Lefebvre-La Vida Cotidiana

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capitulos 1 y 2

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Titulo original; La vie quotidienne dans le monde Traductor: Alberto Escudero

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© Editions GaIlimard, 1968 © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A,. Madrid, 1972

Calle Milán, 38; .~ 200 0045 Dep6sito legal: M. 29406 - 1972 Cubierta: Daniel Gil Papel fabricado por Torras Hostench, S, A. r rnpreso en Eosgraf, S, A;, Dolores, 9, Madrid Printcd in Spain

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'. Capítulo 1 Presentación de una investigación y de algunos hallazgos

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1. En medio siglo ...

Suponga usted que se encuentra delante de una colec­ción de cal~ndariosqueabarca desde 1900 hasta hoy,

"extrae uno de ellos al ~ar y resulta ser de un año de pclnclpio de siglo. A continuación, cierra los- ojos y, con la puIlta de unUpiz, marca al azar un día. Resulta ser el 16 de junio. Ahora quiere usted saber lo que sucedió ese.día, tan parecido.8 tantos otros, durante un año rela·

,: . tivamente apadbleypróspero, al menos en nuestro que· "rido Occidente 'y en nuestra querida y vieja patria. Para

ello irá a la Biblioteca Nacional y consultará la prensa. Se encontrará con sucesos, accidentes, declaraciones de lQS notables de la época, un montón de polvorientas in­formaciones y noticias trasnochadas, indicaciones sospe· chosas sobre las guettasy revoluciones del momento, etc. No encontrará casi nacia que le permita prever (o suponer lo que laspelsonas. impo. rtantes, que han dejado huellas en lo que qtJed3 de ese día entre tantos otros, habían previsto) lo que iba a suceder, lo que se estaba preparan­do, oculto en las profundidades del tiempo. Por otra pat·

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vid O esc' día la gente sin impoi"tancia: ocupaciones y preocupaciones, trabajos y diversiones. Lo tÍnico que po­drá informarle acerca de lo que surgió en el ceHtro de la vida cotidiana durante esas horas serán la publicidad (to­davía incipiente), los sucesos, las fJ~que11as informaciones marginales.

Ahora, inclinado sobre la prensa y 1,)$ periódicos de esa época, no del todo lejalla, y sorprendido por familia­res encabezamientos y por urla disposición tipográfica de otro tiempo, puede S011ar a gusto. ¿No habrá sucedido c:';e día alguna cosa esencial que no aparece en el in. vencario? Puede imaginar que, en ese día, un tal Ein­stein, completamente desconocido, en e! local de Zurich en el que examinaba las patentes de invención y donde, solitario, vagaba por la divisorÍa eI1lre el delirio y la razón, intll)'ó la relatividad. Nadie podrá impedirle pensar que ese dia un deslizamiento imperceptible, peto irrever­sible (unn decisión, sin gravedad aparente, de un banque­ra o de un ministro J, aceleró ,~l paso del capitalismo de concurrencia a un capitalismo diferente, y preparó el pri­mér ciclo mundial de revoluciones y guerras, Incluso ¡mede imaginar que al principio del verano, bajo el sol del solsticio y el signo dE Géminis, en medio de lOS tuJ­

dGS habituales ele un pueblo o de l¡na ciudad, nacieron niIÍus destinados (pero ¿por qué razón?) a tomar con­CIencia aguda cid tiempo y de todas esas C:Jsas.

Así, lcJues, tue, y ilO fue por azar, que aquel día ---Ull

] 6 de j'l/1io de uno de los primeros anos del ~iglo­lo vivieran de forma privilegiada un tal Bloom, Sil mujer !'-,1ü1!y )' ,;~; ;¡;"igG S,epLLJl DeJaius, jan ,ada que fue con­talh después minuciosa y detalladamente, hasta el punto de cOflvcr,irse en el símbolo dt: la «vida cotidiana univer­saL, según la expr~:;iÓll de licrmann !3roch; lIna vida imposible de aprehendEr en Sil finitud y en su infinidad, que encierra el e~píritu y él rostro «ya casi inconcebible» de esa éPOC1, sacada del anonimalo con cada una de las face:as de 10 cotidiano 1 por d rcL¡¡n de ](\)'é:e.

NI) dejemo> p,'sar eSa irr¡¡pc¡óI~ de !o c0tidiano el, la literatura ,in exalllÍnat!a con n;inucioso cuidado. ¿No

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se tratará más bien de la entrada de lo cotidiano en el pensamiento y la conciencia parla vía literaria; es decir, por el lenguaje y la escritura? Después de la publicación del libro, inmediatamente después de la jornada descrita, ¿ tendrá esa irru¡xión la misma resonancia que adquiere para nosotros a tantos a110S de dist:mcia de la desapari­ción del autor? ¿Acaso esa irrupción de lo cotidiano no estaba anunciada ya en Balzac, Flaubert, Zola y tantos otros? ~

Antes de responder (y la respuesta que vendrá, lenta, pero segura, cnúza contenga más de un elemento impre­visto con respecto a las preguntas) aprovechemos la oca­sión para recordar algunos rasgos de una obra que se eleva hasta el cbnit de la celebridad, pero que se aleja sin haber revelado todos sus secretos. Con Ulises esta­mos en los antípodas de la narración, que combina figu­ras estereotipadas, y también de la novela tradicional, que cuenta la formación de un individuo, la ascensión y el ocaso de una familia, el destino de un grupo. Lo coti­diano aparece en escena revestido con lo épico: máscaras, trajes y decorados, La vida universal y el espíritu del tiempo se les adueñan y, al hacerlo así, les dan una 3m-¡'-::,dd teatral. Todos los recursos del lenguaje van a uti­lizarse para expresar 10 cotidiano, la miseria y b riqueza. y también todos los recursos de una oculta musicalidad que no se separa de la escritura y del lellg~¡¡je literarios.

Enigmáticos poderes presiden: alrededor, por encima, por debajo de la profunda trivjdidad de Bloom, está la ciudad (Dublín); están la especulación metafísica y el hOJubl'e: laberíntico (Stephen Dedalus) y L1 ~cúL¡llc:¿ de los impulsos instintivos (Molly). Están el mundc), la hisroria y el hombre. Están lo imaginario, y el simbolis­mo, y la escritura clarificadora. El empleo de todas la3 potencias del discurso no se hace sin una doble disolución del lenguaje literario y del lenguaje corriet1te. El inven­tario Je lo cotidiano va acompañado de su negación por el sl1eño, por lo imaE;n¡¡rio, por el simbolismo; neg:lciór. que Sll!JO:1e también la ironía frente a k)s síónbolas v ¡I 10 irnagin:\rio. El objeto y el sujeto c1á~icos de la filosofía

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están ahí, pensados, concebidos. Es decir, que las cosas y las gentes en cuestión están pensadas y concebidas en función de! objeto y del sujeto de la filosofía clásica. Y, sin embargo, ese objeto y ese sujeto se modifican, se enriquecen, se empobrecen. El objeto estático, simple, colocado ante nosotros (nosotros: el filósofo y su lector), se disuelve con la evocación de actos y de sucesos de otro orden. El objeto es un superobjeto: Dublín, la Ciudad que comprende todas las ciudades; el Río, que compren­de las aguas, y los fluidos, y la feminidad. En cuanto al sujeto, se puede decir que es un Proteo, un conjunto de metamorfosis (un grupo de sustituciones). Este sujeto ha perdido la imanenda-trascendencia sustancial de Jos filósofos, el «yo pienso que pienso que pienso ... » y se despliega en el monólogo interior. Durante esas veinti­cuatro horas épicas en la historia de Ulises (Odysseus, Outis-Zeus, nadie-Dios, el hombre cualquiera en que Jo absoluto, lo anónimo y Jo divino se identifican), el Yo al­canza al Hombre, y el Hombre deriva justamente a la tri· vialidacl.

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güístico: fiesta del lenguaje, locura de la escritura lite­rarta.

El tiempo, aquel tiempo con su fluidez y su continui­dad, su lentitud (llena de sorpresas y de suspiros, de de­bates y de silencios, untuosa, monótona y diversa, aburri­da y fascinante), es el flujo heraclitiano sin rupturas, sobre todo, entre lo cósmico (objetivo) y lo subjetivo. La historia de un día engloba la del mundo y la de la sociedad. Ese vempo, cuya fuente no se desvela jamás, se simboliza per\?etuarpente: la mujer y el .río, unidos, asociados, me~cl~aos. Ana Uivia Plurabelle, amnis * Lif­fey, MoUy y ta animalidad onírica del deseo en el semi­sueño sin límites y ~in puntuación.

Tratemos, pat'l! preparar lo que sigue, de palier un poco de orden en e3tas indicaciones:

a) Para este relato hay un referente, un lugar, un conjunto tópico (y toponímico y topográfico): la Ciudad, Dublín, con su río y su bahía; no sólo marco privilegia­do, lugar de un momento, sino presencia mítica, ciudad concreta e imagen de la ciudad, Paraíso e Infierno, Itaca, Atlántida, sueño y realidad en una transición perpetua en la que la realidad no cesa en un momento de ser hito (y guarida) '<+'. 2~,a uuUaU es- apropiada para los que habitan en ella; las gentes de Dublín han modelado su espacio y son moldeadas por él. El hombre.inseguro que parece errar por la Ciudad reúne los fragmentos y aspec­tüs dispersos de esta doble apropiación.

b) Las plurnlidades de sentido (el literal, el propio y d figurado, el analógico, el simbólico, el oculto, el ~c:tatísic(), el míti,~o ü místico, sin contar el sentido él­timo e indescifrable, unido quizá a los enigmas del errar, de la muerte y de la ausencia, así como las diferencias de niveles en el discurso: el familiar, el histórico, el próxi. mo y el lejano, ete.) se perciben sin cesar. Los sentidos coexisten. Joyce logra en forma excelente trenzar los sen-

Lo que se despliega es la subjetividad, el tiempo. Con sus rasgos que provienen de las dualidades: lo humano y lo Jivino, lo cotidiano y lo cósmico, lo aquÍ y Jo en Olra parte; . pero también sus triplicidades: el hombre, la mujer y el otro; la vigilia, el sueño, el ensueño; lo tri­vial, lo heroico, lo divino; lo cotidiano, lo histórico, lo c6smico. A veces «ellos» son cuatro: cuatro que pasan, que son también los cuatro Ancianos, los Evangelistas, los Puntos Cardinales, las Dimensiones, los Jinetes del Apocalipsi,. El tiempo es el tiempo del cambiQ. No el de esta o aquella modificación local, parcial, sino el de la:; transiciones y lo transitorio; el de los conflictos, el de la dialéctica y ele lo trágico. En esa temporalidad qu~ tiene por símbolo al Río, lo r~al yel sueño no se separan. El tiempo carece de estructura. La escritura capta el mun-do del deseo, y la na~ración es onírica en su cotidianidad El' l" I ' . 'd' 'd J) N 1 J b' * n aun en e Oflgln~ = r!o. (jiJSLlmente: en su col! 1am au. o lay na a com lOa- ,," El autor hace aquí un juegc de palabras que no puede ser

torio. El relato de la inJagen móvil de un día cGsmico, vcrt:do al castdla:1o: repere (e! repaire)=hito (y gunrida). (Nota l '""o""",,,do ,¡ ¡"'o, ,"o un, "",,i, d, "'''mi !in- d,l ,,,d,,,,,,,!

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tidos, tratar los lemas al estilo de una fuga. La reserva potencial del lenguaje no se agota nunca. Alguien ha pro­puesto escribir los sentidos sobre pentagramas musicales, superponiéndolos como en una partitura de orquesta. Joyce trabaja sobre una materia: e! lenguaje escrito. La trabaja para hacerla polifónica, para que recoja y acoja el habla, para que e! lector oiga por debajo de lo escrito, a través de! discurso escriturario, e! habla del Sujeto y las múltiples connotaciones de la subjetividad. La musi­calidad desborda incesantemente el carácter literal y pro­piamente escriturario. El trayecto melódico y la marcha armónica determinan el fraseado, con transiciones obli­gadas (la vuelta a la dominante, designando por tal tanto un símbolo como una palabra o un simple sonido repe­tido). La escritura intenta atrapar esta profundidad in­determinada; la musicalidad inherente al lenguaje o más bien al habla es la polifonía, de la que sólo la orquesta puede apoderarse plenamente. Las connotaciones inter­pretan el pape! sutil de los armónicos. El artista que tra­baja sobre lo escrito (sobre la cosa escrita) no renuncia a emplear conscientemente la polisemía, la polirritmia, la polivalencill, la polifonía. Tenemos tres términos: la escritura, el leng112;:'_ Cl1~~l,L:;,,_ dcn:í~, L ~::>t2;dad musical que los une orgánicamente y los sobredetermina.

e) El devenir, sin embargo, no está completamente a-estructurado. Hay en Joyce, y no sólo en Uliscs, un sistema 0, más bien, sistemas simbólicos cun remisión coherente de uno a otro; coherencia muy bien disimulada bajo las angustias de la expresión, bajo los ultrajes infli­gid()s a Ll. gran1átics y h!:' '.T!01encias al !é::dco. En todas sus obras, Joyce toca como I.!!l virtuoso el instf'-1mento c0nstituido por las palabras haciendo juegos de palabras. Así como otros formalizan la relación significante-~¡gni­ficado, este escritor, espontáneamente, la dialectÍza. El significante pasa a ser significado, y a la inversa. El acento se desplaza. En tal conjunto, es e! significante el que pre­domina; en tal otro, es el signifjcado. Y ello para lograr tal II cud signo. A sí, la feminidad se s;gniíica en e! de­mento fluiJo; tiene por ~igni[jcados e! río, tI agua. Pero

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cuando dos lavanderas, en el crepúsculo, cuentan la le­yenda de! río, éste, de significado, pasa a ser significante. Todos los ríos del mundo afluyen y confluyen. Quizá podría discernirse el sistema simbólico de la feminidad, el de la ciudad, el de! pensamiento metafísico. (el Déda­lo), el de los objetos usuales (el cigarro encendido en la oscuridad evoca el ojo del cíclope). No carecería de interés construir un conocimiento de lo cotidiano a partir de esos simb~ismos, pero no sin hacer notar que tal «ciencia» afecta a l,In periodo en el que los simbolismos conservaban ltlUcho de>-su vigor, lo que quizá ya no ocu­rre. En el ca~o de Joyce, en los inicios del siglo, cada conjunto de símbolos va múdo a una temática, de la que no es separable~ pero de la que no está separado. Por el contrario, e! hombre quizá tiene por símbolo al pájaro profético: «Sé mi guía, querido pájaro. Lo que el pájaro ha hecho ayer, el hombre lo hará mañana: vuelo, canto, acuerdo en e! nido ... » Simbolismo optimista, el de una aurora, el de un principio de siglo.

d) En segundo plano, bajo el tiempo vivido, coti­diano y cósmico, hay en Joyce una visión del tiempo cíclico: tomada de Vico o, quizá, de Nietzsche. Lo co­tidiano se compone de ciclos y entra en ciclos máf.[,.'" pIios. Los comienzos son repeticiones y renacimientos. Ese gran río, el devenir heracIitiano, nos reserva sorpre­sas. Nada en él es lineal. Las correspondenCias desveladas por los símbolos y por !as palabras (y sus reapariciones) tienen un alcance ontológico. Se fundan en el Ser. Las horas, los días, los meses, los años, los periodos y siglos se implican. Repetición, ~'.r0c:!ción, resurrección, son ca­tegqrías de la magia, de lo imaginario y también de lo real disimulado bajo ia apariencia. Ulises es, verdadera­mente, Bloom; Bloom revive a Ulises y la OdiSea. Lo cotidiano y lo épico se identifican como el Mismo y e! Otro en la visión del eterno Retorno. Tanto como un místico o un metafísico, y en tanto que poeta, Joyce recusa el puro l!contecimiento. L:1 cotidianidad se lo per­mite. Saltz de lo relatiuo a lo absoluto, sirviéndose de esta mediación.

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«¿Por qué diablos toma usted como garantía y como introJuetor a un escri tor cuya oLra se pierde en la bru­ma luminosa, estival, de un tedio fastuc~o? ¡Molly no es la única en dormitar durante páginas y páginas! ... ¿Cómo puede permitirse citar a un autor intraducible? Para darse cuenta de lo que dice usted de él hace falta, seguramente, conocer bien la lengua inglesa. O mejor, o peor, tan lejano como las kreisslerianas *, como Flo­restán y Eusebio, como la música del siglo XIX después de la armonía no total, después de los paquetes sono­ros de la música concreta, después de la música aloga­rítmica y el empleo de la aleatoria, Joyce está marcado por su época. Volvía incierta la escritura por la perpe­tua intervención de ese aquende y de ese allende, el Sujeto. Nunca reducida al rigor de una dimensión, la es­critura de Joyce y de sus contemporáneos remite al habla, a la cual la musicalización extravía en 10 indeterminado acercando el discu::so al canto. Joyce explota muy a fondo el conflicto 'habla-escritura', próximo a las relaciones 'me­lodía·armonía' y 'armonía-ritmo', pero muy distinto. Em­plea todos los subterfugios, trucos, procedimientos: la media-palabra (con guiño), el retmécano, la falsa pleni­tud verbal, el juego fonético, todas las lagunas del discur­so coherente por las que pretende hacer pasar otra cosa. Pero ¿qué? ¿Eh? En el Zara/ustra, y no en el Ulises, el lenguaje se desborda, el discurso se supera apelando a la musicalidad y al cailto profundo, en lugar de reducirse y de definirse sólo por el rigor sintáctico. Por eso Nie~z­sebe se acerca a nosotros, mi.:ntras que Joyce se ex­tra·vía ... »

Quid. Pero las estructuras simbólicas tpnsportadas en Joyce por el tiempo heraclitiano, ¿no asegurar, por sí mismas la iílteligibilidad y la «t:aductiLilidad»? Los conjuntos coherentes de símbolos pasan bastante bIen de una lengua 2. otra, de una ,<cultura» a otra «cultura» (si es que la <;cultura» existe, de abí las comillas). Pueden desempeñar el papel de «universales». Bajo la apología de

• CGmp0sici011es r:lUSlc.¡]es de Federico Krciss!er.

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lo fluido, de lo continuo, de lo transitorio, ¿no oís toda­vía en Joyce una especie de sistema tonal? Fraseado claro, vuelto a la tónica, tensión y luego reposo recuperado en la cadencia, comienzos y fines, puntuación en profundi­dad (lo que comienza y lo que termina). ¿No sería ya comprensible? ¿Habrá caído Beethoven en el folklore? ¿Y Wagner? ¡Qué es este neo-dogmatismo! ¿Nietzsche? Cierto, los tiempos parecen cambiados. ¿Un poco? ¿Mu­cho? ¿Inmens~mente? ¿Absolutamente nada? Ya 10 ve­remos. }oyce, rJlises, es 10 cotidiano, presentado, trans­figurado, no :,?o¡\"la' irrupción de una luz y de un canto sobrehumanos; sino por el habla del hombre, o quizá sencillamente por la literatura. Si el autorizado interlo­cutor cuyas pali\bras acaban de exponerse tiene razón, más razón hay para decir 10 que ha cambiado en medio siglo, si es lo cotidiano o el arte de presentarlo meta­morfoseándolo, o las dos cosas, y 10 que resulta del cambio.

¿Qué es 10 que ha cambiado medio siglo más tarde, aproximadamente? No diremos nada nuevo a nadie si recordamos que el Sujeto se ha esfumado, que ha perdido sus débiles contornos, que ya no parece ni siquiera una fuente, ni $iOllíf'ra. fln Flujo. Y con él, y antes de él, el carácter, el personaje y la persona. ¿Lo que prima? El Objeto. No en la objetividad (que no tenía sentido más que para, por y ante el sujeto), sino según la objetalidad y casi como forma pura. Si quiero escribir hoy, quiero decir «escribir literariamente», tomaré un objeto cual­quiera. Intentaré su descripción minuciosa; permanecien­do en el nivel de lo sensible, que tom;1ré vo1üütarüililellte por 10 concreto, vaya clasificar, inventariar, este objeto tomado de 10 cotidiano: un cubilete, una naranja, Ulla mosca. ¿Por qué no esta gota de agua que se desliza por el cristal? Puedo escribir una página, diez páginas, a pro­pósito de esta gota. Va a representar para mí lo cotidiano, eludiendo la cotidianidad; va a presentar el tiempo y d e"pacio o el espacio en el tiempo; va a conVertirse en mundo sin dej3.r de ser una gota que se desintegra.

Hay muchas maneras de interpretar 10 que todavía

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se llama de 1l01lveau reman» (aparte de las considera­ciones sobre sus éxitos o sus fracasos, sobre el aburri­miento o el interés que inspira). Se puede reconocer en él un esfuerzo metódico por crear una sintaxis literaria racional, sacrificando deliberadamente 10 trágico, el liris­mo, la turbación, la dialéctica; persiguiendo una pura transparencia de 10 escrito sobre el modelo del espacio. Estaríamos tentados de mostrar en la claridad «objetal» lo que transforma la cosa en espectáculo, olvidando la producción de las cosas. La certeza s<objetal» no proviene ni del sujeto como acto -nr de la cosa como obra, sino únicamente del lenguaje, cuyas estructuras se identifican con lo «real». ¿Es que se cuenta siquiera una historia? Sin palabra subyacente, una historia ya no es una historia. El tiempo se niega en su exploración, y la simultaneidad se consigue por vía de la pura escritura: la escritura en estado puro. Sin duda buscando la recurrencia perfec­ta, la ida y vuelta en el tiempo. Esta simultaneidad del pasado, del presente y del futuro resuelve el tiempo en el espacio y se logra más claramente en una película que en un relato que todavía hoy se pretende «noveles­co». Pero hace falta al menos que la materia de esta elaboración formal se preste a ello: las cosas, las gentes, sus gestos, sus palabras. ¿Qué es lo que garantiza esta permanencia sin la apariencia del tiempo? ¡La vida coti­diana, sus estabilidades! La escritura cinematográfica o literaria toma como referencia la coúdianidad, pero di­simula con cuidado la referencia. La vela por el solo hecho de desplegar algunos de sus aspectos «objetales» o espectacuh!res. El escrito no conserva de lo cotidiano más -que lo insctito y lo prescrito. La palabra buye; sólo 10 estipulado subsiste.

Más v,Je poner un ejemplo. Desde IUlCgo no será Irre­batible. Para analizar según nue3tro propósito la escri­tura objetal, la escritura del rigor formal, ¿a quién t0-mar? ¿A un sabio exégeta? ¿A un autor? ¿A cuál? No sin :!rbitrariedad, escojamos El camino de F!endes 2. ¿POl qllé? Porque est~ relato [iene ¡dgo en Cl)mÚn con Ulij'{'s, a pesar de la inmensa distancia que los separd. Es~ ele-

f La vida cQ[idiana en el mundo moúcrno 17

menro común los lwce comparables y permite percibir la distancia. En ambos libros, unas horas bastante breves se ensanchan; el sueño y el recuerdo hacen encontrar la cotidi<lnidad universal. En los dos, la mujer, el esposo. y el otro. Con símbolos y juegos de palabras. Sin con­t:lI' en la obra de Claude Simon, como en la de Joyce, lIn Bloom o l3Ium, lo que hace pensar que la comparación no es tan arbitraria ni incompatible con la intención con­fesada elel auton.. moderno.

"Pues sí ... », artisuló Blul11 (v ahora estábamos acosta­dos en la os~ur)tb~; ·..\es decir, superpuestos, amonto­nados hasta el 1punto de no poder mover un brazo o una pierna sin topar con otro brazo u otra pierna, o más bien sin pedirles>.permiso; asfixiante, el sudor goteaba so­bre nosotros; nuestros pulmones buscaban aire como peces fuera del agua; el vagón se para otra vez en la noche; sólo se oía el ruido de las respiraciones; los pul­mones se llenaban desésperadamente de espesa humedad, de esa hediondez que exhalan los cuerpos sudados, como si estuviésemos ya más muertos que los muertos, puesto que éramos capaces de darnos cuenta de ello ... ). y Blum: invitado a beber. y yo: «Sí, era, .. Escucha, parecía uno de esos anuncios de una marG, h ce,'.;:;:;; :;'b~:S;i, '¿s'¡¡S,-~? ' El patio de la vieja posada, con los muros de ladrillo rojo oscuro, con las juntas claras y las ventanas de pe­queños cuadrados, el marco pimado de bl~nco y la sir­vienta que lleva el jarro de cobre ... »

Bien. Volvam05 a nuestras consideraciones sobre Ulises. a) No hay ya referente confesado, explicitado. El

conjunto tópico, el lugar al que ~~ :-efiere el autor, es el lugar de una Jescomposici6n: UD. campo devastado por la guerra y la lluvia, un cad~ver absorbido por el suelo, singular unión de cultura y naturale7a. El simbo­lismo se hace espacial. Un solo punto fijo: el sitio, lugar de la fijeza. ¿En qué momento se sitúa el relato? ¿En qué tiempo se desarrolla? El lector 110 necesita saberlo. Los recuerdos se centran en torno a ese lugar, que se remonta a un pasado lejano, que simboliza y actuaiiza. En el curso del relato, qlle adquiere un ritmo cíclico,

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su destino hace dar vueltas ¡I lo~ hombres. Giran alrede­dor de ese lugar; este girar los conduce hacia la muerte () a la captura por el enemigo. Es el que anula el tiempo, absorbe el cumplimiento de lo posible en la fijeza de lo inductable.

b) El destino de los hombres se juega en un mundo no cotidiano: la guerra. Y, sin embargo, es lo cotidiano lo que se evoca, no sin enmascararse como tal. El tiem­po pasado, lo que ha sucedido antes del drama y el día del destino, parecía tener un orden. una razón. Y, sin embargo, la {mica rnzón, el orden v el scn~ido, consistía en ~reparar y manejar el drama. El orden contenía ya su descomposición. La vida ordinaria ?arecía la envol­tura de lo extraordinario: erotismo, pasión, amOf. Lo que sigue desvela la decepción. Lo extraordinario de lo cotidiano era la cotidianidad misma, por fin desvelada: la decepción, el desencanto. El amor-pasión poco dife­rente del amor-sin pasión, pasión que exaspera tanto la falta como la ausencia que está obligada a colmar y de las que proviene. ¿Es que el género cool sustituye deci­didamente al género ho! de la épocaprecedente? Eso está por ver. Sin pasión, la voz sin timbre del autor dice la pasión, sus ilusiones, su falsedad. Imposible salir de lo cotidiaÍlu;' ¡os ·p¿rsonifes' "que pretenden salir de él se hallan apresados, atrapados. Esposos y amantes están igualmente frustrados, engañados; unos en lo cotidiano, los otros en lo no-cotidiano; el ciclo del engaño y de la frustración gira desde una época retenida por el re­cuerdo (desde hace un sigio y medio, Jos relatos pasan de genc::ación el! generación), La evocación del tiempo anula ia relllporaiidad,

e) El único referente que: subsiste es el lengu~je, desde el momento en que el referente «real» se destruye a sí mismo por su verdad. La estructura que el autor ha querido forjar es una estructura de lenguaje: la frase tr~duce la contigüidad y la discontinuidad, el orden y el desorden de las impresiones, las emociones, las sensa­,iones, los diálogos (qu~ apenas lo son), bs ~oledades, ¡,'mas a los ql1e se r.::ducen los «personajes». La trase es-

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La vida cotidian'l en el mundo moderno 19

el'ita simula la palabra, hace la función ele lo hablado. Es para expurgarlo mejor o, si se prefiere, para exorci­zarlo mejor. «Reverso de la escritura», dice el comenta­rista J. Ricardou. Quizá, pero este reverso corresponde punto por punto al anverso, ¿No es la esencia de la es­critufJ, la escritura en estado decalltado y purificado, Jo que el autor «forja»? Est,1 literatura ha pasado por la prueba purificadora de la literalidad. Se le exige rigor. Simula el habla, pero el habla ha desaparecido. Todo está escrito en un t,'ayecto lineal. ¿Y el sentido, el propio y el figurado, e~ a.'talóg!~o, y el ocult~? .Han desaparecid~. Todo se explupta. Los 'slgnos se dlstll1guen en sus di­ferencias, y sus diferencias están enteramente dadas en las significaciones. ¿Una voz o varias voces? Es una voz blanca, sin limbre. Voz blanca, escritura exacta y pura. Como los intervalos musicales establecidos por los diapasones. ¿Connotaciones? ¿Armónicos? Sí, reconsti­tuidos por medio de los diapasones. Con lo cual se supri­me la fluidez, la prolongación de los sonidos, lo ilimitado. El tiempo se recorta en contigüidades y discontinuidades, antes de reabsorberse en la memoria y el destino, casi idénticos. Y aun los retruécanos están expuestos, anuncia­dos, detallados, ¿No podría ser la Escritura en estado puro su «grado cero», en la medida en que el cero es puratraris­parencia? Una analogía con lo atonal puede ayudarnos a comprender. No hay una nota privilegiada (¡:eferente), y, por tanto, tampoco hay reposo. Hay fisuras, pero no prin­eipios; discontinuidades, pero no fines. Intervalos, pero sin actos ni acontecimientos propiamente dichos. Recuer-. dos, frases. El campo semántico ha cambiado. Ha perdido l¿¡~ ,':i1SiODtS y di~reJlsione~ aicemas que deben correspon­der a los r:omienzos y a los fines, actos o acontecimientos, a las situaciones nacientes o acabadas. L~ expresivo des­aparece ante lo signific;jtivo, en sí mismo materia de una sinu:xis muy ebborada. El campo se ha disgregado y re­estructurado en torno a la literalidad, sin ambigüedad ni poli (fonía, ritmia, valencia, semÍa). El sentido de lo escrito es derirlo todo, todo 10 que pueda escribirse. La esrrirurJ escucha la prc)fundidad y no la tolera sino

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Page 8: Lefebvre-La Vida Cotidiana

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A lo Lngo dc un trJyectO Ldizado por obras desta­C:ld,IS nos hemos p;~rC<lt;1do, ell Iln comien:w, del desell-1)1:llllcoto ele b coudi:1Ilo ji ele la c.\plcsil)n re'/clJdorJ (le su rlqll(~¿a oClIlc:1 Al lJeg:lf liemos vuelw a enC()llfLH lu cutidiDIIO, percil)J(ju en forma bien clifereme, El eSCl1-ro[' 10 indlC:l, lo JesenmaSClrJ, lo Jesvela, 10 muestra como algo cada Ve!.: menos tolerable y dé:: muy escaso lIlterés; p~ro al mismo lJempo lo hace irntresante por su manera de decirlo, de darle formn: por la escritura (literaria). Así, pues, este anJlisis saca a la luz las modi­hGICiones en la COsa dicha )' en la forma de decir. No <:ntla en nu¡:stro propósito ,1g11í llevarlo más lejos y si­lll:H, a 10 largo de este trayecto, el teatro contemporá­neo en Francia (Ionesco, Beckett, Dubillard), la novela (i'vIarguerite Dllras), la poesía (Ponge), el cine mesn;lÍs, Godard), etc. Ni tampoco intentar la generalización de esa percepción. Nos bastil con señalar la función mera. fórica de la escritura (literaria) actual. Volveremos a ell­contrar estos problemas, y varias veces, bajo distintos enfuques, a 10 largo del camino. El «Inundo» se ha desdo­blado e!l mundo de 10 co¡[diano (lo reai, lO emp!t'ú.:ó~ jo práctico) y mundo de Id metáfora. La escrÍwra meta­fórica (o el Illundo metafórico de la escritura) puede di­ri,;irse ya sea hacia la opusició¡; simulada, la contestación '¡Iusoria, ya sea hacla 1<1 JlltudestrtIcción de sí misma J

rr:1vés de la comedia de la ÍclCura (hacia ei existencialis­mo o hacia Artaud). Lo cual es origen Je nuevos desdo-I f " ... y / " , ., <

lJldlllll:llll>'. L'U es es¡c O':J Ligar ue eXalYllnar lns OrIenta-ciones.

2 Filosofía y cOflocimicfl[,) ,Je lo cotÍdi"lIo

V'In10S :~¡];Cl1:' a a"h",l[' lo ,:n(illiaoo por ot['ll ,esgo v d alcJnzar]o siguicflrk' olr() CIIl);I1I): par'iellc!o de 1:: !i losnfi:!.

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la VIO el ('(ludIaIlJ en el lllllndu moderno 21

En el siglo XIX, el centro de la rdlcxi6n se dcsplaz'l; ;1 bil Iic!on a la espCí.:ulación para acercarse n la rcaJidild empírica y práctica, a los «datos» de la vida)' ele b consciencia. La obra de Marx y las ciencias sociales, en­ronces nacientes, jalonan este trazado. Marx ha estlldi,~­do, entre otros «objetos», el marco social del capitalismo de libre competencia, la vida real de los trabajadores )' su doble aspe<.to: actividad productivil, ilusiones a ~u. peral'.

Sin ellll~ilrgo, fuera del positivismo y de! praGmattsmo Cjlle pretenden abolirla, la filosofía continúa dominando esas inv~ti~ácion'2s, Ella, y sólo el/a, une las reflexiones fragmentarias y los conocimientos parcelarios. Imposible hacer abstracción de la filosofía como investigación sobre el hombre (~sencia y existencia), 50hre la consciencia (ver­dddera o falsa), sobre 10 posible y 10 imposible. No hay otra referencia para apreciar y conectar los elementos y fragmentos descubiertos, ¿Por qué? Porque la fílosofia, considerada en su conjunto, en su totalidad, aporta el proyecto de un «ser hum:Jllo» libre, acabado, plenamente realizado, racional y real a b vez; en una palabra: total. Este proyecto, implícito en la mayéuticil de Sócrates, ha .sido afinado, rtvisadu, rebatido, des3rrotlado, adornado con adjllllcÍones, redundancias e hipérboles, durante cer­Ca de veinte siglos

Con rclación a la filosofía, la vida Cotidiana se prescnU1 mrno no-filosófica, Corno mundo real en relación al ide:d (y a 10 J(jeado). Frent;;: a la vida cotidiana, la vid~ filosó\ [1C8 se pretende slIpenor y se descubre como VIda abs-'} tr:lcta y ausente, distnnciacla, separada. La filosofía in./ tentil dc;cifr~r el enig:¡;a de :0 'Cal y ("'.1 segutda c1ii1g­Ji()stí"R su propia falta de realidad; ~sta apreciación le es Jflherente. Quiere reali¿arse, y esta realización se le es­capa, huye; necesita superarse en lanto que vid;¡ filo­sóficl. ¿ Vamos a dejar uno al lado de otro o uno Frente :1 otro, al hombre de b filosdía y al hombre coridlallu:'> T;;/ CO,a es imposible desde el punto de vista rilosóE¡C0, [lUl'\t(> yue la filosoFía l~uiefe pensarlo «wcb", el mundo }' el hur'llJr<.:, )' desjJués ¡2alizi1fse. Es iilIJil1mcnrc ¡mro-

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He,,'¡ J.dcb\fr d L~ \id~ <;¡blc d,',de el IllIMO ele \1,~,llkl j¡(;llIl)le C{lllr!1tn') !'UC<l() ~ 1 e()llsiekr~ción a través de una cntIca de la filosofía",El quc,Lt frlosofí~,k 31'(l~ta u:,a Ui!1CICf;cia y U',) rls~iIl1ot'lio I concept~ de c~tidi,aniclad no pr?cede de lo cCltid~::,lO; no clCClSlVOS, puest,) qllC: COllStltIJyC la crJt 1 Cci , :d miSI710 tiem- lo refleja; mas bIen, expres~r1a su transfonnaclOn con-po V:llla y radical, ele lo cotidi:1flo, '1 teltlplada como posible en nombre de la filosofía, Tam-

Cu:wdo e,l fil~sofo prercnck ser COflsLlI;Llel:! ulzón en poco procede ele la filosofía aislada; nace de In fiiosofía tantO que fIlosoto, cmr;) Cfi un:l vida irn:1g in:llia, C~1311' que reflexiona sobre l~ no-filosofía, lo que sin i1ud:1 cons-d~)}llle~e reallzar las posibiJidade, hum:lí1n; por sus pro- titu)'e su r;:alización, suprema ~n su propia supe~ación, l~"~s mediOS, dl?scubre que: Le) tiene me:dlo:i 'jar" ello, ¿No sera Jo cOtlCl!::nO tan solo un grado tnfenor de Cu;,:ido ,~a filosofía ~e procla;),lC1 ,C1t;:llci~d d"[inlda y Jel- h reflexióll, v d<\ lo «vivido,: ~n el que esas Jos formas b,d;,.' e>;c1uyelldO 10 llo-f¡Jo:,otICO, realiza ",\ propi" con, de la expenencla se <:onfundlflan, en el que todo lo que tr:1111CCl0I1 y 5e 2utodestriJ.';~, se constat2, pal'fc~' pert~necer al univers,), etl el que el

(hfIl,~S a separar neLnit'lv::rlJ,::ntc /" purez" filosófica mundo se collfig:lra (y se desfigma) como la suma de las 1', J<I ImpUTe",] cotldicln,1~ ¿'/,unos a cunsiJcr:lr lo cotí- cosas? ¿Sed tan sólo una i!Her~retacíól1 de la (:xperien-dJaIl'; COlll,O dtsech'ldo, ~lb;;n,bl1ad(1 a su n';see Sli~ne por cía, interpretación a un n:vd tilosófico bstatl!e bajo, 1:: s;>o,c!urw? (Diremos que t>; 1:1 pa~ltalh (Iue if',pide ~ según la cual el <<!ll'Jndo» y el «univ:rso» aparec~n como L pr"[lIl\Cüdnd lllfllltlOSa Ir¡;,dl:¡¡ s(lbre el nlllIldo~ 'Di- un continente, como un vasto reclfJlente, COfiJO un mar-rC¡llO~ qlle h trívi,díc!;¡c! ill':vil,lh!e. ef'V-2S V tc\,c'So(del ca gig:Jntc) ¿Sería, en fin, una colección de objetos fú-~é'f, oc,:;c!el]('IJ dr h ,'.'crdlld, {,l[:!li, l':mc ,:CI1 tllnto que tiÍe" indignos de entr~r en las esfera3 de h tisis. de, lo ':lll' ek 1;1 v,crlLtd y eje! ;'.':; (.1 1'!21\ declarlll~OS van:l b Divino, de lo Humano profundo, te~las senos de la fdo-(,dc"d,13, ~ LJlen se hace ck ella j:1 clhez<l y el punto de sofía moderna? No d~j~remos pasar ninguna oc~sión de ¡,lrud,1 d~ tilla trallsforr~laCI()l1 del rnllIldo :J() filosófico protestar contra los fIloso los que mantienen aSl la tfa-en la 1I,1C~I(b que el misfllo se revela trivi:didad banali~ clieión filosóf~ca l' hacen de sus filosofí:\s un dique; (1:1,1 f;facrlc3 y PrJCt¡Cll banill ' },¡<.;:,;~"':L te;::.. ,;;Jje~~o de transformación ele ese «mun;

J\SI, pues, quec!:l ahiertu un soJo u~mino: de:,nibil v do»; consagran la separacióll de lo fútil y de lo serio; :lll:dl;:~r Jo COClcJl:1iiO ;¡ p8rri[' de 1" filosofLt, p:,rii mostrar ponen definitivamente de un lado c:l Ser, la Pwfuncli-S,l! dl'nI1d:ld, su dcc,!ch:ci.1 l' su fet:undidad, su rniseri~ dad, la Sust::tncia, y del otro, los fenóme:l'bs, Jo super-IkOll : 'eruez~ ..l,o Cjue in>;)ji,Ci e! p:Ol'cctc re\'ol12cionario ficial, Jas, ~al1Ífestaci.ones, , ' , ~'r' lllia,,:d~~:'~I~)n ,~\l(:' de'[\3¡C de lo cotic!iJno h ;ictividad ~CJ, cotldIano" corlSlderado como cO?Junto de actl\'ldil<

\~l (t", ,LíeILlltc, la "hit I1ldc,:badil des en apanenCla mode:;tas, como conjunta de productos ~ ',Ii r:I\IrO¡ p,!l~tilI10S (il' L·, i \j(,<;"I,-)(í:l, (le S'd lr:nO'u,loIC eje y de ob,~s ¡~1'uy ¿¡ferc!!t~s de los seres vi'"ns (pbntas,

'ti, "l' VC I1f O, f ", 1 1 _ 1 ' lO " ' ) ' 1 F" 1 N I " " , J.,1o (' ;lOt)! :I( o', ¡":'W rIIQ:1JlCI::!nuolo, de b' :11l1fll3 es que n;¡cen de a lSIS, en a atura eza), no !;:it'll,l,!II/:IC(I)IIl'S"SPé'Ctt!:lf"';I'; r'.'t.l C"I¡[IOIlI:lrlU~; con ~¡ parece ser tall sólo lo que escapa a los mitos, los de In

11!t(,r:"d ;,'.1 ItlUI"(:CO, IIllCn!,II1,;'J ".'1'('1:11 ólrtJuJlánc'l'n' _ nacura!ez8, de lo divino y de lo humano, (No constitui-ICt(,'ICI1I'1 II"J" 1'- <,t::fl "f el' 'f' 1 1 "1' ,', <>11 (,C, ,¡ OSOI'] \' ,:i ;";:'I:,,('iuII eJel llo,íliósoh r~. una pn!Ilern es era e slgnl !Cac (J, un campo en e que prll' l' \l 1, ,1 ' 1,' 1 1 e, ¡ " 1 dI' ( d ) l' d

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'" Ll \ ,1,', "(, CC'lllC(":,I.I,', , C'(:<:O l' a cicnt'\" CI ' sv proyecta él actlVlc a pro( UCllva crea ora sa len o rr'\( o ('/1 1" ,,'" lCC ' E .. • ti 1.1 "'IS',C'l';'la I'Srl,-:i.J:l!C)({(: ¡[milad,\. El COl _ :;s¡ al e[]':ucntro de lluevas <:reaclOnes) ~ste C1mpo, e~~e reflll) de rnlir!'al/" 1" _ ] , " ,,' J'" ( , ' " 1 ,'/I'(/(' pro;'c", el::: I:~ ¡r!osofíJ \ lln PI]' le d::>11111l1O, no S~ resurmfl3 ni -::n un;¡ C1eterml'l<1clOn o so-UIIC'l( "1"(' Slfl >11 J' 1 ,,,c 1 1 "') d 1 b" 'd J ' 1 f'" f ' JI'" t " ( 'f'\'SI~;:l:I, () n:.dilnslÍfico pnr:\ v pC

1r ;rec ctelrn!n~CI(>n e.a su Jetlvl 3el de os LOSO os, !JI

.1 ",(l'ü Ll, 1 ero 2'1 ['en;;;¡mief1l0 só!u plle(~e lomarlo en en U!l:: represc;-¡tacjófl objetiV? (ti ohjeta)) de ubjetes elil-

,)2 nJl:dlJfl:l en el Il1l,r¡UO moderno 23

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Page 10: Lefebvre-La Vida Cotidiana

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24 f icnri Ldchvré

sJiiCiUC:S <':11 cllcgl}rL,ó> (lO!';l, ,tlimcnt;lci,'>n, nlClbili'II/O, etcétera), Sería 11l~S IllIC eso)' o/r:1 (,OS:I. ni IJIIJ direcciÓ:l de caída, ni un bloquco, lli un tope, SirIO un Cail1VJ y llll '1

rd,~vo si:l1ult;Íne,lmentc, ulla cr'lpn \' un trall,políll, lIfl '

mumcnto compucsto el<! lllumentos (ilccesi,Lldes, trab:ljo, goce; productos y obras, pasivicLlc1 l' ,:rcalÍl'id:¡c1; !lle­dius y fÍnalichld, ele), Ínle¡:lccÍón dl:décI/u I,d éJlIe scrí:1 impmihle 110 r,mir de ella paLI lcalt;.,t! lo posible (I.t I,)talid:lc! de los posibles).

