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DESCARTES. Pág. -1- RENÉ DESCARTES INDICE Texto, Discuso del Método…………………………………………………….……...1 1. Vida y obras………………………………………………………………….………10 2. Contexto cultural y filosófico……………………………………………………....10 3. Los principios del método y sus reglas……………………………………..…….14 4. Punto de partida: primera verdad ( fase destructiva)………………………...….16 5. La certeza fundamental: "cogito ergo sum" (fase constructiva)…………………17 6. La existencia de dios (res infinita)………………………………………………….19 7. El mundo corpóreo (res extensa)……………………………………………………21 8. La substancia en Descartes…………………………………………….…….………22 9. Conclusiones y críticas. ……………………………………….…….…….………...22

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RENÉ DESCARTES

INDICE Texto, Discuso del Método…………………………………………………….……...1 1. Vida y obras………………………………………………………………….………10 2. Contexto cultural y filosófico……………………………………………………....10 3. Los principios del método y sus reglas……………………………………..…….14 4. Punto de partida: primera verdad ( fase destructiva)………………………...….16 5. La certeza fundamental: "cogito ergo sum" (fase constructiva)…………………17 6. La existencia de dios (res infinita)………………………………………………….19 7. El mundo corpóreo (res extensa)……………………………………………………21 8. La substancia en Descartes…………………………………………….…….………22 9. Conclusiones y críticas. ……………………………………….…….…….………...22

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TEXTO

R. DESCARTES, Discurso del método,Selección DESCARTES: Discurso del Método. II, IV (Trad. G. Quintas Alonso). Ed. Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 14-18, 24-30. SEGUNDA PARTE Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar tan lentamente y de

usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de

caer.

Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido

deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta

que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero

método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.

Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía; de las matemáticas el

análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito. Pero

habiéndolas examinado, me percaté que en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas

sirven más para explicar a otro cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para hablar

sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien la lógica contiene muchos preceptos

verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales

o bien superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de

mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos,

además de que no se refieren sino a muy abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero está

tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar

excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un

arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que favorezca su desarrollo.

Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de

estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios

de tal forma que un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son

minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del cual está compuesta

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la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante

resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.

El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como

tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis

juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para

ponerlo en duda.

El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y

necesario para resolverlas más fácilmente.

El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más

fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos,

suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.

Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese

estar seguro de no omitir nada.

Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los geómetras llegan a

alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión de imaginar que todas las cosas

que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de

admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras,

no puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas

que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuales era necesario

iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente cognoscibles. Y

considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias,

solamente los matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y

evidentes, no dudaba que debía comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar

alguna unidad si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no

contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las ciencias

particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que aunque sus objetos son diferentes,

sin embargo, no dejan de tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles

proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor interés que examinase solamente las

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proporciones en general y en relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el conocimiento.

Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que conviniera.

Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de

considerar a cada una en particular y en otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias

conjuntamente en mi memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban

entre líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera representar con mayor distinción ante mi

imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer

mediante algunas cifras, lo más breves que fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el

análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la

otra.

Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que había escogido, me proporcionó tal

facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por estas dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé

en su examen, habiendo comenzado por las más simples y más generales, siendo, a la vez, cada verdad que

encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis de

cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que también me pareció, cuando concluía

este trabajo, que podía determinar en tales cuestiones en qué medios y hasta dónde era posible alcanzar

soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente vanidoso si se considera que no

habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber.

Así un niño instruido en aritmética, habiendo realizado una suma según las reglas pertinentes puede estar seguro

de haber alcanzado todo aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él

examina. Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar verdaderamente todas las

circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética.

Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en todo mi

razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible. Por otra parte,

me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más

clara y distinta sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo

con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con

esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer

momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que

sus principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era

necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de

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un tema en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía

intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi

edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi

espíritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis

razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de afianzarme en su

uso cada vez más.

CUARTA PARTE

No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco

comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de

los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas.

Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones

opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que

deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario

y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de

comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así

pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no

existía cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al

razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en

paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las

razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los

pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno

en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi

espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.

Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era

absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad:

pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran

capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que

yo indagaba.

Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo, así como

que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era,

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sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy

evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo

que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a

conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal

sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este

yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de

conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.

Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para afirmar que una

proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensaba

que también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego

soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser,

juzgaba que podía admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas

verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que

concebimos distintamente.

A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era omniperfecto pues

claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde

había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en

virtud de alguna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de

seres que existen fuera de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad

alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada en tales pensamientos que me pareciera

hacerlos superiores a mí, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto

que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto

en mí. Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese

de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más

perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo

proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la

alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era

la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para

explicarlo con una palabra que fuese Dios. A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en

absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino

que era necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese

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adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que

hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón,

tener por mí mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente,

todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios. Pues

siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es

posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si

poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección

estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y

cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí mismo me hubiese complacido en alto grado el

verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque

supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas

estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la

naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que

ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios al estar compuesto

de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos

en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía

depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.

Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía

como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad,

divisible en diversas partes, que podían poner diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas

en todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones

más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino

que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en

ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un

triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me

aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de

un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del

triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas

sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que

Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.

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Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y,

también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y

que están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de

pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece

ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden como verdadera en

las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En

efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear

su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o

sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus

objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían

asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.

En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en

virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar

seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos

ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que

se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de

razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar

enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene

otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos

saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen

vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no

creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios.

Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido

clara y distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en

nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de

Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien

frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en las que

algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no

somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la

imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda de la

nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e

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infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que

tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.

Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es

fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la

verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo,

que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva

demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños,

consistente en representamos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores,

carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos

a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de

color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del

que en realidad poseen. Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos

persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de

nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por

ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza

de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la

razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta que

todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es

sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros

razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas

veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros

pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe

encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos

mientras soñamos.

