Maeterlinck, Maurice - La Muerte

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    LA

    MUERTE

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    EDITORIAL TOR

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    BUENOS AIRES

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    CAPTULO I

    NUESTRA INJUSTICIA PARA CON LA MUERTE

    Se ha dicho admirablemente: La muerte!Siempre es a ella slo a la que debemos consultar mientras vivimos y no s qu futuro en elcual nosotros no existimos. Ella es nuestro propio trmino y todo pasa en un intervalo quemedia entre ella y nosotros. No me vengan a hablar de esas prolongaciones ilusorias quetienen sobre nosotros el prestigio del nmero; que no me vengan a hablar a m, que morir porcompleto, enteramente, de sociedades y de pueblos. No hay ms duracin, no hay msrealidad verdadera que la que existe entre una cuna y una tumba. Todo lo dems esexageracin, espectculo, ptica vana!Me llaman maestro por no s qu prestigio de mi palabra y de mis pensamientos, pero yo nosoy ms que como un nio perdido frente a la muerte. Mara Lenr, Los emancipados.Acto III, escena IV.

    II

    He ah dnde nos hallamos. En nuestra vida y en nuestro universo no hay ms que unhecho importante: nuestra muerte. En ella se rene y conspira contra nuestra felicidad todo

    aquello que escapa a nuestra vigilancia. Cuanto ms nuestros pensamientos pugnan porapartarse de ella, ms se acercan a ella. Cuanto ms la tememos, ms se hace temer, pues slose alimenta con nuestros temores. El que desea olvidarla no hace ms que pensar en ella y elque la huye, la encuentra a cada paso. Con su sombra lo ensombrece todo. Pero si pensamosen ella sin cesar, lo hacemos sin darnos cuenta de ello y por eso no aprendemos a conocerla.

    Nos contentamos con volverle la espalda en vez de ir a ella con el rostro levantado. Nosesforzamos en alejar de nuestra voluntad todas aquellas fuerzas que podran servirnos para

    plantar la cara. La dejamos en las manos sombras del instinto y no le concedemos ni una horade nuestra inteligencia. No es asombroso que la idea de la muerte que por ser la ms asidua yla ms inevitable entre todas debera ser la ms perfecta y la ms luminosa de todas nuestrasideas, sea en cambio la ms vacilante y la ms anticuada? Y cmo bamos a conocer la nica

    potencia que nunca observamos cara a cara? Cmo iba esa fuerza a aprovecharse de lasclaridades que slo se produjeron para huir de ella? Para sondear sus abismos, esperamos losminutos ms fugaces y los ms sobresaltados de nuestra vida. No pensamos en ella ms quecuando ya no tenemos fuerza, no dir para pensar, sino para respirar. Un hombre de otro siglo,que volviese repentinamente entre nosotros, no reconocera sin pena, en el fondo de nuestraalma, la imagen de sus dioses, de su deber, de su amor o de su universo; pero la imagen de lamuerte, la encontrara intacta casi, poco ms o menos, como lo esbozaron nuestrosantepasados con todo y haber cambiado todo en torno de ella y que, hasta lo que la compone y

    aquello de lo cual depende, se ha desvanecido del todo. Nuestra inteligencia, que llega a sertan audaz, tan activa, no ha trabajado en ello ni ha hecho, por as decirlo, ningn retoque enella. Aunque no creamos en los suplicios de los condenados, todas las clulas vitales del msincrdulo de nosotros, permanecen an en el misterio espantoso del Cheol de los hebreos, delos hados de los paganos o del infierno cristiano. Aunque l no est iluminado con luces muy

    precisas, el abismo sigue abrindose al final de la existencia y por eso no deja de ser menosconocido ni temido. De esa manera, cuando viene el desenlace de la ltima hora que pesabasobre nosotros y hacia el cual no osamos levantar nunca los ojos, todo nos falta a la vez. Los

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    dos o tres pensamientos o ideas, inciertos, vagos, sobre los cuales creamos apoyarnos, sinhaberlos examinado, ceden al peso de los postreros instantes como si fueran dbiles juncos.Entonces, buscamos vanamente un refugio entre diversas reflexiones que circulan alocadas oque no son extraas y que, desde luego, no saben cmo llegar a nuestro corazn. Nadie nosespera en esa ltima orilla, donde nada est a punto y donde slo el espanto es lo que haquedado en pie.

    III

    Bossuet, el gran poeta de la tumba1, ha dicho en algunas de sus pginas: No es digno deun cristiano aadamos de un hombre no preocuparse de la muerte sino en el momento enque se presenta para llevrselo. Sera saludable para cada uno de nosotros prepararse unaidea sobre ella en la claridad de los das y durante la fuerza de su inteligencia, que aprendiesea atenerse a ella. Entonces, dira a la muerte: No s quin eres, pues de saberlo sera tu amo;

    pero en los das en que mis ojos vean ms alto que hoy, pude saber lo que eres; eso basta paraque t no te aduees de m. De este modo tendra grabada en la memoria una imagensometida ya a prueba, experimentada, contra la cual no prevaleceran las ltimas angustias yen las cuales iran a serenarse las miradas inquisitoriales de los fantasmas. En lugar de la

    pavorosa oracin de los agonizantes, que es la oracin de los abismos, el moribundo dira supropia oracin, la de las cumbres de su vida, donde estaran reunidos como ngeles de paz delos pensamientos y las ideas ms claras y radiantes de su existencia. No era la oracin porexcelencia? Qu es, en el fondo, una verdadera oracin sino el esfuerzo ms ardiente y msdesinteresado por llegar a poseer lo desconocido?

    IV

    Napolen deca: Hace tiempo los mdicos y los curas hacen la muerte dolorosa. Segnla frase de Bacon Pompa mortis magis tenet quam mors ipsa. Aprendamos, pues, a verla, amirarla, tal como es en s misma, es decir, libre de los horrores de la materia y despojada delos terrores de la imaginacin. Dejemos a un lado, desde un principio, todo lo que no es suyo.

    No le imputemos, pues, las torturas de la ltima enfermedad; eso, no sera justo. Lasenfermedades no tienen nada de comn con aquello que les pone fin. Las enfermedades

    pertenecen a la vida y no a la muerte. Nos olvidamos fcilmente de los ms cruelessufrimientos que nos traen la y los primeros resplandores de la convalecencia borran los

    peores recuerdos de la estancia del dolor. Pero llega la muerte, y, al instante, se la agobia contodos los males ocurridos antes de su llegada. Todas las lgrimas pasadas vuelven a nuestrosojos como un reproche y todos los gritos de dolor son otros tantos clamores de acusacincontra ella. Ella lleva el peso de los horrores de la Naturaleza o de la ignorancia de la cienciaque han prolongado intilmente los suplicios en nombre de los cuales se la maldice, a ella,

    precisamente cuando acaba con ellos.

    V

    En efecto: si las enfermedades pertenecen a la naturaleza o a la vida, la agona, que pareceser una propiedad de la muerte, pertenece por entero a los hombres. Por otra parte lo que

    1 El autor alude a las clebres Oraciones fnebres del famoso sacerdote educadorde prncipe. (N. del T.)

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    nosotros tememos ms, es la lucha abominable del fin y, sobre todo, el segundo supremo yterrible de la ruptura, que veremos quiz llegar durante largas horas de desesperanteimpotencia y que, repentinamente, nos precipitar desnudos y desarmados, abandonados portodos y despojados de todo, en un lugar desconocido que es aquel ante el cual el alma humanaexperimenta los nicos espantos invencibles.

    Es una doble injusticia imputar a la muerte los suplicios de ese instante. Ms adelanteveremos de qu manera, un hombre de hoy, de nuestros das, debe representarse esa

    incognoscible en el cual la muerte nos arroja, si es que quiere permanecer fiel a sus ideas.Ocupmonos aqu del postrer combate. A medida que la ciencia progresa, se prolonga laagona que es el momento ms espantoso y, por lo menos para aquellos que en l intervieneno que asisten a l pues a menudo la sensibilidad del que se encuentra acorralado por lamuerte segn la expresin de Bossuet, se encuentra ya muy embotada y no puede percibirms que el rumor lejano de los sufrimientos que la muerte parece acarrearle es el pinculodel dolor y del horror humanos. Todos los mdicos piensan que su primer deber consiste en

    prolongar lo ms posible las convulsiones ms atroces de la agona desesperada. Quin quese haya encontrado a la cabecera del lecho de un moribundo, no se ha sentido veinte vecesimpulsado sin atreverse nunca a hacerlo a arrojarse a los pies del galeno para pedirle gracia

    para el infeliz paciente? Los facultativos estn tan llenos de certidumbre, y el deber al cualobedecen deja tan poco lugar a la duda, que la piedad y la razn, cegadas por las lgrimas,contienen sus rebeldas y retroceden ante una ley que todos reconocen y veneran la ms altade la conciencia humana.

    VI

    Algn da ese prejuicio nos parecer un salvajismo. Sus races se hunden en los temoresinconfesados que han sobrevivido en el acervo de religiones que, a su vez, han muerto hace

    tiempo en la razn de los hombres. Por eso los mdicos proceden como si estuviesenconvencidos de que no existe una tortura conocida que no sea preferible a las que nos esperanen lo desconocido. Parecen persuadidos de que cada minuto pasado entre los sufrimientos,ms temibles todava que aquellos que los misterios de ultratumba reservan al hombre. Yentre dos males, para evitar el que abrigan imaginario, adoptan el real. Por lo dems, siretrasan as el fin de un suplicio que, como dice Sneca, es lo mejor que tiene como suplicio,no hacen sino ceder al error unnime que a diario refuerza el mismo crculo en que seencierra: la prolongacin de la agona que acrecienta el horror de la muerte, exige, a su vez, la

    prolongacin de la agona.

    VII

    Por su parte, los mdicos, dicen o podrn decir que, en el estado actual de la ciencia,excepcin hecha de dos o tres casos, nunca existe una certidumbre de la muerte. No mantenerla vida hasta los ltimos lmites, aunque ello sea a costa de tormentos insufribles, es quizigual que matar. Sin duda no existe, una alternativa, entre cien mil, en que el enfermo puedareaccionar. Por lo tanto, si esa probabilidad existe, lo cual dar, en la mayora de los casos,slo algunos das, o a lo ms algunos meses de vida, pero una vida que dejar de ser laverdadera y que ser, como deca el latino, una muerte entendida

    prolongada esos cien mil tormentos no habrn sido vanos. Una sola hora, arrebatada a lamuerte, vale toda una existencia de torturas. En esto, se encuentran frente a frente dos valoresque no se pueden comparar; y que, si se pretende pesarlos en la misma balanza, hay queamontonar en el platillo que est a la vista, todo lo que nos queda, es decir, todos los doloresimaginables, pues en la hora decisiva ese es el nico paso que se tiene en cuenta y el nicoque pesa lo bastante para hacer subir el otro platillo que no se ve y que est cargado con ladensa tiniebla de otro mundo.