En Ic~rrlllnos fIlosófico.l, clÍe dISClIr\,l va cJlriílteln ;1 lel:; ftl,í,,:¡fos. El prob\cIlla CS',:1 en s,liwr 'en ~ll',é medid:t Iln:1 slInJa de presiones y detc:nllinÍsil1,)s (necesidades; tri!­/);líos parcelarios; cOllocimicrJlos [lagmClltarÍo,; delermi ni:;11los biológicos, geográficos, econór:licos, hi,¡órico-[lfl­líticus, ele) pllede toc18vía aparecer conlO ~Ifl «ml1l1do», obra de la libertad, perspectiva de una obra rn:~s alta el<: eSla misma libertad. A.unque el filósofo sillte por encirna de esos fragmentos, esas derermif12cionf:s j' ple'~011(,5

,para eSlablecerse en su verdAd, ell n8d,1 h"hr;; resucito el problema. A la alic¡:ación filosófica, verdad sin re:dÍ­dad, siempre seguirá correspondiendo la al iellilción ((!ti­di,lna, realidad sin verdad,

La pro:)LiiJ~,;,_" \1)81:1 (Ufil¡lll:ar hab!ando :1 los filóso­fos) Se formub con claridad. Hay di!clm. O 17/'-'1; ir más lejos que Hegel en el camino de la unid,¡d entre L1 ra­Ión (filosófica) y la realidad (soci:d), es decir. eíl el ca­rnina de la realización de la filosofía; dejar de acept;:¡I h separacióII de lo filosófico y de lo nCJ filosófico, de lo superior y de lo infr:rior, de lo espiritual y de lo [m­tcr;Zti, de 10 lcódcu y ue ]0 pr2cEico

J de jo «culto» y de

lo inculto; enfocar a partir de ahí una transformación nu .;,'Iu del Estado, de la vida polít¡c~, de ~a producción tc'J llómi~:1 u de 1:1 estructura jurídic3 y social, sino ta1nbién de lo cotidl~llO. O bien vol"er hacia la r.l[~t8física, hacia la ;lngl:sti,1 y h desesperación de Kiukc:gaard, hilcia ese nihilismo que Nietzsche quería sLJpe¡,~r; \:olvc¡- a los nli­tos \, (in;¡lrTlente, hacer de la file'sofía ¡~iSrnil '21 :11ti;-n!) de I(l, mlros cosmogónico:; ~' teológiccJs,

TendrcDJOó que cxarninJr si eSUl posición aj¡lsta por

La Vílb co¡ídinn:l en el mundo ()joderno 25

completo LIS C¡léllf~S con 1" ;llltigll<1 íilosufía, si pude­lllOS tomar la filosofía como sistem<l de ¡-efer,~ncia para conocer lo que designa cumo no filosófico, entendiendo que los ,los (((rminos (la filosofía y lo cotidiano no filosó­fico) tienen por SCllli:!'l la lllutua designación, la recíproca y simultánca supcración. (:No admite csta posición re· volllcionaria Ulla l'acionalid,ld Inherente :l la historia, ;\ la socic(Lln, al conjunto ele las actil'icl<lJcs y ¡¡-,¡bajos parce] arios) ~ De dónde p\Jede procedcr est a racionali­(hel, explicitad,! por,L\ filo;,o[Í;l, Ifl1plícita cn );1 cotidia­nidad? ¿ D~, dónde nace:, de J(illdc viene e:ite sentido? En el caso de } Iegel, est:í c!at·o: h t:1ciclnaJiclad procede de la Razón, de la Idea, del Espíritu, En Marx y para el marxismo s1guc estando baslante claro; la razón nJce de !;¡ práctica, del trabajo y de StI organización, de la producción y de la reflexión inherente a h actividad crea­durJ tom:lda en roda su amplitud, Pero asignar' 11n sen­tido (ese sentido) a 1;1 «histori:p> )' .1 Ll «so~iedad», ¿no supOIJe también hacerlas responsables del \le-sentido, de l~s violencias sin nombre, de los i1bsurdos, de los calle­jones sin salida? Quien dice «respons"ble» dice <fculpa­ble»_ ¿A C]uién imputar la responsabilidad? Descubrimos que la inocencia dei devenir presupone su carenciá'- de sentido, La hipótesis nietzscheann, es cleci r, el nihilismo COlJ]CJ etapa y momento, como situ8ción a superar, no esU, pues, eliminada de antemano. Si se acepla la arien­t:1Ción hegeliana y marxista, esto es, la realt¿3ción de lo racional a través de la filosofía, se desprende dc ella el análisis crítico de lo cotidiano, Si se acepta la hipótesis nietZscheana de '.lIla cvaiu::¡C1on, de una perspectiviz~­ción, de un sei1tielo cleCrel:1do por encima (!el llo-s('ntido de los hechos, el an:ílisi" ~' la trans{orm:lción d~ lo coti­diano van ullidos a ello: es un acto inaugural.

jlquí furmulamos otru:; dilem:ls. (> bier se dedic:1 lino -(empleando sus energías prácticas, aquellas de las que todo individuo dispone C0l110 ser social) a fortalecer las inslitl'cior.e" 13S i¿nlogías ;:xiste!l(e~ . --el EstJd() o tina Iglesia, un sislema tilosóCico o l'n,j o~gaJlizacióll políti­C8--- )' al tiempo se consagra a consolidar lo wtíJíano

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y ,;...\.) Ilemi Ldc\'vrc

'':I)I~r',~ lo c\l'll >e e',:' 'lbkr:cn ~' SI:: 11l:111tlcnen esas «superes­¡rtlCtl'I-:lc;>', o bicI:' se c:(:di(',1 :1 «ulmSi.u la vida»_ Dicho de otra llBI!er:l: () hiel.' se erigen como absolutos, como iele'ls plató'1ic8s, las instancias que se levantan por encima de Jo cotic!imv) pretendiendo regirlo, o bien se relativizan esas cn¡iebdes (Est:1do, i:;lesias, culturas, etc,), se rechaza su 5ustnpcdi;:¡¡cióll (de~cubrir en ellas 1 a sustancia, el ser O(IJItO el" h l":s!idad humana), se 18'1 menosprecia, 5('

valo1':\ lo '-jue cih; d"sprecian, aquello sobre lo que gra­vitan, coosidednclob COfIlO 1111 residuo: lo cotidiano. O hi(,ll se trab8jit pJr;J aplastar es'~ residual, o bien se Id cOllsidera como Jo irreductible, como el contenido pre-: cioso de las formas 'lbstractas y de las diferencias (011-!

crl'l:l~, O biC'1! ::;e pOlle uno al servicio ele las «causas»,' (> se [l)'Wl;¡ a b humilde razón ele lo coticli<ll)(),

¿Estnmos presentando f\'111í a la aprobación elel lec­tor, o :1. ~u e5ceplici'~1110, un" intfrprel1Ciól1 de Marx y el::l pClls:lTnic r'to l11f1rxista) Nu. Nosotros (el [mmr) in­terpret:il1J(~S la histol'Ía de la filosofL1, la sitl1ación fllo­~~ó[ic:1 \' tcé,rica :1 meelif1dos elel siglo XIX, l,a tesis según lf1 CLli11 b filosofía no pem1anece como filosofía, la con­te1Tlpbción no se contenta con contemplar y la especula­ción 110 se confenna con alcanzar una roudidad abstracta, se encllCl1tLl el] Hegel '~OfllO 1esis ele la reali:éf1ci<Ín de la filosofín, Para rste, ['1 c('incideIlcia (la identicbd) de lo re:11 y lo t:1cional no esuí ni cumplidf\ ni aGlbada; no es tnmpoco id~,ll, ni futma, ni indeterminctda, Sorpren­de a h hi<;corin en el momento que produce esta IInidad. La aprehende en su determinación doble y una, racional y real, filosófica y política, teórica y pr:ktica. ¿El origen de estit tesis? Se remont:1 mas lejos y su emergencia po­dría ckscubrirse en el rnciol101ismo cartesi:mo, Pnfa Hegel, su rnón filosófiro no es teoría de una realiclnrl preexis­tente, Sé' realiza en el Estarlo en vÍns de constitución, bajo su mi r'1d~, con "u ayuda, El sistema filosófico-polí­tico pone fin a la historia revelando su sentido no sólo como sisternG tilosófico, oino como sistema práctico (po­lítico) cid Derecho v del Estado,

L,.ls tl'XW, dr' Jvla~:\ sobre l;¡ ."é'ltlizaóón dé' {rl fí!o[olía l' ',' ~ .'. I

,_. I Lo vi,!" cOlidi,ma en el mundo lT1l'ucmo TI'

cCJl1tinú:ln el pens'.lmiento 11('~di8no volviéndolo contra sí­Il!i,;tno, Si In filosofía se realiza, ¿por qué h3bría de ser la filosofía hegeliana, y no la totalldnd de la [ilosofía, Jiherf1c1:1, por fin, de los accidentes y las superfluid;¡des de8ele Platón a Hegel? ¿Por qué iba a suceder tal COS:l

en el sistem:l mon,írquico cOl1sti tucional? ¿Y por qué el "sujeto» de esta renlización, su soporte ° su portador, h;tbría ele ddilli rse por L1 clase media y la lJl1rocr~ci8 del Estado? ¿No il11crviene la clase obrem en un~l historia que COIl ti núa?

Estos te;.;tos :\Clnran el destino del hegeli:lnismo y no se ~1Chr,ll1 sino en estc contexto 3, No hay que confun­dirbs con aquellos en los que ¡vIarx atribuye nI prolcta-1i,1(10 a la vr:z la negación absoluta y la capacicbd incon­clicional d,~ crcar algo nuevo en el mmscurso de Unil c1is­contimlic{a,.1 rac1icnl ele la historia. Estos últimos ~ñ"den a lo,: l'riflWrOs ,d?,Ut11S afilmaci'Jnes un poco dpiclas,

1ictel1g,í!I1')t'O:; con :"gn IlI:1S de (';llmel "'11 csU e!lCtllci­¡:Id:l f1 la qw: hCl1lO!; (el ;Iutot y los que siguen su r820-

1l'1miento) Ilq;ado, Miremos el país y el pais:'1je. Exami­nemos los obst(¡culos a franquear, a flanquear, Detrás de nosotros se h,llln el camino ele la filosofía v la ruta ele lo co'idiollO, Nos (~l1contrnmos en el lugar e~ que se crl.l-7:111, Un:1S montaDas los scpar3n, a pesar ele que b filo­sofía hoya seguido una rut:l dominante, echando una mi­r~dn clesc!,~ lo nlto h~lcia b cOlicIianidad, Ante nosotros, liD c¡¡mino mal abierto, sotos y matorr::J1es espinosos, ¡ l,l n tanos.

Fn resumen, declaramos la vida cotidiana objeto de la fibsofía, precisamente' en tflnto q\1e no filosofía. Decreta­mos incluso que, como tal, es el objeto filosófico, Al Jnccr esto sep:11'alTlOS b filosofh de sus objetos tradicio­nales, Ante lo q\1e nosotros permané'ceJ1lOS ingenuamen­te filosó[ic()s, eJ hombre cotidiano se encuentra perelídc', tL~bado, atado con mil nudos, enfrentado a mil coaccio­nes mill1Jsculas, Al mismo tiem\,o, según el caso, puede :uriesgarse, snbe g,llJar y perder, La certeza que buscn pI filc,!;ofn no tiene narln en común con la seguridad con h (JUf' ,!leí"l d hombre cotidi;¡rlO: en ClJ¡ln!o a la ~ven-

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28 I km; LcfdlVre

lUia filosófica, sólo tiellC peligros cspiriluales; el filó­sofo pretende encerrarse en su C'speculación, )' no 10 con­sigue. E! humbre cotidi2í1o se encierra en sus propieda­des, sus bienes y sus satisfacciolles, y a veces lo lament::¡, Está, o parece estar, más próximo a la naturaleza que el su/eto de la reflexión o de la cultura, V mucho más la mujer cotidiana: más capaz de cójer~, de alegría, de pa_ sión y de acción, más cercana a las tempesLldes, a ia sen­su~iitbd, a los J;¡zos entre la vida y la muerte, a hs ri­qJleza~ elemenlales y espontáneas, Pero ¿es eso cieno o [aiso, aparente o real, superficial o prufunoo(

Eil este sentido, para el filósofo que ha adquirido y ;¡prclldido la actitud filosófica (contemplación, especu­!ació;¡), la vida cOlidia;-¡a posee ese ;¡lgo misterioso y admirable que escapa a los sistemas e1abor,ldos, Los filó­sofos se extrañan de; esa vida cotiáiana, más que de nin­gUiJa otra cosa de la naturaleza o del :irte, ¡Cuántas ve­ces ]¡:m puesto ei1 evidencia ec1mo c:l primer filósofo pro­fcsirm,d, aqlIel que DO escrihió, Sócrates, sólo hablaba de cosas ordinarias para iniciar el diálogo filosófico: de cacharros con el cacharrero, de zap:ltos con el zapatero!

¿ Volverá a encontrar la filosofía eSle asombro ingenuo y anunciador ante b cotidianidad? Quizá, De cualquier llIodo, oscilará entre el desdén y la admiración.

Si nos alejamos de la filosofíd, si IJOS establecemos en la Il'etafilosofia, no es para liquidar el pasado filosófico, No se trata 2quí cíe la acritud po:;itivisla qllC se opone a b ,¡clitue! F'specuL,ti\·a. Fara realizar tI razón de los filó­'OIOS, para definir 12 unidad <qacional-real», 9l1lpliamos h [¡¡osdí:! )' prc:g~:!;!;,:~;,,:; ::] fil6,,;J[o d ,-'1(":,, ,le tclf!pleo ,le lu:; COIlCCptos, sin perjuicic) de 1l1oelif:car esas reglas e !lHw¡{ucir otrus c()nceptos. No olvidemos que se tr:1ta, ¡LI,I;1 ciellu PIII,to, de una lllayéutica: aYL;d,¡r ¿¡ lo cotidia­no a dar a luz UC:l plenitud piTsente-aclSefltC en él. POi'

otra parte, la situación ha cambiado bastal1te desde Só­crates y Lr razón en la ciudad griega, De lo qtlC se trata es ele rroducir IIn hombre nu~'vo; ci concepto de la llla) l'utica no l-lC'dr:\ escarar a b conhíllltJción con las dca s de J1llJ tac i (jl1 .>' re':oll1ción,

La vid" cotidiana en el mundo moderno 29

Bajo estc esquema 110 disimulamos intenciones más inquielas, sino más inquietantes. Se trala, por ejemplo, de explorar lo repetitivo. Lo cotidiano, en su triviali­dad, se compone de repeticiones:, g::stos,en e1.trabajo y fuera del trabajo, movimientos mecánicos (los d~ las 'ma­no:~ y los d::l cuerpo, y también los de las piezas y los dispositivos. rotación o ida y vuelta), horas, días, semanas, meses, años; repeticiones lineales y repeticiones cíclicas, tiempo de la natu&leza y tiempo _dc_la.racionalidad, et­cétera. El estudio d<,\Ja' a¡;yvidad creadora (de la produc­ciÓi1 en el senticl4 má5' ampíio) conduce hacia el análiSiS! de la reproducción, es decir, de LIs condiciones en que las actividades product ras de objetos o de obras se repro­ducen ellas l11isl11as~ recomienzan, reanuclan sus relacio­nes constitutivas o, por el contrario, se transforman pOI modificaciones graduales por saltos.

La teoría del devenir se encuentra c.on el enigma de la repetición. El inmenso flujo del tiempo heraditeo en la naturaleza y el cosmos, en la historia, en la vida indivi­dlial y social, esa temporalidad inagotable cuya visión wvieron algunos de los más grandes filósofos, ¿no ocul­tará la repetición fundamental? La imagen, la imagina­ción, lo imaginano, parecen- hundirse i pi6iongarse en el flujo temporal; y, sin embargo, la esencia de lo ima­ginario se sitúa quizá en la evocación, en la rasurrección de! pasado; es decir, en una repetición. Esta acercaría la imagella I recut>rdo, y lo imaginario, a la memoria y al corlOcimiento, del cual Jos filósofos desde ei principio supierol1 ql,;e comportaba reminiscencia y reconocimiento (de sí mismo en ia retlexión, dei otro en e1 concepto, del ser en b certeza), Imagen, memmia, conocimiento, ¿no recuperan así una unidad rota; una convergencia perdida? N~die ignora que el psicoanálisis ha puesto el acento sobre la eficacia mórbida de la regresión, de la reaparició'1 de un trauma y tambiéi1 sobre la eficacia te­rapéutica de la reaparicióf! lúcida_ ¿Qué sucede, pues, cen la repetición? ¿ Es lo cotidiano una de sus variantes o el lugar (:n que se U!1e? ¿Puede quizá responJera Hna de las preguntas que lega la filosofía a la metafilosofía:

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;'JI 1 ¡curi Lefebvrc ~;

'.~ La vida cotidiana en el mundo moderno 31

"Cómo confrontar la visión dei devenir, ,/¡Slon que va sido constituida en arte, en conocimiento, en lécnica mu-desde 1 leráclito hasta Hegel y Marx, y el hccho crucial sical, gracias a la teoría de los acordes, a su repetición, de la repelición? ¿Cómo resolver el conflicto entre la a su inversi(jn, a la recurrencia de los intervalos y se-teoría heraclitea del Otro perpetuo que topa contra la ries, y esta teuría forma una lógica, a la vez general y es-rqx:¡ició¡¡ y b teoría parmenidea de la identidad y del pecífica, que permite una sintaxis, forma ql¡e domina el l\íislllU ir~Il1Llt:lbles, que se disudve en la !l1oviliJ;¡J uni- devenir, su contenido (hasta que se agoten la armonía "ersal? ¿ Hay lugar para establecer un diálogo elllre -la clásica y la armonía no clásica, el sistema tonal y su diso-línea 1 fedclito-Hegel-M[:rx y 1:1 línea que parte de Orien- lución, la atonalidad). te y concluye en Nietzsche, línea de pemamiento de la Si existe 'Jna reJación entre la música, de un lado, y la que Heráclito también forma ¡xtrte? ¿ Será Jo cotidiano filosofía, el arte, e~ lenguaje, de otro, ¿no existe también el ]11g,ar cn ?Oi1~le se produc.c eS3 collfron~ació!1? ¿Con- cierto vínculo Cljlt~o-- h\ rn).Ísicll y lo ~o.tidiano?, .~Revela lendra el entena que permita descubnr el secreto del la mlÍsica la esetlcJa oculta de lo cotidIano, o bien, por cnigma o la indicación de una verdad más alta?» el cONrario, compensa la trivialidad y la sup;;rficialidad

1.3 rdle;xión sobre e! lenguaje,_ culminación ~e una 1ar- de lo cotidiano s,,\stiluyéndolo por el cant~? ¿No ser~ gJ retlexion sobre el Lagos (Ul1lda a la esencia de este la unión entre la vida «profunda» y la Vida «(superÍL-Logos), marca el pensamiento moderno. Este examen de! cial,)? Y si antaño las ha reunido, ¿puede todavía esta lenguaje, de la lectura y de la (scritllf3 como actividades unidad encontrar lugar, razón y ;nomento, dada la esci-li;saclas al lenguaje, deja un poco en la sOlllbra U¡18. larg[: cisión, que se acentúa hasta llegar a ser «estructural», meditación que acompaña a la filosofía desde su llaci- entre lo cotidiano y 10 no cotidiano, dada la agravación miento_ Mucho antes de las investigaciones sobre el !en- de la pobreza cotidiana? ¿No pueden planteartie pre-guaje se ha intentado comprender la música. Pero la mú- guntas parecidas, las de la diferencia y las de la especifi-sica es movilidad, flujo, temporaiidad; y, sin embargo, cidad, a propósito de muchos otros «objetos»: arquitec-se fundamenta en la repetición. Todo canto rn11l"nirRhle tura, pintura, danza, poesía, juego? y comunicado, con mayor razón cuando está escrito, puc- Desde los primeros teóricos de la música y de la reHe-d" recomenzar. Toda musicalidad definida ::obre el COIJ- xión, desde Pitágoras, sabemos que hay dos «aspectos», tinllll171 sonoro puede repetirse. Toda melodía va hacia dos «lados» (estas palabras gastadas han ~rdido toda un fin (cadencia) que puede ser el principio de Í<¡ reanu- riqueza de connotación, e incluso la retórica filosófica .:bció '1, así com0 la cónica al final cíe una octava cortada no ha loorado reavivarlas): el mlmcro, el drama. Los en intetvalos (gama) marca también el principio de la músicos ;udieron enseñar a los filósofos a expresar este ü(tá\-J sig .. úe:1:c. ~~~~' r~p.~rictón. de los moti~'os, de I?s enigma: en la música tod? es número. y Cl?tidad (los temas, de las comb:naclones de l11tervalos en la melodla. intervalos, los ritmos, los tImbres), y tollo es llflSIl,l0, or-En la música y por la música hay un resurgimiento de gb o SUl'!ño. Todo es vital y vitalidad y sensibilidad, y las emociones y de los sentimientos desaparecidos, un toJo es análisis, precis:ón, fijeza. Sólo los más grandes recuerdo de los momentos acabados, una evocaciSn de supieron mantener estos dos (,aspectos». El número: todo las ausenci.ls y de las existencias lejanas_ Como el! lo ima- se cuenta, se mide. ¿Cómo asignar límites a la numera-ginclri n , como en el arte en geneuL La repeLÍcJón de las ción, fronteras al cálculo, barreras a las matemáticas? 1m-"CtIv::s sobre la escala de Ins sonidos definidos, la uní I posible. Los IímÍies se desplazan. Si erigís una muralla, ,LId el1 la Jikrencia, la [elación e~[re ,el número, y la J_daiS al mate.mático el aire victorioso de hé:o~ que tr:!fl;­c.d ¡,LJ, son lnhe¡ entes u b "rmOl1l.l Esta áfl]"¡Ol11a ha gled~. Y, S1l1 embargo, aparece el druma. Ante el nu-

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32 H~iltí Ldebyre

mero, /¡,¡y 10 IJO aprehendido por él, 10 cercado, pero que se escapa, el residuo, lo irreductible. Siempre está ahí. Retrocede, parece poca COSa: nada, la «nada». Acercaos y se trata del infinito ante vuestra finitud, el océano ante la playa. ¿ La ciencia y la ,<cientificidad»? Eso no es «fiada»: un pólder conquistauo :11 mar por medio de diyues, de (¡males, de barcos, de máquinas de bombear, de lagos, de combates contra las mareilS. Y Jos bruscos asa) tos del temporal. El cienti¡:¡cista declara que el resi­duo no tiene interés. Pe(bntería ridícula: se oculta el horizonte. Ese «residuo» es Jo que la cienoia conquista, el conocimiento del marlana. Si el residuo no es infinito e infinitamente precioso, ¿qué hará el sabio? Su suerte está unida 2 la del poeta, aunque 10 ignore. El drama: todo es drama, vida y muerte, fracaso o victoria. Puedo COntar los agonizantes, puedo cronometrar la agonía, y no sé jo que es el sufrimiento, lo que es la nada. El residuo e3 el lugar de las conquistas, de las creaciones, de las victoria:;. Negar el número y la ciencia es lo propio del filósofo tradicionai, ia locura del metafísico. Afirmar que el residuo no puede reducirse y que la palabra y el can­to encuentran en él su patria es lo propio y la razón de la civilización. ¿ y lo cotidiil;¡o! TOdo Sf" 'lientA p,., pI ..

Porgue todo está cont<.do: dinero, minutos. Todo está . numerado en meLros, kilogrnmos, calorías. No sólo los

objetos, sino también los vivientes y pensantes. Hay ulla demografía de las cosas (que mide su número y la dura­ción de su existencia) dti mismo modo que hay una de­mografía de los animales y de las personas. Y, sin em. bargo, eoas gentes nalen, viven v mueren. Viven bien o maL tn lo cotidiano ganan o no ganan su vida, en dn doble sentido: no sobre'Jivir o sobrevivir, sobrevivir tan sólo () vivir pic;¡amenre. DQnde._s~_g9za o se sufte es en lo cotidiauQ. ¡\ouÍ. y ahora. - . -------...

-El interloCl¡t¿r va " interrumpir este discurso. Acumll­ia aq(lImentos. ¡Cómo no ha de tenerlos! «¿La rea­lidad no filosófica? ¿ La vida rea!? Es aquello de lo que ~e OClIp,1n las ilamadas ciencias hU'11UnaS o sociales desde hal': llJás de un siglo: la eccnornía política, la psi-:olo.

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La vida cotigiana en el mundo moderno 33

gÍa, la sociología, la historia. Ciencias parcelarias, cier­tamente, pues fri\gmentan esa enorme realidad que deja fuera la filosofía. Es a esos sabios a quien pertenece lo real. De ellos y de sus trabajos es de donde puede salir /¡¡ unidad de lo real y de lo racional, a través de la frag­mentación. ¿Con qué derecho pone usted en primer pIa­no, a plena luz, esa entidad que es lo cotidiano? ¿Qué es? Es lo económico, o lo psicológico, o lo sociológico, ob­jetos y campos Pílrticulares que hay que apreil'~nder por métodos y procdos específicos. Es .. la alimentación, la ropa, el amuebl~m~to,.Ji¡ casa, la vivienda, li! vecindad, el entorno. Lianlc a eso 'cultura material:_si..quiers:~ pero no confunda. no meta todo en el mismo saco. Su inven­tariu, su demografíu de los objetos, no SOI~).n~5.'l\.!e Uf)

capítulo de una ci~ncia más amplia. La obs~jcsccncia dc las cosas y su esperanza de vida no son más que un caso particular de envejedmiento. ¡Por mucho -cuidado que ponga usted Cl! estudiar las significaciones de las cosas -los muebles, los alimentos, los trajes- e~tá condena­do a poner el acento sobre el druma, a pronunciar un discurso lírico, explicando al sabio por qué usted tiende a eliminar ias ciencias competentes! »

Este interíoculor, cuya intervención resume muchas de las objeciones a nuestro proyecto, formula argumen: tos serios: los argumentos del serio, del positivo, del científico. Vamos, pues, a responderle coo seriedad: «¿ Por qué una ciencia panicular, tal como la historia o la economía política, no ha de aportar su contribución al estudio de la vida cotidiana? ¿ Y por qué este estudio no se ha de establecer en el campo de una cierta ciencia, momentáneamente priviiegiada, como, por ejempio, la sociologíJ? Pero vayamos más lejos. Usted parece de los que abandonan el relativismo científico y erigen la cien· t¡ficichd en absoiuto. Debe ya conocer las dificultades con las que tropiezan esas ciencias parcelarias' cuya com­petencia y jurisdicción defiende. ¿Cuál es su status? Nunca se ha sabido si fijan sus objetos y campos de es­tudio 211 ur.a totalid:!d, que por es>: mism,l razán se hacc' irreductible a sus l'anicubridaJe,;, o si lanza!1 una luz

Heno Ldcbvre,

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34 Her.ri Lefebvrc

particular sobre lIna re,diciad global. Al elegir C0l110 pun- " [O de partida la cientificiebd, está usted desti;lado a ne- ~. garla a talo cual ciencia; por ejemplo: en el n?mbre. de la lingüística, considerada como prototipO del rIgor CIen­tífico, retira usted esta propiedad soberana a la psicolo­gía, a b historia, a la wciología. Olvid" que esas discipli­nas, corno se dice, sólo tienen una existencia relativa, unida por un 1 ado a acciones prácticas y por otro a ideo­logías, que incesantememe intentan )'a sea consolidar, va sea decalltar. Estas ciCilcias nacieron en el momento ~n que el hombre (si este «sujeto» It: dis<",usta, digamos el pCílsamiento) quiso)' .:reyó superar el destino, adcle­iinrse de la realidad, Jomin.1[ sus leyes. T.,I pretensión racional no es enteLH.nentc falsa. Las ciencias parcelarias pretenden ser operátiv;ls, y lo son. Veamos más de cerc\ cómo. Poscen métodos, conccptos, obictos, sectores y campos de estudio. ¿ En qué condiciones los detcrmill:1n? No olvidemos que el «hombrc» y ei «pensamiento» no han saltado d~ golpe del destino ciego a la libertad. L: vid¡¡ social, en el siglo X1X, con la épOCá industrial, supera lentamente las condiciones que la han dominado durante milenios: la penuria, la dominación incierta y ciega de L1S leyes naturales. ¿No hav una larga transición entre este estado y e! estado contrario y nuevo al que aspira la Llzón? La escasez nn desaparece de un golpe un buen día. Ciertos bienes, que responden a necesid¡¡des e1emen­(;jlcs, dejan de ser escasos en l'na parte de! globo, en los i',lí,cs ind'lstriales, Otros, más necesarios, siguen siendo t'So,os Además, surgen nuevas escaseces y no hemos tCl'min,¡dn de hablar de ellas: ti espacio, e! tiempo, los d-:sc()~ () el deseo. ¿ No implicarían esas ciencias que II'ted mencion,1 una práctica, la del aprovechamiento de l'IS Clllldici()!les e;;istentes, la rep~riici0!1 de la escasez, 'lIlti)~'I,1 \' I1lle\'a, distribución desigual y lodavía injusta halll i/.,¡d ,1 con b<: llos nombres: coacciones, cleterminis­mos, In'cs, l'~¡:i(:nalid¡]d, cultura? Este reparto injuslo (le 1.1 CSCISL'I, rC':lli7.aJo clur;>r.te brgos siglos en nOfllbre del ,lc-rn h(l. (11,) .;c (:s!<l reali-;:"n-:l0 hov en I1()Elbrc lk L¡ I.ICiUll,dida(1 y de la cientificidad, dd conocimiento

1.8 vida mridiana t~n el mundo moderno ))

de los hechos) Nótc,e bi,n que 'lLjllí !lO transformarnos la escasez en una cll;¡Jid,¡d explicativa de 1.1 llistoria y todavía menos en una teoría económica, L¡ tomamos como un dato explicativo de actitudes. ¿Estaría libre el objeto de semejante ciencia de intenciones sospechosas? ¿Tendría la positividad que le atribuyen los cspecialistas interesados? ¿Hay que cre'2f sin más a los especiali,tas? Las tentativ,lS de las llamacl;¡s ciencias «humanas» no se desembarazan fáfilmentc de un coeficiente ideológico; contienen ideologías. De Dt, modo, el sociólogo DIII'­khei01 defÍ:1ía \;~ realiela,h stlci,¡l por la coacción y se creía defensor de la ~bertad. ¡\ través de esas cor¡tr;c¡diccioncs ((Cüí1 qué derecho los espécíalistas, )' tan ,(ílo dIos, evi­tarán toda contril~icción?) las ciencias parcc!,;¡i:ls bUSGIIJ una racionalid:ld más alta, alinque en conflicto con la f.1-cionalídad limirada de la sociedad existcn(:.~ o con ~IlS absurdos legalizados e institucionale:; El cSliIJio de laj vida cotidiana ofrece UJl terreno de enCucEtro ,'o las cien­cias parcelarias y también alguna cosa l!¡.ís pone ele ma­nifiesto el lugar de los conflictos entre lo racional y 101

irracional en nuestra sociedad, en nuestra época. Deterj mina ¡¡sí el lugar donde se formulan los problemas de la nrodllrciól1 en sentido amolio: .la .forma.en" que ·es'1Ji'O­ducidala existencia' social de los seres humanos, con lasj transiciones de la escasez a la .ab.und;\l1Ci~ y dl: 10 pre­cioso a lo depreciado. Este an<Ílisis critico ""ría un es tudio Je las coacciones, de los de-terminismos parcial~s{ f,spira '.í dar la vuelta a este mundo en el que los deter­minismos y presiones se consideran racionalc:s cuando el sentido v la meta de la f.1z6n han sido siempre dominn!' los determinismos. Liberar las virtualidades de Jo col i­diana, ¿!la supone restablecer los derechos ,le la apro­piación, este rasg0 c¡¡ra:terístico de la actividad creadora gr;\cias al cual lo que procede de la naturaleza y de la necesidad se cambia en obra, en «bien», para y por la actividad humana, en libertad? ¡E! conncimiento ra­cional siempre ha tenido por objeto las condiciones exis­tente~, ~;in por ello acept¡1\ las y ratificarlas, cúf1[iri,~ild()­les certific?do de cientificidad! La actitud que ",dora las

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36 I/cmi l,cfciJl'l'c

coacciones contienc di: hccho una ideología bajo el aspl:C· to de raciona1ichld y de ciencia. Nos disponemos a ref¡l' tal' esta ideología, Y a mostrur, al término de esta presen­tación, !lO dos absolutos o dos entidades, sino dos con­juntos de hechos ligados y correlativos: la cotidi'll1idad y la modernidad, Est" aureola y vela a aquélla; la ilu­mina y la oculta, Son las dos carns del espíritu del tiem­po. A lo cotidiano, conjullto de lo insignificante (unidos entre sí por el concepto), responde y corresponde. lo mo­derno, conjunto de signos por jos. que esUl $Ociedad se distingue, ,e jpstifjca, y que forma.partc.d;;;.\s,¡jd(~Q¡.9gí¡" ¿ Va usted ,1 negar la modernidad en nombre de la cien- ' tificidaeP Preferirá anexionada y presentar su cicncia o su «cientificidad» como la encarnación de 10 moderno. Contra esta preten~ión, 8rgllmentamos la aparición si­multánea de (~stas dos «realidades» solid:1i'ias, tan pode­rosar. CO¡fiO poco conscientes antes de haber formado par­te del lenguaje y del concepto: ia .. c:otidianidad, la mo­dernidad. ,Para poder definirlas y entcllCler ~us relacio­nes tendremos que interrogar a los hechos, incluida~ las personas y sus discursos. ¿Se trata de esencia? ¿Dc sistemas de significaciones implícitas o explícitas? ¿O de conjuntos de hechos no sjgn;fircf;"c'" :'··~7;'~·'~':~·~ l-¡asta su elaboración por el pensamiento, hasta la reflexión? Lo importante es hacc:;, notar desdc ahora su simultanei: dad y su relacirín, tu cotidiano es 10 humilde y io sólido; lo que se da por supuesto, ,ICjllello cuyas pal'tO:s y Írdg~ mentos se encadenan en L;n cmpleo dcl tiempo, Y esto sin que 1:110 (el interesado) tenga que ex,lIninar las al'­rirll¡~,,~inne, de: CS~1S ~)arte5. E~ 10 qlJe r~o lleva fech::'!. Es lo insignificante (aparentemcnte); ocupa y preocupa y, sin embargo, 110 tipllc necesidad d" ser dicho, ética sub­\'aCcl,te al empleo del tiempo, e,tética de la decmación del tiempo empleado. Lo que se une a la modernidad. Por ello hay que entender lo que lleva el signo dc lo nuevo y de b novc(bd: el brillo, lo paradójico, marc3do por 1.1 rccl1icilhd o por LI 111ul1danidad. Es 10 audaz (:!parcnrcllw¡:tc l. 1(, dímero, I;¡ .¡ventura que se procb­ma y sc hace: acLlIl<l~'. Es el "rte y el estcricismo difícil-

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Le. vida co;ic\íap.¡] en d JI1ilndo IIlodc;-no 37

mente disccrnibles ell loo cspectáculos que di¡ el l11und,) Jiamado mod\:r!1o y eH el <.:spectáculo dé sí, que ~c d.l ;¡

sí mismo, Ahora bien, cada 'lno d,: ellos, lo cotidiano y Jo modtrno, marca y enmascara al utro, lo legitima y lo compensa, La vida cutidiana unive~s~l de la époc:J, segÚ!l la expresión de Herrnanrl Broch, es el envés _~~_Ia mo· dernidad, espíritu_LLeI tienlJ)o. Sus aspectos-O- íacetas son, en nuestra opiniÓn, tan importantes como el terror ató­I11ICO y la conCjI~sta del c:spacio. (No serán acaso soli-, dnrios? Ya lo verclI1Qs más adelante, Son las Jos carasl de UDa re2.ííJaq Bn sorprendente como la ficcion: !al sociedad en 18 que vivimos, Una de ellas na '25 siempre I el significante, y la otra, el significdo. Las dos caras se significJI1 recipwG,amente. Según el punto de partida y la m::¡rt~ha del análisis que IrJ" descubre, cada tilla Je cEas es significante y significado. Hasra llegar a este: análisis, no hay más que ~ig/]if;cantes flot:lI1ks y significados sueltos, No se saL,~ Li¡;n qué lugar ~:e ocupa en este Illundo, Estamos engañados por múltiples espejismos al atribuir nuestros signifícados a significantes evanescen­tes, imágenes, objetos, palabras, y nuestros significantes, a lo::: significados, declamaciones y decbraciol1cs, prop,t­ganda por la que nos significan lo que debemos creer y ser, Si dejamos pasar por encima las nubes de signos, en la televisión, en la radio, Ul el cinc, en h prensa, y si nos aptc!piarnos de jos c'JIlkntarios por lnedio ,le los cuajes nos ensei'ían el seillido, nos convertiremos ti1 las víctimas pasiv,15 de [" situación. Si intlcldllCimos algulI<ls distinCIOnes, por ejempl'J, la de la co,ielianidad y la IllO­

dernidad, la sitt!?ción {"~l1,hl';' nos convcrtÍrenl0S en el in­térprete activo de los signos,

Comprencia, pues, lector, interlocutor, que no ti,~nc de· lante 'ma guía de ,111 nuc\'o géll'.':r,-" destirJada a C"!1du­cide por el laberinto de Jos instantes y de las COS¡¡S, tÍ;::

las necesidades y de bs satísbcciones. No e~ lln tratado del buen uso de la modernidad y de b (l)tidianidad lo que se le ofrece aguí. Ni un malll~al de espabibmicnto. Este tipo de guía, ese m,¡nual, ese tratado, pe,dría esc(Í­birse; pe¡-v no \:0 eSL nuestro prup,-"sitl', l', por 0[1';]

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p<1rte, el autor j)(\ ínt<:ilU tanto arreglar razonablemente lo cotidiano como tran~formarlo, Sei'Í" sorprendente que nos quedásemc:> (leeror, autor por un instante asociado) en este frente a frellte, en este díptico: modernidad­cotidianidad, Ahora un tercer término aparece en el hori­zonte: ]0 racional, o si se prefiere, lo razonable, ¿ A quién pertenece la razón en lo cotidiano, en lo moderno? ¿Cuál es la relación c;1tre lo racional y ]0 irracional? Esta pre?UlIta, ya p~antea~a e.n vari"s ocasíon~s, ,nos arrastrar,á t,':" haCla nuevas 1I1veStlgaclOlles y descubnmlentos: C0Il51- '~ derar y reco~sidet<ll' lo .in:agij~a~jo, susJll~:iQ,nes ? S\I lu- ~ g?r. ,El cam1l1o. conduClra q~lza la i'cf:l~xlOn haCia otr~s ~ tcrmInos: la c:udad, por eJemplo (dinamos la l}rb:1ni- !~ dad o lo urbano si no temiésemos multiplicar esos ,<tér- ~ minos» que desiEl1an ccnceptos, pero qlle se deslizan f hacia entidades o esencias), 4

Nos falta, para termin::r esta introducción, presentar l excusas. Es demasi"do evidenle que se trata, sobre todo, f de la vida cotidiana en Fr~¡¡cia, ¿Es igual en todas par- ¿ tes? ¿Es diferente, específica? ¿No imitan hoy los fran­ceses, no simulan, bien o mal, el americanisJllo? "Dón-de se sitúan las resísten,::ias, las especificid<ldes? ¿Hay, a es,::ala mundj,d h"!l1()Oé'neizi\ción de lo cotidiano y de lo <~moderno»? ¿O existen diferencias crecIentes? Está cla· ro que estas preguntas forman parte de nuestra proble- , m:Ítica. Las plaut~artmos lo más agud::lInente posible, I No podremos responder de manera satisfactoria, Un es- , tudio comp,¡radcl exigiría un wl1Gcimiento extremada­menre avanzado de diferentes países, de diferentes so­ciedades, de diferentl:s lenguas, Si este conocimiento bi-t], se cae en un;: banal psicología de los pueblos (V üiker· psychoiogie), Evocamos el horizonte de la investigación, sabié'fldo que nos tenciremos que parar al avanzar hacia este horizonte, Lo importante es avanzar y encontrar algo, no quedar hambrIento en un:! búsqueda sin [in",»

La vid.1 cotidiana el! ci Illundo moderno 39

3, Primera etap?, primer momento 4

¿De qué se trata, pues? De una investigación bastante nmplia enfocada sobre 105 hechos desdcñ¡¡dos por los fi­lósofos o arbitrariamente sep;uaclos por las cienci~s so­ciales, Los especíalist¡¡s de las ciencias p'lrcelnrias recor­tan los hechos cada lino a su manera; los clasifican según categorías a la vez empíricas y abstractas; los arribuyen ;\ sectores diferenc/'s; sociología de la familia, sicología del consumo, an~,roRQ!ogí~,. (l ctnolo¡;!~ cxtendicl;~s, a las SOCiedades '::0 n telr!!JOi aneas, descl ![K!On de las hábItos y los comportamientos, Dejan a lo,> técnicos --puhlicistas, pbnificadores-- b tarea de componer y fab:'!::ar una cohesión con el rordpeC<ibczas de 1m [raglllcntos, O bien desdeñan los hechos cotidianos como indignos del cono­cimiento; los muebles, los objetos y el mU:ldo de los ob­jetos, el empleo dd tiempo, los hechos diversos. los anuncios de los periódicos, De esle modo se une ... a los filósofos llenos de desprecio l¡¡lcia lo ,<1\ I!t2glichkeit».