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1. VIDA Y OBRAS René Descartes nació en La Haye (Turena) en 1596, en familia noble, y se educará en el colegio jesuita de La Fléche en Anjou (1604-1612). Su educación procede del saber tradicional escolástico (aristotélico-tomista), pero a excepción de las matemáticas, este saber lo considerará poco coherente, y pronto descubrirá los descubrimientos de la nueva ciencia copernicana en el centro de la Revolución Científica. La guerra religiosa de los Treinta Años, entre católicos y protestantes, le llevó a participar activamente en cuestiones militares y teológicas. Las persecuciones de la inquisición a los científicos y filósofos como Galileo, le llevaron a vivir con miedo y a no publicar algunas obras en vida. Obras importantes son: “Reglas para la dirección del espíritu”, una obra inacabada que expone la esencia de su método racional. Vivió en Holanda de 1628 al 1949, tierra de tolerancia y libertades. Su obra “Tratado de física” se divide en dos partes: “Tratado del mundo y de la luz” que contiene su física de carácter mecanicista, y “Tratado del hombre”, que decide no publicar al enterarse de la condena que ese mismo año sufre Galileo, con quien comparte creencias. Desde 1633 a 1637 advierte la necesidad de afrontar el problema de la objetividad de la razón y de la autonomía de la ciencia en relación con Dios. En este período escribe el “DISCURSO DEL MÉTODO” ., profundizando en “Meditaciones sobre la filosofía primera”, (1641), más conocida como “Meditaciones Metafísicas”que somete previamente a los grandes espíritus de la época (Mersenne, Gassendi, Arnauld, Hobbes,..), donde demuestra la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, y que servirá de arma contra el ateísmo y de fundamento de la física. Posteriormente se dedicó a la elaboración de sus “Principios de filosofía”, que no es sino una exposición resumida y sistemática de su filosofía y de su física. Descartes posee ya reconocimiento público y también es causa de numerosas disputas. Escribe por último su “Tratado de las pasiones del alma”, donde profundiza sobre la moral y sobre sus opiniones políticas. Aún en Holanda se vio sometido a ataques vejatorios de los protestantes, por consecuencias ateas, y fue prohibido en la universidad. En 1649 es invitado por la reina Cristina de Suecia y en 1650 cayó enfermo de pulmonía, y murió al cabo de una semana. Poco después de la publicación del Discurso se iniciaron, a un mismo tiempo, una fuerte corriente de simpatía por las nuevas ideas y una reacción, que creció en violencia con el tiempo. La publicación de las Meditaciones metafísicas agravó la situación, pues la novedad de la concepción filosófica de Descartes aparecía aquí con mayor claridad.

2. CONTEXTO CULTURAL Y FILOSÓFICO a) Cultural Según la opinión más extendida, entre la mayoría de filósofos e historiadores de la filosofía, se tiende a considerar a Descartes, con su filosofía racionalista, como el iniciador de la filosofía moderna. Pese a que su actividad se desarrolla en un contexto de innovación y descubrimientos en el que intervienen muchos otros filósofos, y todos con importantes aportaciones, su afirmación del valor de la

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razón, anclada en el descubrimiento de la subjetividad, abrirá el camino a la filosofía moderna. La Edad Moderna se inicia con el Renacimiento, un amplio movimiento cultural que comienza en el s. XV y culmina a principios del XIX. Movimiento que coincide con el nacimiento de las monarquías nacionales absolutistas, la aparición de un incipiente capitalismo comercial vinculado al descubrimiento de nuevos territorios que desembocará en el mercantilismo y el surgimiento de una nueva clase social muy dinámica: la burguesía, que propiciara todos estos cambios, incluida la construcción de los Estados nacionales. Estos cambios sociopolíticos suponen la superación de la vieja sociedad feudal del Medievo. Es, asimismo, una época de profunda crisis de la conciencia europea que significa la ruptura, más o menos radical, con la Edad Media, profundizando en un lento proceso que se conoce como “secularización” y que da paso a una perspectiva más antropocéntrica (centrada en el ser humano), frente al anterior teocentrismo (centrada en Dios). El nominalismo de Ockham fue el primer paso hacia la autonomía de la razón respecto a la fe, defendiendo la separación entre ambas, y la imposibilidad de la razón para alcanzar un conocimiento de Dios, que quedaba ahora a expensas de la fe. Pero la fe no siguió siendo tan íntima y privada como pretendía Ockham, sino que las crisis religiosas condujeron en el siglo XVII a la Guerra de los Treinta Años, católicos frente a protestantes, en la que Descartes participó muy activamente. El humanismo consigue imponer una concepción nueva del hombre esparciendo sus ideales por toda Europa, recuperando los textos clásicos y sus ideales de bien, sabiduría y belleza en una vida natural vinculada a la satisfacción, que los convirtieron en un ideal para la humanidad unida que fue condenado y perseguido. Erasmo de Rotterdam (1467-1536) realizó una denuncia social denunciando las incongruencias del falso comportamiento humano, reclusión y juicios condenatorios para Galileo (1565-1642), destierro para Luis Vives (1493-1540), muerte política para Tomás Moro (1478-1535), hoguera para Giordano Bruno (1548-1600) y Campanela (1568-1639) fue condenado a 27 años de cárcel. El hombre comienza a comprenderse de una forma “más humilde” como un ser perdido en la vastedad de un universo del que por vez primera se toma conciencia de su inmensidad e infinitud. La “docta ignorancia” de Nicolás de Cusa (1401-1464) la incapacidad de nuestra razón para llegar a conocer a Dios y Giordano Bruno (1548-1600) partidario de Copérnico, apuesta por un mundo infinito donde los astros vagan libremente por el espacio, considerando al universo como una armonía animada. La revolución científica expresa el fracaso de los métodos medievales y de la física aristotélica por los nuevos físicos, matemáticos y astrónomos. Copérnico (1473-1543) colocó el Sol en el centro del universo y optó por un universo más simple, armonioso y bello que el modelo ptolemaico-medieval, y sus tesis fueron demostradas matemáticamente con escasos defectos de demostración. Kepler (1571-1630) concluyó con los movimientos esféricos, un cierto hechizo de la circularidad arrastrado desde los presocráticos, proponiendo un modelo elíptico mucho más exacto matemáticamente y enunció las tres leyes que establece el movimiento de los planetas alrededor del Sol. Galileo (1565-1642) considera que el conocimiento de la naturaleza ha de escribirse en un lenguaje matemático, único camino hacia la búsqueda de la verdad, pero que debe ser contrastado en la experiencia, lo que permitirá a la ciencia

