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MARY PALEY MARSHALL (1850-1944) 1 Fernando Méndez Ibisate 1. INTRODUCCIÓN Suele acusarse a los historiadores del pensamiento económico, con razón, de no ocuparnos de las aportaciones de las mujeres a nuestra ciencia. ¿Acaso no hubo ninguna contribución analítica o teórica, ningún hecho que pueda reseñarse o atribuirse, de alguna de nuestras colegas femeninas? Este trabajo quiere adentrarse en la figura de una mujer, economista, que vivió en el centro de un momento peculiar de nuestra ciencia, desde un lugar privilegiado, justo cuando estaba teniendo lugar la profesionalización de la economía como tal ciencia. Su estudio podrá ayudarnos a entender mejor la evolución de la economía entre finales del siglo XIX y principios del XX, así como las aportaciones de los economistas ingleses, especialmente de Cambridge, que impulsaron el análisis neoclásico de la economía. La figura de Mary Paley Marshall, nombre mixto de soltera y casada con el que gustaba firmar sus trabajos y correspondencia tras su matrimonio, es realmente peculiar y curiosa, porque de su actitud hacia la vida como persona y de su faceta profesional como economista se extraen diferentes caracteres que ella supo mostrar y desarrollar con toda oportunidad, según las circunstancias de su propia vida iban cambiando. Pueden, por tanto, como ha señalado Austin Robinson, diferenciarse periodos diferentes en su vida, con comportamientos diferentes, aunque siempre manifestados desde la sencillez como persona, la jovialidad de carácter, y la fortaleza de la defensa de sus creencias y opiniones como mujer y como economista. Esos tres períodos serían su infancia y juventud, época en la que dio un paso histórico al ser una de las estudiantes femeninas de la primera promoción de graduadas en la Universidad de Cambridge; los más de cuarenta años que convivió en su matrimonio con Alfred Marshall, una de las figuras más destacadas en círculos académicos y científicos en la Inglaterra Victoriana; y su vida tras la muerte de su esposo a quien sobrevivió veinte años. Desde luego, el período más largo de todos ellos fue su vida junto a Alfred Marshall que caracterizó a una Mary Paley como protagonista secundaria, realizando una labor más callada, modesta y fiel, en ocasiones sumisa, frente a la figura de su marido; pero, no se engañe el lector, Mary siempre se mantuvo firme en la defensa de sus opiniones. Fue, sin duda, una clara defensora del papel de la mujer en el trabajo, en los círculos académicos y en la vida; y lo fue siempre. Si en algún momento no llevó más lejos su lucha contra algunas posturas opuestas a estos principios, que su propio marido llegó a defender con mayor ahínco a medida que 1 Agradezco los comentarios de los profesores John Reeder, Manuel Santos Redondo y Carlos Rodríguez Braun a un primer borrador de este trabajo, así como los de los asistentes a la séptima sesión del seminario sobre «Mujeres economistas, siglos XIX y XX», organizado por la profesora Elena Gallego Abaroa, celebrada el 18 de abril de 2001 en la Faculdad de CC. Económicas de la Universidad Complutense de Madrid. 1

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MARY PALEY MARSHALL (1850-1944)1 Fernando Méndez Ibisate

1. INTRODUCCIÓN

Suele acusarse a los historiadores del pensamiento económico, con razón, de no ocuparnos de las aportaciones de las mujeres a nuestra ciencia. ¿Acaso no hubo ninguna contribución analítica o teórica, ningún hecho que pueda reseñarse o atribuirse, de alguna de nuestras colegas femeninas? Este trabajo quiere adentrarse en la figura de una mujer, economista, que vivió en el centro de un momento peculiar de nuestra ciencia, desde un lugar privilegiado, justo cuando estaba teniendo lugar la profesionalización de la economía como tal ciencia. Su estudio podrá ayudarnos a entender mejor la evolución de la economía entre finales del siglo XIX y principios del XX, así como las aportaciones de los economistas ingleses, especialmente de Cambridge, que impulsaron el análisis neoclásico de la economía.

La figura de Mary Paley Marshall, nombre mixto de soltera y casada con el que gustaba firmar sus trabajos y correspondencia tras su matrimonio, es realmente peculiar y curiosa, porque de su actitud hacia la vida como persona y de su faceta profesional como economista se extraen diferentes caracteres que ella supo mostrar y desarrollar con toda oportunidad, según las circunstancias de su propia vida iban cambiando. Pueden, por tanto, como ha señalado Austin Robinson, diferenciarse periodos diferentes en su vida, con comportamientos diferentes, aunque siempre manifestados desde la sencillez como persona, la jovialidad de carácter, y la fortaleza de la defensa de sus creencias y opiniones como mujer y como economista. Esos tres períodos serían su infancia y juventud, época en la que dio un paso histórico al ser una de las estudiantes femeninas de la primera promoción de graduadas en la Universidad de Cambridge; los más de cuarenta años que convivió en su matrimonio con Alfred Marshall, una de las figuras más destacadas en círculos académicos y científicos en la Inglaterra Victoriana; y su vida tras la muerte de su esposo a quien sobrevivió veinte años.

Desde luego, el período más largo de todos ellos fue su vida junto a Alfred Marshall que caracterizó a una Mary Paley como protagonista secundaria, realizando una labor más callada, modesta y fiel, en ocasiones sumisa, frente a la figura de su marido; pero, no se engañe el lector, Mary siempre se mantuvo firme en la defensa de sus opiniones. Fue, sin duda, una clara defensora del papel de la mujer en el trabajo, en los círculos académicos y en la vida; y lo fue siempre. Si en algún momento no llevó más lejos su lucha contra algunas posturas opuestas a estos principios, que su propio marido llegó a defender con mayor ahínco a medida que

1 Agradezco los comentarios de los profesores John Reeder, Manuel Santos Redondo y Carlos Rodríguez

Braun a un primer borrador de este trabajo, así como los de los asistentes a la séptima sesión del seminario sobre «Mujeres economistas, siglos XIX y XX», organizado por la profesora Elena Gallego Abaroa, celebrada el 18 de abril de 2001 en la Faculdad de CC. Económicas de la Universidad Complutense de Madrid.

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maduraba, fue para no romper y defender una relación y una vida en común en la que creía y que amaba.

Las palabras de Giacomo Becattini pueden servir como introducción de estas páginas que precisamente intentan investigar cuánta posible verdad encierran las mismas:

«de no haber sido por la sofocante influencia de Alfred, Mary Paley, con su clarividencia mental, su seriedad y su fuerte voluntad, habría logrado ser por sí misma una prestigiosa y renombrada economista y no, como es el caso, una figura menor a la sombra de Alfred Marshall.»2

En cualquier caso, Mary Paley merece ser traída a estas páginas -o a cualquier seminario

sobre mujeres economistas- porque marcó un hito en la historia de la integración de la mujer en la economía y en la Universidad, con la correspondiente creación de Colleges femeninos; fue la primera profesora adjunta a cátedra de Economía en Cambridge; participó en la redacción de las obras de Marshall, llegando a publicar de forma conjunta su primer libro, The Economics of Industry (1879), y participó activamente en la organización y desarrollo de la Marshall Library of Economics, en Cambridge, durante los últimos veinte años de su vida, asesorando a los estudiantes de economía y modernizando las relaciones universitarias hacia formas más próximas a como hoy las conocemos.

Los historiadores del pensamiento económico tenemos, además, una razón profesional para estudiar la figura de Mary Paley Marshall: ella estaba interesada y se ocupaba de nuestra materia.

No hay duda de que Alfred Marshall fue el mejor economista teórico y analítico de su tiempo, que escribió el mejor libro de Economía -utilizado como manual- durante muchos años, los Principios de Economía (1890). También se ocupó Marshall de la historia económica. Los mismos Principios cuentan con un importante sustrato y sustento histórico a sus ideas y teorías, y otras obras como Industry and Trade, publicada en 1919, están inspiradas en un método más inductivo y aplicando las enseñanzas que pueden extraerse de la historia industrial y comercial de algunas naciones. Historia que también aprendió de sus respectivos viajes a Alemania (1868 y 1869-70) y Estados Unidos (1875), y que incorporaba como instrumental metodológico a su análisis. Preparaba además sus clases con ambas herramientas, teoría e historia, y recuerda Mary Paley que, cuando sus enseñanzas tenían un contenido histórico, él preparaba apuntes y notas en casa, y luego caminaba hasta el aula para poner todo en orden en su cabeza. Incluso el Apéndice B de sus Principios, y otros pasajes desperdigados en ese libro, recogen referencias del desarrollo histórico de la ciencia económica. Sin embargo, Mary manifestó interés concreto y se ocupó específicamente de la historia de la teoría económica.

Sabemos este detalle por el propio Marshall que, según relata Groenewegen, muestra cierta ingenuidad por su parte en materia de libros raros cuando, al poco de salir el artículo que sobre Richard Cantillon había escrito Jevons, Marshall pidió a Foxwell -en nombre de su esposa- la única copia que acababa de redescubrir Jevons del Ensayo de Cantillon. Foxwell, amigo de

2 Becattini (1987), p. 364.

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Jevons y discípulo y amigo de Marshall, debió horrorizarse ante tal petición y, en una postal timbrada el 9 de febrero de 1883, Marshall le envía el siguiente texto:

«No se aflija ni impaciente sobre Cantillon. No lo iba a leer justamente ahora, incluso aunque lo tuviese. Se encuentra completamente alejado de mi actual linea de trabajo. Sólo Mary se encuentra investigando en la Historia de la Teoría Económica y estaba fascinada por lo que Jevons había dicho de él. Si vamos a Cambridge por Pascua, no dude que ella se lo pedirá prestado y leerá parte del mismo. De ninguna manera nos lo envíe por ferrocarril. Cuando le escribí no sabía que el libro era tan preciado, aunque ahora que lo pienso, debería haberlo sabido.»3

En las páginas que siguen intentaré dar unas ideas sobre su biografía, resaltando sus

logros principales dentro del ámbito del papel que tenía la mujer en el mundo y la época que le tocaron vivir, y luego analizaremos algunas cuestiones relativas a su profesión como economista y su relación con Alfred, tanto en términos conyugales como profesionales.

2. BIOGRAFÍA

Primeros años y acceso -pionero- a Cambridge

Nació Mary Paley el 24 de octubre de 1850 en Ufford, un pueblecito próximo a Stamford, en Lincolnshire, Reino Unido, situado a unas cuarenta millas al noroeste de Cambridge. Sus padres fueron Thomas Paley, párroco de Ufford, y Ann Judit Wormald. Thomas Paley era bisnieto del Archidiácono de Carlisle, William Paley, autor de reconocidas obras sobre teología que trataban de demostrar la existencia de Dios haciendo referencia al orden natural y la complejidad de la naturaleza. Su libro Principios de Filosofía Moral y Política, se anticipa, según Keynes, a las ideas de Bentham; y su obra Natural Theology, or Evidence of the Existence and Attributes of the Deity collected from the Appearences of Nature [Teología Natural, o Testimonio de la Existencia y Atributos de la Deidad Recogidos a partir de los Indicios de la Naturaleza], que eran comúnmente conocidos como “Los Testimonios de Paley”, puso sobre la pista de sus teorías a Charles Darwin, una generación después, cuando cayó en sus manos y la leyó.4

3 Groenewegen (1995), p. 673. Marshall terminó comprando su copia de Cantillon en 1889 al precio de £7 o

el equivalente del 20% de su ingreso per cápita estimado en 1885.

4 J.M. Keynes (1944), p. 232.

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El padre de Mary, Thomas Paley, era un clérigo evangélico que pertenecía a una de las ramas más estrictas, la de los Simeonitas, y era un “Radical incondicional”. Su rigidez en cuanto a sus posturas políticas y religiosas le impedían simpatizar con cualquier pastor anglicano del vecindario y le llevaban a evitar las relaciones sociales entre la parroquia y las familias de posición social acomodada en el distrito. Keynes relata que “consideraba a Dickens como un escritor de dudosa moralidad (tal vez lo era); cuando su querida Mary se escapaba de la estrecha [y recta] doctrina, se producía un terrible distanciamiento entre ellos; y ella ha recordado de su infancia: ‘a mi hermana y a mí nos permitían jugar con muñecas, hasta que un trágico día nuestro padre las quemó al tiempo que nos decía que estábamos convirtiéndolas en ídolos; y jamás volvimos a tener una’”.5 Dentro de los confines de la parroquia y en círculos académicos, hubo pocas oportunidades para Mary Paley de conocer a gente joven de su misma edad. Eso fue posiblemente una ventaja para ella ya que su impulso y afán por el estudio surgió indirectamente del aburrimiento experimentado con su situación como mujer joven.

El padre de Mary, sin embargo, no sólo le permitió sino que le animó a que se matriculase como estudiante en Cambridge, cosa que jamás se había hecho anteriormente. Él había sido un cariñoso compañero de juego de sus hijos y, como Mary Marshall recordaba ocho años más tarde, ¿quién podía desear una educación mejor que la que él había ideado para ellos?

«No logro recordar mucho acerca de nuestra educación hasta que tuve los nueve años, salvo que se nos leía en alto la Historia de Inglaterra de Mrs. Markham, que aprendíamos Geografía de dos libros, Near Home y Far Off, y que tocábamos escalas en el piano. En 1859 llegó una institutriz alemana y comenzamos a recibir lecciones con más regularidad. Es cierto que la Historia pasó a consistir sobre todo en fechas que aprendíamos mediante reglas mnemotécnicas, comenzando con ‘Casibelud Boadorp’, y cosas por el estilo, y la Geografía estribaba principalmente en nombres de ciudades y ríos. Pero aprendimos francés y alemán a conciencia y la familia hablaba en alemán durante los almuerzos. Aprendíamos ciencias de The Child’s Guide to Knowledge y de la Brewer’s Guide. Todo lo que recuerdo de esa época es la fecha en la que se introdujeron en Inglaterra las medias de seda negra y ‘qué debe hacerse en caso de una tormenta nocturna’, siendo la respuesta ‘mueve tu cama hacia el centro de la habitación, encomienda tu alma al Señor Todopoderoso y duérmete’. También dimos algo de Latín e incluso Griego con mi padre y vimos algo de Euclides [se refiere a geometría y matemática euclidiana]. En cuanto a libros de literatura infantil leímos The Wide, Wide World, Holiday House, Henry and his Bearer, y Sandford and Merton. Los domingos aprendíamos el catecismo de nuestra Iglesia, a hacer la colecta, himnos y poemas de Cowper, había un periódico llamado Sunday at Home, y leíamos y releíamos el Pilgrim’s Progress y el Fairchild Family. Este último tenía una oración y un himno al final de cada capítulo y algunos chicos que yo conocía aprendían de una tirada todas las oraciones e himnos hasta el final y así disfrutaban a su manera de tan entretenido libro. Sin embargo, nuestra principal formación en literatura procedía de las lecturas en alto que nos hacía nuestro padre por las tardes. Él nos transportó por The Arabian Nights (Las mil y una noches), Gulliver’s Travels, la Iliada y la Odisea, traducciones de dramaturgos

5 J.M. Keynes (1944), p. 234.

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griegos, obras de Shakespeare y, lo más ansiado de todo, las novelas de Scott. Las representábamos en el jardín y cada uno adoptaba el nombre de su héroe favorito. Esperábamos esa hora vespertina con impaciencia durante todo el largo día y su memoria ha perdurado en mí durante toda mi vida. Un asunto sobre esta época de lectura me ha desconcertado siempre. Aunque Scott estaba permitido, Dickens estaba prohibido. Ya era adulta antes de haber leído David Copperfield y aún entonces debía leerlo en secreto. Supongo que debe haber cierto tono religioso en Scott que está ausente en Dickens».6

6 J.M. Keynes (1944), pp. 234-5.

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De este modo, Mary preparó junto a su padre, que le ayudaba con la teología y las matemáticas -su francés y alemán eran para entonces ya muy buenos-, los Exámenes Superiores Locales de Cambridge para Mujeres mayores de Dieciocho Años [Cambridge Higher Local Examinations for Women over Eighteen] que acababan de establecerse en 1869 para comprobar los niveles medios de conocimientos y preparación de las mujeres que entraban en la profesión de maestras. “El profesor Liveing vigilaba los exámenes y Miss Clough se acercó para darme ánimos cuando me vine abajo al abrir la parte de las Secciones Cónicas y me puse a llorar sobre el papel.”7 Gracias a sus excelentes resultados le ofrecieron una beca para ir a la Universidad de Cambridge bajo la tutela de Mrs. Clough, con la condición de que ella debía sacar partido de un proyecto de clases magistrales para mujeres [Lectures for Women], que había comenzado allí durante el trimestre de Pascua [Easter Term] de 1870, en el que los profesores de Cambridge enseñaban las asignaturas que formaban parte de los exámenes locales de ingreso en Cambridge [Cambridge Higher Local Examinations]. Mary Paley describió esta idea, en la que jóvenes mujeres, solteras, vivían fuera de la casa de sus padres, en Cambridge, y recibían clases impartidas por profesores universitarios masculinos, como una “conducta escandalosa”. Sin duda, eso era lo que todo el mundo, salvo la gente más progresista, pensaba acerca del mismo.