El proyecto, en su formulación inicÍ;:!I, es que estos hechos, en apariencia informes, entren a formar parte dd conocimiento y agruparlos llO arbitrariamente, sino se­gún unos concepto::. y lIna tf:orÍa. ¿ Acaso muc!:o:',' ~ he pasos addante en el conocimiento no ban sido debidos a la «recuperación», por y en el pensamiento r<:flexivo, de hechos bkn conocidos y, ~in e¡r.bargo, ;na!' apreciados, dispersos, iI la vez familiares y desdeñados, apreciados según «valores», es decir, según idcc.logías r(,~xltibles: el trabajo (Marx), el sexo (Freu~l)? Tab intentos capian lo aparentemente insiglJiíiL'JIlt...; y L.: da" SClildo, ¿ Né' es io cotidiano la St1ma de las ín$igi1i[icmcias?

Ese intento supone un:? ;lctitud crí~i(:a, E~ imposible apretender lo cotidiano COID,) tal aceptándolo, «vi'úéll­dolo» pasivamente, sin tomar disrancia, Distancia crítica, contestación, comparación; todo ello 'Ja junto. Si hu­biera un sistema (f,ocii11, polí tice o ;nt:tafísico) que acep­tar, si la verclnd obececina ,ll principio de «todo o nada», SI ese siste!11'1 a b \'é';.c Icai y vcrd<ickro i!lll'idiera ];1 di,-

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tancia cn t¡,;a, no podríamo,; ¡ti siyuiera ~aprarlo. Nos­otro~ (ustedes igualm;;ntr:) estaríamos inmersos <:i1 él esenciaimente, exist-=ncialmente, con la razón y el len­guaje. No existiría posibilidad de una conciencia diferen-te, ni siquiera de una conciencia. O bien Jo conocerÍQ­mas d~sde el naci:niento del conocer, o bi(;n se nos escaparía pua siempre. La vida cotidiana, distinta del conocimiento, dd arte, de la filosofía, ¿no es la prueba " ¡ de la inexistencia de td sistC;1l2? ¡O bien existe y todo· j

está dicho, o bien se escapa y enton;:e;; todo está por decir! Por otra parte, si este: sistema unitario, exclusivo, acabado, ;JO c}:iste, es difícil deslindar conocimiento e ideoiogía. El análisis crítico de lo cotidianD revelará unas ideologías, y el conoci/llienro de lo cotidiano incluirá una crítica ideológica y, por sllpuesto, una :llltocríticJ. per­petua.

Este intento, a nuestro juicio, no separa la ciencia de la critle". Sed si:nultánenmclIte polémico y teórico. Ad~­más, en tanto que reflexión sobre una realidad parcial de la vida socia! --la cotidiailidad--, pero porque consi­d~ra reveladora esta realidad parcial, el ¡¡nálisis no po­drá prescindir de tesis e hipótesis sobre el conjunto de la sociedad. Lo mismo sucede en cualquier investigaci6'l teórica. Tarde o temprano se integra en una conc~pció~ general de la sociedad, «del hombre» o del mundo. Si no se parte dd conjuDto y de lo global, lo que parece metodológicamente correcto, se acaba por llegar a ello; a menos que se quede vohmtariamente al nivel de lo parcial, de los hechos y los conceptos mal unidos teóri­camente (por ulla teoría). La crítica de b 'vida cotidíaI,a iínplica, pues, concepciones y apreciaciones a escala del conjunto social. Nos conduce a ello. No puede dejar de unirse a variables estratégicHó; Huna estrateeia del co­nocimiento y de la acción. Sin embargo, esto no significa qüe 10s trab~.)os teóriws y pdcticos hagan abstracción completa de la individu8.1idad, la del autor o la Jeller:tor. El autor asume una responsabilidad pei·sol1al en esta se­:j" de operaci~rles. No echa soLre ',ingún otro las im­plicaciones 'J los riesgo~, inclus'J el rie'igo de error. No

La vida cotidian¡\ ~n el o\und\l moderno 41

Sl: compromete ;! [1rIV;lrS~ de:! hllil10r " la ironía, a per­manecer en la «seriedad» cO!biderada corno alribulo de la cientificidad. Se pone en entredicho, poniél'Jo en en­tredicho a Oltos más, sus actitudes, su seriedad o su falta de seriedad.

Este método, que Ikga a proposiciones cOl1ccrnientés a la globalidad social, se opone evidentemente al empi­rismo, a ia recopilación inkrminable de hechos e de pre· tendidos hec!Jos.,No hay Ilt:c!Jo$ sociales o humanos que no tengan un lazo de unión l conceptual, ideulógicu o teó­rico), como no-, hay grupos sllciales que no estén reuni­dos en un conjunto por medio de sus relacione3. Tratán­dose de lo cotidiano, se tLlt.1, ;Jues, de carilcterizar a ia socidad en la que vivimos, CJue engendra la cotidianidad (y la moderniGacl). S~ trata de definirÍa; dc: definir sus cambios y sus pe'::3pectiv~s, cO!1servanJ() de los hechos apar(;nteHlente insig!1ificant::s algo esencial, ordenando los hechos. l'fl cotidianidad ¡le; :;ch"T'ientc es un coo(eptG, sir.o que puede tomarse ·,al concepto como hilo conduc­tor para C(lnocer «la sociedad". Y esto, situando lo coti­diano en 10 glob<ll: el Estado, la técnica y la tecnicidad, la cultura (o la descomposición de L1 cultura), etc. 5. Esta es, en nuestra opinión, la mejor forma de abordar la cl:estión, el camino más racional para aprehender nuestra sociedad y definirla penetrándola. ¿No vale más, no es más racional proceder así que dar largos rodeos que nus desvlcn? El más singular y, sin embargo, el más popu­lar de estos rodeos es la etlloiogía. Para comprellder el mundo moderno es preciso pasar por los Bororos o los Dogons. Por lo vÍsto, tellemos qlll' (',",t·~c·r .:kl estudio de estas poblaciones los conceptos de CUltlll"il, de estruc­tura. Ni :lquí ni en ningun;l ()[ra parle.: negarcrno~ el illk­rés de estas investigaciones. Lo que leL'arirnos es la po­sibilidad de llegar por este camin~) al conocimiento de nuestra época, de nuestro tiempo, de nuestra sociedad. El rodeo no es más que una forma de abandonar. de huir. Nietzsche tenía much2 más :unplitud de ¡lli'·as que este romanticise10 etnológico cllando se remontaba h;15ta las Íuemes de nuestra civilizaci01l, sin llegar al judeo-crístia-

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llismo, en Grecia (presocdlica) y el Oriellte (Zoroastro). La investigación realizada de este modo se, distingue

de aquellas que constituyen una colección bien conocida: la vida cotidiana en las diversas épocas. Vatios volúme­nes de esta cokcción son notables en tanto qtie permiten comprender de'. qué manera tal sociedad, en' tal época, no tuvo vida cotidiana. Entre los incas o los aztecás, en Gretia o en Roma, lln estilo m,Hcaba los menores deta­lles: gestos, palabras, instrumentos, objetos famViares, vestidos, etc. Los objetos usual.~s, familiares (cotidianos), no habían caído todavL. en la prosa del mundo. La...prosa del mundo no se separaba todavía de la poesía. ,Nuestra vida _cotidiana se caract\üz~ or ia nGstalgi~eLestilo, por su ausencia y su húsqueda'~12a~lOn" a. No tiene es­tilo. no iograchrse-un es ií1 ° , a pesar-oc los esfuerzos por utilizar los estilos antiguOS (J !llstalarse en los restos, ruinas y recuerdos de estos estilos. 4 tal grado llega t5ta carencia que se puede distinguir, h¡¡sta oponerlos, estilo y cultura.' La colecciói1 consagrada a la vida cotidiana embarulla y confunde los conceptos ,"al no poner de ma­nifiesto la especificidad de lo cotidian'o después de la ge­neralización de la economía mercantil y monetaria que

- -:,;':.-:' !~.;~-o':Hlración dd capitalismo en el siglo XIX.

En este momento y de esta forma crece la prosa del mun­do hasta invadi,r1o todo, los texros, lo que se escribe, los objetos y jos escritos, hasta expulsar a la poesía hacin (JI ¡OS lugares.

Nucstro análisis ~e ha distinguido desde el prÍi1cipio de las investigaciones sobre la vida y la éultur;¡ materia­k~. P:lr:! el historiadnr 'lile no ,_e contenta con fechar los ó\conkcimientos, es impo,tallte saber- Ir) que 1.:. gente comía, cómo se v'O!sLÍa, cómo amueblaball sus casa, según I(l~ grupé)S, las clases sociales, los paLes, la~ ép0cas. La historia de la cama, del armario, del ajuar, es elel mayor illll"rt:, ó. Sin er.1bargo, lo que a nosotros nos interesa e5 sahn que el armario del camp(:sino (desde que los cam­¡",il ,llS t uvir:roll armarios) no estaba desprovi,to de es· I ¡¡D, que los objetos más usu:,ies y 111¿s sencillos (reci­pie'1t..:~, '. .bijJs, cS::üdiilas, Cl~.) diferían según lo" llJ-

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La "ida cotidiana el: el ll11lfldo Illlldcrno 43

gafes y las capas sociales. Dicho de Olra manera, Ia~ for­mas, las funciones, las estructuras de las cosas, no esta­bJn ni JisociaJas ni confundidas. Se pre~tab;ll1 ,1 qn nú­mero considerable, quizá ilimitado, de variaciones (in­ventariables, por cierto). Una determinada ilI1idad de la forma, d~ la función y de la estructura, constituirá el es­tilo. Para comprender las sociedades pasadas (y paÍ-a co­nocer nuestra sociedad) no es recomendable ni disocia¡:. la casa, el' mobili~rio, la ropa, -la alimentación, c1asificán­c1010~ ~gún, sist~mas de sihnificaciones scparad'ls, ni reunirlós en Iln:,colJ.ccp¡o.gbh:tl y unitario; por ejemplo, el de cultura. P:.'>r añadidura, Jesck la gér,~ra¡ización del mercado (el de los proc1ucws y el de los capitales) todo cambia, cosas, geqtes, relac;ones, Inflrcadm por este ca­rácrer dominante que reduce el mundn <t ~u prosa.

Escrita poco desp\lés de L! liberación de Francia, al principio de 1946, la Illtrodi/(/íoll <-1 la cri ti'1'/c de la vic quctodiC!1I1C 7 se resiente de los SU((:.ms del momento. Entonces Sé estaba recollstituyendo en Francia ia vida eco­nómica y sc'cial. Muchos creían const mil' lt!1;¡ nueva so­ciedad, mientras que trabajaban para restablecer, 1m poco modificadas, la~ relaciones sociales antiguas. Esta obra cemporta una interpretación del pensamicIHo marxista, sobre la cual hace falta volver. Esta íntcqitetI1L;:"j ,~ cha:oa, por un hdo, al filosofismo y, por otro, al econo­rnicismo. No admite que b herencia legad? .por Marx s(! reduzca a Ul, sistema filosófico (el materiaiísmo dialéc­tico) ° a una teoría de economía poiítica. Al volver a las fuentes, a saber, a las ()bras de juventud de Marx (sin (11vidar El Capital), eí término l!':!.JªUc.1Qn. adquiere, un sentido ümplio y tllertt:. Este sentido ~e dcsd01~a. L,~ producción no se reduce a la fabricación J(, productos:\ El término designa, por Uf,J pane, la creación de obra~ \ (incluidos el tiempo y el espacio sociales), cs decir, la ¡ producción «eslili1tl!~~s,.'por ot~a .p.~!teL!~ EodIlCc:.!9':1J l1Hllci¡aI,Ja fabricación de CO,ias. Designa tam(,ién la pro-I ducción p~ll sí mismo del «s~r hl!Jnan9~_~nA cursº-del su désarrolT) histéri,:o. LG C]\lC implica--la--{~roducciGIl.del rdaC:I!.!1!5. socideJ·. En fin, [r)Hlado cn roja su anlplitud,

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el término aL<lfCa h reproducción. No sólo hay reproduc-.¡,:, , ción bio16gic? (que compele u la demografí<l), sino tam- '~ bién reproducción lnú.erial Je las herramientas necesarias ~: para la producción, instrumentos y técnicas, y, además, '.'~ reproducción de las relaciones sociales. Hasta que una " desestructuración las rompe, las relaciones soci<lles inhe- r rentes a una sociedad se mantienen, pero no por inercia, ~ pasivamente. Son reproducciones en el seno de un mo- ~ .. vimiento complejo. ¿Dónde sucede este movimiento, esta .' producción cuyo concepto se desdobb, o más bien se ", i desmaltiplica, de tal forma que compren(]e la acción so­bre las cosas y la acciór, sobre los seres humanos, la dominación sobre la naturale7.a y la apropiación de la na­turaleza de y por «el ser humano», la praxis y la poiesis? Este movimiento no se realiza en las altas esfe­ras de la sociedad: el Estado, la cienó .. , la «cultura». Es en.1a .. y.ida cotidiana donde se sinía el mícleo racional, el centro real' de la praxis. Tai ~s la afirmación funda­mental, o si se quiere el postulado teórleO de esta intro­ducción. Tratémoslo de otra manera. ¿ Qyé_.cs __ uua .. socie­dad? Es, en primer lugar, según el análisis marxista, una base económica,;, trabajo productor de objetos. y de bie­neS'-materiales, división y orgJnización c.:d "":",,jlJ. ;:::ú . segundo lugar es una estructura: relacion..es...._mci.a1es es­tructuradas y estrúCturantes a la vez, determinadas por la base y det~rmiIlando Ullas relaciones de propiedad. Finalmente tenemos las supeJ'estr.ucturf!~~_gJ¡;: comprenden unas elaboraciones juffdiraiqcóaigos), unas instituciones (el Estado, entre otras) y unas ideologías. Este es el es­ql1ema. Ahora bien, !a intcrpr.:tLlción gCflcralrúcuu.: admi­tida reducía la supercstructma a un simplt reflejo de la base. Como los niveles superpuestos (base, estructura, superestructura) no podían quedar sin relación, el p~'o. blema se re50lvía cómodamente reduciendo los niveles superiores a no ser sino la expresión o el reflejo de la base económica. Esta reducción recibía UI1 nombre filo­sófic0: el materialismo tomado de una forma clogm~tica (y muy poco dialéCtica). El esquema llegaba a ser inapli­cable por estar groseramellte simplificado; discusiones

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La vida cüuJiall3 CIl el ll111ndo moderno 45

interminables y hizantinas trataban sobre h eficacia de las superestructuras,

La Introductio/l á la critique de la vú.: qllolidiellllc toma partido en estas discusiones. Los conocimientos na­cen a nivel de las superestructuras en reJaciór; con las ideologías. Por lo tanto, $,)n dicaces: la ciencia inter­viene en la producción material. ¿Qué s~ una_ideología? Esta mezcla. de conocimientos, interpret,lcioncs (religio· sas, filosóficasll,dd ñllll1do v del cor.ocimientD y; fínaí·· mente, de iiusióoes,,-.puca.e~l1aiíiiÜ;se «cultura~>. ¿Qué es una cultura) 'fs \'tapJb~ un;; ,.praxis .. Es !!lla forma qe repartir los recursos de la ,;ocicclad y, en con,ccuencia, de orientar la producción, E:i un;l formLJe.proGudr.en el sentido pleno'yjcl término. Es una fuente de acción y de actividades ideoiógicamente lllotiv,¡das. Eí papel ac­tivo de las ideolop,ías debía, pues, reinsertar3é' en el es­quema marxista para enriquecerlo en lug2r ele cmpobre­cerlo al reducirlo al filosofismo y ai economicis::10. En ia ¡¡oción de «producci6n» vudve a aparecer el sentido pkIlO del término: producción por el ser hUlilano de su propia vida. Además, e! consumo reaparece ene! esque­ma, dependientc de la producción, pero con unas media­::::,::, ,:::s;~~cíficas: las ideologías, la cultura, las institu­ciones y organizaciones. En el esquema revisado hav feed .. back (equilibrio momcntáneo, provisiopal l en el in­terior de ;mas relaciones de producción determinadas (las del capitalismo) entre rroducción y COilSUll10, cntre estructuras v superestructuras, entre u)nocÍmiento e idelJ­logía. Queda sooreentendidc', por una parte, qlle la cul-I tura no es un~: efer\~e:;cenc;a vaíJa, Si¡-lV ÜLlivH y espt:cí-¡ fica, upida a una forma de vivir, y por otra parte, que los intereses de clase \ ligados estructu,almente a las re­laciones (~e producci6n y dé' propiedad) no bastan ¡'30

asegurar el funcicJIlamier.to de la sociedad en su conj:JIlto tal como funciona. L3-vida cotidiana se define-comol'..!­gar social de este feed-bac/e¿, Es[e lugar desdeñado y de­cisivo apilrece hajo un doble as¡,eeto: es el residuo (de [()da~ lns activid,;de3 detcr¡nillad:ls j' p:Hcdari:l~; qLle puc· ckn con~idet:H,e y abstraerse de 1.1 ¡mícticl social) y el

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producto del conjunto soóa!' Lugar de rquilibrio cs también' d lugar en qUe se ll1anifiestan los desequili­brios arnenuzadores, Cuando los individuos, en ia socie- ',1' dad así analiz:¡da, ya no pueden continuar viviendo su:~ cotidianidad, clltonces comienz8, un;l revolución, Sólo en­tonces, Mientras pueden vivir lo cotidiano, lus antiguas relaciones se reconstituyen,

Esta concepción «revisionista» o «derechisla», en rela­ción con los esguemas dogmáticos, acarrea en ven!aJ una actitud política extremista (<<izquierdista»), En lugar de reconstruir la sociedad france~a en cri;;is ,y de pI,~ten(kr el poder en c¡¡lidad ele líder de la reconstitución, ¿ no se- .~" ría mejor utilizar esta profunda crisis para «cambiar de ,'o I vida»? 1

A pesar de esta gran ambición -ell s~guida frustra- ¡ da-, la crítica de la vida co/idiaíla lleva L\ marca de su ,¡ fecha. En ese momento his lótico (1946) el dlOmbre» sr ! 1 definía to¿avÍa, según la opinión general, en Francia al ' menos, por la actividad plOductiva y cre,¡dor¡.¡, Existía . un «consensus,> implícito o explícito con res peLta a esta determinación. Es cierto gue el acento se coloca dife­renlemente sobre los distintos componentes de la acti­vidad creadora, v en esta acentuación se manifiestan ideo­logías de clase. Algunos, en Francia, conservan una ideología de rentistas y consideran el trabajo con con­desccndencia, sobre todo el [rabajo manuaL Otr(.'$, im­pregnados de ideologías religiosas, descublen c:I trabajo insistiendo en la jabor, en el esfuerzo y en el dolor. Va­rios grupos ponen el acento sobre la actividad intelectual (en 1946 todavíJ no se diCe «wltural», o SI': die:: muy poco). A pesar de las controversias sobre J:.¡ n;¡turaleza y la esencia de la «cr::ativiclad», existe un acuerdo, Ce:le­ralmente se :¡tribuye al t[;¡bjo u¡nto UI~ v3111r ético como una imporr,'ncia práctica, Jvlucha gente qlliere todavla «realizarse» en su profesión, en su oficio, Mu~hos, pró­ximos al pueblo, obreros u «obreristas», atribuyen al trabajo manual una eminente dignidad, En e"ta creencia, Ll clase ~)hre'a encucntra jlist:ficaciúr, l'al;l ',11 'UllCienci:; de clase, Une a ella el proyecto político, dat.orado pe>r

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La vidá condi:103 en el mundo mndcri10 47

LIS orgawzacionc:s C(lf11~)ftelltcs, d,~ IIna rcorgani/.,\Ci')11 de la ~oci('J¡ld segtÍn los ,,,valores); del I r:,hajo y de h1S

tnbaj<td(,res, Se le otrece Illl moddo en ,'1 eu,j\ la pro ducción interpret;¡ el papel esencial. en el que la LICio­naliJad $Ocial adquiriría la forma de lIl1:1 V,lsla PI'('I;1O­ción social de los trabaiadllrCS \' de un'l pi::l¡iiicacion eco· I1ÓmiCl, En la Imícllé'J social, inmcdiat:lr.1c:r·te después de b libcr:1c¡óll, la ,;(xied:ld é'xisle!Jle en F,:!ncia CO!1S'

lituye todavía Il" todo (ecolllJJ1I!eo·socio-po!iticoú!cológi. ce), a pesar, () rn:ís bien en raz6n, de las lllchas cllc;¡rni· zadas: contr("{ersia~', ct)fn bar eS polí tieos. E" t8 totalidad :¡parece (o reaparece) amen:E<lda, pero vi,tu:l[mente plt--11:1. La se!~llnda "liberación", L! transfozm:\ción so::i,d qlle seguirá en ~)rc\e pÍ:1¿:n ~ ia libcraci,~1l politica (la "Iietoria solxe d opresor e;,t r:mjero), e:;ta l!L),~ución :;crá el advenImiento de aqud t"do, El proyeClr) J' la expec­tación coi;¡cidcn en un momento hi,;tór:c:o. Ahora hien, este momento no llegará, j,¡i1l:1S tendrá lllg~,r, pDr el con­trario, se ;llcja; el pens,m,icl1to lo evoca va con dificlIl­tad. En tal situaCIón, en eSle giro de la hjs10rii1 y en la perspectiva que se anuncia, es Cll.1ndo lel :lííenación toma un sentido profundo, Arranca '1 lo cutidi,¡¡,u w riquez'l. Disimula este lugar ele la pI'aducción y ,le b creaci6n hu­millándolo, recubriéndclo b,ljO el falso esplendor de LIS

ideologías, Una alienación eSfx:cíiica c21nbi:1 la pobre',! material en pobreza c,pirit;¡:d, impick:ndo desgaj,u h riqlleza de las relaciones cOflstitlJtiv,¡s ,le 1 trah:ljo cread0r en contacto dirccto con la materi,¡ v J:¡ n:mnaL:za. La ,dienación social transforma f:¡ conciencia cre:l<lora (CI1 la aue se incluve los f\ln.~"mf"fHn, 01,,' L, (1I~,,-,;(íll ~l!'lí,,­tica encuen'tri! ~n la «realidad,.) en ¡;na nnciencia ¡J?'oil''l y desdichada, .

En ia D,isma épOlJ, escriwfI':s \' pUlCtas deseab~1l tam­bién recobrar o volver a tÍescuD, ir las vcrdaderas riqu<::­zas, 2Dóndc las buscaban? En JJ natur,l[ez" v en lo ima­gin2rio, en una pureza ficticia de lo imagin,lrio o del con­racto con io original. El surrealismo, el Ilatmnlismo, [>1 txistenci;-¡lismo, cad:l Ilro en SI, óirecci6n, ponían entre :'aréntesis lo ,(rc~h sClcid, C01\ LIs ~losibi!i(i<1tks inllcren·

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tes a la re~¡]id¡1d. La exploración cntlca de esta realidad próxima y de:sconocicla, lo cotidiano, estaba ligada, pues, a un humanismo. No sin relación con d clima de la libe­ración la ctÍlica de la vicia cotidiana pretendía renovar el viejo humanismo liberal, reemplazarlo por un huma­nismo revolucionario. El objelivo de este humanismo 110

era una retórica y una ideología a ciertas modificaciones en las superestructuras (constituciones, Estado, Gobier­no), sino «cambiar la vida».

Recordemos cierto número de constataciones que desde hace veime años han caído en la trivialidad sociológica y periodística. En 1946, la vida cotidiana no difería, y sigue sin diferir, segÍln las clases sociales, sólo en fun­dón de la cifra de los ingresos, silla por la naturale­za de los ingresos (modo de pago: por hora, por mes, por año, etc., según se tratara de salanos, retribuciones, honorarios, rentas), por la gestión de los ingresos, por la organización. La clase media y la burguesía consiguen una mayor racionalidad. El padre de familia, dicho de otro modo, el marido o el esposo, en estas clases, dispo­ne del dinero; entrega a su mujer las sumas necesarias para el mantenimiento de la familia; el excedente 10 de· clica a la acumulación. Si no acumula, si no ahorra, si quiere gozar en lugar d~ invertir, entra en conflicto con su conciencia, su familia y su sociedad. La familia bur­gur:sa clásica ahorra e invierte en valores más o menos seguros, más o menos rentables. El buen padre constitu­ye un patrimonio o lo aumenta; ío transmite por he­rr~ncia, aunque la experierlcia muestra que las fortunas burguesas se disuelven a la tercera generRción v única­mente el paso a la gran burguesía evita la catástroie. La mllje,' (b esposa) ~stá encargada del consumo, fU11-ción cup importalJcia no ha cesado de crecer, pero que (;n la fecha considerada (1946) era aÍln limitada.

Los campesinos han vivido y viven todaVÍa durante este periodo en una economía natural o cerrada. Dispo­nen de poco dinero; la gestión s~ divide en el reiDo de b I'lujer: la casa y sus dependencias (el jardín. el corral, etc.), \' en e~ de b explotació'l, ql'e es el dominio

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La vida co¡Ídiana en el mundo lllodc:roo 1')

d:::1 hombre. Las proviSIOnes en especies, en SCIlIJl/nS, en conservas, constituyen 1111 fondo que sr: despilLuTa ;1 veces en e! torbellino de la Fiesta. En Cll<lllfO :1 la clase obrera, vive al dí,;. No sabe y 110 pll~de prever. La mll­

jer recibe la mayor parte o la totalidad del salario. En· trega a Sil marido pcq1l6ías clIltidalks !lar:1 SlIS pequt:-110S placeres, siempre que él se comporte COJJlO UIl huen t:Sposo y ella como una buena ama ele C1S8. Ll mujer proletaria gasta sin,discutir los precios. No regalea. Paga 10 marcado, lo que se le pide. Por orgullo y por humil­dad Jos proletariQ,') no ahorran. COJ)servan de sus oríge­ne~ agrarios, y a tu vez la transmiten, cierra afición al buen vivir (la buena cocina) y un sentido de Fiesta que ha desaparecido ya t,n la pequeila 'burguesía y '~n la bllf-guesía. .

Este éra el collte:lido «sociológico» ck la IlItro,juction a la critique de la uie quatidienne. El libro, sin embargo, iba nús lejos, buscando lo global ·-la rotaliebd- en h¡­gar de detenerse en los detalies, en las diferencia, entre grupos y ciases sólo a nivel de sentido COmún.

De allí resultaba una espe¡:ie de díptico fuertemente contrastado:

Primer tablero: miseria de la cotidirmo, las tareas fas­tidiosas, las humillaciones, la vida de la clase obrera, la vida de la mujer sobre la que PCS;¡ la cotidianidad. El niño y la infancia eternamente repetidos. Las ~'claciones elementales con las cosas, con las necesidades v el (line· ro, así como con los comerciantes y las merc~iI1cías. El reino del número. La relación inmediata cel, d sector no dominado ele lo real !la salud, el d,'s~o, '" ""l'nntanei­dad, la vitalidad). Lo repetitivo. La super'viveDci,l' ,le la penu¡'ia y la prclongación de la escasez; el dominio de la econcmía,de la abstinf'ncía, de la priv,lCióll, de la represión de los deseos, d~ la mezquina avaricia.

Segundo tablero: grandeza cÍe lo cotidiülZO, la continui­dad; la vida que se perpetúa, establecida sobre este suc­Io; la práctica desconocida, le apropiación ¿el cuerpo, del espejo y el tiempo, del deseo. La morada y la casa. El drama, irreductible al número. El latido trágico de

Hcru~1 !.etehvr." 4.

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f 50 Benri Lefebvre

lo cotidiano. Las mujeres: su importancia (agobiados «objetos» de la historia y de la 'Jida social, y, sin em­bargo, «sujetos» esenciales, cimientos, fundamentos). La creación de un mundo práctico-sensible a partir de los gestos repetitivos. El encuentro de las nec~sidades y de los bienes; el goce, más rato aún que los bienes, pero potente. La obra y las obras (la capacidad de crear una ebra a partir de lo cotidiano, de su plenillld y de su va­cío -la posibilidad de hacer de la vicLl cotidiana llna obra, por los individuos, los grupos, las clases). La re­producción de las relaciones c'senciales, el fecd-back ya mencionado entre la t:'.lltur" y la actividad productiva, entre el conocimiento y las ideologias, el lugar de naci­miento de las contradicciones entre estos términos, el lugar de las luchas entre los sexos, generaciones, grupos, ideologías. El conflicto entre lo apropiado y lo no apro­

. piado, entre lo informe de la vida subjetiva y el caos del mundo (de la naturaleza). La mediación entre estos términos y, en consecuencia, el intervalo hueco en el que surgen, en estado incipiente, los cntagonismos que estallan en los niveles «superiores» (institucior:.es, super­estructuras) ...

En esta orientación se plantea una cuc~tión impor­tante, el problema de la Fiesta. El juego (lo lúdico) no es más que un caso particul"r, un aspecto de la Fiesta. La CrÍiica de la vida cotidiana ponía en evidencia el origen campesino de la Fiesta y la degeneración simultá­nea del Estilo y de la Fiesta en ia sociedad en la que se establece lo cotidiano. El Estilo se dé:grada en cultura, ia cual ~e escir • .:!;; en ct!!tura CGt¡dian~ (de masas) y alta cultura, escisión que la arrastra hacia la fragmentación y la descomposición. El arte 110 puede ser considerado cemo una reconquista del Estilo y de la Fiesta, si:1O ;ó!o como una actividad cada vez más especializada, una pa­rodia Je Fiesta, un adorno de 10 cotidiano qu.:: no lo transforma. Sin embargo. la Fiesta no desaparece com­plctnmente de la cotidianidad: reur.iones, banquetes, festivales, aunque no poseen la (:!ntigua gr<indeza. son agradaL1es minÍJtur::s de elk esta motiva el proyecto

La vida cotidiaoJ en el O111IlJO moderno 51

de un renacimiento de LI Fiesta en 1I11¡l sociedad doLle, mente caracterizada por e! fin de la pelluria '1 por la vida urbana. La Revolución desde este momento (vio­lenta o no violenta) cobra un sentido nuevo: ruptura de lo cotidiano, restitución de la Fiesta. Las revoluciones pasadas fueron fiestas (crueles, pero ¿no h:ly siempre un lado cruei, desenfrenado, violento en lP, ftestas? l. La posible Revolución pondrá fin a la cotidianidad al encumbrar de nuevo, bmsca o lentamente, la prodiga­lidad, el derroch~ la explosión de las obligaciones. La Re­volución no se define,· pues, tan sólo en el pbno econó­mico, político d, id~ológi'co, sino m¡ís concretamente por el fin de lo cotidiano. En cuanto al famoso periodo de transición, adquiere también l!n nuevo Se!ll !do. Recusa lo cotidiano y lo ftorgnniz:l 11:11''1 disolverlo y !ransformar­lo. Pone fin a su prestigio, a su raciona liJad i ;-risoria, a la oposición de lo cotidiano y de la Fiesta (del tmbajo y del ocio) como fundamento de la sociedad.

Veinte años d~sp\lés es posible re~LJmir, dduddándo­los, los proyectos y las intenciones de este libro. Estos veinte años han iluminado la obra a la vez que mostra­ban sus ingenuidades. No 11<Iy que olvidar que acababa de terminar el Frente Popular y la Liberación, que, en efecto, tUVlelOu c; di.~ c.:c. teSt.Lo l)io~:1t:.,'. La mptura de lo cotidiano formaba parte de la actividad revolucio­naria y, sobre todo, de! romanticismo revolucionario. Luego, la Revolución traicionó esta eSj)(~¡\ll1za al con­vertirse ella también en cotidianidad: institución, buro, cracia, organización de la economía, r:¡ci,)nalidad pro­ductivista (en el sentido estreckl de la paLlbra produc­ción). Ante '(ale~ !ICL11Ü::; il1e pr~gl:into si 1~ p~!2bra «re~ volución» no ha perdido su st:ntido.

Revelar la riquezq oculta bajo la aparente pobreza ,le lo cotidiano, desvelar la profundidad baje la trivialidad, abmzar lo extraordinario de lo ordinario, sól() estaba claro y quizá sólo era verdadero, si nús basábamos en la vida de los trabajadores, poniendo de manifiesto, para exaltarla, su c'lpacidaL~ cre-adora. Era mucho mellaS claro y mucho más rebatible si n<)s basáhamos en la vid" UI-

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52 Henri i><:leOVH; .-:

bana, cumparándoia a la del campo y a la de Jos pue­blos. Resultaba aún más rebatible basarse en la vida familiar, a pesar de la miseria y la grandeza de la ·femi­nidad sacrificada. ¿Dónde se hallaba exacta!11ente la in­genuidad? Quizá esta teoría de lo cotidiano se asociaba a un populismo, a un obrerismo; exaltaba la vida del pueblo, la de la calie, la de las gentes que saben diver­tirse, apasionarse, arriesgarse, decir lo que sienten y lo que hacen. Implicaba a la vez la obsesión del proletaria­do (la riqueza del oficio, los lazos de solidaridad en el trabajo) y la obsesión filosófica de la autenticidad, disimu­lada bajo la ambigüedad de lo «vivído», bajo lo ficticio y Jo inauténtico.

Estas afirmaciones, estas exigencias, estos proyectos, ¿desaparecen irremediablemente? ¿Es necesario :::bando­narlos, reformarlos o reformularlos sin ingenuidad? El problema será planteado más adelante. De cU::llquier ma­ne!;), el análisis crítico de la cotidianidad implicaba re­trospectivamente una cierta visión de la historia. La his­toricidad de lo cotidiano debía establecerse remontán­dose atrás para mostrar su formación. Ciertamente, siem­pre ha hecho falta alimentarse, vestirse, alojarse, producir objetos, reproducir lo que el consumo devora. Sin em­bargo, insistimos que hasta el siglo XIX, hasta el capita­lismo concurrencial y hasta el desarrollo del «mundo de la mercancía», no existía el reino de la cotidiani<iad. Fle aquí una de las paradojas de la historia, Hubo estilo en el seno de Ía miseria y de la opresión (directa). En épocas pasadas hubo obras más que productos. La obra casi ha desaparecido, sustituida por el producto (comercia­li.,..,c1o); mientras que la explotación ha reemplazado a la opresiún violent¡¡. El estilo confería un sC;ntido a los menocef objetos, a los actos y actividades, a los gestos: un sentido sensible y no abstracto (cultural) ap~ehendi­do directamente en un simbolismo. Entre los estilos, po­dríamos distinguir el de la crueldad, el del poderío, d de la sabiduría. Crueldad y poderío (los aztecas, Roma) produjeron grandes estilos y grandes civilizaciones, pere tal1lbiéil la sabidulÍn aristocrática de Egipro o Je la Irl-

La \'ida cocidlUna en el '''~ .. ~_

día. El ascenso de ¡as masas (que no impide su explota­ción), la democracia (ídéntíca observación), significan el fin de los grandes estilos, de los símbolos y de l\ls mí­tos, de las obras colectivas: monUlDt:ntos y fiestas. El hombre moderno (el que exalta su lJ1odernidad) ya De> es llHís que un hombre de transición, en el intervalo, entre el fin del Estilo y su recreación. Lo cual nos obliga a oponer estilo y cultura, a subrayar la disociación de la cultura y su descomposidón. Esto legítima la formula­cÍón del proyecto re~lucionar¡o: recrear un Estilo, teanÍ­mar la Fiesta, reul;ür los' frasmenios dispersos de la cul­tura en una metam.'orfosis de lo cotidiano.

" 4. Segunda etapa, segundo momento

Si volvemos a trx,l[ los temas yé! ilbordado5 eS por una tazón. La wntinuacíón de la Introducción resumida más arriba, y, en consecuencia, la Crítica de la vida coti­diana, propiamente dicha, debía profundizar esta proble­mática, explicitar la temática, elaborar la~ categorías. El cuerpo de la obra debía, pues, exponer históricamente la constitución y la formacion líe Ú cotJcJlanldad mas-' trando:

a) la lenta y profunda ruptura entre. lo cotidiano y lo no cotidiano (religión, arte, filosofía), ruptura corre­iativa a otras escisiones (en! re lo económico y la;; rela­ciones inmediatas y directas, entre L obra y el producto, entre lo privado y lo público);

b) el deterioro de los est11os, el fin de la lIlserClón de los objetos, los actos, los gestos, en ·~l e:;rdo como totalidad, la sustitución del estilo por la cuJ t\Ha, por el arte y por el (·arte por el ,¡!'te» (es deCIr, IX)!' d e,tetí­cisma);

e) la separación «hombre-natnrab:a», la dislocación de los ritmos, el aumento de la nosté!l;_~ia (añorall7,<¡ de la narutal.:za perdida, del pi'sado), la c1-.xcdencia del drama, o mis bien de Jo trágico y de ln le:nporalidad;

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el) la elimin.lción de los símbolos y simbolismos en provecho de los signos y, después, de las señales;

e) la disolución de la comunidad y el auge del in­dividualismo (no idéntico, ni mucho menos, a la reali­zación del individuo)j

f) la atenuación, pero no la desaparición, de lo sa­grado y de lo maldito, desplazados, pero no sustituidos, por lo profano;

g) la acentuación de la división del trabajo que al­caJ1;>;a la parcelación máxima, con nostalgia de la unidad y compensación de 10 fragmentario por la ideologíaj

b) la inquietud ante la invasión de lo il1Signi/ícante, mal compensada por la intensificación de los signos y significados.

