Deas Malco, Del Poder y La Gramatica

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Poder y gramática

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LA PRESENCIA DE LA POLÍTICA NACIONAL EN LA VIDA PROVINCIANA, PUEBLERINA YRURAL DE COLOMBIA EN EL PRIMER SIGLO DE LA REpÚBLICA

Eessentiel est d'avoir sou~nné que la democratie serait plus largement répandue que la modemité.

...Notre incursion dans l'histoire culturelle entrainat ainsi la meme le~n que tout a l'heure l'histoire socio-politique, ou

nous declarons ne pouvoir expliquer l.e village sans l'environment national, ni l'opinion du peuple sans le

voisinage bourgeois: toute explication requier l'ensemble, toute histoire se voue a l'echec si elle n'aspire a etre totale;

mais pour peu qu'elle le tente, et meme si l'imperfection du résultat n'est pas a l'hauteur de l'ambition, elle ne sera

jamais étroite, elle ne sera jamais ·villageoise".

M. Agulhon, La République au Village, pp. 471 Y483.

Se oyen vivas entusiastas, todo el ruidaje de los miserables arontecimientos extraordinarios de los hombres.

J. J. Vargas Valdés, "Mi campaña en 1854", en A mi paso por la tierra, p. 188.

Ningún examen del mundo rural colombiano debe excluir de sus consideraciones la política. Como muy bien señaló Manuel Serra­no Blanco, nadie puede escapar a eso, y esta imposibilidad de es­capar es una de las peculiaridades de la política colombiana: para comprobarlo no hay sino que pensar en los años 1946 en adelante, y el rompecabezas que representan para la ciencia política con­

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vencional1. Bajo cualquier definición, Colombia nace y sigue vi­

viendo durante mucho tiempo como un país muy rural: sin ciuda­des grandes, con condiciones como para que una población relati­vamente grande en el conjunto de América Latina pueda, con ',j,, mayor o menor dinamismo, vegetar: crecer como la naturaleza. Pero decir esto está muy lejos, como todos los colombianos lo sa­ben, de decir que esta población vive fuera de la política. Los es­tudiosos están empezando a explorar con más precisión la natu­raleza de esta innegable politización de las zonas rurales. Hay algo escrito sobre caciquismo, gamonalismo ~lientelismo, la pa­labra en boga-, concepto tan abusado que, de ser una explicación parcial útil, corre el riesgo de convertirse en una etiqueta tan generalizada que no servirá para explicar ni para describir nada2.

Sin negar que existan caciques, gamonales y clientes --que los hay, los hay, buenos y malos, racionales y oprimidos-, quiero po­ner en este ensayo un énfasis distinto, un correctivo, y abrir un campo de especulación nuevo para la historiografía moderna, y que sólo aparece de vez en cuando en la historiografía tradicional.

Las preguntas que quiero tratar son estas: ¿Hasta qué punto se puede hablar de una política nacional en el primer siglo de vida republicana? ¿Hasta dónde, en términos espaciales y en términos sociales (y ambos están relacionados), llegó la política nacional en el siglo XIX? ¿Hasta dónde es posible encontrar al ciudadano? ¿Cómo esa supuesta polític/j. nacional llegaba a las provincias y a los pueblos, al mundo rural? ¿Cuáles fueron los resultados de la politización del primer siglo: si hubo tal politización, qué impor­tancia sigue teniendo? Esto sería más que suficiente para un lar­go trabajo, pero nos interesa también otro enfoque: hay quienes dicen que no puede haber política nacional sin economía nacional, ni articulaciones de intereses de clase a nivel nacional sin econo­mía nacional; la política, según ellos, es tal articulación. ¿Tienen o no razón? Dos conclusiones se me ocurren: o bien la economía nacional existía, o había una política nacional allterior a la eco­nomía nacional, una pl1dora desagradable para los regionalistas a ultranza y también para los marxistas vulgares. Pero sigamos con las preguntas. ¿Qué transformación sufren las ideologías lle­gando de sus polos de difusión -noción tal vez útil también acá, y no sólo en economía- a los pueblos pequeños y más allá de ellos

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a las veredas, si es que llegan allá? ¿Se puede conocer algo del contenido de la antología política a esos niveles? ¿Qué vamos a opinar -porque sí vamos a opinar, con o sin derecho- sobre la racionalidad o irracionalidad de esas antologías? ¿Qué sabemos de la política del analfabeto? Hay una tendencia a suponer que el analfabeto es estúpido, o por lo menos ignorante. Un mínimo de reflexión lleva·a la conclusión de que esto no es muy probable; por lo menos debemos admitir que no conocemos mucho sus horizon­tes o su conciencia; la pregunta sobre si se siente granadino, co­lombiano, debe permanecer abierta. Y hagamos otra pregunta, que aunque a primera vista no tenga nada que ver con las ante­riores, sí está íntimamente relacionada: ¿Qué importaba quién mató a Sucre? Es una pregunta tan fascinante como la pregunta original, ¿quién lo mató?

¿Cuál fue el impacto popular de la independencia? ¿Qué sa­bemos de eso, fuera de que no les gustó, y con razón, a los pastu­sos? ¿Por qué no hay casi en la historia de Colombia un movimien­to de marcado localismo? ¿Por qué en la historia colombiana, hasta hace muy poco, hay tan contados rasgos de movimientos mesiánicos, con su aura de frustración y recogimiento? ¿Por qué el movimiento típico en Colombia se encuentra rápidamente den­tro de un marco general, nacional, aun internacional? ¿Cómo es­tán esparcidos, en el siglo XIX y a principios de nuestro siglo, los entusiastas de la política, y de dónde vienen? Es un lugar común -oso decir demasiado común- decir que Colombia ,es un país de grandes variaciones regionales y culturales: ¿Cómo relacionar es­tas variaciones con la politización del siglo pasado? El proceso no puede haber sido el mismo, por ejemplo, en el Magdalena Medio y en los alrededores de Monguí, entre los negros libertos del Cau­ca y los indios de Tierradentro.

¿Cómo formular estas preguntas de manera precisa e inves­tigable? ¿Dónde pueden hallarse fuentes en este campo tan difícil que es el pensamiento político de los humildes?3. Hago aquí un paréntesis: llamar humilde a la gente que no deja huellas de esta parte de su actividad vital tal vez es prejuzgar la índole de esa gente; humilde no describe muy bien el porte de, por ejemplo, los seguidores del general David Peña, él mismo de origen humilde, en el Cali de 18804•

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Quiero confesar unos "intereses" intelectuales. Empecé a in­quietarme ante ciertas ideas recibidas que a primera inspección revisten cierta plausibilidad, pero que tantas veces aparecen sin pruebas: los campesinos en guerra civil llevados como rebaño de ovejas, "voluntarios" con la soga al cuello que se matan sin tener la menor idea de su causa; lOs analfabetos ignorantes, tema ya mencionado; la imagen relativamente simple de la gente de tierra fría., muchas veces pintada sin matices, como uniformemente ex-

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plotada y catequizada, ¿de dónde vienen entonces los liberales rurales de tierra fría? También, aunque yo mismo había escrito sobre este tema en sus albores, me parecían cada vez más incom­pletas las teorías herméticas de caciquismo, gamonalismo y clien­telismo -sin negar, repito, la existencia de caciques, gamonales y clientes-o lIncompletas de qué manera? Primero, hay en ellas poco o ningún lugar para las ideas, o mentalités. Presentan un cuadro implícito de dominio absoluto sobre una masa inerte, o por lo menos una masa borracha en el día de las elecciones; omiten la parte emotiva, la identificación local y personal, el iluso'amor del que habla Serrano Blanco. Empecé a sospechar que esas teorías erah demasiado brutales y que llevaban una dosis de conde­scerldencia urbana. Como explicación de la naturaleza particular de la política rural colombiana son lógicamente incompletas: ha existido gamonalismo y clientelismo en toda la América Latina -yen muchas partes de Europa, por supuesto--- pero no produ­jeron una política rural a la colombiana, con los mismos peligro­sos nexos con la política nacional y su bien difundida sectaria lealtad. Tampoco admiten esas teorías suficiente variación local: obviamente las estructuras de poder -suponiendo que en todas partes las hay, lo que tal vez no siempre es cierto-5 no van a ser las mismas en todas partes, en el Palenque de San Basilio y en Gramalote, en el Líbano como en los llanos de San Martín: esas estructuras van a "filtrar" la política nacional de maneras muy distintas. Lástima que hasta ahora tan pocos antropólogol$ o so­ciólogos hayan proporcionado algo en este campo tan importante de la vida de la gran mayoría de los colombianos. Me parece tan malo como incompleto el manejo que se hace en estas teorías de los nexos entre la localidad y los niveles de arriba, nexos vistos generalmente como exclusivamente materiales. Sin negarles im­

portancia, cabe observar que ningún buen político descansa ex­clusivamente sobre lo material, despreciando otros recursos, cua­lesquiera que sean sus intenciones. En ese sentido, Colombia es un país de buenos políticos.

Investigando la historia de otros temas he ido encontrando pruebas de la presencia de la "política nacional" entre los estratos "humildes" e~ lugares remotos, que me han hecho pensar. El his­toriador del siglo pasado en Colombia se sorprende al principio ante la dispersión de pies de imprenta de las proclamas, hojas sueltas, folletos y aun de los libros que encuentra en sus estudios. Los autores tenían sus razones para gastar dinero en esos meca­nismos de formación de opinión; pocos lo hicieron por mera vani­dad de escritor. El lector de los costumbristas halla también mu­chas huellas de lo mismo: el primer coronel corresponsal frustrado de provincia no es el famoso Buendía de García Már­quez, sino Félix Sarmiento, personaje de Olivos y aceitunos todos son unos, de Vergara y Vergara, 18686• Tuve la suerte de encon­trar en la Gaceta Mercantil de 1849 un relato muy pormenorizado de una gira hecha por el general José María Obando en la costa --ojo, no por Pasto ni por el Cauea ni por el centro del país, sino por la pura costa- al regresar de su persecución en el exilio7

• En el interesantísimo estudio de Diego Castrillón Arboleda sobre Quintín Lame impresiona al lector lo extenso de los viajes del protagonista, sus relaciones con políticos de clase alta como el generalAlbán y de vuelo alto como Marco Fidel Suárez; su conser· vatismo; su visión de conjunto de la política nacional y su conoci­miento de la historia del imperio español; su fama creciente, su estilo puro José Eustaquio Rivera, ese indio había "salido muy lejos de la selva", para emplear su propio lenguajeS. Los aconte­cimientos de mediados del siglo pasado todavía no han recibido la debida atención, especialmente lo que sucedió fuera de Bogotá: existe una magnífica y detallada documentación sobre el Valle, y al mismo tiempo fuentes menos ricas pero menos exploradas so~

bre otras partes9. Hay también una frondosa folIetería sobre la Guerra de los Supremos, en la cual por primera vez en la historia republicana -con excepción de la Patria Boba- hay intentos concertados de movilizar la opinión de provincia en pro de una

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nueva definición de la estructura nacional, intentos que dejan muchos sorprendentes pies de imprenta10.

Lo que traen los viajeros es escaso sobre la política a este nivel, pero no deja de ser insinuante. El sueco Carl August Gos­selman es uno de los primeros -viajó entre 1825 y 1826- en notar la importancia política del mestizo, observación que se re· pite con mayor o menor desaire en mucho relato anglosajónll.

Isaac Holton, aunque botánico, se interesa un poco por la política y apunta el interés, para él algo exagerado, que el típico neogra­nadino tiene por temas políticos; incluso pone en su libro una con­versación política en provincial2. La cita que más me hizo refle­xionar aparece sin embargo en un libro sobre Venezuela: En los trópicos, de otro naturalista, el alemán Karl Appun. Viajando en pura provincia a fines de la década de 1850, encuentra en una tienda gente que le habla de polítical3. Esto no le interesa, y en su relato no oculta que le enfada, actitud ésta que me hace espe­cular y me trae ciertos recuerdos.

¿Por qué le fastidia a Appun que estos provincianos venezo­lanos hablen de política? Una respuesta podría ser: esa gente probablemente es de pocas letras; el ambiente es pobre; tal vez la gente habla con menos inhibición de lo que la gente de extracción paralela hablaría de la política en "las Europas", como dicen ellos; esta gente está lejos de Caracas y no debería haber sido, según los prejuicios de Appun, muy afectada por los cambios Páez·Mo­nagas-Páez que son tema de la conversación. Pero estas no son bases lógicas que justifiquen la reacción de Appun, con la excep­ción de lo último -la lejanía de Caracas y el argument~) de que a esta gente no le va a afectar mucho lo que pase en la política nacional-o Yesa inmunidad me parece muy poco ¡¡robable. Siem­pre parte de la gente de tienda de camino está formada por arrie­ros, quienes deben mantenerse informados por razones prácticas y no por mera curiosidad. La caída de los Monagas y el regreso de los godos, los asuntos de la etapa del viaje de Appun, sugerían la posibilidad de guerra civil -esta vez iba a ser la "Guerra Fede­ral", prolongada y extendida-o Una guerra civil afecta a mucha gente, y especialmente a los caballeros de provincia y a los arrie­ros que conversan en ~l cuadro de Appun: éstos con su capital en

ganado o en mulas corren riesgos muy obvios, y mucho mayores que los que corren naturalistas extranjeros.

