir que sucuerpo se acomodase. El capitnJames Kirby entr en la pequeahabitacin con Charlie y el jefe demquinas en el momento en que H.A. tomaba su primer bocado deestofado del comedor de oficiales.

    H. A. Ryder, tienes msvidas que un gato exclam elcapitn. Era un hombre grande

  • como un oso, con abundantescabellos oscuros y una barba que lellegaba a la mitad del pecho. Sihubiese sido cualquier otro y no tquien me hubiese hecho unapropuesta tan loca le hubiese dichoque se largase con viento fresco.

    Los dos hombres se dieron lamano cordialmente.

    Con lo que me cobras sabaque me estaras esperando hasta quese congelase el infierno.

    Ya que hablamos deprecios... Una de las gruesas

  • cejas de Kirby se alz hasta lamitad de su frente.

    Ryder dej la alforja en elsuelo y con gran ceremoniadesabroch las hebillas, alargandoel momento hasta que pudosaborear la codicia de latripulacin. Levant la solapa,busc en el contenido de la alforjahasta encontrar una piedra queconsider apropiada, y la pusosobre la mesa. Se escuch unaexclamacin colectiva. Lailuminacin del comedor proceda

  • de un par de faroles colgados deltecho con ganchos, pero captaron elfuego del diamante y lodesparramaron alrededor; parecacomo si todos estuviesen dentro deun arco iris.

    Esto debe bastar parapagarte tus servicios manifestH. A.

    Sobra un poco de calderillasusurr el capitn Kirby, y tocla piedra por primera vez.

    Una mano spera despert a H.

  • A. a las seis de la maana siguiente.Intent no hacerle caso y se volvien la litera que estaba usandomientras Charlie estaba de guardia.

    H. A., maldita sea.Levntate.

    Qu pasa?Tenemos un problema.La gravedad en la voz de

    Charlie despert a Ryder alinstante. Se levant de la litera ybusc sus prendas. El polvo cayde la tela mientras se pona elpantaln y la camisa.

  • De qu se trata?Tendrs que verlo para

    creerlo.Ryder era consciente de que la

    tormenta continuaba soplando msfuerte que nunca. El viento aullabasobre el barco como un animal queintenta abrirse paso con las garrasmientras rachas todava ms fuertessacudan la nave de proa a popa.Charlie lo llev al puente. Una luzamarillenta se filtraba a travs delos cristales y era casi imposiblever la proa del navo, que solo

  • estaba a cincuenta metros dedistancia. H. A. vio el problema deinmediato. La tormenta habadescargado tanta arena sobre lacubierta del carguero que el peso lomantena sujeto contra el fondo apesar de la marea alta. Adems, siantes haban tenido cien metros deagua entre ellos y la playa, ahoraseparaban el barco de la orillamenos de quince.

    El Kalahari y el Atlnticoestaban enzarzados en su eternalucha por el territorio, una pelea

  • entre la accin erosiva de las olascontra el impresionante volumen dearena que el desierto poda verteren el agua. Llevaban luchando eluno contra el otro desde el albor delos tiempos, cambiandoconstantemente la lnea de la costaa medida que la arena encontrabadebilidades en el constante azote delas corrientes y las mareas yluchaba para extender el desierto unpalmo, un metro o un kilmetro. Ylo haca sin la menor preocupacinpor el barco atrapado en la pugna.

  • Necesito todas las manosdisponibles para que comiencen amanejar la pala manifest Kirbycon un tono sombro. Si latormenta no cede, este barco seencontrar varado en tierra firmepara medianoche.

    Charlie y Ryder despertaron asus respectivas tripulaciones yutilizaron las palas de la sala demquinas, las ollas y sartenes de lacocina, hasta una tina del bao delcapitn y salieron a enfrentarse a latormenta. Con pauelos que les

  • cubran las bocas y el viento tanfuerte que era imposible hablar,arrojaron montaas de arena de lacubierta al agua. Luchaban contra latempestad, maldiciendo porquecada palada que lanzaban por laborda solo pareca volver parafustigarles los rostros.

    Era como intentar contener lamarea. Consiguieron despejar lasescotillas de una de las bodegas,pero se encontraron con que lacantidad de arena acumulada sobrelas otras tres se haba duplicado.

  • Los cinco aventureros y los veintetripulantes del barco no eran rivalespara la tormenta que haba viajadoa travs de miles de kilmetroscuadrados de arena ardiente. Lavisibilidad era casi nula, as quelos hombres trabajaban a ciegas,con los ojos fuertemente cerradospara protegerse de la arena queatacaba al barco desde todos lospuntos de la brjula.

    Despus de una hora defrentico trabajo, H. A. fue a buscara Charlie.

  • Es intil. Tendremos queesperar y confiar en que la tormentaamaine. Incluso con los labioscasi rozando la oreja de Charlie,Ryder tuvo que repetirse tres vecespara ser escuchado por encima delaullido del viento.

    Tienes razn gritCharlie en respuesta, y juntosfueron a llamar a los hombres.

    Las tripulaciones volvierontambaleantes al interior de lasuperestructura; de sus ropas sedesprendan cascadas de arena con

  • cada paso. H. A. y Jon Varleyfueron los ltimos en cruzar laescotilla, H. A. llevado por eldeber de asegurarse que todosestaban bien, y Varley porque tenala astucia de las ratas de noentregarse cuando estaba seguro dela recompensa. Era difcil hacerseescuchar incluso dentro del pasillo.