Así, en octubre de 1871, Mary Paley fue una de las cinco estudiantes femeninas que entró en la Universidad de Cambridge, formando el núcleo de lo que posteriormente sería el Newnham College, que fue la institución por excelencia que agrupó a las estudiantes femeninas de Cambridge.8 Al año siguiente las estudiantes femeninas llegaron a ser doce. Como narra Keynes,

«Era imprescindible que no hubiese escándalo alguno, y los amigos del nuevo movimiento, de los que Henry Sidgwick era el líder, mantenían la disciplina más estricta y la decencia. Pero no era un grupo de mujeres poco elegantes o poco atractivas, como asumía la impresión de esa época. La misma Mary Paley tenía rasgos y trazos nobles, maravillosos cabellos y un cutis brillante, aunque ella no haya dejado constancia de eso. Y, “estaba mi compañera y amiga, Mary Kennedy, muy bella, con unos ojos irlandeses y de un color precioso. Esto provocaba en Mr. Sidgwick cierta ansiedad. Años después, Mrs. Peile, una fiel amiga, nos hacía reír describiéndonos cómo, en aquellos primeros días del movimiento, Sidgwick caminaba de un lado a otro del salón de ella retorciéndose las manos y diciendo ‘si no fuese por su desafortunada presencia’. Algunas de las damas de Cambridge no aprobaban la existencia de mujeres estudiantes y vigilaban nuestra vestimenta. Mr. Sidgwick escuchó rumores de que lucíamos

7 J.M. Keynes (1944), pp. 235.

8 Tuve la oportunidad de visitar y hospedarme en Newnham College, en 1990, con motivo de un seminario organizado por la Universidad de Cambridge al cumplirse el centenario de la primera edición de los Principles of Economics de Alfred Marshall. Entonces era ya una residencia mixta, y lo era desde hacía tiempo.

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vestidos ‘atados en la espalda’ (que entonces era la moda) y le preguntó a Miss Clough qué significaba eso. Ella nos consultó qué debíamos hacer. ¿Podíamos desatárnoslos?»9

9 J.M. Keynes (1944), p. 236.

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Inicialmente, Mary Paley asistía a las lecciones impartidas en asignaturas tradicionales que aseguraban una formación general -como latín, literatura, historia y cosas así- “pero una amiga íntima le convenció para que asistiese a una clase de economía política. Ella fue, y se quedó, primero como estudiante y luego como profesora.”10

Obtención del Tripos en Ciencias Morales

Tres años pasó Mary realizando estudios superiores en Cambridge. Alfred Marshall era el profesor de economía, todavía se denominaba economía política, y había participado muy activamente en este proyecto de apertura de los estudios universitarios para las mujeres desde sus comienzos, en enero de 1870. En esta época, a diferencia de su actitud posterior, como luego veremos, Alfred no sólo no veía reparo alguno para que las mujeres siguiesen estudios avanzados, sino que logró persuadir a sus dos mejores estudiantes femeninas para que preparasen y se presentasen al Tripos de Ciencias Morales.11 De modo que allí estaban Mary Paley y Amy Bulley, como las dos pioneras de Newnham examinándose para obtener el Tripos de Ciencias Morales de 1874. De acuerdo con los examinadores todo debía ser bastante informal. Y en propias palabras de Mary la historia transcurrió así:

«Nos examinábamos en el salón de la casa del Dr. Kennedy, en la calle Bateman, el [profesor] Kennedy de Gramática Latina. Era bastante nervioso y tenía mucho genio (nosotras le llamábamos el muchacho púrpura [the purple boy]).

Los enunciados de los exámenes Tripos nos llegaban a través de los mensajeros [‘runners’], como les denominábamos, quienes tras recogerlos del edificio del Claustro los llevaban a la carrera hasta Bateman Street: entre estos corredores se encontraban Sidgwick, Marshall, Sedley Taylor y Venn. En el tribunal de examen no había entonces ningún presidente que ostentase un voto de

10 Rita McWilliams Tullberg (2000), p. 286.

11 Los Tripos son unos exámenes generales de grado medio universitario que incluyen materias diversas dentro de un mismo área de conocimiento, que los alumnos deben aprobar independientemente, pero que se evalúan de forma conjunta otorgando la nota de la carrera, por así decir. Son los exámenes que confieren el grado de Bachelor of Arts. El Tripos de Ciencias Morales incluía, entre otros, ejercicios y temas de economía política. Con el tiempo, Marshall luchó y logró establecer en Cambridge un Tripos independiente de Economía y Política, lo que dotó de mayor entidad a la asignatura de economía como materia científica y resultó un paso más para su profesionalización.

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calidad, de modo que como me dieron dos votos de sobresaliente [first class] y dos de notable [second class] quedé en manos de lo que Mr. Sidgwick dijese; ‘entre el cielo y el infierno’12 y el Dr. Kennedy escribió los siguientes versos:

‘Aunque dos de gloria le llenaron y dos con elogio más tenue le gratificaron, sus dotes mentales y morales por cada examinador fueron certificados. ¿Estaban ellos confusos? ¡Oh Foxwell, Gardiner, Pearson, Jevons!’

12 Esto ha sido confirmado literalmente por el certificado oficial de los resultados del Tripos que se han

encontrado entre los papeles de Mrs. Marshall. Dicho certificado consigna efectivamente que dos examinadores la pusieron [en primer lugar] sobresaliente y dos [en segundo] notable, y ¡deja las cosas así! (Nota tomada del original de Keynes (1944), p. 237).

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Puesto que éramos las dos primeras estudiantes de Mrs. Clough que conseguíamos un Tripos nosotras demostramos de qué estábamos hechas. La señora Kennedy nos daba almuerzos muy ligeros y exquisitos, y cuando terminó todo el proceso nos llevaron con ellos a Ely hasta que saliesen los resultados por temor a que el nerviosismo pudiera ser demasiado grande para nosotras.»13

Merece la pena reproducir la descripción que J. M. Keynes realiza a continuación:

“Todos los ‘mensajeros’ eran figuras familiares de mi juventud en Cambridge. Salvo Marshall, todos ellos eran muy bajos, y tenían barbas largas y sueltas. Aunque, tal vez, sus barbas no eran entonces tan largas como cuando los volví a ver veinticinco años después. Los recuerdo como sabios y bondadosos enanitos corriendo con sus recetas mágicas que despertarían a las princesas de sus profundos sueños intelectuales para alcanzar el total desvelo del género masculino”.

En cualquier caso, como resalta Rita McWilliams Tullberg, los resultados de Mary Paley eran asombrosos, incluso comparados con los de muchos estudiantes masculinos que también obtenían títulos superiores en aquella época. Las estudiantes femeninas no sólo carecían entonces de hábitos disciplinados de estudio y de práctica para responder y escribir los ejercicios y cuestiones de exámenes que eran familiares a la mayoría de los hombres, sino que la sociedad enviaba persistentemente señales negativas a las mujeres respecto al deseo, la conveniencia y la necesidad para ellas de realizar estudios más allá de un nivel elemental. El compañerismo de quienes compartieron el mismo modo de pensar que las mujeres y el coraje de sus profesores masculinos resultaron de enorme importancia, y ayudaron a combatir la reprobación social y a menudo también familiar. Sin embargo, ellas carecían de modelos o patrones de mujeres importantes que hubiesen intentado y logrado la búsqueda del reconocimiento académico. De modo que el primer legado de Mary Paley, y probablemente el más importante, dejado a las mujeres académicas en general, y a las mujeres economistas en particular, fue mostrar que una mujer puede lograr alcanzar títulos oficiales, y con distinción (matrícula de honor).

Tras su examen de graduación, Mary Paley volvió a su hogar donde decidió, de manera singular y extraordinaria para las costumbres de la época, impartir una serie de lecciones públicas en la ciudad de Stamford, próxima a su pueblo natal; una medida audaz para una joven mujer soltera. Como resultado de su empresa, al menos así lo creyó ella, le invitaron a volver a Newnham College, a partir de octubre de 1875, como profesora residente, para enseñar la asignatura de Economía bajo las órdenes de Marshall a un grupo de unas veinte estudiantes femeninas, iniciando así una larga carrera como profesora de Economía. Entre las eminentes mujeres que se reunieron en Newnham en estas primeras etapas, menciona Mary Marshall, entre otras a “Katherine Bradley, ‘la poetisa de Newnham’ (más conocida junto con su sobrina como Michael Field), Alice Gardner, Mary Martin (la señora de James Ward), Ellen Crofts (señora de Francis Darwin), Miss Merrifield (Mrs. Verrall) y Jane Harrison”. De esta última añade:

13 J.M. Keynes (1944), pp. 236-7.

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«Yo la había conocido de niña e incluso ya entonces la llamaban la ‘mujer más inteligente de Inglaterra’. Aunque al final ella se inclinó por leer el Tripos en Clásicas, Marshall casi llegó a persuadirla de que leyera el Tripos en Ciencias Morales, y después de eso ella siempre le llamaba a Marshall ‘el camello’ pues -decía- que ella temblaba nada más verle, igual que un caballo tiembla nada más ver a un camello. Acostumbraba a decir que ella había logrado mi compromiso con Marshall porque ese día me cosió, de forma elegante, volantes blancos en mi vestido.»14

Noviazgo y matrimonio

Nada más volver a Newnham como profesora, Mary Paley se orientó hacia el proyecto de

impartir las clases magistrales de apoyo o extensión de Economía [Extension Lectures]; para ello precisaba de un manual de la asignatura sencillo y barato para los alumnos. De manera que aceptó la proposición del profesor Stuart de escribir ese manual para clases prácticas en 1876. Ese año Mary Paley y Alfred Marshall se comprometieron en noviazgo y poco más de un año después, el 17 de agosto de 1877, contrajeron matrimonio, con lo que la ayuda de Alfred en su tarea de escribir el libro se fue haciendo más intensa y su participación se fue acrecentando. De este libro, que vería la luz en 1879 bajo el título The Economics of Industry, me ocuparé más adelante.

Por lo que a Mary se refiere, su enamoramiento de Marshall fue un típico flechazo que había acaecido cinco años atrás, cuando ella recibía las clases para obtener su graduación. Durante su primer trimestre en Cambridge, en 1870, que entonces residía en el número 74 de la calle Regent (que posteriormente pasó a ser el Hotel Glengarry), antes de pasar posteriormente a Newnham, Mary recuerda lo siguiente:

«Mis primeros recuerdos de Mr. Sidgwick y Mr. Marshall corresponden a las tardes en que nos sentábamos en círculo y bordábamos el ajuar de lino en el salón de Miss Clough. Esta fue mi primera visión de Mr. Marshall. Entonces pensé que jamás antes había visto un rostro tan atractivo con sus delicados rasgos y sus ojos brillantes. Nosotras nos sentábamos muy calladas, con mucho respeto, y les escuchábamos hablar con Miss Clough sobre asuntos muy elevados.»15

Comenzó a recibir sus clases magistrales en la cochera de la Rectoría de Grove, que había

sido habilitada para las clases femeninas. “Mr. Marshall -prosigue Mary Paley- permanecía de pie en la pizarra, bastante nervioso, retorciendo una pluma que volaba entre sus dedos, muy serio y con ojos brillantes”. Mrs. Bateson, la esposa del director del St. John’s, daba un pequeño baile en el edificio del Rectorado. “Viendo que Mr. Marshall parecía bastante melancólico, le pedí que bailásemos la danza de los lanceros. Me miró sorprendido y me contestó que no sabía, pero

14 J.M. Keynes (1944), p. 238.

15 J.M. Keynes (1944), p. 238.

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accedió y yo le guié a través de sus laberintos, aunque estaba un poco escandalizada de mi propia osadía; no hablé ni una palabra, y tampoco creo que él lo hiciera”. Después vino una invitación a té en sus habitaciones, las más altas en el New Court del St. John’s, acompañadas [de carabina] por Mis Clough. De las clases de Marshall, Mary recoge el siguiente extracto:

«En esas lecciones él nos daba su propia percepción de muchos problemas prácticos; por ejemplo, el baile, el matrimonio, las apuestas [la afición al juego] y el contrabando. En cuanto al matrimonio sostenía, ‘A menudo se afirma que el ideal de la vida matrimonial es que el marido y la mujer deben vivir el uno para el otro. Si esto significa que ellos debieran vivir para la gratificación o satisfacción del uno al otro esto me parece sumamente inmoral. El hombre y su esposa deberían vivir no el uno para el otro sino el uno con el otro para algún fin’». A lo que Mrs. Marshall añade el comentario de que ‘él era un gran predicador’.16

El 17 de agosto de 1877 Mary Paley contrajo matrimonio con Alfred Marshall en la

iglesia parroquial de Ufford, en el condado de Northampton, oficiando la ceremonia el padre de la novia, el reverendo Thomas Paley. Mary y Alfred optaron por su cuenta por excluir de la ceremonia de matrimonio la “clausula de obediencia”, a pesar de que el padre de la novia se había opuesto a quitarla del orden del servicio religioso cuando así se lo pidieron su hija y su yerno. Años atrás, en una carta dirigida a su madre desde los Estados Unidos, Marshall había hecho un comentario favorable sobre la eliminación de esta promesa matrimonial dentro de la ‘ceremonia matrimonial unitaria de América’. Y aunque era poco corriente en la época Victoriana dicha eliminación de la clausula de obediencia, es completamente explicable en términos de las preferencias de las jóvenes parejas, quienes muy probablemente estaban influidas por la obra de J. S. Mill, The Subjection of Women (1869), en la que se señalaba tanto lo equivocado de esta cláusula como sus malos resultados.17

Con el matrimonio, Alfred se vio obligado a renunciar a su dotación de Fellowship en el St. John’s College de Cambridge, pues tanto esta universidad como la de Oxford mantenían la obligación de la soltería para este tipo de puestos de profesores; una costumbre que provenía de tiempos atrás, cuando los jóvenes dedicados a la investigación y la ciencia se asociaban con el clero y la toma de órdenes religiosas, y que desaparecería pocos años después, en 1882, cuando se cambiaron los estatutos al respecto. Aunque Mary disponía de algún dinero heredado de su familia, que años después ayudaría un poco también a construir su casa de Balliol Croft en Cambridge, los ingresos eran insuficientes para mantenerlos a ambos. De modo que Alfred tuvo que contemplar algunas alternativas y, finalmente, optó por ir a un puesto de Director que ofrecía el College de la Universidad de Bristol. Ésta acababa de abrir sus puertas en la primavera de 1876, y andaba buscando un candidato para la dirección que impulsase los ideales establecidos de dar educación de calidad no sólo para los hijos de los hombres de negocios locales sino también para los de la clase trabajadora y las mujeres. Alfred Marshall, era un conocido defensor de la clase trabajadora y la educación femenina, y tras una fuerte competencia con otros candidatos, pues el puesto ofrecía una paga de £700, fue propuesto para el cargo por el consejo del College junto con una cátedra de economía política. Su llegada marcó una ascensión notable

16 J.M. Keynes (1944), p. 239.

17 Véase Groenewegen (1995), p. 223 y nota 2 de ese capítulo.

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en el número de estudiantes que asistían a las clases de Economía, pero su esposa era también una atracción principal, pues era la primera mujer que había completado “sus exámenes para el Tripos en Ciencias Morales mostrando que... su cerebro era igual al de los hombres”.18

18 McWilliams Tullberg (2000), p. 287.

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Antes de que transcurriese un año de matrimonio, en mayo de 1878, Mary Paley, que estaba deseando ayudar en las tareas educativas del primer College mixto, consiguió, a petición de Marshall, hacerse cargo de las clases matutinas de su marido. Ponerse a trabajar de forma profesional justo unos meses después del matrimonio no era usual en la mujer de la época, ni siquiera dentro del selecto grupo de mujeres con formación de estudios superiores o de clase alta y selecta educación; ni incluso entre aquellas cuyos maridos también disponían de formación universitaria y talante liberal, como podía ser el caso de muchos de los amigos y compañeros de Alfred Marshall. La decisión de obtener un puesto de profesora tampoco era una medida de necesidad o urgencia en el caso de Mary, pues se hizo antes de que la enfermedad de Alfred le obligase a cortar con su tarea docente. Indica, más bien, la especial -para la época- noción que Mary Paley tenía del matrimonio (más bien con poca predisposición a tener hijos) y, especialmente, su concepción del papel de la mujer en la vida: más como persona, trabajadora y profesional, que como esposa y madre.19

Los años como profesional: Bristol y Oxford

Durante sus años de estancia en Bristol, Mary Marshall realizó más labor docente, y dio más clases de nivel avanzado, que su marido. Su trabajo fue recordado durante mucho tiempo. E incluso dos años después de la muerte de Alfred, se le recompensó por su larga vida de trabajo como profesora de Economía, con el grado de doctora en Letras por la Universidad de Bristol. En su presentación para el doctorado, el Decano de la Facultad de Artes la describió como “una distinguida especialista por derecho propio, que ha dedicado lo mejor de su talento a colaborar con su marido en investigaciones que han sacado a la Economía de las nubes de la conjetura

19 Acerca de los hijos, el matrimonio Marshall no tuvo hijos y, aunque no hay evidencia definitiva, parece

que Alfred era estéril. Las estadísticas de la época señalan que entre las clases media-alta y alta, aproximadamente la mitad tenían su primer hijo en el primer año, y el 90% lo tenían en los dos primeros años. En 1885, cuando Alfred diseñaba su casa de Balliol Croft, en Cambridge, en donde residiría hasta su muerte, indicó al arquitecto que sus necesidades de espacio eran pequeñas; lo que puede interpretarse como que para entonces había abandonado toda esperanza de aumentar la familia.