La Crítica de la oída cotidiana atribuía este conjunto de hechos a la burguesía como clase, desvelando los re­sultados de sus ideologías (el racionalismo fundado en UIl.l interpretación estrr::chn de la íey y del contraío), del fetichismo de la propiedad privada, del predominio, lle­vado al extremo, de lo económico en la sociedad. El libro proyectado quería también mostrar los fracasos de cual­quier intento por salir de la situación sin romper los mar­cos de la· sociedad capitalista. El arte fracasa tanto en reunir lo que está escindido y fragmentado como en metamorfosear lo que escapa a la '<cultura», en susti­tuir el estilo, en impregnr!r lo cotidiano oe no-cotidiani­dad. La ideología, estética o ética, metafísica o positivis­ta, racionalismo sutil o grosero, fracasa igualmente. Le­je, de transfigurar la realidad trivial. acentúa la ~~n"li­dad. La cbse obrera está inmersa en lo cotidiano y por ésta razón puede (o podlÍa) negarlo y transfOlmarlo. La Du:-guesía, por su par te, compone lo cotidiano y cree CSC.lp;¡r de él viviendo, gracias al dinero, un perpetuo «do­mingo de la vida». Pero ¡lspira a elle en vano. Es po­slD:e que la h,rguesía ascenrlcnte, militante y sufriente, llegase a transfigurar su cotidianidad. Así ocurría con la hurguecía holandesa ell el siglo XVfI. El pueblo queria gozar Je los [rl1to~ de Sil trabajo; jos '1Gtables, confor­tablemente instalados en SIl épGca y en sus morados, que-

La Vida coridialla en el mundo moderno 55

dar. contcmplor sus riquezas en el espejo que les pre­sentaban los pintores. En él leían t¡¡mbién sus victorias: sobre el mar que les desafiaba, sobre los pueblos lejanos, sobre los opresores. El arte en aquel tiempo podía unir fidelidad y libertad, amor a lo efímero y afición por lo duradero, insignificancia aparente y sentido profundo, frescura de concepción y vivacidad de los sentimientos; en resumen: es\i1o y cultura. Momento histórico defini­tivamente perdido. l>a burguesía moderna vive de una ilusión que h"" Il~gado<ll ser ridícula: ei esteticismo en lugar del arte. 1

La obra proyect8da de esta manera estaba destinada :<

figurar en un tliptico, que comportase igualmente una ciencia (crítica) de las ideologías y una teoría del indi­viduo (provista, por supuesto, de una crítica del indivi­dualismo). Estü~ ú! timos paños del tríptico debían ti tu­larse: «La cODcienc:ia mitificada» y «La conciencia pri­vada».

,~\hora bien, éste conjunto teórico ha sido p.ucialmente escrito -no completamente-, pero no ha sido publi­cado. ¿ Por qué? Porgue el autor ha constatado tajes mo­dificaciones en ,~ .-: ,1:: c-c~: .. ! 'ji..c 0L'S <~objetos» se des­vanecían ante sus ojos, o se modificaban hasta tal punto que llegaban a ser irreconocibles. La presenkación de la investigación sobre la vida cotidiana no puede evitar vol­ver a tratar esta «hisroria» tan próxilllr! que quizá tiene todavía mucho que enseñar.

Enti·c 1950 y 1960 se difuminan (lentamente, al hilo de los d'!1s, con UD3. cxt¡'aordinaria velocidad a esenia histórica) la forma de conciencia sllcial y la ideología proveniente de la producción, de la creaci6n, dd huma­nismo ligadc a la nocion de obra. 1.3 liberación social ha fracasado, y la clase obrera, que crece en 1111;' cierta me­dida cuantitativa y cualitativ;¡;nente, no deja ele perder por ello una parte de su peso social y político Se ve de'i­poseída (se puede decir: expropiada) de su concie¡¡c~a. La tentativa de construir otra sociedad .1 nart!t de (:sta conciencia no ha tenido éxito. Es más: el n;odelo de un:1 socir:dad semejaJJte, la URSS, se In desacreditado. El

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Henri Lcfebvrc f fracaso de la Liberación en Europa occidental ha sido se­guido por el fracaso (o si se quiere el semi fracaso, peor en cierto aspecto que el Lacaso evidente) del socialismo bajo Stalin. La idea de la revolución y la ideología socia­lista se desvalorizan y pierden su radir:alismo (su ambi­ción de ir hasta l"s raíces del hombre y de la so­ciedad).

¿Qué ha p3sado? Diez aeos m~s tarde n3dic lo sabe, a pes¡¡r de que se han dado grandes pasos en el camíno de la verdad histórica y han sido reveladas muchas ver­dades parciales. Lo esencial es que el capitalismo (algo modificildo, sin que 10 «estructur¡l!» haya sido afectado) y la burguesía (más allá y por encima de sus fracciones múltiples, nacionales e internacionales) han recuperado la iniciativa de las operaciones. ¿Acaso habían perdido? Sin duda, durante algunos años, entre 1917 y 1933. A partir de 1950 la situación se invierte. Vencido mili­tarmente, reducido a la impotencia, el fascismo lla sido útil. En tanto que este episodio p.stratégico de lá acción llevada a cabo por la burguesía a escala mundial ha de­jado secuelas. La burguesía como clase (mundial) con­sigue absorber o neutralizar al marxismo, alejar las im­plicaciones prácticas de la teoría marxista. Asimila la ra­'::::: ... ~;(LJ 1-':<Jr,;ficaJurá ál inismo tiempo que pervierte ia sociedad que había realizado esta racionalidad filosó­ficamente superior. El movimiento dialéctico de la his­toria se vuelve (momentáneamente) contra sí mismo y se afianza; el pensamiento dialéctico pierde vigor, se ex­travía. Y así es como, a escala mundial, un pensamiento y una conciencia que parecían profunda y definitiva­~::::::~:::: arraigados, pierden su sentIdo. El papel y la apor­tación histórica de la clase obrera se oscurecen al mismo tiempo que su ideología. Aparece una nueva mitifica­ción: la clase media no tendlá más qúe una sombra de pod':f, migajas de las riguez?s, es cierto, pero es a su alredeJor donde se organiza el escenaria. Sus «valores», su «cultura'>, vencen o parecen vencer, puesto que son «superiores» a los de la c1a5e ohr~ra.

Está claro que tal proceso es de Urul extrema comple-

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La vida c,,1 idjan~ en d mundu IllnJcroo ')7

jidaJ. En primer lugar se trata de un proceso. El inter­locutar se aniesga aquí a tomar la palah;"] pregl!ntando: «¿Qué es? ¿Cómo? ¿Cree usted, verdaderamente, que h,¡ habido una vasta conspiración conlra h clase obrera para expropiarla? ¿ Piensa uste¿ que J.¡ oper;]CíÓn h,l est;ldo dirigida por un jefe de orquesta invisiblc~" La pregunta es aceptable. Compete a los historiadores y a la historia. No ha habido, claro esti, «s'cIjeto» plenamente conscien­te, situación t,óricamente tlJlllcidada, «estf<¡tegia de cla­se» plenarnen¡e elaborada. Y, sin embargo, existe una situación, una l'shateg1a de clase, ulla realiz;¡ción de un proyecto; unh clase no puede compararse ;¡] «sujeto» de los filósofos, como tampoco llI1a soclc,Ld. Y, sin embargo, ¿no lh¡Y unidad, globalidad, tor;¡/idad j En Ulla

palabra, proceso. Ponemw: entre paréntesi,; la pregun­ta planteada: «¿A quién imputarla?» No C<lrcce de in­terés. Es import¡mte, pero subsidiaria. ¿i\c~so 110 es 1,) esencial el resultado del periodo cOllsider:,do, la suma de una cantidi!d enorme de iniciativas personales, de dra­mas sociales, de tentativas ideológicas, de accion~s ¡¡

todos los niveles? El <'proceso» ha pasado sobre muchos como las olas

de un mar agitado pasan sobr..: ~",' :,,¡JU"',iS Cjue e~láÍJ al borde de una playa con gran pendiente. Algunos han emergido de entre las olas. Esta imagen fl)(Ill<l parte del estilo metafórico, pero no es LllsJ. Los que se mantu­vieron en la superficie lograron seguir a llole, no sin verse a veces arrastrados por b ola, casi asfixiados. El proceso tuvo v<1rios aspectos:

a,) inlr0dl~cc:i6!"! d'~l r.L()-i.:~lpiil11i~dlU, con rnodlfica-ciones institucionales del antiguo capitalismo (wllcurten­lial y después monopolista), :c:in transforniación de ¡as relaciones <le producción;

b) desvío de la c:lpacidacl creadora que t.endÍa hacia la tra!lsformación revolucionaria (ohnubibndo y, en la medida de lo posible, cxtirpilndo la conciencia misma de la producció!l en sentido ampiio, en tanto que :lCtividad creadora);

e) ,JI miSlllO tjernf~o. liquidación de un rasado, Je

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58 ficnri Lefebvre

las huellas de una historia, todo ello recusado por la estrategia victoriosa (momentáneamente).

Indudablemente, la Francia de la Liberación se resen­tía de los años anteriores a la segunda guerra mundial, del estancamiento, del malrhusianicmo, de la ideología «rentista) de los notables de la III República. lrrebari­blemente, Francia era un viejo país predominantemente agrario, dotJdo de insrituciones basadas en un compro­miso entre b industria y la agricultura, entre el campo y la ciudad. Esta originalid8d estaba acompañada de ilu­siones y nostalgias estériles. ¡Cuántas cosas, cAda vez más desfasadas, supervivían en la ideología, en los «valo­res»! Los marxistas habían afirmado que eran capaces, los únicos capaces, de llevar a cabo una renovación ra­dical. No 10 habían conseguido. La renovación se pro­ducía sin ellos y, por b tanto, contra ellos. Pero ¿era una verdádcra renovación? Una revolución fallida lleva la marca del fracaso, incluso si parece tener éxito, aun· que algunas personas bien intencionadas la llamen «re­volucióll silenciosa»., «revolución invisible y pacífica». Pero no es más que una parodia.

¿En qué consistían esas supervivencias de las épocas campesinas y artesanales, del r~:,;.,l:.::-:::: :'::;:~c¡;-¡~u..:ial?

¿Qué ideologías, qué «valores», qué sistemas parciales de significaciones se liquidaron durante este periodo, invisiblemente, casi insensiblemenre, por desecación, por abandono? Sería largo y difícil decirlo. Este problema pertenece tambi·¿n a h historia de 12s ideologías y de las instituciones. Resumamos: desapareció_una cierta rado­,'alidad, la que h"cÍa de la r~l6n un" "ctitu¿ individual y del racionalismo una opinión (profana, laica, anlÍne­ligios<l, casi 3Niclerical). Desde hJcÍa tiempo el raciona­lismo, fuera de la ens..:ña'lza filosófica, mantenía estre­chas conc~;iones, por una parlC, (;on la ciencia y las apli­caciones técnic¡1s de la ciencia, y po:- otra parte, con el Estado. Durante el periodo considerado, dominan estos aspectos «positivos», es decir, efiG1CeS, de la racionalidad. L ¡ aciclJaLdalt ~~ l)llt--'ilaS ideas de planificacióll (a es­caia globa 1, noción nYlrxista des\' irtu aday"-asiiiíilada por

~'. La vida cotidian,¡ en el mundo moderno 59

J:¡ burgucsía) y organizaClon (a escala de la empresa, y, luego, generalizada l. La noción de riJÓO'1c1!id"d se trans­forma. Se conyierJeen estatal \' pülíiÍca, al mismo tiem­po que despolitiza (aparentemente) la acción de las orga­nizaciones estatales. Desgajado del organicismo tradicio­naC el concepto de organización se ~lI1e aldc úl5.Wpción en la práctica social, la de la sociedad neo-capitalista (que podría, ha:;ta c,:ierto punto, definirse así, J condición de precisar las rela~iones de esos conc~ptos y de marcar los límites de la r~ci0nalid:Kl convertida de este modo en «operativa»). •

Al mismo tiempo que la rac¡c,1131idad de opinión (y que la tesis liberal, ~egún h cual ías opiniones implican libertad y la encarnan), cae la ética individual deí trabajo cualitativo y bien hecho, de la realií:ación de sí en y por el oficio. Representación ideoíógica imcrmedia t ;'1 entre el producto y la obra (entre el '/:llar de ca;nhio y el <,va­lor» en ei sentido filosófico), esta ética del trahajo y del oficio, unida il una valorización de la actividad creadora, tiende a desaparecer. El «consensus» se disuc!ve y lÍnica­mente algunas profesiones más u menos liberales (llama­das «liberales~» conservan esta ideología, que disimula la consolidación de estas actJviCJa¿i~~ profesionales (mé­dicos, abogados, arquitectos, ingenieros, clc.) en cuerpos constitl!idos, armazón social e institUcional de 'la rmeva Francia. El proletariado deja de creer intensamente en la dignidad cid trabajo y del trahljador. Esta fe y esta es­peranza ~e convierten en ret6rica o en nihilismo.

Antes, e;1 un «mundo» todavía aferr~dQ .l le. !:::!c:rc1-

leza, todavía fuertemente marcado por la alltigLw escasez, el miedo dominaba invisíblemcntt: miedo a la escasez, mi-;:do a !a enfermedad, miedo a las fuerzas lKultas, pá­nico ante la mujer y el nirio, miedo :lnte la s('Xualidad, 'j

no sólo miedo ante la muerte, ~ínCl rllIeJo de los muertos. Estos miedos suscitaban m~cani::;!1lo~ de defensa y de pro­tecció¡1: e;1Cantamiento, magícl La (,-:-tica de 1" lJida co­tidtalla ~e proponía, entre otro;; objeu\'()s, aIlaliza~ el papd de mil pequeñas sl'pusticr¡lI1CS l1llidas a U113S pa­labras, a unos ges,os, para mosaar la funci6n de ias

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Henri Ldebvre'~ L\ dJ¡¡ cotidiana en él munJo moderno 61

mismas, invisible, pero importante: desplazamiento y rechazo del miedo fundamental. Ahora bien, durante el periodo considerado esos miedos se atenúan, Están recu­biertos por el racionalismo generalizado. ¿ Desaparecen? No. Se desplazan. El terror reemplaza al miedo: terror! ante el peligro de guerra atómica, ante las amenazas de crisis económica. Terror, ya no a ta nal!lrale?a, sino a la. soci~daª'~fl habiendo pasado a la racionalidad ideoló:'~ gica y práctica. El terror no suprime el miedo: se super-~ pone al miedo. Las pequeñas supersticiones de la cotid~-, nidad no quedan suprimidas, sino «sobredeterminadas», suplantadas por grandes elaboraciones ideológicas inversas, de la racionalidad: horóscopos, reviviscencias de religión,­lo que no impide, sino más bien favorece, una necesidad de seguridad, de moralismo y de orden (moral). La segu­ridad llega a ser, a partir de cierta época, institu-cional. -- :

La irracionalidad de lo raro y de lo precioso (el trozo de pan, el cabo de cuerda y el cabo de vela, lo «escaso» y lo «caro»), que llenaba lo cotidiano, cede el lugar a una irradonalidª.d .incomparablemente m&...Yasta y más profunda, complementaria de la racionalidad oficial. Lo trágico se difumíná-'porque se generaliza en e! terror y porque e! idiúl 'llIi~ü10 'ó' i.::cilazaJ0 'púi la racionalidad victoriosa. La naturaleza «se aleja»; en el curso del mis­mo trabajo productivo el contacto con la materia desapa­rece en el encadenamiento de los actos y de los gestos. Y, sin embargo, en contra del racionalismo, conjunción del inacionalismo y de la racionalidad, áp2rece una es­pecie de naturalización general del pensamiento, de la reflexión, de las relaciones sociales. A la manera del valor de cambio y de la mercancí~, según Marx, las for­mas abstractas aparecen a través de las cosas, como pro­piedades de las cosas; en una palabra, n~,turalidad. La forma social y la forma mental parecen dad2s en un «mundo». Así, por ejemplo, las formas dd arte, de la estética v de! esteticismo. Así l8s formas ritualizadas de las relacior.es sociale~. Lo racional pasa por normal, st'­gún las Dúrmas de una sociedad lo suficientemf'nte rdle·

).'.Lva y lo suficientemellte organizada para que el quid pro ,¡IIO, o, si se quiere, la metonimia, se instale. Lo normal se convierte en habitual 'l lo habitual5e confunde con lo natural, que a su vez s~ identifica así con lo racional --circuito o rizo-o En esta lógica aparente (y forzada), en estc naturalismo que dobla al racionalismo, las con· t radicciones se desvanecen: real y racional se iden ti[icm, realidad e ideal se mezclan, saber e ideología se con­funden.

En estas condicione, dos problemas (o, más bien, dos series de problemas) se plantean. En primer lugar: esta sociedad cambia de'fostro'. En Francia, sobre todo, el es­tancamiento caracteristico de cierta époc~, con su ideolo­gía, la de una burguesía rentista que aceptaba, aun sin percatarse de ello, S\l propia decadencia; a saber, el malthusianismo generalizado ha dejado su lugar al cam­bio y a la ideología de! cambio. ¿Se ha transformado esta sociedad? ¿En qué medida? En Francia y en el mundo, las antiguas denominaciones, a saber, «capita­lismo», sociedad burguesa, economía liberal, etc., ¿se han vuelto falsas? Si así es, ¿cómo llamal a esta sociedad? ¿Hace falta darle un nombre? ¿No basta contentarse con estudios parciales sobre el cambio o sencillamente proponer modelos de cambio?

Esta serie de problemas se plantea al espíritu cientÍ­fico en general; tiene un alcance general. Sin embargo, cada ciencia parcelaria, y singularmente la sociología, to­ma a su cargo la búsqueda de una respuesta. La segunda serie de pasos parece más limitada. En este tipo de so­ciedad, ¿tiene todavía un alcance el concepto de lo coti-

I diano? Si esta sociedad pone en el primer plano de sus preocupaciones la racion.alidad, la organiza~ién, la pla­nificación, más o menos avanzadas, ~ se puede tod2vía distinguir un nivelo una dimensión sU3ceptible de llamar­se cotidianidad? JO bien en esta sociedad lo cotidiano se confunde con lo organizado y lo razonable, yeso es todo, o bien no es nada! ¿Este concepto no desaparece junto a la antigua escasez, con las supervivencias y pro· iongaciones de las época~ a¡lteriores, marcada~ por l.J

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62 Henri 1 debvre

vida campesina y artesanal, o por la burguesía del capi­talismo concurrencial?

Ocupémonos primero del primer grupo de problemas.

5. ¿Cómo llamar a la sociedad actual?

Hasta esta interrogación (formulada por prtmera vez, de una Íorma bastante confusa, entre 1950 y 1960, y después cada vez más explícitamente, sobre todo por los sociólogos) se decía: «la sociedad», sin epíteto, jo que transformaba la realidad social en una entidad -en una ~<f1amraleza social»-, opuesta a los individuos o super­puesta a los grupos. A menudo, con intención polémica, se hablaba de «capitalismo» o de «sociedad burguesa». Estas -: apelaciones, aunque no han desaparecido, pierden pr~tigio y alcance durante este periodo. - Trispirándo$e en Saint-Simon, los sociólogos lanzan entonces la denominación iisoci_~cLindustrial». Consta­tan, en efecto, que la producci6n industrial, con sus im­plicaciones (importancia cada vez mayor del papel del Estado y de la racionalidad organizadora), no cesa de crecer, al menos en los grandes países moclernos. La in­dustria no complementa a la agricultura; la produc­ción industrial no coexiste pací~ic~!p~nt~59nj!1 producción agrícola; la absorbe. La agricuftura se industrializa. Por otra parte, las diferencias reales entre «capitalismo» y «socialismo» no coinciden con las diferencias indicadas por las respectivas ideologías. Aparecen ciertos elemen­tos comunes entre los dos regímenes políticos, que pre­tenden diferir radicalmente y oponerse como dos siste­mas, Particularmente la raciondidad que proviene de la organización del trabajo productiv0 y de la empresa en la «socitdaJ industrial» s~ manifiesta con muchas ana­logías en el «capitalismo» y en el «socialismm>. ¿No serán dos especies de un mismo género?

Esta denominación, que aportaba sus <irgumentos, ha Sllscitado muchas discusiones y controversias. Resuma­mos los argumenws contruios. ¿Hay ulia sociedad indus-

LI vida cotidiana en el mllndc) rnr,dell1o 6,

trial o ¡Jdrias sociedades illdllsiriab,? ¿Em.lICl1lr,¡ ,.¡¡Ll p'lb (o no logra encontrar) su vía original en y para la industrialización? ¿ Puedl: definirse el «socialismo» tan sólo come) vía rápida de industrialización para UIl país ,¡trasado, o conduce por vías nuevas hacia una sociedad v una civiliz;¡ción específicas, originales? AUIl 1m admi­tiendo que el capitalismo cede su lugar inevitablemente a una sociedad socialista, ¿es posible afirmJr que la mundi::llización de la indllstri,~ v 1~1 industrialización l11un­dial van hacia Ulla, hOll1ogenciJad, hacia estructllras aná­logas, por ser «ra~ionales», en todos los países? ¿Van a agudizarse las qifel-enCia:> () van a desaparecer? La de­nOillinación propuesta implica \lna respuesta apresurada y prematura a estas preguntas nuevas.

Además, el soci9.,logo que acepta \esta denominación tiende a olvidar que la prcducción agrícola y los pro­blemas campesinos no desaparecen más que en lIna parte del mundo. El «campo mundial» persiste. Ahora bien, un::! «sociedad agraria» fuera de la «sociedad industriaL>, en torno a ella, es inconcehible. Esta situación conduce a terribles antagonismos «da vía china»). La denomina­ción propuesta, los conceptos y la teoría correspondien­tes a esta denominación no permiten plantear las pre­guntas ni buscar una resp¡¡esta. Tienden,más hien, a ra­tificar la situación. Esta denominación tiende también a poner el acento en el crecimiento económico. Ciertamen­te, el sociólogo podrá no perder de vista los otros aspec­tos de la realidad social. Sin embargo, si da prioridad a lo económico, se arriesga a no poner el acento en el desarrollo y a abandonar lo cualitativo (la complejidad de las relaciones ~ociales o su simplificación, su enri­quecimiento o su empobrecimiento) en provecho de la racionalidad economista. Se arriesga :gualmel,te a per­der de vista otras determinaciones de gran importancia. ¿ Puede haber industrialización sin urbanización? El ca­rácter esencial de la pretendida «sociedad industrial». ¿No será (fuera y además del crecimient8 cuantitativ(\ de la producción material) el desarrollo d.:: hs clUdades 0, lll~;; bien, el de la sociedad urballa? ¿No sería conve-

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niente que la «ciencia de la sociedad» tomara corno pun­to de partida este doble proceso o, si se quiere, este proceso de doble aspecto: industrialización y urbaniza­ción? Disociar los dos aspectos de! proceso, conceder prioridad a uno de ellos, llevarlo hasta el absoluto cien­tífico, descuidando el segundo, es una operación científi­camente rebatible_

En otros términos, la expresión «sociedad industrial» no es falsa_ Es exacta, pero no como lo creían los pro­motores de la teoría. La industria, capacidad económica de producción material, no ha sido dominaaa racional­mente. La teoría ha quedado incompleta, aun de! lado socialista. Es a partir del doble proceso y en este pro­ceso en donde el crecimiento industrial puede concebirse y adquirir sentido (cobrar un sentido, es decir, una orien­tación y una significación). El concepto y la teoría de la industria han dado lugar a técnicas (organización de la empresa, planificación global). No han franqueado el ni­vel del sentido, excepto en e! caso de Marx; pero des· pués de Marx, y sobre todo al desposeer a la clase obre· ra de los «valores» de la producción, se ha vuelto a caer en el error de no llegar hasta el sentido, en lugar de ex· plicitarlo, de profundizarlo y de realizarlo. Es la vida uro bana la que aporta el sentido de la industrialización, la que lo contiene como segundo aspecto del proceso. Es posible que a partir de un cierto punto crítico (en el que podemos situarnos) b urbanización y su problemá­tica dominen el procese de industrialización. ¿Qué le queda co;no perspectiva a la «sociedad industrial» si no produce la vida urbarliJ en ~u plc:ü!iuJ~ ~~dJd, siüü piO­

dl/cir por producir. Ahora bien, una clase puede prodncir para su beneficio: la burguesía. Una sociedad, aUil di­rigid3 por la burgt:esía, o por una fracción oe la !Jurgue­S[,I, difícilmente puede producir solamente por producir. En este caso, o bien produce para el poder y la domina­ción, es decir, para la guerra, o bien toda ideología, toda ',cvltun¡», toda :acÍonaJidao y todo sentido se descompo­nen. Lo uno no impide lo otro.

En resumen, la denominaci6n propuesta condensa Ul'a

La vida cotidiana en d mundo mo.lcrno 65

parte de 105 hechos que hay que exponer y explicar, pero sólo una parte. Tropieza con una "problemáticm> que sus categorías no permiten ni explicitar ni formular y, todavía menos, resolver. Esta teoría, con su temática, no es más que una ideología: una variante del raciona­lismo modernizado. Extrapola y totaliza í1egalmente, di­simulando los dramas. Tiende hacia una mitología de la industrialización, La formalización teórica refleja (en lu­gar de significar) l~ ausencia de sentido y la manera en que esta sociedad llena, ilusoriamente esta ausencia. Re­fleja la falsa idcn~idaG~ntÍ'c lo racional y 10 real, la ver­dadera identidad entre el absurdo y la racionalidad (limi­tada y ratificando sus límites),

Impresionados, dtn razón, por la importancia de la té~ en esta sociedad llamada industrial, unos cuantos t~~ricos han propuesto llamarla sociedad técnica. Han su­gerido la imagen de un «medio técnico» opuesto al «me· dio natural» y característico de esta sociedad.

Esta teoría contiene un cierto número de hechos exac­tos; a partir de esos hechos y temas indiscutibles elabora UIla definición, una concepción, una problemática.

Es cierto que en esta sociedad en que vivimos la técnica i:::~~:'::::: :.::: :".,';,:~c. determinante. Esto no sólo quiere decir que «revoluciona» constantemente las condiciones de la producci6n, ni que la ciencia se convier,te directa e inmediatamente en «fuerza productiva» a través de sus consecuencÍ3s técnicas. Este anáíisis y esta apreciación van mucho más lejo;:;. Es verdad (y demasiado verdad) 9ue. l.a conciencia y .Ias formas d~ conciencia (soci~le~, e IndIVIduales) Sé dt:flvan d(: ti tCCiliCJ S¡;i" tú ;¡¡eJiLiCi(}jj

de un pensamiento que domine la tecnicidad, de: Ulla cul­tura que le confiera un semilla. i\ trav¿s de ia imagen y el objeto (y el discurso sobre la imagen)' el objeto) la conciencia, social e individual, reflefa la técnica. Así la fotografía, obtenida con un máximo de técnica y un mínimo de intervención del «sujeto», entril direct[1mente en el recuerdo y el sueño, en eí álbum familiar, en el pe· riódico y la televisión. El o!Jjc:to téCldW, con su doble constitución, funcional y estructural, perfectamente allij-

Henrl Le!ebvre. ti

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lizablc y «transparente», no recibc un estatuto determi­nado. Invade toda la práctica social: una ciudad, por ejemplo, se convierte en objeto técnico; un paquete so­noro obtenido por una técnica perfeccionada provee de un elemento musical. Una secuencia de imágene~ técni­camente notables (calidad de las fotos, cortes y monta­je) se convierte en un fragmento de film. Un coche ape­nas modificado pasa por una escultura, y tres o cuatro trozos de objetos técnicos, por un «espacio plástico». Con el Op y el Pop esta tendencia tecnicista se une a un esteticismo. Más exactamente, la miradtl._J()l<re.· el ob;eto I

técnico, mirada pasiva, atenta sólo al funcionamiento, interesada sólo por la estructura (desmontaje,recomposi­ción), fascinada por ese espectáculo sin segundo plano, completo en su superficie transparente, esa mirada viene a ser el prototipo del acto social. Tal es la eficacia de la televisión. El médium, es decir, el aparato, es el verda­dero mensaje, afirma McLuhan. No. El mensaje es el puro reflejo: la mirada sobre una imagen, mirada que se produce y se reproduce en tanto que relación social, mi­rada fría (coa!), dotada como tal de un feed-back, de un equilibrio, de una coherencia, de una perpetuidad. Las imágenes cambian, la mirada permanece.' I.i rU1\.iu, Jos sonidos, las palabras, son auxiliares y subsidiarías, símbolos de lo efímero.

¿Qué subsiste de la tesis hegeliana según la cual el arte es un sistema parcial, un conjunto de significaciones confiadas a obj~tos privilegiados y que sirven de media­ciones (acti\'as) entre los otros sistemas o subsistemas conslÍtutivus de la sociedad: las necesidades, la moral, el derecho, la poiítica, la fiíosofía? Según este análisis, tal sistema parcial no es más que uúa mediación, pero tie!1e una actualidad acuci¡¡nte que confiere a la sociedad una poderosa cohesión. El reflejo de las relaciones ccn el objeto técnico, con el nJédill1li (pantalla de cine, aparato de radio. televisor, etc.), ese refl~jo de un leflejo, susti­tuye al llrte C0l:10 «mediación» e interpreta un papel aná­logo; la cu:tura no e~ más que un mito en descomposi­ción, una ideología ;uperpuf'sta q la tecnicidad.

La vida cotidiana en el mundo moderno 67

Al intenso consumo de signos técnicos se superpone una mercancía altamente consumible: el esteticismo (dis­curso sobre el arte y sobre lo estético). Una técnica dis­frllzada de esteticismo, sin la mediación específica del arte, sin cultura (lo que supone el fetichismo de lo «cul­tural»), éstos son los rasgos más sencillos que legitiman esta definición: sociedad técnica.

Ahora demos las rpzones que impiden aceptarla. Po­demos preguntarnos s~ esta sociedad es todavía una so­ciedad, en la misma,medida en que es técnica. Se quiere como objeto técnico,} se ve corno objeto técnico. Tiende a eliminar las mediaciones que hicieron posible la alta complejidad de la vidl\.. social, que unieron a la produc­ción material ideologías, valores, conjuntos de signos y significaciones, opuestos a menudo, pero que animaban también la vida social. En cuanto a la expresión «medía técnico», puede rebatirse. Es más correcto y más exacto hablar de un medio urbano que de un medio técnico. La técnica entra en la sociedad y produce un «medicm en la ciudad y por la ciudad. Fuera de lo urbano, la téc­nica no produce más que objetos aislados: un cohete, una estación de radar.

.En ía medida en 'lne la denominación «sociedad téc­nica» es exacta, supone la transformación de la técnica --en otro tiempo subordinada e incluso reprimida 'por el ma!thusianismo-- en factor autónomo, económica y so­cialmente determinante. Un factor semejante no puede constituirse y actuar si no es por una «capa» social que

I tiende:: volverse casta o clase: los tecnócratas. La de­nominación se modifica; conviene decir: «sociedad tec­nocrática». Pero los tecnócratas no actúan m&s que por la vía de la organización y de la institución. Su raciona­lidad tiene fines y medios específicos. Se dirá, pues, «so­ciedad tecnocrático-burocrática», lo que quita todo pres-

, tigio a la definición. Pero no solamente pierde ~u nobleza; también pone

de manifiesto su falsedad. En efedO, en esta sociedad que podemos observar cada día, lo que sorp::ende al análisis crítico es la debilidad de la tecnicidad. El pri-

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~~-Henri Lefebvr;j La vida cotidiana en el mundo moderno 68

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mer y mayor error de la tecnocracia es que no existe,--fu1 un mito y una ideología. El pretelldido reino de la t~; nica oculta una realidad inversa. Los grandes objeto~" técnicos tienen eficacia por su prestigio (exploración del ' espacio) o por su alcance estratégico (proyectiles, misi~ les, etc.). No son objetos sociales, de uso corriente, que modifiquen, ordenándola, la vida cotidiana. La realidad cotidiana no se beneficia más que de los «rebotes de la técnica». En cuanto a las gaJgets, simulan la tecnicidad. Para el análisis crítico la técnica y la tecnicidad aparecen como coartadas. La tecnocracia tiene como coartadas las aplicaciones de la técnica a la vida social; ella misma e~ una coartada, la de los verdaderos dirigentes de la vida económica y pol;tica. La sociedad parece evolucionar pa, cíficamente hacia una racionalidad superior; se cambiará ante nuestros ojos en sociedad científica: aplicación ra, cional del más alto saber, conocimiento de la materia y conocimiento de la realidad humana. Esta «cientifici~ dad» justifica la racionalidad burocrática, establece (ilu, soriamente) la competencia de los tecnócratas. Tecnici. dad y «cientificidad», una y otra convertidas en entida, des autónomas, remiten la una a la otra, se justifican re­cíprocamente, cada una sirve de coartada a la otra. Ante IJO'lJl!U~ ~c clóLu~,(. w¡ sistema de coartadas; cada con, junto de significados, que parece autónomo y pretende bastarse, remite a otro en una rotación vertiginosa. ¿No será eso lo que se oculta bajo la racionalidad y las ra­cionalidades apar::ntes?

¿Será definitiva esta situación? ¿Será la meta de la historia, incluso si se prescinde de la historicidad y si implica la eliluÍu8ci6n de to histórico como proceso, como sentido? Parece, al conlnuio, que nace de una coyuntu~a limitada y d.:terminad'l: tI desafío Je los regímenes y sis~emas políticos, forma nneva de la competencia a es­cala munJial, con múltiples consecuencias. En esta co­yuntura --carrera de armamentos, depreciación extraor­dinariamente rápida del equipo técnico y militar, obsoles­cencia de los obietos técnicc,s-- la tecnicidad adquiere un C;l r:1ctcr re\'C'!ucionario. 1 !ltcrpreta el pnpd de la re-

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volución inacabada, pero se erige en dactor» indepen­diente, autónomo, pesando sohre el conjunto de la prác­tica social o más bien despegándose de ella (aunque pcs:lI1do, ¡he aql!i la paradoja! ) para producir aconteci­mientos en las estratosferas, ¡ las de los espacios polí­ticos y los espacios cósmicos! Por otra parte, se puede temer que una tal coyuntura se transforme en estructura. Sólo el porvenir puede responder a este interrogante,

En resumen, el apelativo «sociedad técnica» contiene una verdad parcial, ¡J¡.:ro una verdad diferente a la q\le han pensado los teóric?,s que la han adoptado. En cuan­to esta verdad rclattva' quiere cambiarse en verdad defi­nitiva --en definició'n- se transforma también en error, en ilusión ideológica, en mito justificador de una SitU:l­ción: velando lo que 'tiene de insoportable, valorizando lo que tiene de nuevo en la historia, en detrime11lo de b historia y de la historicidad.

Sociedad de abundallcia.--EI naso a la socic(L1d de abu~dancia caracteriz,l-¡ll'Itstra ép:lca y de ello se podría! sacar una definición. Efectivamente, la producción in­dustrial y la «lecnicidad» permiten entrever una produc-r tividad sin límites, pasando por la automatización de 18s actividades productivas. Por desgracia para la dcfiniciólrl (que proviene de los ideólogos de la sociedad americana, G81braith, Rostow, ete.), la automatización proyoca un cierto número de conseclll:ncias que la frenan. Podría su­ceder que esas consecuencias fuesen más lejos de lo que creen muchos teóri.:os. La aut()f]1,nización mlly avanzada y la abulldanci3, ¿no supor.drían el paso a la gratuidad

1 1 1 T .' 1 ., 1 . . 1 1 oe lU:; prouuctos l[]UU"lll<lIC, Vl'~UaUerallJtllle aLJlllllJa¡;-tes? ¿No :1kanzarÍan al fundamento del valor de cambió? ¿No es esta perspectiva lo que frena la automatización más todavía que las anlenazas de paro para una fracción de 1" clase obrera?

Dejemos a un lado este problema. r:::n las sociedades ilamadas de aLund:lI1cia ;' aun de derroche, en !os Esta­dos TJnidos y f'n los p:líses :~Itamente des;1rrollados de Europa, sU0sisten islotes de antigua pobreza: de miseria

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material. Por otra parte, la nueva pobreza se observa aquí y allá; estando cubiertas algunas necesidades ele­men~ale~ (¿al precio de qué abandonos, de qué dimisio~ nes?), las necesidades refinadas, llamadas «culturales», y otras necesidades elementales que pueden llamarse «so­ciales», siguen estando profundamente «insatisfechas» en esta sociedad productivista. La nueva pobreza se ins­taura, se generaliza, proletariza a capas sociales nuevas . (los «cuellos blancos», los empleados, una buena parte de los técnicos y de las «profesiones liberales», etc.).

Además, en el seno de esta sociedad llamada de abun­dancia aparecen nuevas escaseces. Antaño, en nuestro; país, el pan era escaso y el espacio abundante. Ahora' el trigo es abundante (mientras el pan sigue siendo es­caso en muchos otros países), pero el espacio se hace escaso. Esta escasez de espacio en los países industriales avanzados se observa en particular en todo lo que con­cierne a la ciudad y al urbanismo. El tiempo también se hace escaso, y el deseo. Ya hemos hecho notar cómo la administración de la escasez se convierte en ciencia y se legitima al pretender ser «cientificidad». Ultimo argu­mento, aunque no el de menor importancia: si la abun­dancia no significa la Fiesta, si no genera una renova­CI\:JJl LriunÍai uela Fit:sta, ¿para qué sirve y qué significa? Conclusión: corno las precedentes, la definición pro­puesta conserva algunos hechos, pero extrapola a partir de esos hechos, lo cual no permite aceptarla.

¿SocíJ:_dad deLQfjo?-La gran mutación, 1" transición ya récorrIda;'no sería tanto el paso Je la escasez a la abundancia corno el paso del trabGjo ai ocio. Cambiaría­mos de er3, de «valores dominantes»; cambio difícil.

Es cierto que el <<ocio» adquiere una importancia cada dfa mayor en la sociedad francesa y en la soci.:dad llamada industrial. ¿Quién lo niega? El ocio entra a formar parte : Je las necesidades y modifica las necesidades preexisten- : tes. La fatiga de la «vida moderna» hace indispensable I

la diversión, h distracción, li! distensión. Los terSricos del ocio, seguidos por una legión de periodistas y de vulga-

La vida cotidiana en el mundo moderno 71

rizadores, Jo han .lidIO y redicho: la~ vacaciones, fenó­meno nuevo a escala de la sociedad entera, han modifi­cado esta sociedad, han desplazado las preocupaciones, convirtiéndose en centro de esas preocupaciones.

Corno las precedentes, esta denominación se apoya en hechos. He aquí otros hechos que la hacen poco acepta­ble. Los empleos del tiempo, analizados de forma com­parativa, dejan también aparecer fenómenos nuevos. Si se clasifican las horas (del día de la semana, del mes, del año) en tres lea tegorías, el t ¡em po oblif',ado (el del trabajo profesio.nal), e15/em po libre (el del ocio), e! tiempo forzado '~el 'de las exigencias diversas fuera de! trabajo: transporte, gestiones, formalidades, etc.), obser­varnos que el tiempo forzado ,1lImenta. Aumenta más de prisa de lo que aumenta el tiempo del ocio. El tiempo forzado se inscribe en la cotidianidad y tiende a definir 10 cotidiano por la suma de las obligaciones (por su conjunto). i La modernidad no entra, pues, de forma evi­dente en la era del ocio! Es verdad que los «valores» unidos antiguamente al trabajo, al oficio, a lo cualitativo en la actividad creadora, se disuelven. Pero los valores unidos al ocio están aún en estado naciente. Que la gente piense en sus vacaciones durante todo e! año no quiere decir que haya surgÍlIo un «est¡¡ó» de esta situa­ción y que haya dado un sentido nuevo al ocio. Quizá se busque ese estilo en el marco de las «ci\.ldades del ocio», pelO no está demostrado. El no-trabajo contiene al porvenir y es el horizonte, pero la 1 ransición se anun­cia larga, confusa, peligrosa. Sólo una automatización in­tegral de la producción permitiría I¡¡ sociedad elel ocio. I'¡üa llegar a dio, se necesita taí Inversión de capital que una o dos generaciones tendrían que sacrificarse. Esa es nuestra perspectiva o nuestra prospectiva: un trabajo encarnizado para legar a las geJ1eracicJl1es futuras una posibilidad: la de erear la sociedad del ocio supe­rando las exigencias y las obligaciones del trabajo pro­ductivo material, pasando a las actividGdes múltiples productoras de obr;4s, () simplemente de placer y de goce. Por el momento, el trabajo; con una extrema división de

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las operaciones productivas, CDi1lin'úa dominando la prác­tica social. En la industria automatizada ya 110 hay- con­tacto con la materia sobre la gu'! acrúa el trabajo, y aun el contacto con la misma máqllina desaparece, pero ese:. no ,trabajo (controiado, vigilado) es todavía trabajo CO-;¡

tidiano. La carrera, casi en todas partes, S11~tjtuye al oficio, sin suprimir (quizá agravando) las presiones co­tidianas que pesan sobre d ,~trabaja'¡on,. Por el mo­mento, el ecÍo es ante teda y casi para todos la ruptura (momentánea) con lo cotidiano. Estamos viviendo una mutación difícil eIl el curso J~ la cual los antiguos «va­lores» han sido inconsiderada y prematuramentt: oscu-

. recidas. El ocio ya no -~s la Fiesttl,o~Ja l'i!Cúmpensa de! \ trabajo, todavía no es ]ll anividad libre que se ejerce .\ por ella misma. Es el espectácvio genenüizadü: televisión, , cine, tmimlO_

¿Sociedad de rOriSiI!lio?-Esta deoomill,l\:irín, con in teotÍaquClecorresponde, se ha e>:t'~fldido en ti periodo considerado (1950-1960), Se muestra con cifras convin­centc:,: que en los países industriaies avanzados el CO[¡SU­

mo de los bienes materiale:i y culturales crece, que v;¡ ampliándose, que los bienes llamados «de consumo du­raderm> (coches, aparaws oe ¡eiCV1~ión, etc.) desempeñan un papel nuevo y cada vez más considerable. Estas cons­tataciones son exactas, pero triviales. Los teóricos de la «socied"d de consumo» entienden o sobrentienden otra cosa por cstas palabras. Afirman que hace tiempo, al principio de la economía capiralista y de la producción !ndustrial, en es;: prehistoria de la sociedad moderna, las necesidades no orientaban aquella producción. Los em­pre~árj0s no conocílln el merc:¡Jo, ignoraban a ¡os con­slJmidores, ProdudiID al a:::(\;, lanzando sus mercancías al mercado eSjJel'ando al COl11pr:lJor, esperando al consu­midor. Hoy en día, los que organizan la producción sí conocen el mercado: no sólo la demanda wlvente, sino los deseos v :1ec:es¡dacle~ de los consumidote3. En CO'1se­cllt:nci¡,. L,' actividad cons\lfT>iebra ha hecho su gloriosa eni.radú ('11 la racionalidad crg¡1oÍzada. En la medida en

La viJa ootidiana en el mundo modtrno 73

que se puede decir que hay ,( vi,!.: cotidiana», é::;la es to .. mada en consideración e incluso integmeh ':omo t~1 el! la razón científica enc:¡rnada '~l! la p'ráctú:a de una socie­dad altamente organizada. Nu cx¡;te razón para distin­guirla, para c:onsiderarh corno U!1 nivei de la realidad.