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    VIII

    Abultado con tantos horrores extraos, el horror de la muerte se nos manifiesta de talmanera que, sin razonar, le damos la razn. Hay un punto, no obstante, en el cual los mdicosempiezan a ceder y a ponerse de acuerdo. Consienten poco a poco, y cuando ya no quedaninguna esperanza, si no en dormir, por lo menos en aligerar las ltimas angustias. Antes,ninguno hubiese osado hacerlo; y aun hoy algunos dudan y cuentan como avaros, y gota a

    gota, la clemencia y la paz cuyo advenimiento detienen cuando debern prodigarlo tratandode debilitar las postreras resistencias, es decir, los sobresaltos ms intiles y ms penosos dela vida que no quieren ceder ante el reposo que llega.

    No me toca a m juzgar si su piedad podra ser ms audaz. Basta con comprobar, una vezms, que todo eso no tiene nada que ver con la muerte. Todo eso sucede ante ella y debajo deella. No es la llegada de la muerte lo que es espantoso sino la partida de la vida. No debemosobrar sobre la muerte sino sobre la vida. No debemos obrar sobre la muerte sino sobre la vida.

    No es la muerte la que ataca a la vida; es la vida la que resiste denodadamente a la muerte. Asu llamada no acuden todos los males, sino que se acercan su cuanto la ven; y si se renen entorno de ella, no vienen con ella. Acaso os quejis al sueo de la fatiga que os acomete, si noos rends a ella? Todas esas luchas, esas esperas, esas alternativas, esas maldiciones trgicas,se hallan siempre en el borde de la sima a la cual nos arrapamos y nunca del otro lado. Claroes que todas ellas son accidentales y provisionales, y no proceden ms que de nuestraignorancia. Todo lo que sabemos no nos sirve ms que para morir ms dolorosamente que losanimales que no saben nada. Un da llegar en que la ciencia volver sobre su error y nodudar ya ms en acortar nuestros sufrimientos. Un da llegar en que ser audaz y obrarsobre seguro; en que la vida, siendo ms sabia, y sabiendo que su obra ha terminado, siretirar silenciosamente, como silenciosamente se retirar todas las noches, cuando tambinsu obra termina. Cuando el mdico y el enfermo hayan aprendido lo que deben aprender, no

    habr ninguna razn ni fsica ni metafsica, para no considerar que la llegada de la muerte estan bienhechora como la llegada del sueo. Y aun es posible que, no teniendo que prevenirseya ms, se le rodee de embriagueces ms profundas y de ensueos ms bellos. En todo caso, ydesde hoy, librada de la responsabilidad de todo lo que la precede, ser ms fcil encararla sintemor y esclarecer lo que la sigue.

    IX

    Tal como nos la representamos acostumbradamente, detrs de ella se levantan dosestremecimientos de terror: el primero no tiene rostro ni forma e invado por completo nuestroespritu; el otro es ms concreto, ms reducido, pero es casi tan poderoso como el otro yconmueve a todos nuestros sentidos. Antes que nada, ocupmonos de este ltimo.

    De igual manera que imputamos a la muerte todos los males que la preceden, unimos alespanto que nos inspira, todo cuanto sucede detrs de ella, hacindolo as, al marcharse, lamisma injusticia que al llegar. Es ella acaso la que cava nuestras tumbas y la que nos ordenaque guardemos en ella lo que est hecho para desaparecer? Si no podemos pensar sin horroren lo que dentro de aquel lugar se transforma el ser amado, por qu no pensar si ha sido ella,la muerte, o nosotros los que lo pusimos all dentro? Porque ella se lleva el espritu a un puntoque ignoramos, le vamos a reprochar lo que nosotros hacemos con los despojos que deja en

    nuestras manos? Ella desciende entre nosotros para trasladar una vida o cambiar su forma;juzgumosla por lo que hace y no por lo que nosotros hacemos cuando an ella no se hapresentado o despus que se ha ido. Y cuando ya est lejos, empieza el espantoso trabajo, quenos esforzamos en hacer durar el mayor tiempo posible, y que, parece ser, es el nicoconsuelo que tenemos contra el olvido. S muy bien que ese trabajo, mirado desde bastantealto, la carne que se descompone no es ms repugnante que una flor que se marchita o una

    piedra que se desmenuza. Pero, en fin, ese trabajo afanoso contenta nuestros sentidos, admiraa nuestra memoria, seduce nuestro valor, siendo as que sera fcil evitar esa prueba daina. El

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    recuerdo, purificado por el fuego, vive en lo azul como una bella idea; y la muerte no es msque un renacer inmortal en un hogar en llamas. As lo comprendieron los pueblos ms sabiosy felices de la historia. Lo que ocurre en nuestras tumbas, al propio tiempo que corrompenuestros cuerpos, envenena nuestras ideas y pensamientos. La imagen de la muerte, en lamente de los hombres, depende, ante todo, de la forma de la sepultura, y los ritos funerariosno se preocupan solamente de la suerte de los que se quedan, pues stos levantan en el fondode sus vidas la gran imagen en la cual se sus miradas se tranquilizan o se desesperan.

    X

    No existe, pues, ms que un temor inherente a la muerte y es aquel que nos produce lodesconocido en el cual aqulla nos sume. Al encarar este temor, no perdamos tiempo endesechar de nuestro espritu todo aquello que dejaron en l las religiones positivas.

    Recordemos que nosotros no tenemos la obligacin de demostrar que ninguna de ellas seha probado; ellas son las que deben demostrar que son verdaderas. Y adems, ni una sola nosaporta una prueba ante la cual se pueda inclinar una inteligencia de buena fe. Y aun no serasuficiente que pudiese inclinarse. Para que el hombre pudiese creer legtimamente y limitaras su investigacin infinita, sera necesario que esa prueba fuera irrecusable. El Dios que nosofrece la mejor y la ms poderosa de entre ellas, nos ha dado nuestra razn para que usemosde ella en toda su plenitud y en toda su lealtad, es decir, para intentar llegar, antes que todo yen todas las cosas, a aquello que le parezca que es la verdad. Ahora bien: ese Dios, puedeexigir de nosotros que a pesar de esa razn, aceptemos una creencia cuyos ms notables yardientes defensores no niegan su incertidumbre desde el punto de vista humano? No nosofrece ms que una historia de las ms dudosas, que, aun establecida cientficamente, no serams que una leccin de moral, sostenida con milagros y profecas no menos dudosos. Es

    preciso recordar aqu que Pascal, para defender esta creencia, que ya empezaba a bambolearse

    en el momento mismo en que pareca estar en su apogeo, intent en vano ofrecer unademostracin, cuyo aspecto bastara para destruir los ltimos destellos de fe que quedasen enun espritu vacilante? Si una sola de las pruebas que nos ofrecen los telogos que Pascalconoca mejor que nadie, pues de ello hizo el estudio exclusivo de los ltimos aos de suvida si una sola de esas pruebas pudo resistir al examen, su genio uno de los tres o cuatrogenios ms profundos de los que ha posedo la humanidad le hubiese dado una fuerzairresistible. Pero l no se entretiene con esos argumentos cuya debilidad conoce demasiado;los separa a un lado con desdn y de su inocuidad saca como una gloria y un placer. Quincriticar, entonces, a los cristianos, por no poder dar la razn de su creencia, cuando profesanuna religin de la que no pueden dar razn? Al exponerla ante el mundo, declaran que es unanecedad -stultitiam- y despus; os quejis de que no la prueben! Si la probasen no daranrazn a su palabra; faltndoles las pruebas es como no les falta el sentido.

    Su nico argumento, el nico al cual se agarra y el nico al cual consagra todas laspotencias de su genio, es la misma condicin del hombre en el universo, mezcla inconcebiblede miseria y de grandeza que no se puede explicar sino por el misterio del pecado originalpues el hombre es ms inconcebible sin ese misterio, que ste lo es para el hombre. Se vereducido, pues a establecer la veracidad de esas mismas Escrituras que se ponen en tela de

    juicio y, lo que es ms grave todava, a explicar un gran misterio incontestable, ancho yprofundo, valindose de otro misterio estrecho, pequeo y brbaro, que no reposa ms que en

    la leyenda que trata de probar. Y, dicho sea de paso, es algo muy funesto eso de reemplazarun misterio por otro misterio menor. En la graduacin de lo desconocido, la humanidadasciende siempre de lo ms pequeo a lo ms grande. Lo contrario: descender de lo msgrande a lo ms pequeo, es volver al salvajismo primitivo en el que se llega hasta reemplazarel infinito por un fetiche o amuleto. La grandeza de los hombre se mide por la de los misteriosque cultivan o ante los cuales se detienen.

    Volviendo a Pascal, se ve que siente que todo se derrumba y, en esa derrota de la raznhumana, nos propone, al fin, la monstruosa apuesta que es a la vez la suprema confesin del

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    fracaso y de la desesperacin de su fe. Dios, dice, es decir, su Dios, y la religin cristiana, contodos sus preceptos y sus consecuencias, existe o no existe. Con argumentos humanos no

    podemos probar que existe o que no existe: Si existe un Dios, es infinitamenteincomprensible, puesto que no teniendo partes, ni lmites, no tiene ninguna relacin connosotros. Somos, pues, incapaces para saber lo que es, ni si es. Est o no est. Pero, de qulado nos inclinaremos? La razn no puede determinar nada. Un caos infinito nos separa. Alfinal de esa distancia infinita se juega una partida en la que saldr cara o cruz. Qu queris

    ganar? Razonablemente, no podis obtener ninguna de las dos; razonablemente, no podisdefender ninguna de las dos. Lo justo sera no apostar nada. S, pero es que es precisoapostar. Eso no depende de vuestra voluntad, puesto que ya estis embarcado en la aventura.

    No apostar que Dios existe, es apostar que no existe, por lo cual os castigar eternamente.Qu perdis entonces con apostar, en ltimo trmino, que existe? Si no existe, habris

    perdido algunos placeres miserables y algunas pobres comodidades de esta vida, dado quevuestros pequeos sacrificios no sern recompensados; si existe, os ganis una eternidad defelicidades incontables. -Es cierto, pero a pesar de todo, estoy hecho de tal manera, que no

    puedo creer-. Eso no importa; seguid el camino que emprendieron los que ahora creen y queantes tampoco crean: Haciendo como si creyesen, tomando agua bendita, haciendo decirmisas, etc. Naturalmente eso, os har creer y os ir atontando. Precisamente, eso es lo quetemo. Y por qu? Qu tiene usted que perder?

    Cerca de tres siglos de apologtica, no han aadido un solo argumento de valor a estapgina terrible y desesperada de Pascal. Eso es, pues, todo lo que ha podido encontrar lainteligencia humana para obligarnos a creer. Si el Dios que exige fe de nosotros, no quiereque nos decidamos segn los dictados de nuestra razn, con arreglo a qu tendremos que

    proceder en nuestra eleccin? Segn la costumbre? Segn las casualidades de la raza o elnacimiento? Segn no se sabe qu azar esttico o sentimental? O es que ha puesto ennosotros otra facultad ms elevada y ms segura ante el cual debe ceder el entendimiento? Y

    si es as, dnde se encuentra esa facultad? Cmo se llama? Si ese Dios nos castiga por nohaber seguido ciegamente una fe que no se impone irresistiblemente a la inteligencia que lmismo nos ha dado; si l nos castiga por no haber elegido, ante el gran enigma que l mismonos impone, y cuya eleccin rechaza lo mejor que l mismo ha puesto en nosotros, que es loms parecido a l mismo, entonces no tenemos nada ms que contestar: somos las vctimas deuna espantosa trampa y de una inmensa injusticia. Y cualesquiera que sean los suplicios conque sta nos aflija, sern siempre menos intolerables que la eterna presencia del que es suautor.