La conversación gira alrededor de la próxima caída de los Mo­nagas, jefes del liberalismo venezolano, y el liberalismo venezola· no se había hecho muy discutido, por medio de unas campañas de prensa intensivas, con la retórica más igualitaria vista en esta parte del mundo (el norte de América del Sur) en los primeros cincuenta años de la independencia. Venezuela ya había experi­mentado el drama de las persecuciones de Antonio Leocadio Guz­mán y de Ezequiel Zamora, de la victoria ganada por José Tadeo Monagas y sus amigos sobre el Congreso conservador (curiosa­mente la primera revolución en el mundo del revolucionario año 1848), la caída y el exilio de Páez, la liberación de los últimos esclavos. Algunos estudios presentan la evidencia de una divul­gación ideológica y una movilización política relativamente gran· des: ¿Por qué dudar de que gran parte de la población mestiza· mulata de la poco señorial República de Venezuela por un tiempo supo gustar de la igualdad, del federalismo Y de los Monagas, y rechazó a los godos no sin cierta razón? Después viene la decaden­cia, pero no hay por qué negar que hubo mucho tema de conver· sación de tienda14.

Appun me recuerda ciertas actitudes inglesas frente a la polí· tica de los Estados Unidos en la época de Jackson, las de Fanny Trollope y Charles DickflnS entre otrosl5

. Hay que reconocer que al estar en Colombia y en Venezuela se está en América, y que a pesar de todos los contrastes hay ciertas corrientes americanas que amo bas Américas tienen en común. Dichas corrientes en ambas Amé­ricas caen mal a los estratos conservadores de clase alta, los cuales asimilan la crítica europea Yse manifiestan aún más críticos que un neutral como Appun. Pero son reconocidas por los mejores talen­tos políticos, liberales y conservadores. El general Santander era admirador del general Andrew Jackson; intentaba presentar al ge­

l6neral Obando como el Jackson de la Nueva Granada •

Hay un paralelo también entre ese rechazo de parte de euro­peos y de frustrados aristócratas criollos -"esa gente del pueblo no debe tener ideas sobre política nacional"- y nociones más mo­dernas de falsa conciencia: "Esa gente del pueblo no debe tener esas ideas tan anticuadas y tan poco progresistas en las cuales

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creen". Por el momento, sugiero una prudente suspensión de jui­cio. Volvamos a un campo menos especulativo, al mundo rural colombiano del primer siglo de la independencia.

Una parte sustancial de la política es el manejo del aparato estatal, y la presencia de la política de algún modo va a la par con la presencia de ese aparato. ¿Hasta dónde y de qué manera llega el aparato estatal a nuestro campo? Claro que los límites de este artículo no permiten una respuesta muy detallada, pero a gran­des rasgos se le puede describir en la lista siguiente, que presento sin jerarquizar sus elementos y sin pensar que no se puedan aña­dir otros, y sin decir que en todas partes todo tiene igual impor­tancia, ni opinar para nada acerca de la bondad o maldad de su contenido, ni sobre si trata o no de la implantación del sistema capitalista mundial. Es un inventario preliminar, no más:

1. El aparato fiscal está presente en los diezmos, los mono­polios de tabaco, sal y aguardiente, en el papel sellado (tan respetado por Quintín Lame), en las alcabalas y los peajes, en la contribución directa y en el trabajo personal subsidiario, sin mencionar más. El contribuyente en el acto de contribuir tiene la sensación de ser de una enti­dad más grande, aun cuando la sensación no es nada agradable. Ciertas ramas de las arriba citadas pesaban más sobre el campesino y molestaban más al campesino que a otros elementos. de la sociedad17.

2. La cuestión de la esclavitud: la decide el gobierno nacio­nal.

3. Legislación sobre tierras -baldíos, notariado y regis­tro- y sobre minas: gran parte de esta legislación tam­bién es asunto nacional.

4. La milicia, reclutamiento para el ejércitO: uno de los te­mas más frecuentemente debatidos en el siglo pasado. El Estado se hace sentir en eso, y a su modo la oposición también. Sin duda deja efectos políticos: ciertos pueblos de Boyacá llegan a sentir orgullo por su contribución mi­litar18.

5. Legislación indígena: afecta muchas tierras, a los indios de resguardo y a sus vecinos19•

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6. Delimitaciones administrativas y sus cambios: éstas pueden ser afectadas por cambios políticos nacionales; pueden suscitar fuertes peleas locales.

7. Reglamentación de la Iglesia en general, y en particular de las manos muertas y de sus propiedades. Esta insti­tución nacional (y supranacional) tuvo tanto que ver con tantos aspectos de la vida de gran parte del campo colom­biano hasta hace muy pocos años, que la secularización de los historiadores modernos amenaza con grandes ma­lentendidos y aun con una falta total de comprensión

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8. Educación: su estudio histórico casi no existe. 9. Pesas y medidas y moneda.

10. Las tarifas de aduana. 11. Correos y telégrafos.

12. Justicia. 13. Elecciones: el país tiene una de las historias electorales

más largas del mundo, en la cual el aparato estatal ha cumplido su bien conocida función. Esto se remonta por lo menos a los tiempos de la Gran Colombia: véase al Conde Adlercreutz, sueco y militar bolivariano, muy ex­

21 perto en el manejo de elecciones de 1827 en Mompox .

14. Ciertas obras públicas pagadas por el Estado tienen fuerte impacto local, aun en el siglo pasado.

El propósito de esta lista no es presentar algo imponente: detrás de sus renglones hay un estado nacional famélico y es­cueto. Sí es para demostrar que hubo algo de estado nacional con una presencia y actividad difundidas, con cierto significado local. Nos encontramos aquí con otro paréntesis necesario. Es­cribo local. El problema que cada uno tiene que enfrentar es cómo definir rural: no sólo para mí es un punto que reviste im­portancia. Claro que no voy a -definir como rural únicamente esas regiones ysu población que quedan tan lejos y son tan po­1;>res o tan autosuficientes y tan escondidas que la política y la actividad estatal no las toca nunca. El problema subsiste. El padrón de asentamiento es muy variado en Colombia, y esto debe tener alguna relación con la naturaleza de la comunicación y la movilización política. Mucha de la vida rural de Colombia

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es vida de pueblo pequeño, con posibilidades que la palabra ro­rol en sí no sugiere: posibilidades burguesas e intelectuales. Hay mucha gente en el campo colombiano, además de los ele­mentos de cabecera de municipio o de pueblo grande, que no viven de la agricultura de una manera directa, aun en vereda aparte: hay artesanos que producen, y producían, para merca­

, dos extensos y lejanos; que tienen que pensar en la suerte de esos mercados, suerte a veces ligada con la política; hay dueños de tienda, cuya función política está descrita en más de un cua­dro contemporáneo por viajeros y, magistralmente, por Rufino Gutiérrez en su monografía sobre el Cundinamarca de hace un sigl022• De vez en cuando incluso hay terratenientes con sus agentes: la misma tendencia historiográfica que goza con el ha­llazgo de rasgos de "feudalismo" goza también, de manera con· tradictoria, con pintar la vida rural como aislada.

Hubo política aun dentro de la hacienda: sus características en la hacienda de Santa Bárbara, Sasaima, quedan claras en la­correspondencia entre el administrador y el dueño, que he descri­to en otro lugar23• Hay haciendas que tenían fama política, como por ejemplo la hacienda goda del general Casabianca en el Líbano liberal24• Había política en los resguardos, en las zonas de coloni­zación, tanto ayer como hoy.

Vamos a la consideración del segundo renglón en nuestro es­fuerzo por delimitar las posibilidades y probabilidades de algo que se podría llamar "política nacional" a nivel local, rural: los medios de comunicación, las posibilidades que existían para el intercambio de noticias y la formación de una conciencia nacional, el conocimiento de que pasan cosas en la entidad grande que afec­tan los intereses locales, que hay posibilidades de actuar con pro­vecho en un conjunto mayor, que por lo menos existe la necesidad de tomar medidas de defensa. Todo esto no tiene que ser de nin­gún modo perfecto, y perfecto nunca va a ser. Sabemos muy poco sobre comunicación informal ---o mejor dicho oral- en política, de cómo se formaba la antología local de ideas sobre política na­cional, o de cómo se forma hoy en día: no tenemos sino nuestras trajinadas nociones de clientelismo, arriba criticadas. Reconoce­mos nuestra ignorancia. Pero reconocemos también algunos he­chos que no han recibido la debida atención.

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La gente de Colombia habla, y ha hablado durante siglos, la misma lengua desde la Guajira hasta el Carchi, por no decir más allá. No hay grandes obstáculos lingüísticos que se opongan a la unidad nacional25• Esto no sucede en toda América Latina; no es lo mismo en México, Guatemala, Ecuador, Perú, Bolivia, Para­guay. Tampoco es el caso en ciertas naciones de Europa: sería posible argumentar que Italia o incluso Francia tenían menos unidad lingüística en el siglo pasado que la pobre Nueva Grana­da, con todas sus pintorescas excepciones26• Frente al nuevo én­fasis sobre la importancia, a veces definida como primordial, de la región, hay que reivindicar esta herencia de conquista y colo­nia, además de la unidad administrativa que deja a la República, y a la cual ya hemos aludido.

El mapa de las comunicaciones interiores del siglo pasado se puede reconstruir con gran detalle utilizando a los geógrafos y otros informes contemporáneos, tales como Agustín Codazzi y Fe­lipe Pérez27• Hay intercambios más o menos continuos, y por don­de pasa el comercio pasan las noticias: poco comercio todavía pue­de traer mucha noticia. Deducir de un tráfico miserable una ignorancia mutua tal vez sea exagerado. Vale la pena leer ciertas fuentes de nuevo para ver qué luz echan sobre la cuestión de cómo y con cuánta demora y cuánta distorsión llegan las noticias. A Ma­ría Martínez de Nisser, como muestra su Diario de los sucesos de la revolución en la provincia de Antioquia en los años de 1840 i 1841 '1i3, le llegan en Sonsón y sus alrededores muchas noticias de todas partes de la entidad geográfica que esa patriota no duda constituyera la República de la Nueva Granada una e indiv¡'sible -en contraste con los que van "despedazando (...) el país con pre­textos miserables"-. La información llega con cierto retraso: la noticia del levantamiento de Salvador Córdova tarda tres días en llegar a Sonsón desde Medellín; la batalla de Huilquipampa, gran desastre para "el cabecilla Obando'" en el sur, ocurre el 29 de sep­tiembre, pero la señora de Nisser no recibe información hasta ill día 12 de noviembre. No siempre lo que llega es exacto. Pero llega mucho, y con detalle y drama, y por muchos medios: el diario men­ciona proclamas, cartas personales (que muy rápidamente pasan entre amigos de la misma causa, y probablemente entre enemigos también, a ser cartas públicas), boletines, papeles, impresos de Bo­

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gotá, la llegada de infelices29, de tropa, de voluntarios, el impreso faccioso El Cometa, "cuatro letras de mi esposo", etc. Se sabe lo que pasa en la costa, en el centro, en el Cauca y en el sur; se opina sobre el flamante estado soberano de Riohacha, sobre los pastusos, sobre la heroica figura del "Gran Neira"; se espera "que el cañón que en Salamina se disparó en favor del gobierno, i que allí santificó la constitución i sostuvo su sacrosanta inviolabilidad haciendo mor­der el pol.vo a los rebeldes, estenderá sus favorables consecuencias, i dejará oír su estallido en toda la República".

Esto no es sino explorar a medias una sola fuente. Sería po­sible, más posible y más indicativo tal vez, interrogar de la misma manera la amplia documentación sobre Cali y sus alrededores diez años después para tratar de medir la frecuencia de la llegada de noticias del resto del país (e incluso de fuera), y el impacto que esto ejerce sobre la zona. María Martínez de Nisser no da única­mente pruebas de sus propios conocimientos en su diario; observa además cómo la facción de Córdova trabaja al pueblo -"esta es­coria de la sociedad"- en su favor. Agita cuestiones de "exaccio­nes, reclutamientos, intrigas eleccionarias, reinscripciones impo­pulares, postergaciones i remociones injustas"; critica al gobierno "por haberse dejado rodear (...) de los godos santuaristas i demás desnaturalizados; por que ha sido Obando perseguido injusta­mente, siendo éste uno de los más formidables enemigos del jene­ral Flores, por la serie de disgustos i persecuciones con que se dio la muerte al muy eminente jeneral Francisco de Paula Santan­der; por que la conducta del Presidente es considerada como cruel, inepta, impopular e inhumana, i por que el Presidente i sus adic­tos no den el sucesor que pretenden para la primera majistratu­ra,,30. Más allá, "la plebe (de Sansón) pertenece a la facción, a virtud de que don Januario i su hijo, han trabajac!o mucho en este sentido, diciéndola: que Córdova i su partido, se han armado para defender la relijión; que los bienes de los ricos, serán distribuidos entre los pobres; i que sus jornales serán aumentados i mejor pa­gados, razón por la cual toda esta jente ignorante, ha abrazado ciegamente ese odioso partido"31.

Acá tenemos evidencia, temprana y de primera mano, de tres aspectos de nuestro tema: los medios de comunicación funcionan­do, la presencia del Estado y como éste suscita reacciones -las

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"exacciones, reclutamientos", etc.-, y la gente presente que den­tro del marco local hace política, mezclando llamados nacionales o aba! ractos -por ejemplo acá "defender la religión" (no tan leja­no en presencia de tanto cura pero por lo menos general y abstrac­to}- con agitación más concreta e inmediata: "Que sus jornales serían aumentados i mejor pagados". ¡Que suban el salario míni­mo y que se bajen las tarifas de bus!