    Jess bendito, por favor queesto acabe rez Peter, que casilloraba de miedo al ver la fuerza dela naturaleza descargada contraellos.

  • Estamos todos? preguntCharlie.

    Eso creo. H. A. se apoycontra un mamparo. Los hascontado?

    Charlie comenz a contar a sugente cuando se escuch un fuertegolpe en la escotilla.

    Santo Dios, todava haygente ah afuera grit alguien.

    Varley era quien estaba mscerca de la escotilla y abri loscierres. El viento estrell la puertacontra los topes cuando la tormenta

  • entr en el barco y arranc lapintura de los mamparos con elroce de la arena. Al parecer nohaba nadie afuera. Deba tratarsede algn trozo suelto de equipo quehaba golpeado.

    Varley se lanz hacia delantepara cerrar la puerta, y casi lohaba conseguido cuando unabrillante hoja plateada asom unpalmo por su espalda. La sangregoteaba de la punta de la lanza, ycuando fue arrancada de la brutalherida la sangre roci a la atnita

  • tripulacin. Jon gir en el aire altiempo que se desplomaba sobre lacubierta, y su boca se movi sinemitir sonidos mientras la camisase tea de rojo. Un demonio negrovestido solo con plumas y untaparrabos pas sobre Varley conuna lanza en las manos. Detrs de lms siluetas estaban preparadaspara la carga; sus gritos de guerrarivalizaban incluso contra el fragorde la tormenta.

    Hereros susurr H. A.con resignacin mientras la oleada

  • de guerreros entraba en el barco.

    La tormenta era un engendrode la naturaleza, un fenmeno quesucede una vez cada cien aos, quesopl durante una semana y cambipara siempre la costa del sudoestede frica. Enormes dunas habanquedado arrasadas mientras habancrecido otras mucho ms altas. Alldonde una vez haba habido bahas,ahora grandes pennsulas de arenaentraban en las fras aguas delAtlntico Sur. El continente haba

  • crecido diez kilmetros en algunoslugares, quince en otros, mientras elKalahari ganaba una de sus batallascontra su archienemigo. Tendranque rehacer el mapa a lo largo decentenares de kilmetros, siempreque alguien estuviese interesado entrazar un mapa de esta costaabandonada. Todos los marinerossaban muy bien que debanmantenerse lejos de este traicionerocampo de batalla.

    El informe oficial dio comodesaparecidos en el mar al barco y

  • a todos los que iban a bordo, algoque no estaba muy lejos de laverdad. Aunque no yacan bajocentenares de metros de agua, sinobajo la misma cantidad de arenablanca, casi doce kilmetros tierraadentro de donde las heladas olasde la corriente de Benguela golpeanla Costa de los Esqueletos.

  • 2

    Laboratorios deMerrick/Singer, Ginebra,

    en la actualidad

    Susan Donleavy estabaencorvada como un buitre sobre elocular de su microscopio y mirabala accin que se desarrollaba en laplatina como si fuese una diosa dela mitologa a la que entretienen losmortales. En cierto sentido lo era,

  • porque lo que haba en la platinaera algo de su propia creacin, unorganismo al que ella habainsuflado vida, de la misma maneraque los dioses haban hecho alhombre de barro.

    Permaneci inmvil durantecasi una hora, hechizada con lo queestaba viendo, asombrada de quelos resultados fuesen tan positivosal principio de su trabajo. Contratodos los principios cientficospero confiada en su instinto, SusanDonleavy sac la platina del

  • microscopio y la dej a su lado enla mesa de trabajo. Cruz lahabitacin hasta un frigorficoindustrial que estaba junto a una delas paredes y sac una de las variasgarrafas de agua de cinco litrosmantenidas exactamente a unatemperatura de veinte gradoscentgrados.

    El agua llevaba almacenadamenos de un da, porque la traan enavin al laboratorio inmediatamentedespus de haber sido recogida. Lanecesidad de contar con muestras

  • de agua fresca era uno de losprincipales gastos de suexperimento; casi tan costoso comola detallada secuencia gentica desus sujetos.

    Abri la garrafa y oli la saldel agua de mar. Hundi una pipetaen el lquido y sac una pequeacantidad, que despus transfiri auna platina. Una vez que la tuvodebajo del microscopio, observ elreino de lo infinitamente minsculo.La muestra bulla de vida. En unospocos mililitros de agua haba una

  • ingente cantidad de zooplancton ydiatomos, criaturas unicelulares queformaban el primer eslabn de lacadena alimentaria de todo elocano.

    Los animales y plantasmicroscpicas eran similares a lasque haba estado observando antes,solo que estas no haban sidomodificadas genticamente.

    Satisfecha porque la muestrade agua no se haba degradado conel transporte, verti un poco en unaredoma. La sostuvo por encima de

  • la cabeza, y vio algunos de losdiatomos en el resplandor de lostubos fluorescentes. Susan estabatan concentrada en su trabajo que noescuch que se abra la puerta dellaboratorio; dado que era muytarde, no esperaba que nadieviniese a interrumpirla.

    Qu tiene all? La voz lasobresalt y casi dej caer laredoma.

    Oh, doctor Merrick. No mehaba dado cuenta de que estabaaqu.