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    CAPTULO II

    EL ANIQUILAMIENTO

    Henos aqu ante el abismo. Est completamente libre de todas las visiones con que lohaban llenado nuestros padres. Ellos crean saber lo que hay en l; nosotros slo sabemos loque no hay en l. Se ha agrandado con todo lo que aprendimos a ignorar, en espera de que unacerteza cientfica pueda romper esas tinieblas -pues el hombre tiene derecho a esperar eladvenimiento de aquello que todava no concibe- que es lo nico que nos interesa, porque seencuentra dentro del minsculo crculo que traza nuestra inteligencia actual en lo ms negrode la noche, y que consiste en saber si lo desconocido hacia el cual vamos, es o no temible.

    Fuera de las religiones, cuatro soluciones y no ms, se pueden imaginar: el aniquilamientototal; la supervivencia con nuestra conciencia actual; y la supervivencia sin ningn gnero deconciencia, y, en fin, la supervivencia en la conciencia universal o con una conciencia que noes la misma que tenemos en este mundo.

    El aniquilamiento total es imposible. Somos prisioneros de un infinito sin salidas dondeno perece nada, sino que se dispersa, sin perderse nada tampoco. Ni un cuerpo, ni una idea o

    pensamiento pueden caer fuera del Universo, fuera del tiempo, ni fuera del espacio. Ni untomo de nuestra carne, ni una vibracin de nuestros nervios podrn ir a parar a un lugardonde nada existe. La claridad de una estrella, muerta desde hace millones de aos, esterrante todava en el ter, donde nuestros ojos la vern quiz eta noche, mientras ella sigue en

    curso sin final. As sucede con todo lo que vemos y con todo lo que no vemos. Para poderaniquilar una cosa, es decir, arrojarla en la nada, sera preciso que la nada existiese; y siexiste, no importa bajo qu forma sea, ya no es la nada. Desde el momento que intentamosanalizar, definirla o comprenderla, encontramos a faltar ideas y pensamientos y aunexpresiones o bien se nos ocurre aqullos que la niegan mejor. Concebir la nada es tancontrario a la naturaleza de nuestra razn y, verosmilmente, de toda razn imaginable, comoconcebir un lmite al infinito. Todo lo ms slo es un infinito negativo, una especie de infinitohecho de tinieblas y en oposicin al que nuestra inteligencia se esfuerza por esclarecer, omejor an, un nombre con que ella misma -la razn- ha bautizado lo que no poda abarcar,dado que nosotros llamamos nada a todo lo que escapa a nuestra razn aunque a pesar deeso exista. Pero, se dir quiz, si el aniquilamiento de los mundos y de las cosas es imposible,es menos cierto que mueran; y para nosotros qu diferencia existe entre la nada y la muerteeterna? Aqu, todava, nuestra imaginacin y las palabras nos inducen al error. As como no

    podemos concebir la nada, no podemos tampoco concebir la muerte. Con ese nombre,tapamos las pequeas partes de la nada que creemos conocer; pero, mirando desde ms cerca,debemos reconocer que la idea que nos hacemos de la muerte es demasiado pueril para que

    pueda contener el menor asomo de verdad. La idea no es mucho ms alta que nuestra estaturay as, no puede mensurar los destinos del Universo. Llamamos muerte a todo lo que tieneuna vida algo diferente a la nuestra. As pensamos de un mundo que nos parece inmvil y

    helado, como por ejemplo la Luna, porque estamos persuadidos de que toda existencia vegetalo animal se ha extinguido en ellos para siempre jams. Pero desde hace algunos aos hemosaprendido que aun la materia que en apariencia es ms muerta, est animada de movimientostan poderosos y enrgicos que, en comparacin con ellos, cualquiera vida animal o vegetal noes ms que un sueo e inmovilidad en relacin con los torbellinos vertiginosos de la energainconmensurable que encierra cualquier guijarro del camino. There is no room fordeath! No hay lugar para le muerte!

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    exclama en algn sitio la gran Emilia Bronte. Pero aun cuando en la noche infinita de lostiempos, toda la materia se volviese realmente inerte e inmvil, no dejara por eso de subsistiren una u otra forma, pero existira; y existir, aunque fuese en una inmovilidad absoluta, nosera en definitiva, ms que una forma, al fin estable y silenciosa de la vida. Todo lo quemuere cae en la vida; y todo lo que nace tiene la misma edad que lo que muere. Si la muertenos llevase a la nada, acaso el nacimiento nos habra trado de ese mismo sitio? Por qu estohabra de ser ms imposible que aquello? Cuanto ms se eleva y se ensancha el pensamiento

    humano, menos comprensibles aparecen la nada y la muerte. En todo caso, y eso es lo queaqu importa, si la nada existiese, no pudiendo ser cualquiera cosa que sea, no sera temible deningn modo.

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    CAPTULO III

    LA SUPERVIVENCIA DE LA CONCIENCIA

    Viene despus la supervivencia con nuestra conciencia actual. He tratado esta cuestin enun ensayo sobre la Inmortalidad, del que reproducir algunos prrafos esenciales,limitndome a apoyarlos con algunas nuevas consideraciones.

    De qu, pues, se compone ese sentimiento del yo que hace de cada uno de nosotros elcentro del Universo, el solo punto importante en el tiempo y el espacio? Est formado porsensaciones de nuestro cuerpo o por pensamientos, independientes de ste? Nuestro cuerpo,tendr conciencia de s mismo, sin nuestro pensamiento? Y de otra parte: nuestro

    pensamiento, sin nuestro cuerpo, qu sera? Sabemos de cuerpos sin pensamientos, pero nosabemos que existan de ningn modo pensamientos fuera de cuerpos.

    Una inteligencia que no tuviera ningn sentido, ningn rgano para crearlos yalimentarlos es muy posible que exista; pero es imposible imaginar que nuestra inteligencia

    pueda existir de esa manera permaneciendo igual que aqulla que cobraba de nuestrasensibilidad todo lo que la animaba.

    Este yo, tal como nos lo imaginamos cuando damos en pensar en las consecuencias de su

    destruccin, no es, pues, ni nuestro espritu, ni nuestro cuerpo, puesto que reconocemos queestos dos son dos corrientes que se deslizan y se renuevan sin cesar. Sera, acaso, un puntoinmutable que no sera tampoco ni substancia ni forma, siempre en evolucin, ni tampoco lavida, causa o efecto de la substancia y de la forma? En rigor de verdad nos es imposibledefinirlo, cogerlo siquiera sea con nuestro entendimiento, ni decir dnde reside. Cuando sequiere remontar hasta sus ltimas races, no se encuentra ms que una serie de recuerdos, unaserie de ideas por dems confusas y variables dependientes del mismo instinto de vida; unconjunto de costumbres propias de nuestra sensibilidad y reacciones conscientes oinconscientes contra los fenmenos que nos rodean. En resumen, el punto ms fijo de estanebulosa, es nuestra memoria, la que por otra parte parece una facultad bastante exterior,

    bastante accesoria, o por lo menos una de las ms frgiles de nuestro cerebro y una de las quedesaparecen ms rpidamente al menor trastorno de nuestra salud. Eso mismo -ha dicho muy

    justamente un poeta ingls que peda a gritos la eternidad- es lo que perecer en m.

    II

    Pero no importa; ese yo tan incierto, tan fugaz, tan fugitivo y tan precario, es de talmanera el centro de nuestro ser, interesa tan exclusivamente, que todas las realidades seeclipsan ante ese fantasma. Nos es indiferente que durante la eternidad, nuestro cuerpo o su

    substancia experimente todas las felicidades y guste de todas las glorificaciones, todas lastransformaciones ms magnficas y deliciosas, se vuelva flor, perfume, belleza, claridad, ter,estrella; y es cierto que as sucede y que nuestros muertos hay que buscarlos en el espacio,en la luz y en la vida y no en los cementerios; nos es asimismo indiferente que nuestrainteligencia se desvanezca hasta mezclarse con la existencia de otros mundos comprendiendoy dominando esa existencia. Estamos persuadidos de que todo eso no nos afectar de ningunamanera, no nos producir ningn placer, no nos llegar nunca, a no ser que esta memoria dealgunos hechos, casi siempre insignificantes, nos acompae y sea testigo de esas felicidades

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    imaginarias se dice ese yo que est obligado a no comprender nada que esas partes msaltas, ms libres y ms bellas de mi espritu, vivan eternamente en la luz y la dicha supremas;ya no me pertenecen y por lo tanto ya no las conozco. La muerte ha destruido el resorte de losnervios o de recuerdos que los una a no s qu centro en el que se encuentra el punto que yosiento que es mi yo, todo entero. Desligadas as esas partes y flotando en el espacio y en eltiempo, su destino me es tan desconocido como el de las ms lejanas estrellas. Todo lo quesuceda slo existe para m en cuando pueda relacionarlo a este ser misterioso que est no s

    dnde y precisamente en ninguna parte y que yo paseo como un espejo por el mundo dondelos fenmenos no toman cuerpo ms que cuando se reflejan en l.

    III

    De esa manera nuestro deseo de inmortalidad se destruye al formularse, toda vez queapoyamos todo el inters de la supervivencia en parte accesorias y fugaces de nuestraexistencia. Nos parece que si sta no se prolonga con la mayora de las miserias, de las

    pequeeces y de los defectos que la caracterizan, nada la distinguir de la de los otros seres; yque ser como una gota de ignorancia en el ocano de lo desconocido y que desde esemomento todo lo que suceda en adelante, ya no nos interesa para nada.