Al parecer muchos de sus modelos de comportamiento y respuestas psicológicas muestran una fuerte posibilidad de que Marshall fuese, además, impotente. Su personalidad muestra una extremada precaución en sus actitudes, actividades y disposiciones afectivas, así como una exagerada tendencia a ser preciso, hipercrítico y un exagerado temor a ser corregido. Además, algunos factores pueden indicar que hubo un fracaso sexual en la noche de boda, lo que, en algunos casos, puede ser un elemento conductivo a una impotencia posterior. Véase al respecto Groenewegen (1995), pp. 236, 242 nota ¶, y 260 nota *.

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hacia la luz de la verdadera ciencia”.20

A los cuatro años de estancia en Bristol, en 1881, Alfred empeora de sus dolencias (especialmente de sus cálculos de riñón) y, en parte para su recuperación específica, en parte para alejarse y descansar de las tensiones provocadas por la administración de Bristol que le obligaban a llevar también los asuntos financieros del College y buscar las donaciones necesarias, Mary Paley y Alfred Marshall viajan a Palermo (Sicilia) durante el curso 1881-82. J. M. Keynes considera este período como su auténtica luna de miel. Fue, sin duda, recordado por ambos como el período de perfecta dicha y felicidad ininterrumpida más prolongado de su vida. Sesenta años después, Mary Paley lo recordaba así:

20 Tomado de McWilliams Tullberg (2000), p. 287.

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«Pasamos cinco meses en Palermo, en un ático, y cuando quería pensar en algo agradable intentaba imaginarme a mí misma allí. Era la azotea lisa, por supuesto, de un pequeño hotel italiano, el Oliva, pavimentada con azulejos de colores, sobre el que Alfred, durante el día, ocupaba una silla americana [con ruedas]sobre la que había improvisado una especie de toldo con la cortina del baño, y allí él escribió los primeros capítulos de sus Principios. Un día bajó de la azotea para contarme cómo acababa de descubrir el concepto de ‘elasticidad de demanda’».21

Mientras Alfred estaba ocupado componiendo sus Principios de Economía en la azotea

del hotel, Mary salía con sus pinceles y acuarelas a pintar. Además le encantaba visitar por las mañanas el mercado para comprar fruta.

«El lugar que más apreciaba y en el que pasaba muchas horas, intentando pintarlo, era la Capilla Palatina. Es pequeña y está tenuemente iluminada por unas ventanas cortadas a lo largo [a modo de raja] de forma que cuando entra la luz del sol apenas puede verse nada, salvo una masa de confusas sombras doradas. Sin embargo, la maravillosa belleza de contornos y los detalles emergen de forma gradual. Las figuras trazadas son normandos y trabajadores sarracenos cubiertos de emblemas orientales de ricos colores. El más bello de todos era el ábside dorado, del cual surgía la gran cabeza de Jesucristo».22

Aunque siempre pintó como aficionada, nunca de forma profesional, Mary ha dejado

constancia de su habilidad y destreza con los pinceles y las acuarelas, algunas de las cuales están hoy dispersas por algunos de los edificios de Cambridge que mayor acogida le dieron: la propia Universidad de Cambridge, especialmente en la Biblioteca Marshall, y el College de Newnham.

Tras estos años de felicidad, el matrimonio Marshall volvió a Bristol un año más, antes de que Marshall fuese nombrado catedrático en Oxford. No hay duda alguna que los años de Bristol, posiblemente los primeros tras su llegada allí, suponen el momento de cambio en la vida de Mary Paley en que decide dedicar por completo su vida a la de su marido y fundirse en la de él. Y para Marshall el período de Bristol, contemplado en su conjunto, pudo haber sido una etapa dura en su vida personal y profesional. Una experiencia que puede no haber resultado una buena base sobre la que fundamentar una relación matrimonial feliz: tal vez el comportamiento de su esposa no satisfacía la imagen que él esperaba del matrimonio, con un papel de la mujer más próximo al ama de casa, cosa que disminuyó su valoración del status matrimonial; algunos problemas de salud, a los que se les unieron las dificultades que ocasionaron en su vida conyugal las estancias de sus suegros y cuñados en Bristol, con quienes no congeniaba, tampoco ayudaron, y pudieron interrumpirle en su trabajo; y finalmente la muerte de algunos familiares queridos, especialmente la de su madre.

21 J.M. Keynes (1944), p. 240.

22 J.M. Keynes (1944), pp. 240-1

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En 1883 Marshall fue nombrado para la cátedra que había dejado vacante Arnold

Toynbee en el Balliol College de Oxford. Durante su estancia en Oxford, Mary Marshall llegó a ser una profesora de Economía con mucho éxito, especialmente en el proyecto que preparaba a las jóvenes mujeres aspirantes a los exámenes de la Universidad de Oxford. Alfred también triunfaba en sus clases, que eran muy concurridas, y a las que asistían hombres destacados, así como los candidatos a funcionarios del servicio civil de la India. Amplió sus contactos durante esa época y se sumó al grupo del profesor Jowett a quien había conocido en la Universidad de Bristol, pues formaba parte del Consejo Académico de dicha Universidad, y con quien posteriormente el matrimonio Marshall trabó una excelente amistad; años después, Jowett acostumbraba a hospedarse en casa de los Marshall cuando iba de visita a Cambridge. Mary Marshall recuerda que:

«Mi primer encuentro con el Maestro [Jowett] fue en una cena que ofrecieron los Percival. Él y Henry Smith pertenecían al Consejo del College [de Bristol]; ambos venían con regularidad tres veces al año a sus reuniones y por lo general se hospedaban en nuestra casa y estas visitas eran encantadoras. Eran una pareja bien compenetrada y parecían felices juntos, ya que aunque Jowett era bastante tímido y callado, salvo que estuviese con una compañía divertida y agradable, se sentía completamente cómodo con Henry Smith que era el más brillante y divertido contertulio con el que me haya topado. Acostumbraba a departir con ellos y con Alfred hasta bien entrada la medianoche. Me costó cinco años sentirme a gusto en compañía de Jowett, ya que su timidez suponía una dificultad, pero al poco tiempo aceptamos el silencio bien y únicamente hablábamos cuando queríamos. A veces caminábamos los dos juntos y él realizaba un comentario aquí o allá y rellenaba los vacíos tarareando pequeñas melodías.»23

Tal y como relata J. M. Keynes (1944), los Marshall se integraron plenamente y con

23 J.M. Keynes (1944), p. 243. De estos años a caballo entre Bristol y Oxford trata la cita de Mary Paley

que, por otro lado, retrata bien el carácter polémico de Alfred como economista: «En esa época la obra Progress and Poverty de Henry George atrajo mucho interés. Alfred impartió tres lecciones sobre ese libro en Bristol que Mrs. Elliott afirma recordar la suya como la de una boa constrictor que babea sobre su víctima antes de tragársela. En Oxford se topó con Henry George en persona, estando York Powell en la presidencia y Max Müller en el estrado. Poco después tuvo lugar otro duelo con Hyndman, quien provocó el libro Devil take the Hyndman de Arthur Sidgwick. El Bimetalismo y la autonomía de gobierno también andaban merodeando en esa época y eran temas demasiado peligrosos para mencionarlos durante una cena». [J.M. Keynes (1944), p. 242].

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facilidad en la sociedad de la época de Oxford y del Balliol College, en cuya Junta se encontraban, en calidad de Fellows, Evelyn Abbot, Lewis Nettleship, Andrew Bradley, Strachan Davidson, Albert Dicey y Alfred Milner. Además estaban las cenas que Jowett ofrecía en su casa casi cada fin de semana, y muchas veces organizadas en honor de invitados que acostumbraba a traer a Oxford y hospedar en el Rectorado, a fin de conocer nueva gente que pudiera aportar algo a la Universidad. Como recoge Mary Marshall:

«Los Colleges de mujeres acababan de comenzar a funcionar y tuve la grandísima fortuna de llegar a conocer a Miss Wordsworth la primera directora de la Residencia universitaria Lady Margaret. Ella era prudente e ingeniosa, sus chistes eran proverbiales y los paseos junto a ella eran todo un deleite. Ruskin daba por aquél entonces clases de dibujo en Oxford, impartiendo lecciones magistrales a un auditorio atestado, e instigando a los estudiantes a hacer carreteras. La Residencia Toynbee iba a abrirse y los Barnett venían a menudo a Balliol a animar al grupo de profesores jóvenes a que tomasen parte activa. La Sociedad para la Organización de la Caridad acababa de fundarse. Mr. Phepls era el Presidente y Mr. Albert Dicey y Miss Eleanor Smith (acompañada de su perro) asistían con regularidad a sus reuniones. También había una Sociedad, dirigida por Mr. Sidney Ball, para la Discusión de los Asuntos Sociales, de modo que los cuatro trimestres de nuestra vida en Oxford estuvieron siempre repletos de interés y emoción.»24

Retorno a Cambridge

Habían transcurrido cuatro trimestres entre los años de 1883 y 1884. Mary enseñaba

Economía profusamente a las estudiantes femeninas. Se habían instalado y acoplado muy bien en Oxford; y cuando sentía que allí podría estar el futuro del matrimonio, Marshall es nombrado para la cátedra de Economía Política de Cambridge, que había dejado vacante Henry Fawcett por fallecimiento. Inicialmente, Mary no asumió en Cambridge el papel como profesora que se esperaba de una persona experimentada en Bristol y Oxford, que además era la esposa del catedrático. Tal vez por esto mismo. Lo cierto es que en esta ocasión se limitó al principio a dar algunas clases de Economía en Newnham College. Ella relata de la siguiente forma su vuelta a Cambridge:

«En 1884 Fawcett falleció y Alfred fue elegido para ocupar su puesto, siendo el único competidor serio Inglis Palgrave; en enero de 1885 fuimos a Cambridge, alquilamos una casa en Chesterton Road durante un año, y en 1886 construimos Balliol Croft donde nos establecimos definitivamente. En 1885 los precios eran todavía bajos y el contrato por la casa era de £900, aunque debido a un error del arquitecto nos terminó costando £1.100. Durante varios años fue la única casa en Madingley Road y nosotros escogimos el lugar principalmente por sus árboles. Alfred puso muchísimo empeño en diseñar la casa y economizar el espacio, especialmente en la zona de la cocina. Estaba preocupado por tener su estudio en un piso más alto, ya que consideraba que en Cambridge estaba bien vivir tan lejos del suelo como fuese posible. Sin embargo, J. J. Stevenson, el arquitecto, le

24 J.M. Keynes (1944), p. 243.

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convenció para que se contentase con el primer piso y un balcón.»25

Y añade el propio Keynes de su cosecha:

25 J. M. Keynes (1944), pp. 244-5. McWilliams Tullberg (2000), p. 288, señala que Mary impartía clases de

Ciencias Morales desde 1885 en Newnham, pero que no participó en otras materias docentes de forma significativa, tal vez porque el número de estudiantes femeninas -que sobre todo provenían de Newnham- que preparaban la asignatura de Economía para el examen Tripos, era reducido. Sin embargo, esto no se corresponde con las estadísticas que Groenewegen reproduce en su libro. Véase Groenewegen (1995), pp. 325-7.

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«Valga como comentario acerca de la variación en el valor del dinero que tras la muerte de Mrs. Marshall, Balliol Croft, casi 60 años después de haber vencido su hipoteca, fue vendida por £2.500 a otro profesor que se trasladaba a Cambridge desde el College de Balliol.»26

Durante los años en Cambridge, y hasta la muerte de Alfred, Mary Paley pasó a ocupar

un segundo plano en el trabajo de su esposo, a quien asistió como secretaria, correctora y ayudante de investigación en sus libros. Esto es especialmente cierto entre 1885 y 1895. Es la época de publicación de los Principios de Economía (1890) y de sus innumerables e inagotables correcciones que, las más de las veces, aportaban poco al texto de las sucesivas ediciones, al menos proporcionalmente al trabajo empleado. Sir Austin Robinson sospechó siempre que Alfred utilizaba a Mary como caja de resonancia de su trabajo escrito, de manera que si ella lograba captar el fondo de su trabajo y su sentido, también podría hacerlo el lector en general.27 Mary Paley pasó a ser la anfitriona perfecta en las cenas y reuniones que Alfred mantenía en su casa de Balliol Croft con personalidades del mundo de la política y la economía, destacados sindicalistas y del movimiento obrero, académicos, profesores universitarios y, por supuesto, alumnos de licenciatura, a quienes atendía por las tardes cuando iban a pedir libros prestados de la biblioteca de su marido o asesoramiento y guía para trabajos de investigación. Mary también les orientaba personalmente y ofrecía amablemente té a todo el que pasaba por su hogar. Pero, cuando al final de las cenas con personajes ilustres, llegaba el momento de la tertulia, Mary se retiraba al piso de arriba, como si de una dama refinada pero ignorante se tratase.

Figura emblemática de esos años fue su fiel criada Sara, que compartió con ellos cuarenta y tres años de su vida como cocinera y organizadora de los eventos importantes en casa de los Marshall. Pertenecía a una secta muy fundamentalista, los Hermanos de Plymouth, que Keynes califica como “la más tenebrosa de una lúgubre creencia”. Era una excelente cocinera y, aunque sus creencias consideraban como algo malo el disfrutar y divertirse, siempre afirmaba que la semana más feliz de su vida aconteció cuando la British Association se reunió en Cambridge, y tenía que organizar comidas de unas doce personas en cada turno; para ello se quedaba cavilando por las noches los menús del día siguiente. Su gran preocupación era si ella había llegado a ser de utilidad en el mundo; y hablaba de estos asuntos y otros problemas religiosos con el tímido Jowett, amigo de la familia, quien se sentaba con ella en la cocina.28

En su vida social de Cambridge, además de la hospitalidad con que dispensaba a sus visitas, Mary pasó a formar parte de algunas sociedades y organizaciones femeninas y de caridad. Entre las primeras fundó una Sociedad de Cenas para Damas (Ladie’s Dining Society) compuesta por diez o doce miembros y bastante exclusiva.

26 J. M. Keynes (1944), p. 245.

27 McWilliams Tullberg (2000), p. 290.

28 J.M. Keynes (1944), pp. 244-5.

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«Cenábamos una o dos veces al trimestre en casa de alguna de nosotras, mientras los maridos o bien cenaban en sus Colleges o cenaban solos en sus estudios. Las anfitrionas no sólo ofrecían una magnífica cena (aunque no estaba permitido el champán) sino también un tema de conversación adecuado, que era obligatorio, y además podían invitar a una dama de fuera a su cena; pero era una sociedad muy selecta, ya que bastaba una única bola negra para no admitir a una aspirante propuesta. Sus miembros eran Mrs. Creighton, Mrs. Arthur Verrall, Mrs. Arthur Lyttelton, Mrs. Sidgwick, Mrs. James Ward, Mrs. Francis Darwin, la Baronesa von Hügel, Lady Horace Darwin, Lady George Darwin, Mrs. Prothero and Lady Jebb».29

Además Mary Paley perteneció a la Ethical Society y a la Charity Organization Society

de la que formó parte de su comité tanto en Oxford como en Cambridge. Su militancia en este tipo de organizaciones ayudó a las labores de su marido en estas cuestiones. Cuando Alfred Marshall fue llamado ante el Parlamento a testificar ante la Royal Commission on the Aged Poor, en 1893, él tenía una información de primera mano no sólo por las publicaciones y artículos de la revista de la Charity Organization Society, sino a través de las conversaciones que mantenía con su esposa en las comidas tras asistir a alguna reunión del Comité al que pertenecía Mary.