Aun en el estado actual de nuestros conocimientos es posible aclarar algo más algunos ,de los elementos acá presentes. Existe cierto grado de movilidad de la gente. Nuestra imagen de la vida rural probablemente es aquella que tiene al campesino arraigado a su tierrita, consumiendo sus monótonos días en la dura labor de su parcela. No es negar esa dura labor observar que no todos los días de todos los campesinos del país son así. Hay algunos grupos móviles por su ocupación -los arrieros y otros intermediarios y otros por ocasión-, desde los que van al mercado local hasta los que van a ferias menos locales, los reclutados, los que entran en las migraciones del tabaco, de la quina, del café, los colonizadores, los zapateros de caminos, la gente de las riberas del Cauca y del

32Magdalena, bogas, guaqueros . José María Samper, en su Ensa­yo sobre las revoluciones políticas, y la condición social de las re­públicas colombianas, 1861, ofrece un cuadro interesante de los movimientos típicos del campesino de la región de Neiva, con su variedad de ocupación y de lugar33. El circuito no es del tamaño de la República, pero la vida que describe está lejos de ser monó­tona, y sugiere que sería peligroso generalizar sobre el caso del más asentado minifundista o concertado de tierra fría. La movi­lidad, sin ser masiva ni general, tiene sus consecuencias en el ambiente político.

Existe un artesanado local: a mediados del siglo pasado se puede notar en la prensa que en todas partes hay personas que se llaman artesanos, personas que no han recibido la atención otor­gada a los artesanos de Bogotá. Los hay en Mompox, en Cartage­na, en Cali, en el sur. "Artesano" es en parte un término de auto­clasificación política, y sospecho que fue adoptado por mucha gente que no fabricaba nada y que no estaba afectada personal­mente por cambios de tarifa ni por vapores en el río Magdalena: su toma de conciencia no necesariamente se explica por razones

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tan materiales; se puede deducir cierta solidaridad nacional em­brionaria de sus declaraciones en distintos lugares durante estos años. Se comunicaban: tenían su propia prensa, sus clubes afilia­dos, su red de corresponsales. En el caso de Cali se puede ver cómo esa agitación no queda confinada a Cali misma: afecta muchas zonas que sería perverso definir como urbanas. Sospecho que de la

, misma manera más tarde el radicalismo de un centro como Amba­lema o Bucaramanga se irradiaba muchas leguas alrededor, y sus­citaba reacción en contra donde no suscitaba apoyo34.

La prensa, las bibliografías existentes y otros trabajos nos dan una idea de cuánto se publicaba y en dónde35

• En el año 1884 el Pbro. doctor Federico C. Aguilar afirmaba que había en la Re­pública unos 138 "efímeros periódicos", "enjambre de papeluchos que gritan, atacan y desmienten, para mengua de esos órganos de publicidad, de esa palanca de progreso que entre nosotros ha venido a caer en el más grande desprestigio". Vale la pena citar su calificación de esa prensa en seguida de su cifra: se trata de una prensa escrita con miras a una audiencia común y corriente, y gran parte de esta prensa es de provincia, no hay sino que notar otra vez los diversos lugares apartados donde se publica36

• ¿Qué impacto tiene dicha prensa -y ios demás instrumentos menos recordados pero en su tiempo importantes como las proclamas, los folletines, los "alacranes" y pasquines--':' en un pueblo que en su gran mayoría es analfabeto? La respuesta precisa a esa pre­gunta no se conoce. No sabemos mucho sobre tiraje y redes de distribución, no hay estadísticas de circulación de la prensa hasta los años recientes. Tirajes reducidos, distribución provinciana, precio relativamente alto; claro que por lo tanto en el campo no llegaba sino a los pocos letrados: cura, tinterillo, administrador, comerciante3? Pero su escasez la hace más interes!lnte y aumen­ta el prestigio de los que la reciben. Sirve como arma: o a una María Martínez de Nisser o a "don Januario i su hijo". Se leía en voz alta. Por lo menos desde 1849 existe una prensa que se dirige a los artesanos y al pueblo38

; existe una prensa que unifica la línea clerical; desde el general Santander en adelante, son pocos los políticos que no cuidan esa arma, y si la cuidan, no la cuidan a causa de una desinteresada preocupación por la educación po­pular. Tienen en mente determi:q.ada audiencia.

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Hemos mencionado al clero entre los lectores de provincia: allá está en el Diario de María Martínez de Nisser, que apunta que hay eclesiásticos en esa guerra, metidos de ambos lados, y nada calla­dos. El clero en acción política, rampante en Cundinamarca, se describe a sí mismo y al medio en que le tocaba actuar en el curioso libro del Pbro. M. A. Amézquita, Defensa del clero Español y Ame­ricano y Guía Geográfico-religiosa del Estado Soberano de Cundi­namarca, del año 188239• El tema de la acción de la Iglesia en el campo es tan extenso que no se puede tratar detalladamente en este ensayo, pero hay que dejar constancia de tareas como la labor de doctrina, de catequización, la construcción de iglesias, las mi­siones, la fundación de pueblos: todas esas actividades que a una nueva generación secularizada suenan mucho más coloniales que republicanas, son llevadas a cabo por la Iglesia hasta bien entrado este siglo, algunas lo son todavía hoy.

Frente a esa catequización conocida como tal, empieza una catequización libera14o• Recuerdo que don Luis Ospina una vez mencionó la posibilidad de escribir una historia democrática de ideas, es decir, una historia de las actitudes, de las idéas de la gente común y corriente, algo similar tal vez a la historia de las "mentalidades", mentalités, que en años recientes están practi­cando algunos historiadores franceses. Bien difícil, pero se puede empezar pensando en algunos libritos de mucha difusión -Bases positivas del liberalismo, por ejemplo, de Ignacio V. Espinosa, 1895, que hasta hace poco se encontraba en muchas librerías de segunda mano, en las malas condiciones que indican que ha sido bien leído-. De Vargas Vila, autor preclaro de pueblo pequeño, se puede decir que ningún autor cumple tan perfectamente esta función y ningún otro tiene tanto éxito. Los periódicos citan los libros más leídos de la época, con mucha intensidad en los años 1849 y siguientes. A veces tienen avisos para su venta. Una acti­tud, una frase, puede hacer carrera entre gente que ni siquiera lee un periódico, mucho menos un libr041

• (Recordemos que hoy en día la mayoría no lee libros, ni siquiera Selecciones, ni tampoco una fotonovela). Había bibliotecas: ¿Qué conclusión sociopolítica debe sacar uno de la contemplación de la foto de los "fundadores de la Biblioteca del Tercer Piso" en Santodomingo, Antioquia, a mediados de los años noventa, en el libro del profesor Kurt Levy.

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Vida Y obras de lbmás Carrasquilla? Entonces no faltabarl ni li· bros ni intelectuales en Santodomingo42.

Recordemos lo obvio: siempre ha habido manzanillos tam­bién, que dejan sus trazos en la literatura costumbrista, en la correspondencia de los grandes, en folletos y en hojas sueltas. Uno de sus productos típicos, las "adhesiones"' con sus múltiples firmas vistosas, competentes e incompetentes, con sus malhe­chus cruces seguidas de "a ruego de...", que duermen en los ar­chivos de los que por un tiempo merecían tal marca de interesa­da atención. Algunas llegan desde lugares muy remotos: entre los papeles de Aquileo Parra hay dos del año 1876 que le llegaron de San Sebastián y de Atanques, en la Sierra Nevada, entonces Territorio Nacional-la de San Sebastián de la "escuela elemen­tal"-, y otras de Fonseca, Padilla, Tumaco, '1üquerres, Puli, Pie­dra (Tolima), Pradera, Cuenca (la "Sociedad Democrática"), Ma­güí, Barbacoas, etc.43

• A veces se imprimieron en colecciones: ¿Su nombre en letra de molde daba una satisfacción mística al adherente? Tales libros ilegibles son por lo menos evidencia de cierta actividad política; no hay que creer que la gente admiraba tanto a la figura del general Reyes -gran catador de adhesiones impresas-, ni que hubo un pollo en todos los pucheros, pero sí que hubo un político en cada aldea. Sus fraudes y trucos tampoco son necesariamente y siempre antidemocráticos en el sentido amplio: "Don Januario i su hijo" y sus semejantes no se preocu­paban por garantizar la pureza del sufragio,. pero involucraban gente, para sus propios fines, más abajo de, digamos, la gente políticamente decente. Con falsificaciones, fraude, coacción, ter­giversación, puede empezar, como en muchas otras partes, el ca­mino largo hacia algo mejor44.

Esta exploración de la comunicación política no significa que estos medios fueron completos, ni eficaces, ni 'imparciales, ni aun beneficiosos. Sí reconoce que había gente que estaba más allá de su alcance; que había sitios donde por mucho tiempo no ocurrió ningún acto político, donde el "aquí no pasa nada" tan común en la conversación política colombiana tiene un sentido exacto. Igualmente reconoce que hay política lugareña, bien lu­gareña, que tal vez la mayor parte del tiempo no tiene nada que ver con otras esferas. Quisiera modificar el cuadro de gran ais­

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lamiento y sugerir que una historia regional o rural, si es her­mética no puede ser completa.

Hasta aquí lo que queda escrito puede haber sido previsible, o por lo menos, una vez hechas las preguntas, las respuestas es­quematizadas no son tan sorprendentes en estos dos aspectos: por un lado, presencia del Estado, y por otro, de los medios de comu­nicación. Hay otros puntos más difíciles de tratar. Voy a comentar dos: los acontecimientos y los héroes.

Ciertos hechos dramáticos son noticia en todas partes: hay muchos en las guerras de independencia, hay el levantamiento de Córdova, la conspiración de septiembre, el asesinato de Sucre, el asunto del cónsul Barrot, el 7 de marz045

• Consideremos, a modo de ejemplo, la muerte de Sucre: a juzgar por los trabajos a que dio origen -panfletos, justificaciones, escritos de periódico- produjo un fuerte impacto en toda la Gran Colombia, y la cuestión de quién lo mató sigue vigente hasta más allá de mediados del siglo. Forma parte del engrandecimiento de la figura de Obando, el co­lombiano más popular del siglo pasado, que vamos a comentar en seguida. ¿Cuántos colombianos habían formado una opinión so­bre ese asunto, y cuántos hubieran confesado que no tenían la más mínima idea? Creo que la mayoría tenía sus opiniones y que se definía en esas opiniones; que esas opiniones tenían que ver con su autodefinición política. Ahora Jorge Eliécer Gaitán ha sido algo olvidado, pero hace quince años eran pocos los colombianos que no estaban listos a dar una opinión sobre su muerte. Un siglo antes el tema de Berruecos hubiera sido igualmente conocido, te­ma que entraba en el folelor político de todo el país. Quiero recor­dar ahora al lector una de las preguntas planteadas. arriba: ¿Por qué importaba quién había matado a Sucre? Importaba porque ante este crimen, la gente definía su actitud frente a los caudillos, los partidos y las otras corrientes de opinión.

v En el renglón de los acontecimientos que van politizando al colombiano, las guerras Fiviles deben ocupar un lugar preponde­rante. Ellas politizan de modo variado; hay politización "defensi­va/ofensiva", como en muchos casos bien documentados: el "color" del lugar se define forzosamente y de manera repetida en guerras sucesivas46

• Hay movilizaciones sorprendentes, aun de grupos in­dígenas que quieren sacar provecho del conjunto nacional. Hay

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reclutas y hay voluntarios. La gente se mueve, por muchos moti­vos, pero se mueve Yse mezcla47. Pasan cosas: véase la Geografía Guerrera Colombiana, de Eduardo Riasco Grueso, el intento más sistemático de catalogar qué pasó y dónde que se haya hecho has­ta ahora48. En el prólogo cita el autor al intuitivo escritor boya­cense Armando Solano, "en su bello estudio 'Bajo el signo de la guerra civil' ": "Nuestro guerrero vino a la lid, no del cuartel sino

, del bufete, del laboratorio, de la universidad, del mundo elegante o de la faena agrícola, y fue un tipo singular, el primer colonizador, el primer mensajero del sentimiento de remotas comarcas, que no trabaron conocimiento ni mezclaron su sangre, sino por virtud de aquellos bohemios de a caballo (sic), aventureros al servicio de confusos pero dinámicos ideales". Con su bufete y todo --ly qué laboratorios?- esa no es prosa de "nuevo historiador", pero la nueva historiografía todavía no ha investigado esta hipótesis que el viejo formula: que no hay movilización militar que no sea a la

. vez movilización política, y que sus "mensajeros" llegan a comar­cas remotas. En el "mecanismo" de las guerras civiles hay ele· mentos no tan mecánicos: en ambas corrientes en guerra, libera­leras y conservadoras, hay "populismo"49: ambas producían líderes que tenían lo que los viejos manuales llaman "el arte de

entusiasmar a la tropa". Pasemos ahora de los acontecimientos a los héroes. Ciertas

figuras llegan a tener fama y popularidad verdaderamente na· cional. El más famoso y popular de la primera mitad del siglo pasado fue el general José María Obando. Un caudillo exitoso es un ser representativo: su figura tiene un contenido ideológico que se puede "leer" si se lo examina con cuidado. La fama casi universal del general Obando en la Nueva Granada de su tiem­po no es accidental; es analizable. Obando es nacionalista: su rol antibolivariano y antifloreano en el rompimiento de la Gran Colombia, que culmina en su vicepresidencia antes del regreso del general Santander, establece su reputación de neogranadi­no. Se opone a "la tiranía". Explota su rol de protector de los pastusos, de hombre de misericordia, en contraste con Flores y otros bolivarianos. Sus mismos orígenes ambivalentes le sirven políticamente, dándole una aristocrática falta de aristocracia y un patetismo original -ambos muy útiles-; parte del arte de

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su condescendencia, distancia y acercamiento al mismo tiempo en relación con el pueblo más modesto. La condescendencia es muy importante en todas partes en la temprana política repu­blicana, siefldo el caso que el pueblo ama más a las personas que no tienen necesidad de ser amadas5o. Obando tenía la ventaja de ser buen mozo, de porte impresionante, digno, y de poseer muchísimo don de gentes. Tuvo, a largo plazo, la ventaja incluso más importante de ser perseguido y proscrito; sin un sufrimien­to tal es muy difícil lograr una verdadera popularidad51. En re­sumen, citemos a su contemporáneo Juan de Dios Restrepo: "El general Obando provocaba cóleras y cariños inmensos y (...) po· seía como nadie el genio de las multitudes"52. Hace giras, se deja ver, conversa, es de fácil acceso y trato. Su reputación se extiende desde Pasto hasta Panamá. De regreso de su exilio, pasa a ser gobernador de Bolívar. La Gaceta Mercantil contiene una detalladísima relación de sus paseos por la costa, de las atenciones que recibe, y de cómo las recibe. Muchos de esos aga· sajos son brindados por poblaciones que sorprende encontrar en el mapa político. La retórica es obandista: los lugares comunes de un caudillo no se prestan fácilmente para el uso de otro. Se notan distinciones de estilo, de énfasis, de contenido, aun en piezas cortas como proclamas.