  • Se lo he dicho, como se lohe dicho a todos en la compaa:por favor, llmeme Geoff.

    Susan frunci el entrecejoligeramente. Geoffrey Merrick enrealidad no era mala persona, perole desagradaba su amabilidad,como si sus miles de millones notuvieran nada que ver en cmo lotrataban, especialmente loslicenciados en prcticas quetodava estaban trabajando paraconseguir sus doctorados. Tenacincuenta y un aos, pero se

  • mantena en forma esquiandodurante casi todo el ao; cuando elverano llegaba a los Alpes suizosse iba a los Andes. Tambin era unpoco vanidoso con su apariencia,pero la piel se vea un poco tensadespus de un estiramiento. Aunqueera doctor en qumica, Merrickhaba abandonado haca mucho eltrabajo de laboratorio y dedicabasu tiempo a supervisar la compaade investigacin que llevaba sunombre y el de su ex socio.

    Es este aquel proyecto

  • sobre sustancias floculentas que susupervisor me mostr hace unosmeses? pregunt Merrick, quecogi la redoma de la mano deSusan y la observ.

    Incapaz de mentirle para quese fuera, Susan respondi:

    S, doctor, perdn, Geoff.Me pareci una idea

    interesante cuando me lapresentaron, aunque no tengo ni lams mnima idea de para qu sepodra utilizar coment Merrick,y le devolvi la redoma. Pero

  • supongo que es eso lo que hacemosaqu. Perseguimos nuestroscaprichos y vemos adonde nosllevan. Qu tal va el proyecto?

    Creo que bien dijo Susan,un tanto inquieta porque, por muyagradable que fuese, Merrick laintimidaba. Aunque, si deba sersincera consigo misma, la mayorade las personas la intimidaban,desde su jefe hasta las ancianas quele alquilaban su apartamento,pasando por el camarero del cafdonde tomaba el desayuno.

  • Estaba a punto de intentar unexperimento nada cientfico.

    Bien, lo miraremos juntos.Por favor, contine.

    Las manos de Susancomenzaron a temblar, as que dejla redoma en un soporte. Busc laprimera platina, la que contena elfitoplancton manipulado, y recogila muestra con una pipeta limpia.Luego verti cuidadosamente elcontenido en la redoma.

    No recuerdo los detalles delo que est haciendo dijo

  • Merrick, junto a su hombro. Qudebemos estar viendo?

    Susan se apart para ocultar elhecho de que la incomodaba suproximidad.

    Como usted sabe, losdiatomos como los de estefitoplancton tienen una paredcelular de silicio. Lo que he hechoaqu es... bueno, lo que estoyintentando hacer, es encontrar lamanera de disolver esa membrana yaumentar la densidad de la cluladentro de la vacuola. Mis

  • especmenes modificados deberanatacar los diatomos inalterados enel agua y entonces entrar en unproceso de rplica acelerada, y silas cosas salen bien... Su voz seapag cuando fue a coger la redomauna vez ms. Desliz la mano en unguante aislante para tocar elrecipiente de vidrio. Lo inclin,pero en lugar de volcarserpidamente, el agua se movi porlas paredes de la vasija con laviscosidad del aceite de cocina.Coloc la redoma en posicin

  • normal antes de que gotease sobrela mesa del laboratorio.

    Merrick aplaudi encantado,como un nio ante un truco demagia.

    Ha convertido el agua enalgo parecido a un muclago.

    Algo as. Los diatomos sehan unido entre ellos de forma quepueden capturar el agua dentro de lamatriz. El agua todava est all,solo que en suspensin.

    Que me aspen. Bien hecho,Susan, bien hecho.

  • No es un xito total admiti Donleavy. La reaccin esexotrmica. Genera calor.Alrededor de cincuenta gradoscentgrados en condiciones ptimas.Por eso necesito este guante grueso.El gel se deshace solo despus deveinticuatro horas, a medida quemueren los diatomos modificados.No conozco el proceso posterior ala reaccin. Desde luego esqumico, pero no s cmodetenerlo.

    As y todo, creo que ha

  • tenido un tremendo comienzo.Dgame, tiene alguna idea de loque podemos hacer con estainvencin? La idea de convertir elagua en muclago no es algo que sele haya ocurrido as, por las buenas.Cuando Dan Singer y yocomenzamos a trabajar con materiasorgnicas para capturar sulfurocreamos que podra teneraplicaciones en las centraleselctricas para reducir lasemisiones. Tiene que haber algodetrs de su proyecto.

  • Susan parpade, pero deba dehaber sabido que Geoffrey Merrickno haba llegado a donde estaba sinun agudo sentido de la oportunidad.

    Tiene razn admiti.Creo que tal vez se podra utilizarpara estabilizar las piletas dentrode las minas, en las plantas detratamiento de agua y quiz inclusopara impedir que los vertidos depetrleo se extiendan.

    As es. Recuerdo de suexpediente personal que usted es deAlaska.

  • S, de Seward, Alaska.Usted deba de ser una

    adolescente cuando el ExxonValdez choc contra un arrecife yprovoc un vertido en PrinceWilliam Sound. Eso debi tener ungran impacto en usted y en sufamilia. Tuvo que haber sido duro.