RespondefemO:i primero qllé en nuestro pab no ;;~ constata un estudio profundo ,ie las necesidaJes S0cir.1es v <,culturales», sino -una prospección de las necesidades mdivicluaíes (y, en consecuencia, :;ólo de j" dc,wmd;;. sol­vente), Es demasiado fácil mCSl!,;1r '.Jué llIal y qu': urdía­mente han sido desc~piertí.li las necesidad;;s JucialcJ- pro­pias de la vida u r'bali a ,

Además, ésas neccsicJadesindividuaíes í. ;q,le !!o SDn obietos!) no son «ob¡eto» d~ ~¡n ,abe! desif>.lcrcs'lJo_ La manera de estadi¡¡d~ actúa s¡;brc el!ns; forma lJ~rte de una práctica social: las crisuli%a. La acción s"br¿ Íils ne­cesidades dispone, por otra par,,:, de medio:. ,n:1:; podero­sas que d esmdio del merc3do \' de !as 1i10ti'."'éÍones ¿Cuái c:S ,el p~\pd de la publicidad? ¿Es el ¡mblid:;ta el demiurgo de la $ociedad moderna, el F1~f;(; t"J0l'¡lOerOS¡)

que concibe victoriosamente la cstmtegia dd de:,eo? (O no es más que el modesto y honesto intermediario que informa las necesidades y haLe ;;abcr que tal () cual ,)b­jeto se prepara para la satisfacción del consumidor? En­tre est?s dos tesis extremas, se va vislumbrando una verdad que conduce hacia UDa teorí" de la p~1blicidHd. ¿Produce el publicista las necesidades? ¿Contorma d deseo al servicio del capi,abt:l? Quiá no, a pesar de que se pueJe defender lo contrario. No pUf dlo ia 1'u­blicidad deja de poseer un extraordinutio pOder'_ ¿No es eliª_0~1~!!!a ,el primero. ,de ,jos -bieues..crulúliñibIes ;;ZNo provee al c(,nsumo de una ma,a inmensa de.sig!]95, de imágenes, de discursos? ¿ No es la retórica (le c3ia 50cie­dad? ¿No impregna el lenguaje;--¡á'literatura y 1" i¡-¡]agi­nación social a1 'intcj,'!étiin':6mlaITtetnente, en la pr:Íctica, en el sel?9_, d~ las aspiraciones? ¿No tended ía puhli-: cidad a proveet~{;"lnc1mo a c()nvertirse en ideo1oq,ía Jo­l1i inante de esta s()..:ied~c!. como lo de01l1'~,' ti ¡ln 1 ii j J11\l():-;

tancia y b eficacia oe las prujJagandas, qu-: iUl1tün' Jos,

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I-l<::nri Ldebvt~t· La vid~ coudiana en el E1Ufl,k, mu·dCr<10 74

procedimientos publicüarios? ¿No su~lituirá b publici;' Jad, inslitucl'malizáI1dosé:, 3. ias antlgLli<, mediací()ne~, comprendiendo entre elbs ,il ane? ¿No oC convertirá en central, únic!l mediación entre prod1lctor y consumi­dor, enlre técnica y práctica, entre vida social y poder político? Pero, enionces, ¿,}ué es lo g'l": CLibre y modela esta ideología sino un nivel de la realidad social, distinto como tal: 10 cotidiano, cml¡inente de tndas los «objetos;> .-vestidos, alimcntos, mübj!i:;rio~--?

Lá denominación proput:'sti'l r.o e:; {a!:;a y, sin embargo, no es admisible. Ef';CiivJj)1t.;-¡"~. ha t~llidojl!;28.r al pasar J 1 l . 1 . '. 1 • ,.... • 1 -

e ... a e~casez a " ~b"ln( ilnCit!, (le 12 ;t~Sl1.J.J(:t:ntt: pr()l41~C ..

ción a un con~L1mo iiliuemo. )', " vece';, a,líl ~i.!pcrcon­sumo (Jerroche. consumos suntuario;; y de presl;gio. etc.), en los cuadros dd capit¡¡lismo il10difjc<1,l;:¡ Ha tcnido lugªf d paso de la p~¡vaci¿n al go,~c, del «h:¡mb~~ de las necesidades pobres y e:;CáSáS al «húl1'Íbrc» de las Dé­

cc:~idade5 mültiples y ~ic¡¡s (en c:.p¡¡cidad dé: acción y de , goce); pero este paso,:cr¡,(l las ot,n" ctamícionc,;, Se produce en forma p(~n(l,a, alT2.Smmdo el P;;S;¡d;l, bajo ÍJ

. influencia de presiüo\:s poco dilucitbdas. Existe el pa50 , de una vieja cultura fundada en la IimitacióIl gé: .bs ne-; cesid(ldes, en la «economía:> y la organización de h eSCJ ..

,sez a la nueva cultura basada en la abundanciaJe la ¡¡producción y la ::¡mplitud ¿el consumo, pero a W1V~S de :una cri~is gene~·alizada. Esta coyuntura es precisam'on :te e:1 donde la íJwlog:a &, la producción y el sentido eJe la acrividad cre:,Jora :oc bn transfOlnúdo en ¡deo!o­

,gia del C01lS:lIno. Esu illeulogía ha ctespm;eíd" a h clase ubrera de sus ideas y «\'"lorc$\>. CGDSerV<lrido la pri:na· cia de la burguesía, i:ecerv~ndü la inici.aLÍva para eUa. Ha borr<lde la im,'gt;f1 d~l «hombre,;. <lctivo, Sl!srituyén­Jola por la imagen del C;)[Jsumidor.·;comü .. mzón de feli­cidad, como rndonalidad Silprema, como idelltid:Jd de lo

. re~1 y de lo idcal (cid '<yo}> o «sujeto>' individual que vi"c y a<:lúa con su ~(Dbjctm' l. No es cl consumidor, ni ,Hin el objew cOllsumidc, le que impotta el) esta imagi" nería; es ia rcprest'u;;:¡cióll del ('':l!1snmidor y ··dd acTO lie consumir Cdlwerticio en ¡¡!'te de cO'1scunir. En el CUl'o

I

7)

so de este proceso de 'l.!stilflción ~; de desplazamiento ideológicos SIC ha consqcl:ióc cc-=pJrar )' aun borrar h con­ciencia de ia a1ienació¡:' añJ·:1ler.do ti la~ aíienacion~s ili!­

Liguas nuevas alienaciones. Ya hemos mencionaeb la e;.,:istencia de un extraodi­

f!ario fenómeno eü el que c';r;¡mo~ (c«da 1Jl~o) ¡ri'\pliGldos. Se ha prod~!cidCl una libcr"ción de ,:nor!TIe~ masas de sig­nifican/es, mal unidos a su': sigrúfic;dos o sp.par2dos de ellos (p,1Íabras, fra~es, imág;;Cies, sign('s ¡¡iversl's). Flotan dispOi1ibb para~ía publicid,d y la prnpagan(b: la son­risa se ('(:f!'?lt't¡r. en ~fmbc,Jc, ¡~c 1:! felií:idaJ. cotidiao<1, Ll dd C'J[jsm¡¡ido;:tradi~ilte, y J<: e'pmt:;Z¡P va iwida ;1 la Usa· cura oLLen..idil-'"(ter")os der~l~I.~~.;l~s. t~:n cnullto 0, 103 signi-f·• . :l. • (' 1"" . . "ICaCOS :JD311í.. 0lliifl05 lOS I:-::¡ OS" I(! :jl:;¡:CiI::C: et..-:.), S(:

arreglal! CUlno pUed~ll. Al~;-'~L:.iO~ lu~ ~)ul.::lvef¡ ~~ ~i"C0ntrar [! títuJo ~e alta cultur;: ICSCt v:~Ja ,1 ia élí(.=-, CC.S! (-íf'.nc1C5-

tina. Otros se IXllp¡m de re'::ciix'ral'ias para ti;msformarlos en Li~f1¿;s de conSUfilü (111Li l:ble:i, (í:1Sa~) jüyas in::pira.das efi obras (je: nrte y en estilos ~r;ijgucS). ¿C!ué es jo ~l~!e ocu­peD de este: modo? Un ni'oc] ,k r.::aíidac! ~:)Cí1L

Muchas veces, desde que ::sLl;] sucediendo estas tran5-formací!)fJts y 'ie instaura 12 modernidad, l"s sociólogos, economistas v «polít¡cos» han pUr':sto U1 evidencia el papd del Estado. En contra del pensamiento marxist¡" y. a me­nudo, utilizándolo abusi,-'amc:nte. bn rcchazado la tesis, famGs:.! er"!lre todas, de; la ...;;disoluctón dei Est .. ~,Jo~), i~n 1:.1 lTlayoría. de los ca30~;, parccíJn ignu!-'ar qUé t:~;1 ;lbJI1 rteo­gicndo h,s tesi5 hcgcli(u~as, 4uc ()~l(-)[lídIl l·I .. :~~l'1 a I\'1:1rx¡ y que n.:Jt'stra épuca contj¡"'lll:l \rí\'i~~nd~) c~tc c;-,fn~;--1talT:!ÍentO, En lugar (Je. lealiz~lr h filc,,·'[L '_'[1 el :ocntid" dt: b tOla1i" I d \ ..," . 1" l

ú:? _1lirJ~an3, ¿re31lz~i:"~ c:,,~;) .,~?(~;J (;1. !1tg-Cdl,-;JSIl1G y a t~-

ta!i(bd estatal? En decr'), ~; t':"U,i~l ~;; ha ,'t:("nstr,!ido despl~¿s de la guerre. m1.l1Jdi~,1 C0i1 .il¡~i::; p()t:enCi¡l que an­tes en t~los lo~ rais,es: cCJnlp~e~d!dus 10: Pl!ÍSt,S Jtl ,~ter­cer rnUOl..l0)'" !C>s palSC~ "s¡-,~!(!hsta.s>:> '/ 1(;~ p;!lSe~~ aÜ81o~ saiol1ts, que hasta ~ntences habían e1lJdido (:r, parte hs exig~i1ci3S de la intcrvl:'n(ión e,tatai, de !8. pLnificación ec)nómicJ y de la rací'J:~CiliJ[ld (11 g,E1ii,adnr¡¡ Sólo 'Yugos­lavia eS'~~~pa iq:liz'l) D e,~t,¡ inílllencia. L0:' poden>s de

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76 He!),; Ldebvte

decisión se erieu; y se ejercen muy arriba, En h; gran­des alturas se el "h:Ji::lr, las cstr<ltegías y se confrontan las variables estratégicas, Pero ¿sobre qué se ejercen los poderc~? ¿Sohe qué sl1clo se apoyan? ¿Qu<~ C\)sa en­causan? ¿Sobre qué pesan Íf:s ínstirucirmes, sino 501-,t:;

lo cotidiaílo, al que limitan y m<Jflirulan segúr. 1a~ pre. sioncs que repr"scntar¡ 1::;" cxigencins y que acrualizan las estrategi3s dc los Estadc,s? ESt8' ¡l!'cgunu., pueden considerarse útiles, ,L,1 como toJa pn:Hestí-1 v (üi:test:l­ción ante los mon~:i'1103 csUtaks, I'Jo e; mer;os Íl1:.1clllli­sible el ratific"r ;:lor el cor;"c1;niento teó,ko (:S[;, ~:j_ luaóón y aporta - ai E~tado un ~errifi('ado dé bilena conciencia . ..(L\demá'S) blly grafJ(~(,s griet2s qUé rCC0rrC!l el edificio: las rclacim:es \('0 Francia v en otlOS pí~es) entre jo «público» y/o jo <'p,.!v3do;) ':0 e3tnn liL1CS ~k problem¡¡s.

La ~é(;nica se lh¡ p(;rfeccioP'c,do cxtraordin::¡rumcf¡te, pero es al ni,vd cid ¿stado, Jé la, iIJVCJtÍgRcioDC:;, ::,spa­cialcs v i!llcleares, J,:; los arnl",lTIL'!itc'" y de la, estr;!té­gjas, d~nde e~tán produciendo rcsuÍtados, Hemo; n')tado el contraste entre ~Sit' poderío y la mi,eria téC!1in dé lo coticUa!!c, entre el .~splendor de lvs ,'crd8deros ob¡etGs técnicos y las pü!:'res baT3tijas en su cmhslaie idcnl<'i"irn En la misma línea, la «cultura» se descompone después de una escisión interna, M,ís flniba planean la intekc­tualidad sutil, lo:; ¡\lq:;os biz3ntin8s sODre el ler,guaje {j la eS'.~ritura lit~ru'i;;, ir. comprensi6n de. los es¡j)ü:. y de lR historia. Ah?jo Se e:tienclcn h vulg,1rizaciói1, los ,-uru¿onos d" un gusu dudoso, los Juegos bastiíntc gra­seres, la cultur:, paru 185 masas,

L':" PU2$, una dr/CI'e!1cia de nivele" lo qUé: !;e Íinpolle ,,1 exr:lTIcn y no la unidad racional Je bs ncu:siGades, del consumo v ce la con~ul:¡caci .. ín, Est:¡ clitere;¡cia de ni'/des se olg~ni~a, se planifica, y el cJificb .piramidal de la sociedad Il~m;¡da mOdeil!á ¡-CDO:,;, sobre el plano inferior: sobre la "mpliz. hase: de 1,,' colidianidaJ, .

En Iluestros paíseo (el Occidente neocapitalista',, h planifiClfiól-' de h prndllcción ·_·h r,\Ci()n,.1[zxión global de la indu<;tria-- n.o ha t(!Qi¿o Jug81'. Y, sin c!r.b~)'go,

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': !Ll:)~~'1~'~----"----;;¡1~'

li 1,:1 \.: ida cOli\.iI.:!rl;j {'ti d 111Ulhl,1

l!ll;! pJaIlific~ción i,ldircct ", un;¡ Cien,1 (;rgill;izaci')1l gIl'­hal, han sido in(loduudas " tLlI'C:S Jc Uli ::ümino curVI­

líneo. La aClivldad .le Ia<; ofi~ín;¡s, ,le los :.Jrg:l11isnlG~ públicos e instituciones anejas h:nciol1a en ese sentido, El conjunto es poco cohcrcn(l~, chirría y aop!cza, y. sin eOlbargo. sjgnl~ avaoznnd,-). I~:sta ;::stri!ctUL;·.!t;fj haS¡~-inlC d¡:bii ,c cubre con ulla ideología de la eSll"Uctura, y cs[a Incoherencia, con una obsesi6n de coh(:rcnci",; deí l1liS!11()

n1odo, esta incapaciJ~ld p;I~:t 13 ;rItcgr2clón ~::eJj\)ra ~,C reviste de n()sIhJgia~~ nJL!lt:i,:.:~:I;}ré'S: p~alicipacijíl, ((ln111-

llidad. ¿Qué otgf!-111zz.fi esL~3 0rg31~i~'~(lcÍorl~s) ¡_ .. -~ c0t:-di,1110, "\' -

;

A partir de:- 1960, apnJYilnaai1!r:e!--:tC, L: Sil1l2ción Sl:

clari(i('3. I .. c (~Dli.diDno ya I1lJ C~· lo abJnJon¡-~Js, Jo de.:lpo­scfdo, el iug~ir Cb!n-ún de la:) 9ctiv~Jad(:s ~~speciaHzad~s) el j,¡gaL.ne¡üro .. ~~Gs di.rigem,'s de! neocJpi[::;I:s!no, en F ' f . l' , ...• 1 'l'a:1é'la y u~n¡ de C: J:l, !Jan cGf!1P.re:~dí~l¡, '!,-ie J'~~, co:o-

n13S é:on molestils y P(lC;; i"f.':1t,!ble,;, Sil esc,'",;~':Sía ha can)hiád()~ h8n ~dquifido una 1:L1CV& Pt¡'~;fiecti\'~: I~ i:j~ versión en tI tcrrir.0ric !1aCl'')II~l~, L! rlla!l\pul<:~¡6n Jel mercado interior (le\ ql:e no impide el recurso a les pai­ses «en vías de desarrolio» comü fU'cnte de ID>!I¡" de ;,b[;1 y de materias primas, como !ug:1res dr: i;N{;r~jÓí1, pero esto no es ya la preocupación domiílantc). ¿Qu~ h¡:cen? La explotación semicoloniaI de tojo io que rodea los centros d(! deci5ioncs pc'lític,l:> \' de C0nceal,;;ción eco­nónllc3 de c~1phalcs: regioflt.~: p~riférica~, C2.l!}!)Ü;': y zonas de producción Gr;rícola; suburbio~~ p(~bi8('íót: (O!llput~ta no sólo de trabajGdores Dlanualcs, ::,jnn d(! enlpl~(¡du;:: y récrl!­coso Ei status del nwletari" 1(J t!cnde " generaliz?rse. Ic: que c(¡~1trihl!ye é:i Jiluir los Ci.JHtCtrnos dé f2 ci~1se t.",L)l'Cra y a dirprrlÍnar .sus <~vjlGn~s» y su idcúloEía. I. .. ~j ~hrjOi..aLi6n bien CJrg~r.izada dé toda L sociedad alcan;:~ t3mbí{;n a \ COllSl;¡nO y no so¡amcllte a L clase productora. El capí­t31isma se ha «aciaptado~>, efectiv.Jrnentc; rcc]~maHd() la adaptación de los individuo, ;J la ~,víd:ur.odcrna>:. i\ Díc:s" los jeÍes de empl'~S2 «producían>', U~l p-'JCO Gol ~zar, par~l un mrrca.Jo alea~()rio, 11ré<l(;minaba la ClTIDreS" 1r!ediana y familiar, ilccmpafíando <.:on Ui':] C1f!'-loni';.¡ burguc:s:1 e!

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tflCJI1(amienlú me!ódicu: el canto " la belleza de lus oficios. a l¡l calidad, al amaJo trabajo. Después de la b'Uctra; en Europa, algu:1os hombres capaces e inteligen-tes (¿quiénes?, esto 110 nos interesa) h<{il comprendi-do la posibilidad dcc actuar sobre el comumo y por medio dd consumo; es decir, de orga.rliZ(\f y de estmcc ---. __

turar lav¡J;i -cotidiana. Los trp.?;mcntos de la cotidi(\!ll­dad se recortan, se separan ,(sobre el terreno» y se COfh­

pünen como las piezas de un ~o'llpecabt'zas. Cid,. u .. o de ellos pertenece a 1m conju¡-Jto de org:mizilci0í1eS y <1:: inSlitudon~s_ C:ida uno de ellos --cl trabjo, h \'id¡¡ privada y familiar, el ,)Cío·-- ~(' ~xpioL1 de hima racin nu]) Incluyendo la ~~ovJS!nln orgniíi¡:ación (~·.)fú!';rchlI )' semiplanificada) de! ocio.

El f~1l6meno c5raneristico. si¡;¡üficativo, en v slJÍ.;rt: el q,¡e esta orgaIÚ?aciór¡ puede Úe;se porque en ¿l c3tá cs­crita, es 1,; ciudad ."lutl!a. J)::jemas a un lado sus otws rasgos y caracteres: aniquilamiento de la cblaa tradi­cion,¡i, segregación, vigHancí3 l'oiícia\:a, etc. En la dud:d nueva, en ese ie:{to 50ci;J Íl:g¡Slc a condición df~ (jl;¡C Sf_

sepa leer, ¿qué eS lo que ~,~ in~;cribe, qué es 10 que se pro­yect(, sobre el terreno? La man¡pulación de le cotidiano, su distrihucióll (trabajo, vid" privada, ocio), la organiza­ción controlada y minuciosa del. empleo dd tiempo~ C¡¡algniera qu~ sean sus ingresos y cualquiera que sea su pertenencia a taí capa (e;r¡?!eados, «cuellos blancos··>, pequeños y medio:> t¿cn~cGs, cl.ladrl)s ínfcí-iores y me­dios), el habita/lte de la cilldd nut'la recibe d c;;:atuto genr.~·alizadú d.: prolctari() Adclilás .. estas ci'Jd.!des nue­vas -Sarcelles, Moureux y tantas 0tras- no deian de recordar extmÍiamcnte a ¡as ciudaJc~ cünstiilid3s ':::1 b~ colonias y semicQjonias, bien cundriclJiadas y estrecha­mente v!6i!ada~~. Tiener: todada un caráct~r más sevtto, ya que carecen d·; bases y de Jugares de ph'cer. ¡La c<Jlo­nización de In metrópoli clir--úr.a ¡as teIltacion~s!

Esta5 considemciol1tS, y muchas otras que eXiy,ndre. mos más adelante, nos pcrmi,en enunciar algunas COll­.:hJs:ones:

1: Lns modificaciortcs di: la ljr~ct,ca ~oc:uI, -::n Frar:-

L:! vida cotidianOi en el mundo mO.;Jcrno

cia y en lüs otrDs países neocapilalis¡as, 11,; eliminan la n"ci6n de cotidia.'1idad. No hJY glle escoger .:litre modO;::f­lOí;J"d y cotidianidad. El concepto de cotidiano se me:­¿ific:I, pero esta modificación lo confirma y lo rt;fuerza. Hay que abm,d(mar ulla parte de su contenido, panicu­¡atmente el contrn$te agudo cntre miseria y riqueza, en­tre lo ordinario y lo extraordin;itio. Hechas est:Js reser­V:JS, no sólo persiste el concepto, sino que pasa al primer ¡-,hno 9. Lo cotidifillo en el mundo moderno ha dejado ele ser «sujeto» (deo en subjetívid"d posible) pafa con­vertirse en (!.0hj~to» ! ohjeto de b orgaruzaci6n social). En .tynto q,ucf},j,¡/CI. d~ la reflexión.', lejos de des.~pare­;'(:1" t le que ilUbrl:1 :cnldo lugar y CCtstGO Si ~I n'!CI'",.:ílHtCnto

le\:oluci0naríc, LUDieS::- vcnr:ic10 l, ~e ha re;! lir .11ado, <:on-sc,l¡dado. ,

.... t. ...... ~,". • 1 ¡ •

~. .C"l1 estas .:ond!CIOr.!:S. 1:1~ CCll():Di1l3Cit;nCS nrüpües-tas no parecen admisibles. ¿Cém\) umset<,ar y j:¡nt;r en 1111 enunciado los rasgos (GEsid"r2dos ?:~?_:-J:ld.giLb.YrQ; :::nitlauJSLC.Q1Jsutll.o._dirigÍM, t:il es la defj[lic:6n q.!e :1quI proponemo~ pfirJ «nuestra>, so(i"dild. ~)c es U: m()lhj óc subrayan lalJto ei .:aráctcr lacioniJ Je c~i a s0ci:.:dHJ y los límites de tal racionalid"d (bllrocrática) com(} el oh jeto que orgafÚ7.a (el consumo ,,11 lugar de la producción) y el plano al que de&:a su esfuerzo par,,_ asentarse en él: Jo cotidiano. A esta definición, por tanto, le atribui¡r~'" un cGrácter científico_ Se formula con mayor rigor que las otras 10. !'·10 implic<i ¡oi lil\~r,\¡ura, ni una <<filosofía social» externa ~on relac~op. ,;í cOi\OCin¡lC11iG de: le. 3:ca­lidad social.

6. Así, pues, ¿ qué ha .;l1CCL1¡CO \ e11

entre 1950 y 1960)?

T' . _:._ l' ~ :.111\....1(\

Nos encontr.lInos ahora en sitllaclOn de aportar aigu­nas precisiones, dcjando de bdo lo que concierne al E,­tajo, a la adrai;!Ístracióo, a hs prohlem~s ptOpLl.lnente urbanos V lI1;lchos otros nlvdes. Ahandonando :::!mbién una cien'a C,JrürrcnsiÓr. I incolnpleta) del ínercadu y ele

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HC¡\[l Ldco'ire"j' La '!Id" cOfldlana ,~n d mundo lllOnén1O E~ .. «

las leyes del mercado, obtenida por Ll aCCiOn sobre los cOllsumidores. Estas cuestiones quedJll para los econo~ mistas, aunque rechazamos el ecoJ1omicisl!to con una er( tica l:ldical. .

a) Se acusa un contraste que llega hasta la contr~. dicción entre cí tiempo cíclico y el tiempo lineal (rflcio: nal), pero sobre todo entre lo:; procesos (sociales) aculm;: Iurivos y los procc:;os no acumulativos. La teoría de la ~cl1m\1jación, ya elaborada é/1 la obra de Marx, ha que­dado incompleta. El Capital --y obras anejas-- se basa únicmnente en la historia de Europa occidental y de In­gliitc:l'il. Descle ¡wce' un siglo han aparecido nuc']();' pro­blemas. El canicter awrr;uiat;vo no pertenece t:m sójo- al capital, :;;00 a los cUflocimicntGs, a las t,icnicas, y, eH

cierta medida, a la población (:lO sin tC;J¿e:nciü$ COt1t¡'i1:

ria~ que frenan :1 todos ios niveles (; que dctiellcn la ;¡cumuhcióll). I,,, memoria es e:l tipo de proceso a(\111111-IatiVG (y, en consccuéi1cia, el órgln() e~enrjal de i<!~ má­OUit!8:> oue mat-::rÍalizan y tecnificar. el 1)rocc~o cl)[;sidc­l~ad(j), Ahor~ bieG, lo cotidiano 110 tie~e e~te czrá\:(¡.;r ¡lcumuiaLÍvo. Ei 1150 social del cUerpo cambia en el curso de ¡os siglos; el conjunto de g;1sto~ se modifica; las cx-

.. oresiones físicas, en tanto que conjuntos significantes (ges­tos, muecas mímicas), se transforman; el cuerpo no sufre meiamorfosis. En cuanto a las necesidades fisiológicas y

: biológicas y a las capacidades correspondientes, reciben· , h im[lronta de los estilos, de las ci',ilizaciones, de las , cllituras. Las m"i1e¡:lS de satisf~cer (') frusnar) las nece

sidadc:; se modiÍic2.!1. En tanto que fisi()]óf,icas y hiológi. cas, hs c¿:encÍas y las :lctivid~c.le5 tienen nna cierta estr.­Gilidad que permite creer en una ,maturalt:éll íIUJ-¡Ú'¡¡,C¡ i"

~fl nD;¡ continuidad evolutiva, Lns emociones v senti­mientos cambian, pero no oC anlOrltonaíl; tami)oco el sueño. Uíl multlInillonilrio americano y Ull coolie dr. Hcng-Kung no 1icnen, en calui.Ías, exigencias diferentes; el confie, quizá, tei'.dría necesidades st;periores. Los io­gros físicos, ia capacidad erótica, 103 años de mJciuración y de er.'.:ejecimiC':f!to y le! fecunJ¡d9cl 11.ltlJrai occibn enlre límites rcl.l¡!V,1Illcnt2 estre(h~,s, El llllf1)~ro de obj,:tcs

ljue \,crd¡¡c!er;¡ll\cnte sc pueden ulib:at' ('11 la viJa cOli­di:mu no pucek crecer indefinidamente, En resumeo, ~ill !Joder e:;C3[,¡1[ (;f!tcramentc a las consecucncia, de J.¡

;lCllmulació~, 10 cotidiano !lO recibe de e1\o ~in(l un rc­[jejo. Evoluciona k'.landn sc transforma) seg\Í:1 ritlllos qlle no coincidcn con .::l tiempo de la acumubción y e;1

espacios que no ,c identifican con los C:¡ln¡,O:; dt~ los procesos acumulativos. Todo lo ellal permite creer en una éstrict~ continuidad de la C2sa, de la nlor.id¡~. de Ll ciudad, desde b (iVdad orient"l proto-hístó¡-icJ h~.'iUl nuestros dí:.;s., ,

JI.!1(Jla Si'::D, llilo, sdéicdad>piei'd~ toda c0héSi:)1' ~i ¡K:

re5t301é'C:': la uniri,·J' ¿Cómo Jo h¡¡ce la sociedad ;'¡ll"d::r· na»? Org:mÍzanc1o d (:ambío de la cntidi:m:cbr.l L" d~­p:'e.::(;¡cíón de jqS ohjeo.ús y de Jos «l11'X\05» se :;,c:1,;ra :::Cll

el pl()CeSO acuffi¡dativo. La usura nloral a\·~arl7.a (ada vez lTlás el," ¡:Jrisl, ganandr, en velccíd;:¡d :\ la US\il'~,,::¡[crial (lanto de las m;\quinas COf!10 (;C las nplicacior.c: lA:-ni'=J~ :¡ de :05 objeto') d~ uso). Esta socicd~H:-l I!cnd-:: !-:~cia lo d~::;lí:~lC;.~i(}n )1 ia ~uto-de;;¡l"¡jLCión, f.iendG la guc.'ra uquf y ali¿ la prdOl-,gaóón de la PI pOi otras l~dios!l. O biel! In cotid¡aT~.) se ve mantenido eo 12 PObl ~¿a, ') hien e:stLÍ avocado ;l la Jesnucción (btl1t.¡/ (, !lO, pero si;;mpre bajo presiones).

El conflicto entre io acnmulativo \' 10 no-acu:;:1ll1ativo Sé r~suelve de esta rr.aucta por J¡¡ ;ubordil1aó5n met6-Jica &: lo nO-;1CUlllulativo, ¡J:Jr su deSLl'llccióD c,.rJc:¡¡aoa: pOl" I"d1a racioilalidnd que Hega hast:l el absurdo, r':-f:lG que ¡;<! distiilgue ~n la 1rlallipui~ir!Ón dt.:: ías cOS~:S y d~: L1S r,(:t­sonas

b) Si c(\nsideram0~~ f'¡ r/1t?1 /Jo .~(Jn1án!íl'ú ~2\\Jb~11 (::.s decir, h-l, socieda(l ~;..ntera CGJ-¡;O ~an¡po de 5igflÍ{jca¡:-:ion...:s~ con lugares (Eversos, con ,entms V i1Údco:; disc:minüdüs), COGstGt.;!UOS transformacio'les apreci.1b!eo. l)ur:jr,~<:: largos periodss histórico;, Jos sílllhola,\ b';11 dOIr:inJ'10 este C8Il1pO (símbolos que proveDino de b natur'llcn. 1)('[0 do, tadGs de un:? potencia sc,cini c,Jllsidetabic). Ya :il prin­c:pio de nuestra civilización, con L ímportJD~i~i crecíemé' de la escritura y particularmente despué~ de la inven

H:'O;'l Lcfdlvrc, G

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82 :~.~

!l(nrí Lefebvre L;1 ViJ;l COtldiar:a ,-"n d mu(,do :nodcrno ," o,

Clón de la 11111)['(:0::1, tuJo el Clmpo ~.ctnántico Sé Jesliza desde el símbolo hacia el signo, [ll el período cOllside­rádo, otro ·Jes¡iz~miento ~e esboza o m?s bien se con­firma: dd signo hacía la se'¡a!' A pesar de figurar en el campo sem:-íntico (global) JUDto con los óímbolos y los signos, la ~eñal difiere de ::lbs, No tiene etro ~igllificacb que ei orden estipulado y puede compar,lrse a íos Signos sin significllJo (tales como las ielr¡¡s) que entran en uni­dades ~tticula(h::: (ía,~ páiabf<ls o 1I10nem:1s), La señal manda, orden::! ccmportamiciltos y los regulariza, Se com­pone de opmic,ones ciefinicJas t:¡n sólo por su opo~;íción (d raje y el vc:rde). Sin embargo, las señales se ugrupan en cócligos (el de la ci rculacióp-, ejemplo sencillo y dé­m~$iado conoCldc) y constituyen ::i,í red~s de presión.

El dcsli'l.amié'!1t" ud campo h;,ci" la señal implica d predominio de la,: presiones :;obre los sentidos, JLgc.n,,~ raliz3ción de los COlididonamit::ntos ':n la vida cotidiana, la r,::duccié:nd"lo cCltidbno :1 una so]aclim-::nsión(ln composjci01~ de 1m dementos recortado~;), sell~ra¡¡do b, ouas dimeü~:jones dd lenguaje y del sentido, ;o~ símbo­los, las oposicíOlitS signiíic2l¡va~, La ,eilal y el sistem¡\ de seüales pf0;Joróc;r,a un modelo cómodo para ma;úpu­lar a las personas y a las conciencias, lo que no exduye otros medios más sutiíes, Ahora imagine usted un «hom­bre nuevo» que fur.cione con la memoria, Suponga que t:;te hombre regiStra dd «0tro» tal hecho, tal gestO, tal l'".Llbra, de Una v~7. por t<)da~, a la manera de un? spñal, J ffillgine J continuación b b:rm,ma humanidad que de ello ,esL¡JtJ.

lo) L¡ desvÍwión de L ,~n':rgía cre".:.!ora de obras ha­ci;J l:~ c~pt~cláClllc)} hi.1cL.l 1:.. "\·l;¡l .. l1iZ;¡LÍón espectacüí.:if del rmm(!o (cine>, relevi;;i6n), tieúe ws implicacio!1f~s. El «es­pccLÍcu!o del ;nu!1dc>~ se \'udvt: consumo dd espectácu, 10 y c:;llEctáculc del comuma, lo que 110S da un buell cjempb de tornil;uetc; un plconasmo de eote tipo con­si(kradc) Dor los racionaijgras de la organización como un equilibrio (Ieed-bac!:.) satisfactorio. Esta des'.'irlción lleva c<msigo ti»" conciencia bastante rica .:-k la impo­tencia cre;,rk,ra, dtl cadLter decepcionante de un con-

SLlJih) dC\'Oi'iI\Jl.l[· dl: la,,; obr.:ls )' ~o.) l:SlilL)~ p,-¡~ados. Esto Cnn(hh~e i:\ l.:C~ ;ntl..:I1!0 de (on;pc¡I~,\[:ióJl iJcr)L)gi~.-'a) íliDtu

con el lClna .!C 1.1 <.:partlClpaci(1)·,~ clTlerge el de Ll .:<crcatÍ" "ídad». Las nntI;.{uí1S (~-:rlcz(ls) ';.tl1iJas a con tenidos (;lp~~­¡entes ü rc:ah:s);' desaparecen. LiS fnrmas ptivutbs de r:ni"Her1Ído:,: afirn::,das en UiIlto que forol;E <.<l-'Uf(]S,), car­g~~da~3 po!' t~st¡i l'3Zl111 de una fu"nciól1 e~,rrUC~~!r0.nte) dc­c:epcionan, De aquí nace la i I1lprcsit)11 de un:! pérdida de ,\IIs/alida, 1 mpresión drarn,itica, m<Í:; acuciante que el

, ' J' I'j' '1 M ~<oese!1carltalnlcnt'\>;' antl; .. i r::';:e"!t:n2 IC ad~ (Jc t,i qlJe _ ax

'~qebcr ((lUe '.:rcÍí:! todavi" C!1 j~ su::;tanciaI¡(Lld de lo ra­cíona~) inler,l~ó cyn~rrlli, 'ún¡',,!.e0.,i:l, ¿.oc. (k\,,(!-:~ piOcC'dÍJ esta i!nprC:SIGn de sttstaJ1{tal:da:.l en la iu::-tol'u¡ ~) t'!1 1:, nrel-1Ísrori;.¡; es decir. en 18.5 ·~i1o(,ss que h:'!i DrecediJo ~ h moder"idad? X r)e LA m t;¡;a!t:7;¡) ¿ De ¡.. e·,c'is~Z de muchos objetos y del valor lJ'W se les Ol'':¡lg:11,ú ~De le trágico, de J.. muerte? ¿D<: b supervivel1c!i1 de con1uni­d~dcs? ¿ I:c los eSl ¡¡os, de la ética () dci al t.: CéJ!l1U me­diación susrancial entre L1S forrnas? L.~l pl'r:~lil1t~ c¡uedJ. plante¡lda,

d) b, la vid;; sociaí, ¡1i1~eS de la slCgu'lda Guerra Mundial, JI menos en Francia y en Ellrop;l, $e (on:;e,"­"aban supervivencÍ;¡s de la éintiguJ sociedád, iJa prodnc­~:':, >,~~,":::-:) "'chvh "'1,10'11+ liquidado e integrado los restos de la producción artesanal y campcsÍí1a, Todavía ex:sdal1 13s aldeas y el campo radcab;; la ciucl"d, en el in­terior miSil 10 de los países industrializa,b:; 'Numerosas prolongRciunes Lid prerapitalislIlo no habbl! sido tod,,-­vía reiegad¡¡:; al folklore (ni revividas con ..::ste nomill'e p:ml el COilSlllTlO turísticc), A ios objetos J,:, [abriGKiÓll ~~di..!::.:~:-~~l se s~p~rpO!!f9n ohjeu','_; gr~es~n81es y rl!r~,les Simbólicn:-l1(:l1Lc. ee tos obj';rc,s portaba.1 '.'"loréS ya ca­duco, y pur orla parte ce'ntradicrorios: \lnf)~ represcnt'!­han 13 escasez y lo precioso q1Je se origma Je lo r:llL<

(joyas, pmcel~nas, etc,), otros representaban la feclln­dldad, la prr;[usión, 13 :\bundanci" para lo:, p~!vileg!"d(,s en el seno de la penuria, i'\.si, entre los i1luebks, éntre el amplio arm¡,ri,), la cama dc warrnnonio, ei f<l';}ll e:::p<::ja, el leloj de: ¿ared, circulaba!1 reCll(;rc!os CJ,i llJ:¡o[ógicos,

¡¡j¡ WiLó\" IIQI¡ "1iIIOk

""""",~~',,;b.

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84 Herrri

lltilizados por la :1ristocracia y por la burgllesía (grande¡, o pequeña) para «exprcsarse;>. Lo mismo sucedía con los. monumentos, Durante el periodo considerado, el C¡¡pi-: talismo otg'lI1izador del consumo ha puesro fin a esta' superposición de estratos de objetos diferentemente fe-o chados. Los bienes de consumo llamados d"raJeros han sido adoptados por d merC!J0 capitalista, DichD dc otro modo, la economía mercantil bajo el im;mlso del neo­capitalismo ha inv~dído lo que se lh.m:1 a veces la «cul­tura ma~erÍal», e!imÍn¡mdo Jas supr.rvivcncias y la super­posición de esmüos de ob¡C'to~~ asiemLleé' ,; jistiiltas épocas~ Excepción .1pillcllte: los obietos '.k arte y d~ estilo, antiguos o de é¡:Clc% rc:cien~es. La ':XU.PCiÓll no es sino aparente. Estos ebjetos, que llev;!\1 la marca de la obra, son destinado3 a la <,élite>~; un me¡-C<l00 e~;pecial y una rama específicu de la !Jwducción (la C0pia, la si­mulación del original) se ocupan de ¡:sta demanJa 12.

7. Tercer periodo. D~sdc 1 %0.

Ya no sólo tenemos ante no~olros la división y la com­posición de 10 cotidiano, sino incluso su programación. La sociedad burocrática d:: ::=::=~:~.::: ,1:~>;]~ . c.~"ura de sus capacidades, orgullosa dé sus victori;'~, s~ aproxima a su meta. Su firdidad, hasta ~hora semi-collscienle, semi inconscicnte, se hace clara: la cibemetización de la so­ciedad a través de lo cotidiano 1'.