Mary Paley Marshall también participó en el grupo fundador de la British Economic Association, que desde 1902 conocemos como la Royal Economic Society, llegando a publicar hasta tres reseñas sobre economía laboral y las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras en el Economic Journal, la revista de la Asociación. Sobre esta tarea volveremos más adelante, pues merece un tratamiento específico.

Dos acontecimientos, uno negativo y otro positivo en orden cronológico, marcaron la vida profesional y laboral de Mary Paley en Cambridge. El primero cortó las alas de Mary para volcarse en la defensa de la mujer, para que ésta pudiese optar a su independencia en la forma de ganarse la vida, y muy especialmente por medio de su educación. Entre 1896-97 se produjo una encarnizada lucha en torno a la propuesta, elevada al Claustro Universitario, de otorgar grados superiores de licenciatura a las mujeres universitarias. Éstas podían acceder a los grados medios o diplomaturas (Bachelors), como una extensión a su formación para la vida, o para ciertas profesiones que ellas copaban, como era el caso de las maestras, e incluso para adquirir conocimientos aplicados a su papel de esposas y madres (negocios, enfermería, industria,...), pero no a los grados superiores de licenciadas (Masters) que estaban reservados a los hombres. Alfred Marshall, que en su juventud se había caracterizado por sus simpatías hacia la formación técnica, profesional y académica de las mujeres, abandonó al grupo de sus amistades de siempre y, sin importarle lo que Mary pudiera pensar o sentir, adoptó la postura del bando contrario a la presencia de las mujeres en las licenciaturas. Las repercusiones de esta lucha en sus relaciones personales y profesionales las trataremos aparte. Baste citar aquí la frase rotunda de J. M. Keynes: “Mary Marshall había sido educada para saber, y también para respetar y aceptar, cómo eran los hombres de ‘estrictos principios’. No era esta la primera vez que sus muñecas (que ella

29 J.M. Keynes (1944), p. 246. De esta última, Lady Jebb, Keynes apunta, por boca de Mary Paley, que

había llegado a Inglaterra con diecisiete años, procedente de los Estados Unidos, y ya era viuda. De modo que “tomó el lugar al asalto, y catedrático tras catedrático, caía rendido ante ella”.

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estaba a punto de convertir en sus ídolos) habían sido quemadas por uno a quien ella amaba”.30

Por otro lado Alfred Marshall peleó durante mucho tiempo con el Claustro de Cambridge para lograr establecer un examen Tripos de Economía, independiente del de Ciencias Morales. Esto suponía la creación de una licenciatura propia y llevó a Marshall a enemistarse con un antiguo maestro, amigo y mentor, como había sido Sidgwick. Tras dieciocho años de lucha, y sólo después de que éste muriese, logró Alfred establecer el Tripos en Economía y Política, en el que la economía era la materia fundamental y la política la secundaria, en 1903. Con la puesta en marcha de los Tripos en Economía, en 1904, el papel de Mary Paley Marshall como profesora en Cambridge tomó un nuevo rumbo y cambió su significación. En las primeras épocas el número de estudiantes, en general, y el de mujeres, en particular, que optaban por la licenciatura de Economía, era pequeño. Pero este fue creciendo a medida que pasaba el tiempo y, además, ahora, las estudiantes femeninas de economía disponían de tres cursos o años para graduarse, en los que requerían no sólo de enseñanza sino de guía y tutorización. Entre 1904 y 1916, fecha en que Mary se retiró de la enseñanza, ella dirigió, tutorizó y enseñó con esmero y perseverancia a 55 mujeres en sus Tripos, y particularmente obtuvo un sonado éxito en 1908 cuando dos de sus estudiantes femeninas fueron las únicas en obtener calificaciones de sobresaliente (first degree). A este respecto, Groenewegen señala que a Alfred le costaba aceptar los éxitos de las mujeres en los Tripos de Economía, cosa que no gustaba a Mary Paley y que desaprobaba de su marido.

1908 marca también el año de retiro de Alfred de las labores docentes. Aunque Mary Paley también se retiró oficialmente, continuó su labor de consejo y asesoramiento a los alumnos de Economía hasta 1916, reuniendo artículos para ellos, otorgándoles cualquier asistencia que precisasen y actuando como una auténtica tutora de estudios, tanto si se presentaban a un Tripos de Economía como si se examinaban de la parte de Economía de un Tripos de Historia. Ella organizaba su docencia, aconsejaba a los estudiantes, masculinos o femeninos, en la elección de asignaturas, les guiaba en sus lecturas, revisaba sus pruebas semanales y trimestrales y valoraba sus progresos.

La mayor parte de las vacaciones de verano en estos años las pasaban en el sur del Tirol, donde en ocasiones se encontraron con algunos de los economistas de la escuela austríaca.

30 J. M. Keynes (1944), p. 241.

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«Un año descubrimos que en el pueblo de al lado estaban reunidos una gran parte de los economistas de la “escuela austríaca”. Los von Wieser, los Böhm Bawerk, los Zuckerkandl, y muchos otros. Con cierto atrevimiento les invitamos a todos ellos a una merienda en nuestra enorme habitación, que era la más grande y más solicitada de toda la posada, y más tarde nos trasladamos al cobertizo del campo que estaba al lado. Filomena estaba orgullosa de tener huéspedes tan distinguidos y se levantó a las 4 de la mañana para hacer mantequilla fresca y diversos manjares para la fiesta. Von Böhm Bawerk era un hombre pequeño, delgado pero fuerte y muy ágil, y era un apasionado montañero que escalaba casi un dolomita al día. De alguna forma eso agotaba sus energías económicas y él no quería discutir sobre la teoría del tipo de interés, un tema al que yo le tenía bastante pánico, ya que él y Alfred se habían estado carteando recientemente con mucho entusiasmo sobre el mismo. El profesor von Wieser era un hombre de aspecto noble y de encantadora compañía, con una esposa y una hija que formaban una magnífica familia, y yo me divertí mucho en la fiesta que organizó la Escuela Austríaca, en correspondencia, en una preciosa casa rústica antigua, donde ellos pasaban el verano.»31

31 Cita de Mary Paley, tomada de J. M. Keynes (1944), p. 247.

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Los últimos veranos que pudieron salir los Marshall, los pasaron en una cala de Dorset, donde Marshall hacía sus últimos intentos de trabajar en lo que denominaba el tercer volumen de los Principios. Pero en 1919, tras la aparición de Industry and Trade, su salud decayó mucho, comenzó a tener nauseas y fuerte acidez, y su memoria comenzó a flaquear gradualmente aunque, según relata Mary, él nunca llegó a saber nada. “El Dr. Brown me dijo en 1921 que su vida laboral se había acabado, y que era incapaz de realizar cualquier trabajo creativo”.32

Últimos veinte años

Tras la muerte de Alfred Marshall, en 1924, comenzó una nueva etapa en la vida de Mary Paley Marshall, que aún había de durar veinte intensos años. Ella no se había rendido ante él del todo y mantenía vivas sus ideas, sus aptitudes intelectuales y su talante bondadoso y tolerante. Utilizó esos años para luchar en favor de las oportunidades educativas para las mujeres hasta los niveles más altos posibles. Y lo hizo no desde la espectacularidad, o el liderazgo de primera fila,

32 Véase Whitaker (1990), p. 215 y J. M. Keynes (1944), p. 247. Sobre la enfermedad de Alfred se ha

especulado si no habría cierto componenete de hipocondría, que sin duda existía, en parte como algo propio del carácter de Marshall (véase supra nota 18). Pero sin duda parecen existir datos e indicios de cierta salud quebradiza. De joven padecía fuertes dolores de cabeza que aplacaba jugando al ajedrez, hasta que se planteó que debía superarlos sin ese juego, que le generaba cierta dependencia y le impedía dedicarse a cosas que él consideraba más elevadas como el estudio de las matemáticas y, luego, de la economía. También sufría continuamente malas digestiones y problemas de estómago, posiblemente agudizados por su carácter nervioso, que le producían continuas alteraciones gastrointestinales, acidez y nauseas. Se trataba de un problema de vesícula biliar, que provenía desde finales de la década de 1870, y que fue consignado como la causa principal de su muerte. Su sobrino Guillebaud recuerda lo duro que resultaba ir a comer con su tío pues, para que no le sentasen mal las comidas, tía Mary les pedía a él y a su hermano que durante el almuerzo hablasen todo el rato ellos de manera que Alfred no hablase mientras comía. Y Guillebaud afirma que lograr mantener de continuo un tema de conversación que atrajese a Alfred y estuviese a su nivel era tarea difícil. Además tenía piedras en el riñón. El no haberlas estirpado mediante un tratamiento quirúrgico, en absoluto recomendado en la época, pudo haberle debilitado progresivamente y haberle provocado, como consecuencia del mal funcionamiento del riñon, problemas de concentración de urea en la sangre, lo que afecta a la lucidez y el raciocinio. Estos tres factores tuvieron posiblemente componentes psicosomáticos, pero Alfred Marshall había visitado la consulta del Dr. Sir Andrew Clark, que era un conocido especialista de la época en problemas de estómago. Desde 1914 padecía también hipertensión arterial que posiblemente se agudizaba por su carácter colérico. Véase Groenewegen (1995), pp. 652-3. Ver también Guillebaud (1982), p. 93.

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sino desde su puesto callado y laborioso, día a día, en la Marshall Library; atendiendo a los alumnos, por igual y sin distinción de sexo; asesorándoles en sus asignaturas y lecturas; buscando artículos de primera mano para sus tareas investigadoras; recopilando y elaborando un magnífico índice por materias de artículos de revistas de economía especializados; organizando y ordenando toda la biblioteca de su marido que había sido donada a la Universidad de Cambridge; y dotando con fondos algunas becas para estudiantes y sobre todo a la Biblioteca que ahora llevaba el nombre de su marido. Consideraba Mary, sin duda, que era éste un modo de proceder que mantendría vivos la memoria y el espíritu de su marido, que siempre estuvo de acuerdo -y aplicó- este método de enseñanza mediante el contacto personal, la inspiración a través de encuentros y conversaciones, y el préstamo de libros y materiales de investigación.

Su tarea no fue ostentosa; no produjo importantes o magníficos artículos de economía, como Joan Robinson, ya de otra generación de economistas femeninas, estaba haciendo en los años treinta. Pero no hay duda de que a su muerte el 7 de marzo de 1944, tras su paso por Cambridge, especialmente en estos últimos veinte años, la normalidad de trato para con las estudiantes femeninas de allí, la mayor accesibilidad de los profesores para los estudiantes en general, y la normalidad de acceso a bibliotecas especializadas, al préstamo de libros y a los nuevos métodos de investigación para responder a los exámenes (frente a la típica memorización del Cambridge de otros tiempos) se habían convertido en algo más habitual y universal. Las formas académicas -en el más amplio sentido- se habían transformado y cambiado hacia modos más propios de nuestro tiempo. De manera sencilla y grácil, pero efectiva, Mary Paley Marshall había contribuido a estos cambios, también importantes. Como reproduce McWilliams Tullberg, Claude Guillebaud, en una columna necrológica no publicada sobre su tía, ofreció este admirable resumen:

«Hasta la muerte [de Marshall], en 1924, ella vivió sólo para él, colaborando con él en sus escritos y atendiéndole con una devoción abnegada que difícilmente podía superarse. Ella tenía 74 años cuando él murió; pero en lugar de resignarse a la inactividad de la edad anciana, su individualidad la transformó de manera inesperada en lo que vino a ser para ella un auténtico verano de San Martín... La edad nunca afectó su actitud bondadosa, tolerante y humorística hacia la vida, que hicieron de ella una compañía tan encantadora.»33

Pese a que ella siempre declaró que era feliz y sentía orgullo de su labor de auxilio y la

ayuda prestada a su marido en todo momento de su vida, no quiso, sin embargo, ser enterrada junto a Alfred, y sus cenizas fueron esparcidas por el jardín de su hogar, Balliol Croft, sito en la calle Madingley Road, en Cambridge.

3. LA COLABORACIÓN ENTRE ALFRED Y MARY PALEY MARSHALL

Hemos dejado pendientes varios aspectos de su vida profesional y conyugal que se refieren al papel adoptado por Mary en su relación con Alfred Marshall. La cuestión planteada en este apartado es hasta qué punto puede considerarse a Mary Paley una economista merecedora de un puesto entre las mujeres pioneras, de su tiempo, que contribuyeron a forjar nuestra ciencia. En este sentido se ha señalado que, tanto en su vida personal como profesional, Mary Paley se

33 McWilliams Tullberg (2000), p. 292.

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sometió a los dictados de su marido quien la coaccionó, e incluso la tiranizó, impidiéndola despuntar como economista.

La verdad es que Mary no puede considerarse como una figura de primera fila en la ciencia económica. Tan sólo firmó unos pocos artículos cortos, todos ellos en forma de reseñas, en los primeros números del Economic Journal, que muestran capacidad, buen juicio y cierto talento literario. Estas dotes también salen a relucir en la recopilación de sus memorias, que se publicaron de manera póstuma, bajo el título de What I Remember. Y su libro de mayor fama, que tal vez la coloquen en una posición reivindicativa respecto a la economía, fue The Economics of Industry, que escribió en colaboración con Alfred Marshall, y del que existe una peculiar relación profesional. Asimismo, aportó a la ciencia económica la ayuda prestada a su marido en la elaboración de sus trabajos y obras; su papel como docente en diversas universidades y, además, como bibliotecaria en Cambridge, de la que ya hemos hecho referencia; aparte de su contribución a la profesionalización de la economía, también como colaboradora de su marido, tanto en el aspecto académico, docente e investigador, como extendiendo el uso de la economía a ámbitos más prácticos y aplicados y ayudando a la creación de la British Economic Association.

No debemos olvidar que estamos en una época que marca un cambio radical en la consideración de la economía como ciencia y en la profesionalización de la misma. Que Alfred Marshall, junto con nombres de la talla de Foxwell, Giffen, Goschen, Higgs, Palgrave o Sidgwick, o algunos discípulos y compañeros de Alfred, como L. L. Price, Flux, A. L. Bowley, C. R. Fay, o J. N. Keynes, fue una pieza clave en este proceso de profesionalización, del que resalta especialmente la fundación, en 1890, de la British Economic Association, que en 1902 pasó a denominarse definitivamente Royal Economic Society, y cuyo medio de publicación, el Economic Journal, tuvo como primeros editores, por orden cronológico, a Edgeworth, J. M. Keynes, Roy Harrod y Austin Robinson. Además es Alfred Marshall, y su empeño personal, el que crea en 1903-04 una Licenciatura (Tripos) propia en Economía, en Cambridge, a la que le siguen otras universidades. Mary también tomó parte activa en todo este proceso, aunque siempre estuvo marcada no sólo por la diferencia de edad, sino por la diferencia de cargo entre su marido, que era la figura reconocida, el catedrático y su profesor, y ella que era la alumna y la esposa del economista que escribió uno de los mejores libros de teoría económica de todos los tiempos y, sin duda, el mejor de su época. Pero vayamos por partes, pues un análisis pormenorizado permite evaluar mejor cuál fue la parte que le corresponde a Mary Paley Marshall en la consolidación de la economía como ciencia.