    En realidad no. Susan seencogi de hombros. Mis padrestenan un pequeo hotel y, con lagente de los equipos de limpieza,les fue bastante bien. Pero tena unmontn de amigos cuyos padres lo

  • perdieron todo. Los padres de mimejor amiga incluso se divorciaroncomo consecuencia del vertidoporque l perdi el empleo en laplanta envasadora.

    Entonces esta investigacines algo personal para usted.

    Susan se molest ante el tonoligeramente condescendiente.

    Creo que es personal paracualquiera que se preocupe por elentorno.

    Ya sabe a lo que me refierodijo Geoffrey con una sonrisa.

  • Usted es como el investigador delcncer que perdi a un padre por laleucemia, o el tipo que se hacebombero porque su casa seincendi cuando era un chiquillo.Est luchando contra un demonio desu niez. Cuando ella no replic,Merrick lo interpret como queestaba en lo cierto. No hay nadamalo con la venganza comomotivacin, Susan; la venganzacontra el cncer, un incendio, o unapesadilla ecolgica. Le mantienemucho ms implicada en su trabajo

  • que hacindolo solo por un salario.La aplaudo por ello y por lo que hevisto aqu esta noche, creo que estusted en el camino correcto.

    Gracias dijo Susantmidamente. Todava hay muchotrabajo que hacer. Quiz aos. Nolo s. Una pequea muestra en untubo de ensayo dista mucho decontener un vertido de petrleo.

    Siga sus ideas hasta el final,es todo lo que puedo decir. Vayahasta donde la lleven, y durantetodo el tiempo que haga falta. En

  • alguien que no hubiera sidoGeoffrey Merrick esto habrasonado a falso, pero l lo dijo consinceridad y conviccin.

    Susan le devolvi la miradapor primera vez desde que l habaentrado en el laboratorio.

    Gracias..., Geoff. Esosignifica mucho para m.

    Quin sabe. Despus depatentar nuestros limpiadores desulfuro, me convert en un pariapara el movimiento ecologistaporque afirmaban que nuestro

  • descubrimiento no haca losuficiente contra la contaminacin.Quiz usted pueda finalmente salvarmi reputacin. Se march con unasonrisa.

    Despus de que se hubomarchado, Susan volvi a susredomas y tubos de ensayo. Con losguantes protectores cogi la redomallena con los diatomos modificadosgenticamente y la volvi ainclinar. Haban pasado diezminutos desde la vez anterior yahora la muestra de agua se pegaba

  • en el fondo del recipiente como sifuese cola; solo despus de poner laredoma caliente boca abajocomenz a deslizarse, tanlentamente como la melazacongelada.

    Susan pens en las nutrias ypjaros marinos moribundos yredobl su trabajo.

  • 3

    Ro Congo, al sur de Matadi

    La selva acabara por tragarsela plantacin abandonada y elmuelle de madera de cien metros delongitud construido a lo largo delro. La casa principal, doskilmetros tierra adentro, ya habasucumbido a los efectos de lapodredumbre y el avance de lavegetacin, y solo era una cuestin

  • de tiempo antes de que el muellefuese arrastrado y el almacn demetal se hundiese. El techo secombaba como un acorden, y supiel corrugada estaba manchada conxido y restos de pintura. Era unlugar solitario y poblado defantasmas que ni siquiera el suaveresplandor lechoso de la luna podaanimar.

    Un gran carguero estaba cercadel muelle, empequeeciendoincluso el gigantesco almacn. Conla proa apuntada corriente abajo y

  • las mquinas en marcha atrs, elagua debajo de la bovedilla hervamientras luchaba contra la corrientepara mantenerse en posicin, tareabastante difcil entre las visiblescontracorrientes y remolinos delCongo.

    Con un walkie-talkie cerca delos labios, y moviendo el otro brazoteatralmente, el capitn recorra elala de estribor del puente y gritabaal timonel y al maquinista para quehicieran las correcciones. Losaceleradores se movan en

  • pequeos incrementos paramantener al barco de doscientosmetros de eslora exactamente dondel quera.

    Un grupo de hombres vestidoscon ropas de combate oscurasesperaban en el muelle yobservaban la operacin. Todosmenos uno llevaban un fusil deasalto. El que no llevaba un armalarga tena una gran pistolera atadaa la cadera. Se golpeaba la parteinterior de la pierna con una fustade cuero y a pesar de la oscuridad

  • llevaba gafas de espejo.El capitn del barco era un

    gigantn negro con una gorra depescador griego en la cabezaafeitada. Los msculos del pecho ylos brazos tensaban la camisablanca del uniforme. Haba otrohombre con l en el puente: un pocoms bajo y con menos msculos,pero con una presencia msimponente que la del capitn.Exudaba autoridad de sus ojosalertas y la manera felina con la quese mova. Con el puente a tres pisos

  • por encima del muelle no habaposibilidad de que alguienescuchase la conversacin deambos. El capitn se acod junto asu compaero, que haba estadoobservando a las tropas armadasms que prestando atencin a lacomplicada maniobra.

    Al parecer nuestro rebeldeha salido directamente de laagencia de actores, no es as,director?

    Hasta la fusta y las gafas admiti el director ejecutivo. Por

  • supuesto, tampoco nosotros nosquedamos atrs ofrecindoles loque esperan ver, capitn Lincoln.Ha tenido una muy buena actuacincon el walkie-talkie.