    Qu inmortalidad se puede prometer a los hombres que casi necesariamente se laimaginan de esa manera? Qu hacer entonces? Nos dice un instinto pueril mucho ms

    profundo. Cualquiera inmortalidad que no arrastre en pos de s la cadena de forzado quefuimos nosotros y para ella sera esta bizarra conciencia formada durante algunos aos demovimiento, cualquiera inmortalidad que no lleve ese signo indeleble de nuestra identidad,

    para nosotros es como si no existiese. La mayor parte de las religiones lo han comprendidobien, pues han tenido en cuenta ese instinto que desea y destruye al mismo tiempo lasupervivencia. Por eso la iglesia catlica, remontndose hasta la esperanzas ms primitivas,

    nos garantiza no solamente la existencia de nuestro yo terrenal, sino adems la resurreccin denuestra propia carne.He ah el punto central del enigma. Esa pequea conciencia, ese sentimiento de un yo

    especial, casi infantil y cuando ms extraordinariamente limitado, debido sin duda a ladebilidad de nuestra inteligencia actual, exigir que nos acompae en lo infinito de los tiempos

    para que comprendamos ese mismo infinito, del que ya gozamos o disfrutamos, no es lomismo que querer percibir un objeto por medio de un rgano que no est destinado para esa

    percepcin? No es acaso lo mismo que querer que nuestra mano descubra la luz o quenuestros ojos sean sensibles a los perfumes? No sera tambin lo mismo que si un enfermo

    para recobrarse y estar seguro de que es l mismo, creyese necesario continuar su enfermedaddurante el estado actual de salud durante la continuidad de sus das? Esta separacin por otra

    parte es ms justa y exacta que otras comparaciones que se acostumbran a hacer.Representaos un ciego que al mismo tiempo sea paraltico y sordo. Suponed que naci y asque de esa manera ha llegado a cumplir treinta aos. Cul habra sido el trabajo del tiempoen los das de esa pobre vida? Ese desgraciado debe haber recogido en el fondo de sumemoria y en defecto de otros recuerdos algunas pobres sensaciones de calor y fro, de fatigay de descanso, de dolores fsicos ms o menos agudos, de sed y de hambre. Es probable quetodas las alegras humanas, toda las esperanzas y todos los ensueos de ideales y de nuestros

    parasos, se reducirn para l al bienestar confuso de un alivio de un dolor cualquiera. He ah,

    pues, la sola envoltura de que es posible discernir para esa conciencia y para ese yo. Lainteligencia al no ser nunca solicitada por el exterior, dormir profundamente y se ignorar as misma. No obstante ese infeliz tendr una vida a su modo, a la cual se aferrar por lazos tanestrechos y tan ardientes como los del hombre ms afortunado. Temer a la muerte y la ideade entrar en la eternidad sin llevarse las emociones y los recuerdos de su estado, de sustinieblas y de su silencio, lo sumir en la desesperacin en la cual nos sume el pensar quehemos de abandonar, por los fros y las sobras de la tumba, toda una existencia de gloria, deluz y de amor.

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    IV

    Supongamos que un milagro hace animar de repente en ese sujeto los ojos y los odoshacindole asistir por la ventana abierta en su cuarto y desde su lecho la aurora brillando en lacampia, el canto de los pjaros en los rboles, oyendo el murmullo del viento en las hojas yel del agua en su incesante pasar, la llamada transparente de voces humanas entre las

    colinas Supongamos tambin, para terminar el cuadro, que el milagro se obrase asimismoen sentido de devolverle el uso de sus miembros. Se levanta, tiende los brazos hacia ese

    prodigio que para l todava no tiene parecido ni nombre: la luz! Abre la puerta vacilandoentre todos los deslumbramientos y todo su cuerpo se funde con todas esas maravillas. Penetraen una vida indescriptible, en un cielo que ningn sueo haba podido presentir y, por uncapricho, por cierto muy admisible en esa clase de curaciones, al introducirlo la salud en esemundo para l inconcebible, borra tambin en l todo recuerdo de sus sufrimientos.

    Cul ser el estado de ese yo, de ese foco central, receptculo de todas nuestrassensaciones, punto en el que se converge todo lo que pertenece en propiedad a nuestra vida,

    punto supremo, punto egtico de nuestro ser, si es que se puede aventurar ese neologismo?Una vez abolida la memoria, podr encontrar ese hombre en s mismo alguna huella delhombre anterior que fue? Al despertarse y desplegarse esa fuerza nueva que es la inteligencia,desarrollando de punto una actividad insospechada, qu relacin guardar con el germeninerte y sombro de donde procede? A qu continuar subsistiendo? Subsistir en l algnsentimiento o algn instinto, independiente de la memoria, de la inteligencia y de quin sabequ otras facultades, que le har reconocer que es verdaderamente en l mismo en quien acabade producirse el milagro liberador, que es verdaderamente su vida y no la de su vecino, la que,transformada, incognoscible, pero substancialmente idntica a la de su vecino, la que saliendode las tinieblas y del silencio, se baa en la luz y en la armona? Podemos imaginar el

    trastorno, los flujos y reflujos de esa conciencia alocada? Sabemos acaso de qu manera elyo de ayer se unir al yo de hoy, y cmo el punto egtico, el punto sensible de lapersonalidad, que es el nico que nos interesa mantener intacto, se manifestar en esosdelirios y en esos trastornos?

    Tratemos antes de contestar con una precisin que sea satisfactoria a esta pregunta que esdel dominio de nuestra vida actual y visible; y si no podemos hacerlo, cmo vamos a esperarresolver el otro problema que se alza ante cualquier hombre en el instante de morir?

    V

    Ese punto sensible en el que se resume todo el problema, pues es el nico que est adiscusin; y a reserva de lo que le concierne, la inmortalidad es cierta, ese punto misterioso alcual, en presencia de la muerte concedemos un precio tan alto, es extrao que lo perdamos devista en todo momento de la vida, sin experimentar por ello la menor inquietud. No solamentelo aniquilamos todas las noches durante el sueo, sino que aun estando despiertos seencuentra a la merced de una infinidad de accidentes. Una herida, un choque, unaindisposicin, algunas copas de alcohol, un poco de opio, un poco de humo, bastan paraalterarlo. Hasta cuando nada lo conmueve, no es constantemente sensible. A menudo es

    preciso un esfuerzo, un retorno sobre nosotros mismos para volver a aduearse, para tener

    conciencia de que nos ocurre tal o cual cosa. A la menor distraccin, pasa en torno nuestrouna felicidad sin rozarnos y sin ofrecernos placeres que en s encierra. Se dira que lasfunciones de ese gnero por el cual gustamos la vida y la relacionamos con nosotros mismos,son intermitentes, y que la presencia de nuestro yo no es ms que una continuacin rpida ycontinuada de marchas en sentido de ida y de vuelta, excepcin hecha de los casos en queaparezca el dolor. Lo que no nos tranquiliza es que, al despertarnos despus de la herida, elchoque, o la distraccin, nos creemos seguros de encontrar ese punto intacto, en el lugarmismo donde estamos persuadidos de que existe, y lo mismo como lo sentamos frgil y

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    vulnerable y a punto de desaparecer para siempre en la espantosa sacudida que separa la vidade la muerte.

    VI

    Afirmemos, ante todo, una verdad preliminar, en espera de otras que, sin duda, nosdescubrir el porvenir y es que en estas cuestiones de la vida y la muerte, nuestra

    imaginacin no ha salido del perodo infantil. En casi todo lo dems, nuestra imaginacin seadelanta a la razn, pero en esas nociones se entretiene todava con los juegos de las primerasedades. Se rodea de ensueos y de deseos brbaros, con los cuales meca los temores y lasesperanzas del hombre de las cavernas. Pide cosas que, por ser muy pequeas, son imposibles.Exige privilegios que, una vez obtenidos, seran ms temibles que los mayores desastres conque nos amenaza el aniquilamiento. Podemos pensar sin estremecernos en lo que sera denosotros, en una eternidad encerrada por completo en nuestra nfima conciencia actual? Y vedcmo, en todo esto, obedecemos a los caprichos ilgicos de aquella que antes de llamaba laloca del desvn. Quin de nosotros que se durmiese esta noche con condicin de perdertodo recuerdo de su vida anterior -esos recuerdos no seran intiles?- quin de nosotros noacogera ese sueo secular con la misma confianza que el dulce y breve dormir de todas lasnoches? No obstante, entre ese sueo de cien aos y la muerte verdadera, no habra msdiferencia que la de ese despertar lejano, despertar que sera tan extrao para el que se hubiesedormido como lo sera el nacer de un hijo pstumo.

    O bien, suponed, dice sobre poco ms o menos Schopenhauer, dirigindose a alguien queno quiere admitir la inmortalidad sin abarcar en ella su conciencia; suponed que, para librarosde algn dolor insoportable, os sometis a un sueo absolutamente inconsciente, durante tresmeses, garantizndoos primero la vuelta a la conciencia, qu harais? Lo aceptarais de muy

    buena gana. Pero si transcurridos los tres meses resultase que no os despertasen porque se

    hubiesen olvidado y que no os despertasen hasta despus de diez mil aos, cmo osenterarais de ello? y una vez que ha empezado el sueo, qu importa que dure tres meses osiempre ms?

    VII

    Convengamos, pues, en que todo lo que compone nuestra conciencia, proviene primero denuestro cuerpo. Nuestro pensamiento no hace sino organizar aquello que se le suministre pornuestros sentidos; y las imgenes y las palabras -las palabras que en el fondo no son ms queimgenes- con la ayuda de las cuales la conciencia se esfuerza por arrancarse de esos sentidos,lo ofrecen ocasin para negar la realidad de los mismos. Esas palabras e imgenes se lasofrecen los sentidos. Cmo ese pensamiento podra continuar sindolo si no le quedase nadade lo que lo formaba? Cuando yo no tenga cuerpo, qu se llevar consigo al infinito parareconocerse, cuando nicamente se reconoce gracias a ese cuerpo precisamente? Se llevaralgunos recuerdos de una vida comn? Acaso esos recuerdos que ya se borraban en estemundo, bastarn para separarlo eternamente del resto del Universo, en el espacio sin lmites yen el tiempo indefinido? Pero, se dir, en nuestro yo, no hay solamente lo que en l descubrenuestra inteligencia. Hay en nosotros muchas cosas en las cuales nuestros sentidos no entran

    para nada; se encierra en nosotros un ser superior al cual no conocemos. Es probable; cierto,

    si queris. Lo inconsciente, es decir, lo que representa el Universo, es enorme ypreponderante. Pero, de qu manera el yo que nosotros conocemos y cuya suerte es lo nicoque nos interesa, podr reconocer todas esas cosas y ese ser superior que nunca ha conocido?Qu har cuando se encuentre en presencia de ese extranjero? Si me decs que soy yomismo, est bien. Mas aquello que sobre esta tierra senta y meda mis alegras y dolores yhaca nacer algunos de los recuerdos y pensamientos que me quedan, eran acaso esedesconocido inmvil e invisible que exista en m sin que yo lo sospechase, como

    probablemente yo voy a vivir con l, sin que l se ocupe de una presencia que slo le

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    proporcionar la pobrsima memoria de una cosa que ya no existe? Ahora que ha ocupado milugar, destruyendo todo lo que formaba mi pequea conciencia de este mundo para adquiriruna conciencia mayor, no comienza otra vida en la cual la felicidad y el sufrimiento pasarn

    por encima de mi cabeza sin rozar con sus alas lo que yo me siento ser hoy?