El general Obando es una persona excepcional, y estoy co· mentando una época excepcional. Sería menos convincente iluso trar el mismo argumento con nombres como Zaldúa, Salgar. Pero no es necesario para el argumento probar que hay muchos Oban­dos, ni que la gente anda con la cabeza llena de contemplación de sus glorias53. Tienen un rol indiscutible en la politización del país; figuras menos eminentes derivan parte del lustre de su asocia­ción con ellos: los anfitriones de Obando en esos caseríos ribere­ños no estaban gastando tanto para nada.

¿Quién inauguró la costumbre de llenar plazas, caracterís­tica de la política colombiana? ¿El general Santander, que tuvo su lado populachero y que fue el primer practicante sistemático de tanto método que iba a formar parte de la práctica política del país? ¿El general Mosquera, más político que aristócrata, que no desdeña en su correspondencia poner mucha atención para asegurar que las manifestaciones populares tengan éxi­

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to?54. El primero que deja un testimonio fotográfico de su éxito en ese campo es el general Reyes, que publica en 1909 sus Ex­cursiones presidenciales:

Alguna persona a quien referíamos episodios de este viaje, nos I preguntó ¿y lágrimas no encontraron Uds. en su camino? -Sí

-le contestamos- muchas; las más fueron en los ojos del Pre­sidente, ocasionadas por su agradecimiento y emoción al recibir flores de las manos de los niños que salían a su encuentro en todas partes, entonando el himno nacional. Las vimos deslizarse por sus mejillas como fieles manifestaciones de una alma grande y sincera. En las ciudades, en los pueblos y caseríos, en los ca­minos y hasta en los ranchos más miserables, se veía la simpatía y buena voluntad con que sus habitantes adornaban sus habita· ciones y se presentaban a saludarlo. El Presidente se entregaba frecuentemente con verdadera de­mocracia a las multitudes: lo abrazaban, lo estrujaban cariñosa­mente y quien no alcanzaba a estrecharle la mano, se conforma­ba con vitorearlo65•

No importa qué veredicto finalmente den sus compatriotas de este viejo caimán rumbo a Barranquilla. Descontando la exagera­ción y la adulación, la descripción puede ser exacta. No sería lo mismo en México o en Venezuela por la misma fecha: habrían tenido maneras distintas. El libro contiene kodaks de manifesta­ciones en Magangué, El Banco, Puerto Berrío, Girardota, Amba­lema, Juntas de Apulo y Puerto Wilches, y aporta datos sobre las concurrencias en ciudades más grandes. El presidente se retrata entre sus amigos guajiros; regala su retrato enmarcado al cacique José Dolores y su esposa, y está presente en una carrera de caba­llos guajiros. Otros políticos y notables viajeros de las primeras décadas del siglo veinte fueron Rafael Uribe Uribe, Benjamín He­rrera, Guillermo Valencia y Alfonso López PumarQjo; éste fue el primero en hacer giras políticas en avión.

¿No será esto dedicar demasiada atención a tan poca cosa? ¿Qué importancia tenían esos raros 'y modestos paseos para los espectadores de provincia? ¿No es cierto que hay también eviden­cia de un miedo frente a la política, de gente que huía de las elec­ciones como de la peste, además de todo lo que se ha escrito sobre la manipulación política del campesinado? ¿Qué significa para esa

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gente más o menos miserable del campo su cacareada filiación po­lítica? Para esta pregunta, en absoluto fácil, tenemos algunos es­bozos de respuesta. El hombre es "cliente" de alguien; vienede una tierra sufrida, solidariamente fanática en tal línea política; puede ser que sea un auténtico chulavita, Un supercatequizado minifun­dista de Monguí, un llanero de Puerto López: cada uno tiene su herencia, de distrito y de familia; tiene tal puesto, le interesa el trago gratis o la venta de su voto y no le importa nada más. Pero estas razones no entran mucho en la psicología del caso, la idea que el hombre tiene de sí mismo. Creo que existe acá en Colombia algo singular en la formación política nacional. El errático José Maria Samper trata el tema en su Ensayo antes citado:

En resumen, la democracia es el gobierno natural de las socie­dades mestizas. La sociedad hispanocolombiana, la más mestiza de cuantas habitan el globo, ha tenido que ser democrática, a despecho de toda resistencia, y lo será siempre mientras subsis­tan las causas que han producido la promiscuidad etnológica. La política tiene su fisiología, permítasenos la expresión, como la tiene la humanidad, y sus fenómenos obedecen a un prin~iode lógica inflexible, lo mismo que los de la naturaleza física .

Prosa decimonónica, pero una noción profundamente suges­tiva; como todo el ensayo, es más rica que algunos de nuestros conceptos "ll10dérnos" y pseudocientíficos tales como "clientelis­mo", de un positivismo anémico y simplista. Sin caer en un deter­minismo racial, se puede especular más sobre la importancia del mestizaje en Colombia, siempre teniendo en mente el mundo ru­ral y regIonal que es el tema de este ensayo.

Dos de nuestros colegas colombianos han señalado el alto gra­do de mestizaje a fines de la colonia: Jaime Jaramillo Uribe y Virginia Gutiérrez de Pineda57. Virginia Gutiérrez, en la conclu­sión de su libro sobre el trasfondo }1istóriéo de la familia Golom­biana, cita documentos que muestran el estado nada dócil de mu­cho mestizo y blanco pobre del campo. En Melgar, por ejemplo, el sacerdote anota que los blancos "no quieren entrar a: la Iglesia" y la orden de que lo hagan "la reciben por afrenta y bejamen, y dicen que no son indios para que los sugete a semejante incomo­didad". Y ahí tienen "por orgullo alejarse de 11;' Religión y llevar

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un género de vida disipada" como prueba de su categoría étnica y social que les da el aparente derecho a desobedecer a las normas de comportamiento de su religión y evadir el control de sus minis­tros. El cura de Peladeros (jurisdicción de Tocaima, provincia de Mariquita) dice que las autoridades de los poblados "promueven artículos calumniosos e impertinentes contra el cura". En Yacopí, los vecinos "localizan sus habitaciones 'cerca a las divisiones de

,unos y otros curatos qe quando en una parte los compelen se pa­san a la otra y así viven como dicen, sin dios y sin Rey' ". La doctora Pineda observa: "O sea que la Iglesia dentro de la pobla­ción blanca y mestiza carece de fuerza de control, anulada por las condiciones del medio y el tipo de poblamiento disperso que con· lleva el sistema de vida económica"58. Ella recuerda el resumen de tal rechazo al poder de la Iglesia en un dicho santandereano: "Cura, vaya manda indio".

Esta evidencia viene de fines de la colonia, pero en esto la Independencia no marca ningún hito definitivo. El conflicto per­siste, aun cuando las categorías raciales pierden toda o gran par­te de su importancia práctica, y la Iglesia viene a menos. Recor­demos la observación de Gosselman:

Los mestizos son la raza de la clase que sigue a los blancos. En muchos casos se les encuentra de alcaldes, administradores de correos e incluso de jueces políticos. Forman la suhoficialidad del ejército y la mayoría de los rangos subalternos. Asu estrato per­tenecen pequeños comerciantes y ocupan los puestos de escri­bientes de ia administración pública. No tienen el mismo pres­tigio que los criollos, lo cual no les excluye de alcanzar reputación y cierta cuota de poder. Siempre les queda la espe­ranza de seguir escalando. Por su actuación, se dice que forman el puente entre las capas altas y bajas de la población. Entre las clases postergadas se considera al mulato cOplO el más noble y el indígena le mira con la certeza de saber que por las venas de quien tiene delante corre sangre europea. Se le encuen­tra en la industria mostrando una capacidad para el trabajo ma­yor que la de cualquier otro de distinta condición59.

El mestizaje implica una escala continua de politización: "La mezcla de estas razas ha procurado tal dispersión de tonos y unio­nes, que se hace imposible en muchas oportunidades señalar a

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cuál raza pertenece, o cuál es el origen. Más parece un hermoso arco iris, que ha visto la luz a través del tiempo y las generacio­nes..oo. El "hermoso arco iris", con sus muchos elementos díscolos y ambiciosos, contrasta con las estructuras raciales de otras re­públicas, incluso con la de Venezuela. No hace el país más gober­nable, ni en todo el sentido de la palabra más democrático: falta en el ambiente colombiano el tono dogmáticamente democrático que sé ha implantado en Venezuela. Pero determina en parte la naturaleza constante del juego político colombiano, juego que ya tiene sus ciento cincuenta años casi ininterrumpidos.

Sospecho que más allá de las explicaciones materiales y me­cánicas de la politización del colombiano, fenómeno que antecede a la urbanización (que en algo lo despolitiza) y tantos otros rasgos de modernidad, hay una interiorización de "la política". El "hom­bre libre", el "hombre serio', el "ciudadano", es alguien que "pien· sa por sí mismo", que tiene sus propias ideas abstractas, su propio concepto del país, no importa cuán burdo sea. Tales ideas abstrac­tas pueden ser "ideas de lujo", de sobra, sin ninguna utilidad prác­

J,¡ tica o inmediata: éste, como a veces es el caso de la educación formal, es parte de su atractivo61 • Muchas veces las únicas ideas abstractas disponibles están en la política -en ciertas circuns­tancias el liberalismo llevará ventaja, en otras el conservatís­mo-: un antropólogo entre mis amigos una vez encontró en Tie­lTadentro a unos indios quienes, intelTogados sobre sus opiniones políticas, le contestaron: "Somos godos porque somos muy ri· cos,.{l2. ¿Sorprendente muestra de "falsa conciencia", o inteligente postura de autodefensa, basada en la medida de las fuerzas loca· les, o herencia de la colonia?

Ni los antropólogos ni los sociólogos han tenido gran interés en el lado convencional de la política local, ni en la política como parte del proceso complejo de aculturación. A los unos les ha in­teresado más bien la cultura indígena intacta, o muestras de con­ciencia de grupos que tienen fines defensivos; relativamente poco les ha interesado el grueso del campesinado del país; a ambos, antropólogos y sociólogos, legítimamente les parece más urgente poner en claro las estructuras de explotación, o cosas peores63

• La política común y cOlTiente queda como nefanda, o por lo menos

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inauténtica. La verdadE:!ra polític!i de redención, se entiende, lle­gará más tarde, cuando se constituya la verdadera nación.

¿La virginidad política va a reconstituirse para eso? ¿Qué sig­nifica ser una verdadera nación? Hasta hace poco hubo definicio­nes de esta última, señalando características como la posesión de una conciencia informada de formar parte de la entidad grande, de tener un pasado común, de tener propósitos en común, cierta uniformidad culturlll, lingüística, etc. Pero la investigación cuida- • dosa de historiadores y de sociólogos muestra que las naciones -naciones viejas e indiscutibles COplO Francia, por ejemplo- no cuadran nada bien con tales definiciones, y que dentro de sus fronteras abarcan muchísima variación y mucha indiferencia per­durable. Sospecho que Colombia -que vale la pena recordar llega a ser nación antes que Alemania o ltalia- en eso no es nada especial. Leyendo el libro sutil y magistral de Maurice Agulhon, La République au Village, que se ocupa del impacto de la Segunda República, 1848-1851, en la provincia de Val', Francia, y La Gace­ta Mercantil de Santa Marta de esos mismos años, se nota la pre­sencia de las mismas influencias y la misma retórica en ambas provincias -Lamartine, Louis Blanc, P. J. Proudhon, EugEme Sue, Victor Hugo-64. Hay que guardar proporciones en la com­paración que esta coincidencia de influencia sugiere en la provin­cia de esta república-provincia que es la Nueva Granada. Propor­ciones guardadas, acá también la república llega al pueblo: José María Vergara y Vergara escribe cien años antes de Maurice Agulhon: "Largos años había permanecido la provincia en el sue­ño colonial, es decir, en la división de clases; pero llegó un día en que la turbulenta Diosa de la República metió su mano en aquel saco y lo removió todo,,65.

NOTAS

l. M. Serrano Blanco, Las viñas del odio, Bucaramanga, 1949, pp. 73-82. 2. M. Deas, "Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia",

en Revista de Occidente, Madrid, octubre de 1973, No. 127. Hoy en día pienso que ese artículo no hace énfasis suficiente en las diferencias re-

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gionales. Se puede encontrar una corta y accesible introducción a la no­ción de clientelismo en una publicación del Cinep, N. Miranda Ontaneda, Clientelismo y dominio de clase: El modo de obrar político en Colombia, Bogotá,1977.

