SENTEURS ET SAVEURS D'AMÉRIQUE LATINE || Vagos sin tierra (fragmento)

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Presses Universitaires du Mirail Vagos sin tierra (fragmento) Author(s): Renée FERRER Source: Caravelle (1988-), No. 71, SENTEURS ET SAVEURS D'AMÉRIQUE LATINE (Décembre 1998), pp. 167-169 Published by: Presses Universitaires du Mirail Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40853504 . Accessed: 14/06/2014 09:06 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Presses Universitaires du Mirail is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Caravelle (1988-). http://www.jstor.org This content downloaded from 195.34.79.223 on Sat, 14 Jun 2014 09:06:18 AM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Vagos sin tierra (fragmento)Author(s): Renée FERRERSource: Caravelle (1988-), No. 71, SENTEURS ET SAVEURS D'AMÉRIQUE LATINE (Décembre1998), pp. 167-169Published by: Presses Universitaires du MirailStable URL: http://www.jstor.org/stable/40853504 .

Accessed: 14/06/2014 09:06

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Littératures 167

Vagos sin tierra (fragmento)

Renée FERRER

Anoticiado de lo acaecido, sospechando como cierto lo que otros dejaban entrever como posible, entre rabioso y dudando sobre el com- portamiento de Paulina, facón al cinto y odio renegrido en la funda del corazón, Chopeo bajó a la fonda, resuelto a desgraciarse si fuera necesa- rio. Aquel día, para bien o para mal, se acabaría la ponzoña de la traición, la mordedura de la ausencia, el riesgo de que su compañera, seducida al fin, aflojara las piernas. El no iba a permitir, por más Jefe Político que fuese, que le anduvieran rondando la mujer, y en su mismísima propie- dad. ¿Acaso fue para eso que consiguió la merced real? ¿Ese papel que atestiguaba por él que era alguien en este mundo? Demasiado bien sabía la gente que no bien juntara el dinero terminaría de pagar ese saldo infame, y la tierra sería suya suya, como su mujer, que suya había de morir, a no ser que quisiera que él mismo la matara.

Centrella conocía palmo a palmo los vericuetos del regreso, como Chopeo el galanteo jactancioso. Buen porte sobre su alazán requemado, malacara estrella, lindas las ancas, empuñadura de plata y nácar el cuchillo grandegrande en el talabarte, espuelas picando los ojos al relumbre del sol. Y feas intenciones, a todas luces; porque cuando lo sor- prendía por su casa, recogía la sonrisa, el infeliz, y con un aire severo le comunicaba que andaba de recorrida controlando si los labriegos planta- ban el número de liños asignados de acuerdo a la medida de sus lotes como manda la ley.

- Porque en mi jurisdicción nadie haraganea. ¿Quién le iba a creer semejante patraña, con el brillo zorro que se le escapaba de los ojos?

- Pase nomás, pase, pase. ¿Qué le podía decir si ya estaba pasando? De la raya es que no quería Chopeo que se pasara.

- Ya conoce que es obligación de todo propietario sembrar asegún lo acordado en las ordenanzas de la Gobernación. No vaya a faltar qué comer por estos lados, y después anden llorando miserias como los vagos sin tierra, que importunan con sus necesidades a la autoridad.

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168 CM.H.LB. Caravelle

Santo remedio. Cuando el Comandante le recordaba la contrapartida de la posesión, a Chopeo se le disolvía la rabieta, ensayaba una sonrisa más oronda que obsecuente, y le convidaba un mate, contestando que naturalmente había plantado tal como correspondía a todo buen propietario. Pero cuando lo veía alejarse troteando, como si la cola del montado se le riera en la cara, se envalentonaba de nuevo porque se notaba que el hombre se estaba burlando de él. Nunca le hice faltar nada a Paulina, para que sepa, ni tiene por qué arrastrarle el ala a mi mujer con el pretexto de controlar un carajo, se enardecía a medida que menguaba la cabalgadura por la cuesta del sendero.