    VIII

    En fin: cmo explicar que en esa conciencia que debera sobrevivirnos, no haya dejadoninguna huella el infinito que precede a nuestro nacimiento? No tenamos ningunaconciencia en ese infinito o la perdimos al aparecer en la tierra; y la catstrofe que producetodo el terror de la muerte, no podra haberse producido en el instante de nacer? No se podranegar que ese infinito tiene sobre nosotros los mismos derechos que el que sigue a nuestrofallecimiento. Somos tan hijos del primo como del segundo y necesariamente participamos delos dos. Si sostenis que existiris siempre, tenis que admitir que habis existido desdesiempre; no se puede imaginar el primer, sin verse obligado a imaginar tambin el otro. Sinada acaba, nada empieza, dado que ese principio sera el fin de alguna otra cosa anterior. Y,aun admitiendo que yo exista desde siempre, no tengo conciencia alguna de mi existenciaanterior, mientras que me ser necesario llevar hasta los horizontes sin lmites de los siglos,indefinidos, la pequea conciencia que he adquirido en el pequeo instante que transcurreentre mi nacimiento y mi muerte. Mi yo verdadero que va a ser eterno, no datara ms que demi corto paso por la tierra; toda la eternidad anterior, que equivale exactamente a la posterior,

    puesto que es la misma (con el pequeo parntesis en el medio, de mi existencia), nosignificara entonces nada? De dnde viene ese privilegio extrao que se concede a algunosdas insignificantes en un planeta? Acaso porque en esa eternidad anterior no tenamosninguna conciencia? Y qu sabemos nosotros a ese respecto? Al contrario, eso parece

    bastante improbable. Porque esa adquisicin de conciencia sera un fenmeno nico en una

    eternidad que tuvo a su disposicin millares de casualidades, durante los cuales a no ser quesealemos un fin a la infinidad de los siglos es imposible concebir que las miradas decoincidencias que formaron mi conciencia actual, no se hayan encontrado repetidas veces.Desde que se arroja la mirada sobre los misterios de esa eternidad, en la que, todo lo quesucede debe suceder, parece al contrario ms verosmil que hayamos tenido una infinidad deconciencias que nos velan nuestra vida de ahora. Si esas conciencias han existido y, si almorir nosotros, una conciencia ha de sobrevivir, las dems deben tambin sobrevivir, pues nohay ninguna razn para discernir a la que hemos adquirido aqu un privilegio tan exorbitante.Y si todas esas conciencias sobreviven y se despiertan al mismo tiempo, qu le suceder aesa pequea conciencia que data de algunos minutos terrestres, mezclada, sumergida, en esasotras existencias eternas? A lo ms, aun cuando ella olvidase todas sus existencias anteriores,qu sera de ella entre los asaltos y los trastornos sin fin de su pstuma eternidad, colocadacomo un pequeo islote azotado constantemente por dos ocanos limitados? No sabrasobrevivir, sino con la condicin de no adquirir nada ms, de quedarse cerrada para siempre,aislada y limitada, impenetrable e insensible a todo, en medio de los misterios insospechados,de las maravillas, de los espectculos fabulosos que tendra que ver y recorrer eternamente,sin ver ni or nada absolutamente Y se sera el peor destino y la muerte peor que nos

    pudiera esperar. De cualquier modo que sea, henos aqu llevados hacia las hiptesis de laconciencia universal, o de la conciencia modificada que vamos a examinar en el acto.

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    CAPTULO IV

    LA HIPTESIS TEOSOFISTA

    Pero, antes de abordar esos problemas, convendra estudiar otras dos soluciones que, si noson nuevas, son interesantes, y que por lo que se refiere a esa cuestin de la supervivencia

    personal, es lo que se ha renovado menos. Me refiero, con esto, a las teoras neo-teosofistas yneo-espiritistas, que, para m, son las nicas que se pueden discutir en serio. La primera escasi tan vieja como el hombre, pero un movimiento de opinin bastante intenso en algunos

    pases, ha resucitado y puesto a la luz, la doctrina de la reencarnacin o de la transmigracinde las almas. No se puede negar que de todas las teoras religiosas, la de la reencarnacin es lams plausible y la que menos choca con nuestra razn. Tiene en su favor lo que no se puededespreciar, o sea el apoyo de las religiones ms antiguas y ms extendidas en el Universo, queson las que, de un modo incontestable, han producido a la humanidad la mayor cantidad desabidura y de las cuales no hemos acabado de investigar todava todas las verdades ymisterios. En realidad, toda el Asia, que es de donde procede todo lo que sabemos, ha credosiempre, y sigue creyendo todava, en la transmigracin de las almas.

    No existe dice muy justamente Annie Bessant, el apstol tan notable de la nuevaTeosofa, una doctrina de la reencarnacin. No hay ninguna que, como ella, tenga en sufavor el peso de la opinin de los hombres ms concienzudos, ni existe otra, como lo hadeclarado Max Mller, en la cual se hayan concordado los filsofos ms grandes de lahumanidad.

    Todo eso es perfectamente exacto. Pero para arrastrar hoy das nuestras conviccionesdesconfiadas, se necesitaran otras pruebas. Yo he buscado vanamente una sola prueba en losmejores escritos de los modernos teosofistas y no he hallado ms que afirmaciones repetidas ymuy perentorias que flotan en el vaco. El mayor, el principal y, en una palabra, el nicoargumento de orden sentimental. Ellos sostienen que su doctrina, en la cual el espritu, en susvidas sucesivas, se eleva y se purifica ms o menos rpidamente segn sus esfuerzos y susmritos, esa doctrina es la nica que satisface el instinto irresistible de justicia que llevamosen nosotros. Tienen razn, y desde ese punto de vista, su justicia de ultra-tumba esincomparablemente superior a la del cielo brbaro y del monstruoso infierno de los cristianos,en donde se castiga o se premia eternamente, faltas y virtudes, la mayor parte de veces

    pueriles, inevitables o fortuitas. Pero eso, repito, no es ms que un argumento sentimental,que, en la demostracin de pruebas, no tiene ms que un valor muy pequeo.

    II

    Se puede reconocer que algunas de sus hiptesis son bastantes ingeniosas, y lo nosrefieren del papel de los Coques por ejemplo, o de las Elementales en los fenmenosespiritistas, equivale poco ms o menos a nuestras torpes explicaciones fludicas o nerviosas.Quiz y aun sin quiz tienen razn cuando afirman que alrededor de nosotros est lleno de

    formas y especies vivas y diversas, inteligentes e innumerables tan diferentes entre ellascomo lo es una brizna de hierba de un tigre, y un tigre de un hombre que se codean connosotros sin cesar a travs de las cuales pasamos sin apercibirnos. Vamos de uno a otroextremo. Si todas las religiones llenaron el mundo con seres invisibles, nosotros lo hemosdespoblado por completo y es muy posible que un da se reconozca que el error no estaba donse crea. Como lo dice muy bien en una pgina curiosa, Sir William Crookes: No esimprobable que existan otros seres provistos de sentidos cuyos rganos correspondan con losrayos de luz, a los cuales nuestra vista es sensible, pero que sean aptos para percibir otras

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    vibraciones que nos dejan indiferentes. Tales seres viviran en realidad en un mundo distintodel nuestro. Figuraos, por ejemplo, aqu idea nos haramos de los objetos que nos rodean, sinuestros ojos en lugar de ser sensibles a la luz del da, slo lo fueran a las vibracioneselctricas y magnticas. El vidrio y el cristal tornaranse cuerpos opacos, los metales seranms o menos transparentes, y un hilo telegrfico suspendido en el aire parecera un largo yestrecho agujero, atravesando un cuerpo de una solidez impenetrable. Una mquina electro-dinmica en accin dara la impresin de un incendio, mientras que un imn realizara el

    sueo de los msticos de la Edad Media y se convertira en una lmpara perpetua, ardiendo sinconsumirse y sin que fuera necesario alimentarla de ninguna manera.

    Todo esto, y tantas otras cosas que afirman, sera, si no aceptable, por lo menos digno deatencin, siempre y cuando esas suposiciones fuesen presentadas por lo que son, vale decir,hiptesis antiqusimas que se remontan a las primeras edades de la teologa y de la metafsicahumanas; pero en cuanto se las transforma en afirmaciones categricas y doctrinales,convirtanse al instante en insoportables.

    Nos prometen, por otra parte, que ejercitando nuestro espritu, afinando nuestros sentidosy sutilizando nuestro cuerpo, podremos vivir con aquellos que llamamos muertos, y con losseres superiores que nos rodean. Todo esto no parece llevar a gran cosa y descansa sobre

    bases muy frgiles, sobre pruebas muy vagas procedentes del sueo hipntico, de lospresentimientos, de la mdiumnidad, de los fantasmas, etc. Es muy sorprendente que algunosde entre ellos, llamados Clarividentes, que pretenden estar en comunicacin con ese mundode desencarnados y con otros mundos ms cercanos a la divinidad, no nos presenten nadaconcluyente. Nosotros necesitamos otras cosas ms que las teoras arbitrarias de la tradainmortal, de los tres mundos, del cuerpo astral, del tomo permanente o del ama-Loka. Admitido que su sensibilidad es ms aguda, su percepcin ms sutil, su intuicinespiritual ms penetrante que la nuestra, por qu no llevan adelante sus investigaciones dellado de los fenmenos aun muy esparcidos, controvertidos pero aceptables de la memoria

    prenatal, pongo por caso, que cito al azar, entre tantos otros? No deseamos otra cosa sinodejarnos convencer, porque todo aquello que aporte algo de importancia, al desarrollo, y a laduracin del hombre, debe ser acogido con viva satisfaccin. 1

    1Para conocer la exacta verdad sobre el movimiento y las primeras manifestaciones neoteosficas, lase el

    muy notable informe redactado despus de una imparcial cuanto rigurosa prueba, por el Dr. Hodgson,enviado especialmente a las Indias por la S. P. R. Devela magistralmente los fraudes evidentes y a menudoburdos de la clebre Mme. Blavatsky y de todo el estado mayor neoteosfico. (Proceedings, tomo III,Hodgsons Report on Phenomena connested with Theosophy, pgs. 201- 400).