    Linc mir el aparato quesostena en su manaza. El pequeoartefacto ni siquiera tena pilas. Seri suavemente. Como la mayorade los miembros afroamericanos dela tripulacin, Lincoln haba sidollamado por el verdadero capitndel barco, Juan Cabrillo, para laoperacin en curso. Cabrillo saba

  • que el representante enviado porSamuel Makambo, el lder delEjrcito Revolucionario del Congo,se sentira mucho ms cmodo sitrataba con un hombre con quiencomparta color de piel.

    Linc mir de nuevo por encimade la borda, satisfecho al ver que elgran carguero se mantena enposicin.

    Muy bien grit en lanoche. Lanzad las amarras deproa y popa.

    Los tripulantes a proa y popa

  • bajaron las gruesas maromas atravs de los escobenes. A un gestode su comandante, dos de losrebeldes se colgaron las armas alhombro y ataron las maromas en losnorays oxidados. Los molinetestensaron los amarres y el grancarguero se apoy suavemente enlos viejos neumticos colgados atodo lo largo del muelle comoparachoques. El agua continuborboteando en la popa del barcomientras se mantena la marchaatrs para luchar contra la

  • corriente. Sin ella, el barco hubiesearrancado los bolardos de lamadera podrida y hubiese derivadocorriente abajo.

    Cabrillo tard solo unmomento en comprobar los puestosdel carguero, la posicin, lacorriente, el viento, el timn y lapotencia con una ojeada.Satisfecho, le hizo un gesto a Linc.

    Vayamos a hacer un trato.Los dos entraron en el puente.

    La habitacin estaba iluminada conun par de luces nocturnas rojas, que

  • le daban un aspecto infernal yresaltaban su estado ruinoso. Lossuelos estaban cubiertos de unlinleo sin lavar, agrietado ydespegado en los rincones. Loscristales de las ventanas estabancubiertos de polvo por la parte dedentro mientras que por el exteriorestaban salpicados de una costrasalina. Los marcos eran elcementerio de toda clase deinsectos. Una de las agujas delsucio telgrafo de latn se habaroto haca mucho tiempo, y a la

  • rueda le faltaban varios rayos. Elbarco llevaba muy pocos equiposde navegacin modernos y la radioen la casilla detrs del puenteapenas si tena un alcance de unadocena de millas.

    Cabrillo le hizo un gesto altimonel, un chino de cuarenta ytantos aos, que dirigi al directoruna sonrisa sardnica. Cabrillo yFranklin Lincoln descendieron poruna serie de escalerillasalumbradas a tramos por unasbombillas de baja potencia con

  • soportes de alambres. Muy prontollegaron a la cubierta principaldonde esperaba otro miembro de latripulacin.

    Preparado para ser eljoyero de la selva, Max? losalud Juan.

    A sus sesenta y cuatro aos,Max Hanley era el segundomiembro de ms edad de latripulacin, aunque solo comenzabaa mostrar las seales de la edad.Sus cabellos haban retrocedido auna franja rubia alrededor de su

  • crneo y la cintura haba engordadoun poco. Pero poda manejarse muybien en una pelea y haba estadojunto a Cabrillo desde el da queJuan haba puesto en marcha lacorporacin, propietaria yoperadora del carguero. La suya erauna sincera amistad de respetomutuo ganado entre losinnumerables peligros que habanenfrentado y superado.

    Hanley levant un maletn dela ruinosa cubierta.

    Ya sabes lo que dicen: Los

  • diamantes son el mejor amigo delmercenario.

    Nunca les escuch decir esoobserv Linc.

    Pues lo hacen.El acuerdo llevaba un mes de

    vigencia a travs de innumerablesatajos y varios encuentrosclandestinos. Era bastante sencillo:a cambio de un cuarto de libra dediamantes en bruto, la corporacindaba al Ejrcito Revolucionario delCongo dirigido por SamuelMakambo quinientos fusiles de

  • asalto, doscientas granadasautopropulsadas, cincuentalanzagranadas, y cincuenta milproyectiles de calibre 7.62, lamunicin utilizada por el Pacto deVarsovia. Makambo no habapreguntado dnde haba conseguidotanto equipo militar la tripulacindel carguero, y Cabrillo no querasaber cmo el lder rebelde habaobtenido tantos diamantes. Aunquesi venan de esta parte del mundo,estaba seguro que eran diamantesde sangre, extrados por los

  • esclavos para financiar larevolucin.

    Ahora que poda reclutarchicos de trece aos para suejrcito, Makambo necesitaba msarmas que soldados, as que estecargamento daba garantas a suproyecto de derrocar al dbilgobierno, ahora bastante msfactible.

    Un tripulante baj la pasarelahasta el muelle y Linc precedi aCabrillo y Hanley en la bajada. Elsolitario oficial rebelde se separ

  • de sus tropas y se acerc a FranklinLincoln. Dedic a Linc unimpecable saludo militar, que Lincdevolvi con un gesto informaltocndose la visera de su gorra depescador.

    Capitn Lincoln, soy elcoronel Raif Abala, del EjrcitoRevolucionario del Congo. Abala hablaba ingls con unamezcla de acentos francs y nativo.Su voz era tona, sin ningn rastrode inflexin o humanidad. No sequit las gafas y continu

  • golpeando con la fusta la costura desus pantalones de camuflaje.