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adecuarse de sus tres grandes coordenadas: observación, experimentación y matematización. Todo esto será culminado en Newton y mantenido hasta nuestros días. b) Filosófico Todos los cambios culturales señalados en la primera parte del contexto provocan un giro del pensamieto en el que Descartes interpreta el papel principal; será el llamado “giro epistemológico” que situamos en el inicio dela Edad Moderna. Se trata de mirar hacia los objetos de pensamiento que sean dignos de serlo, rechazando todas las confusiones y errores que proceden de la tradición medieval, falsas creencias divulgadas durante siglos, así como establecer los criterios para alcanzar un conocimiento seguro y verdadero. La nueva concepción de la naturaleza, científicos experimentalistas que conciben la naturaleza como una realidad dinámica de cuerpos en movimiento organizados según una estructura matemática, modificará el panorama intelectual de la Europa de XVII. La reforma protestante ha acabado con la autoridad de la Iglesia y el poder institucional de la Biblia, y la Revolución científica lo ha hecho con la autoridad de Aristóteles. Los nuevos conocimientos vagan entre los antiguos, los límites de lo que vale y lo que no están claros y mientras que la mayoría siguen creyendo en lo principios medievales, otros pocos serán partidarios de la vía moderna. Y no es extraño que tal situación genere el desarrollo del escepticismo de talante humanista, en Francia Michel de Montaigne culminará una crítica generalizada a todo saber y en la imposibilidad de encontrar referentes sólidos para alcanzar la verdad; y de modo similar el español Francisco Sánchez. Parece importante para muchos investigadores la necesidad de un método que permita descubrir certezas, y superar el escepticismo hacia un encuentro con la verdad, y personas como Bacon, Galileo o Descartes son una muestra de ello, este último en respuesta a la propia preocupación de su contemporáneo Montaigne. La filosofía comienza a hacerse de otro modo, ya no son teólogos y profesores provenientes de órdenes monacales, Hobbes, Bacon, Galileo, Descartes, Espinosa, Hume, no serán profesores ni académicos oficiales. Con todo, se siguen manteniendo, si bien pocos, algunos elementos del pensamiento medieval que serán aceptados y asumidos por los filósofos modernos. Por otro lado el valor de la experimentación contra las construcciones metafísicas medievales dio lugar a considerar para algunos la experiencia y la observación como el origen del conocimiento, así en Bacon, Hobbes o Locke lo que inició el empirismo. El modelo matemático y la superación del escepticismo llevaron a Descartes a un proyecto metodológico (búsqueda de un método) que le permitiera afrontar la crisis, pero en esto estuvo acompañado con otros autores de su época. Así el método de Francis Bacon pretendía conseguir afirmaciones válidas universalmente conseguidas a partir del método inductivo, pues es objetivo de la ciencia obtener leyes con respecto a las propiedades físicas de los cuerpos. Las tablas de registros de datos observados serán largas listas en donde se anotan las presencias, las ausencias, y los grados de frecuencia de un fenómeno observado. Sin embargo este método empírico se muestra ingenuo y muy problemático, y se aleja del modelo cartesiano pues desconoce las importancia de la aplicación de sistemas matemáticos y el papel de las hipótesis. Galileo . por su parte, construyó el método resolutivo-compositivo más acercado a Descartes, permite

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expresar los fenómenos en lenguaje matemático. Considerando que la naturaleza está escrita en lenguaje matemático, el conocimiento sólo es posible si desciframos relaciones y expresamos en fórmulas. Galileo propone tres paso para obtener sus conclusiones: resolución que consiste en el análisis de datos, composición que consiste en la formulación de una hipótesis, y resolución experimental que pretenderá comprobar y verificar la hipótesis mediante experimentos u observaciones. El mundo físico es concebido también como un mundo matemático, y este método de Galileo estará muy presente en el de Descartes Las dos grandes corrientes filosóficas de la época Moderna son: el racionalismo y el empirismo, y ambas escuelas no son dos filosofías totalmente opuestas e inconciliables; hay diferencias notables, aunque notables son también sus semejanzas. Descartes pertenece a la corriente filosófica denominada racionalismo, junto a Malebranche, Leibniz o Espinosa. Representantes del empirismo serán J. Locke, considerado padre del emprismo, David Hume o Berkeley, aunque también lo sean Bacon o Hobbes, todos ellos representantes de una genuina corriente de pensamiento anglosajona que perdura hasta nuestros días. Para el racionalismo la razón es la única fuente de conocimiento fiable y válido. Inspirado en la validez del modelo matemático y en el modo de proceder de la razón en estas ciencias, aceptan también la existencia de ideas innatas, que según Spinoza son semillas que germinan con el tiempo: ¿cómo si no, podríamos obtener el conocimiento verdadero de nuestra propia razón? El problema de investigar el conocimiento, y la construcción de la ciencia de la época, se considera por todos como la primera tarea de la filosofía. Descartes optará por la solución racionalista, donde la certeza del conocimiento procede de la razón y va asociada a la afirmación de la existencia de ideas innatas, frente al desvalorado conocimiento sensible. El empirismo, por el contrario, representado en Locke o en Hume, hace depender a la razón de la experiencia sensible para adquirir conocimientos originales; y en lo referente al innatismo de las ideas, la conciencia empirista es una conciencia vacía (white paper, dark room, empty cabinet, son las metáforas que empleaba Locke). A) Racionalismo y empirismo consideran la intuición (procedente de Guillermo de Ockham), como un modo directo de concebir la verdad del conocimiento, si bien los racionalistas hablan de intuición racional, mientras los empiristas hablan de intuición empírica (senso-perceptual). B) Respecto a la función del sujeto, para Descartes está perfectamente determinado como un «yo pensante» con un poder activo e ilimitado en su poder de conocimiento. Para el empirismo de Hume, el sujeto se considera pasivo, limitado en sus capacidades y en proceso de descomposición. C) Los propios empiristas reconocen sus deudas con los pensadores racionalistas, muy especialmente con Descartes y Malebranche. Todos, unos y otros, están bajo la influencia de la revolución de la ciencia moderna: Por un lado, Galileo y su método matemático en Descartes; y, por otro lado, Newton y el método experimental en la filosofía de Hume. Descartes, hizo grandes aportaciones al pensamiento moderno, no sólo a las matemáticas, pues fue el padre de la Geometría Analítica, sino también al avance filosófico; en primer lugar por su intento, conseguido o no, de construir tanto la ciencia como la filosofía dejando a un lado la tradición. En segundo lugar, porque inicia en el pensamiento occidental un problema fundamental como es el problema del método (aunque hubiese otros antecedentes), que ha de conducir a la razón, estableciendo sus posibilidades y sus límites (problema que será retomado por Kant).

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En tercer lugar, Descartes pone de relevancia el carácter activo del pensamiento (en contra del papel activo de la sensibilidad), un punto de vista que va a comenzar aquí y ahora, pero que seguirá en otros pensadores como Espinosa (donde el pensamiento discurrirá por la línea del concepto y no de la percepción), destacando el papel activo del sujeto en el pensar. Línea que va a culminar en el romanticismo alemán con Hegel (1770-1831), pero que será precisamente Kant (1724-1804) el que destacará en su justa medida la actividad propia del pensamiento frente al papel de los sentidos en el conocimiento humano, desarrollando una síntesis entre racionalismo y empirismo.