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    CAPTULO V

    LA HIPTESIS NEO-ESPIRITISTA

    Las apariciones

    Fuera de la teosofa, se han efectuado investigaciones puramente cientficas, en esasregiones desconcertantes de la supervivencia y de la reencarnacin. El neo-espiritismo o

    psiquismo, o espiritualismo experimental, naci en Amrica del Norte en 1870. Sir WilliamCrookes, el hombre genial que abri la mayor parte de los caminos al final de los cuales sedescubrieron con la consiguiente estupefaccin propiedades y estados desconocidos de lamateria desde el ao siguiente organiz las primeras experiencias rigurosamente cientficas. Yya en 1873-74 con la ayuda del mdium Miss Coock, obtena fenmenos de materializacinque luego no han adelantado mucho ms. Pero, sobre todo, el verdadero empuje de la nuevaciencia viene de la fundacin de la Sociedad de Investigaciones Psquicas (Society for

    Psychical Research S. P. R.). Esta sociedad se fund en Londres hace mucho ms de uncuarto de siglo, bajo los auspicios de los sabios ms ilustres de Inglaterra y emprendi, comoes sabido, el estudio metdico y riguroso de todos los hechos de psicologa y de sensibilidadsupranormales. El estudio o investigacin, dirigido por Gurney, Myers y Pod-more, y

    continuado despus por sus sucesores, constituye una obra maestra de paciencia y de probidadcientficas. Ningn hecho se ha admitido, en esos estudios, que no haya sido corroborado portestimonios irrecusables, por pruebas escritas y concordancias convincentes; en una palabra,no se puede refutar la veracidad material de la mayor parte de esas investigaciones, sin negartambin por adelantado y por puro parti pris todo valor de prueba al testimonio humano yhacer imposible cualquier conviccin o certeza que se apoyara o naciera en l 1. Entre esasmanifestaciones anormales, como telepata, letargo, previsiones, etc., no observaremos msque aquellas que tienen relacin con la vida de ultratumba. Se les puede dividir en doscategoras: 1. Las apariciones reales, objetivas y espontneas, o manifestaciones directas; 2.Las manifestaciones obtenidas por el intermedio de mdium, ya se trate de apariciones

    provocadas -que dejaremos por el momento a un lado, dado que a menudo son de carctersospechoso2- o bien de comunicaciones con los muertos por la palabra o por su escrituraautomtica. Nos detendremos un momento en esas comunicaciones extraordinarias que hansido estudiadas durante mucho tiempo por hombres como Nyers, el doctor Hodgson, Sir

    1El rigor ser empleado en esas investigaciones es tal que la S. P. R. se hace blanco a menudo de los

    ataques de la prensa espiritista, que corrientemente la llama Sociedad para la supresin de los hechos, para la generalizacin de las acusaciones de impostura, para desalentar a los sensitivos y pararechazar cualquiera revelacin de las que, segn se dice, se imponen a la humanidad, desde las regiones

    del conocimiento.2

    No obstante, sera injusto afirmar que todas esas apariciones son sospechosas. Por ejemplo, es imposible

    negar la realidad de la clebre Katie King, doble de Miss Coock, que un hombre como William Crookesestudi y comprob severamente, en sus hechos y en sus gestos, durante tres aos. Pero desde el punto devista de las pruebas de la supervivencia y aunque Katie King se diese por una muerta que volva a la tierra,para expiar ciertas faltas, esas manifestaciones tienen menos valor que las comunicaciones obtenidasdespus. En todo caso no aportan ninguna revelacin sobre la existencia de ultra-tumba. Katie, una joven yvivaz, que se le podan contar las pulsaciones, cuyo corazn se oa latir, a la cual se retrat, que distribuaentre los circunstantes rizos de su cabellera, que contestaba a cuanto se le preguntaba, no dijo una palabrasobre los secretos de ultra-tumba.

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    Oliver Lodge, el filsofo William James, padre del pragmatismo, y a todos han impresionadoprofundamente y casi los han convencido. Merece, por lo tanto nuestra atencin.

    Por lo que se refiere a las pruebas de la primera categora, es naturalmente imposible,transcribir aqu, ni aun de una manera sumaria, las ms chocantes de entre ellas y, para ello,remito al lector curioso, a las colecciones de actas (Proceedings) de la S. P. R. Bastarrecordar que numerosas apariciones de difuntos se comprobaron y fueron estudiadas por

    hombres sabios como Sir W. Crookes, R. Wallace. R. Dale-Owen, Aksakof, Pal Gibier yotros. Gurney, uno de los clsicos en esta ciencia nueva, cita 231 casos de ese gnero; y,desde entonces, el peridico de la S. P. R. y las revistas especiales no han dejado de consignarotros nuevos. Parece, pues, establecido, tanto como puede serlo un hecho, que una formaespiritual o nerviosa, una imagen, un reflejo retrasado de la existencia es susceptible desubsistir durante algn tiempo, de desprenderse del cuerpo, de sobrevivirlo, de franquear enun abrir y cerrar de ojos, enormes distancias, de manifestarse a los vivos y, a vecescomunicarse con ellos.

    Por lo dems, hay que reconocer que esas apariciones son muy breves. No tienen lugarms que en el momento preciso de morir o en el inmediato. No parecen tener conciencia deuna vida nueva o supra-terrestre y diferente de aquella que llevaba el cuerpo de donde salen.Por el contrario, su energa espiritual, en el instante en que debera estar completamente pura,

    puesto que est libre de la materia, parece muy inferior a lo que pareca cuando la materia laenvolva. Esos fantasmas, ms o menos tmidos, atormentados frecuentemente por

    preocupaciones insignificantes, aunque vienen del otro mundo, nunca han trado de l, a pesarde haber franqueado sus umbrales maravillosos, una sola revelacin tpica. De pronto seevaporan y desaparecen para siempre. Son acaso los primeros resplandores de otra existenciao ltimos de sta? Acaso los muertos, no teniendo otro medio mejor, se valen de ese modo

    para hacerse perceptibles a nuestros sentidos? Continan despus viviendo en torno nuestro,

    pero sin conseguir, a pesar de sus esfuerzos, darse a conocer a un recin nacido ciego, lanocin de la luz y los colores? No sabemos nada y aun ignoramos si, de todos esos fenmenosincontestables, nos est permitido sacar alguna conclusin. Solamente adquiriran importanciasi fuese posible constatar o provocar apariciones de seres cuya muerte datase de un ciertonmeros de aos. Se estara, entonces, en posesin de la prueba material y siempre eludida deque el espritu no depende del cuerpo, que es causa y no efecto, que puede subsistir, nutrirse yfuncionar sin rganos. De ese modo, el mayor problema que se ha planeado a la humanidadquedara, si no del todo resuelto, por lo menos libre de algunas tinieblas y, por eso solamente,el hecho de la supervivencia personal, aun permaneciendo sujeto a los misterios del origen ydel fin, podra sostenerse y defenderse.

    Pero no hemos llegado ah. Entretanto, es realmente curioso constatar que, en efecto,existen espectros, imgenes y fantasmas. Una vez ms, la ciencia confirma en esto, unacreencia general de la humanidad y nos demuestra que una creencia como sta, por muyabsurda que en principio parezca, merece ser considerada, siempre, con cuidado.

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    CAPTULO VI

    LAS COMUNICACIONES CON LOS MUERTOS

    I

    Los espritus se comunican, o creen comunicarse con los muertos, porque se llaman con lapalabra o con la escritura automtica. Estas se obtienen con la ayuda de un mdium 1 enestado de xtasis, o mejor en trance, en situacin, segn el vocabulario de esa nuevaciencia. Ese estado no es del sueo hipntico, no parece una manifestacin histrica y, amenudo, se encuentra en el mejor estado de salud del cuerpo y con el ms completo equilibriointelectual y fsico, como en el caso del mdium Piper. Es ms bien una de las personalidadeso conciencias secundarias o subliminales del individuo; o, mejor an, para el caso de admitirla teora espiritista, su toma de posesin, su invasin psquica, segn dice Myers, porfuerzas de otro mundo. En el sujeto en trance la conciencia y la personalidad normalesestn abolidas por completo, y responde automticamente, a veces por la palabra y a veces

    por la escritura, a las preguntas que se le hace. Sucede tambin que hable y escriba al mismotiempo; lo que sucede cuando la voz la toma un espritu y la escritura otro, llevando los dosuna conversacin independiente. Mas raramente, la voz y las dos manos se encuentran

    posedas tambin y entonces se obtienen tres comunicaciones diferentes. Es evidente quesemejantes comunicaciones se prestan al fraude y a las simulaciones de todo gnero y sobretodo que la desconfianza es invencible. Pero hay algunos casos que se prestan rodeados de

    tales garantas de buena fe y sinceridad tan larga y rigurosamente controladas por sabios decarcter de responsabilidad, de una autoridad irrecusable y de un escepticismo intratable casi,

    1Los que se dedican al estudio de esas manifestaciones anormales, se preguntan generalmente: para qu

    esos mdiums, para qu esos intermediarios muchas veces sospechosos y siempre insuficientes? -Porquehasta el presente, no se ha encontrado el medio de prescindir de ellos. Si se admite la teora espiritista, losespritus desencarnados que de todas partes nos rodean y estn separados de nosotros por el tabiqueimpermeable y misterioso de la muerte, buscan, para comunicar con nosotros, la lnea de menor resistenciaentre los dos mundos; y sta la encuentran en el mdium sin que se sepa la razn, del mismo modo que se

    ignora por qu razones una corriente elctrica recorre un hilo de cobre y es detenida por un tubo de vidrio oporcelana. Si de otra parte, se admite la teora teleptica, que es la ms probable, se constata que lospensamientos, las intenciones o las sugestiones, en la mayora de los casos, no se transmiten desubconsciente a subconsciente. Es necesario un organismo al propio tiempo receptor y transmisor, y esteorganismo se encuentra en el mdium. Por qu? Una vez, nada se sabe en absoluto, del mismo modo queno se sabe por qu tal cuerpo o tal disposicin de un cuerpo es afectado por las ondas concntricas en latelegrafa sin hilos, mientras que tal otro es insensible a ello. Se tantean aqu como se tantea en casi todaspartes, en el obscuro dominio de los hechos incontestables pero inexplicables. Quienes deseen adquirir alrespecto de las teoras de la mdiumnidad nociones ms amplias y precisas, leern con admirable provechoel discurso pronunciado en fecha 29 de enero de 1897, por William Crookes, en su carcter de presidente dela S. P. R.

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    que es punto menos que imposible el alimentar la menor duda 2. Desgraciadamente no puedoentrar aqu en detalles de las

    sesiones puramente cientficas celebradas con ese fin, como seran por ejemplo las tenidas porla seora Piper, el clebre mdium, con quien trabajaron durante varios aos, sabios comoMyers, el doctor Hodgson, profesor de Newbold, de la Universidad de Pensilvania, Sir Oliver

    Lodge y William James. Por otra parte, la acumulacin, las coincidencias, la naturalezaanormal de esos detalles, todo eso es lo que precisamente hace nacer y confirma la conviccinde que uno se encuentra frente a fenmenos completamente nuevos, inverosmiles peroautnticos y que es a veces difcil clasificarlos entre los fenmenos terrestres. Sera necesarioconsagrar a esos estudios un espacio que excedera este ensayo. Por lo tanto, me limitar aremitir al curioso que quisiera saber ms sobre todo eso que lea la obra de Sir Oliver LodgeLa supervivencia del hombre, y sobre todo, los 25 gruesos volmenes de losProcedimientos de la S. P. R., particularmente en lo que se refiere a las declaraciones ycomentarios de William James, referentes a las sesiones de Piper-Hodgson (volumen 23), lomismo que el volumen 13 en el cual Hodgson examina y analiza los hechos y argumentos quese pueden invocar en pro y en contra de la intervencin de los muertos, y tambin a la obracapital de Myers Human Personality (La Personalidad Humana).