    Coronel dijo Linc,levantando los brazos mientras unayudante de campo con el rostropicado de viruelas lo cacheaba.

    Nuestro lder supremo, elgeneral Samuel Makambo, le envasus saludos y lamenta no podersaludarlo en persona.

    Makambo diriga lainsurreccin desde una base secretaen las profundidades de la selva.No se le haba visto desde que se

  • haba levantado en armas y habaconseguido rechazar todos losintentos de infiltrarse en su cuartelgeneral; incluso mat a diezsoldados infiltrados en el ejrcitorevolucionario con rdenes deasesinarlo. Como Bin Laden oAbimael Guzmn, el antiguo lderde Sendero Luminoso en Per, elaire de invencibilidad de Makambosolo le aada atractivo, a pesar dela sangre derramada de los milesque haban muerto en su intentorevolucionario.

  • Ha trado las armas. Pareca ms una afirmacin que unapregunta.

    Las ver en cuanto mi socioinspeccione las piedras. Lincolnseal hacia Max.

    Tal como habamosacordado dijo Abala. Venga.

    Haban instalado una mesa enel muelle con una lmparaalimentada por un generadorporttil. Abala pas una pierna porencima del respaldo de la silla, sesent, y dej la fusta sobre la mesa.

  • Delante haba una bolsa dearpillera con el nombre de unacompaa escrito en francs en unlado.

    Max se sent al lado opuestodel rebelde africano y se ocup conel contenido de su maletn. Sacuna balanza electrnica, unas pesaspara calibrarla, y un puado detubos de plstico graduados quecontenan un lquido transparente.Tambin tena libretas, lpices, yuna pequea calculadora. Unosguardias se colocaron detrs de

  • Abala, y otros detrs de MaxHanley. Otro par permaneca cercade Cabrillo y Linc para abatirlos ala menor indicacin del coronelrebelde. La perspectiva de laviolencia flotaba sobre el grupo yel aire hmedo de la noche estabacargado de tensin.

    Abala apoy una mano en labolsa. Mir a Linc.

    Capitn, creo que ahora esel momento de mostrar buena fe.Me gustara ver el contenedor quelleva mis armas.

  • Esto no era parte delacuerdo seal Linc, que dejque la preocupacin se insinuara ensu voz. El ayudante de Abala soltuna risita.

    Como dije continuoAbala, con un tono cargado deamenaza, es una muestra debuena fe. Un gesto de buenavoluntad por su parte. Apart lamano de la bolsa y levant un dedo.Otros veinte soldados emergieronde la oscuridad. Abala los despidiy ellos desaparecieron de nuevo en

  • la penumbra con la mismavelocidad con la que habanaparecido. Podran matar a sutripulacin y llevarse sin ms lasarmas. Esta es una muestra de mibuena voluntad.

    Sin otra alternativa, Linc sevolvi hacia el barco. Haba untripulante en la borda. Linc hizogirar la mano sobre su cabeza. Eltripulante le dedic un gesto, y unmomento ms tarde, un pequeomotor diesel se puso en marcha. Lapluma central de las tres que haba

  • en la seccin de proa del grancarguero se puso en marcha, losgruesos cables se deslizaron por lasoxidadas poleas mientraslevantaban un gran peso de labodega. Era el habitual contenedorde doce metros de longitud, tananodino como cualquiera de loscentenares de miles utilizados cadada en el comercio martimo. Lagra lo levant por encima de laescotilla y lo deposit en cubierta.Otros dos tripulantes abrieron laspuertas y entraron en el contenedor.

  • Gritaron una orden al encargado dela gra y levantaron el contenedorde nuevo por encima de la bordabalancendose a lo largo delcostado del barco. Lo bajaron hastaunos dos metros y medio de alturadel muelle. Los hombres en elcontenedor utilizaron linternas parailuminar la carga. Hileras de fusilesde asalto, de un negro aceitoso en laescasa luz, forraban las paredes.Los rayos de la linterna tambinalumbraron unos cajones verdeoscuro. Abrieron uno y un tripulante

  • se coloc un lanzagranadasdescargado en el hombro,mostrando el arma como un modeloen un desfile. Un par de lossoldados rebeldes ms jvenesaplaudieron. Incluso Raif Abala nopudo evitar que las comisuras de suboca apuntasen hacia arriba.

    Hasta aqu llega mi buena fedijo Lincoln despus de que losdos tripulantes hubiesen saltado almuelle y vuelto al barco.

    Sin decir ni una palabra,Abala vaci el contenido de la

  • bolsa sobre la mesa. Cortados ypulidos, los diamantes son los msgrandes refractores naturales,capaces de separar la luz blanca enel espectro del arco iris con talesdestellos y resplandor que los hahecho codiciados desde tiemposinmemoriales. Pero en su estadooriginal es difcil distinguirlos. Laspiedras no mostraban ningn brillo.Permanecan sobre la mesa, opacasmasas informes de cristal, lamayora moldeadas como un par depirmides de cuatro lados unidas

  • por la base, mientras otras no eranms que unos guijarros sin ningunaforma discernible. Su color ibadesde el blanco puro hasta elamarillo sucio; y si bien algunosparecan claros, haba muchosfacetados y rotos. Pero Max y Juanadvirtieron al instante que ningunoera ms pequeo de un quilate. Suvalor en los mercados de diamantesen Nueva York, Tel Aviv oAmsterdam era muy superior alcontenido del contenedor, pero erala naturaleza de este comercio,

  • Abala siempre poda conseguir msdiamantes. Eran las armas lo queresultaba difcil conseguir.