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Con la entrada del siglo XX, los estudiantes de todo género accedían cada vez con más frecuencia a todo un grupo de mujeres profesoras, que se habían formado en los Tripos de Cambridge, que ejercían sus profesiones de forma activa, y que publicaban sus propios trabajos de investigación. Algunas miembros de los Colleges femeninos comenzaron a sentir que debían reconsiderarse sus aspiraciones académicas. La universidad, en general, no concedía becas ni facilidades a las mujeres para su trabajo de investigación; y sus propios colegas masculinos disponían de muy pocos fondos o becas para poder investigar. El propio Marshall había dotado una parte de sus ganancias, hacia el final de sus años, para lograr mantener a uno o dos ex-alumnos aventajados en el ámbito universitario. Mary Paley era muy respetada en círculos académicos y por sus estudiantes, todavía en estos tiempos, como pionera; pero muchas de esas modernas mujeres del siglo XX que se abrían paso con dureza en la universidad no entendían cómo Mary no había logrado su propio puesto de profesora, y no como adjunto o suplente de su

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marido. Algunas incluso se quejaban de que ella seguía los textos de su marido de forma excesivamente disciplinada o subordinada, considerando la transmisión de los Principios casi como una inspiración verbal. En su defensa cabe argumentar no sólo que se identificara con el trabajo de su marido, sino que ella misma era portadora de una tradición aprendida en Cambridge que alentaba una preparación personalizada y consistente en “empollar” un programa de estudios específico con el fin de pasar unos exámenes eliminatorios o de alcanzar un buen nivel en un competitivo Tripos. A lo largo de su extensa carrera docente -de 40 años- dedicó todo su empeño y esfuerzo para ayudar a las mujeres a lograr acceder a los primeros peldaños de la escala académica y a formar a los profesores de la siguiente generación de estudiantes. Enseñó a las estudiantes femeninas los fundamentos de la teoría y el análisis económico, tal como habían sido establecidos por su marido, y contribuyó de forma significativa al rápido progreso que tuvo lugar en la educación de las mujeres; pero a cambio convirtió en obsoletas sus propias técnicas de enseñanza. Con todo, no se entiende fácilmente que una mujer formada y con experiencia profesional, casada como ella estaba con un hombre que disponía de un ingreso seguro, sin hijos, con libre acceso a los libros y cierta inclinación por la vida sencilla, no haya logrado su propio puesto de profesora o algo más que no fuese estar a la sombra de Alfred Marshall.34

Cierto es que en el momento que ella comenzó a desarrollar su vida profesional como economista no era costumbre que las mujeres, y mucho menos una mujer casada, optase por ganarse la vida de forma independiente a la de su marido. Incluso, en su posición, era muy extraño que una mujer se pusiese a trabajar al año de casada, como ella hizo. Es decir, que no era excesivamente raro que una mujer de su posición, en su época, viviese dependiente de su marido, e incluso ella había roto algunos moldes al respecto. Pero esto no explica del todo su comportamiento. También hubo algunas fuertes reticencias de Alfred Marshall a su despegue profesional.

Pero el retrato tantas veces exhibido de una Mary Marshall plenamente devota a su marido, antes y después de su muerte, debe compaginarse con otra evidencia y realidad de esta mujer. Muchos documentos demuestran que, con frecuencia, Mary Paley Marshall fue una mujer adelantada a su tiempo; extraordinariamente bondadosa, pero desprovista de cualquier sentimentalismo. Era una esposa trabajadora cuando esto era todavía extremadamente raro en las clases medias. El número de mujeres casadas de la clase media que combinaban una carrera con las responsabilidades de la vida familiar era pequeño; y, aunque trabajar antes del matrimonio había llegado a ser respetable en las décadas de 1880 y 1890, la dicotomía entre trabajo y matrimonio persistió al menos hasta la Primera Guerra Mundial. Formada en Economía, había sido de las primeras mujeres en superar los exámenes Tripos en Ciencias Morales, donde su propio marido había dado clases; de modo que su relación intelectual era más bien desigual. De hecho, el matrimonio de los Marshall exhibió tensiones muy importantes, que fueron mucho más allá de las que ordinariamente se experimentan en ese tipo de uniones. Tales tensiones estuvieron a menudo, aunque no siempre, asociadas a las opiniones firmes y progresistas de Mary Paley respecto a los derechos de la mujer. Sin embargo, dichas tiranteces siempre quedaron disipadas por su permanente lealtad al hombre con quien se casó, y quien -a su manera- la quiso con toda devoción.35

34 Tomado de McWilliams Tullberg (2000), pp. 288-9

35 Groenewegen (1995), p. 224.

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La colaboración en ‘The Economics of Industry’

La primera y más relevante incursión de Mary Paley como autora permanece,

precisamente, como uno de los asuntos más controvertidos de su relación con Alfred. Cuando en 1875, recién obtenida su graduación, se encargó de unas clases magistrales de extensión o apoyo para los estudiantes de economía el profesor Stuart le propuso escribir un manual para la asignatura, sencillo y barato, del que carecían los alumnos. De modo que en 1876 se comprometió a realizarlo, y tras el noviazgo con Marshall, al año siguiente, éste comenzó a ayudarle en su tarea. Años después, Mary Paley reclamaría que ella no habría podido completar el libro por sí sola, “sin embargo, Mr. Marshall vino al rescate y gradualmente el libro llegó a ser casi enteramente suyo. De hecho, el Libro II contenía el germen de su Teoría de la Distribución”36

The Economics of Industry se publicó en 1879, se reimprimió nueve veces, con revisiones menores en 1881, y se tradujo a varios idiomas. Tal como relata Mary Paley:

«Se publicó conjuntamente con nuestros nombres en 1879. Alfred insistió en ello, aunque a medida que el tiempo pasaba, yo me percataba de que realmente debía ser su libro, siendo la última mitad casi enteramente suya y conteniendo el germen de gran parte de lo que después apareció en los Principios. A él jamás le gusto el librito pues resultaba una ofensa contra su creencia de que ‘todo dogma que es corto y simple, es falso’, y decía sobre el libro ‘no puedes pretender contar la verdad por media corona’».37

Valorado de forma muy positiva por diversos economistas de la época, el libro se

encuentra a caballo entre los Principios de J. S. Mill y los Principios de A. Marshall, en lo que a su desarrollo analítico y teórico se refiere. Keynes consideró que “en realidad, era un libro excelente; no se produjo nada más útil para su propósito durante muchos años, si es que llegó a hacerse” [Keynes (1944), p. 239]. Las alabanzas de Keynes ponen especial énfasis en la última parte del Libro III, en lo relativo a concentraciones industriales, sindicatos, disputas comerciales y cooperación, por ser uno de los primeros textos que tratan estos importantes temas con argumentos analíticos y modernos. Pero según reconoció Mary Paley el Libro II contiene el germen de lo que luego sería su teoría de la distribución y el Libro III es casi enteramente de Alfred Marshall. Sin embargo, él no se sentía satisfecho del resultado, ni de las tempranas críticas que recibió. La edición de este libro que se publicó en 1892 con el mismo título, pero sin el nombre de Mary Paley, era ya una obra de características muy diferentes, más voluminosa que el librito que vio la luz en 1879, con pastas azules en lugar de verdes, y que consistía principalmente en un resumen de los Principles, publicados en 1890.

Mary Paley trabajó a fondo como autora en los primeros capítulos del libro, y probablemente también en los últimos; pero su contribución también se extendió a la labor editorial de principio a fin. The Economics of Industry se encuentra dividido en tres libros. El

36 McWilliams Tullberg (2000), p. 289.

37 J.M. Keynes (1944), p. 239.

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Libro I trata de los agentes de la producción, la ley de rendimientos decrecientes, la organización de la industria, la división del trabajo y la propiedad de la tierra, siendo en su mayor parte explicativo y descriptivo. El núcleo analítico del libro se encuentra en el Libro II, que abarca la teoría del valor normal, demanda y oferta, renta, salarios y beneficios, y las ganancias de organización y dirección; en tanto que el Libro III examina los valores de mercado, las fluctuaciones de mercado y sus causas, y contiene un análisis de los sindicatos y las cooperativas. Su claridad de estilo y naturalidad debe atribuirse en gran medida a Mary Marshall, ya que en los Principios la facilidad de lectura y tratamiento son más aparentes que reales.

En cualquier caso, parece muy poco probable que, con sus manías, Marshall hubiera llegado a producir él solo The Economics of Industry. No hay más que echar un vistazo a su historial en el proceso de producción de las ocho ediciones de los Principios, de Industry and Trade, y de Money, Credit and Commerce, por no mencionar el abandonado segundo volumen de los Principios. Todos ellos son claras muestras de su incapacidad para producir libros a tiempo y de extensión limitada.

Alfred Marshall tuvo que intervenir en las páginas del Quarterly Journal of Economics, como consecuencia de ciertas controversias y disputas que Laughlin, Walker y Macvane suscitaron en los dos primeros volúmenes de dicha revista, ocasionadas por el libro. Todas las críticas tenían que ver con la teoría del valor en un sentido amplio, ya que la primera de ellas trataba de los costes con relación al valor, la segunda con los beneficios empresariales, y la tercera con la relación entre salarios y beneficios. Alfred estaba crecientemente disgustado con un libro que, según él creía, explicaba la teoría del valor de forma breve e imperfecta.

Su opinión del libro queda mejor reflejada en una carta manuscrita, en 1910, a un estudiante japonés que había traducido el libro a su idioma sin permiso de Marshall:

«Quienes sugirieron que un trabajo introductorio sobre economía debería estar escrito por un joven estudiante, que hubiese alcanzado sólo un conocimiento muy elemental de la materia y lo hiciese, no eran economistas y no sabían que la tarea de combinar simplicidad y minuciosidad es más difícil en esta que en cualquier otra disciplina. Diversos intentos de libros han sido escritos en la esperanza de lograrlo; pero han perecido rápidamente. Mi esposa y yo empezamos intentando hacer el libro sencillo».38

El subrayado, en el original, muestra el poco tacto y la insensibilidad de Marshall para

con su esposa y coautora, aunque lo que afirma es cierto cuando su esposa recibió el encargo, en 1876. Prosigue Marshall explicando que en la primera mitad del libro se dio preferencia a la simplicidad, pero que en la segunda mitad se hicieron precisos mayor rigor y exactitud en los fundamentos expuestos; de modo que algunas de las lineas maestras de esta parte eran similares a las de los Principles of Economics, y que cuando en 1890 salió este otro libro “vimos la dificultad de mantener en circulación juntas opiniones tan divergentes como algunas de las este libro y ese otro”.39

38 Groenewegen (1995), p. 251-2.

39 Groenewegen (1995), p. 252, y nota a pie de página *.

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Por otra parte, no parece que el libro fuese tan fácil y asequible para los estudiantes, ni

tan popular entre todos ellos; muchos de los estudiantes mostraban su preferencia por el libro de Adam Smith. Y un estudiante llegó a describir el “inocente librito... de tapas verdes como la salvia”, como un “despreciable librito”.40

40 Groenewegen (1995), p. 252, nota a pie de página ¶.

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Finalmente, parece ser que Alfred hizo algo más que simplemente dejarlo de publicar: intentó suprimirlo de la circulación. De hecho, el libro no se encuentra fácilmente accesible. No está en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, ni en las estanterías al público de la Marshall Library, aunque se conservan copias en el Archivo Marshall de esta última.41 No se encuentra con facilidad en las bibliotecas de los Colleges masculinos. Por ejemplo, la biblioteca del St, John’s College no dispone de él. Existen tres copias en la biblioteca del Newnham, lo que hace suponer que Mary Paley no estaba nada de acuerdo con su desaparición, y un ejemplar en Girton. Pero la supresión por parte de Marshall en 1892 fue defendida sobre bases doctrinales.

Aunque tal actitud de menosprecio de Alfred para con su mujer tiene escasa justificación, caben como posibles explicaciones que el trabajo más importante de los Principles reemplazó al temprano y más inmaduro Economics of Industry. Lo cierto, como ha señalado Whitaker, es que su tratamiento de la distinción entre valor normal y valor de mercado en el libro primerizo difiere sustancialmente del tratamiento existente en los Principles, y otro tanto ocurre con la teoría de la distribución. Y, aún más importante es la opinión de Whitaker acerca de que resulta muy poco probable que Mary Paley contribuyese mucho al libro “salvo en los capítulos de apertura y cierre, aparte de proporcionar consejo literario y de la preparación del borrador”. Pero esta es una ayuda que Mary Marshall también prestó en abundancia al resto de obras de su marido, tal como reconoció Alfred, por ejemplo, en la primera edición de los Principios; por lo que un grado similar de autoría correspondería a Mary Paley en otros libros. Algo que no iba a permitir Alfred, quien demostraba especial celo con el asunto de la propiedad intelectual.42

41 Yo mismo tuve ocasión de comprobar estas dificultades cuando, con motivo de la celebración del

centenario de la publicación de los Principles, viajé en agosto de 1990 a Cambridge y se nos ofreció a los participantes en aquel seminario toda clase de facilidades para acceder a la Marshall Library y todos sus fondos. A pesar de las especiales condiciones de nuestro acceso exclusivo (la Biblioteca Marshall se cerró al resto del público esos días), tuve que hacer una petición especial para que me dejasen sacar una de las primeras ediciones del libro, que estaba en un depósito especial.

42 Skidelsky (1986), pp. 36-37, relata que poco después de aprobar su doctorado en 1875, John Neville Keynes firmó un contrato para escribir un texto elemental de economía; idea que abandonó paulatinamente, ya que una parte importante del libro debería basarse, sin duda, en sus apuntes de las clases de Marshall. Y cree Skidelsky

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Sin duda, Economics of Industry cuenta con una labor y un diseño inicial común, pero a

medida que pasó el tiempo - cuatro años desde su encargo hasta su publicación- Marshall fue metiendo más su mano y dejando su impronta. Con todo, no le gustaron las críticas, sobre todo las que se realizaron sobre el Libro I, y rápidamente consideró que debían volver a escribir gran parte -si no todo- el Libro I, ampliándolo considerablemente; especialmente los tres primeros capítulos, de donde él mismo admitió que por su cuenta había sacado muchas citas de Bastiat y Mill. Y terminó afirmando que “lo reducido de este libro nos ha proporcionado tantos problemas que no deseamos prometer escribir otro libro pequeño”.43

que, como Marshall siempre se había mostrado muy susceptible con el tema de la propiedad de las ideas, probablemente vetó el proyecto. Con todo, John Neville Keynes, tras la marcha de Alfred a la Universidad de Bristol en 1877, ayudó a Sidgwick, que se encontraba redactando un libro de economía política (los Principles of Political Economy, que aprecieron en 1883). Al enterarse Marshall del asunto escribe una carta desde Bristol a Neville Keynes, fechada en torno a 1880-1, en donde puede leerse: «Foxwell dice que estás ayudando a Sidgwick en su libro sobre economía. Sidgwick y yo diferimos en algunos temas de moralidad literaria. No nos pusimos de acuerdo sobre la conveniencia de que él (no tú) tuviera libertad para utilizar tus apuntes de mis clases, y al saber que te había pedido que le ayudaras en su libro, le pedí a Foxwell que te transmitiera mi punto de vista sobre el tema.»

43 Groenewegen (1995), p. 254.

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Aunque Mary Paley Marshall también formuló críticas, afirmando “nosotros no estamos orgullosos del libro”, su tono es bastante irónico por cuanto que, en ese texto, se refiere al uso de las comas y las citas. Finalmente, su frase “me doy cuenta de que realmente tenía que haber sido su libro” sugiere que pudo haber cierto resentimiento por su parte respecto de su liquidación. Su postura, por tanto, difiere de la de Alfred y en absoluto muestra conformidad con los criterios de su marido.44

Su colaboración en el resto de las obras de su marido

Desconocemos con exactitud cuál fue la parte que Mary Paley pudo desempeñar en la producción de los libros importantes de su marido, porque no disponemos de documentos concretos al respecto. Tras la muerte de Alfred, Mary destruyó muchos papeles privados de su relación sentimental y profesional con él, y se encargó de velar por su memoria. Pero sabemos que ella tuvo su contribución en el resto de sus principales obras de economía.

En el prefacio a la primera edición de sus Principles, Alfred Marshall reconoce que “mi esposa me ha ayudado y aconsejado en cada etapa de los manuscritos originales y de las pruebas de imprenta, y la obra le debe muchísimo a sus sugerencias, su asistencia y sus opiniones”.45 Si bien, en las tres ediciones siguientes de la obra fue menos generoso en sus agradecimientos, de nuevo, a partir de la quinta edición, Alfred vuelve a su reconocimiento original, en cuanto al contenido, para con su esposa. Sin embargo, estos reconocimientos podían significar simplemente que Mary Paley había intervenido principalmente en asuntos de secretaría y edición, y no en la redacción de la versión o la determinación de la estructura o el contenido. En realidad Mary, que esperaba más una vida en común con su marido que el mero trabajo de amanuense y enfermera, actuó como secretaria, correctora y ayudante de investigación de lujo, además de su ya mencionada función de “caja de resonancia” en los libros de su marido.

Aunque no existe ningún testimonio o prueba de que Alfred le pidiese consejo a ella como economista, lo cierto es que su labor en la composición y edición de los dos libros siguientes de su marido fue creciente. Los Principios habían consumido gran parte del trabajo y el esfuerzo de Alfred Marshall hasta su última edición de 1920, y para entonces él ya comenzó a estar incapacitado para el trabajo continuado. De modo que la publicación de Industry and Trade, en 1919, y de Money, Credit and Commerce, en 1923, apenas un año antes de su muerte, deben mucho al talento y la habilidad de Mary Paley, no sólo para organizar de forma coherente muchos de los borradores, notas y algunas partes que se habían imprimido previamente, en poder de Alfred Marshall, sino para hacerlo con la lógica de un economista profesional.