    II

    Los mdiums en trance son invadidos o posedos por diversos espritus familiares, a loscuales en la nueva ciencia se llama con el nombre bastante impropio y anfibolgico deprueba. As la seora Piper, por ejemplo, se ve visualizada por Phinuit, Jorge Pelhan o P. J.,Imperator, Doctor y Rector. La seora Trompson se ve vestida sobre todo por el espritu de

    Nelly, mientras los personajes ms ilustres y ms graves se refugian en el clrigo Stainton N.Moses. Cada uno de esos espritus mantiene hasta el final un carcter bien definido, que no sedesmiente y que por lo dems no tiene generalmente ninguna relacin con el mdium. Entreesos espritus que visitaron a los mdiums nombrados, los de Phinuit y Nelly, son los mssimpticos, los ms originales, los ms vivos, los ms activos y, sobre todo, los ms locuaces.Centralizan, por as decirlo, de cierto modo, las comunicaciones, van y vienen, se hacenapresurados y sin entre los concurrentes a la sesin hay alguno que desea ponerse encomunicacin con el alma de un pariente, de un amigo muerto, salen corriendo a buscarlo, lotraen, anuncian entre la multitud innumerable, lo traen, anuncian su llegada, hablan en sunombre, transmiten y, por as decirlo, traducen sus preguntas y sus respuestas, pues, segn

    parece, a los muertos les es muy difcil comunicarse con los vivos por faltarles aptitudesespeciales y el concurso de circunstancias extraordinarias. No examinemos todava lo quetienen que revelarnos, pero al verlos agitarse as en medio de sus hermanos y sus hermanas

    2Estas cuestiones de fraude y de simulacin son naturalmente las primeras que se presentan cuando se

    empieza el estudio de esos fenmenos. Tan slo es menester familiarizarse con la vida, las costumbres y lamanera de proceder de tres o cuatro grandes mdiums de cuyos sujetos vamos a hablar para que ni siquieraos roce la menor duda en adelante. De todas las explicaciones imaginables, aqulla que no invocara msque la impostura y la superchera, sera, fuera de toda duda, la ms extraordinaria y la menos verosmil.Puede uno por otra parte, darse cuenta, leyendo el informe de Richard Hodgson, Observations of certain

    phenomena o trance, (Proceedings, tomo VIII y el informe de J. H. Hyslpo, tomo XIII), de las precaucionestomadas, habindose hasta utilizado detectives especiales, para asegurarse de que la seora Piper, porejemplo, no poda normal y humanamente, tener ningn conocimiento de los hechos que revelaba. Lo repito:as que se ha tomado pie en ese estudio, las sospechas se disipan sin dejar huellas, y pronto nosconvencemos de que no es del lado de los engaos que se halla el punto del enigma. Todas lasmanifestaciones de la personalidad muda, misteriosa y oprimida que se oculta en cada uno de nosotrosexperimentan una despus de otra la misma prueba y aqullas que se relacionan con la varita mgica, porno citar otras, pasan en la actualidad por la misma crisis de incredulidad. No hace cincuenta aos, la mayorparte de los fenmenos hipnticos hoy cientficamente clasificados, eran igualmente conceptuados comofraudulentos. Parece ser que al hombre le repugna reconocer, que abarca en s muchas ms cosas de lasque imaginaba.

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    desencarnados que son una multitud invisible, nos dan del otro mundo una impresin nadatranquilizadora y uno se dice que nuestros muertos de hoy se parecen de un modo bienextrao a los que evocaba Ulises hace tres mil aos. Nos parecen sombras plidas y alocadas,inconsistentes, pueriles, presas de estupor, como figuras de ensueos ms numerosas que lashojas que caen en otoo y como ellas temblorosas por el menor soplo desconocido que vienede los espacios de otro mundo. No tienen bastante vida ni aun para ser desgraciadas y parecenarrastrar no se sabe a dnde una existencia precaria y sin finalidad, yerran sin fin, deambulan

    en torno nuestro, charlan entre ellas sobre pequeeces de la tierra y cuando una rendija se abreen la noche en que viven, se excitan, se apresuran en todas direcciones, como torbellinos de

    pjaros hambrientos de luz y de una voz humana. Y, a pesar suyo, uno recuerda las siniestraspalabras del fantasma de Aquiles emergiendo del Erebo, segn est escrito en la Odisea:-No me hables, Ulises, de la muerte! Preferira ser un campesino y servir por un mserosalario a un hombre que apenas pudiese alimentarse, antes que mandar a todos los muertosque ya no existen ms!

    III

    Qu tienen que decirnos esos muertos de hoy? Lo que en primer trmino llama laatencin es que parecen interesarse por los acontecimientos de este mundo, mucho ms quelos del mundo donde se encuentran. Parecen ante todo celosos por establecer su identidad, por

    probar que aun existen, que lo saben todo; y para convencernos, hacen alarde de unaprecisin, de una perspicacia y prolijidad extraordinarias, entran en los ms minuciosos yolvidados detalles. Son tambin extremadamente hbiles en desembrollar el parentescocomplicado de quien le interroga, de una persona presente en la sesin as como la de undesconocido que entra en la sala. Recuerdan los pequeos achaques de ste, las enfermedadesde aqul, las manas o aptitudes de un terreno. Perciben los acontecimientos a distancia, ven,

    por ejemplo, y describen a sus oyentes de Londres, un episodio insignificante que sedesarrolla en el Canad. En una palabra, dicen y hacen ms o menos todas las cosasdesconcertantes e inexplicables que se consigue algunas veces de un mdium de primer orden;y quiz van ms lejos an, pero de todo esto no trasciende esa especie de aroma de y ese no squ resplandor de ultratumba que nos haban prometido y que esperbamos.

    Se dir que los mdiums slo son visitados por espritus inferiores, incapaces dedesprenderse de las preocupaciones terrestres y elevarse hacia ideas ms vastas y elevadas. Es

    posible, y sin duda hacemos mal en creer que un espritu despojado de su cuerpo seasbitamente transformado y se convierta, en un instante, tal como nos lo imaginamos. Masno podran al menos decirnos en dnde se encuentra, qu sienten, qu hacen?

    IV

    Parece que despus de los experimentos de que hablamos, la misma muerta haya queridocontestar a la objecin; en efecto; Myers, el doctor Hodgson y el profesor William James,quienes, tan a menudo y durante largas y apasionadas horas, interrogaron a los mdiums Pipery Thompson, y obligaron a los que dejaron de ser, a hablar por su propia boca, hlos aqu a suvez entre las sombras, allende la cortina de tinieblas. Por lo menos, ellos saben exactamentequ hay que hacer para llegar hasta nosotros, y lo que es preciso revelar para domear la

    inquietud y la curiosidad de los hombres. Myers especialmente, el ms fervoroso, el msconvencido y el ms impaciente respecto del velo que lo separaba de las realidades eternas, haprometido formalmente a quienes prosiguen su obra, hacer en lo desconocido todos losesfuerzos imaginables para prestarles una ayuda decisiva. Y mantuvo la palabra. Un mesdespus de su muerte, Sir Oliver Lodge interroga a la seora Thompson en trance, cuandode pronto Nelly, el espritu familiar de sta declara que ha visto a Myers, que est an biendespierta, pero que piensa volver hacia las nueve de la noche, para comunicarse con su viejoamigo de la Sociedad de Investigaciones Psicolgicas. Se suspende la sesin, se reanuda a las

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    ocho y media, y por fin, se obtiene la comunicacin con Myers. Desde las primeraspalabras, se le reconoce perfectamente, no ha cambiado. Fiel a su mana terrestre, insiste en elacto sobre la necesidad de tomar notas. Pero parece atemorizado, corrido. Le hablan de laSociedad de Investigaciones Psicolgicas, que fue la nica preocupacin de su vida, y no seacuerda de nada. Despus, poco a poco, le vuelve la memoria y, entonces, relata verdaderashabladuras de ultratumba a propsito de la presidencia de la sociedad, del artculonecrolgico publicado por Times, de algunas cartas que se deban haber publicado, etc. Se

    queja de que no le dejan un momento de reposo, pues de todos lados de Inglaterra se quierecomunicar con l. Llame a Myers, traiga a Myers! Dice que necesitara algn tiempo

    para reaccionar, para tranquilizarse y reflexionar. Se queja tambin de las dificultades con quetropieza para transmitir su pensamiento por los mdiums de los cuales dice que hacen esastransmisiones como un estudiante de primer ao de latn traduce por primera vez Virgilio.En cuanto a su estado actual, dice tuvo que buscar su camino como a travs de milcallejones, antes de saber que estaba muerto. Le pareca que se perda en una ciudaddesconocida y cuando vea a algunas personas que saba que haban muerto, le pareca estarviendo visiones.

    Esas y otras muchas charlataneras por el estilo, que no son naturalmente mssignificativas, fue todo lo que dio la prueba o la personificacin de Myers, de la cual sehaba esperado mucho ms.

    Esta comunicacin y otras muchas que resucitan, de una manera sorprendente, alparecer, las costumbres, la manera de pensar, de hablar y el carcter de Myers, tendra algnvalor si ninguno de aquellos por quien y a quien fueron hechas no hubiesen conocido a stecuando se encontraba en el mundo de los vivos. Tales cuales se presentan, no son sino muy

    probablemente reminiscencias de una personalidad secundaria del mdium o tal vezsugestiones inconscientes del interrogador o de los asistentes a la sesin.

    V

    Una comunicacin ms importante y ms turbadora por los nombres que toman parte enella, es la que se designa bajo el nombre: Prueba Piper-Hodgson. El profesor William Jamesle consagra en el tomo XXIII de los Proceedings un estudio de ms de ciento veinte pginas.El doctor Hodgson fue, cuando viva, el secretario de la sucursal norteamericana de la S. P.R., cuyo vicepresidente era William James. Durante largos aos, habase dedicado al mdiumPiper, trabajando con l tres veces a la semana, y acumulando de esta suerte, referente a losfenmenos pstumos, una enorme pila de documentos cuyos tesoros aun no han sidoagotados. Como Myers haba prometido volver, despus de su muerte; y, como era de carcter

    jovial, ms de una vez haba manifestado la seora Piper que cuando l a su vez la visitara,como posea ms experiencia que los dems espritus, las sesiones tomaran un giro msdecisivo, y que la cosa sera muy animada. Y en efecto, volvi a los ocho das despus de sudeceso y se manifest con la escritura automtica (es la manera de comunicacin ms habitualdel mdium Piper) durante varias sesiones, a las cuales asista William James. Deseara daruna idea de ese informe. Pero, como muy justamente lo hace notar el clebre profesor de laUniversidad de Harvard, el relato taquigrfico de una sesin de esa clase, ya por s solodesfigura por completo su sentido. En vano se busca en estos relatos la emocin que seexperimenta al encontrarse as, frente a un ser invisible, pero vivo, que no solamente responde

    a las preguntas que se le hacen, sino que se adelanta al pensamiento de su interlocutor: sabecomprender con medias palabras y recoge una alusin oponiendo otra ya grave, ya irnica. Lavida del muerto, que por espacio de una hora, parece que habis rodado, cercado porcompleto, parece apagarse, una segunda vez. La taquigrafa, despojada de toda emocin,ofrece, sin ninguna duda los mejores elementos para una lgica conclusin; pero no es ciertoque, en esto, como en muchas otras cosas en que predomina lo desconocido, sea la lgica, elnico camino que conduzca a la verdad. Cuando me propuse, dice William James,coleccionar los resultados de estas sesiones y redactar el presente informe, prevea que mi