3. Descartes: LOS PRINCIPIOS DEL MÉTODO Y SUS REGLAS. ¿ Por qué los hombres opinan de manera distinta ? es debido al modo como se ha guiado la razón, al método que se ha seguido; pues, "no basta con tener ingenio, lo importante es aplicarlo bien". Siendo la razón única, la ciencia producto de ella habrá de ser también única, por ser deducida de los mismos principios. El saber es concebido en Descartes como un gran árbol en el que las raíces serán la metafísica, el tronco la física, y las ramas las demás ciencias. El método ha de estar profundamente basado en la RAZÓN O ENTENDIMIENTO, pues ella es la facultad de la mente que consiste en distinguir lo verdadero de lo falso, se trata de una facultad innata, y por naturaleza igual en todos los hombres. "Por método entiendo lo siguiente: unas reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales todos los que las observan exactamente no tomarán nunca por verdadero lo que es falso, y alcanzaran - sin fatigarse con esfuerzos inútiles, sino acrecentando progresivamente su saber- el conocimiento verdadero de todo aquello que sean capaces" (Reglas, 4). El método, pues, permitirá evitar el error, y a la vez aumentará los conocimientos, descubrirá nuevas verdades. Logrará una verdadera certeza evitando largos razonamientos: se hará a base de razonamientos intuitivos y concretos, porque en ellos es imposible el error. Debe poseer orden, sencillez y claridad. Puesto que el método se basa en la estructura de la razón, y en su manera natural de proceder, para hallarlo será preciso conocer las dos operaciones fundamentales de la razón: a) INTUICIÓN: conocimiento o captación de una verdad directa e inmediata de una verdad evidente, y que no deja lugar a dudas por su "claridad y distinción". Estos conocimientos se distinguen por la certeza, y son los conceptos más simples que podemos poseer, llamados también naturalezas simples. b) DEDUCCIÓN: es el acto mediante el cual se extraen consecuencias necesarias a partir de lo conocido con certeza, se llama también conocimiento discursivo y se alcanza a través de una serie de razonamientos, a partir de los cuales estaremos más expuestos al error si no tomamos precauciones, en donde el fin es llegar al conocimiento de naturalezas compuestas o complejas. La certeza, o mejor, el criterio de certeza, se produce cuando nuestra razón concibe una naturaleza simple con claridad y distinción ( una idea es clara cuando se puede conocer separada de las demás ideas y sin confusión con ellas; una idea es distinta cuando sus partes están separadas y se pueden conocer con claridad interior; todas las ideas distintas son claras, pero no todas las claras son distintas). A estas propiedades en el conocimiento es a lo que

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Descartes llama: la evidencia o criterio de certeza. El método se dirige a un empleo correcto de las capacidades naturales y operaciones de la mente, donde la verdad acude a la razón desde la razón misma, sin recurrir a los sentidos ni a ninguna otra instancia externa. Se trata de cuatro reglas ciertas y fáciles de modo que quien las siga descubrirá necesariamente la verdad, las dos primeras ligadas a la intuición y las otras a la deducción. Las reglas que ha de seguir este método son: 1. EVIDENCIA; No hay que admitir nada que sea dudoso. "Sólo lo que se percibe con evidencia es verdadero". Mediante la intuición, captaremos las ideas claras y distintas. La evidencia aparece cuando algo se comprende con claridad y distinción. Es decir, lo evidente debe ser dado por la intuición. Teniendo en cuenta: a) No emitiremos ningún juicio hasta que no aparezca la evidencia. b) No tomaremos en cuenta las ideas preconcebidas. c) No iremos más allá de lo claro y lo distinto. Esta es la primera pero también la última regla, puesto que las otras tres consisten en llegar a esta evidencia. 2. ANÁLISIS; La evidencia sólo podemos tenerla de ideas simples. Por tanto, hay que reducir las ideas compuestas a ideas simples. "Hay que dividir todo problema que se someta a estudio en tantas partes menores como sea posible y necesario para resolverlo mejor". El último proceso estará dado cuando hayamos captado las naturalezas simples, o átomos de pensamiento. 3. SÍNTESIS; Recomponer la división realizada en el paso anterior. Se trata de juntar las intuiciones, de formar una cadena de intuiciones parciales cuyo resultado será una intuición evidente y ausente de errores. Esto significa conducir los pensamientos de lo simple a lo complejo. 4. ENUMERACIÓN; Revisar todo el proceso para estar seguros de no haber omitido nada. Hay que hacer una enumeración, controlar si el análisis ha sido completo, y una revisión, hacer una corrección de la síntesis comprobando que no he caído en ningún error como pueden ser los propios de la memoria. La evidencia está presente en todas las fases del método: hay que lograr la evidencia en la primera verdad de donde se deduzcan todas las demás. Es decir, hay que lograr la evidencia en el proceso y también en el conjunto del proceso. Con el método podremos construir el mundo a base de puros razonamientos, desde la exactitud deductiva del método matemático. La razón encuentra las ideas innatas que emanan de nuestro espíritu y partiendo de ellas construye el mundo. ¿ Pero qué garantía tenemos de que nuestra naturaleza no nos engaña? El propio Descartes piensa en el carácter exclusivamente teórico del método y decide ponerlo a prueba mediante la duda metódica.