44 Groenewegen (1995), p. 255.

45 Marshall (1920), Vol. II, p. 37.

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Alfred reconoció también la ayuda y el consejo de su esposa en ambas ediciones de Industry and Trade (1919 y 1921), un trabajo que incluía material que había sido compuesto a máquina ya en 1904, pero cuya conclusión debe mucho a Mary a la vista de su decadente salud y de la merma de su capacidad mental. Cabe aún más pensar que este mismo fue el caso de Money, Credit and Commerce, pese a que Mary no aparece citada en el Prefacio de la obra; aunque eso simplemente puede significar que Alfred ya no tenía ni la capacidad de escribirlo. Whitaker señala que prácticamente fue la propia Mary Marshall la que compuso y organizó el libro. Ella parece haberse dado cuenta del declive de sus facultades mentales antes de que fuese confirmado por el médico de Marshall, de modo que en enero de 1920 comenzó a elaborar unas notas bajo el título “Recollections of Alfred” [“Recuerdos de Alfred”]. Tal como ella misma explica: “Después de que Industry and Trade vio la luz [1919] su salud comenzó a fallar. Sufría de acidez y nauseas (que sospecho eran el comienzo de su enfermedad final) y su memoria comenzó a decaer, aunque él no sabía nada. Por ese motivo, hice todo lo que pude para acelerar la publicación de Money Credit and Commerce, especialmente cuando el Dr. Brown me dijo en 1921 que su vida productiva se había acabado, y que era incapaz de realizar cualquier trabajo creativo.”46 En cualquier caso, parece claro que la intervención de Mary, especialmente en los últimos años de la vida de Alfred Marshall, fue decisiva para la composición y el producto final obtenido en sus libros.

La cooperación en otros aspectos familiares

Como pareja de economistas no hubo, desde luego, mucho compañerismo en sentido real. La actitud de Alfred Marshall para con Mary Paley, en este aspecto, induce a considerar que él pensaba que era superior a su esposa en cuanto a formación y capacidad. Ciertamente, los hechos demuestran esta superioridad profesional, pero no podemos saber con exactitud hasta qué punto Marshall creía tal cosa y hasta qué punto esto tenía relación con su consideración general hacia las mujeres; pues, de manera más aguda y profunda a medida que se hacía viejo, consideraba que las mujeres eran intelectualmente inferiores a los hombres. Existen diversos testimonios y pasajes de la vida de Marshall que muestran cierta hostilidad hacia personajes como Harriet Martineau, en especial respecto a su competencia profesional como economista y a su consideración y dudas acerca de la exactitud de las doctrinas económicas y de la validez de los principios del análisis económico, expresadas sobre todo al final de su vida. También existen disputas con Helen Bosanquet sobre la visión que Marshall expone en sus Principios acerca de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, visión que Helen Bosanquet critica abiertamente en su libro Strength of the People del que envía una copia en 1902 al que fue su maestro; pero aunque el intercambio de pareceres y opiniones sobre el asunto resulta agrio, y muestra múltiples equívocos de interpretación por el lado de Helen Bosanquet, no parece que la disputa sea más mordaz por tratarse de una contrincante femenina, a quien Marshall consideró una “economista”, ni se deba al sexo de su oponente.

46 Whitaker (1990), p. 215. Este mismo texto lo recoge McWilliams Tullberg (2000), p. 290, pero allí el

nombre del médico es el Dr. Bowen. Groenewegen (1995), p. 653 también cita al médico como Dr. Bowen. El hecho de que la cita de Whitaker proviene de una nota manuscrita, puede haber originado la confusión.

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Sí tienen mayor relevancia las opiniones y consejos que Marshall ofreció a Beatrice Webb con motivo de un congreso que, sobre el tema de Cooperación, organizó la British Economic Association y en el que Marshall impartió la conferencia principal (Presidential Addresses). Allí, según recogió luego Beatrice Webb, las opiniones de Marshall acerca del matrimonio son de devoción y subordinación femenina hacia el hombre. A lo que añadía una división del trabajo dentro del matrimonio basada en sexos, que era defendida -siguiendo la tradición social científica reinante en la época- sobre la base de diferentes aptitudes y capacidades en cada uno de los sexos, que hacían del contraste entre ambos la base del matrimonio. Es lógica, pues, la recomendación que Marshall le hace a Beatrice Webb -por otro lado amiga de la familia Marshall- de que ocupe su elogiada por Alfred y bien dotada inteligencia en proporcionar el punto de vista de una mujer sobre asuntos que competían -según Alfred- a la vida de una mujer, como por ejemplo el trabajo femenino o el estudio del propio sexo femenino como un factor industrial.47

Otro ejemplo de la actitud hostil de Marshall hacia la mejora de la condición femenina, o simplemente hacia las estudiantes femeninas, era que le costaba aceptar los éxitos de las mujeres en los exámenes del Tripos en Economía, que de alguna manera consideraba como suyo, y sin duda era un logro personal de él. C.R. Fay relata cómo en una ocasión en que viajaba junto al matrimonio Marshall hacia Harwich, en junio, él mismo comentó a Mary Paley lo bien que lo había hecho Newnham, es decir las chicas de ese College, en el Tripos de Economía, pues ellas habían obtenido un par de ‘first’ (sobresalientes). A lo que Alfred, desde la esquina, comentó “un asunto muy desafortunado”. Y entonces, Mary Paley respondió, en clara disconformidad con el comentario de su marido “lamento que Alfred no nos otorgue su visto bueno”.48

Desavenencias como estas, y de este tipo, impidieron que Mary Paley, si es que alguna vez creyó en ello, adoptase profesionalmente un trato más de igual con Alfred Marshall, y tanto en este ámbito como en su vida personal optó por aceptar un cometido más subordinado, pero también más pacífico, que facilitase al máximo su coexistencia con su marido que, no lo olvidemos, gozaba de fama de carácter irritable e hipersensible. Por tanto, la relación matrimonial de los Marshall era compleja, pero también inusual o poco corriente. Así, por ejemplo, su intrincada división del trabajo permitía que Mary Paley manejase todos los asuntos monetarios y se encargase de manipular la chequera, mientras que él diseñaba la cocina de su casa de Balliol Croft; él era el rey supremo en los debates económicos que tuviesen lugar en la casa, mientras ella creaba su propio mundo intelectual en Newnham, en su propio club de cenas para damas o en sus sociedades de ética y caridad; él se encargaba de realizar pequeñas obras en el hogar y de alimentar a los pájaros de su cenador en el Tirol, mientras ella dibujaba y pintaba a la acuarela con elegancia y organizaba todos los viajes; por razones terapéuticas, tras su enfermedad, y un tanto excéntricamente, Alfred tejía y cosía todos los calcetines suyos y de Mary, y hasta hizo unos de seda negra para la madre de Mary. También tendía a aconsejar a las mujeres sobre sus tareas domésticas, incluyendo la limpieza del polvo y consejos para quitar las manchas. Asimismo, la historia nos revela a un Alfred Marshall “manitas”, dando vueltas a la lana en un torno de un taller que tenía montado en el patio trasero, o inventando aparatos para

47 A este respecto véase el tratamiento que hace de los tres casos citados Groenewegen (1995), pp. 516-23.

Especialmente interesantes son las citas de Beatrice Webb de las pp. 517-8.

48 Groenewegen (1995), p. 258.

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ahorrar trabajo en el hogar, algunos de los cuales normalmente no funcionaban (la memoria necrológica del Times mencionaba cuchillos galvanizados que no cortaban y chancletas que no eran resistentes al agua), pero otros eran especialmente exitosos; como, por ejemplo, el mecanismo rotatorio del ‘Arca’, que era un escritorio movible que le permitía trabajar fuera, en el balcón de su casa; o el sistema de poleas que instaló entre los dos pisos de su casa, mediante el cual podía llevarse el té escaleras arriba, hasta el estudio, atravesando un agujero en el suelo; o el mecanismo de cuerdas y poleas que le permitían tocar desde su sillón, sin ni siquiera tener que reclinarse, a ‘blackbird’, que era un piano eléctrico automático que tocaba sobre todo música de Beethoven -del que disponía 200 rollos- y algo de música sacra.49

Pero igual que en su matrimonio hubo conflictos y dependencia mutua, también hubo ternura. Aunque en las últimas décadas de su vida la dependencia de Marshall respecto de Mary fue creciente -ella velaba por su salud, por su descanso, por su reputación y por evitarle las situaciones o las visitas molestas e inoportunas-, y aunque, tras una reflexión Mary tuviese razones para considerarle como un despreciable intelectual, egoísta y envidioso, sin embargo su inusitada vida en común también tuvo aspectos inesperadamente tiernos. Estos últimos han sido captados en una curiosa anécdota que Seligman le contó a Sidney Webb y que éste archivó para la posteridad en una carta que envió a su esposa:

49 Groenewegen (1995), p. 261. Alfred Marshall gustaba de poner nombres a sus objetos preferidos.

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«La pasada noche cené con el Dr. Seligman. ... Ha estado en Austria donde se encontró con Marshall (en algún balneario). Tenía una bonita anécdota. Marshall le escribió a él diversas notas breves realizando algunos planes, etc. Al abrir una de ellas se encontró con esta declaración “mi querida amada” y concluía “tu cariñoso Alfred”. ¡Marshall le había enviado accidentalmente una carta dirigida a su esposa! (Cariño, espero que dentro de veinte años podamos tratarnos de ese modo, pero confío y creo que eso pueda suceder sin ninguna absorción de la vida de uno por parte del otro). Pero es una revelación de un maravilloso sentimiento afectivo que estoy encantado de escuchar de Marshall.»50

4. ACTITUDES ANTIFEMINISTAS DE ALFRED MARSHALL

Ya hemos mencionado la defensa inicial que Alfred realizó de joven sobre la necesidad

de la formación de las mujeres para ampliar su campo de elección. Había estado en el más estrecho contacto con Newnham y su fundación, y fue uno de los defensores activos de la entrada de las mujeres en Cambridge; según sus propias declaraciones fue a Bristol principalmente porque le atrajo el hecho de que esta Universidad fuese la primera de Inglaterra que había abierto libremente sus puertas a las mujeres; una proporción considerable de sus discípulos estaba formada por mujeres. Sin embargo, una fuente importante de tensiones vividas en el matrimonio Marshall proviene de las desavenencias entre ambos sobre la cuestión de las mujeres, y especialmente por un cambio sustancial de las posturas defendidas por Alfred a medida que maduró, ya que Mary se mantuvo firme en sus profundas convicciones progresistas acerca de los derechos de la mujer, especialmente en lo tocante a la educación y al sufragio.

50 Cita tomada de Groenewegen (1995), p. 262. Se trata del matrimonio Sidney y Beatrice Webb. Existen

otras evidencias de que Mary y Alfred se escribían cuando se producía alguna ausencia temporal de uno de ellos, como por ejemplo cuando él viajaba a Londres a testificar ante diferentes Comisiones Parlamentarias. Pero por desgracia Mary se deshizo (quemó) todas esas cartas de testimonios cariñosos, junto con otros papeles particulares.

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Un ejemplo de este cambio fue la discrepancia de Alfred respecto a aceptar a las mujeres en los Master de Cambridge; pero no fue esta la única desavenencia en el matrimonio Marshall. Así, por ejemplo, cuando en 1890, y de forma extraoficial, se colocó a Philippa Fawcett como senior wrangler en el Tripos de Matemáticas, Mary Paley se dirigió a Jowett -amigo íntimo de la familia- por carta en términos muy entusiastas por lo que ella consideraba un triunfo. No se conoce con exactitud cuál fue la reacción de Alfred al respecto, pero por los datos que tenemos puede imaginarse. Igualmente, Alfred Marshall intentó convencer al Vicerrector de Cambridge para que rescindiese el contrato hecho a Ellen McArthur, una estudiante de Girton (otro de los Colleges femeninos de la citada Universidad), para que ella impartiese unas clases de Historia, ya que -esta era la razón aducida- ella tendría que enseñar a una clase mixta. Ante el hecho catastrófico de que una mujer impartiese clases mixtas, era irrelevante para Marshall su extraordinaria preparación para el puesto, ya que ella había obtenido la máxima calificación en el Tripos de Historia de 1885. En una carta que, en 1894, escribe a Foxwell, Alfred Marshall enumera diversas dificultades para lograr su objetivo y afirma que, para su sorpresa, encontró que una gran porción de sus amigos personales se situó en el ala extrema de la emancipación de la mujer. Señala además que la especial relación de Mary Paley con Newnham le impide su tarea de convencer al claustro; y finalmente considera que él ya ha salido bastante escaldado de esta lucha y que si hay que seguir combatiendo deben encontrarse apoyos firmes en los profesores no-residentes, y otros con quienes Marshall afirma no tener mucho en común, y que para esa parte de la lucha él no es muy bueno; de modo que si otro está dispuesto a organizar esta parte de la pelea, él podría desempeñar un papel secundario pero importante. Por lo que insinúa a Foxwell que sea él mismo quien lleve a cabo esa lucha.51

La lucha de Alfred contraria a los intereses femeninos y de la emancipación de la mujer, y su acceso a los grados superiores de licenciatura, prosiguió durante este tiempo y, cuando en mayo de 1897 se preparaba la votación final en el claustro del rectorado de Cambridge sobre este asunto, en donde podían participar los profesores no-residentes, Marshall le pide de nuevo a Foxwell su ayuda para que él escriba un ataque contra quienes defendían la graduación superior para las mujeres, invocando otra vez su propia incapacidad para hacerlo. Y, de nuevo, incluye entre las razones aducidas la popularidad de su esposa con las estudiantes de Newnham y Girton, y los obstáculos que esto suponía para su participación activa; además de la ya mencionada de que él afirmaba no tener facultades literarias: «Usted -le decía a Foxwell- es uno de los muy pocos que la tienen. Disponemos de un gran número de esforzados trabajadores y de firmes pensadores entre nosotros: pero aquellos que son diestros con la pluma se encuentran principalmente al otro lado... ¡Despierte soldado! Es la hora y usted debe realizar su parte. Es un trabajo importante: es exactamente su trabajo. ¡Despierte! ¡despierte!».52

51 Groenewegen (1995), p. 248.

52 Texto reproducido y tomado de Groenewegen (1995), p. 248.

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Una posible justificación de esta actitud renuente hacia este asunto del acceso de las mujeres a los grados superiores puede ser que en todo este tiempo Alfred Marshall estaba dando otra batalla muy diferente: la de conseguir establecer una licenciatura independiente en Economía (un Tripos en Economía); cosa que sólo logró en 1903, tras 18 años de pelea con Sidgwick, y después de que éste muriese. En su lección inaugural, con motivo de su llegada a Cambridge, Marshall ya se quejaba de que “la metafísica atrajese a hombres que, de otro modo, hubiesen estudiado teoría económica”, lo que ocasionó una queja inmediata de Sidgwick. El 18 de abril de 1885 John Neville Keynes refleja en su diario que las relaciones entre Marshall y Sidgwick están empeorando mucho, y que los enfrentamientos entre ambos en el Comité de Ciencias Morales abundaban, dando Marshall muestras de ser “mezquino y egoísta”. En 1888 el desacuerdo respecto al lugar de la asignatura de Metafísica en el Tripos era ya total y Sidgwick pensó en dimitir de su puesto de presidente del Comité. Hubo muchas escenas desagradables en 1894. El problema básico era sencillo. Sidgwick, apoyado por la mayoría del Comité, intentaba defender la unidad del Tripos en Ciencias Morales e insistía en la necesidad de que los futuros economistas recibieran una educación filosófica. Pero Marshall estaba convencido de que lo que él llamaba “metafísica” estaba apartando a muchos de la economía y apenas tenía estudiantes que quisiesen dedicarse a la economía principalmente, frente al cambio que estaba teniendo lugar en esta ciencia en lugares como la London School of Economics y la nueva Escuela de Comercio de Birmingham, de la mano de Sidney Webb y Arthur Chamberlain.53

Sin embargo, aunque posiblemente sea cierto que haber dado una batalla abierta en favor de los derechos de acceso de la mujer a la educación superior pudieran haber entrado en conflicto o debilitado su lucha por lograr el Tripos en Economía, esta no puede ser la razón de su oposición a la cuestión de las mujeres en los Tripos porque él sí manifestó y dio una batalla en contra; es decir, sí se ocupó de este otro asunto, pero negativamente. La realidad es que hubo un cambio radical en las posiciones de Marshall a medida que avanzaba su edad y habrá que explicar el por qué de este cambio, y sobre todo el por qué de su nueva postura respecto a la cuestión de las mujeres. El que el matrimonio Marshall sobreviviese a estos ataques violentos a los principios de libertad y emancipación de la mujer que ambos habían mantenido desde el principio, se debe a la lealtad que Mary Paley Marshall siempre profesó a su marido. La propia Mary Paley había expresado su total acuerdo con una serie de cuestiones surgidas a partir de la disputa sobre la concesión de grados superiores a las mujeres, aunque es verdad que mantuvo

53 Tomado de Skidelsky (1986), p. 63. Skidelsky resalta que el talante y las tácticas de Marshall en esta lucha exasperaban y violentaban mucho a John Neville Keynes, y que las actitudes ambiguas de John Maynard Keynes hacia Marshall están muy posiblemente relacionadas con estas tensiones que le infligía a su padre. De hecho, el 21 de enero de 1902, Neville Keynes anotaba en su diario: “Marshall está lanzando una campaña para que se establezca una licenciatura en Economía y Política, y ha escrito un informe sobre el tema con el que estoy en total desacuerdo... Quiero cortar este asunto de raíz, si ello es posible”. Poco despues, el 30 de enero de 1902, Marshall escribía a John Neville:

«Colócate en mi posición. Ya soy viejo y no puedo esperar. La teoría económica está avanzando bajo el impulso de personas como Sidney Webb y Arthur Chamberlain [una referencia a la London School of Economics y a la nueva School of Commerce de Birmingham]. Y mientras tanto, por causas de las que nadie es el principal responsable, el plan de estudios con el que debo operar no me ha suministrado ni un solo estudiante destacado que se dedique a la economía, aunque llevo 16 años en mi cátedra... De hecho, McTaggart es el único hombre de excepción al que he conseguido captar y ello sólo a medias.» [Skidelsky (1986), p. 63].