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    fallo sera determinado por la ms pura lgica. Crea que esos pequeos incidentes debanservir de una manera decisiva en pro o en contra de la supervivencia del espritu. Perovindome ya a m mismo entre los factores del problema, me convenc de que en esto, la justalgica no tiene ms que una utilidad preparatoria de la elaboracin de nuestras conclusiones.Y que la ltima palabra, si es que existe, debe ser pronunciada por el sentido comn quetenemos de las probabilidades dramticas, sentido se que va y viene de una a otra hiptesis, o-al menos en mi caso- de una manera ms bien ilgica. Si uno se atiene a los detalles, se

    obtendr una conclusin antiespiritista; si se observa la significacin, el sentido del conjunto,se inclinar uno, quiz hacia la interpretacin espiritista.1

    Y al finalizar su trabajo concluye con estas palabras: En cuanto a m, tengo la impresinde que haba all, probablemente, una voluntad exterior; es decir que en virtud de misconocimientos adquiridos respecto del conjunto de esos fenmenos, dudo que el estado desueo de la seora Piper, aun agregndole las facultades telepticas, pueda explicar todoslos resultados obtenidos. Pero cuando se me pregunta si la voluntad de comunicar es la deHodgson o de algn espritu imitador de ste, quedo indeciso y espero otros hechos que, antesde cincuenta o cien aos, nos conducirn a una conclusin concreta.2

    Se ve que William James se siente conmovido y trastornado y, en algunos prrafos de suinforme, aun demuestra estarlo ms, declarando por momentos que los espritus llegan a ponerel dedo en la llaga. Las vacilaciones en un hombre que ha renovado nuestra psicologa, yque posea un cerebro tan maravillosamente organizado y equilibrado como el de nuestroTaine, por ejemplo, esas vacilaciones son muy significativas. Como doctor en medicina,

    profesor de filosofa, muy escptico y muy escrupulosamente fiel a los mtodosexperimentales, tena motivos triplicados o cuadruplicados para llevar a buen trminosemejante experiencias. Tampoco se trata ahora, de dejarnos impresionar, por el prestigio deesas vacilaciones; pero, de todas maneras, stas demuestran que se trata de un problema serio,el ms grande quiz -si sus resultados fuesen indiscutibles- de los que tenemos que resolver

    despus del advenimiento de Jess y, que para deshacerse de ese problema, no basta conestirarse de hombros, o con proferir una carcajada.

    VI

    Por falta de espacio, me veo obligado a remitir al texto ntegro de los Proceedings aaquellos que desearan formarse, sobre el caso Piper-Hodgson, un concepto personal. Porotra parte, este caso est muy distante de ser uno de los ms sorprendentes; y podra ms bienclasificarse, si se piensa en la calidad de los interlocutores, entre los medianos xitos de Piper.Hodgson, segn la invariable costumbre de los espritus, aspira en primer lugar a hacersereconocer; y el inevitable y fastidioso desfile de pequeas reminiscencias recomienza veinteveces seguidas, llenando pginas y ms pginas. Como es de prctica, en semejantescircunstancias, los recuerdos comunes entre el interrogador y el espritu obligado a contestar,son evocados en todas sus circunstancias y detalles, aun los ms insignificantes y tambin losms ocultos, y ello con una avidez, una exactitud y una vivacidad sorprendentes. Y notad queel muerto que habla, agota todos esos detalles con una facilidad inverosmil, y con frecuenciadirase de los tesoros ms olvidados y ms inconscientes de la memoria del vivo que loescucha. Nada se perdona: se aferra a todo con una satisfaccin pueril y un ardor febril,menos con el propsito de convencer a los dems que para probarse a s mismo de que

    siempre existe. Y la obstinacin de ese pobre ser invisible que se esfuerza en manifestare atravs de las puertas, hasta aqu sin intersticios, que nos separan de nuestro eterno destino, esa la vez ridcula y trgica. Recuerdas, t, William, que hallndonos en el campo, en casade Fulano, hemos jugado con los nios tales y cuales juegos, y que estando en tal pieza, dondese encontraban tales y cuales muebles, dije esto y aquello? En efecto, Hodgson, lo

    1Proceedings, tomo 22, pg. 33.

    2Proceedings, tomo 23, pg. 130.

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    recuerdo. Buena prueba, no es cierto, William? Excelente, Hodgson!. Y ascontina indefinidamente. Algunas veces, se presenta un incidente ms significativo y que

    parece sobrepasar la simple transmisin del pensamiento sublimal. Se ocupan, por ejemplo, deun casamiento malogrado, el cual estuvo siempre rodeado de un gran misterio, aun para losms ntimos amigos de Hodgson. Recuerdas t, William, a una doctora de Nueva York,miembro de nuestra Sociedad? No, no la recuerdo pero, qu hay a su respecto?. Suesposo llambase Blair, creo. Quieres hablar de la seora Blair-Thaw?

    Precisamente! Pregunta, pues, a la seora Thaw si, en una comida, yo le ha hablado de laseorita en cuestin. James escribe a la seora Thaw, la cual declara que, en efecto, hacecosa de quince aos, Hodgson le haba hablado de una joven cuya mano haba pedido, y que

    por lo dems se la haba rehusado. La seora Thaw y el doctor Newbold eran las nicaspersonas en el mundo que conocieran dicho detalle.

    Pero volvamos a las sesiones que continan. Se discute, entre otros puntos, la situacinfinanciera de la sucursal norteamericana de la S. P. R., cuyo estado, cuando muri elsecretario o ms bien el factotum Hodgson, era poco brillante. Y he aqu, un espectculo

    bastante singular, varios miembros de la asociacin que examinan, juntamente con su difuntosecretario, la marcha de la sociedad.

    Es preciso disolver, fusionar, enviar a Inglaterra los materiales acumulados, de los cualespertenecen la mayor parte a Hodgson? Se consulta al muerto, que contesta, da sabiosconsejos, parece estar al corriente de todas las complicaciones, de todas las perplejidades. Unda, cuando viva Hodgson, encontrndose la sociedad en dficit, un donante annimo envila suma necesaria para reestablecerla a su equilibrio. Hodgson, en vida, ignor quin fue esedonante. Pero muerto, Hodgson lo descubre entre los vivos, le habla y se lo agradece

    pblicamente. Por lo dems, Hodgson, como todos los espritus, se queja de la enormedificultad que tiene para transmitir su pensamiento a travs del organismo extrao delmdium. Estoy dice lo mismo que cuando un ciego busca su sombrero. Pero cuando

    despus de tantas historias vulgares, William James le presenta las preguntas esenciales que atodos nos queman los labios: Qu tienes que contarnos de la otra vida, Hodgson? stese hace el evasivo y slo busca escapatorias. No es dice una vaga fantasa. Es unarealidad. Hodgson, pregunta, insistiendo la seora James, vivs como nosotros, comolos hombres? El espritu, como si no hubiera comprendido, pregunta: Qu ha dicho?

    Tienen ustedes vestidos y casas? repite la seora. S, casas, s; pero vestidos, no.Oh, no! Es absurdo! Esperad un momento. Tengo que irme. Pero volvers? S.

    Ha ido a tomar aliento dice otro espritu, llamado Rector, que intervienerepentinamente.

    Sin duda no ha sido intil reproducir aqu la semblanza general de una de esas sesionesque se puede considerar como ejemplar. Para dar una idea de los lmites extremos a que se

    puede llegar en tales experimentaciones, aadir ahora el hecho siguiente relatado por SirOliver Lodge y por l controlado. Estando en trance el mdium Piper (seora), dichocaballero le entreg un reloj de oro que le acababa de enviar uno de sus tos y que haba

    pertenecido a otro to fallecido haca ms de 20 aos. Teniendo ese reloj la seora Piper, omejor dicho el espritu Phinuit que era uno de los familiares de este mdium, revela una seriede detalles referentes a la infancia de este to fallecido y que se referan a ms de 66 aosatrs, y, naturalmente que eran ignorados por Sir Oliver Lodge. Poco tiempo despus el toque estaba vivo y que fue el que remiti el reloj, confirm por carta la exactitud de la mayor

    parte de esos detalles que ya haba casi olvidado y que slo pudo recordar gracias a losdetalles que haba dado el mdium, y aqullos respecto de los cuales no pudo decir si eranciertos o no, fueron luego ratificados por un tercer to de Sir Oliver, un veterano capitn quehabitaba en Cornouailles y que desde luego ignoraba por qu le hacan tan extraas consultas.

    No cito este hecho porque tenga un valor decisivo o excepcional, sino simplemente, segnhe dicho, a ttulo de ejemplo, que con el citado ms arriba de la seora Thaw sealan el lmiteextremo hasta el cual, y con ayuda de los espritus se ha podido penetrar por hoy en lo

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    desconocido. No conviene agregar tambin que los casos en que se rebasa de una manera tanextraordinaria y tan manifiesta los lmites presumidos de la telepata, son muy raros.

    VII

    Qu pensar ahora de todo esto? Hay que llegar acaso, con Myers, Newbold, Hyslop,Hodgson y tantos otros que han estudiado largamente ese problema, a la conclusin de que

    existe indiscutiblemente una intervencin de fuerzas y de inteligencias que vienen del otrolado del abismo que se crea infranqueable? Tenemos que reconocer con esas grandes figurasde sabios que hemos citado, que existen casos cada vez ms numerosos en los cuales no es

    posible dudar entre la hiptesis espiritista y la hiptesis teleptica? Yo no lo creo. Yo no tengoningn parti-pris ningn prejuicio -y para qu tenerlos, tratndose de misterios?- ni tengoninguna repugnancia en admitir la supervivencia de los muertos: pero es sabio y prudenteantes de salir del plano terrestre, agotar todas las suposiciones y todas las explicaciones que se

    pueden descubrir. Podemos escoger entre dos incognoscibles, entre dos milagros, si queris,uno de los cuales est en el mundo que habitamos, y el otro en una regin que, con razn o sinella, creemos que est separada de nosotros por espacios indecibles y que ningn ser, hastahoy, vivo o muerto, ha podido traspasar. Es, pues, natural que nos quedemos en nuestromundo, tanto como podamos quedarnos en l y sostenernos en l y mientras no nos veamosexpulsados irrecusablemente de l por una serie de hechos irresistibles parecidos al abismovecino. La supervivencia de un espritu no es ms inverosmil que las prodigiosas facultadesque nos vemos en la obligacin de atribuir a los mdiums si antes las negamos en los muertos;

    pero la existencia del mdium al revs de la del espritu es incontestable; toca, pues al espritua los que lo reivindican, el probar que ste existe.

    Los fenmenos extraordinarios de que acabamos de hablar: transmisin de pensamientode consciente a inconsciente, visin a distancia, clarividencia sublimal, se producen acaso

    cuando los muertos no estn en escena, cuando los experimentos se realizan entre los vivos?No se podra contestar con absoluta buena fe. No tiene duda que nunca se han obtenido entrevivos, series de comunicaciones o revelaciones parecidas o anlogas a las de los grandesmdiums espiritistas: Piper, Thompson, y Stainton Moses, ni tampoco nada que se puedacomparar a la creacin entre la continuidad y la perspicacia. Pero si la calidad de losfenmenos no resiste la comparacin, es innegable que su naturaleza ntima es idntica.

    Es lgico inferir que, la verdadera causa, no es la fuente de inspiracin, sino el propiovalor, la sensibilidad, la potencia del mdium