3. Existen dos trabajos sobre Francia que exploran las mismas áreas que esta serie de preguntas. Son ellos M. Agulhon, La République au Village, París, 2a. ed., 1979, YE. Weber, Peasants into Frenchmen, Londres, 1977. Me parece que Weber exagera en su afán de poner fecha reciente a la "concientización nacional" de Francia; su libro no es por eso menos inte­resante. El libro de Agulhon es un clásico en su precisión y sutileza. Un estudio sociológico sobre una provincia francesa con una buena explora­ción de lajolítica y su significado local puede encontrarse en L. Wylic, Village í~ the Vaucluse, Cambridge, Mass., 1957. El comunismo indivi­dualista 'de los camaradas que hay en su "Peyrane" nos recuerda mucho a los camaradas de Viotá.

4. Para el general David Peña, véase M. M. Buenaventura, El Cali que se fue, Cali, 1957, pp. 62-78, YM. Sinisterra, El 24 de diciembre de 1876 en Cali, 3a. ed., Cali, 1937.

5. Véase por ejemplo, el interesante ensayo de W. T. Stuart, "On the Nonoc­currence of Patronage in San Miguel de Serna", pp. 211-236, en A. Stric­kon y S. M. Greenfield, eds., Structure and Procesa in Latín America. Patronage, Clientage and Power Systema, Albuquerque, 1972.

6. "Vivía en su·provincia natal, ocupado siempre en una activa correspon­dencia con los hombres más prominentes de la República (oo.) Bolívar le había contestado de cada cien cartas, una; Santander de cada doacientas, cuatro; Márquez de cada ciencuenta, dos; Herrán de cada quinientas, siete; Mosquera de cada catorce, quince, y López seis por cada media docena". ¡Progresiva democratización! Vergara y Vergara observa que "los gobernantes se ganan más partido no dejando sin contestar ninguna carta, que haciendo grandes obras en servicio del país. Sarmiento decía desde entonces en sus conversaciones: 'Mosquera me dice (...) en su últi­ma carta Mosquera me asegura (oo.) El Presidente me encarga (oo.); y ésta y otras frasecillas de confianza, que probaban el gran valimento de que disfrutaba con el Presidente, le aseguraron una influencia muy grande", J. M. Vergara y VergaraplilJos y aceitunos todos son unos, Bogotá, 1972, pp. 25-30, primera edición, 1868. Para las guerras de imprenta de "Chi­riciqui", p. 108: "¡Oh Gutenberg! ¡Oh Gutenberg! (oo.) Bien sea que Colón

también se equivocó". 7. La Gaceta Mercantil. 8. D. Castrillón Arboleda, El Indio Quintín Lame, Bogotá, 1973, pássim; M.

Quintín Lame, En defensa de mi raza (introducción y notas de Gonzalo Castillo Cárdenas), Bogotá, 1971; Las luchas del indio que bajó de la montaña al valle de la ·civilización", Bogotá, 1973.

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9. Sobre el Valle, las fuentes principales que informan de esos aconteci· mientos son: Ramón Mercado, Memorias sobre 108 acontecimientos del Su." especialmente en la provincia de Buenaventura, durante la adminis· tración del 7 de marzo de 1849, Bogotá, 1853; Avelino Escobar, Reseña histórica de los principales acontecimientos políticos de la ciudad de Cali, desde el año de 1848 hasta el de 1855 inclusive, Bogotá, 1856; M. M. Mallarino, Carta dirijida al Señor Ramón Mercado, Cali, 1854. Véase también J. León Helguera, "Antecedentes sociales de la revolución de 1851 en el sur de Colombia (1848·1851)", en Anuario Colombiano de His­toria Social y de la Cultura, Bogotá, No. 5, 1970. Mucho de esto trata de la ciudad de Cali y sus alrededores, pero imposi­ble imaginar que no tuvo ningún impacto en el campo.

10. En el Fondo Pineda, por ejemplo; Biblioteca Nacional, Bogotá. 11. C. A. Gosselman, Viaje por Colombia, 1825 y 1826, Bogotá, 1981, p. 333. 12. 1. Holton, New Granada: Twenty Months in the Andes, New York, 1857.

(La conversación tiene lugar en provincia, pero entre dos miembros de la Comisión Corográfica, pp. 204·210).

13. K. Appun, En los trópicos, Caracas, 1961 (Edición original, Unter den Tropen, Wanderungen durch Venezuela, am Orinoco, durch Britisch Guayana und am Amazonenstrome in den Jahren 1849-1868, Jena 1871), p. 240. Appun ha caído entre godos: " 'Que si el general Páez ya había desembarcado en la costa', 'Que si la revolución contra Monagas había estallado ya', 'Que quién era el general que se había puesto a la cabeza de los oligarcas'. Me hicieron apresura­damente estas y otras preguntas más, sin que hubiera podido contestar ni una sola. Después se desahogaron en las mayores maldiciones contra el presidente Gregorio Monagas y contra Guzmán, así como contra todos los liberales, disgustándose conmigo por no haberle podido satisfacer su curiosidad.

(...) mandé al arriero a alentar las mulas, ya que no quería tratar con aquella gente a la que el aguardiente se le había subido a la cabeza y a quienes en este estado no le hubiera importado nada disparar sin más una pistola sobre mí. De sus observaciones pude deducir que, más adentro "en el interior, la gente parecía hallarse en la mayor efervescencia y estaba preparándose una rebelión contra el Presidente Monagas". Sobre arrieros, cf. Agulhon, op. cit., p. 205, para Var, Francia: "Cierto que el arriero queda mejor situado entre la gente del pueblo. Es próspero y alegre, emancipado por el mero hecho de viajar, y está en relación cons­tante con los comerciantes, quienes contratan SUB servicios; pero en fin, pertenece a la clase dominante de la que presta, muy temprano en el siglo diecinueve, sus gustos y sus modos de expresióR".

14. Para J. M. Samper en su Ensayo político sobre las revoluciones y la con· dición social de las repúblicas colombianas, Bogotá, sin año (edición ori­ginal, París, 1861), los Monagas tienen una reputación tan proverbial· mente escandalosa como la de Juan Manuel de Rosas, p. 14.

15. Frances Trollope, Domestic Manners of the Americans, Londres, 1832; Charles Dickens, American Notes, la. ed., Londres, 1842. (Hay muchas ediciones de ambas obras).

16. Francisco de Paula Santander, El ciud.adano que suscribe informa a la Nueva Granada de 108 motivos que ha tenido para opinar en favor de la elección del Jeneral José María Obando para presidente futuro, Bogotá, 1836.

17. Para un resumen del aparato fiscal véase mi ensayo "Los problemas fis­cales en Colombia durante el siglo XIX" en M. Urrutia, ed., Ensayos sobre historia económica colombiana, Bogotá, 1980, pp. 143-180.

18. No hay estudio colombiano, pero se puede consultar el ensayo "Esclavos y reclutas en Sudamérica, 1816-1826", de Nuria Sales, Sobre esclavos, reclutas.y mercaderes de quintos, Barcelona, 1974, pp. 57-135. Sobre mi· licia, M. Agulhon señala que cualquier guardia nacional hace del ciuda­dano armado del siglo pasado un elemento político más poderoso que el civil actual, op. cit., p. 453.

19. El general Melo trataba de llegar a los indios con promesas acerca de los resguardos, J. M. Vargas Valdés, A mi paso por la tierra, Bogotá, 1938.

20. La Iglesia en obras recientes figura casi exclusivamente como un aparato económico -véase por ejemplo el (por lo demás valiosísimo) libro de Ger­mán Colmenares, Historia económica y social de Colombia, 1537·1719-. El breviario político del sacerdote colombiano por muchos años fue J. P. Restrepo, La Iglesia y el Estado, Londres, 1885.

21. C. Parra Pérez, ed., La cartera del coronel conde de Adlercreutz, París, 1928.

22. Monografías, 2 tomos, Bogotá, 1920·1921, Tomo 1, pp. 90-92. Citado en su totalidad en mi ensayo"Algunas notas sobre la historia del caciquis­mo" arriba citado.

23. ·Una hacienda cafetera de Cundinamarca: Santa Bárbara (1870·1912)", en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 8, 1976, pp. 75·99, y en K. Duncan y 1. Rutledge, eds., Land and Labour in Latin America, Cambridge, 1978.

24. El general Casabianca, según la tradición local, implantó en su hacienda en ese municipio liberal a peones conservadores de otras partes del de· partamento. Sus descendientes siguen siendo conservadores.

25. Cf. Gosselman, op. <;it., p. 51: "Nunca se les ve leer, así es que colman este vacío con la conversación, ya que encuentran en ésta la mayor parte de sus conceptos y conocimientos sobre las cosas (oo.) Por la constante prác­tica, la mayoría de los colombianos hablan bien". Acá describe Gassel·

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man a gente de la costa. y es menester ponderar cuánto valdría su obser­vación para otras partes del país (además del eterno problema de cuánto valen todos estos viajeros más amenos que científicos). Pero no es nada imposible que haya habido, en la Colombia de su época, más conversa­ción política que en muchas otras partes: la imposibilidad de la prueba no invalida la especulación.

26. E. Weber, op. cit., Cap. 6, "A Wealth ofTongues". 27. A. Codazzi, Jeografía física i política de las provincias de la Nueva Gra­

nada, 2a. ed., 4 tomos, Bogotá, 1957 (la. ed. Bogotá. 1856); F. Pérez, Jeografía física i política.... Bogotá, 1862-1863; véase también A. Galin­do, Anuario estadístico de Colombia, 1875. Bogotá, 1875, parte tercera, sección 7a., "comercio interior". pp. 148-163.

28. Bogotá, 1843. Todas las citas son del Diario. 29. Refugiados. 30. Diario, pp. 10-11. 31. Ibíd., p. 43. 32. En el segundo tomo de su Historia doble de la costa, El Presidente Nieto,

Bogotá, 1981, Orlando Fals Borda señala la movilidad anfibia de la gente de las riberas del río. Aunque no todos vamos a compartir los comenta­rios del "Canal B" del autor, y aunque la técnica a veces utilizada de memorias artificiales no convence, la obra es un aporte muy importante a la historia de la politización del Magdalena Medio. Me parece que el Presidente Nieto conquista al autor, lo que en sí no deja de ser interesan­te. La obra demuestra de manera importante el rol de la masonería, ba­sándose en A. Carnicel1i, La masonería en la Independencia de América, dos tomos, Bogotá, 1970, e Historia de la masonería colombiana. dos to­mos, Bogotá. 1975. Especulaciones sobre migración y politización en Francia (a mi parecer demasiado negativas) en E. Weber, op. cit., Cap. 16, "Migration, an in­dustry of the Poor".

33. pp. 325-328. Samper conocía muy bien esta región, por vía de los nego­cios y de la administración pública.

34. Para el Valle, la documentación arriba citada; para Ambalema, mi Pobre­za, guerra civil y política: Ricardo Gaitán Obeso y BU campaña en el río Magdalena, 1885, Bogotá. Fedesarrol1o, 1980; para Bu~aramanga, M. Acevedo Díaz, La Culebra Pico de Oro. Bogotá. 1978. La caída del general Melo no pone fin a las organizaciones democráticas, aunque su historia posterior no ha sido hasta ahora explorada. Agulhon, op. cit., p. 275, observa que para el campesino pobre el artesano tiene prestigio: "Pour le paysan pauvre et simple l'artisan aussi est un notable".

35. Entre otros: República de Colombia, Biblioteca Nacional, Catálogo de todos los periódicos que existen desde su fundación hasta el año de 1935,

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inclusive, dos tomos, Bogotá, 1936¡ T. Higuera B.• La imprenta en Colom­

bia, Bogotá, 1970. H. Zapata Cuél1ar. Antioquia, Periódicos de Provincia, Medellín, 1981; S. E. Ortiz, "Noticia sobre la imprenta y las publicaciones del sur de Colom· bia durante el siglo XIX", Boletín de Estudios Históricos, Vol. VI. Nos. 66 y 67, suplemento No. 2, Pasto, 1935.

36. F. C. Aguílar, Colombia en presencia de las repúblicas hispanoame~­nas, Bogotá, 1884, pp. 290, 74·75.

37. En Olivos y aceitunos... , la Nueva Luz tira doscientos ejemplares y tiene siete suscripciones (sic)¡ "El gobierno de la provincia lo costeaba, pagando $34 de ley por cada número, lo que se importaba a 'impresiones oficiales' en los libros de contabilidad provincial", pp. 94·95.

38. J. León Helguera, "Antecedentes sociales de la revolución de 1851...., artículo arriba citado: el general Obando ayuda de su propio peculio a los democráticos del Valle a comprar una imprenta.

39. Bogotá, 1882. El librito de 551 páginas ofrece un resumen del "estado moral" de los varíos pueblos de Cundinamarca visitados por "el infatiga­

ble Santo Colombiano". 40. Orlando Fals Borda en El Presidente Nieto, arriba citado, menciona el

Catecismo o Instrucción Popular de Juan Fernández de Sotomayor y Pi­cón, Cartagena. 1814; J. J. Nieto, Derechos y deberes del hombre en so­ciedad, Cartagena, 1834; J. P. Posada (el alacrán), Catecismo político de

los artesanos y campesinos, 1854. Sobre Sotomayor y Picón, A. Carnecellí, La masonería en la Inde­pendencia de América, tomo I, pp. 359-362.

41. Olivos y aceitunos, p. 125: "Comenzó II salir otro periódico de grandes dimensiones, titulado El ChiriquiqueilO. Una de las grandes mejoras que tenía sobre sus antecesores (...) era la creación de un folletín (...) El folle­tín estaba lleno con el principio de la vida de Sócrates, por Lamartine. Este escrito ha servido para fundar algo más de setecientos periódicos en América, de esos que empiezan por 'Año lo.' y jamás pasan del número 13. La muerte de Sócrates es tan popular entre los cajistas, que nunca

desbaratan lo compuesto". Kurt L. Levy, Vida Y obras de Tomás" Carrasquilla, MedelIín, 1958, p. 42. 370.