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4. PUNTO DE PARTIDA: LA DUDA METÓDICA; encuentro de la primera verdad ( fase destructiva). Descartes aplica sus reglas al saber tradicional, reconoce que desde niño había admitido verdades y opiniones que luego resultaron ser falsas; esto le llevó a empresa de deshacer todos los conocimientos infundados y empezar de nuevo, desde la base, para intentar establecer verdades firmes sobre las que pueda desarrollarse la ciencia. Considera que la educación que ha recibido es como una ciudad que hubieran diseñado muchos arquitectos, sin un plan urbanístico, donde se mezclan casas nuevas con viejas y callejuelas que se entrecruzan sin ningún orden. Esto es desastroso en lo que se refiere al conocimiento, lo que le lleva a destruir todas sus opiniones antiguas. La búsqueda de un punto de partida absolutamente cierto exige eliminar todos aquellos conocimientos que no aparezcan dotados de una certeza absoluta. En la búsqueda de una primera verdad absolutamente cierta sobre la cual no sea posible dudar en absoluto. Esto le lleva a desarrollar una duda absoluta sobre todo el saber, hasta que no se halle una primera verdad de la que no se pueda dudar: -Si el resultado es negativo, si no se llega a ninguna certeza, habrá que rechazar ese saber y admitir su esterilidad. -Si el resultado es positivo y la aplicación de las reglas conduce a una verdad indubitable, habrá que asumir que esta verdad ha de ser el comienzo de una larga cadena de razonamientos o el fundamento del saber. Para acometer el análisis del saber tradicional y abordar su reconstrucción (a partir de la aplicación de las reglas), Descartes parte de la DUDA. Descartes comienza dudando de todo aquello que aprendió en su estancia en la Fléche. Analicemos las características de la duda cartesiana y sus ámbitos de aplicación: *UNIVERSAL: Hay que dudar de todo, se incluyen todas las opiniones que hasta ahora se han tenido. *METÓDICA: No es una duda escéptica, no pretende una finalidad demoledora, sino constructiva. Pretende alcanzar una verdad firme de la que no se pueda dudar. La duda no es un fin en sí mismo, es provisional, un instrumento con el que se pretende alcanzar la certeza; es un medio para alcanzar la verdad. (Pretende contraponer a la duda escéptica desarrollada por Montaigne, una duda permanente que nunca dejará de estar presente, la duda metódica). *TEORÉTICA: No debe extenderse al plano de las creencias o comportamientos éticos, sólo debe afectar al plano de las teorías o reflexión filosófica. (Precaución ante las condenas de la Inquisición). Analizadas las características de la duda, podemos ver que pose una doble finalidad: el fundamento de la ciencia y el saber, y el fundamento del método, que será posible cuando se encuentre una primera verdad. Veamos ahora de qué hay que dudar, esto el, los ámbitos de aplicación de la duda: 1)De los sentidos. Algunas veces nos engañan, nos inducen a error, lo que nos puede llevar a pensar que siempre nos engañan, por tanto, no podemos fiarnos de ellos (buena parte del saber tradicional se basa en los sentidos). 2)Del mundo exterior, o de la diferencia entre el sueño y la vigilia. A veces no somos capaces de distinguir la

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verdadera realidad del sueño. ¿Cómo podemos estar seguros de que existe el mundo exterior? Aunque lo percibamos como real, también eso nos sucede durante los sueños, creemos que son reales cuando todos sabemos que sólo son ficciones. La vida puede ser un sueño donde el despertar sea la muerte. 3)Hipótesis del genio maligno. También puede suceder que exista un "genio engañador" que nos haga creer que el mundo exterior es real. Un espíritu maligno que haya dotado a nuestro entendimiento de tal naturaleza, que me engañe incluso cuando crea estar en la verdad. Esta hipótesis me hace poner en duda incluso las verdades matemáticas, aún cuando parecían tan claras y distintas. 4)De la razón. El entendimiento se puede equivocar cuando razona. La razón comete errores: paralogismos (sofismas mediante los cuales se quiere defender algo falso y confundir al contrario). A partir de esta duda, Descartes pretende llegar a una verdad que sea creída por sí misma, independientemente de toda tradición o autoridad. Una primera verdad que permita deducir a partir de ella el resto de las verdades. UNA MORAL PROVISIONAL PARA EL CASO: Para este momento de duda, Descartes propone una moral provisional, vigente hasta que encontremos el fundamento del saber. Las reglas de esta moral son: 1. Obedecer las costumbres y leyes de mi país. Acatar la religión vigente.(Con lo que además se librará de las condenas de la Santa Inquisición, que por entonces se ceba en Galileo). 2. Perseverar en mis acciones. Superar las incertidumbres, no estar siempre sumido por la duda. 3. Habituarme a creer que no hay nada que esté completamente en nuestro poder, salvo nuestros pensamientos. Por tanto, hay que dedicarse a cultivar la razón y no la fortuna. 4. Cultivar la razón y avanzar lo más posible en el conocimiento de la verdad. La moral que propone Descartes supone una sumisión de la voluntad a la razón, que es quien guía al hombre. La clave está en no dejarse llevar por las pasiones.

5. LA CERTEZA FUNDAMENTAL: "COGITO ERGO SUM" (res cogitans). Fase constructiva. Mediante la duda, instaurando una fase destructiva y demoledora del pensamiento, Descartes ha dejado en suspenso todo el saber tradicional, y todas las "verdades" sobre las que se había edificado la filosofía tradicional. La duda ha dejado sólo a una razón solitaria y separada del mundo. Indagar en la razón, en el pensamiento propio, es la única tarea posible (aquí está el racionalismo y su papel activo del sujeto en el conocimiento), primero descubre en ella el criterio de certeza: este criterio es la evidencia, que exige concebir verdades con claridad y distinción. La duda permitió eliminar lo que no cumplía con el criterio, como razón de dudar. Pero hay una certeza que resiste todos los ataques de la duda, de la que es imposible dudar: no puedo dudar de que estoy dudando, no puedo dudar de mi pensamiento, y mi pensamiento se da porque se da mi existencia. Mi pensamiento y mi existencia los percibo simultáneamente: COGITO ERGO SUM (PIENSO LUEGO EXISTO). Puedo pensar que no existe Dios, el mundo, las cosas..., pero no puedo

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pensar que yo, que pienso estas cosas, no existo al mismo tiempo que las pienso. Fuera de toda duda soy un ser que piensa, es decir, un ser que existe mientras piensa; pues podría ser que al dejar de pensar, dejara también de existir. Esta realidad puede con todas las dudas.

En el "cogito ergo sum" encuentra Descartes el principio buscado; la idea clara y distinta: evidente, la base firme sobre la que construir el edificio de la filosofía y que servirá de fundamento para deducir de ella todas las demás verdades. "Pienso luego existo" es una intuición mental, es la transparencia del yo ante sí mismo, desde donde se podrá indagar la deducción de otro tipo de verdades, con lo que comienza la fase constructiva en el proyecto cartesiano.

(ACLARACIÓN: Aparecen dos términos en negrita y subrayado: intuición y deducción, que son para Descartes las operaciones naturales de la razón para desarrollar sus conocimientos. La intuición es la capacidad de concebir verdades simples con evidencia, la deducción construye conocimientos complejos, largas cadenas de conocimientos. ) Conclusión de la duda y la certeza: Parece que una vez aplicamos la duda radical y metódica, podemos dudar de los sentidos y de la razón, podemos dudar de la existencia de los cuerpos –incluido el propio–, de las otras personas y sus mentes, de las verdades de la experiencia ordinaria y del sentido común, podemos dudar de las ciencias –incluida las matemáticas. Pero, de la proposición “pienso, luego existo” no puede dudarse en absoluto. La existencia de mi propio pensamiento es la primera verdad indudable, y la encontramos con tal claridad y distinción que nos permite afirmarla como evidente y con ello cumplir la primera regla del método, y confirmar que el método es válido. Tras demostrar que Dios existe y que es bueno, que no nos engaña, podremos confiar en nuestros sentidos y nuestra razón, particularmente en todo aquello que se presente con claridad y distinción a nuestra mente. Aquí comienza el camino de las certezas en la búsqueda de ideas claras y distintas que no dejan margen para la más mínima duda, que será a su vez el camino de una nueva concepción del conocimiento y de la ciencia que determinará el comienzo del pensamiento moderno.