La vida cotidiana St~ orga:1i;óa como re~ll!t¡ld\) de una acción co¡,certada, semi· planificada (en Frflllria). Cada VL~ LUÚ rüc:yor ct¡rid(ld y [i:J/or '.rigorJ ias ü:tÍ\.1idadcs lbmadas ~uperiores (formas, modelos, collocimieutos apli. cados) no sóio se sittian en rd"ción COll lo cotidiano, sino qUé lo tienen por ohjeto. Se convierte en el piano sQbre el <-{Ut se proyect9.n los deste!los y las s'Jmbras, lo vacío y le pleno, l~s fuerzr.s y debilidadt:s de esta socie· dad. Fuerz¡:s políticas y forr:::.as sociales convcrgei1 en esta orientación: consolidar lo cotidiano, e~tructurarlo, fiJncionali:uulo. tos otws niveles de b social (excepto

La vida cotidiana en el Inundo moclerno g'j

I

I :f~

Ü I I ti el Estado que funciona muy ¡l1Tiba cn la estratosfera ~o- I~.··.'I ciológíca) ~óh exí~tCll en función de b col idianidad. . i La importancia el" las estructuras y su illlC'rés se miden . ; según esta :8pacidad de «es~ructurar». la ;-rija cotidiana. ti

No hay drama ,JjJc,renle. l:::stalfloS sltuadus en el cool. i: Se desJramati;;a o~tcns¡bh:Illeme. Ya no !Ji;)' ,!r;ur.a; 50- '11 . . '1 lamente cosas, certezas, «\,,,1orc5», "papeles'" satlsfac-:.¡ ciones, ,:<job::;», empleos, ,;iluacioflcs y [llI~ciol1es. Sin ~I crilbargo, fuerz8; co!os;{l\?~; e i!Tisorias se ¡¡ha ten s\íbrc 1: lo col¡di~nG. s, ap.ocleran <1, el para nettilic!rlo y ahn-, .¡ gario; l() persigucn ha,ta ,'1 ;;1 pa,1 ida, J.¡ luptura, el ; i suefío, io imap,!fluio, la eVa,ll1l'. ,1

1 - ~"r \,c" 1 "." "'" --" . -. - ,. l. - . _ \ji JO 11U~, u, ll,-"oe l~L~ v,;~\II,"" ,Inos, e, <j',,- as conse ~:. • "' - •. ~ . I • ~ ; i

cnenClfl.S de 1 ..... indllstnaltz,lCiC:',:C!\ una socled,~.:l, d~)mlíia(LI i\'i: por. las relaclol1cS de prcducuon y de .prc,pF:I .. 12C1 capJta- ~I, 1 . , • (. 1 1 ~ ~ l' ¡I, '1 dstas (Bigo InC:111!.lCJ( 3S, pere CU¡¡SLrVa(.JS I:r~ .!~) CS~n(!al:. \"';11'.

. 'j' . J ' 1 I!;I -;;;e apro:nrni1n a .;r¡ inets: l1n~! cott( J,tl1ttlad ptografllal B. ª;)~ , 1 1 r· T '. el d ;,1,111 en un m,¡rro t,rtHUlO a(,ap~~Lo :1 este ¡lII. ,~: CI\! a tr;;- ¡ti!!! ~

diclOnal ,::stall,] y pOl utr.l ¡,.irte' la urb:1f~;z"li6n se n~- I'tll~ ~ .. , .' 11" tiende. Lo n;al permite hoy una cmpr'C~::; semeJanre. ! '1

' •• >' 1 • 1. 1,\ La C1bernetlzaclon Je la sOCiedau ~c>rre el. fIl-.egO de: lI~varse i~~ I a CJ~):l rOl' este ~~mlf1~:. mar¡lpubcIO" de! .lerr.i:ono, itll I creaClon de vastos d:SPOSltI'iOS eflCacc5, n~conSl1tllclon de !¡~m un" vida urbana según Ull modelo ddeCl~:1Jo (centros :dl~ de de('j~;ión, Circulación., e illfc'rmacÍón al. ~crviC. jo del¡l\ 1, ~I

Doder\ ""11 . Dé I~st:l hn,-,:t, la ,ks,OI!lPl¡,icicín, tc,bvÍ;, visibk en Irl¡'11 i l . 1 • 11 r...:·· 1 . , . . 1 as cn.l(!ad~-) ,;lUCV8~;, e~a a :.,u ~ 111, ve tlL'lc1e lGCLl la re- , '. 1\ ! cons:irución práctica de 1lI1<1 cspc~¡e ~lc lJnid3cl. Esta [el!- VIII!' .I. ... _~ ...... 11.-~,~ ~¡:.",_I." .... , , .. " .. "",<.~~ .. LI . __ .. 1.1.>~.. ,.11 "-t'_11 .... 1c1 ,)L U"~l.l.la \J .. !I ... .ldl.J.j'-.~,'- '~\.IIU(dll,-::l.LlVh • .L....;' jJ ... V\)I .... IJ.n ti!!! de b síntesis '.lldve al primer plano. Se bwca élj «hOln- ,í 1\, bre de síntesis». Eav much,);; ;:;lndid"loS: fil&ofc>s, f'eo- :¡: ¡ij nomi?~" soci.ólogos: ;HquitccI()o, lI¡-!J;ll:ist¡:¡s, d~:m?grafos, 1\. ~¡ tcc¡¡o~r:!¡;¡s dIversos y COi] dlver,:os tJ tillos. Lasl todos . se orieman sin !'eCOi1Dccr!O ha('lJ un" ,<mbotización» de 11 1" que elbs mismos scru:¡ los [lrogramadllres porque se I ejecutaría a partir ,-le su Tl;c;delo síntctiw. Los más inlC-ligentt:s, pret~!lClen la rnli~:lCi01l (,espo,ndneJ" í ::s dcci r, 11~ dcmocr3ucu y no ;¡ul\Jlltaua d,:] mOdelG ". \ ~

I~ ¡ , .~-------.-------... ,,,,,,-*,-_._. 111 --, n T l' . '·ill -· - ..... ,.,,., .. ,,-'! .. ..

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86 Henri Ldeb'lre

N:¡f.stro~ análisis S~ unen (st:ría más exacto decir s-:: aproximaÍ1 parciaimentc) a los d,~ los sodólogm crílicos de la sociedad americana. Sin embargo, san dife,cntt~·;. Los sociólogos aOl<::ricanos han iluminado varic-,s puntos impor­t:mtes: no han ebborado los conceptos claves, lo~ de cotidi~nidad o modernidad, los de la urbanizaciólI y el urbanismo. Han dejado la última palabra a Jos economis­tas, faltos de una crítiGI global de la sociedad, de las ideología~ y del ewncmicisIllO (teoría del crecimiento). Aquí no oponemos. COi1n Riesman, LiD «hombre extra­delerminadql> (oiher directt:d) a ill1 ,~hQmbre intraJe­terminado» (i.'1tler directed). Mostr8n10& más Lien un hombre determinado e incluso prefabric,~r{o desde fuera (por co¡¡ .. dones, estereotipos, fun-cÍ'o';;e;'-mlJdelos, ideolo-­gías, cte.), pero que se cree todavía y cad" vez má$ autó· nomo, utilL:ando 51J propia conciencia CS¡:>Oll;:~-ínca inclu.so en ia robotización. Pero lJHcntamos ia/nbién mostrar el fracaso de estas teJ\denci~s: los «irrectuctibies\:., las con­tradiccÍC'nes que nact:J1 () ;:cnacen; aunque ahogadas, dcs­viadas, mal dirigidas. ¿Logran la~ presiones y represiones terroristas reforzar b auto,represión personalizada hasw el punto de taponar toda posibilidad? En contra de Mar­cuse, nuSUÜll~ I-'cbi~¡;Ii'''S ti~' ,::i,;>:ar 10 contrario 15.

La sociología crítica americ~na, a pesar del peso colo­~al dI'! la «invesrigac;óm, (entre comillas) conformista que trabaja baja la demanda ele la industri". ha puesto de rnal!ifieslo "ario:; problemas importantes, entre otros el de b !lInáói¡pciv.l de la empl'p.sa. Ahora sabemos, por los estudios publicados yue completan la expclienc!8 prác-

" 1 tlCG, que la gCctll t:fÜpresa <.:nlOGerna» no se cC'ntentn con ser 'lna ¡¡!lidad económica (o una cOl1centraciÓll de uni­dades) ni CG,' hacer pr~siól! sobre la polídca, si!10 que tiende a invadir la práctica social. Propone a la ,;ocicd,¡d I~U racion:!lic1.Jd como modelo de organización v de 2CS-11" SIl . d" l' ," 1 ~t1on. " up anta a 9 C1\1 flU y qUlcle 8caparar c papel ce ¡ésta; h «sociedad» (~mplcs¡i (l compañía se atribuye I funciones que pertenecLm a la ciudad y que deberían ma­: f,ana pertenecer a 1.1 sociedad urbana: ,,!oj~mien~o) cJu­: cación, promoción, \.'\:jo~) ,te. De este 1110d0 llega a ~lcjar

La vida cotiJiana en el inundo n-loJér'liO 87

<1 lo~ que salen de ella ell f¡;,hitaciones jerilrquizadas, .pre­sionando (y alienando) hasta ia vida privada. El cnntrd adquiere a '/eces formas increíbles: nada k tscapa. A su manera, la empresa unifica la vida social. la subordina a sus exigencias totalitarias y tiende hacia la «síntesis}'.

La cibernetización !Ja;'eda operarse pm- medio de h policía (Orwell) o de Id IHií'ücracia. Ahora bien, el. 3con­dicionamiento general sc opera a través de la ol~~1I1ización de lo cotidi'ano, y en (()!1Sccuencia se rea1i::a acondicio­nando a ias n\ujeres, ;] la ,<feminidad,>. Sin f;!llbargo, L, Aeminidad,> sig..n¡f¡ca. tan,hién rebelión, ¡·C'Í\·il1dicación. No temamos\ repetir "'J¡lC el «robot» '.' .-;1 C(¡Dlputador

, . .i 1 J. t'. ~. .

son dlsposwvos Ué prO(1UCCI~)n, Parf! ev!!a¡ esta nU-¡ización que supone un~l plariíficación r~cú)nal a escalí1 global Se Grgarl'iz¡; el Cün,'iilmO según el mndeIo de pro­dllcción. Pero el deseo figura entre íos irreductibles. No se consigllc tratar al cOllsl!midor (aún mellOS ¡¡ ia consu­midora) ~s~gún 1111 ll10dclu ',:ibemético F,¡ «roÍloo> , has,~ urJa nueva orden, n0 ~uefía, no come, !le bcb<:. Sólo su memoria c:!recc de !<1gUF3~. Por lo tanro, ne, se Gpera sobre d o:onsumidor, sii'!u sobre la inÍorn~ac.i6n dd con­sumidor, lo que c¡uizá limitará la racionalidad ciberné, tica y la programación de io cotidiano.

Acabamos de añadir ¡! nuestra «problem;¡;.:,,,. "" l.'"

blema escabroso, flor especialmente venenOS,1 de un bo­nito ramo. ¿ La organización de la cotidí:EiicLld (wn su úbrillo>;.. y su revestÍnliento ];,ljOSO. el «jnod(::r!1!SF!~.)}>), no será el ca:nino francts h.lcia L~ an1Ci'JC3Dj7aci6n? 'l'rupt.> :;aillOS de nueve, con lc)s problemas pLmteall'js ,,¡¡terior­mente. ¿Nos dirigimo,; ]n,i,¡ una IJomngeneid.,c1 !11lli'­

dúil au~ engendrara .~) rl'vcL!~ Ú •. ;(1 ~i~te¡-úJ l~C!¡l~l.~ },- ,ih:::\ ,. luto?' ¿O bien 10 '3 ,1ifer~Fci~s y resisten,-i"" se acentu;'l r<i!1 hasta la desestnKItlr,'ción de c~;ta cstl'l1ctura? ¿Puede: pens8tse que la sociedad ccn!1ómi,amcíllc superior pro­porcion~ltá necesariarr,emc un mOc1eio (una ideolQgía )' una ptáctica) a las que llevan un retraso rdativo? ¿ Pe sará hasta tal punto el crecimiento sobr:: el desarroíio' que llegue a 1!1tegrarlo? ¿ L8 técnica v ia idcoiogía de la rccnicidad, el crecimienro y Ll iJeo1ogí'l jlroc1uctivisu1,

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88 Hcmi Lefebvre

vencerán en Europa y en Francía? ¿ Bajo el disfraz po­lítico de una estrategia anti-americana, utilizando a un grupo social aberrante al principio, pero que busca el poder (los tecnócratas), Francia camina hacia la america­nización? Planteamos estas preguntas y suspendemos por ahora las respuestas,

Capítulo 2 La sociedad burocr<1lÍl,¡ de consumo dirigido

1, Cohesiones y contradicciones

Volvamos ahora sobre algunos de los r3sgos que ca­racterizan esta sociedad y forman parte de la definición, no tanto por agorar los temas como para mostrar la co­herencia de la teoría. Si algunos ideólogos le hacen el honor de rebatida, dirigirán el ataque contra la «cien­tificidad»oe la definición, tri1tanc!o ele mostrar que no tiene sino un valor subjetivo o un alcance polémico. Ahora bien, en nuest.ra opinión, el car8cter polémico no impide para nada la «cientificidach, Al contré\rio. El co­nocimiento se nutre de ironía V de contestación, Las CO\1-

tiendas teólicas impiden su ;nquilos3miento. T:m vieja COmo la reflexión filosófica y la investigación científica, e~ta disc\lsión se prolongará ill1l1 por mucho tÍt:mpo. El1 nuestra opillión, insistimos, una cienci,j «plua», pruden­temente distanciach re~pel:to a la acción, deja de ser una ciencia verdadera, incluso si es exacta, La epistemología «pura» y la formalización ¡-igurosa suponen una posición de repliegue estratégico ante el asalto de los problemas reales. Es te ¡-epliegue enc\) bre otra cosa: un «operado­nisll1o» que distribuya a su maneta [os problemas y la.

[39

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~Q(t#"

~lO Henri Lefcbvre

búsqueeb de las soluciones, según perspectivas e intere­ses que evita formular p:ua evitar protestas y contesta­ciones, Distanciarse para aprehender y apreciar no es lo mismo glle replegarse sobre la formalización del saber, Este segulldo p:.1S0 caricatut'i7ü el primero. De [mena g:1I1a ~líl[¡dirí:lI1llJs ~1 ueras una fórmula perentoria: «¡El cient i ficis1l1o cona,l h ciellci~11 ¡El raciol1fllismo contra la Iflzón l ¡El rigmisl1lo contl" el rigor l iF1 estructuralis-1110 contrfl la est\'\lcturél! », ctc, ¿No será 1fl negación crítica el cfl111ino h,1Cia unfl verdaJera positividad? Sólo hay Uflfl (0)"111:.1 de eludir la definici6n propuesta, y es neg,lndose a denomil'l\r la sociedad en su conjunto y I

a considerarla globalmente, reduciendo el conocimiento a un,l recopil8ción de hechos sin conceptos ni tenría,

H"ce un si,,;lo Jv18rx publicnba la primera parte de El Clpiliil Esta obra contenta a la vez una exposición cien· tífica de la l"C'8lilbc\ social v proposiciones concernientes ,] bs posibilicbdes de la sociedad ciada, Ello impli­caba:

(1) una tot<llú!ad aprehensible pOl" la razón (dialécti-ca), dOLlCh! de el i sposi 1 ¡ vos au torregulndores es1'on tríneos, pero lirnit?,cl,'s (el cnpitalis!lJO de libre competencia C011

la kllJencia c\ h formación de la lasa de beneficio medi'l), incapé\z por 10 tmlto ele estahilizarse, de escapar a la his­tmi" \' al devenir;

()). Ull sujeto detccrminadu: la sociedad dominada v administrada por una clase, la burguesía (una, a pesar de hs fracciones y luchas fracciol1ales por el poder), que Jeten ta los medic's de producción:

e) una forma 8prehensible por el conocimiento, In forma de mercancía (valor de CDl11bio), dotada de una c"pacicbd d,,:, extensiói\''ílimitac1a, constitutiva de un «mun­do», vinculada a un" lógica, a un lenguaje, pero igunl­mente insl'parabll' de un c07llcnido, l'l trabajo social (dia­lécticamente determinado: cualitativo y cuantitativo, indi­\'idual y social, parcelario y global, simple y complejo, particularizado 0, m::jor dicho, dividido y sometido a pcrecuaciones que constituyen medios sociales), De [arma q\le a través del (t'ahajo social se cJibuja la posihilidall

La vida cotidiana en el mundo !1luderno 91

de dominar el <'mundo» de la mercancía y limitar su expansión ciegil;

el) una t'stmct1ll'il social mediadora entre la base (or­g:ll1iZaclÓn y di visión del trabojo) y las supere structUl'ilS

(i llsti IUclones e ideologías, {unciones y sistemas de «v,l1o­res», pero también obras de arte y de pensamiento), a través ele relaciones estructllradas-esrructurantes de pro­ducción y de propieclnd; siendo entonces la principal ideología el indú,¡r"iudlismo (que disimula y justifica el funcbmcnto de esta sociedad);

e) un IOIí',liaje coherente, que comprende en su uni­dad b vida pr<1ctica, la cienci:l, la Revolución (dicho de otro modo: el mlltldo de la mercancía, el conocimiento científico de este mundo, la acción destinada fl someterlo y transformarlo), lenguaje !Jetbbdo y formalizado en El ('¿¡¡'it(/I. Y esto en relación :l unos referentes determina­dos (la raz6n di"lécticR, el tiempo histórico, el espacio social, el sentiJo común, ele.). Tal posición implica una unidad entre el snbio y el revolucionario, entre el cono­cirnienw y la acción, entre la teoría y la práctica; n unas L'ontrildicciolleI específicas en el interior de la to(~did<1d cOl15iderada (espe~ji11n~cnte entre el carácter social ele! tr;lb:ljo producti 1'0 y las rebciones de propie­dad «privilda»);

g) llnas posibilidades de crecímicl1to cuantitativo y de desarrollo cualitativo de 1<1 sociedad,

¿Qué subsiste un siglo más tarde de esta magistr:.rl elaboración? Es éstél una cuestión «capita!», si puede decirse así, y todavía sin resolver. ¿Es suficiente con afirmar que lrt obra de Marx es necesaria, pero insufi­ciente pmil comprender la segunda mitad del siglo xx) No, Sil] embargo, nos contentaremos aquí con esta afir­ll1~ción, indic::\I;~¡o los límites de las lagunas que es nece­sario llenar. (El sujeto? Lo estamos buscando. El sujeto creador (colectivo, productivo) se esfuma, ¿Quién es el sujeto orgnl1izador? ¿El jefe político? ¿El ejército? ¿La burocracia y el Estado? ¿La empresa? El «sujeto», pul­verizado pN tod~s partes, deshilachado, ya no puede ser ('onsiclcnldn corno masa cimentadora del conjunto, Pero

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92 Hcnri Leicbvre

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¿es que hay acaso conjunto, totalidad) Si la totalidad se esfuma, no es solamente en y para la conciencia de los individuos, como afirma la escuela de Lukács. No es solamente el carácter global de las relaciones y soportes sociales lo que se esfuma. Lo «total» aprehendido y de­finido hace justamente un siglo por Marx se ha pulve­rizado ,1 falta de una revolución que: hubiese mantenido y promovido una totalidad «humana». No percibimos, tanto a escala de cida país como a e~xala mundial, rn8s que fragmentos: fragmentos de cul tura, fragmentos ele ciencias pilfcelarias, sistemas o «subsistemas» fragmenta­rios. ¿Y cómo definir las posibilidades sino por medio de prospecciones hacia el futuro que representan una estrategia? La clase obrera y su papel parecell bmrJ!:se !

y, sin embargo, siguen ~iendo el último recurso. Las ins­tituciones y funciones con su finalidad, los sistemas de valores que los refuerzan y justifican, no pueden ser con­siderados como «sujetos», sino como un abuso de len­guaje. No podemos evitar la impresión de que el Estado tiene por finalidad su propio funcionamiento, mucho más que el funcionamiento racional de una sociedad de la que el hombre de Estado sería servidor responsable y ante la que se retiraría. Los sistemas parciales de valores tien­den hacia sistemas de comunicación. ¿ Qllé tienen que comunicar? Sus propios principios de funcionamiento, su forma sin contenido. Se supone que los «sistemas de valores» que conservan una sustancia aparente prohíben lo que encubren. ASÍ, toda burocracia de Est8do tiene por ideal moral la honradez, sobre todo la más corrup­tora y la más corrompida. La misma noción de «sistema de valores» es sospechosa, y Nietzsche nos ha legado su desconfiam:a, precisamente en tanto que teórico de los «valores~). No se trata solamente de ideología, sino de la puesta en funcionamiento de \ll1a serie de sustitucio­nes. La «estructura latente» está constituida por un en­cadenamiento de coartadas tan numerosas como las fun· ciones y las instituciones. La tecnicidad sirve de coartada a la tecnocracia, y la racionalidad a Jos funcion<1mientos que giwn sobre ~i mismos (pleonasmo.) sociales). El «sis·

tema», si es que (~xistc alguno, se oculta, bajo los <,suu­sistemas»: t:S el sistema de las coartadas mutuas y múlti­ples. La llJturaleza proporciona una coartada a los que quieren huir de las contradicciones o disimularlas. La c\lltura ck la élile eS ti COJrtJd~ de h cultur:\ ele 111:1:;:1::;,

V así ~llCe~t\:,\lncllte. . ¿ Puede concebirse un ~l1lálisis de esl a sllcicJad ICglÍ1?

sus propias c<llegorías) Ciert'lmel1te. Se :11lalizaría enton­ces lo fUllcional (instituciones), lo eTtl"llctural (grupos, estrategias), lo forlllal (redes y ramific,Kiones, c<1nalcs de información, filtros, etc. l. La sociedad quedaría desmon­tnda como un objeto t¿cnico, como un automóvil: motor, chasis, accesorios diversos y aparatos. Hemos rechazado, rechazamos este procedimiento. No se reduce U11a socie­dad a piezas sueltas sin perder algo: el «codo», lo que queda de él o lo que permi te a dicha sociedad funcionar corno un tocio sin caer hecha pedazos. Según sus propias categorías, es ta socíeJHd 110 es ya una sociedad, lo cual tal vez permite descubrir un malestar, pero sólo permite conocerlo si nos referimos a un paso ulterior, a otro análisis. El problema, tanto para la sociedad como para unos elementos sociales tan imporlantes como la Ciudad, consiste en evitar las metamorfosis organicistas sin perder de vista el conjunto y, lo que es más, sin olvidar las dis­torsiones, lagunas, fisuras y ~lgujews.

La tesis aquí sostenida es que no se debe comprender esta sociedad según sus propias representaciones, porque sus categorías tienen también una finalidad. Figuran entre las piezas de ull juego estratégico. No entrañan nada gratuito ni desinteresado, y tienen una doble utilidad: en la práctica y en la ideología. tlace un siglo dominaba el individualismo. Este proporcionaba a los filósofos y a los sabios (historiadores, economistas, etc.) unas catego­rías, unas representaciones. Para alcanzar la realidad, es decir, también las posibilidades, era preciso correr este velo. Hoy, las ideologías han cambiado; se llaman: funcionalismo, formalismo, esttucturalismo, operativismo, cientificismo. Se presentan como 110 ideológicas, fundién­dose más sutilmente que antes con lo imaginario. Enwas-

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carnn d hecho fUl1dumental, es decir, el fundamento de hecho: todo incide, toJo gravita sobre la cmidiallidad, que descubre el «todo» en cuestión (es decir, su nná. lisis crítico muestra el <i todo», poniéndolo en cuestión).

La problemática, ya formulada con anteriori(lJd, es, pues, In siguiente: .

ti) ¿Es posible definir h cC1lidianidnd? ¿l'uedc ser definida a panir de ella la sociedad contemporánea (la lvlodernidad), de forma que el estudio no se redll7.ca a un punto de vista itónico, a la determinación ele una fracción o nivel p:ncial, sino que permita aprehender lo esencid y global?

b) ¿Se alcanza por esta vía una teoría coherente (no contradictoria) de las contradicciones y conflictos en la «realidad» social? ¿ Se consigue una concepción de lo real y de lo posible?

A estas interrogantes, formuladas de la forma más cien· tífica posible, responderemos condensando nuestras afir· maciones. Lo cotidiano no es un espacio-tiempo aban. donado; ya no es el campo dejado a la libertad y a la razón o a la iniciativa individuales; ya no es el ámbito de la condición humana en que se enfrentan su miseri,l y su grandeza; ya no es solamente un sector colonizado, explotado racionalmente, de la vida social, porque ya no es un «sector» y la explotación racional ha inventado for­mas más sutiles que f1IHaño. Lo cotidiano se convierte en un objeto al que dedican grandes cuidados: campo de la organización, espacio-tiempo de la al1torregulación voluntaria y planificada. Bien organizado, tiende a COns­tituir un sistema con cierre propio (producción-consumo. producción). Se intenta prever, l110lcleándolas, las nece­sidades; se acorrala el deseo. Lo que habría de reempla- I

zar las autorregulaciones, espontáneas y ciegas, del periodo competitivo, La cotidianidad se convertiría así en breve. plazo en el sistema único, el sistema perfecto, velado por los demás sistemas qu'e buscan el pensamiento sistema ti· zador y la acción estructurante. En este sentido, la coti. dianidad sería el principal producto de la sociedad que se dice organizada, o de consumo dirigido, as! como de

La vid~ cotidiana en el mundo moderno 9)

su escenario: la Modernidad. Si el SiStC1l18 no llega 8

cerraí·se, no es por falta de voluntad ni de inteligencia estratégica, es porque «algo» irreductible se opone a ello. ¿Será en esta realidad (y bajo la misma realidad) el De­seo? ¿Será, tn¡ís alb y bajo esta l'ealid:td, la Razón (dia· léctica), o la Ciudad, lo urbarlO? Para ¡'omper el círculo vicioso e infernal, para impedir el cierre, es neces¡nio nada menos que la conquista de h cotidianidad por una serie de acciones -·embestidas, asaltos, transforma­ciones- a realizar también según una estrategia. Sólo el resultado dirá si nosotros (los que quieran) encontra­remos así la unidad entre d lenguaje y la vida real, entre la acción que cambia la vida y el conocimiento.

Esta tesis coherente, lógica, se ab¡;e al mismo tiempo subre unJ acción práctica. Sin embargu, en su comienzo, Supone un acto o más bien 1111 pensamiento·ncto. Para concebir lo cotidiano, para tomar en consideración la t~oría de la cotidianidad, existen algunas condiciones pre­vias: primero, residir o haber vivido en él; a continua­ción, no aceptarlo y tomar una distancia ctítiea. La ausen­CIa de esta doble condición imposibilita la comprensión y suscítn malentendidos. A partir de entOllces, el discurso sobre lo cotidiano se dirige a sordos, y no hny peor sordo que el que no quiere oír.

Sobre las mujeres gravita el peso de la cotidianidad. Es probable que saquen ventaja de ello. Su táctica: in­vertir la situación. No dejan por eso de soportar su peso.

. La mayoría quedan empantanadas. Para las otras, pensar es evadirse, dejar de ver, olvidar la ciénaga, no percibir ya la masa que las engulle. Las mujeres tienen coartadas; son una coartada. Se quejan. ¿De qué? De los hombres, de la condición humana, de la vida, de los dioses y de Dios. Pasan al lado. Son a la vez sujetos en la cotidiani­dad y víctimas de la vida cotidiana; por tanto, objetos, coartadas (In belleza, la feminidad, la moda, etc.) y aque­llas en cuyo detrimento operan las coartadas. Son a la vez compradoras y consumidoras, mercancías y símbolos de la mercancía (en la publicidad: el desnudo y la sonri· s~l). La aml\igüedad de su situación en lo cotidiano, que

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forma parte precisamente de la cotidianidad y de la !nO·

dernidad, les impide el acceso a la comprensión. La modernidad para ellas, por e1l8s, disimula extraordina· ríamente bien la cotidianidad. Pudiera suceder que la robotización alcallzase su victoria entre bs mujeres, o so­bre lns mujeres, en función de lo CJue les concede (la moda, la distribución de su espacio familiar, la búsqueda del ambiente y de la personalización mediante la com· binación de los elementos, etc.). Y ello a pesar de, o a causa de su «espontaneidad». En cuanto a la juventud y a los estudiantes, su caso es inverso. Arenas han expe­rimentado la cotidianidad. Aspiran a entrar en ella, no sin retroceder ante la entrada; sólo conocen lo cotidiano a través de su familia, C01110 posibilidad lejan8, en negro y blanco. Para su uso funcionan una ideologí,l, una mi­tología de la" edad adulta: la madurez se une a los Pa­c!res, reúne la Paternidad y la Maternidad, la cultura y la resignación.

Pasemos a los intelectuales. Ahí cstán. Tienen oficio, mujer, hijos, empleo del tiempo, vida privada, vida de trabajo, vida de ocio, alojamiento aquí o allá, etc. Están dentro, pero un poco marginados, de forma que se pien· san y se ven fuera y en otra parte. Poseen procedimientos bien experimentados de evasión. A su servicio ticnen todas las coartadas: el sueño, lo imaginario, el arte, el clasicismo y la alta cultura, la historia. Más aún, les su· cede que admiten como «ciencia de la sociedad», o «cien­da de la ciudad», o «ciencia de la organización», a la suma de procedimientos mediante los cuales la práctica social y la vida cotidiana son sometidas a coacciones, acondicionamientos, «estructuras» y programas. La ho­nestidad intelectual de este «operacionalismo» no se im­pone. Los teóricos más serios de esta línea formaliz8n los subsistemas, los códigos parciales, mediante los cua· les la sociedad existente se organiza y organiza la coti· ¿ianidad según un orden u órdenes cercanos: el vivir y la vivienda, los muebles, los horóscopos, el turismo, la cocina, la moda, todas ellas actividades parciales que dan lugar a publicaciones, tratados, catálogos, guías. Estos

La vida cotidi;lll;1 en el rnulldu· modcU\u 97

honrados leOllCOS se limitan <l sí mismos Se nieg;m a poner Cll cuestión el orden lejano y Ollllten el hecho importante: la ausencia de cócligo general. Cientificismo y positivismo proporcionan excelelltes temas de c\i,C\Hso, excelentes coarlaclas, opuestas y que se implican mutua· mente: de un laelo, el pragmatismo, el (ul1cionalismo y el activismo operativos; del otro, el abnndono y la en· trega de Jos pl'Oblemas en manos de los expertos. Para los defensores de esta ideología, todo pensamiento crí· tico, toda protesta y contestación, tocla búsqueda de una apertura sobre «otra cosa» suenan a utopía. ¡ Qué razón tienen! ¡ Poseen en su favor cierta razón, un estrecho racionalismo: el Sll)'O! ¿No era cso lo que se objetaba a Marx, a Fourier o a Saint-Sirnon dmante el siglo XIX?

Efectivamente, toda reílexión que no se contenta con re­flejar, ratificar las coacciones, aceptar los poderes )' le­galizar la fuerza de las cosas supone una utopía. Lo que significa que busca su punto de inserción en tl [l1<ÍCliGl y que no separa el conocimiento de una polít.icu que 1I()

coincidiría con L1 del poder establecido. ¿Utopía? A este epíteto, 'el esta injuria, a esta me­

lopea, responderemos: «¡Pues sí! Todos utópicos, Y también \1sted en la medida en que no está entcra y ciegamente sometido, en que desea otra cosa Y no es un ejecmor, un esbirro.» «¡Dogmatislllo! ¡Da usted una definición, se atiene a elb y extrae consecuenci,ls des­mesuradas!» No; hemos obtenido la definición de «so­cit:dad burocrática de consumo dirigido» teniendo en cuenta otras definiciones prO\:lUcstas; hemos enumerado los argumentos y los fundamentos que no nos han pare· cido sólidos. Más aún: relativizamos nuestra propia de­finición. Dogmática, plena y compleja, destruiría toda esperanza y cerrada toda apertura. Nos hC1110s compro­metido a mostrar lo irreductible: conflictos, contestacio­nes, que impiden el cierrc y derriban las murallas. ,,¡Li­teratura! ¡Poesía! ¡Lirismo!» ES8S son ahora las má-· Xlmas injurias. f'iLís sl1tilmenle, esta injuria se lbm:1 «¡Subjetivis¡;10! ¡Defensa Jt: la subjctivilbd y del sujeto caducos I ¡ Rori"li,nticisl1lo!» En efecto, no admitimos las

Henfl Ldcbvre,

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eSCIsIOnes entre el COllOClfl1lento y la pocsía, ni tampoco entre la ciencia y la accióll, entre lo abstracto y lo C011-

creto, entre lo inmediato y las mediaciones, entre lo po­sitivo y lo negativo, entre la afirmación y L1 critica, entre los hechos y bs apreciaciones, entre el objeto y el sujeto. No sin señalar en cada caso la insuficiencia de estas ca­tegorías filosóficas (al mismo tiempo que su utilidad y su necesidad). Dicho ele otro modo, no admitimos la se­paraCión, y esto en virtud de UIl acto de pensamiento constitutivo, inaugural, no desprovisto por lo demás de argumentos teóricos y prácticos. A los que toman esta afirmación po!' un postulado y ratifican la separación en nomhre de un rigor epistemológico, les deseamos que mantengan hasta el fin esta actitud, sin capitular ante las desgt':icias de su conciencia desgarrada, sin ceder al tor­mento de la unidad, postulado de la filosofía y tnmbién de la superación de la filosofía.

No temamos evocar brevemente llOa larga historia. Hubo nntaño una vida miserable, estrecha, agobiante. Reino dividido en mil señoríos; la tierra tenía por rey y por reina a Dios y n la Muerte. Sin embargo, esta miseria y esta opresión nunca carecieron de estilo. Reli­gioso en su esencia o metafísico (qué importa d funda­mento de la ideología), el estilo reinaba, impregnando hasta el menor detalle. La historia, si se contara, diría cómo las gentes vivían mal, pero calurosa y cálidamen­te (hot). Desde aquellos buenos tiempos ha habido mlk cho «progreso». ¿Quién no prefiere la trivialidad cotidia­na al hambre y no desea una cotidianidad para los pueblos de la India? La «seguridad socia!», incluso fuertemente but'Oc:atizaJa, puede resultar mejor qlle el abandono y el desamparo en el reino del dolor. De acuerdo. No se trata de negar los <~progresos», sino de comprender su contrapartida, el precio al que se pagarán. No hay por C]ué pasmarse ante el espectáculo de este planeta en que el reino de la muerte retrocede, pero ante el terror !1U­

cle~1l' (que tiene b ventaja dI." la precisión: se le puede sil:L1ar, nombrar). No tenemos que ceder a las nostalgias, sino explicar lns nostalgias, y como inspiran una «crítica

La vich cotidian" en el mundo moderno '19

de derechas" de nuestra sociedad, una huen,l y.tlna maJa conciencia que descul\oce siempre las posibilidades.

Veamos .algunas interrogantes simples (pero COI1;:re­tas) y C\lestlOnes que por lo demás no trataremos aqul en toda su amplitl1d. ¿Cómo es posible que se restaure ~1 centro. de las ci\ldades, más o menos abandonado, podri­do, deteriorado? ¿Por qué la gente del cine y el teatro, así como los grandes burgueses cultivados, abandonan los «?arrios distinguidos» y los «conjuntos residenc~a1es» para l11stalarse en estos núcleos reconstituidos? ta cmelad y lo urbano corren el riesgo de convertirse en la riqueza suprema de los privilegiados, en el bien superior ele con­sumo que confiere un cieno senticlo a este consumo. ¿Por qué la gente «acomodada» se precipita sobre las antigüedades, los muebles de estilo? ¿Y por qué las multitudes se precipitan sobre las ciudades italianas, fl~mencas, espaiíolas, griegas? La organización tL.\:ística, co;n0 modalidad del consumo y de la explotaclon del OCI?, el gusto por lo pintoresco y por el producto «de caltdach, no son suficientes para explicar todo estO. Ha!' o:ra cosa: ¿ Qué? Las nostalgias, la ruptura de lo ,con­chano, el abandono de la Modernidad y del espectaculo que ~e da de sí misma a sí misma, el recurso ni pasado. Precisamente para no caer en esta nostalgia Y en este am~r al pasado es preciso comprender. Lo que co~duc.e haCia un conocimiento comparativo, hacia una htStona de la vida cotidiana. Tal historia, posible, indispensable, corre el riesgo de perderse en detalles descriptivos (los objetos) o en equívocos si no se vincula a 10 glob~l en cad.a sociedad, para cada época, a saber: las, relacIOnes SOCiales, los modos ele producción, las ideolog13s .

La historin de lo cotidiano comprendería al menos ~res partes: a) los estilos; b) el fin de los estilos y el comlen­z.o de la cultura (~íglo XIX); c) la instalación y la cons~­lt~ación de la cotidianidad, que mostraría cómO lo coH­cl!.UlO se cristaliza desde hace más de un siglo al fracasar caja inteqto revolucionario. De este fracasO es ~fecto y causa. C\Ilsa pcirque es obstáculo, dique, baritnd11l

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torno él él se i'c'orgm1iz,l Jr¡ existencia 50ci;\1 despucs de

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lOU Henri Lcftbvre

cada sacudida. Efecto: después de c¡¡eb fracaso (el m~s srave fue el de b LiI)er~1Ción) bs presiones y coacciones aurnentan.

La ciencia no debe retroceder ante los temas y pro­blemas propl1estos por la praxis bajo el pretexto de que son poco riguroso~. ¿Por qué no considerar el juego como objeto de la ciencia? ¿Por qué dejar a los filósofos el lado lúdico de la vida social, mientras los sabios estu­clian las estrategias y los juegos formalizados? A la in­versa, el saber no tiene derecho a proporcioI1iu- bllena conciencia (merc:.ll1cÍa no muy onerosa, transportable, de JIta cotización en el mercado) a los intelectuales, a los técnicos, a los hombres situados y en el poder. ¿Hay algo peor Cjue la buena conciencia racionalizada, instituciona­lizada por la Ciencia y burocr;¡tizada en su nombre? No vacilemos en unir la valoración a la constatación: estamos ante un fruto podrido del árbol ele la ciencia. Desde siempre, las élites hacen ele! saber su justificación. Contra esta ciencia alcemos la nuestra.

i Cuántas contradicciones emergen en esta sociedad de la estructura y de la estructuración, del fUl1cionalismo, del racionalismo aplicado, de la integración, de la cohe­rencia! Primero) el conflicto se actualiza entre la nece­sidad de seriedad, de rigor (¿por qué batirse en retirada ante la~ grandes palabras?; digamos también, la neeesi­d,¡d ele veracidad y de verdad), y la ausencia de todo criterio absoluto, de referencia que permita la compren­sión y el juicio, de código general. A continuación, la soleclad, puesta en canciones y en silencios, que contrasta amargamente con la enorme abundancia de mensajes, in­formaciones, «noticias». La «seguridad» o la «seguriza­ción» toman un valor inmenso y desmesurado, un sentido humano considerable, en el mundo de la aventura cós­mica y el terror nuclear. ¿Las hazañas fabulosas (en coste social, en tecnicidad) por salvar a este niño enfermo o a ague! herido, por prolongar una agonía, no contrastan con los genocidios, con la situación de los hospitales, de la medicina, de la venta de medicamentos? La satisfacción y la insatisfacción marchan juntas, se enfrentan según

La vida cotidiana en el mundo mO,lcllJO 101

los lugares y la gente. El conflicto no siempre ap,uece. No se descubre. Se evita hablar clt: él y ponerlo de mani­fiesto. Está ahí, constantemente, latente, implícito. ¿Esta .. remos descubriendo el inconsciente, el «deseo» signifi· cante oculto h<ljo lus significados? No es preciso ir t<ln lejos; habLll1lOs de 10 cotidiano.

Numerosos soci6logos ,1firman que la clase obrera, <1

escala mundial, prefiere la J'egurzdad, la del empico, el status, las vacacioJles aseguradas, a las aventuras revolu­cionarias. [-'[a «elegido» y «optado», abandon,mdo su misión histórica. Afirm;¡ciones sospechosas, la última :n,í, aún que lfls :wtcriorcs. En la mediC1<l en que esto es cieno, será debido a la instauración de Jo cotidim1o, a 1<1 ins­talación en b cotielianidncl, más que a la s8tis[;¡cción «ele­gida» COIl prefercncÍ;¡ a la insatisfacción creadora. ~;i algo hay de cierto en ello, ¿ no sería éóta una de 18s grandes contradicciones :lctuales? El proletariado no !Juede 8baI1-donar su misión históric;¡ sin renuncien' a sí mismo. Si «elige» la Ílltegr3ción en la sociedad aclministl'add pur la burguesía y organiz3da según las relaciones de produc­ción capitaEstil, ab<llldona su existencia comu clase. Para él, la integr,lCión coincide con la desintegración. i\hor,¡ bien, el suicidio de una cla,c se concibe difícilmente y se realiza más difícilmente aún. ¿Qué vemos? Una so­cieclad que tiende táctica y estratégicamente hacia la in­tegración ele la clase obrera, lo logra en parte (median te la cotidianidad organizada represivamente mediante unas coacciones, más por la ideología persuasiva del consumo que por la realidad del mismo consumo), pero pierde, en cambio, toda capaciduc! illtegradora de sus elementos: juven tud, etnias, mujeres, intelectuales, ciencias, cultu­ras. Al conducir al proletariado al bOl'de de la renunci;¡ a sí mismo, al promulgar este hara-kiri, el neocapitalismo se suicida en tanto ql!e sociedad. El proletariado 10 arras­tra en su ruina.

Tomemos al azar, entre las contradicciones reveladas, ésta: de un lado, la clegr8clación de lo hídico, e! espíritu de pesadez en la prograll18ci,ín de lo cotidi~\ll(l, el! la ra­cionalidad organizadora, y de oln" el descubrimiento

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102 Henri Lefebvre

científico del azar, del riesgo, del juego, de la estrategia, en el corazón de las fuerzas naturales y de las actividades sociales.