También cita Marshall a Berry, Flux y Bowley como discípulos suyos, pero que no están haciendo economía en sus Tripos, sino que acuden a conversar con él a su casa. Igualmente cita a Pigou, que realiza el Tripos en Historia, a pesar de su mala memoria y de estar mejor dotado para la economía.

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reticencias acerca de si Cambridge debiera llegar a ser una universidad mixta. Pero las clases mixtas que ella impartía en Bristol, aunque el número de alumnos masculinos matriculados fuese simbólico, hace dudar que ella hubiese estado del lado de su marido, incluso en el asunto de las clases mixtas de Ellen McArthur.

En 1873, Alfred Marshall plantea al principio de su famoso discurso sobre “El futuro de las clases trabajadoras” que tanto mujeres como hombres pueden formar y ejercitar su perspicacia e intuición por igual para desarrollar y dedicarse a las tareas públicas y privadas sin distinción. El propio Edgeworth afirma que nada que le haya escuchado o leído le induce a creer que estuviese en contra de esta cuestión. Pero Edgeworth recuerda también que en la organización ideal del Estado -según Marshall- la vida familiar ocupaba un lugar sustancial, de la que la figura central era la esposa y madre de familia que practicaba las virtudes domésticas originales y puras. Muy posiblemente del conflicto de funciones que surgía entre el ejercicio de sus deberes familiares y su función y obligaciones como trabajadora provenían las discrepancias de Marshall respecto a otorgar grados superiores a las mujeres (1896).54 Expresaba sus simpatías hacia la causa de las mujeres como también las había expresado hacia las aspiraciones del socialismo; pero nunca fue más allá por temor a adentrarse en senderos desconocidos. Prefería siempre introducir unas cuantas medidas o cambios y esperar a ver qué deparaba la experiencia de su puesta en marcha antes de tomar decisiones que fuesen de gran magnitud pero de dudosa prudencia. En los Claustros de Cambridge también obraba de igual modo.

Relata Edgeworth que no fue sólo en el asunto de la educación de las mujeres donde Alfred Marshall desaprobaba un trato idéntico para hombres y mujeres:

«En la charla más íntima que tuve con él se manifestaba opuesto a las ideas actuales que fomentan la composición de las vidas de hombres y mujeres sobre el mismo modelo. Con respecto a esto mostraba una fuerte discrepancia respecto a algunas de las manifestaciones de Mill. La orientación de sus objeciones era similar a las críticas hechas por Leslie Stephen de las opiniones de Mill sobre “los derechos de la mujer”, y la consideración, por parte de Mill, del sexo como un “accidente” (English Utilitarians, vol III). Marshall consideraba que debía arriesgarse cierta pérdida de libertad individual en favor de preservar la familia. Consideraba la familia como una catedral, algo más sagrado que sus partes componentes. Si pudiese completar la metáfora en mis propias palabras a fin de transmitir la impresión que yo capté: aunque la estructura tal y como se mantiene no es perfectamente simétrica, cualquier intento de hacerla simétrica podría tener como resultado que se venga todo abajo.»55

54 Edgeworth (1925), p. 72.

55 Edgeworth (1925), pp. 72-3.

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Después de todo, Alfred Marshall tenía una visión peculiar de las mujeres que, se ha supuesto, había sido inculcada por su madre, sus hermanas, especialmente su hermana Mabel, y su tía Louisa; ellas pudieron haberle infundido el denominado “complejo de Madonna”, una actitud un tanto reverencial hacia las mujeres, que las colocaba en un pedestal para su posterior adoración. En sus relaciones de pequeño, Alfred amaba a su madre, que le había salvado en más de una ocasión de un exceso de disciplina de su padre; a su tía Louisa, con quien pasaba los veranos en su casa de campo en Devon y que le hacían olvidar una vida escolar sobrecargada de trabajo; y a sus dos hermanas, Agnes y Mabel, que le acompañaban en las vacaciones de verano y jugaban al cricket con él porque su hermano mayor se había puesto a trabajar muy temprano y el más joven estaba tal vez demasiado delicado de salud.56 Pero Alfred también heredó de su padre un sentimiento autoritario y de superioridad sobre la mujer que, según Keynes, emergió en torno a sus cincuenta años en forma de prejuicio congénito que “luchó en su interior con el profundo afecto y la admiración que siempre tuvo para su propia esposa y con un ambiente que le había situado en contacto muy íntimo con la educación y la liberación de la mujer”.57 Tal vez desde estas perspectivas podamos entender ahora el aparente “cambio” de actitud de Alfred Marshall para con la causa de las mujeres.

5. OTROS ESCRITOS DE MARY PALEY

Aparte del libro conjunto con su esposo y su contribución a las obras de su marido, Mary Paley Marshall escribió como economista tres artículos de reseña en el Economic Journal, la revista de la British Economic Association. Maloney (1990) cuenta cómo durante la primera década de existencia del órgano de difusión de la Asociación, Edgeworth, L. L. Price y Edwin Cannan copaban los principales puestos del Journal, y se dividían las tareas de edición y evaluación de artículos. Aunque Marshall raramente descendía en persona a la arena de las páginas de la publicación, sin embargo estaba omnipresente y tomaba parte activa en su elaboración. Normalmente, Edgeworth reseñaba los trabajos teóricos con cierta inclinación matemática; Price contribuía con reseñas sobre trabajos de economía, algo más simples, pero que exigían cierto tratamiento de guante fino, o bien trabajos cuyo contenido no era excesivamente sofisticado; y Cannan se dedicaba a purgar todo tipo de trabajos variopintos de autores de lo más raro. Marshall no reseñaba, pero Mary Paley tuvo ocasión de reseñar libros que estuviesen escritos por otra mujer. Esto no era tanto un signo de machismo o de minusvaloración hacia Mary Paley, como una división del trabajo. De forma similar, los libros escritos por banqueros eran reseñados o comentados por otros banqueros;58 y las mujeres que escribían de economía en

56 Groenewegen (1995), p. 260.

57 Keynes (1924), p. 2. El peculiar carácter del padre de Alfred Marshall, William Marshall, se describe en la biografía que Keynes escribió del siguiente modo:

«...tenía un carácter rígido de hombre chapado a la antigua, gran decisión y agudeza, vaciado en el molde de los más estrictos evangélicos, cuello huesudo, y barba hirsuta y prominente. Fue autor de una epopeya evangélica, en una especie de lenguaje anglosajón de su propia invención, que gozó de cierta fama en determinados círculos, y conservó siempre su carácter despótico hasta los noventa y dos años. Los objetos más cercanos a sus instintos tiránicos eran los miembros de su familia y la víctima propiciatoria era su mujer; pero su imperio se ensanchaba en teoría a toda la especie femenina, llegando el viejo caballero a escribir un opúsculo que tituló Los derechos del hombre y los deberes de la mujer. La fuerza de la herencia es poderosa y Alfred Marshall no escapó del todo a la influencia del molde paterno.»

58 Maloney (1990), p. 52. 41

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la época lo hacían mayoritariamente, si no exclusivamente, sobre temas sociales y de economía laboral, la condición de las clases trabajadoras y el papel de la mujer en el mundo laboral (eso incluía la cooperación, sindicatos, etc.), por lo que existía cierta especialización.

Las tres reseñas de Mary Paley tienen que ver con economía laboral o del trabajo, y especialmente en la última de ellas Mary pone de manifiesto puntos de vista discrepantes de los de su marido respecto al papel de la mujer en el mundo laboral, académico y en la sociedad.

En su primera reseña, de 1895, Mary Paley recoge un estudio práctico sobre las condiciones de las mujeres trabajadoras en diversas fábricas textiles de la zona industrial alemana de Chemnitz. Para ello, narra Mary, la propia autora del libro, Von Minna Wettstein-Adelt, vivió en Chemnitz durante tres meses y medio como trabajadora de cuatro fábricas distintas, representativas de la industria textil de la zona; y aunque Mary Marshall hace hincapié en que la autora puede haber exagerado algo el lado oscuro de las condiciones de vida de las mujeres allí, cosa que afirma al principio y al final de su reseña, la impresión que deja su relato es que se trata de un alegato en defensa de las trabajadoras y una denuncia de su situación, relativamente peor que la de los trabajadores masculinos, cuya situación laboral se recoge en un estudio similar, previamente publicado en el mismo Economic Journal, y realizado por el Dr. Göhre, en las fábricas de producción de maquinaria de la misma Chemnitz, con el que Mary Paley realiza algunas comparaciones. “Tal vez - afirma Mary Paley- sus compañeros de trabajo [del Dr. Göhre] en las industrias de maquinaria estuviesen sacados de una clase social más elevada que la de las fábricas de mujeres aquí descritas”.

Lo cierto es que las mujeres trabajadoras de Chemnitz, cuenta la señora Wettstein-Adelt, cobran por pieza hecha, y los salarios difieren entre fábricas según se trate de trabajos más livianos y agradables o más duros: las costureras de las fábricas de medias y calcetines ganan menos que las tejedoras de piezas de paño en sus fábricas, pero más que las trabajadoras domésticas de la industria de guantes, que resulta a la postre el trabajo más liviano y llevadero. Sus conclusiones son, sin embargo, que son más y están mejor las mujeres que trabajan en fábricas de calcetería y guantes que las que trabajan en hilanderías o tejedurías, quienes además suelen ser mujeres mucho más rudas e ignorantes. Pero, como agudamente resalta Mary, esos trabajos, pese a sus peores salarios, atraen a mujeres de un grado social un poco más elevado, que buscan o valoran más las condiciones de trabajo saludables y cómodas y que, en definitiva, se trata muchas veces de chicas que tratan de conseguir algo de dinero para sus bolsillos más que para la propia subsistencia, ya que no se mantienen completamente con lo que ganan en sus trabajos.

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Aunque Mary dice que “no he aludido a algunas de las peores cosas que se mencionan en este libro”, el panorama que dibuja, siguiendo a la autora, es realmente duro. En la mayoría de las fábricas se trabaja de 6:30 de la mañana a 7:00 de la tarde, con una hora y media o dos horas para comer. Los sábados, el trabajo termina a las seis de la tarde y los lunes se concede media hora de gracia (es de suponer que a la entrada). Las mujeres disfrutan de algunas atenciones como comedores equipados con un horno para calentar la comida, así como vestuarios para poder cambiarse de ropa. Sus menús suelen ser un plato de patatas o un caldo de arroz con unas bolas de masa hervidas, pero en todo el tiempo que estuvo allí nunca las vio comer carne; si bien, el día de paga añadían a las patatas un arenque o un par de huevos. A cambio, el día antes de la paga lo corriente es el pan con sal o azúcar. Salvo que tengan algo de mantequilla, no comen grasa a diferencia de los hombres, y beben leche o café; sobre todo achicoria. Los domingos, y

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por tradición, se permiten beber cerveza aunque con moderación. Y su único estimulante consiste en mascar granos de café durante el día, algo que al parecer les quita el hambre. Acostumbran a vestir sencillo y barato a diario, pero bien; y los domingos se ponen sus mejores galas. Los hombres cuidan aún más este aspecto y visten, en general, mejor. La autora llega a afirmar que es común que las madres prefieran tener a sus hijos insuficientemente alimentados antes que mal vestidos. Algo parecido ocurre con sus casas que, aunque son muy pequeñas y están atestadas (habitadas en exceso), gustan mantener una especie de salón bien amueblado y con muy poco uso.

Las chicas de las factorías de Chemnitz prefieren privarse de cosas y guardar algo de dinero para divertirse los domingos, yendo a diferentes lugares, pero nunca a pasear. Un paseo no se considera una diversión; antes prefieren quedarse en casa sentados, charlando. No van mucho a salas de baile, ya que eso les cansa bastante, y prefieren el circo, el teatro, y otros divertimientos; y si van a bailar escogen las salas más respetables, aunque sean pocas, y dejan las otras para las clases más bajas como los sirvientes domésticos (sic). También juegan mucho pero pequeñas cantidades; y, en cualquier caso, en sus diversiones demuestran ser tan racionales como las chicas de clases más altas (sic). Es costumbre, más extendida cuanto más duro es el tipo de trabajo y más rudas son las mujeres, robar en las fábricas. Se roban guantes, y en alguna aldea hay hasta un mercado organizado de guantes robados; o roban hilo para luego hacer medias y calcetines. Como la señora Wettstein-Adelt no robaba ni remoloneaba en su trabajo, se la tachaba de ser “amiga de la empresa”. Ella sugiere que la introducción de supervisoras de clase alta y con educación no sólo disminuía la inmoralidad en el trabajo, sino que ahorraba costes empresariales. Su experiencia tras acabar sus diferentes trabajos y pasar al paro transmite, sin embargo, un panorama muy poco halagüeño sobre la inestabilidad de vida que padecen aquellas mujeres que sólo poseen conocimientos en una rama de la industria textil y no pueden encontrar trabajo en la misma, ya que su vida cae en picado muy deprisa. Como conclusión, señala la autora que las necesidades más apremiantes de las trabajadoras de Chemnitz son escuelas públicas de cocina que den nociones de alimentación, tratamiento y manipulación de los alimentos, baños públicos que mejoren las condiciones de higiene, y mujeres doctores que les indiquen los mínimos cuidados profilácticos, especialmente en aquellos ambientes laborales y de vivienda más sucios.

El segundo comentario de Mary Paley es una nota, de 1896, que extracta el informe oficial de la “Conferencia de Mujeres Trabajadoras” que tuvo lugar en 1895, durante tres días, en la sede del sindicato en Nottingham. Los temas tratados en la reunión eran variados y cubrían desde el derecho al voto y las Leyes de Fábricas, pasando por la educación, tanto en general como técnica o especializada, o los trabajos más específicos de niñera o de enfermera, así como algunos de los problemas más complejos del Socorro a los Pobres. Entre las ponentes se encontraban, según cita Mary Paley, Mrs. Fawcett, Mrs. Sandford, Miss Coleridge o Mrs. A H. Lyttelton. Pero ella escoge tres conferencias: las de Mrs. Sidgwick, Miss Pycroft y la de Mrs. Sidney Webb. Se observará que prácticamente todos los apellidos son conocidos en el ámbito académico y científico; lo que indica que en la época era usual que las descendientes de familias con cierta tradición intelectual, o las esposas de los catedráticos más afamados, anduviesen involucradas en las mismas tareas que sus maridos.