Así es como ha llegado Descartes a la primera verdad: la existencia del yo y lo que me identifica como substancia pensante, una cosa que piensa y que existe de tal manera que no necesita de otra cosa para existir. Mi pensamiento, por ahora, no necesita de mi cuerpo para conocer que existe. Yo soy un tipo de sustancia, la RES COGITANS (la cosa pensante), y la descubro mediante la intuición, posee evidencia: claridad y distinción (primera regla del método). Tenemos, por tanto, cumplido el primer requisito que exigía el modelo del método matemático: una primera verdad de la que será posible deducir el resto del sistema.

5.1. Las ideas del cógito , sus clases y propiedades. Una vez que hemos concluido la demostración de la existencia del "yo pensante". El paso siguiente es investigar el pensamiento para ver qué cosas observamos en él; de las cuales serán verdaderas aquellas que conozca con la misma claridad y distinción que el cógito. Encontramos: a) Ideas: imágenes que tenemos de las cosas en la mente, representaciones mentales de todo tipo. b) Voluntades y afecciones: son algo más que ideas, pues cuando afirmo, niego, amo, dudo, temo, etc. reconozco que tengo algo más que una pura y simple idea.

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Respecto a las ideas, atendiendo a su lugar de procedencia podemos observar que hay tres clases de ideas: 1. ADVENTICIAS ;Son las que parecen provenir de nuestra experiencia externa. Son las referidas a cosas distintas del yo (ejem. una rana, un árbol, un hombre...) 2. FACTICIAS; Son las construidas por mí mismo, a partir de la imaginación y la voluntad (ejem. un caballo con alas, un pez con torso de mujer...) 3. INNATAS; Son las que encuentro dentro de mi. Las que han nacido junto con mi conciencia, que ni las he captado con la experiencia, ni las he podido construir por mí mismo. Estas son las ideas innatas y evidentes: claras y distintas (ejem: pienso luego existo, existencia o infinito). Este tipo de ideas son la base y afirmación fundamental del racionalismo. Debe quedar claro que tomando como única verdad el hecho de que yo sea una cosa que piensa, y no sabiendo aún ni siquiera qué cosa soy, ni las ideas adventicias, ni las facticias nos van a servir para demostrar la existencia de la realidad física (la que ha quedado puesta entre paréntesis hasta no saber de su existencia real con evidencia); esto es, de que hay en al mundo algo más aparte de mí. Pero esto no queda más remedio, para seguir el método, que mostrarlo desde el propio cógito, donde parece que Descartes se encuentra encerrado y sin salida posible. Descartes examina cuales son las razones que obligan a creer que las ideas adventicias son semejantes a los objetos de que parecen provenir: la primera razón, es que la naturaleza me lo enseña, pues tenemos cierta inclinación natural que no depende de la razón (único tribunal que puede distinguir lo verdadero de lo falso); la segunda razón es que experimento en mí mismo que no dependen de mi voluntad, razón que tampoco es válida, ya que puede haber en mí alguna facultad que produzca estas ideas, y no por ello tengan que relacionarse con objeto alguno (como las imágenes del sueño). Todo esto me llevaría a afirmar que aunque tales ideas procedan de los objetos externos, no por ello han de ser necesariamente semejantes a ellos, pues a veces hay una gran diferencia entre el objeto y su idea. Ahora bien, las ideas innatas, que ni proceden de mí como las facticias, ni son construidas a partir de la experiencia como las adventicias, han de ser el objeto de un análisis profundo. Este nuevo camino quizás nos muestre si hay alguna relación entre la verdad de la razón (la llamará verdad objetiva) y la verdad de la realidad ( llamada verdad actual o formal). Para ello utiliza un argumento que hace referencia a un principio metafísico consistente en afirmar que “toda realidad ha de tener una causa con la misma o más realidad que su efecto”, lo que llevará a situar al Cógito como causa de las ideas y a Dios como causa del propio Cógito, siendo este el argumento de demostración de la existencia de Dios, como origen de las ideas ( de infinito, perfección, etc.)cuya causa no ha podido ser el propio cógito. Pero lo veremos con más detalle en el apartado siguiente.

6. LA EXISTENCIA DE DIOS (res infinita).

Las ideas que encuentro en mí son las siguientes: la que me representa a mí mismo, la que representa al ser infinito (Dios), y las que representan cosas inanimadas y corporales. Descartes pretende investigar todas ellas para ver si puede deducir de ellas la existencia de algo más en el mundo aparte de él mismo, pues esto no le representa duda alguna.