El estudio de este nivel fundamental -lo cotidiano­pone, pues, de manifiesto unas contradicciones nuevas, de desigual importancia, pero a escala global. Una de las más importantes se sitúa entre la ideología de la tecni­ciclad y los mitos de la tecnocracia, por una parte, y por otra, la realid:ld de lo cotidiano. La más grave se deter­mina como conflicto entre el conjunto de las coacciones, consideradas como COl1stitutivas de un orden social v de Ull plan, lo cotidiano y la ideología de la Libertad m~nte­nida como apariencia, a pesar de todas las opresiones y represiones reveladoras de un trayecto y un proyecto mucho más csenci~lles.

2. Los fundamentos del malestar

Esta sociedad entraña en sí misma su cnuca. La dis· tancia crítica indispensable para comprenderla, los con­ceptos críticos necesarios, los señala sin formularlos ni expresarlos como críticos. Es suficiente, para percibirlos, constatar las lagunas de la práctica social y no rellenarlas tomando l)or «realidad» sustancial lns brumas verb~lles que flotan en estas fisuras o abismos.

El fin, el objetivo, la legitimación oficial de tal socie­dad, es la satis/acción. Nuestras necesidades conocidas, estipuladas, son o serán satisfecbas. ¿En qué consiste la satisfacción? En una saturación lo más pronta posible (por lo que concierne a las necesidades de posible satis­facción). La necesidad se compara a un vacío, pero bien definido, a un hueco bien delimi tado. Se (el consumo y el consumidor) llena este vacío, se cubre el hueco. Es la saturaclOn. Apenas obtenida, la satisfacción se ve soli­citada por los mismos dispositivos que engendraron la satnración. Para que la necesidad resulte rentahle, se la estimula Il\leV:lIl1t'l1tc de forma apenas diferente. L:ls ne­cesidades oscilan entre la" S3 tisfacción v la insntisfaccióll,

La vida cotidiana en el munJo moderno 103

provocadas por las mismas manipulaciones. Así, el consu­mo organizado no sólo divide los objetos, sino incluso la satisfacción engendrada por estos objetos. El juego sobre las motivaciones, en la misma medida en que tiene poder sobre ellas, las desmiente o las destruye, sin con­~esar, por otra parte, en ninguna ocasión la regla de este Juego.

De hecho y en verdad (pero ¿ quién lo ignora?) reina un malestar. Ln satisfacción generalizada -en principio-­va unida a una crisis generalizada de los «valores», las ideas, la filosofía, el arte, la cultura. El sentido desapa­rece, pero reaparece bajo otra forma: hay un vacío enor­me, el vacío de sentido, que solamente llena la retórica; pero esta situación tiene un sentido o varios. ¿No sería el primero de ellos que la «saturación» (de necesidades, de «medios», de tiempos y de espacios) no puede propor­cionar un objeto, que carece de finalidad, que está des­provista de significación? ¿No es necesario distinguir cla­ramente satisfacción, goce, felicidad? La aristocracia al­canzó y supo definir el goce. La burguesía llega, a lo sumo, a la satisfncción. ¿Quién dirá, quién dará la feli­cidad?

¡Cuántas obras recientes giran en torno a lo cotidiano para expresar este malestar! Todas las obras importantes desde hace v8rias décadas lo dicen abierta o indirecta­mente. En la «crisis» casi permanente del teatro, del cine, de la literatura, de la filosofía, sólo esas obras ca­racteristicas alcanzan una atención duradera, cualquiera que sea el éxito de las demás. Unas describen con minu­ciosidad sádica (o masoquista) la cotidianidad o la oscu­recen. Otras intentan restituir lo trágico, que desaparece en la satisfacción, desmontando los dispositivos que pro­vocan o ratifican esa satisfacción aparente. A través de lo que queda de cultura (fuera de lo que es «cultural» oficialmente), el malestar inherente a esta sociedad se cOllvierte también en un hecho social y cultural.

Esta sociedad conoce, según hemos dicho y escrito, un Cl'ecimiento (económico, cU8ntitntivo, medido en tonela­das v kilómetros) notable y un desarrollo escaso. Las re-

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[04 Henri Lefebvre

1aciones sociales consti tu ti vas (es tructul'adas-es tructuran­tes), es decir, las relaciones de producción y de propiedad que subordinan la sociedad a una clase (llamada burgue­sÍa) y le atribuyen su gestión, han cambiado muy poco, a no ser en función de la estrategia de clase (la consoli­dación de lo cotidiano). El objetivo de la estrategia de clase no es el desarrollo, sino «el equilibrio» y ,da armo­nía» del crecimiento en cuanto tal. El de;,arrollo, la C0111- i

plejidacl y el enriquecimiento de las relaciones sociales, ¡l' incluidas las de la vida urbana, se relegan a lo «culturab ,. y se institucio118lizan como tales. A partir ele ese rno- !j mento, al dominio técnico sobre la naturaleza material :1. no corresponde una apropiación por el ser humano de Sil I~:' propio ser natural (el cuerpo, el deseo, el tiempo, el es- I

pacio). A la contradicción entre crecimiento y desarrollo •. se superpone, pues, una contradicción más grave y máS¡ .... esencial entre el ominío (técnico) y apropiación. Estas pro- . posiciones, que no son nuevas, no toman su pleno sentido más que si especificamos sus términos. El crecimiento ! concierne al proceso de industrialización, y el desarro-llo concié:rne a la urbanización. Paul nosotros (hemos da-do y daremos los argumentos), la urbanización contiene el 1 sentido de la industrialización; este último aspecto del , proceso global llega a ser esencial después de un largo ¡ periodo en que estaba subordinado al primero; la si tlla- ' ción se invierte, pero la estrategia de clases mantiene la subordinación, provocando así una situación intolerable, una crisis de la ciudad que se suma a las restantes crisis permanentes.

Esta sociedad lleva en sí sus limites, los del capi talis-1110, que no son los límites de la producción capitalista como tal. No podemos en modo alguno, en ningún nivel, aceptar y sancionar el economicismo. Es falso porgue prescinde de Jo que constituye una sociedad. Lo que no es una tazón para completarlo con un filosofismo o un sociologismo igualmente limitados.

¿ Dónde va esta sociedad con sus modificaciones (cuyo '. cadctel' poco profundo contrasta con la pretensión al corrÍ- . bio perpetuo considerado esencial en «el cspíritll rno-'

La vida cotidiana en el mundo moderno

derno»)? No 10 sabe. Será la huida hacia aJe1dllté: con los ojos cerrados. a ciegas, en el túnel, en la noche, espe­rando encontrar la salida del laberinto, o aca~;o el al8sca­miento. ¡Pcro no! No es sólo el atasclmiento; e, la autodestrucci6n illll1ediiltil.

No nos detengan1l1s cn la destrucción devor,1c!Ol'a ele las obras, de 10s' estiros, del arte, de la cllltut'a pas,¡da por el consumo masivo. Examinemos ll1ás de cercn el dispositivo inherente a este (nIlSU!nO. La o!Jwlcsccncia ha sido estudiada y transformada en técnic8. Los especia­listas de la obsolescencia conocen la esperanza de vida de las COsas: un Cll<llto de baíio, tres años; una sala de estar, cinco a1105; u 11 cle Illc n lo de dorm j torio. ocho 8rl0~; tres aiíos, la instalación de un centro de venta local, un automóvil, etc. E:>tas medias estadísticos figuran en la demogr<1[ía de l\.JS objetos, en correlaci6n con los cOstes ele pl'od\Jccicín y los beniCficios. Las oficinas que organizan la producción tienen en cuenta estas estadísticas parJ reducir la esperal1za de vida, acelerar la rotación de Jos productos y la del capital. En lo que concierne al auLO­móvil, el escándalo h¡¡ alci11lZado proporciones I11qndia1es.

105

A esta teOl'Ll bien conocida ahora ilÍiacliremos dos ob­sel'vaciones. Primero. debería también tenerse en cuenta la obs9}escellcia d~ ((1 ¡!casidad Quienes manipulan Jos objetos p-;ra 11acerlos efímeros, manipulan también las motivaciones, y es tal vez a cUno, expresión social del de­seo, a las que atacan disolviéndolas. Para que el desgaste «moral» y la obsolescencia de las cosas actúen pronto, es preciso también que las necesidades envejezcan, que nuevas necesidades las reemplacen. i Es la estrategia del deseo! Segundo, la cap3cidad productiva haría posible desde ahora llna extrema lItovilidad de la vida, de los ob­jetos, las casas, las ciudades, del "habil8n>. La «vida real» podría dejar de petrificarse en la cotidianidad. La obso­lescencia, ideología y práctica, contempla lo efímero so­lamente como método para 1lacer renuble lo cotidiano. Desde eStil perspectiva, se manifiesta l1l1 cOl1trDste, [) más bien una contradicción, entre 10 dUl'adero instituido, «estructul'ado» objetivamente (según una lógica de las

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Henri Ldebvre 106

formas, entre otras tudo lo que toca al Estado y a la ad-­ministración, incluida la de la ciudad, la del habitar y el habitat concebidos como estables), y lo efímero ma­niobrado consistente en una detfrioración rápida de los objetos. Lo efímero, DO sufrido, deseado, querido, cuali­t.¡rivo , CaD sus encantos, no es sino el mono polio de tiria clase social: la que hace la moda y el gusto, la que tiene por espacio el mundo. En cuanto a la deterioración de las cosas (cuantitativa, evaluable ell tiempos cuantificados, sufrida, no querida, no dese1da) forma parte de una es­tnrtegid de clase que üende a la explotación racionalizada, aunque irraciom\l como procedimiento, de lo cotidiano. El culto de 10 efímero revela 10 esencial de !t\ Moderni­dad, pero lo l'eveb como estrategia de clase l. En plena contradicci6n con el culto (y h exigencia) de la estabi­lidnd, del equilibrio, del rigor duradero ...

Esta socíednd se pretende y se dice racional. pone en primer plano los «vnlores» de finalidad. Se organiza a pleno esfuerzo, a íornac!::t completa. Se estructura, se pla­nifica, se programa. Ln cientificidad alimenta las máqui­nas (¿ele qué, cómo? Es te detalle carece de importancia, siem!Jre que hoya \In computador, cerebro electrónico, calculadoras 1.13. M. número tal, programnción). Mane­jos de baja estofa 5011 considerados como la última pala­bra de la ciel1ci~" y el primer imbécil que llega titulán­(tose ~<especialist:1» goza de un prestigio ilimitado. Pues bien, el irracionalisl1lo no deja de agravarse. La menor encuesta sobre la vida real de la gente revela el papel de la cartomancia, de \05 brujos y curanderos, de los ha róscopos. Basta, por lo demás, con leer la prensa. Todo ocurre como si la gente no tuviera con qué dar un sen­tido a su vida cocidi>ma, ni siquiera para orientarla y dirigirla, a no ser la publicidad. Por eso recurren a las ar.tiguas magias, a las brujerías. Sin duda intentan aSÍ, por un camino indirecto, la apropiación (revelación y orientación) del deseo. La racionalidad del economicismo y del tecnicismo descubre así sus limitaciones, suscitando su cOlltnHio, que lns complela «estructnrnlmente». El ra­cionalismo limitado, el inacionalismo, invaden lo ca ti-

I

I

.¡ : ,

La vida coticliana éll el O1unJo moderno 107

diana, mirándose, de hito en hito, alargándose mutua­mente el espejo.

En la cotidiM1idad y en lo que la informa (prensa, cine) se ve proliferar el psicologismo y los tests del tipo.: «(¿Quién eres tú? l\prende a conocerte.» Psicología y pS1-coanálisis se transforman de conocimiento clínico y tera­péutico en ideología. El cambio se observa clAramente en Estados Unidos. y una tal ideología exige una compensa­ción, el ocultismo. Es posible estudiar metódicamente los textos de los horóscopos, formar repertorios de sus temas, considerando estos textos como un corpus (un conjunto coherente r bien definido). Se puede, pues, excraer .del conjunto de los !Joróscopos un sistema (y, por consigul~n­te, un subsistema en nuestra sociedad). No vamos a ¡n­

tentar c~;ta formalización. Nos contentamos con señalar su posibilidad. Es marginal a nuestro problema: el fun­cionamiento del sistema. ¿Qué espera la gente del ho­róscopo? ¿Cómo y por qué se dirioe a estos textos?

b d' ¿ Qué atractivo encuentra? ¿Cómo interpreta las in Ica-ciones? ¿Qué acogida da a los temas? ¿No establece una zona de ambigüedades, mitad representación, mitad sue-110, orientada, sin embargo, hacia la acción, justificando las uícticas individuflles, de forma que los interesado~ creen y no creen en lo que dicen, pero obran como ,51

creyesen, forzando al mismo tiempo los vaticinios segun sus gustos, sentimientos o intereses? ...

Esta serie de interrogantes no nos impide recordar que Jos textos de los horóscopos contienen los residuos de una visión del mundo: el 7.Odiaco, las constelaciones, los destinos inscritos en las estrellas. el firmamento como escritura divina, descifrable por Íos iniciados para. uso de los interesados. Amplio simbolismo que ha inspIrado a la arquitectura, que se lee en muchos mODument,C:s, que resume una topología (jalonamiento y orientaCl.on elel espacio, proyección del tiempo en el espacio cósmICO y social, el de los pastores, los campesinos, más tarde, de los habitantes oe las ciudades).

r'l\c\so semejante cosmogonía no esd cnteffllllen.tc ngo­lada? El p<1pcl privilegiado que atribuye a los Ciclos, a I

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108 Benri Lefebvre La vidn cotidiana en el mundo moderno [(19

los números que miden los ciclos (el número 12 y sus Contr<lri,indose, oponiéndose, implicándose, se mezclal1 múltiplos), parece indicarlo. La vida cotidiana no sale ele la satisLlcción, la búsqueda obstinad<l del cótaclo «satisfe-la zona mixta entre los ciclos y el tiempo racionalizado, cho» y 'la insatisfacción, el malestar, El consumo ele es-linea!. Todo conduce a creer que hoy surge ele la cotidia- pectáculo sc toma espectáculo deL consumo. Se encade-nielad oprimida una nueva religión del Cosmos. Se sitúa 118n el consumo devorador ele! pasado (obras ele arte, afectivamente (irracionalmente) entre dos polos: los ha- estilos, ciudades), la rápida saturación y el hastío. ¿Cómo róscopos, en un extremo; en el otro, los cosmonautas, no aspirar a Pilrtir de aquí a la ruptura? ¿Cómo no que-con sus mitos y su mitología, la explotación propag<\n- rer huir de lo cotidiano? Lógicamente, este deseo, esta dística de sus victorias, la exploración del espació y los " - aspiración, esta ruptura y esta huida son pronto y fácil-sacrificios que la misma exige. Frente a esta religiosidad " mente recuper<lbles: organización del turismo, institucio' renaciente qjel mundo (o más bien del Cosm9s), nos' pa- nalización, programación, espejismos codificados, puesta rece ver nacer una 'religión más «humana» (entte' iróni· en movimiento de vastas migrnciones controladas. De abí cas comillas), complementaria y compensatoria, del Eros. la autoclestrucción del objeto y del objetivo: In ciudad El erotismo se hace obsesivo. Lo que no atestigua más pínt0l'esca, la región turística, e! museo, desaparecen ante que en apariencia una creciente virilidad (o feminidad), la afluencia de consumidores que terminan por no con-así como tina capacidad mayor eje voluptuosíclau. Más sumir más que su presencia y su acumulación. . bien veríamos el síntoma inverso: desvirilización y' des- El más leve análisis muestra que hay dos espeCIes de feminización, frigideces no vencieJas, sino más conscien- " ocio, bien diferenciadas, «estructuralmente» opuestas; tes, exigencia de una compensaci6n. La religión elel Eros a) El ocio integrado en la cotidianidad (lectura de parece atestiguar una tendencia a reconstituir las prohi- periódicos, televisión, etc.) que deja una insatisfacción biciones ántiguas para recrear las tramgresiollcs que da- radicál, que pone a los interesados en la situación del rían u11 sentido (elesapareCieJo) a los actos eróticos. De hombre kierkegaardiano que eJesgal'l'a su periódico ante ahí el nílJ11Cro irn presionan te de violaciones colectivas, su esposa y sus hi jos aterrorizados, mientras voci fera: ele ritos sádicos y masoquistas. Las prohibiciones se pro- « ¡Algo posible! ¡Algo posible! » . Jongan en el seno de la cotidianidad;, incluso cuando b) La espera de h, partida, la exigencia de una n~p-desaparecen sus justificaciones ideológicas. Es suficiente tUfa, la voluntad de una evasión: el mundo, las vaCilClO-con recordar aquí los obstáculos psíquicos, psicológicos nes, el LSD, la 11,1turaleza, la fiesta, la lQcma. (reales y ficticios), ideológicos, políticos, opues tos al uso de los anticonceptivos. La apropiación por el ser humano de su deseo se encuentra suspenelieJa a mitad eJe camino entre lo real y lo posible, en la transición entre la acción práctica y lo imaginario. Tropieza así con las represio­nes fundamentales, comenzando por la vinculación ideoló­gica, religiosa en su raíz (es decir, que sanciona y consa­gra el hecho psicológico y el determinismo ciego), entre fecundación y acto sexual. Al persistir este fundamento religioso, deriva y se desvía hacia una religiosidad reno­vada, una sexualidad a la cual la ¡míctjea 50ci,1I prohíbe enco11ttar la apropiación.

3. Una vuelta por lo imaginario

En el curso de sus tanteos experimentales y concep­tuales, la filosofía y la sociología contemporáneas han de:;cubierto algo: lo imaginario social. distinto· de la Im:¡­ginación individual y también de los grandes simbolis­mos heredados ele los estilos desaparecidos 2.

De estc imaginario socia!' encontrnmos la mejor mues­tra no en cste film o en aqllcll<l obra de ciencia-ficción, sino en la prensa fcmenin<l. En los ~el11aJlarios destinados

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110 l·klHi Ldebvre

en prilluplo al público femellino :;e illrerfit~ren Ir) illl<l'

ginario y la práctica. La lectora \' el leClor !JO sahm a qué atenerse. Los mislllos fascícuios contienen sobre los objetos indicaciones precisas (forma de realizar por sí misma este modelo, precio y lug,lr de adquisición ele aquel otro) y la retórica mediante la cual estos objetos adquieren una segunda existencia. Están todos los ves­tidos (posibles e impo:-:ibles), rodas los platos y todos los manjares (desde los más sencillos hasta los que exi­gen una cllaJificlCión profesional), todos los Illuebles (des­ele los que cumplen funciones rrivi,¡Jes hasta los que ador­lhll1 p,llncios y cas ti !los), toelas las casas, todos los a par­tamentos. A esto se añflclen los códigos que ritualiz8n y haCl'fl prácticos estos «mellS:ljes» al prognllnar lo co­tidiano. Caela uno y c:td~1 una Jee a su manera, sitú~l, según sus gusté's, lo- qlle lee en lo concreto o ell lo abs­tracto, en lo pragmático o en el sueíío. Sueña en lo que ve, ve aquello en que sueña. De la misma form:1, la lite­ratura y 1:1 publicidad se distinguen por el montaje (la confección) que Uama la atención sobre ellos. La retó­rica pllblicit:1~ia está C011 frecuencia más escrita (y mejor) que la üteratura. La obra literaria apela :1 los mismos procedimientos que la escritura publicitaria; tiene la mis-1M. función metafórica: hacer «apasionante» (sin pasión) aquello que carece de i.nterés, transcribir Jo cotidiano en lo imaginario, obligar al consumidor y a la consumidora a enarbolar la sonrisa de la felicidad. Los textos introducen en cada vida cotidiana (la de cada lectora y cada lector) todas las vidas cotidianas posibles y. nlgo más que la vida cotidiana: la vida extravagante (o supuest~lTnente extrn­vagante) de los que habit~lI1 el Olimpo, la felicicLld po· sible. Podemos establecer que las mujeres leen la parte práctica de estos textos sobre la moda imaginatia y la parte imaginaria (que comprende la publicidad) sobre la moda práctica. Lo que refuerza nuestra tesis de un nivel o plano de realidad, allí donde el análisis superficial constata y formaliza sectores yuxtapuestos (la residencia, la alimentación, el vestido y la rnocln, el mobiliario, el turismo, In ciudad y urb81lídacl, elc.), aJ eSI<H regido cada

La vida cOlidi:tnH en el mundo moderno III

sector por un sistema y cOllstituir una es['ceie de entidad social. Nosotros nos inclinamos a ver en ellos subsiste­mas que permiten organizar funcionalmente la cotidiani­dad, someterla a coacciones escasamente desinteresadas. Nuestro objetivo, recordémoslo, es mostrar 8qUÍ que no hay un sistema de la cotidianidad, a pesar de los esfuer­zos para constituirlo y cerrarlo. No llay m6s que sllsbsis­temas, separados por lagunas irreductibles, y, sin em­bargo, situados sobre un plano o vinculados a este plano.

EJ análisis, sobre el cual no nos detendremos por ahora, d8 como resultado el cuadro ele las páginas 112-113.

COIllentemos el cuadro, figurando lluestros comenta­rios entre los nrgllmentos en su filvor y las pruebns. No es incompatible con el código tridimensional (vénse el capítulo VII 1 de El lenguaje y ta soded ad), es decir, con el an,ílisis que distingue formalmente tres dimensiones y la realidad expresada por Jos discursos: los símbolos, los pnradigmas, los enlaces. Son dos análisis de la mis­ma realidad, uno según los niveles, otro según las di­mensiones. Las roaccione.í podrían llevarse a un::! escnla, de O a 100, por ejemplo. Pam el habitante de los «gran­des bloques», es decir, para una modalidad del habitat urbano y una modulación de la cotidianidad particular­mente significativa, la suma de las coacciones se acerca al límite superior. Es menor para el habitante de sec­tores residenciales, menor alll1 para el ciud:ldallo aco­modado ql!e vive en un núcleo urbano. Apropiación y coacciones mantienen relaciones conflictivas y comple­jas. Quien dice apropiilción, dice coacción dominada, pero el dominio técnico de los determinismos «naturales», aunque necesario, no es suficiente. Puede decirse, a gran­de, r:lsgos, que cuantns más coacciones (y coacciones or­ganizadas, codificadas), menos apropiación existe. No es una relación de inversión lógica, sino de conflicto dialéc­tico. La apropiación aprehende las coacciones, las trans­formn, las cnmbia en obras.

E~tos conflictos y prohlemas de lo cotidianidad remi­ten a soluciones ficticias, las cuales se superponen a las soluciones reales cuando éstas son, o parecen, imposi-

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NIVELL" DE R¡ALIDAD SOCIA L

Estrategias dd poder y podcrJc oposición. PcrspectivJs ji prospccciUllCS h,¡cia el iutllro. Conocimiento conceptual y I~rico (que desciende nuevamente hacia la práctica).

Re pre sent aciolles e id colo gías ~ (<<cultura» fragll1en tada) i

Iclc910 gías de la propiedad, qa [acion~lí(h¡, del EstilclO.

Sistemas de valQ[!!S (étjc~J~jll"a.llSJ1.22J estétic;¡ L eslellCIS11l0, «p,lltcrilS» y l1lodck~s¡i.r;]<;:(jlogta~ que se dicenilo ideológi~.a.>:cientifícismo, positivÍsll1(),--estnlct'lralismo,i"uncIon-;lis!1lo, cte.). Subs ¡st emfl~_ organizadores¡lustifícados medí a n te 2<\l<¡t2t:s=s,>.

Ideología del consumo. PllGi¡(:idad como idcglClgia.

[Jusiones y mitos ligados a i~deología y a la retórica al uso.

IMAGINAIUO

(social) \ (Que incluye la imaginación ( individual y los simbolismos colee ti vos.)

Lenglla/e

Retórica

vocabulurio oposiciones enlaces

de las palabras de las imágenes de las cosas

función metafórica (de la escritura)

función metonímica (del discurso)

Inversiones afectivas que íberzan lo imagll1ario o se encarnan en una 8[Jtopiación.

POIESIS y PRAXIS

Cotidianidad

Apropiación (por el ser humano de su ser natural)

)

Coacciones (determinismos con s t a t a d o s por ciencias, dominados por

\ técnicas) il I

cuerpo, tiempo, espacio, deseo )

1 «Valores» en ~ormacir.ín o en desapilrición: tiesta, ocio, de­porte, ciudad y urbanidad, na­turaleza, etc.

biológicas, geográficas, I

eco~lómicas, 1 etcetera. (

Mültíples, pero relllliclas en el dominio social de la naturnlc­za, en la praxis.

i Henrl l.cfobvre. , ,

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114 .h·knti Lcfch\'te

l7/es. Así, los problem:ls y la búsqueda de una polución ir:mquenn el umbral de lu imaginario. Entre la. prácti(:q y 10 imaginario se inserta, o, más bien, se insinúa, «b ' inversión»; la gente proyecta su deseo sobre udes.o cua­les grupos ele objetos, tales o Cl181es actividades:, la c~sa, el apartamento, el mobiliario, l::t cocina, ir ele vac8ciones, la «naturaleza», ele. Estn inversión cLlnfiere al 'ubj1:'tC) Ull:\

JobJe existellcia, 1'('al e imaginaria. En lo que concif'tne al lengunje cOnJO vehículo de lo

imaginario y las contradicciones a este nivel, hemos exa­llIinado ya lo que sllcede y volveremos sobre ellu. Hay un JesplnaIlliellto, una desapnricióll progresiva de los sílllbolos, un deslizamiento general hacia la sei'ial y h:lcia los enlaces sintagmáticos en detrimento del simbolismo y de las oposiciones, Ivlientras continúa siendo imagin,)­rio, este desplazamiento no es completo, Por lo dem~ís, el metalenguaje, esto es, el discurso en segundo grado" j!lega un papel compensador.

Puede afirmarse que el arte fue apropiación (Jel tiem· po, del espacio, del d~seo). En el nivel de lo sensible, la obra modelaba un tiempo y un espacio; y esto, a veces, a escala social; por ejemplo, en la- ciuJad modelaba la arquitectura y los monumentos. La estética se situaría más bien en el nivel de lo imaginario, como discurso sobre el arte, la interpretación y la retórica, En C1l8nto al esteticismo, el discurso en segundo grado sobre el arte y la estética -ilusoria apropiación, metamorfosis ficti­cia de lo cotidiano, consumo verbal-, tendríamos ra­zones para situarlo entre lo imaginaría y lo ideológico. Esto depende de la «calidad» del clisCL1l'so.

El estilo fue e/pro piaciól1: uso de objetos apropiados al conjunto ele necesidades de la vida social, y no sola­mente a una necesidad aislada, clasificnela. Que pued:! existir consumo sin semejante apropiación, por corres· pondencia prescrita, térl11ino a término, entre necesida­des y bienes, es el postnlaclo de la sociedad llamada de consumo, la base de su ideología y de 18 publicidad corno ideología. Es el principio supuesto de la satisfacción.

Es impottante resaltar que el esquem:l presentado :lquÍ

La vida CCllidi,"nn en el mundo moderJlo 115

vuelve ,a encontrarse en el análisis ele los «secLores» de objetos; y de actividades: vestido, alimentación, mobi­liario,- «habitan' o babitat, y, sin duda, también sexo y sexualidad. Se aplica a la ciudad y a la «urbanidad». Al automóvil. No se aplica literalmente a cada subcon­jUlltO o snbsistemd; el :ln{¡lisis d~be 1l10di[ic~1rlo espe­cíficamente para aprehender c:lda' sector. Nos parece que subsiste en lo esencial. Cada análisis prescribe UlJa mo­dulación del esquema inicial para delimitar, describir y aprehender analíticamente un sector. Así se reconocen aquÍ y alLí coacciones (más o menos sufridas) y apropia­ciones (más o menos logradas). Cierto número de obje­tos franquean el umbra( que separa el nivel práctico de lo imaginario, y se cargan de afectividad y de ensueiío, porque son a la vez percibidos (socialmente) y hablados, Algunos logran el status «superior», y reciben Ulla so­brecarga ideológica. Así b «vill8» .es practicada con U11:1

probabilidad de apropiación para «el habitante», pero también soñada, ideologizada. Otro t~nto sucede,' a su modo, con el vestido (confección corriente, prét el porta, alta costura) o las comidas (cocina casera, cocina refina­da, cocina de festín o de fiesta), cada nivel con su C011'

texto de imágenes y su comentario verbal. Lo i¡liaginario propiamente dicho forma parte de lo cotidiano. Todos pedimos cada día (o cada semana) nuestra ración. Sin embatgo, lo imaginario, en relación con la cotidianidad práctica (coacción y apropiación), tiene una función: en­mascarar el predominio de las coacciones, la escasa capa­cidad de apropincilín, la agudeza de los· conflictos y de los problemas «reales», y, en ciertos momentos, prepa-rar una apropinción, una inversión práctica.· ,

La publicidad no sólo proporciona una ideología del j consumo, una representaci6n del «yo» consumidor que se I realiza en Cllanto tal, que convierte en acto y coincide con su imagen (o su ideal). Se funda, asin~ismo, en la existencia imaginaria de las cosas. Es su propia instancia. Implica la retórica, la poesía, superpuestas al acto de consumir, inherentes a las reprE;sentaciones, La retórica no es sólo "erhal, sino materin!: un escaparate en la calle

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116 Hcnri Lefebvre

del Faubourg Saillt-Honoré o una exhibición de alta cos­tura, ¿ 110 cieLen ser comprendidas como 11/1 discurso ob­jetivo, como una retórica de las cosas? Volveremos más tarde sobre la publicidad_ Por <lhora nO:i limitamos a aprehender los contornos del 111<llestar y la íllsatísf"cción.

El caréÍcter cJecepcion,mte dd consumo tiene múltiples razones. Estamos lejos de conocerlas íntegramente. AyuÍ entrevemos algo. No h<ly fisura o corte en tre el consllmo del objeto y el de los signos, imágenes, representaciones, de las cuales el objeto proporciona el medio y el sop,me sensibles. El acto de consumir es tan ro un acto imagina­rio (por tanto, ficticio) como un aclo rcal (dividiéndose a su vez lo «real» en Cü3cciones y apropiaciones). Adopta, pues, un aspecto metafórico (la felicidau en cada bocaclo, en cada erosión del objeto) y metonímico (todo el con­sumo y tQda la felicidad de consumir en cada objelo y cada acto). Lo cual no sería grave si el consumo no se presentase como' acto pleno, como actualidad, de pleno derecho, sin engaño, sin ilmión. Consumo imaginario, consumo de lo imaginario -los textos de puLlicidad­y consumo real no tienen fronteras que los delimiten. Tienen, si se quiere, una frontera movediza y constante­mente traspasada; sólo el análisis distingue niveles_ No sólo los signos aureolan los bienes y los bienes no son «bienes» más que afectados de signos, sino que el mayor consumo se dirige a los signos de los «bien::s» sin estoS bienes. ¿Cómo podían dejar de ser inmensas la decep­ción y la frustración de aquellos que sólo tienen signos para saciar su voraz apetito? Los «jóvenes» quieren con­sumir ahora. y con rapidez_ Este mercado fue rápida­mente detectado y explotndo. De forma que los «jóve­nes» tienden a establecerse en una vida cotidiana para­lela, la suya y la misma, hostil a la de los padres y lo más parecida a ella. Marcan con su presencia y sus «va­lores» a los adultos, a los bienes de los adultos, al mer­cado de los adultos. Sin embargo, en tanto que «jóve­nes» permanecen marginados. No consiguen formular sus tablas de valores, aun menos imponerlas. Lo que con­sumen de forma a [a vez negativa y masiva SOI1, pues,

La vida cülidian¡¡ en el mundo moderno 1["!

objetos de los ;¡dultos que los envuelven con su existen­cia material y sus signos. Situación de la que se dcriva una frustración profunda y múltiple, mal compensada por afirmaciones brutales.

De forma todavía más penosa, la clase obrera vive entre los signos del consumo y consume una masa enor­me de signos. Su cotidianidad se compone, :;obre todo, de coacciones y llev,l consigo un mínimo de apropiación. La conciencia, en' esta situación, se coloca en el llivel de lo imagin~lrio, pero experimenta en él dpiclaI1lci1tc una decepción fundamcntal, pues las l110claliebdes de some­timiento y explotación disimulan ~1 J::¡ clase obrera su ver­dac!era condición. No se ckscubre tan fácilmente explo­tada y sOl1leti,Ll Unto en cl 1,lál1o d,~ ];¡ cotidi,1llidad y el COI1SllllJO como en el de 1<1 procll1cción. La estructura de la producciól1, y, por consiguiente, de su explotación, se le eSCi1l),I!J,1 y<1 a lJ cJc¡sc obrcr8 dur;Hlte la be!!"" époqllc La rcpres(,I~Ul('ilíll (idcologí;l) del cambio, (ilr;lb,1jl) con­tra s,duio». ,1i,i¡~ll¡]clha lC1s I'cl<1(iol1Co el;: [)l'OdllCc:i6n, es tas rebciones eo lluctu radas es tructu ran tes (la venl a de la fuerza de trabajo, la propiedad y la g.estión de lus me­díos de producción por lUld clase l. Desde entonces, las relaciones se ha n oscu reciclo JtÍ n más. La ideo logía del COl1SUI1l() 11;1 termil1:1do de oculur!:1s. El cOllsumo ,irvee de coartada a b prodllcci6n. Dee elltoda, 81 !J;¡cerse m,ís completa, la explotación se cubre con un velo ll1,ís es­peso. La clase obr",ra no p\1~de dejar de es[ar profunda­mente decepcion<1da. Es .la primeru entre bs capas y cla­ses socú¡]es en experimentar esta frustración. Sil «con­ciencia de clase» se restablece con dificultad y, sin em­bargo, no puede desaparecer. Se convierte en (<111alenten­dido» de las clases, pero a es te tí tu lo eslá preseil te en toda reivindicación. L~ reivindicación tiende oscuramen­te a desbordar las cuestiones ele salario (que 110 desapa­recen) par3 extenderse 8. h disposición ele lo coticli3110.

En lo que concierne a 115 mujeres, conocemos ya la al11bi~¡iecbd de Sil cc)n,Jición. Rc1c<;:,cL1S a lo cotidiano, hacel~ de él \lna forLilaa y se es[;¡CrZ,ll1 [,l])tO 1ll,'¡S ell

<81i1' de ,JL-1. pelo eludie'nd() laó implic:lriollcs lk lél ,<>11

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ciencia. De ahí una protesta perpetua, pero torpe, que no llega más que a reivindicnciones mal orientadas.

En cunnto a los intelectuales, encuentran en lo ima­ginario, literalmente acarreado por la retórica, el lengua­je y el metalenguaje, una perpetua coartada que les per­mite olvidar la mediocridad de su condición: falta de poder, poco dinero, la necesidad de tolerar la~ coacciones y los mitos para trepar algunos escalones y encaramarse a los peldaños superiores de la escala soci~l (escritores de renombre., grandes periodistas, técnicos eminentes con­sultados por las autoridades, etc.). ,

Como resultado, la protesta y la contestación, ybs reivindicaciones no cesan y no pueden desaparecer. Uno tras otÍ"o, estos grupos parciales contestan y ptotestan, no sin intentar sacar partido de la situación. El más sig­nificativo es el rechazo presentado por los grupos, mino­rit:uios, pero siempre renovados, de «jóvenes» a esta sociecbcLRechazo toull, global, sin ('~;pernnza, sin porve­nir, ab;o!uto, siempre renovado. Los grupos que recha-7.an se desdoblan, COlIJO es sabido, en violentos y no vio­lentos. El rechazo supone una tentativa para salir de lo cotidiano e intentar otra vida que sea obra, apropiación. Esta «otra vida» se intenta por diversos medios: V<1ga­butideo, drogas, signos de solidaridad y de complicidad, etcétera.

En cuanto a las da'ses medias, un;! ve7. más «se» las ha engañado. «¿Se? .. ¿Quién?» La «estrategia de cla­se» tiene tal vez un «sujeto», pero no es observable; se «construye» por medio del conocimiento, a postel"íori. En tanto que pilares de la lIlaniobra, las clases medias son asimisn10 sus objetos l' sus víctim·as. Lo que se ge­neraliza es su rel ación con las cosas v los bienes. Desde que f'Jtjsten, estas capas medias haJ1 buscado la satis­facción:" s;ttisfacciones al por menor y piezas sueltas de la satisfacción. La voluntad de poder y el poder se les escapaban, la vuluntad de creación todavía más, por otr:1S ra7.ones. Con respecto a ellas, sería inoportullo. habJ:lt de un «estilo»; de lo que se trata es más bien de una ausencia de estilo. Este génrrn de vidl1 se ha extendido

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La vida cotidiana en el mundo moderno 119

a 1:1 sociedad entera. Sólo emergen los que habitan el Olimpo, gran bmgl1esía que corresponde en nuestro tiempo a la antigua aristocracia, cuyos vestigios recoge. ~os moradores del Olimpo carecen de vida cotidiana, aunque las imágenes que los popularizan les atribuyen precisamente una cotidianidad superior. En el caso lí­mite, el morador del Olimpo ni siquiera tiene domicilio fijo; reconstruye en la opulencia, con los medios del poder, el vagabundeo «libre», el nomadismo; vive en su yate, va de palacio en pal:1cio o de un castillo a otro. Está por encima del «habitante». Para el común de los m~rtaJes, el morador del Olimpo, criatura de rensueño, proporciona imágenes sensibles (vendidas muy caras) de lo im:1ginario. Lo posible, todo lo posible, se encarna en él. Es la otra cotidianidad, irreconocible y, sin em­b:1rgo, reconocida: piscina, teléfono blanc:o, mesa de es­tilo. Pero hay algo más: el del Oliri1po ya no habita est:1 cotidi:1l1iclad. En cuallto al habitante, fijado al suelo, la cotidianidad le ~lsedia, le sumerge, le engulle. La cIR-se media se instala en la satisfacción. l\hora bien, -se siente oscmamente robada. No tienen sino una sombra de influencia: migajas de riqueza, ni una parcela de po­der ni de presti gio. Su forma de vida pa~ece haber con­quistado él toda la sociedad, incluida "la clase obrera. Quizá, pero en adelante tienen la misma forma de vida que el proletariado. Con un poco más de medios y aí­gunos ingresos suplementarios. Lo que da lugar a estra­tos y no a clases, como se ha dicho una y otra vez. La clase media, al negar la calidad de «clase» a los obreros, se adjudicaba frente al proletariado un status superior, una dignidad eminente; en suma, una 'conciencia de clase. Así servía estr"atégicamente (sin saberló) a la bur­guesía. Actualmente, las capas medias de la sociedad de consumo dirigida se sienten confusamente presas en· la . generalización del proletariado: Los cuellos blaricos , ros peq'ueños técnicos, los empleados'y cuadros medi?S, ~e­sisten tozudamente a esta situación y a esta COI1Cl

enCla,

Sin emb:1rgo, los invade no por el camino de la ¡Jeolo­gta, sino por In percepción de una cotidianidad similar

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120 Hellli Lefebvre

y de una misma huida hacia la ruptura de 10 co'tidiano, A pesar suyo, el miembro de la clase media presiente que en la sociedad de consumo, el consumidor es consumido. No él, en carne y hueso, que permanece tan libre como el proletario, No él, sino su tiempo de vivir. La teoría '1 de la alienación es considerada como caduca, ¿Es nece- I!

sario volver a extenderse sobre este punto? Cierta aliena­ción (por ejemplo, la alienación sexual) tal vez se haya atenuado, Aunque no es nada seguro y el fundamento de la represión sexual (la relación «naturah entre el acto sexual y la fecundación mantenida práctica y «cultural­mente») no ha desaparecido, ni mucho menos, A las an­tiguas alienaciones se han a¡)adido otras nuevas, y la ti­pología de la alienación se enriquece: política, ideológica, tecnológica, burocrátÍca, urbana, etc, Sostenemos que la alienación tiende hacia una totalidad y llega a ser tao poderosa que borra las huellas (la concienci8) de la alie­nación. Acusamos, aquí y en otros lugares, a los ideólo ~os que; pretenden relegar la teoría cntre las filosofí3S anticuadas. A pcsar ele sus prcgunt:¡s, que se pretenden maliciosas sobre las «conspiraciones» ideológicas y sobre los {<sujetos» de tales conspiraciones, sirven a la estra-tegia de clase. Con plena buena conciencia. Ni mejor ni peor que 'los demás: los que saLen y los CjllC no com­prenden nada de nach, La novedad consiste en' que la teod.a de la alienación no tiene más que una referencia. filosófica que se aleja. Ha pasado a ser una práctica so-cial: una estrategia de, cl¡¡se que precisa apartar tanto la filosofía como la historia p;lfá en1ol'ollar el asunto e inhibir la conciencia de la alienación generalizada .. Esta estrategia tiene peones para n1aniobrar: la clase meJia,_ . / a guien se le escapa la conciencia de su propia alienación, aun cuando haya alimentado la crónica y los cronistas de la alienación en tanto que sometida al malestar. Como las damas de los viejos tienlpos, como el personaje ber­kegaardiano que exclama: «i Algo posible! », el pequeño burgués se encuentra mal un buen día. El salto de 10 real a lo imaginario)' de lo imaginario a lo real, es decir, la confusión entre los pl~nos no le agrada ya. (Qllé

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La vida catidiall<1 en el l1lulldlJ moderno 121

quiete) Otra cosa. ConsumÍr le satisface J' no le s:üis­face, El consumo no es la felicidad.' El bienestar )' la comodidad 110 bastan para conseguir la alegría, Se aburre.