43. Biblioteca Luis Ángel Arango, Mss. Ii Papeles de Aquileo Parra. Ambas ~; con fecha Atanquez, abríl10. de 1876. En el mismo archivo hay una carta !i de David Peña, Cali, octubre 8 de 1876. contando la formación del "Bata­

llón Parra No. 70.". Doy gracias al doctor Jaime Duarte French, director~, de la Biblioteca, por darme acceso a estos documentos. ~'. Un resumen de los abusos del siglo pasado en Inglaterra, Escocia e Ir­landa, se halla en H. J. Hanham, The Nineteenth Century Constitution, 1815-1914, Documents andCommentary, Cambridge, 1969, pp. 256·292.

44.

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Para España e Italia, uéanse los artículos de J. Romero Maura, J. Varela Ortega, J. TusseH Gómez y N. A. O. Lyttelton en Revista de Occidente, Madrid, No. 127, octubre'1973.

45. Sobre el impacto popular de 1810, la Patria Boba, la Reconquista, las guerras de la Independencia y el fin de la Gran Colombia poco todavía se ha escrito. Sospecho que hubo sentimientos bien definidos de "venezola­nidad" y "neogranadinidad" que llegaban de la Colonia; U. S. Minister Watts a Clay, diciembre 27 de 1826: "The prejudices ofthe people belong­ing to the two great divisions of the Republic are as inveterate as those of different nations; and having existed as distinct governments under Spain, it is difficult to remove the impression ofa similar disunion". Na­tional Archives, Washington, D. C., Despatches form U. S. Ministers to Colombia, 1820-1906, Microfilm, Ro1l4.

46. Por ejemplo, Galindo, más tarde Gramalote, N. de Santander; su historia en R. Ordóñez Yáñez, Pbro., Selección de escritos, Cúcuta, 1963.

47. Olivos y aceitunos, p. 56, sobre el ejército que tumbó aMelo, 1854: "Ha­biendo venido gente de todos los extremos de la República (menos de Pasto), era curioso ver la variedad de tipos y vestidos en los soldados de la gran revista (.oo) El indio timbiano, con su rústico vestido y su fusil limpio como la cacerola de una cocina de cuáqueros, se veía alIado del soldado de la Costa, que tiene sucio el fusil. El soldado de Boyacá sigue tras la animada fisonomía del mulato costeño, con su cara impasible en que nunca se revela gozo, miedo, entusiasmo, ni dolor".

48. Cali, 1950. 49. 1. F. Holton, op. cit., p. 334: "1 saw the Cámara (ofMariquita) in session.

It has a strong Conservador majority, while the Governor is, of course, a Liberal. What 1 saw here teaches me not to translate the word Conser­vador by Conservative: there are no Conservatives in New Granada ex­cept fanatic Papista. AH the rest deserve the name of Destructives, and might be classed into Red Republicans and Redder Republicans; and the Redder men may belong to either party, but, except the Golgotas, the reddest 1 know are the Conservadores ofthe province ofMariquita".

50. Cf. M. Agulhon, op. cit., pp. 246-250. 51. Eso se ve muy claro en La Gaceta Mercantil. El fenóm"eno persiste -en

el caso del exgeneral Gustavo Rojas Pinilla, por no citar ejemplos más recientes.

52. Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo), Artículos escogidos, Londres, 1885, p. 359.

53. En todas partes la política es un fenómeno intermitente para la gran mayoría de la gente; la política perpetua o es para políticos, o es estado de excepción, y por eso inestable -por ejemplo, Chile en los meses antes del golpe de 1973.

54. Sobre la necesidad de llenar plazas, M. Latorre Rueda, Elecciones y par­tidos políticos en Colombia, Bogotá, 1974, pp. 92-102; sobre Santander, véase sus Cartas y mensajes, ed. R. Cortázar, 10 tomos, Bogotá, 19"44; sobre Mosquera, Archivo Epistolar del general Mosquera. Corresponden­cia con el general Ramón Espina, 1835-1866, J. León Helguera y R. H. David, eds., Bogotá, 1966.

55. P. A. Pedraza, República de Colombia. Excursiones Presidenciales. Apun­tes de un diario de viaje, Norwood, Mass, 1909, p. 1. El mismo Pedraza, comandante-jefe de la policía, tomó los kodaks.

56. J. M. Samper, op. cit., p. 78. 57. J. Jaramillo Uribe, "Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino

de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII", en su libro Ensayos sobre historia social colombiana, Bogotá, 1968, pp. 163-203; V. Gutiérrez de Pineda, La familia en Colombia, volumen l, Trasfondo Histórico, Bo­

gotá,1963. 58. V. Gutiérrez de Pineda, op. cit., Cap. 17, "El medio ambiente y la acultu­

ración familiar en el siglo XIX", pp. 307-359. 59. C. A. Gosselman, op. cit., p. 333. 60. lbíd., p. 331. 61. Cf G. yA. Reichel Dolmatoff, en su estudio The People ofAritama, Lon­

dres, 1961, pp. 115-125, sobre la educación en un pueblo mestizo de la Sierra Nevada hace unos veinte años, estamos otra vez frente al fenóme­no de que el "campesino" no quiere ser rural. Rechaza la "educación ru­ral": "It seems that the government thinks we are a bunch of wild in­dians, asking us to make our children plant trees and vegetables" (p. 120); los autores concluyen que la escuela de Aritama, con sus rituales, formalidades y prejuicios, "creates (oo.) a world devoid of aH reality". Pero lo inútil tiene su prestigio: "One old man who could be seen frequently sitting before his house with a book, admitted candidly that he had never learned to read but that he had acquired considerable prestige by pre­tending to do so, staring every day for a while at the open pages".Lástima que el estudio sin rival de los Reichel Dolmatoffno se ocupó de la política.

62. Gerardo Reichel Dolmatoff, conversación. 63. Por ejemplo, N. S. de Friedemann, ed., Tierra, tradición y poder en Co­

lombia, Bogotá, 1976; W. Ramírez Tobón, ed., Campesinado y capitalis­mo en Colombia, Bogotá, 1981. En ninguna de las dos colecciones la po­lítica recibe atención. El interesante estudio de Elías Sevilla Casas, "Lame y el Cauca indígena", pp. 85-105 de la obra editada por Nina de Friedemann, no menciona ni una vez la participación de Quintín Lame en la política tradicional, particularmente con el partido conservador. Implica que esa parte de su actuación fue inauténtica, que fue un error, que es mejor olvidarla. Para esa participación, véase D. Castrillón Arbo­

leda, op. cit.

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64. Hay mimetismo en los acontecimientos, no sólo en las ideas: el de marzo ALGUNAS NOTAS SOBRE LA HISTORIAde Bogotá imita al de enero de Caracas, y otras jornadas a las journées de París. DEL CACIQUISMO EN COLOMBIA

65. Olivos y aceitunos... , p. 50.

Los períodos de autoritarismo o de militarismo han sido muy escasos y de muy corta duración en los ciento cuarenta años de existencia de Colombia como estado independiente. El número de experimentos constitucionales ha sido muy grande, y esta repú­blica ha sido escenario de más elecciones, bajo más sistemas, cen­tral y federal, directo e indirecto, hegemónico y proporcional, y con mayores consecuencias, que ninguno de los países america­nos o europeos que pretendiesen disputarle el título. Dentro del país, las diferencias de clima, economía y cultura de una región a otra han tenido también repercusiones políticas. Como campo de estudio del caciquismo electoral es inmejorablel. El sistema co­lombiano, con su acusado sectarismo, se desarrolló a lo largo de un siglo de guerra civil permanente. Los últimos conflictos que el sistema produjo en las décadas de 1940 y 1950 no pueden ser comprendidos fuera del contexto de esta evolución, que espero exponer a continuación.

Colombia, todavía hoy, no es una república dominada por una sola región, y mucho menos lo fue en el siglo pasado. Durante las guerras de independencia había comenzado a vivir bajo una exa­gerada experiencia federal, la Patria Boba, y los compromisos re­gionales fueron durante mucho tiempo fundamentales para el mantenimiento de la paz y unidad nacionales. Su sistema de co­municaciones era extremadamente malo, su gobierno extremada­mente pobre, su sociedad atomizada. La hegemonía local de sus escasos magnates era muy limitada y más bien precaria, y no se

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traducía necesaria y fácilmente en poder político local, fuera de los límites de la hacienda, o en influencia nacional. Respecto a los altos cargos, la competencia fue intensa desde los primeros días de la República, y sus débiles partidos podían mantenerse en el poder únicamente mediante constantes esfuerzos políticos y mili· tares. Los diplomáticos extranjeros en América Latina, a la vista

,de las sórdidas realidades que contemplaban sus ojos, se inclina­ron siempre a creer que, hasta poco antes de su llegada, la Repú­blica en cuestión había sido cómodamente gobernada por educa­dos y cultos hacendados blancos de pura ascendencia española, pero esta primera edad de oro señorial es una pura ilusión. En la Nueva Granada no hay evidencia de una edad tal: existen islotes aristocráticos, pero se hunden o flotan en distintos y más peligro­sos mares.

A pesar de un muy restringido sufragio, de una insignificante urbanización, de ser una sociedad todavía esclavista y relativa­mente poco perturbada por las guerras de independencia, a pesar de los prestigios ganados en dichas guerras, la política fue desde el primer momento un ejercicio arduo y a menudo degradante. De la correspondencia del general Mosquera de estos primeros años, es posible deducir algo de lo que esto suponía. En su intensa y finalmente victoriosa lucha contra el patronazgo y las amenazas gubernamentales, Mosquera y sus agentes tuvieron que trabajar los "barrios" artesanos con cerveza, música, cohetes, chicha y asa­dos, peleas de gallos y periódicos. Hubo que trazar carreteras pa­ra satisfacer a este o aquel pueblo, visitar y aplacar a los vacilan­tes, aislar a los propios seguidores de posibles intromisiones y estorbar constantemente a los seguidores de otros candidatos. Cierta conciencia de partido y clubes rudimentarios existen ya hacia principios de la década de 1830, así como la ll1ayoría de los trucos electorales practicados tanto por el gobierno como por la oposición. Los obispos y el nuncio de Su Santidad aparecen ya implicados, y la actividad política no está ya exclusivamente res­tringida a aquellos autorizados a participar por la Constitución. Opinar, "la opinión", a juzgar por la correspondencia de la época, no es prerrogativa exclusiva de los votantes: éstos pueden ser in­fluidos o intimidados por el clima de opinión de la localidad, y el conservatismo y liberalismo rudimentarios de la época son cons-

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cientes de ello. La propiedad no garantiza el predominio. El gene­ral Espina, agente de Mosquera, ha trabajado tanto la región Ga­chetá, lugar de influencia del rival de Mosquera, Mariano Ospina, que puede escribir: "Ya pasó el tiempo en que él se creía por estos pueblos dueño de vidas y haciendas,,2. Revelador, aunque dema­siado optimista, ya que no todo resultó a su gusto, "pues los Arru­bIas fueron traicionados por casi toda su peonada, en razón a que [el alcalde] no cambió todas las boletas por Ospina, ellos remedia­ron el mal cuando lo supieron hasta donde les fue posible, pero ya una gran parte de los peones había votado". Mosquera, Ospina, los Arrubla, son todos propietarios, estos últimos dos hermanos considerados como los hombres más ricos de Colombia. Todos par­ticipan. La propiedad les permite y les presiona a tomar parte en la competencia, pero no da a ninguno la victoria.

Las elecciones fueron pronto consideradas peligrosas: "Se ve­rificaron las elecciones... y una gran parte de la población se fue al campo ese día uyendo, porque los otros días antes, empezaron a rugir que a tiempo de elecciones iba a ver revolución, muertos, el infierno avierto y qué sé yo cuántas cosas más"s. Era un temor bien fundado. Hubo guerras civiles en escala superior a la local en 1839-1841, 1851, 1854 Y 1859-1863, sin contar refriegas más pequeñas. La sangre penetró en el sistema, intensificando los an­tagonismos y lealtades locales y de partido. Éstos tienen orígenes muy variados y a veces es posible remontarlos hasta los primeros días de la colonia: las causas que inducen a una familia o a una localidad a preferir un partido a otro son muy complejas, pero cuando terminó la última de las guerras citadas anteriormente, había muy pocas personas o localidades que todavía abrigasen dudas sobre sus lealtades.

Este fue el legado natural de la lucha, de la más intensa movilización de guerra. Hubo también elementos raciales en es­tas guerras, y al final de la últi.ma de ellas, la Iglesia sufrió un importante ataque a sus posesiones e influencia con la desamor­tización de manos muertas y otras leyes tutelares. El gobierno central fue derrotado militarmente y la capital de la nación fue tomada por la fuerza. El dominio señorial, ya geográficamente restringido, había sido seriamente socavado y los victoriosos libe­rales que asistieron, a la Convención Constitucional de Rionegro

1.

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en 1863 consideraron la República como una tabula rasa sobre la cual escribir sus ideas democráticas y federales. Dividieron el país en lo que llamaron nueve estados soberanos, triunfo de una tendencia que había existido desde el principio de la nación y que, sólo temporalmente y con dificultad, había sido frustrada en la guerra de 1839 a 1841. En esta organización federada, en que el

, Partido Liberal controla lo que resta de gobierno central y todos los·estados menos uno, el país entra en un período de veinticinco años de peculiar interés para los estudios de gobierno local, años de gran experimentalismo y poco control central.