La reseña que hace Mary Paley del artículo de Mrs. Sidgwick, que trata de las perspectivas o el provenir de la profesión de maestra, es más bien crítica, o cuando menos parece

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haberle desilusionado.59 La autora aborda el asunto, nos cuenta Mary, mediante una comparación entre la eficiencia y las ganancias de las mujeres que trabajan en escuelas de enseñanza secundaria, y su situación hace treinta años. Las profesoras, argumenta Mrs. Sidgwick, han elevado su posición social no solo porque hayan mejorado su eficiencia, sino porque ahora entran en la profesión muchas mujeres que no necesitan ganar dinero para su sustento inmediato; de modo que persiguen la dignidad de la profesión, pero más como un arte o una vocación, y no como una asunto mercantil, cosa que ha sido favorable para la profesión en sí. De esta manera, la autora acaba con cualquier posibilidad de analizar diferentes componentes en el sueldo de una maestra, o de la enseñanza en general, y se opone a otra interpretación que recoge Mary Paley en su tercera reseña, con la que se muestra más de acuerdo, de que esa ha sido una de las causas del empeoramiento en la calidad de la enseñanza. No obstante, Mrs. Sidgwick considera muy poco adecuadas las subidas de salario que han tenido lugar en ese tiempo, especialmente con vistas a la provisión para su retiro, que no debe superar -dice- los cincuenta y cinco años; entrando en una discusión vana en torno a la edad de jubilación de las maestras, y si nunca llegan a directoras antes de los treinta y cinco. En definitiva, Mary parece insinuar, no lo dice expresamente, que la autora le ha sacado poco partido a su ponencia; algo que no ocurre con el tratamiento que da al mismo asunto analizado por Clara Collet en su tercera reseña.60

La segunda es aún más curiosa, y comparada con las otras dos, tanto en el tema como en el propio tratamiento del mismo, resulta un tanto chocante que Mary Paley la traiga hasta aquí, salvo por su consideración de la necesidad e importancia que tiene cualquier tipo de formación, especialmente entre las mujeres de las clases más pobres, que son las que mayores carencias muestran y las que más pueden ver cambiar sus vidas mediante ella.61 Se trata de un comentario, el más breve de los tres, sobre la importancia y eficacia que pueden llegar a tener las clases técnicas de economía doméstica y formación familiar. Por ejemplo, el conocimiento de los distintos aparatos o herramientas de cocina, y sus posibles usos, que escasean mucho en las cocinas de los hogares ingleses frente a las de los franceses, belgas o alemanes; o también unas nociones mínimas de economía familiar para que las clases pobres sepan gastar mejor y estirar sus pequeñas ganancias. El comentario acaba con una disyuntiva acerca de si los profesores de estas clases ganan poco o bastante, para el tiempo de formación que requiere la impartición de las mismas.

La ponencia que parece agradar más a Mary Marshall, la más combativa también y por la que muestra ciertas simpatías es la que comenta en tercer lugar, que también es a la que dedica mayor espacio (el 50% del artículo). En ella, Mrs. Sidney Webb aboga por mayores restricciones y regulaciones laborales entre las trabajadoras para lograr mejoras y avances en su condición. Resalta Mary Paley que el argumento de Mrs. Sidney Webb no sea tanto que la protección laboral femenina ampare o no el bienestar, la salud y el cuidado de los niños, tal como señalan la mayor parte de los argumentos más moderados en favor de tal reglamentación, sino que el juicio debe hacerse sobre si dichas regulaciones laborales del trabajo femenino suponen avances o no

59 En esta época, su marido, Alfred Marshall, ya estaba enemistado con Sidgwick y se enfrentaba a sus

opiniones en materia de política académica con motivo de separar el Tripos de Economía del de Ciencias Morales.

60 Véase Marshall, Mary P. (1902), pp. 255 y ss.

61 Vuelve sobre este asunto en su última reseña. Ver Marshall, Mary P. (1902), pp. 254-5.

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para la condición de la mujer, observando si “aumentan su independencia económica y eficiencia como trabajadoras y ciudadanas tanto como esposas y madres”. Y añade Mary Paley, “esto señala una tendencia a legislar para las mujeres adultas desde el punto de vista de las mujeres mismas, más que desde el de los hijos”.62 En general, y así lo señala Mary, los argumentos utilizados en el trabajo son aplicables a los trabajadores en general, con independencia de su sexo; pero Mrs. Sidney Webb hace especial referencia y mención a la condición de las mujeres trabajadoras.

Mary Paley recoge también la propuesta de Beatrice Webb de que la legislación debe proteger los derechos de las trabajadoras en cuanto a la determinación de salarios y la negociación de las condiciones de empleo y del puesto de trabajo. En este punto, el argumento de Mrs. Webb es que existe una clara, permanente y esencial desigualdad entre los asalariados y los empleadores capitalistas, de manera que las negociaciones de salarios individuales “tienden inevitablemente a producir no los salarios más altos que la industria puede permitirse pagar, sino los más bajos con los que los trabajadores y sus familias pueden subsistir”. Tal afirmación le parece, sin embargo, a Mary Paley demasiado fuerte ya que, tanto en Gran Bretaña como en el extranjero, afirma, existen industrias en las que los sindicatos apenas tienen poder y en las que los salarios no son todavía bajos.

62 Marshall, Mary P. (1896), p. 108.

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Llama la atención Mary Paley que sea precisamente Mrs. Sidney Webb, de quien dice no se lo esperaba como reputada defensora de ambos métodos y del sindicalismo, quien señale una pequeña carencia tanto de la negociación colectiva, por la que claman los sindicatos, como de las negociaciones incluidas en las leyes de fábricas; tal es que ambas son “igualmente inconsistentes con la denominada libertad de los trabajadores individuales a realizar sus propios acuerdos o negociaciones”. Y termina Mary su reseña con las conclusiones de Mrs. Sidney Webb de que «las mujeres, incluso más que los hombres, son incapaces de utilizar los métodos de ayuda propia hasta que la intervención del Estado les ha permitido elevarse a un nivel superior. Sólo después de que sus horas laborales han sido acortadas y sus condiciones sanitarias han mejorado, la mujer ha podido enarbolar la bandera de la negociación colectiva a través de los sindicatos; es en aquellas industrias en las que la mujer ha estado más restringida, como por ejemplo en el comercio del algodón, donde ella más se ha emancipado y más capaz ha sido de reunirse para defender sus intereses... “De hecho es la ley la madre de la libertad”.»63 Con esta frase de Beatrice Webb cierra Mary Paley su nota sobre este encuentro. La sensación que producen los comentarios de Mary es que matiza algo las posturas de la autora, sobre todo en lo relativo a la libertad individual, pero parece simpatizar mucho con estas ideas y afirmaciones de Mrs. Sidney Webb. ¿Tal vez se sentía identificada Mary con el dibujo trazado en este artículo sobre la emancipación de la mujer y su papel en la vida?

Junto con las simpatías esbozadas por las ideas de Mrs. Sidney Webb en su segundo artículo, la tercera y última reseña de Mary Paley Marshall, escrita seis años después (1902), que comenta una edición recopilatoria de los trabajos de Clara Collet, muestra la faz más independiente y luchadora de Mary por la causa de las mujeres, que extrae algunas conclusiones sobre los datos y estudios de Clara Collet que no agradaron a su marido, quien prefirió ignorarlos o negarlos. Es su artículo más extenso, que ocupa seis páginas de la sección de reseñas del Economic Journal, un tamaño considerable incluso para una reseña de hoy en día en cualquier revista científica de economía. “Este pequeño libro -afirma Mary Paley- está lleno de sugerencias para todos aquellos que lleven el bienestar de las mujeres en su corazón”.64

Los seis ensayos que componen el libro, nos dice Mary Paley, hacen referencia a la posición de las mujeres de clase media, quienes se ven en la obligación de mantenerse con salarios insuficientes. Miss Collet reconoce importantes diferencias entre hombres y mujeres y, además, se alegra de ello porque considera que por su naturaleza, experiencia heredada en la vida, su sensibilidad, sus gustos y su inteligencia, la mujer está más capacitada que el hombre para trabajos intelectuales. Son estas diferencias las que permiten a Collet manifestar una esperanza optimista y de éxito futuro para la mujer, especialmente en aquellas tareas que se complementan, más que compiten, con los hombres. Sobre bases estadísticas publicadas en el Statistical Journal de 1896, Mary sustenta esta idea de Collet, observando que entre 1851 y 1881 la proporción de mujeres empleadas en la industria (“trabajo empleado en fabricar cosas”) es decreciente, mientras que aumenta el número de mujeres empleadas en servicios (enseñanza,

63 Marshall, Mary P. (1896), p. 109.

64 Marshall, Mary P. (1902), p. 257.

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enfermeras, servicio doméstico,...). Se observa la misma tendencia entre 1881 y 1891, siendo la industria y el comercio textil a gran escala donde la disminución de mujeres trabajadoras respecto a los hombres es mayor.

Las investigaciones de Collet, que fue asistente del Comisario de Trabajo y ocupó un puesto relevante en el Departamento de Trabajo del Ministerio de Comercio, se centran en las paradojas y discrepancias existentes con relación al trabajo de las mujeres y los salarios que perciben, la mayor parte relacionadas con la incertidumbre existente respecto a su futuro. Un futuro más claro y seguro para las mujeres de las clases más pobres, ya que su destino era el matrimonio, mientras que el numero de solteras (y solteros) aumentaba en las clases medias más elevadas y el retraso en la edad de matrimonio también era mayor a medida que se ascendía en la escala social. Pero Collet no percibe este hecho de la seguridad en el matrimonio como necesariamente positivo para las clases más pobres, ya que esto frena las expectativas de formación y especialización en muchas mujeres de esa clase que, de esta manera, desperdician una gran parte de sus capacidades e inteligencia innatas. Casi todas estas chicas vuelven a la fábrica al día siguiente de su boda, a ocupar el mismo puesto de trabajo que precisa de muy poca formación. Por ello propone Collet que se retrase la edad de entrar a trabajar a jornada completa hasta los dieciséis años y que todos los niños a media jornada (cinco horas diarias) atiendan a la escuela en la otra media jornada. Además, recalca la necesidad de una formación para las clases más pobres en asuntos de vida o economía doméstica. Todo este aprendizaje será el que asegure el futuro de las mujeres.

Profundizando en su análisis, Collet descubrió que a las mujeres cualificadas de la clase media se les ofrecía, y ellas aceptaban, unos salarios bajos, incluso relativamente más bajos que los salarios percibidos por mujeres de las clases pobres tomando en consideración sus distintos niveles de vida, sobre la conjetura de que su trabajo cubría sólo un intervalo temporal previo al matrimonio. Pero, como ya hemos dicho, sus análisis de datos demográficos demostraban que mientras casi todas las mujeres de las clases más pobres podían contar con casarse, este no era el caso para las clases media y alta. Las mujeres solteras de estas clases, que por lo general ocupan puestos de trabajo más cualificados y especializados para los que requieren mayor formación, ni siquiera podían simplemente acceder a la congestionada profesión de la enseñanza. Aunque ésta de la enseñanza no era la única a la que se dirigían, pues aquí se incluyen desde modistas y dependientas de tiendas, ciertas ocupaciones industriales, o empleadas y administrativos del Servicio Civil (de la Administración del Estado), sí era la más importante y demandada, porque existe una menor resistencia social a que trabajen aquí. En cualquier caso, “el único hecho innegable para todos estos empleos es que quienes en ellos se emplean aceptan salarios que no sirven para su manutención”.65 Y la razón es que se supone que estas ocupaciones son ocasionales y llenaban una situación pasajera hasta el matrimonio, permitiéndoles algo de dinero para sus gastos. Este argumento sirve como explicación para un proceso circular que se estaba produciendo en la condición de la mujer de clase media y alta, que afectan a la oferta y demanda de trabajo de las ocupaciones de estas mujeres. El razonamiento se ve más claro en el caso de la enseñanza secundaria.

65 Marshall, Mary P. (1902), p. 255.

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En el tercer ensayo del libro, que trata del “Gasto de las mujeres trabajadoras de clase media”, el análisis de Collet reveló que muchas profesoras de enseñanza media no ganaban los salarios de eficiencia que permitiesen “el descanso y solaz necesarios para una ocupación que requiere frescura, vitalidad y energía, y... provisión de fondos para la vejez”.66 Por el lado de la demanda, una de las principales razones para estos salarios bajos era que los padres británicos no mostraban ningún interés en que sus hijas estuviesen instruidas por personas más competentes y mejor pagadas, y sí sus preferencias hacia profesoras menos competentes, ya que no merecía la pena un gran gasto en educación para chicas cuya esperanza era que el matrimonio resolviese sus problemas de manutención. Sólo cuando los padres reconozcan realmente la necesidad de que sus hijas sean capaces de proveerse su sustento, sostiene Mary, mejorará y aumentará la demanda de buen profesorado y los salarios de las profesoras subirán.

Pero también estaba el lado de la oferta. Aquí se creía que la enseñanza era especialmente atractiva para las mujeres; pero, señala Mary Paley, es posible que muchas entren en la enseñanza, con la consiguiente plétora y salarios bajos, porque “el sendero de menor resistencia les conduzca hasta allí, ya que existen chicas listas, bien educadas, que no poseen ambición académica pero que están repletas de talento práctico, que serían mucho más felices si eligiesen una vida que no fuese escolar”.67 Así pues, la escasa demanda, y de baja calidad, de los padres en la educación de sus hijas repercute en la estrechez de un mercado laboral para las mujeres que, a su vez, como ofrece menor resistencia social a que determinadas ocupaciones sean ejercidas por mujeres, abarrota el mercado en esos puestos que, a su vez, son puestos destinados a la formación estrecha de las propias mujeres, etc. La solución de Collet, una vez más, es la adquisición de capital humano, la formación; pero como primer paso una formación no específica “que las permita”, dada la situación social en la que se encuentran, “adaptarse ellas mismas a las circunstancias, incluyendo las... que provienen del matrimonio”.68

Un número creciente de carreras, que no precisaban de una formación larga y de una elevada especialización, se estaban abriendo a chicas bien educadas; y Mary Paley citó con aprobación la sugerencia de Collet de que los hombres de negocios deberían formar e instruir a sus hijas igual que hacían con sus hijos. Se estaban abriendo muchos campos y existían muchas

66 Marshall, Mary P. (1902), p. 255.

67 Marshall, Mary P. (1902), p. 256. Mary Paley cita algunos puestos de profesorado, carentes de responsabilidades, o aquellos que pertenecen a campos muy peculiares, como el de economía doméstica, en los que la demanda es mayor que la oferta. Igual ocurre con los trabajos de ama de llaves, puesto para el que se requiere talento y educación, y que están muy bien pagados dada la escasez de oferta de calidad.

68 Marshall, Mary P. (1902), p. 256.

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posibilidades para ellas en el mundo de los negocios, como diseñadoras, químicos, representantes extranjeros o gerentes de fábrica. En abril de 1902, Alfred Marshall había escrito su Defensa para la creación de un currículum en economía [Plea for the Creation of a Curriculum in Economics] en el que proponía una educación a la ‘Cambridge’ en Economía para los hijos de los empresarios. Poco después, y en el mismo año, su esposa sugería en esta reseña que la misma educación debería darse a sus hijas. Llegar a tener al menos capacidad de independencia económica era bueno para el carácter de una mujer: “Un carácter elevado precisa dignidad y es imposible para una mujer tener gran respeto por sí misma si ella debe casarse para poder vivir”.69

En las primeras épocas del movimiento en favor de la educación superior para las mujeres, ésta se había contemplado como una especie de ‘póliza de seguro’ para las jóvenes de clase media. Sólo a finales del siglo se consideró que la educación y el comienzo de una carrera podían ofrecer una alternativa al matrimonio, otorgando a las mujeres la oportunidad de elección. Tales ideas eran combatidas con fuerza por quienes entendían que era deber de la mujer cuidar y obedecer al hombre. Otros explicaban o deducían los deberes de las mujeres sobre fundamentos de la eugenesia (del mejoramiento de la raza) y, como Alfred Marshall, sostenían que las mujeres debían ser formadas e instruidas en la maternidad, para el beneficio de la raza. Aprovechando el libro y las palabras de Collet, Mary Paley Marshall proclama «cómo los deberes de las mujeres jóvenes se han alterado; cómo, en estos días, las madres “rehusan a volverse decrépitas y apoltronarse en el sofá únicamente porque sus hijas hayan crecido”». Según Mary, los intereses en la vida se han ampliado para las mujeres y ellas “están disfrutando de períodos más prolongados de vida eficiente que antes”. Mary no vio crecer a sus hijas, porque no las tuvo; pero desde luego, su vida, antes, y sobre todo después de la muerte de su marido, fue un ejemplo de congruencia con esta idea contraria a la opinión de su marido. Mary fue, en definitiva, una precursora en el ámbito académico, laboral y social para las generaciones futuras de mujeres.

69 Marshall, Mary P. (1902), p. 256.

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