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En lo que toca a las ideas de las cosas corporales, no hay en ellas nada tan excelente que no pueda provenir de mí mismo. Examinándolas detenidamente, observamos que hay en ellas pocas cosas que yo conciba clara y distintamente, son la figura, la extensión, la situación, el movimiento, la duración, el número, y la sustancia. Pero todas ellas las he podido sacar de la idea que tengo de mí mismo, ya que yo soy una sustancia (algo capaz de existir por sí mismo), y contengo en mí formalmente la realidad que posee la duración y el número, además de la sustancia. Respecto a las demás ideas claras y distintas tengo, extensión, figura situación y movimiento, es claro que no están en mí formalmente, pero podrían estarlo de modo eminente. Estas pocas cosas claras y distintas que yo concibo de las cosas corporales son las cualidades primarias, de las cuales aún no se ha podido demostrar que me muestren la existencia de algo más aparte del Cógito. En cuanto a las cualidades secundarias de las cosas corpóreas, como colores, sabores, olores, sonidos, frío o calor; son oscuras y confusas y puede por ello que su idea correspondiente sea falsa materialmente (aunque no lo sea en cuanto modo de pensamiento), ya que representan lo que no es nada como si fuera alguna cosa; así por ejemplo la idea de frío podría no tener ningún contenido objetivo y ser sólo la falta de calor. Este tipo de ideas quedarán definitivamente descartadas para la ciencia y para el saber. Sólo queda añadir la idea de Dios, sustancia infinita, por si también pudiera provenir de mí. Descartes entiende por Dios, la "substancia infinita, eterna, inmutable, independiente, y por la cual yo mismo y todas las demás cosas que existen hemos sido creados". Descartes quiere responder a la pregunta de si esta idea innata de Dios es solamente "objetiva", recordamos que entiende por objetiva, la existencia en la mente, como objeto mental; o si por el contrario posee una existencia "formal", recordamos que esto significaba la existencia en sí como objeto extramental. Es decir, si existe también fuera de nuestra mente, si tiene verdadera realidad formal o actual, además de objetiva. Para ello desarrolla el siguiente argumento: Con respecto a la idea de Dios, como al resto de las ideas, Descartes hace las siguientes afirmaciones: 1) Debe haber tanta o más realidad en la causa como en el efecto. Lo que aplicado a las ideas nos llevaría a afirmar que la existencia de la causa de una idea ha de tener tanta o más como existencia posea la ideas. Así pues, el autor de esta idea, no puedo ser yo, pues yo no poseo semejantes cualidades, ya que soy imperfecto y limitado (puesto que dudo), ni ningún otro ser de iguales características; esa idea ha tenido que ser causada por un ser que posea tanta realidad formal como realidad objetiva posea mi idea, luego sólo puede haber sido puesta en mí por un ser infinito; este es Dios. Por tanto, la causa de esta idea innata no puede ser otra que Dios. 2) Si la idea de Ser Infinito procediese de mi ¿ no tendría yo que ser al menos tan perfecto e ilimitado como la idea, pero nunca menos ?. Aunque es obvio que esto no es así, pues yo soy limitado y finito. 3) No se puede tener la idea de Dios sin admitir su existencia (nueva formulación del "argumento ontológico de San Anselmo").Y si hay ateos no es más que por la costumbre que tenemos de distinguir entre esencia y existencia, y no entendemos que Dios es el ser que consiste en existir. Luego, la idea de lo infinito ha sido puesta en mi por una naturaleza más perfecta que yo, la idea de lo infinito sólo puede proceder del Ser Infinito: Dios. Por tanto, no cabe ninguna duda, Dios existe. La idea innata de Dios se encuentra impresa en nosotros como la marca de un artesano en su obra. Es la garantía de que Dios nos protege.

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La idea innata de Dios cumple con la primera de las reglas del método: es una verdad evidente, una verdad clara y distinta. Descartes ha llegado a la demostración de la existencia de otra substancia, de la más importante, la RES INFINITA, que ahora sé que existe además del cogito, y por tanto no estoy sólo en el mundo. ALGUNAS CONCLUSIONES IMPORTANTES: Tras demostrar que Dios existe y que no es engañador destruye la “hipótesis del genio maligno”, hipótesis que mientras estuviera presente no podría estar nunca seguro de nada. Ahora veremos cómo se restablece la confianza en la razón y en todo lo que ella concibe de modo claro y distinto. No obstante la concepción de Dios de Descartes, aunque es cristiana, no es muy ortodoxa, Dios es el constructor del mundo, pero una vez construido el mundo funciona por sí solo con sus leyes y principios, la imagen mecanicista del universo de este siglo concibe a Dios como “el relojero que tras construir el mundo dota a éste de los mecanismos suficientes para que funcione por sí mismo”. Una última reflexión sobre el tipo de demostración que Descartes hace de Dios permite relacionarla con las que previamente usaron San Agustín (s. V) y San Anselmo (s. XI), este tipo de demostración se ha definido “demostración ontológica de la existencia de Dios”, que supone demostrar la existencia de Dios a partir de las ideas, deducir la existencia del puro pensamiento. También es cierto que si desde el punto de vista gnoseológico la existencia de Dios se deduce del cógito, pronto se establece que desde un punto de vista ontológico Dios es anterior al cógito: “¿sería posible que yo conociera que dudo y que deseo, es decir, que algo me falta y que no soy totalmente perfecto, si no tuviera la idea de un ser más perfecto que yo, con el cual me comparo y de cuya comparación resultan los defectos de mi naturaleza?”.

7. EL MUNDO CORPÓREO (res extensa). Las facultades cognoscitivas no nos engañan. Tampoco nos engaña ningún genio maligno. Dios sería el responsable de este engaño, y esto no puede suceder, Él es perfecto y no miente, no puede ser engañador, pues el engaño es una deficiencia. ¿ Pues entonces cómo se explican los errores?, éstos dependen de la falta de acomodo entre el entendimiento (que es limitado) y la voluntad (más amplia y libre). La existencia de un Dios veraz permite salir de la soledad del yo y justificar el saber y la ciencia, ya puedo volver a depositar mi confianza en las verdades matemáticas (el genio maligno no existe). Dios avala que todo lo que concibo clara y distintamente es verdadero. Por tanto, también puedo ya tener como verdaderas las cualidades primarias de las cosas corpóreas, ya que la idea que tengo de ellas es clara y distinta; y también todas aquellas ideas innatas que se me presentaban con la claridad y distinción suficientes Mediante esta argumentación Descartes ha derrotado a la duda: Dios es la garantía de que existe la verdad, en todo lo que yo concibo con claridad y distinción, lo que no puede ser de otro modo más que como lo concibo. Descartes llega a reconocer la existencia del mundo exterior profundizando en las ideas. Pero no hay que admitir como verdadero todas las cosas que aparezcan ante nuestros sentidos. Solo serán verdaderas las que sean evidentes: claras y distintas. Y lo que concebimos con claridad y distinción es la extensión, por tanto esta es la cualidad constitutiva y esencial del mundo exterior y el resto de cualidades primarias. Percibimos el mundo, las cosas físicas, los cuerpos, como cosas que tienen extensión. La extensión es el atributo de las cosas físicas. Esta extensión y otras cualidades primarias de las que ya hemos hablado, son ideas evidente: claras y distintas; el resto de las propiedades de las cosas son secundarias (el color, el tamaño...) y por su ambigüedad se seguirán considerando de escaso valor para el conocimiento.

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Descartes prueba la existencia del mundo corpóreo, extenso, a partir de la existencia de Dios. Puesto que Dios existe y es perfecto (de lo contrario ya no sería Dios), es imposible que me engañe. Pero si el mundo exterior no existiera, Dios me estaría engañando, si las sensaciones que nosotros tenemos del mundo no corresponden a un mundo realmente existente, Dios me estaría engañando y entonces él ya no sería Dios (ya no sería perfecto). Así pues, Dios es la garantía de que el mundo exterior existe, de que las ideas adventicias tienen extensión, de que son algo objetivo y real. Por tanto, si las facultades imaginativas y sensitivas atestiguan la existencia de un mundo corpóreo, no hay razón alguna para ponerlo en discusión.

¡ AHORA PUEDE COMENZAR LA CIENCIA !