El sufragio universal masculino se estableció diez años antes que la Constitución de Rionegro, y desde 1853 el país fue escena­rio de la competencia entre dos federalismos, conservador y libe­ral,ambos batiéndose en oportunista retirada frente a la autori­dad central. Aquello parecía cada vez menos sostenible, cada vez menos una garantía de sus intereses individuales, locales e insti­tucionales. Ambos se organizaron localmente, amplia aunque in­termitentemente, los liberales en Sociedades Democráticas, los conservadores normalmente en una Sociedad Popular. A menu­do, disponían de prensa propia. Colombia estuvo a la cabeza de Latinoamérica en cuanto al número de sus periódicos, si no en otras cosas4

. Los conservadores pronto cesaron su oposición al sufragio universal a nivel municipal: "El buen sentido indicaba que esa manera de sufragio había de ser en las poblaciones neo­granadinas de aquel tiempo, la más ventajosa para la causa con­servadora, resueltamente apoyada por la generalidad del clero y de los grandespropietarios y caciques de parroquias"5. Los con­fusos experimentos liberales de 1848-1854 habían terminado en un gobierno interino, el del presidente Mallarino, que había cele­brado elecciones neutrales bajo una constitución que debilitaba cualquier poder que el gobierno central hubiera estado tentado de utilizar, y los conservadores habían ganado: "La verdadera mayo­ría numérica pudo manifestarse, y ella hizo inevitable la caída del radicalismo y del liberalismo en el terreno legal"6. Los liberales, tras su victoria en 1863, pasaron los siguientes veintitantos años intentando evitar semejante resultado. El período federal produjo cuarenta y dos nuevas constituciones estatales y antes de 1876 las elecciones fueron casi continuas, puesto que los distintos es-

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tados no votaban simultáneamente ni siquiera para la elección del presidente de la Federación. La habilidad liberal-radical para mantener el equilibrio sobre una base tan precaria e imprevisible produjo unas cuantas guerras menores, una abundante literatu­ra crítica, en que se describían los herméticos métodos de "escru­tinio" y el conflicto nacional de 1876-1877. Las primeras descrip­ciones amplias, no muy conocidas, del sistema político local datan también de esta época.

El gamonal y el cacique -"lo que en España se llama caci· que"_7 son un tema habitual de la literatura costumbrista, que lo enfoca normalmente con aversión superficial y bipartidista. De los escritos de los literatos de Bogotá, en su mayoría terratenien­tes semiabsentistas, se deduce claramente que el gamonal o caci­que no es normalmente un hacendado, en el sentido elegante de la palabra, aunque puede ser un importante terrateniente local: no todo tipo de tierras tienen prestigio social. Esta literatura so­bre política municipal y provincial está fuertemente impregnada de esnobismo urbano, y el afán de caricaturizar está reforzado por el deseo de algunos escritores de negar o falsificar el carácter pro­vincial o rural de sus relaciones y orígenes. El cacique ha sido siempre mirado con desprecio desde arriba; el gobierno municipal y quienes lo ejercen han de ser objetos de burla. Pero, además de la exclusión de los conservadores en todas partes salvo en Antio­quia, existían poderosas razones que explicaban la abstención de

¡' los notables de la política municipal. 1,

Se daba el hecho de que en muchos municipios ningún nota­ble podía existir con provecho. Las obligaciones de las autorida­des locales implicaban la asistencia regular a determinados actos

~, en determinados días. El "régimen municipal forzoso~ anterior a

11. 1849, bajo el cual las personas designadas para los cargos locales por el ministro o el gobernador no'podían rehusar sus servicios, había sido extremadamente impopular. Más que por la rivalidad para obtener los cargos a este nivel, la República sufríó por la rivalidad para eludirlos, y no encontró nada con qué remplazar la atracción (aunque era más bien mítica) del viejo cabildo. Los car­gos locales eran considerados como onerosos por quienes tenían capacidad para ocuparlos. Tampoco la naturaleza del comercio y

'1"1,

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de la vida profesional permitía a tales personas pasar mucho tiempo lejos de los más importantes centros urbanos del país.

La política provincial era dura, y las personas decentes se mostraban poco dispuestas a participar en ella ---Q debían haberlo estado: en Zipaquirá, el doctor Gálvez y el doctor Weisner se en. cerraron en la alcaldía y se batieron con machetes: "He ahí de qué

. manera se sostiene... por hombres de pelo en pecho, la preponde­rancia de los principios políticos"-. A menudo deploraban el fa­natismo quienes se beneficiaban de él. He aquí la opinión de un conservador sobre el jefe local de su partido en Zipaquirá, una localidad relativamente importante:

Era corifeo de la plebe conservadora de aquel lugar un hombro­nazo de talla más que gigantesca, de voz proporcionada a su cuerpo, que usaba por vestido un bayetón, por arma habitual un garrote, de religión, fanático, de oficio, carnicero, godo (conser­vador) hasta la pared de enfrente, de los bravos y matasietes tolerados con disimulo o azuzados sin embozo por magnates y autoridades, como afiliados a la pandilla del nefando Fuego Len­to [sigue a continuación una nota sobre este bandido que cantaba al tiple mientras sus víctimas eran azotadas en su presencia] ... un coco que el partido conservador zipaquireño tenía a la van. guardia para los casos en que se viera un poco apurado.

De estos conservadores se dice que en 1861 asfixiaron a sus contrarios con chalecos de cuero crudo. Los indios de la localidad, un potencial político errático pero, algunas veces, poderoso, fue­ron dirigidos a mediados del siglo pasado por el "Dr. Eduardo Gu­tiérrez, o por otro nombre el indio Eduardo, avispa intolerable en política, y con resabios rabulescos, tenía grandes entronques, principalmente de raza, con las comunidades, de cuyos intereses se preciaba de ser patrono". •

El patronazgo federal directo estuvo representado en Zipaqui­rá por los trabajadores de las salinas, desesperados dependientes con un elaborado sistema para vivir a costa ajena y una pésima reputación local. Los elementos liberales del pueblo -"había una Sociedad Democrática apreciable- cuando tuvieron el poder, cho­caron con el campesinado conservador de los alrededores --el in­dependiente y numeroso orejón de la Sabana-o Un gobernador

conservador admitió en 1854 que aunque éstos eran "amigos" no podía ejercer ningún control sobre ellos8.

La descripción clásica de esta situación en las mesetas ceno trales, la parte más densamente poblada del país, se encuentra en la monografía de Rufino Gutiérrez, un inspector del gobierno conservador que escribió después de la Regeneración, la reacción conservadora de 1885. La reproduzco totalmente, puesto que se trata de un intento hacia una descripción funcional, lo cual es muy raro para la época y el lugar, y consigue en un espacio redu­cido tratar brevemente sobre muchos aspectos del problema.

Permítanos el señor Secretario que le manifestemos cuáles son, a nuestro juicio, las causas eficientes de ningún progreso mate­rial e intelectual de casi todas las poblaciones de la Sabana, cer­canas a la capital; pero no se crea que al hacer enumeración de estas causas es porque las hayamos encontrado todas en el Dis­trito de que tratamos: siendo ésta la primera relación que hace­mos de los pueblos pequeños que hemos visitado, aprovechando la ocasión para darle cuenta de nuestras observaciones genera­les, lo que quizá no podamos hacer otro día por cualquier cir­cunstancia. También advertimos que hacemos apreciaciones ge­nerales y que prescindimos en absoluto de algunas honrosísimas excepciones que podrían presentársenos en todos y cada uno de los pueblos de esta meseta, de vecinos patriotas, desinteresados y llenos de todo linaje de virtudes cívicas y privadas: ya que ellos

1'­ no han sabido o no han querido imponerse en sus respectivos pueblos en beneficio del común, que sufran la pena de verse en­vueltos en la apreciación general que se hace de sus conciudada­nos. Puede dividirse el vecindario de cada Distrito en tres secciones o clases sociales:

la. Los grandes capitalistas. 2a. Los propietarios menores. 3a. Los proletarios (los indios).

La primera clase se compone de gente domiciliada en Bogotá, que tiene valiosas haciendas en la Sabana, manejadas por un mayordomo, y que visita una o dos veces por semana, cuando va a pedir cuentas al administrador y a tomar noticia del estado de sus hatos, sementeras y cercos; para quienes es indiferente el progreso moral y material del poblado. Estos vecinos, por sus relaciones en la capital y por su posición pecuniaria, son a me- •

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nudo nombrados Alcaldes o Concejales del Distrito; no aceptan el primer cargo por no tomarse el trabajo de ir los días de mer­cado a oír las demandas y a administrar justicia, y por temor de enajenarse la voluntad de los propietarios menores; pero sí ha­cen valer sus influencias con el Gobierno para hacer nombrar autoridades a quienes pueden inclinar en favor de sus particu­lares intereses en la composición de ciertos caminos, decisión de controversias, etc. Aceptan el cargo de Concejales para no concurrir a las sesiones sino cuando tienen noticia de que hay algo recaudado de la con: tribución directa o del trabajo personal subsidiario, para hacer valer su poderoso voto en favor de la mejora del camino que in­teresa a SU hacienda. En elecciones no se mezclan, porque eso les aleja simpatías, y por consiguiente clientela en sus negocios. La instrucción pública les es indiferente porque sus hijos están en la capital en los colegios. El Cura es para ellos bueno cuando rinde parias. Sólo muestra interés por el pueblo, y entonces con entusiasmo, cuando tiene que reclamar contra algún desacato de las autoridades civiles o eclesiásticas de él. La segunda clase, más numerosa que la anterior, se compone de vecinos del Distrito, blancos, mestizos e indios, entre los que se ven familias numerosas, muchas de ellas ejemplares en todo sentido; pero generalmente de allí salen los tenorios de parro­quia, corruptores de toda india que por su gracia se distingue de las demás: los gamonales o caciques, gente despiadada, que es­quilma a los infelices indios y abusa de ellos sin misericordia; los matones, hombres de botella y revólver, que dan la ley en las chicherías de la comarca. De esta segunda clase, ignorante y escasa de nociones de moral, que es la conocida entre nosotros con el calificativo de orejones, salen necesariamente las autori­dades del Distrito. Un Alcalde o un Juez es entonces el favore­cedor de las demasías de los de su clase, por temor o por relacio­nes de parentesco y amistad, y un verdugo de los proletarios. Entre estos individuos hay estrechos vínculos de parentesco y amistad, por lo mismo que las familias son muy numerosas, y a veces también se dividen en bandos originarios de.profundas rivalidades personales, de disensiones de familia o de diferen. cias por intereses. Es una clase llena de envidia de las comodi. dades de que disfrutan los grandes hacendados y de desprecio hacia sus inferiores. Mandan a sus hijos a estudiar pocos años a la capital, de los cuales resulta un noventa y cinco por ciento que sólo aprenden vicios cortesanos y malas costumbres, y que para sostener unos y otros se ocupan casi exclusivamente en suscitar litigios que arruinan a las. familias y perturban la paz de los pueblos. Casi todos los individuos de esta clase viven en desmano

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teladas casas, muchas de ellas incómodas para la habitación de la familia, pero con grandes departamentos para el servicio de las chicherías que en ellas tienen. De entre ellos surgen de cuan­do en cuando notables soldados y jefes tan abnegados como en­tusiastas. La tercera, compuesta de indios, nos cuesta más dificultad cla­sificarla: no pueden compararse con los parias, con los ilotas ni con los gitanos, porque aquéllos carecen por completo del espíri· tu de cuerpo que a éstos anima; son desventurados seres despro­vistos de inteligencia, de educación, de instrucción moral y reli· giosa y aun de buenos sentimientos; sin aspiraciones; por quienes no se interesa nadie desde que el Gobierno español fue expulsado de esta tierra. Es esta una raza completamente ab­yecta, que, tal vez por fortuna, va desapareciendo, debido a sus malos hábitos y a la falta de alimentación... Otra de las causas que hace que el número de indios disminuya es el reclutamiento: los indios, poco amigos del matrimonio, una vez que son engan· chados en el ejército, casi nunca se casan; y las indias parece que prefieren una dependencia criminal a la honesta vida del matri ­monio. Otras muchas causas impiden el progreso de las poblaciones ve· cinas a Bogotá, que es para ellas una bomba aspirante: casi todo joven de algunas aspiraciones o de mediana ilustración que en estos pueblos nace, viene a la capital en busca de mejor medio social y más amplio horizonte; y las muchachas, desesperadas por los malos tratamientos y peores ejemplos que reciben de sus

'f¡'¡: padres, aprovechan la primera ocasión que se les presenta para huir de su lado y venir aquí a alquilarse en una casa o tienda o a entregarse a la prostitución. En estos pueblos tiene poco prestigio la autoridad, a causa de que en veinte años de una dominación odiosa para ellos, se han acostumbrado a mirar a las autoridades que se les han impuesto como enemigos a quienes sólo deben obedecer cuando la fuerza bruta les obliga a ello; así es que aunque las autoridades de hoy día son aceptables para el pueblo, sólo tienen en éste el propio prestigio personal9. .