    Max instintivamente cogi lapiedra ms grande, un cristal de porlo menos diez quilates. Cortado ypulido a una piedra de cuatro ocinco quilates, valdra unoscuarenta mil dlares, segn lacalidad del color y la claridad. Loobserv a travs de una lente dejoyero y lo hizo girar ante la luz, laboca fruncida en una expresinagria. La dej a un lado sin

  • comentario, mir otra piedra yluego otra. Chist un par de vecescomo si estuviese desilusionadopor lo que estaba viendo, y luegosac unas gafas de leer del bolsillode la camisa. Despus deponrselas, dirigi a Abala unamirada de desilusin por encima deellas, abri una de las libretas, yescribi un par de lneas con unbolgrafo.

    Qu est escribiendo? pregunt Abala, de pronto insegurode s mismo ante la presencia

  • instruida de Max.Que estas piedras sirven

    mejor para pavimento que parajoyas respondi Max, con unavoz aguda a la que aadi un atrozacento holands. Abala casi selevant de un salto ante el insulto,pero Max lo calm con un gesto.Pero en una revisin preliminar,juzgo que son satisfactorios paranuestra transaccin.

    Sac un trozo de topacio planodel bolsillo del pantaln, con lasuperficie profundamente marcada.

  • Como usted sabe dijo conel tono de un maestro, losdiamantes son la sustancia ms durade la tierra. Para ser exactos, diezen la escala de dureza. El cuarzo,que es el nmero siete, a menudo seutiliza para engaar a los noiniciados y hacerles creer que estnhaciendo el negocio de su vida.

    Del mismo bolsillo sac untrozo de cristal octogonal. Conconsiderable fuerza rasc el cuarzosobre el trozo chato de topacio. Elborde se desliz sin dejar ni una

  • marca.Como puede ver, el topacio

    es ms duro que el cuarzo y por lotanto no se puede rayar. Es ocho enla escala. Luego cogi uno de losdiamantes pequeos y lo pas porel topacio. Con un chirrido que hizotemblar los dientes el borde de lagema abri un surco profundo en lapiedra semipreciosa azul. Asque aqu tenemos una piedra msdura que ocho.

    Un diamante dijo Abalarelamidamente.

  • Max suspir como si unalumno recalcitrante hubiesecometido un error. Le diverta hacerde gemlogo.

    O corindn, que es nueve enla escala. La nica manera deasegurar que este es un diamante esprobar su peso especfico. Aunque Abala haba negociado condiamantes muchas veces antes,saba muy poco de sus propiedades,aparte de su valor. Sin darse cuentaHanley le haba picado lacuriosidad y le haba hecho bajar la

  • guardia.Qu es el peso especfico?La relacin entre el peso de

    la piedra y el volumen de agua quedesplaza. Para un diamante esexactamente 3,52. Max jug conla balanza durante un momento, y lacalibr con un juego de pesas delatn que llevaba en una cajaforrada de terciopelo. Despus deponer la escala en cero coloc lapiedra ms grande en la bandeja.22,5 gramos. Once quilates ymedio. Abri uno de los tubos

  • graduados de plstico, ech lapiedra en el interior y anot en sulibreta cunta agua desplazaba lagema. Tecle los nmeros en lacalculadora y cuando vio elresultado mir severamente a RaifAbala.

    Abala abri mucho los ojosindignado y furioso. Sus soldadosestrecharon el cordn. Alguienapoy un arma en la espalda deJuan.

    Sin preocuparse de esta sbitamuestra de agresin, Max dej que

  • su rostro adoptase una expresinneutral y despus permiti que unasonrisa apareciese en su rostro.

    Tres cincuenta y dos. Este,caballeros, es un diamante deverdad.

    El coronel Abala volvi asentarse lentamente y todos losdedos que haban estado amilmetros de apretar los gatillos serelajaron. Juan hubiera matado aHanley por interpretar su papeldemasiado bien.

    Max prob otras ocho piedras

  • al azar y siempre los resultadosfueron los mismos.

    He mantenido mi parte delacuerdo dijo Abala. Un cuartode kilo de diamantes por las armas.

    Mientras Hanley continuabaprobando ms piedras, Linc llev aAbala hasta el contenedor abierto, eindic a un tripulante del cargueroque lo bajara hasta el muelle. Lospilones de madera que sostenan elmuelle crujieron bajo el peso.Cinco soldados rebeldes seacercaron. Alumbrados con una

  • linterna, Abala y sus hombrescogieron diez fusiles de distintosarmeros y un centenar de balas,utilizando un machete para cortar elenvoltorio de papel encerado. Conla precaucin de mantenerse cercade Abala por si los soldadosintentaban algo, Linc observmientras los hombres cargabanlaboriosamente los brillantescartuchos en los caractersticoscargadores banana de los fusiles deasalto. Juan, que llevaba un chalecoantibalas debajo de su abultada

  • sudadera, se mantuvo junto a Maxpor la misma razn. Cada fusil deasalto fue disparado diez veces, dosrfagas de tres balas y cuatrodisparos sueltos apuntadoscuidadosamente a un blanco en uncostado del almacn abandonado.