Cierto. Nunca había faltado la comida sobre su mesa, a no ser que estuviera trabajando en obras públicas o sirviendo en los piquetes de la frontera o conchavado en las estancias. O a veces sí había faltado. Como cuando el yerbal le comió tres años y lo engañó el anticipo. Ni fomentos del gobierno había conseguido su mujer para esperar su regreso. Ahora entendía que un campesino como él nunca conocería el placer de tener piatita junta para mirarla y escupirle con cariño, a ver si se hallaba en su bolsillo. Mensualero endeudado, atacador zonzo, miserable minero, eso fuiste. Ni nunca para volver.

Ahora que regresó, ahora que por fin había dormido nuevamente sobre su almohada, le enfurecía escuchar las murmuraciones: que así luego pasa cuando el hombre se va; que su mujer le había puesto al Comandante como su sombrero, que se había acostado con su mujer después de procurarla en su ausencia. La duda se le metió como una cuña en la entretela del sueño, y aunque ella le rejuraba que no le dio nada, que ni caricias ni besos le dio, había que ver.

- ¿Acaso soy una puta para que me goce todo el mundo? -se defendía, repitiendo que no sabía por qué se hablaba así de injusto por ella. Para evitar el peligro de creerle, la dejaba llorando y volvía al amanecer con unas trancas que daban miedo. Juerga y olvido son sinónimos en el diccionario de los desheredados, y eso lo detectan claramente los que llevan un dardo en el corazón.

Pero la incertidumbre es un roedor implacable que nos curuvica el reposo y nos recalienta el fabulado. Ahora que le había dejado la cara marcada otra vez, y había visto cómo se desentornaban aquellos ojos tan grandes, le renació una esperanza. Ahora debía enfrentar al desgraciado y enterarse de una buena vez si la tumbó mientras él estuvo afuera.

Cuando Chopeo se arrimó al mostrador con aquel aire desencajado, Leocadio le estiró una medida de ron, observando cómo se la despachaba hasta ver a Cristo. Y en el preciso instante en que la puerta resonó contra la pared, dando paso a las zancadas del Comandante, supo que debía

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Littératures 169

poner un vasito de caña en la repisa de San Onofre, para que esos dos no se fueran a matar.

El recién llegado ocupó la mesada con brazo militar, volcando el vaso servido. El aire empezó a quedarse quieto, dejando a conocidos y arribeños colgados de la expectativa.

- Pare usted de acercarse a lo que es mío - le espetó Chopeo con una voz que parecía de otro - y no me ronde la mujer porque es decente. No bien pronunciadas, las palabras se pusieron a temblar.

- Mire lo que está haciendo. ¿Cómo se atreve? ¿No sabe quién soy yo? ¿Acaso ignora con quién está tratando?, vagabundo de mierda, muerto de hambre - chicoteó el vozarrón.

Un rencor todavía fresco deshizo el miedo recomponiendo la bravura de Chopeo que sin replicar sacó un puñal en tanto el hombrón soltaba una carcajada sobradora.

- Epa, epa. Qué agrandado está el señor. Cualquiera diría que volvió con plata de los beneficios. En cuanto a su mujer, quédese con ella, que yo no la quiero. Caña blanca para todos, que aquí nadie se desgracia por una mujer.

Leocadio obedeció. Los demás recobraron su forma. A Chopeo el coraje se le fue aplacando, mermando, hasta que, lento, mínimo, discreto, quedó insertado en la vaina junto con el acero. La sospecha se desinfló mientras los parroquianos se pusieron a carcajear. Chopeo, disimulando la satisfacción que tal reconocimiento público le produjo, sopesó las miradas con pretendida indiferencia, no fueran a creer que daba por sentado el entrevero de ese tipo con su mujer. Tragó como pudo las dos rondas de la invitación aquella y, sin más despedida que un ademán, se diluyó en la noche.

Leste poi, viento delgadito. Desde el lado mismo del despertar del sol. El viento le lamía la nuca con su lengua congelada, en tanto las estrellas gordas lo abastecían de cielo; de un cielo claroazul y compañero que se desplegaba ciñéndolo como un abrazo. Leste poi, viento delgadito, recorriéndole la espalda desde el cogote hasta los pies: filtrándose por los costados de la boca - pura sonrisa - hasta las encías romas; calándole el regusto de aquella alegría inesperada.

Leste poi, leste delgadito, con su filo de hielo seco y su sabor de invierno.

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