Nos encontramos ante el descubrimiento de una nueva substancia, la RES EXTENSA, la que corresponde a la realidad física exterior. Sin embargo hay que insistir de nuevo en que el valor científico de lo que sabemos de esta res extensa no estará en sus cualidades secundarias, sino en las primarias por ser las que se conciben clara y distintamente; pues la demás son “oscuras y confusas”.

8. LA SUBSTANCIA EN DESCARTES. Descartes utiliza como sinónimos las palabras substancia y cosa. La substancia es lo concreto existente. Lo propio de la substancia es la existencia, pero la existencia independiente; substancia es lo que existe por sí mismo, lo que no necesita de otra cosa para existir. Descartes afirma la existencia de tres tipos de substancias, agrupadas en dos clases: 1. SUBSTANCIA INFINITA: Dios. (res infinita). En sentido estricto, ésta sería la única sustancia, ya que las otras dos necesitan de Él para existir. 2. SUBSTANCIA FINITA: -a. Substancia pensante: el yo (res cogitans). La veracidad divina me asegura que tengo un cuerpo que siente y padece, unida al alma; pero ésta se distingue realmente de aquel, pues el alma puede existir sin el cuerpo. -b. Substancia extensa: todos los cuerpos físicos (res extensa). El yo y los cuerpos son sustancias en sentido impropio en cuanto no se necesitan el uno al otro para existir. Esta separación tan tajante entre el cuerpo y el alma le sirva a Descartes para armonizar la libertad del hombre (alma), con el mecanicismo de la ciencia aplicado al mundo y a todos los cuerpos físicos. Cuerpo y alma se unen en la glándula pineal. En cuanto a nuestro conocimiento de tales sustancias hay que decir que nosotros sólo percibimos algunos de sus atributos, así, la extensión en los cuerpos y el pensamiento en el alma. 9. CONCLUSIONES Y CRÍTICAS. CRÍTICAS: Teniendo en cuenta que el método de Descartes tiene como base el criterio de certeza, hay que tener en cuenta que si todo lo que se concibe clara y distintamente es verdadero, la certeza se entiende como un cierto estado mental que considera verdadero un juicio o proposición, sin admitir ninguna posibilidad de error. Pero la verdad tiene un

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significado distinto al de certeza, ya que la verdad se considera como la concordancia entre el pensamiento y la realidad, y por ello la verdad no puede reducirse a un estado mental. Puedo poseer certeza (o creer que la poseo) sobre la verdad de un juicio, y no obstante que sea falso (que no se corresponda con la realidad).Esto lleva a plantear que los desarrollos de Descartes están en torno al conocimiento de la certeza, pero no al conocimiento de la verdad (lo que hará Kant). Por otra parte, para garantizar que la certeza mental se corresponde con la verdad material, Descartes necesita recurrir a una instancia superior, un ser perfecto, veraz y bueno, e incapaz de dejar que me engañe, pues no sería más que Él el responsable de este engaño. Este proceder, ya sea justificado por el miedo a las persecuciones de la Santa Inquisición, o por sus propias creencias cristianas, parece estar en contradicción con su proyecto de construir todo el edificio del saber desde la sola razón autónoma, sin recurrir a la autoridad ya sea fe o tradición. Lo que plantea la cuestión si ¿ fue Descartes un filósofo, que pretende recuperar la pérdida de universalidad de la filosofía por el avance del resto de las ciencias; o fue por el contrario un teólogo que intenta demostrar, a través de las matemáticas, la sabiduría de Dios, y el poder de la razón para acceder a esta verdad ?. APORTACIONES Y ACTUALIDAD: Las críticas no pueden anular las grandes aportaciones de Descartes, no sólo a las matemáticas, a quien se consideró como el padre de la Geometría Analítica, sino también al avance filosófico; en primer lugar por su intento, conseguido o no, de construir tanto la ciencia como la filosofía dejando a un lado la tradición. En segundo lugar, porque inicia en el pensamiento occidental un problema fundamental como es el problema del método (aunque hubiese otros antecedentes), que ha de conducir a la razón estableciendo sus ̀ posibilidades y sus límites (problema que será retomado por Kant). En tercer lugar, Descartes pone de relevancia el carácter activo del pensamiento (en contra del papel activo de la sensibilidad), un punto de vista que va a comenzar aquí y ahora, pero que seguirá en otros pensadores como Espinosa (donde el pensamiento discurrirá por la línea del concepto y no de la percepción), destacando el papel activo del sujeto en el pensar. Línea que va a culminar en el romanticismo alemán con Hegel (1770-1831), pero que será precisamente Kant (1724-1804) el que destacará en su justa medida la actividad propia del pensamiento frente a la pasividad del nivel perceptual en el conocimiento humano. ACTIVIDAD: TEXTO COMPLEMENTARIO DE DESCARTES «Ahora bien: entre mis ideas, además de la que me representa a mí mismo, hay otra que me representa a Dios, y otras cosas corpóreas e inanimadas, ángeles, animales y otros hombres semejantes a mí mismo. Por Dios entiendo una sustancia infinita. Pues bien, eso que entiendo por Dios es tan grande y eminente, que cuanto más atentamente lo considero, menos convencido estoy de que una idea así pueda proceder solo de mí. Pues, aunque yo tenga la idea de sustancia en virtud de ser yo una sustancia, no podría tener la idea de una sustancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una sustancia que verdaderamente fuese infinita. Veo manifiestamente que hay más realidad en la sustancia infinita aque en la finita y, por ende, en cierto modo, tengo antes en mí la noción de infinito que la de finito: antes la de Dios que la de mí mismo. Pues, ¿cómo podría yo saber que dudo y que deseo, es decir, que algo me falta y que no soy perfecto, si no hubiese en mí la idea de un ser más perfecto, por comparación con el cual advierto la imperfección de mi naturaleza? Solo me queda por examinar de qué modo he adquirido esa idea. Pues no la he percibido por los sentidos (…) Tampoco es puro efecto o ficción de mi espíritu, pues no está en mi poder aumentarla o disminuirla en cosa alguna. Y, por consiguiente, no queda sino decir que, al igual que la idea de mí mismo, ha nacido conmigo, a patir del momento mismo en que yo he sido creado. Y nada tiene de extraño que Dios, al crearme, haya puesto en mí esa idea

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para que sea como el sello del artífice impreso en su obra.» René Descartes, Meditaciones metafísicas, III

ACTIVIDADES: 1. Explica ampliamente el significado de los siguientes términos: “idea”, “sustancia”, “sustancia finita” 2. Explica la temática planteada en el texto (estructura, tema principal, ideas secundarias, ideas implícitas) y su justificación desde la posición filosófica de su autor respectivo