    Los disparos resonaron atravs de lo ancho del ro yprovocaron que docenas de pjarosremontaran el vuelo en la noche. Unsoldado corri hasta el almacnpara inspeccionar los daos y gritentusiasmado. Abala le gru a

  • Linc:Bien. Muy bien.En la mesa, Hanley continuaba

    con la inspeccin, coloc la bolsavaca en la balanza y anot el pesoen la libreta. Luego, bajo la miradaatenta de uno de los oficiales deAbala, utiliz una cuchara de mangolargo para colocar las piedras enbruto de vuelta a la bolsa. Una vezque las hubo guardado todas, pesde nuevo la bolsa. En lacalculadora rest del total el pesode la bolsa. Mir por encima del

  • hombro a Cabrillo y susurr:Faltan ocho quilates.Segn la talla que resultase de

    las piedras, estos ocho quilatespodan representar decenas demiles de dlares. Juan se encogide hombros.

    Me sentir muy feliz siconsigo salir vivo de aqu. Djalopasar. Cabrillo llam a Linc, queestaba examinando uno de loslanzagranadas con Abala y unrebelde que tena el aspecto de sersargento. Capitn Lincoln, las

  • autoridades portuarias no nosreservarn nuestro amarre en Boma.Tendramos que irnos.

    Linc se volvi hacia l.Por supuesto, seor

    Cabrillo. Gracias. Mir de nuevoa Abala. Deseara tener msarmas que ofrecerle, coronel, peroencontrarnos con este cargamentofue una sorpresa para m y mitripulacin.

    Si ustedes vuelven a tenerotra sorpresa como esta, ya sabecmo ponerse en contacto con

  • nosotros.Llegaron a la mesa. Linc le

    pregunt a Max:Est todo preparado?S, capitn, todo est en

    orden.La sonrisa de Abala mostr

    una ptina todava ms aceitosa.Los haba engaado en el trato, asabiendas de que su abrumadorasuperioridad numrica los obligaraa aceptar menos diamantes que losque acordaron. Los diamantes quefaltaban estaban en el bolsillo de su

  • chaqueta y serviran para engordarsu cuenta en un banco suizo.

    Entonces vmonos,caballeros. Linc cogi la bolsade diamantes de Max y caminhacia la pasarela, Cabrillo y Hanleyse apresuraron a igualar sus largaszancadas. Un momento antes de quellegasen a la pasarela los hombresde Abala entraron en accin. Losdos ms cercanos a la rampa seadelantaron para cerrarles el pasomientras docenas de rebeldes salande la selva, disparaban al aire y

  • gritaban como demonios. Al menosuna docena de hombres se lanzaronsobre el contenedor paradesenganchar el cable de la pluma.

    El efecto hubiese sidofulminante de no haber sido porqueel equipo de la corporacin seesperaba algo semejante.

    Un segundo antes de que Abaladiese la orden de atacar, Cabrillo yLinc haban comenzado a correr.Llegaron donde estaban los dosrebeldes al pie de la pasarela antesde que cualquiera de ellos pudiese

  • levantar las armas. Linc choccontra uno de los jvenes soldadosy lo arroj al espacio que habaentre el carguero y el muellemientras Juan clavaba los dedos enla garganta del otro con la fuerzasuficiente para hacerlo vomitar.Mientras el rebelde tosa, Juan learranc el fusil de las manos y lehundi la culata en el estmago. Elsoldado cay en una posicin fetal.

    Cabrillo se volvi y comenza disparar para cubrir a Max y Linc,que suban por la escalerilla. Juan

  • subi a la rampa y apret un botndebajo de la balaustrada. El metrocincuenta del extremo de lapasarela se alz bruscamente. Consus costados slidos, y ahora con elextremo levantado noventa grados,los tres hombres estaban protegidosdel fuego graneado de los hombresde Abala. Las balas silbaban porencima de sus cabezas, golpeabanen el costado del carguero yrebotaban en la piel metlica de lapasarela mientras el tro seacurrucaba sano y salvo en su

  • crislida blindada.Como si no los hubisemos

    visto venir coment Max porencima de los disparos.

    Un operario en el interior delbarco movi los controles de lapasarela y la levant del muelle,para permitir que los hombrescorriesen al interior del barco.

    Abandonando todas lasprecauciones, Juan tom el controlde inmediato.

    Puls el botn de unintercomunicador instalado en un

  • mamparo.Informe de la situacin,

    seor Murphy.En las profundidades del

    carguero, Mark Murphy, elencargado jefe del armamento,miraba un monitor donde aparecanlas imgenes de la cmara de vdeomontada en una de las cinco plumasdel barco.

    Con la pasarela levantada,solo un par de tipos continandisparando. Creo que Abala intentaorganizar un asalto. Ha reunido

  • alrededor de un centenar desoldados y les est dando rdenes.

    Qu hay del contenedor?Los hombres ya casi han

    quitado los cables. Un momento. S,lo han desenganchado. Ya estamoslibres.

    Dgale al seor Stone que seprepare para sacarnos de aqu.

    Ah, director dijo Murphytitubeando, todava estamosamarrados a los norays.

    Cabrillo se quit una gota desangre donde un trozo de pintura

  • arrancado por una bala le habarozado la oreja.

    Arrncalos. Voy para all.Aunque el