Esta suciedad Cjuiere integrar ¿Qué? Sus miembros, grupOs e individuos, .Ü0l110S y moléculas. ¿A qué? A ella, de .la que nadie piens;¡ ya que sea un «sujeto». Tal es Sil problema y su contradicción (LE1a de las más importantes ent re sus contradicciones). No está ckspr\)­vista de una Ciell<1 upacicbd il1tegracloLl, ft1erte por me­dio de la merGlllcÍa y el mercado, más débil, pero eficaz, en el nivel cultural. La cotidianidad integra a :lquellos que la aceptan e incluso :l quienes d~cepciona. Los des­contentos que aspiran a una cotidianidad más plena son rápidamente atrapados y absorbidos. Para sus oídos los lemas ÍlJás es,tridentes de la subversión no son más que fra'ses sonoras, ¿No ha intccur<1do esta socied<1d, COI1 su esteticismo 'intel~so, ,11 viejo'" romanticismo? (Al SlIne:,­lisITIo? ¿Al existencialismo? ¿A una bLlCn<1 pClrte dd marxismo? Así es, por imp'Jsible que parezGl. Por la vía del mercaclo,' como productos. La contestación de ayer es hoy producto de calidad p:H'<1 el consumo cultural. lit) consumo que h<1 engullido <1 aquello que intentaba dar un sentido Lo ha devorado. Es posible liquidar el sentido, de.clarar ahsureb la blísqueda del sentido, con­fundir e identificar absurdo, realidad, racionalidad. S(, 8bre un agujero gig'1l1te. Los filósofos no tienen vértigo, pero la sociedad que no posee otros medios ideológicos pierde su capacidad i 11 tegr8d()r~. Su cultura, traducción abstracta de 'exigencias económi(as y tecnológicas, es impotente. De uhí la paradoja, con frecuencia puesta de relieve, pero raramente analizada hasta sus raíces, de una :;ocied,ld que funciona, a la que obsesionan la integración y la. participación, y que 110 llega :1 integral' ninguno de sus grupos, ni a los jóvene.s, ni a los intelectuales, ni a las etnias, ni a las regiones, ni a las' ciud:1c1es, ni a J8S

cmprcs.1s, ni SIquiera a las mujeres. Los Estados Unido:: de Améric1 son el prototipo de esta sociedad poté'i1le e impotente. La burgueoí:l francesa y Cl1l'OpCil [Josefa Ulli1

capricidad i Il tcgLld"rn cuando 1 enÍa 11118 i(k()l()~~ía (d

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universalismo de la razón) y una practica social (la cons­ttucóón de L1na nacionalilhd). El desvío de esta ideología universalista hacia la racionalidad limitada del tecnicis-mo y del Estado h priva de aquella antigua capacidad estratégica. De ahí L1\12 impotencia que se traduce en el plano de la cultura y, sobre todo, en el de la capacidad

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de integración, Pata responder a las exigencias de la situación, se bus­

can nuevas ideologías. Se comprende que no es posible .vivir sobre los fundamentos americanos cle los años in­cluidos entre 1950 y 1960'. desideo1ogización, resolución cada \'ez más armoniosa de las tensiones, fin de las cla­ses. El din de las ideologías» fue la consigna del ameri­callismo ofensivo. Con este ariete, con estll artillería, derribó las murallas que protegían a la vieja Europa. Los desembarcos masivos de especialistas, sociólogos, psicó­logos y demás, siguieron de cerca a ese desmantelamien­to. ¿Y flhora? EurOp:i no eS más que un campo de minas filosóficas, teóricas. Sólo resisten aquí o allá al­gunas ciudadelas, algunas fortalezas, con frecuencia que­brantadas, como el marxismo, la historicidad. La ofen­siva americana coincidió con el derrumbamiento del dog­matismo stalinista. ¿Y ¡¡hora? Es considerable; tanto en América como en Europa, la demanda de ideologías más sutiles. Lo qnc obliga a "fimr el concepto mismo de ideología. A nuestro juicio, el concepto hoy cubre, por ' una parte, las representaciClnes que se presentan comó no ideológicas, corno «rigurosas», y por otra, una buena parte de 10 imaginario social, sostenido por la publicidad (que tiende a hacerse idel)logÍa y priÍctica, simultánea­mente). Una ideología hov no puede ya permitirse apare­cer co1110 ideología: apelar a lo afectivo, regular la per­tenencia a un grupo dirigellte. I.e es preciso tomar un aspecto científico A menos que no opte decididamente por lo irracional, como cierto psicoanálisis o cierto ocul-tismo.

En un nivel bastante bajo de elaboración, para uso de 10$ pequeños ·c\ladros, de [os técnicos pequeños y me­dios, de los burócratas ele los esc9lones inferiores, se

• Lt\ vida cotidbnn en el mundo moderno 123

tiene el econOmlCZS1JZO. Vulgar y vulgarizado, su vida es dura porque sirve: ideología del crecimiento, producti­vismo, racionalidad de la organización, perspectiva de la abundancia próxima. Estos temas, ya abandonados en Estl.Jdos Unidos, han de conocer aún días de gloria en una Francia retrasada. Tal vez los adopte oficiosa y ofi­cialmente la llniversidad, o cualquier otra institución apoyada por el Estado. El economicismo tiene el con­siderable interés de aliar al m,lrxismo degenerado y al racionalismo bttrgués adulterado. Además, encubre bas­tante bien la cotidianidad, Sll manipulación, su explota­ción racion'llizad'l. No está, pues, desprovisto de: los mé­ritos gue hacen eficaz una ideología.

Existen tentativas más sutiles. La ideología de la jeminidad, o, mej~r __ dj.cbº, __ de La .f~ncT¿¡ªd.-RQr·ry -en) la (erñ'íri'i¿fá;rpúece parte importante de la ideología del consumo (de la felicidad por el acto de consumir) y de jc1colc'gb de la tecnicidad ( i 18s técnic:ls ele la feliciebc1 correspondedan a las mujeres 1 ) con algo más seductor.

La ideología de la cultura, o culturnlismo, apuntala la tesis vacilante de la coherencia v de la unidad de «la» cultura. Tesis oficial. Cuando es -evidente que la cultura se pu[vetizfl. No hay desde hace mucho tiempo sino sub­culturas de orígenes diversos: campo y vicia rural, vida urhana, aristocracia, proletariado, burguesía, países y sec­tores llamados «subdesarrollados», cultura de masas, et­céter~\. Varias «subculturas», incluso revestidas con el traje de Arlequín fabricado por una de ellas, a saber, el «cf.Jsíci~mo», no forman una cultura. La fragmentación de los conocimientos parcelarios y de los trahajos espe­cializados no cOl1stribuye a restituir la unidad. ¿No será hl' cultura un mito? No. Es más que eso: una ideologín de Estado. 1.:1 unidad de la cultura debe de situarse en el nivel mRs elevado, el de 1;]5 instituciones culturales. Lo que permite alimentar la «cultura de /113Sas» y el con­SUlTl0 con «productos de G\liclach, obras de las que se pretende q\le permanezcan «intactas».

Las ideologíns de la !ulJciól1 (f uncionalislllo), de la fOI'm" (foumlismo), de la e.rtl'llct/ltTl (estructuralismo),

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Henrí Lefebvn:,

tienen en común con el científícisl110 y el posítivisl11od que se ptesebtan como 110 ideológicils. El proceso de ideologización es, sin embargo, bastante claro'; consiste' en una extrapolación-reducción. La ideología transfOl'll1a en absol

u to ,un cqncepto parcial y una verdad relativa.

La ideología del lengua/e presenta suficiente interés c0Ipo para que le' consagremos más adelante un capítulo. En efecto, se incorpora, por una parte, a los notables descu­brimientos de una ciencia en desanolJo: la lingüística, y por otra, a los «fenóD1eno~ de lenguaje» que se cle:sarro­Ilan en la vida cotidiana. COntentémonos aquÍ con se­ñalar que la ideología consiste en presentar simultánea. mente el lenguaje como clave de fa realidad social (que ~ería, por tanto, cognoscible y conocida por su forma de lenguaje) y como un sistema (que comprende)' entraña la unidad de lo real y lo inteligible). Mientras (según la tesis que Sostendremos mas adelante), nos movemos' el] el metalenguclje --discurso sobre el discl1rso, descifra­miento de mensajes antiguos que no tienen derecho al­guno a presentarse como nWl)saíes nuevos o descifra­miento de lo «feal».

La publicidad forma parte ele los «fenómenos de len­guaje» que requieren un examen atento. Plantea nume­rosos problemas. Algunos de los más importantes son e;! de la eficacia, el de la naturaleza y el de la extensión de su influencia. Mostramos por qué proceso de sustitución (y no es sino uno de sus procesos) la publicidad asume \ una parte del pape! antiguo de las ideologías: encubrir, disimular, . transponer 10 real; concretamente, las reb­ciones de producción.

No podría darse ideología en el sentido antiguo (es decir, con la fuerza de captación, el poder liberadol', la capacidad integradora que tuvo antafío el racionalismo) más que si se pudiese consid¡>rar la cotidianidad como un sistema dotado de una coherencia completa. y esto es imposible. En primer lugar, este sistema debe manifes­t;use- primero en la práctica: considerar 10, cotidíaEo como Ul1 sistema significa estructurar 'el sístel11:t, cerrarlo. Por desgracia paré! est.~ tenrízación, en CU811to )0 cacidin. ,

L~ \TldíJ c()tJd!Z!!J~) l'f) d TlJnT'tL:O 11hXk~rl)o 12,';

no aparece cqmo sislema (C01110 c:onjul1(u de significa­clones) se derrumba. Se rev'cb como despJ:üvisto de sen-

, tido, Es un conjunto de no-significaciones al que se quie­re dotar de sentido. Las insignificancias de lo cotidiano sólo pueden cobrar sentido -transformarlas, metamorfo­seadas en otro conjunto distinto de la actual cOjicliani­dad. Dicho de otro modo: es imposible constituir un sistema teórico y práctico tal ,que los detalles de fa vieb cotidiana tomen un sentido en y por este sistema. En segundo lugar, si no hay si~tema, 10 qu~ hay son múlti­ples subsistemas, de los que hemos mostrado ya que se situaban no en un si.rtclIla único, sÍl10 sobre un plano o, nivel de la realidad. Entre elIos descubrimos lagunas, ,agujetas y nubarrones que flotan ... El único «sistema» que revela un grado de generalidad suficícnte pal'a lUe­recer tal denominación es d de las cOc/rtadas (iY va tan lejos, que la «problemática», la «interrogación» y la «puesta en cuestión» pueden convertirse en coartadas para <!ludir lbs problemas y mantener un «sistema» que sólo existe en las palabras! ).

4. Sobre algunos Sllbsis temas

Los, teóricos del estructuraJismo emple;in frecuente­mente el término (sistema». Su lenguaje carece de pre­ClSlOn. Poco a poco esta pabbra va tomando una signi­ficación vaga, 111al determinada. El rigor forma parte de slls connotaciones, de su retórica y no de su denotacÍón.

,No quiere decir más que «trasto» o «chisme». Es, sin embargo, claro que el sistema es lÍnico o no es J. Si hay

, varios si tel11as, cada uno de ellos tiene sólo una existen', cia y una importancia rclatiVils. Ninguno puede aislarse. ¿No es más justo hablar de subsístemas?Pero entonces

'el estructuralis!TIo pierde el prestigio y la prestancia que ha obtenido por su oscuro profetismo del sistema abso­hito, exclusivo, total. Ya el hegelianismo inscribía los subsistemas concibiendo el sistema {Uosófíco-poJítíco como

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12(; Henri Lekbvrc

envoltura, círculo eJe circulas, esfera que engloba a todas las esferas.

Para que haya subsistema hace falta que h8ya (con­diciones necesarias):

{/) unos actos, una actividad (social) dife¡-enci:lcb, es­pecifica o especializ~lda. Objetos correspondientes a esta actividad, es decir, específicos, susceptilJles por esta 1'8-

zón de ser alineados, clasificados, etiquetados. Unas situa­ciones determiwlCbs por la rebción entre las actividades (sujetos o agentes sociales: individuos y grupos) y LIs co-

'S~lS sensibles (objetos), lo que constitu\'e un conjunto indisoluble;

b) unas organizaciones e instituciones, éstas legali­zanclo aquélLls en el nivel del Estado o de otra instilu­ción villculada al Estado. La institución opera sobre este «materia!», la organización, que opera a su vez sobre la actividad social. Una burocracia competente, fiel, se apo­dera pronto de la cosa social. Lo que nípidamente da lugar a una jerarquía (o a varias jerarquías);

c) unos textos (de los cuales puede extraerse un «corpus») que garanticen' la comunicación ele la activi­dad, la participación en 185 medidas que la organizan, la influencia y la autoridad de las instituciones corres­pondientes. Estos textos pueden constituir ya un código, pero pueden asimismo consistir en documentos, tratfldos, manuales, guías, imágenes o escritos publicitarios, cuyp «corpus» y el código explícito serán extraídos mediante aJ1(11isis. Este análisis, si llega a buen fin, revela y define lo que .ciertos lirlgüistas (Hjemsle\', A. ]. Greimas) de­nominan un lenguaje de connotaciól1.

Según esta definición, la moda es un subsistema 4, pero también la cocina; llega a serlo al perder su antiguo status de producción 10<;al, anesanal y familiar, cualit<1-tiva, hecha de recetas transmitidas oralmente, para con­vertirse en actividad formalizada, especializada, materia ele tratados, de guías «g:1stronómicas», de una jerarquía de lugares, de comidas, pretexto de una ritualiz:1ción mundana. Su sistemati7.:1ción resulta, por cierlo,impo­sible en la mayoría de los casos al permanecer cuali ta-

La vid,\ COlidi'1I1:t en d mundo m(,lJ~j 11\1 lTi

tiva, familúu, local. Se constituye una especie de núcleo de significaciones, que privilegia una región del espacio social, confiriéndole una fuerza de atracción o de repul­siói1. Es una iso!opía (A. J. Greirnas). Este núcleo de lenguaje atrae hacia sí la actividad, desviiíndob de la apropiación pma fOl'l1l<llizarla y metnmorfosear IDs actos y obras en signos y significaciones. Tales procesos se desarrollan en el nivel de lo imaginario.

A su manera, el Turismo se erige en subsistema en la sociedad llamada de conSUIllO. O la «Cultura», que desde esta perspectiva constituye una entidad. Podría tam­bién aJ13lizarse' en este sentido la sexualidad, el ero­tismo. Pero, por ahora, desde la perspectiva de la co­tidianidad programad8, ¿ no sería el mejor ejemplo el Automóvil?

El estudio fo1'1'nal y material del Au to no ha sido lle­vado hasta áhora muy lejos. Los innumerables artículos y las obras sobre este tema merecerían ser examinados; algunDs podrían proporcionar un «corpus» del que arran­cara el análisis. La mavorÍa de estos textos deben con­siderarse corno síntom~s más que como informaci6n (1

conocimiento. Dejando a otros la preocupación de llevar más adelante la exploración metódica, intentaremos con­templar el Auto en su relación con la cotidianidad. Bre­vemente, vamos a mostrar la formaci6n de un «subsis­,tema», de un campo semántico parcial e invasor, que in­terviene en la cotid ¡anidad:

a) El Auto es el Objeto-Rey, la Cosa-Piloto. Con­viene repetirlo. Este Objeto por excelencia rige múltiples cOll1portamkntos en muchos sectores, desde la eco no­mÍ<1 haSta el discurso. La Circulación se inscribe' entre las funciones sociales y se clasifica en primera fila. Lo que implica la prioridad de los aparcamientos, de los accesos, de la red de comunicación adecuada. Ante este «siste­ma», la ciudad se defiende mal. Se está dispuesto a de­l1)olerla (los tecnócratas) allí donde ha existido, allí donde sobrevive. Algunos especialistas terminan por desig­nar con una palabra general, que tiene resonancias filo­sóficas y racionales --el urbanismo---, las consecuencias

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128 Henri Ldebvr~

de la circulación gcneraiiz,1<Jd, llevada al aDsolllto, )~l es­p,lcío se concibe seglll1 las coacciones del' au tomóvil. Circular slJstituye a Habitar, y esto en la pretendida' ra­cionalidad técnica. Es cierto que, para muchas pet.ona~, su coche es un ped,lzo de su (,habit,u», incluso 'el Hag­lTlento esencial. QlIiz'l fuera oportuno insistir C[1 ,dgu-1105 hechos curiosos. En la circulación rodada, los hom-. .:)res y las cosas se acumulan, se mezclan sín encorltrarse. Es un caso sorprendente de sirnuluneidad sin .intercam­iJio, permaneciendo cada elemento en ~11 caja, encerrado cada uno en su cnpal'3zón. Lo que contribuye también a degradar la vida urbana y a crear la «psicología» o, más bien, ,la psicosis ele! conductor. Por otra parte, el peli­gro' real, pero débil y cúfrado de antemano, no impide más que -¡¡ unos pocos «correr riesgos». El Auto, con :iUS heridos y SlIS muertos, con las C3n'cteras sangrientas, es un resto de aventura en lo cotidiano, un poco de goce sensible, UI1 poco de juego. Lo ilJteresante es apreciar 'el puesto ·del coche en el único sistema global que hemos dr:scubierto: la estructura de coartadas. Coartada para el erotismo, coartada para la aventura. coartada para «el habitar»' y la sociabilidad urbana, el Auto es una pieza de este «;istema» que cae hecho pedazos en cuanto es descubierto. Objeto técnico pobre, producto de un aná­li"is funcional, (circular, por tanto, rodar --utilizar una energía- considerable despilfarrándola--, illlminar la G1-

f1 eteta, cambiar de dirección y de velocidad) y estructural (motor, chasis y carrocería, accesorios) bastante simple, el Automóvil figura igualmente en un análisis funcio­nal y estructural simple y pobre de la sociedad. Tiene en él un lugar importante que tiende a hacerse prepon­derante. Determina una práctica (económica, psíquica, sociológica, etc.). Pretende ser (se pretende que sea «in­conscientemente») objeto total. Tiene un sentido (absur­do). De' hecho y en verdad, lo que el Automóvil con­quista y «estructura» no es la sociedad, sino lo cotidiano, L.c: impone su ley. Contribuye fuertemente a consoli­darlo, a fijarlo sobre su plan: n planificarlo. La cotidialli-. dild es en gran medida hoy el ruido de los motores, S\I

La vida coTidiana en el mund,¡ modernO' 129

uso «1'8ciol1ill", l:lS exigencias de 1:1 pW,llIcclón y ];1 dis­triboción de vehículos, etc. . b) Esto 110 es todo. El Automóvil ·no se reduce a ser

un objeto 1l18terid, dotado de cierta tccnicidad, medio y ambiente socio-económico, portador de- exigencias y de coacciones. El Auto da lugar a ¡erell'quías: la jerarquía perc~ptible y senszble (t8maño, potencia, precio) va acom­pañada de una jerarquía más compleja y más sutil, la de las marcas de velocidad y resistencia.

El juego de estas dos je;'arquÍas es flexible: No coin­ciden: Entre ellas hay todo un margen, un entredós. Es detir, un lu¡pr para la conversación, la discusión, 18 con­troversia. En suma, para e! discurso. El lugar ocupado en la escala material 110 corresponde exactamente al lugal\ ocupado en la escala de las marcas. Puedo ganar pues­tos, punlOs. El':! e! interior de lIn pequeño grupo puedo llegar a ser (Dor unos minn to's o días) el (ampeól~. (:Iaro que tengo Iíl~ites, pero ¿dónde? Si he <1delantado a un vehículo más potente, he modificado mi lugar en la je­rarquía, ascendiendo un puesto en lel segunda~ la cual se abre :1 los auebces, implica habilidad, ,lstucia y, por tanto, libtrtad. Lo discutiré con mis pasajeros, con mis amigos, extensamente, con orgullo, sobre todo si he co­rrido riesgos. En estas condiciones, la jerarquía ya nopa­rece opresiva. Pasa a ser integradora. . Observemos que este status del objeto automóvir'es similar al statllS de! cuerpo humano en su relación cOl). el deporte. Hay jerarquía física (peso, fuerza, talIa~ ctc.), je­rarquía de las marcas, colisión de las dos escalas.

Ahora bien, esta doble jerarquía corresponde (il/ade­cuadamellte y, po\: tonto, de forma Illlly flexible, siendo ese su interés para todos y, por consiguiente, para el ana­lista) a la jerarquía social. Existe analogía (no estricta homología) entre la jerarquía de la situación social y la de los automóviles. Al no coincidir estas escalas, se paSfl sin ceSilr ele una a otra, sin encontrar el lugar donde pa" l"arse clefinitiv;ullC:nte. El carácter nunca definido ni de finitivo, siempre reversible, ulla y otra \'(':0 puesto en cuestión, y, sin emhargo, imperio~o, de ti clasificación,

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e) De ello resulta que la existencia práctica del Au-I tornóvil, en tantb que instrumento de circulación y me­

dio ele transporte, es sólo una parte ele su existencia so­cial. Este objetó, verdaderamente privilegiado, tiene una doble realidad más intensa, dotada de unH mayor dupli­cidad que las demás: sensible y simbólica, práctica e ima­ginaria. Ll jerarql1ización es a la vez dicha y significada, spstenida, agravada po'r el simbolismo. El coche es símbo­lo de statllS social, de prestigio. En él todo es suei'io y simbolismo: comodidad, poder, prestigio, velocidad. Al uso práctico se superpone el consumo de signos. El obje­to se hace mágico. Entra en el suei'io. El discurso en torno a él se nutre de retórica y envuelve a lo imagina­rio. Es un objeto significante en un conjunto significan­te (con su lenguaje, sus discursos, su retórica). Signo del consumo y consumo de signos, signos de felicidad y feli­cidad por medio de los signos, se entrecruzan, se intensi­fican o se neutrali7,an recíprocamente. El Automóvil acumula los papeles. Resume las coacciones de la coti­dianidad. Lleva al extremo el privilegio social otorgado al intermediario, al medio. Al mismo tiempo condensa los esfuerzos para salir de lo cotidiano, reintegrando en él el juego, el riesgo, el sentido.

d) Este objeto tiene su código: el Código de Circu­lación. Sin comentarios. La exégesis semántica, semioló­gica, semiótica del Código de Circulación llena ya volú­menes. Sigue siendo el prototipo de los «subcódigós» coactivos, cuya importancia enmascara la :lLlsencia de sen­tido y de código general de la sociedad. Muestra el pa­pel de las señales. El «corpus» sobre el cual un exegeta decidido ti llevar hasta. el fin la exploración semiológi­ca (y sociológica) del Auto podría apoyarse debería des­bordar este Código y remitirse a otros documentos, textos legales, periodísticos o literarios, anuncios publicitarios, etcétera. El Ohjeto-Piloto ha suscitado no sólo un sis­tema de comunicación. sino los organismos e institucio­nes que se sirven de él y que le sirven.

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, Alcanzamos :lCjuí lo cómico 0, m<Ís bien, 10 grotesco e la situación. De estos subsistemas, :lfirmamos ljue tien­en hacia el pleonasmo, hacia la destrucción por la tauto­ogía. El objeto, aquí, destruye y a continuación se des­ruye a sí mismo. El turismo destl'll'ye el lugar turístico

"or el solo hecho de at1'ner a él multitudes y de que el ugar (ciudad, paisaje, museo) no tiene otro interés que 1 de un encuentro CJlle podría ocurrir en otro lado, no

importa dónde. ¿Y la Moda? Cabe preguntarse cuán-tas mujeres siguen la Moda. Una docenn de maniquíes, le cover-girls, de mor3cloras del Olimpo. Estas tiemblan por no estar ya a la moda, puesto que la hacen y que, una vez lanzada, la moda se les escapa y deben encontrar otra. ¿El Deporte? Para que exista Deporte sería su­ficiente con unos CU:1ntos campeones y miles, millones, miles de millones de espectadores. La Cocina formalizadq desaparece; los aficionados poco ilustrados terminan por saborear el ceremonial, la' presentación y la decoración más que los pla tos; al ace~ho de la ganancia, los hote­leros sustituyen lá calidad por la forma; mientras que los 'aficionados ilustrados huyen hacia una «pequeña tasca», hacia un restaurante sencillo y modesto en el que oficia un cocinero deseoso de hacerse una reputación. En cuan­to. al Auto, en vano se devastarán ciudades y campos, tarde ? temprano llegará el punto de saturación. Tien­fe .J;aCla ese lími te, terror de los especialistas de la circu-aCI011: el congelamiento final, la absoluta inmovilidad

de lo inextricable. Mientras aguardan este limite siempre ., a~lazado, siempre fascinante, los conductores en Alema­

nIa o en América se detienen largamente en los moteles para 'contemplar la ola de coches en las autopistas s, yen­c~e~tran en este espectáculo una satisfacción (grande, ya que no perfecta).

~abemos por la práctica y teoría de lo absoluto cómo ~Sta previsto, dispuesto, programado, el envejecimiento

e los automóviles. Forzaremos apenas la nota (¿metáfora : f,r retruécano?) diciendo que el Auto se erige así en símbo­Ji o ge~;ral de la autodestrucción. y que une a este título

tamblen el ser comideraclo como «bien de consumo du-

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radClO», ,¡j requerir la construcción de estructuras per­manentes (ejes de circulación, flujos calculados), ostenta un rango más que honorable en el sistema de coartadas.

¿Constituye la Publicidad 11n subsistema? Cabría pen­sarlo. Sin embargo, esta hipótesis no parece válida. ¿No sería más bien la Publicidad el lenguaje de la mercancía, llevado a su mayor grado de elaboración, dotado de una expresión simbólica, de una retórica, de un metalenguaje) ¿No es el modo de existencia del objeto cambiado y del valor de cambio (ambigua: abstracta-concr-cta, formal­práctica) que se manifiesta así? De Marx y de El Capital conservamos como aportación decisiva esta teoría, La 1

mercancía es una forma, que el análisis separa del con· f tenido (el trabajo social) y de los accidentes que la acom· ! pañan (las negociaciones, argumentaciones, palabras y discursos, gestos, ritos, que acompañan el intercambio), Este análisis dialéctico redil ce el acto de, cambio a su forma pura, como más tarde el amllisis sen)ántico aísla la palabra pata extraer la forma del acto de comunica· ción, el lenguaje. Ahora bien, esta forma no está sepa· rada elel contenido y de las contingencias que la envuel­ven más que por una reducción primera. Los pasos ulte· riores del conocimiento restituyen el contenido y las modalidades concretas (históricas, sociológicas) del inter· cambio de objetos_' Aquello que, desde el pur¡to ele vista de la forma «pura» y cuando el análisis la separa, se pone entre paréntesis (el contenido) o se aparta (las condlcw­nes), se reconsidera a continuación. Es lo que permlt,e a la forma vincularse a una práctica social, abrirse caml' no y suscitar por sí misma una práctica social': ser esta práctica. Tomar el valor de cambio por un sistema ya ,. constituido, oculto bajo las palabras y los gestos de la gente que realiza intercambio (clientes y vendedores, co­merciantes, capitalistas ocupados eri el corn_ercio, ete.), se' ría una ingenuidad. La mercancía, en tanto que forma, tiene una lógica, Producto del trabajo, produce enca~eJ1a' mientas, actos inteligentemente ligados. Es algo socJal y mental a la vez. Esta forma se apodera también dell.e~· guaje preexistente. Lo moldea a su macla. Constitu1rl3

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La vida cotidii1!l,l en el m\llldG moderno 133

más que 1111 simple lenguajt: de conllotaciones (aunque un grupo, C0l110 el de los comerciantes, pueda poseer ud subsistema semiótico). No sin resistencias encarnizadas y quizá irreductibles, por parte del pasado y de las nos­talgias C0l110 IJar parte de las posibilidades revoluciona­rias, la mercancLl tiende ,) constituir «un l11lll1do» (o si se quiere, I1n sislem,l que tiene ya Sl1 nombre: el ca­pi talismo), pero no lo logra nUIlCa completamente. ¿ y la Publicidad? Describe, de [ofma que incite al comprador al acto de compra, los ohjetos destinados a un cierto uso y dotados de \JIl valor de clInbio, cotizados en el merca­do. Esta descripción es sólu el cumienzo. '/',11 flle el ca­rácter de la [Jublkidad en el $igk) XIX: informar, cle~cri­bir, e¡¡c'Ítal' el deseo. No ha desaparecido, pero otros r,¡sgos lo sobredetenninan. En la segunda mitad del siglo xx, en Europa, en Francia, liada (un objeto, Ull individuo, un grupo social) vale sino' por su doble: su imagen publi­citaria que 10 aureola, Esta imagen dobla 110 sólo la ma­terialidad sensible del objelo, sino- el deseo, el placer. "~IQlisl11o tiempo hace ficticios el deseo y el placer. Los SItúa en lo im<1ginario. Es ella la que trae «felicidacl», es decir, satisfacción en el estado de consumidor, La pu­bli~idad, destinada a suscitar el consumo de [os bienes, llega así a ser el primero de los bienes de consumo. Pro­du~e-l11itos, o, más bien, 110 produciendo nada, se apo­dera de los milOS anteriores. Arrastra los significantes hacia un dobre objetivo: ofrecerlos como tales al consumo en general y estimular el consumo determinado de una Cosa. Recupera as¡ los mitos: el de la Sonrisa (la felici­dad de consumir identifica la felicidad imaginaria de aque­lla o de...aquel que llluestra el objeto a consumir), el de la ,Presentación (el acto social que hace presentes los Objetos, actividad ql1e da lugar por sí misma a objetos, dI «pre~el1tador», por ejemplo). Tenemos la imagen (foto) e un Joven atfético, desnudo o casi desnudo, agarrado

Con todos sus músculos, brazos y muslos tensos por el esfuerzo, al empalletado y a los obenques de un velero ~n plena calTera que, Slll'C:I el OCé,lllO, LI rn~xima veloci-

ad es evocada pCll'- la espuma, por la tenSIOI1 de los ca-

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bIes. Los ojos de este joven magnífico escrutan el ho· rizonte; ¿qué es lo que distingue él que escapa al lec· tor de la revista? ¿ Un peligro, un riesgo, una maravilla! O nada. Por lo demás, no hace nada, ni bordear, ni vi· raro Es formidable. Texto que estipula el sentido de la imagen: «Una verdadera vida de hombre; sí, es formi· dable una vida de hombre. Es formidable encontrar cad~ mañana la frescura tonificante de su after shave ... »

Comentemos un poco. . a) I-lay una imagen con un texto. Sin el texto, la

imagen carecería de sentido o tendría varios. Es sabido y y; se ha dicho. Sin la imagen, el texto sería ridículo, como también se s~lbe. Subrayemos solamente la dispo· nibilidad de los significantes (el hombre desnudo al sol, el océano, el navío, etc.) y la ausencia de los significados (la verdadera vida, la plenitud, lo humano). La publici· dad para el alter .rhave X jiga una a otra estas disparí dades por medio de una cos~! (mercancía) en beneficio de un acto ele venta.

b) Restituye así mi los que no tienen nada lluevo: natLlfClleza, virilidad, virilidad frente a la natmaleza, na· turalidad de lo viril. Por estos grandes temas y con ellos dejamos el mito propiamente dicho (salvo si se da a este término una acepción muy vaga y muy general que en· globa a la ideología). La publicidad cumple la fllnción de ideologíü, vincula el tema ideológico a una cosa (el alter shave), confiriéndole nsí unn doble existencia, real e imaginaria. Enlaza los términos de las ideologías; en­laza más allá de las mitologías los significantes a los sigo nificados, recuperados, utilizados.

c) Han encontrado un fotógrafo que trabaja para una agencia, el cual ha sorprendido sobre el puente del velero' el 'gesto «espontáneo» de aquel joven, realmente sober­bio. y por medio de este gesto han demostrado la con- /. veniencia de Ull after shave, utilizando la retórica de la . imagen y del texto, es decir. un doble terrorismo: «Sea 1

un llOrnl,re cuiJndo. COllvién~se ([lela mnñ~1lla en UD tipo formic1nble, que se gllst:: :) sí mismo y guste a bs 11111- i jeres, Emplee tal after _,haul' n 110 se:) l1:1d:l, y sép81u .. ,),

La vid,¡ c<J[idialla en el mundo moderno 135

La Publicidad se convierte así en la poesía de la Mo­dernidad, el motivo y el pretexto de los espectáculos más logrados. Se apodera del arte, de la literatura, del conjunto de los significantes disponibles y de los signi­ficados vacantes. Se convierte en arte, v literatura. Se apodera de los residuos de la Fiesta par; reconstituirlos en Sil provecho. Como la mercancía a la que impulsa has­ta el final de su lógica, confiere a todo objeto y a todo ser hum:mo plenitud ele la dualidad y de la duplicidad: el doble valor como objeto (valor de uso) y como me!'­canda (valor de cambio) al organizar cuidadosamente In confusión elltn: estos «valores» en beneficio del se­gundo.

La Publicidad cobra la importancia de unn ideología. Es la ideología de la mercancín. Se sustituye a lo que fue filosofía, moral, religión, estética. Está lejos el tiempo en que los publicitarios pretendían condicionar a los «su­jetos» consumidores mediante la repetición de un slogan. Las fórmulas publicitarias más sutiles encierran hoy una concepción del mundo. Si usted sabe elegir, elija tal marca. Este Ínstrtll1lento (de limpieza) libera a la mujer. Aguella gasolina (con un vago juego de palabras sobre el término) ,., está m:ís cerca de usted. Este «contenido» muy nmplio, est8S ideologías capturadas, no excluyen la solicitud más concreta. Los mandatos que il1tertumpen películas y noticiarios en la televisión americana muestran hasta dónde puede llegar esta solicitud. Usted está en su casa, el! su hogar, poblado por la pequeña pantalla (más que por los mensnjes por ella transmitidos, pre­t~n~le McLuhan) y se ocupan de usted. Se le dice cómo V.IVIl' siempre mejor: qué comer y beber, con qué ves­tUse y amueblarse, cómo habitar. Ya está usted progra­mado. Salvo en que aún tiene que elegir entre todas esas casas buenas, petmaneciendo como estructura permanen­te el acto de consumir. Se ha superado el mito de la sonrisa. fLcCJE,su!2?o:=,s ~a ~<::.sa_§.eܪ-, Benévob, benéfica,

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la sociedad en lera está junto a usted. Atenta, Piensa en un apetito rarticubrl1lcnte voraz, Cada objeto y cad;¡ usted, personalmente, Para usted prcpara objetos pen,o· obra obtIenen así una duble vida, sensible e imaginaria., nalizados o, mejor aún, entregados en tanto que objetos Todo objeto de consumu ~c convierte en signo de con-de uso a su libertad personalizadora: este sillón, este ron· SLl11lO, El COnSUll¡id~)r se ¡mtre de signos: los de la téc-junto de elementos, estas mantas, esta tupa interior. Esto :: nica, la riqueza, Lt felicidad, el amor. Los signos y sig­y no aquello, Conocemos 'mal la socieebd. ¿ Quiénes? To· ir nificaciones suplantan ro scnsible, Una gigantesca s\lsti tu­das, Es maternal, fratel'nal. La familia visible se une en ¡ ción, una transferencia masiva, se opé:ran, pero i sólo en esta familia invisible mejor y sobre toJo más eficaz, la : un vértigo de remolinos I sociedad de consumo, que prodiga sus atenciolles y sus ,1 ¿Daremos ele esta sociedad en que vivimos esta Íma­encantos protectores a cadá uno de nosotros, ¿ Cómo pue- ¡: gen irónica (ilustrando un análisis cstructlll'al): lln suelo, de subsistir un malestar? ¡Qué ingratitud! I ;! 10 cotidiano, r remolinus a ras de este suelo, turbulencias

Los remolinos giran a ras del suelo. Consumo de es::, "J' que arrastran a hombres y cosas, disolviéndose después p;ctáculos, espectáculo del COnSlll1~O, consU~110 del espcc-I~ I en el, gran torbellino. del intercambio de mercancías? ~s taculo Je! consumo, ConSU1110 de signos y SIgnos del con- l' exceSIvamente clramatJco, Al otorgar demaSIado espacIO sumo. Cada subsistema que inlenta cerrarse produce lino I a la movilidad, se escollde bajo el Cldto de lo efímero de estos remolinos autodestlUctores, Al r8S de la coti-" el gU5to por lo estructurado, por lo duradero, por lo dianidad. ~ que es duro y el ascelismo subyacente, Tvfás bien veríamos

El consumo ele signos es especialmente digno de inte- ¡una s'uperficie terrestre, la cotidianidad; por debajo de rés. Tiene modalidades perfectamente establecidas, por '1 ella, los subtelT.1neos del incollsciente; por encima, un ejemplo, el strip-tease, consumo ritualizaJo de los signos ¡ horizonte lleno de duda, y de espejismos: la Lvloderni-del erotismo, Pero cobra a veces el aspecto de un frene- \ dad; y después, lo Permanente, el Firmamento, Enrte sí. Hubo el "año de los «scubidús» (¿signo de CJué?, de lo los grandes astros, coloquemos la Cientificiebd, con su inútil, de 10 combinatorio y de 10 racional absurdo, ma" resplandor frío y algo crepuscular; la Feminidad y la niaco y sin alegria) y la temporada de los llaveros (sig- Virilidad, doble sol. y estrellas, comtelaciones y nebu-no de la propiedad), Durante unas cuantas semanas o me- I losas, Muy alto en el horizonte, polar" la Teclllcidad, y ses, el torbellino fue naciendo, se formó, arrastró a n7j]~s en alguna parte la Juveniliclacr.- Hay «no\1ae», como la de personas y luego desapareció sin dejar huella.' . Fiabilidad, estrellas helad<ls y muertas como la Belleza

La «cultura>1 en esta sociedad es también mercancía de ,. y' los signos extraños del Erotismo, ¿Pondremos la Ur-consumo. Un poco excepcional: al ser considerada libre, banidaci o la Urbanicidad entre las estrellas fijas de pri-esta actividad consumidora (un poco menos pasiva que mera magnitud? ¿ Por qué no? A condición de no olvidar las restantes formas de recibir las cosas hechas) toma aires la Naturalidad, la Racionalidad y algunas otras entidades. de fiesta. Esta le conserva una especie de unidad ficticia y los planetas sublunares: la [vIada (o 1<1 «ll1odeidad»), y no obstante socialmente real, aunque situada en lo. localizable no lejos de la Feminidad, y la Deportivi­imaginario, Las obras, los estilos, son entregados' al con-· I dad, etc, sumo devorador. La Ciudad se devora con un bullicio par- Esta sociedad prendada de lo efímero, devoradora, ticular, lo que parece indicar una necesidad y una frus- que se llama productivista, que pretende ser móvil, diná-tración especialmente vivas: periféricos, extranjeros, ha- mica y que no obStflllte adora los equilibrios, honra las bitantes de las afueras, turistas, se precipitJl1 sobre el co- I estabilidades y pone el1 el pináculo las coherencí:1s v razón de las ciulh1des (cuando no ha sido destruido) con' l' las estrucutras, ¿qué filosofía realiza esra sociedad i110)'

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herente, siempre próxima al punto de ruptura? ¿Un neohegelianismo? ¿ Un neoplatonismo? ¿Engendra su pta. pia filosofía) ¿ O bien rechaza la referencia filosófica, tal y corno nosotros hemos prescindido de ella para co· nocer y apreciar 10 real? Formulemos la misma pregupta de otra manera. ¿ Cómo puede funcionar una sociedad que ha puesto entre paréntesis la capacidad creadora, que se funda sobre la actividad devoradora (consumo, des. trucción y autodestrucción), pata la que la coher¿ncia llega a ser una obsesión y el rigor una ideología, en la que el Jcra consumidol reducido a un esquema se repite indefin idamen te?

Más adelnnte responderemos. Por el momento, al ~lbordar el COI/Wlrlo' de IOí JignoJ, hemos comenzado ya el eXAmen de los fe!1Ómell~)S de lenguaje.

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Capítulo 3 Fenómenos de lenguaje

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El estudio de los fenómenos de lenguaje, en el mundo contemporáneo, tiene dos aspectos. En primer lugar, se puede examinar el lenguaje como realidad social; se estudia el lenguaje (o mejor la lengua) de nuestra época, sus rasgos morfológicos, sintácticos, léxicos', Se continúa

i en este c¡¡mino hasta definir los subsistemas, los lenguajes ~¡ de connotación (los de la vidcl' sexual y el erotismo, el t trabajo y la vida obrera, la vida urbana, sin olvidar por ,li, SUpuesto los lenguajes escritos, la líteratunt, ete.). Se '. puede partir también del hecho de que la ciencia del

lenguaje ha pasado al primer plano, no como una ciencia (p,aree.laria Y, superespecíalizada, sino ~omo prototipo de J~ ClencJa. ASl se descubren preocupaCiones generales, la

(~e la información y la de la comunicación, Lo que cons­tItuye un hecho social (histórico-sociológico), un fenó­t~e~o culturfll. Por tanto, nos preguntamos: ¿qué sig­l:lflca esto? ¿Tiene algún sentido? ¿Tienen algún sen­tido la búsCJueda o el rechazo del sentido? . f(ccordC!lI05 lIll poco de teoría. Las p8bLr:ls y con­pllltus elle p:lhbt',IS (de unic18des significflfltes distintf\s,

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