"

Gutiérrez describe lo que claramente no es una sociedad exactamente deferencial, pero muestra que no es únicamente la delicadeza lo que lleva al gran capitalista ilustrado a participar sólo moderadamente en los asuntos locales. Éste protege sus in· tereses sin definirse más de lo necesario; utiliza su influencia cuando lo necesita, a niveles más altos que los municipales. Tiene

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poder para conseguir lo que quiere en asuntos de contribución local, carreteras, y del "trabajo personal subsidiario", pero para salvaguardar su posición renuncia a toda pretensión sobre el con­trol minucioso de los asuntos municipales, una renuncia dictada en parte por el interés y en parte, parece, por el miedo: es mejor mantenerse en buenas relaciones con la segunda clase, "los ma­tones, hombres de boteUa y revólver". Debemos dejar un margen de exageración en las descripciones de Gutiérrez, pero también es necesario recordar que son muy escasas las fuerzas públicas, ejér­cito o policía con las que podía contar un hacendado en esta época, por influyente que fuera. Tenemos aquí una estructura dual de poder, en que un magnate tiene poder de veto sobre algunos asun­tos locales, y cierta influencia positiva en las esferas superiores, departamentales o nacionales, del gobierno, en la selección de un propietario menor en lugar de otro para un cargo local. Este poder tenía serios límites y era poco lo que el gobierno podía hacer para excluir a los dirigentes naturales del municipio de sus nombra­mientos, puesto que necesitaba su apoyo electoral, y frecuente­mente su apoyo militar. Pero el tipo de demarcación tácita descri­ta por Gutiérrez reducía, en tiempos normales, la fricción entre el gran capitalista y las personas de menos importancia con cierto control sobre los asuntos locales. En tiempos de paz sus compen­saciones incluían un ocasional douceur de la envidiada clase su­perior, y en tiempos de guerra, las posesiones de esta clase esta­ban a menudo enteramente a su mercedlO

La posesión de armas estaba muy extendida. Durante el pe­ríodo federal, 1863-1885, el libre comercio de armas era una cuestión dispuesta por la Constitución: el texto de Rionegro es­tipulaba el libre comercio de armas y municiones como parte del sagrado derecho de insurrección -sección 2, artículo 15, sub· sección 15-: "La libertad de tener armas y municiones, y de hacer el comercio de eUas en tiempos de paz". El objeto de esta, a veces realista, Constitución, era localizar las rebeliones más que permitirlas, y el efecto de esta disposición tenía sus límites naturales en la pobreza. No obstante, "cada comerciante pudo inundar el país de revólveres, puñales y sables, y de cápsulas, balas y pólvora, de suerte que todos los ciudadanos pudiesen proveerse de elementós de destrucción tan libremente como si

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se proveyeran de vestidos, alimentos y calzado... A más de los parques nacionales, cada Estado tenía el suyo, a costa de enor­mes sacrificios, y cada caudillo su parque privado y oculto, cada pueblo sus medios de apelar a las armas"l1. Las fuerzas del Es­tado eran muy escasas, yen tiempos de paz la Guardia Colom­biana federal consistía en menos de mil hombres; no había po­licía nacional. No es extraño que hubiera más de cincuenta rebeliones en estos veinte y tantos años.

¿Por qué se luchaba? Era difícil mantener la neutralidad en muchos de estos conflictos, porque los que no tenían ambiciones y los excluidos sufrían innumerables molestias a manos de los círculos que sólo podían mantenerse en el poder por medio de un rígido favoritismo, y algo más que molestias una vez empe­zada la lucha: las técnicas de represión de un gobierno siempre tenían el efecto inicial de aumentar el número de sus enemigos en el campo de batalla. La cuestión religiosa verdaderamente despertó una fuerte sensibilidad en la guerra de 1876-1877. Pe­ro, sobre todo, y más en el contexto del caciquismo, estaba la cuestión del patronazgo, incluso en estos "estados famélicos". En el gobierno nacional había contratos de carreteras, tierras de la Iglesia y el Estado, resguardos, proyectos ferroviarios, pensiones y exenciones, el tribunal supremo, la aduana, las sa­linas, los ministerios: Bogotá fue siempre una capital esencial­mente administrativa. En los estados había aduanas menores, algunos monopolios locales, nuevamente tierra de la Iglesia, del Estado y de resguardo, carreteras, los tribunales menores, la creación, disolución y alteración de circuitos judiciales y límites municipales. El número de cargos y los sueldos de que estaban dotados no eran grandes, el cargo en sí no era más que una pequeña parte del botín. A nivel municipal el sueldo de un al­calde era mísero, incluso en el contexto de la pobreza colombia­na, y Colombia era, per cápita, uno de los países más pobres de América Latina. Es preciso emplear una balanza delicada para sopesar el valor que tenía para los hombres de la segunda clase de Gutiérrez el asumir el poder local, pero incluso empleándola, el sueldo en sí no constituía gran diferencia

12.

Para el cacique había otra lista: contenía el monopolio de be­bidas, que era en muchas regiones una cuestión en gran parte

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tico de los departamentos era aún muy pequeño, sus fuerzas po­

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local hasta muy entrado este siglo; la autoridad para multar; la dirección del trabajo personal subsidiario, que también sobrevivió hasta el siglo XX -era conveniente en ocasiones controlar el tra­bajo que se hacía, y quién lo hacía-; el control sobre el recluta­miento, generalmente y justamente temido y que daba al que lo controlaba algo muy negociable; el control de los jurados, en aque­llos lugares donde se experimentaba con ellos y, en general, de la influencia judicial. El gran número de abogados no es casualidad en un país donde la administración sigue el código pertinente, pero puede no seguirlo de una manera neutral. Estos son los as­pectos más tangibles, a los que hay naturalmente que añadir en cualquier comunidad los menos tangibles -respeto, deferencia­, la seguridad de que otros no pueden hacerle a uno lo que uno puede estar tentado de hacer a los demás. En la Colombia del siglo XIX esta era con seguridad una certidumbre de mucho valor.

Los liberales perdieron su posición predominante en 1885, en parte debido a que su sistema electoral había llegado a ser dema­siado herméticamente simple13

. La solución conservadora fue la rígidamente centralizada Constitución de 1886, que impuso a los votantes las condiciones de ser propietario y alfabeto y elecciones indirectas. La receta del presidente Rafael Núñez para la "paz científica" incluía también un ejército mayor y gendarmería, puesto que estos dos votaban también convenientemente, y si era necesario repetidas veces ("el expediente consiste en votar impa­siblemente cuantas veces sea necesario"). Más importante, inclu­so, era la máxima aproximación a la Iglesia, "un concordato de milagro". Un conflicto no resuelto con la Iglesia había limitado seriamente el alcance del anterior dominio liberal.

Antes de los años 1920, en que los buenos precios del café, el petróleo y los plátanos, la indemnización de vei~te millones de dólares de Panamá y grandes préstamos del extranjero alteraron el equilibrio, el nexo entre los gobiernos central, departamental y municipal en tiempos de general pobreza gubernamental no es muy fuerte. Hay pocas obras públicas, pocas carreteras llegan ser algo más que una responsabilidad local, los monopolios departa­mentales de licor eran a menudo sacados a concurso, y el general Reyes tuvo que abandonar los planes de monopolio nacional de­bido a la resistencia departamental, en 1908. El aparato burocrá­

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I liciales insignificantes: los departamentos tenían todavía poco,:'1

1', que ofrecer al municipio, poco con qué amenazar, y debido a la misma debilidad de sus propios recursos el gobierno central per­maneció de hecho mucho menos centralizado de lo que se deduce de la letra de la Constitución de 1886. La gran ventaja natural que tenían sus autores conservadores era el apoyo clerical, rela­tivamente disciplinado, abierto, institucional y constitucional.

La Iglesia se recobró de los ataques de los años 1860 con sor­prendente rapidez; en algunos lugares el fanatismo local había si­do prote~ción suficiente, y los radicales más prudentes del tipo de Manuel Muríllo Toro deseaban eludir toda provocación innecesa­ria14• A principios de la década de 1880 la meseta fue escenario de misiones muy activas que reorganizaron a los fieles a nivel local, restablecieron gradualmente y redistribuyeron el diezmo, una ta­rea realizada sin el apoyo del Estado. Estas misiones eran algunas veces hostilizadas -"[una] voz infernal. .. se oyó diciendo, ¡Abajo el fraile autor de todos estos hechos!"-, pero esta era en su mayo­ría una región creyente y bien catequizada. Los curas no vacilaban en instruir a los ricos sobre sus deberes, e incluso nombraban por escrito a absentistas reacios a colaborar o indiferentes: "Ricos pro­pietarios que se llaman cristianos... stultorum infinitus est nume­rus, et perversi dificile correguntur"15. Excepto en la provincia de Antioquia, no había una relación muy próxima entre la élite laica y la Iglesia por debajo de la jerarquía. El alto mando conservador sin duda acogía con gusto el apoyo clerical, yen 1890 lo reforzaron con la vuelta definitiva de los jesuitas y con españoles importados

¡,~' de demostrada ortodoxia, pero no lo controlaban directamente y

\. hay una ligera pero persistente corriente de inquietud en los cír­culos oligárquicos con relación al oscurantismo clerical16

. No obs­tante, durante los cuarenta y cinco años que van de 1885 a 1930,

VJ~ c:'r la Iglesia fue el brazo electoral de los conservadores. El liberalismo :1

era pecado: las pastorales colombianas eran intensas e insistentes sobre este punto. El cura era frecuEmtemente la persona más in­fluyente de la localidad -"frente a él, que representa la eternidad celestial y al mismo tiempo la perennidad burocrática, el alcalde es deleznable y efímero"-: "Al llegar a sU parroquia un cura tur­bulento, es como cuando sueltan un toro nuevo en la plaza, algo

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1111

I"n

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peor, porque con él no hay barrera que valga"l7. En algunos muni­cipio~, Monguí, el valle de Tenza y otras zonas de minifundio, go­zaban de un predominio casi absoluto.

La guerra de 1899-1903 fue oficialmente la última guerra ci­vil sufrida por la República; desde ese momento los conservadores concedieron una cierta representación a algunos liberales selec­tos y la mayoría del Partido Liberal concluyó que en la guerra el Gobierno probablemente vencería. A pesar de ello, el sistema era todavía propenso a la violencia, y el país estuvo al borde de la guerra en bastantes ocasiones posteriormente. En 1922 las divi­siones de los conservadores fueron explotadas por una coalición liberal independiente y la situación se salvó por el uso a nivel local de la fuerza y un recurso gen.eral al fraude. Verdaderamente el gobierno central tenía ahora más medios a su disposición, los recursos congresionales y departamentales parecían mucho más formidables en manos conservadoras que el esquelético aparato de la época federal: había más monopolios centrales, más trenes, más poderosas "juntas de caminos"; el "trabajo personal subsidia­rio", uno de los grandes recursos, desapareció: ahora el salario de un peón del departamento empleado en obras públicas era mayor que el de un alcalde. Hubo un gran aumento de patronazgo nacio­nal, departamental y urbano debido a la indemnización de Pana­má y los nuevos y sustanciales préstamos públicos a gran escala de los años veinte. El efecto inmediato fue hacer a las entusias­madas regiones difícilmente manejables desde el punto de vista del presidente al hacerse sus representantes en el Congreso más reacios con respecto a los "auxilios" preelectorales. La tendencia según la cual las localidades llegaron a depender fiscalmente ca­da vez más de las subvenciones del gobierno y los municipios cada vez más de los departamentos, había ciertamep.te comenzado; igualmente cierto es que tardaría mucho tiempo en aproximarse siquiera al centralismo previsto en el texto de la Constitución de 1886. Todavía existían poderosas y naturales fuerzas federalis­tas. Núñez, el "Regenerador", había querido pulverizar los anti­guos estados soberanos y rehacer el mapa administrativo por completo, pero las fuerzas locales fueron demasiado vigorosas pa­ra él, como lo fueron también para el presidente Reyes: todavía le era difícil al gobierno eliminar o remplazar un gobernador sólida­

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mente establecido o un gran cacique, hombres como el general Manjarrés en el Magdalena o el doctor Charrien el Huila. Hasta dónde llegaban los límites de control del Gobierno y hasta qué punto era todavía el sistema una federación de caciques, puede entreverse en las circunstancias que rodearon la caída del Partido

Conservador en 1930. Las elecciones se hacían por el Directorio Nacional del parti­

do, normalmente compuesto de tres miembros elegidos por los miembros del partido conservador en el Congreso. En condiciones ideales consultaban al ministro de Gobierno, y su único candidato recibiría la bendición del arzobispo de Bogotá. El Directorio dis­tribuía las fuerzas de las distintas facciones del partido dentro de cada departamento, y después de hacerlo nombraba directorios locales y, si había necesidad, hacía que el ministro de Gobierno realizara cualquier cambio conveniente entre los funcionarios lo­cales. Teóricamente esta era una tarea fácil bajo la Constitución de 1886. Los directorios locales, con ayuda del gobernador y el resto de la extremadamente parcial administración ----cualquier otro tipo de administración habría sido simplemente un indicio de locura política, puesto que no era concebible que nadie que diera

l8valor a la neutralidad pudiera mantenerse _, el obispo de la localidad y el clero trabajarían después los municipios para hacer

~<¡

salir los votos conservadores y mantener los liberales alejados. Hacían listas complejas, tomaban precauciones, hacían prome­sas, distribuían cuidadosamente las escasas guarniciones y la po­licía, los agentes de aduanas, los funcionarios del monopolio del alcohol y cualquier otro grupo de hombres disponible. Los muni­cipios, a su vez, enviaban sus "adhesiones" a los candidatos favo­recidos, largas listas de nombres que el departamento no tendría ningún pretexto posible para olvidar, algunos de los cuales reapa­recerían en las cartas de recomend~ciónposelectorales que, si to­do iba bien, inundarían toda fuente de patronazgos. Las eleccio­nes, con su acompañamiento de violencia y fraude, se llevaban

entonces a cabo. Esta es una sencilla sinopsis de la que nunca era una tarea

fácil, pero que exigía una gran cantidad de conocimientos locales y tacto político de los miembros del Directorio Nacional. Veamos cuáles fueron sus dificultades en 1930. Había serias divisiones

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entre los conservadores en ocho de los departamentos. En Huila, el doctor Charri tenía un sistema de perfección sapista (véase No­ta 13), tanto que el Directorio concluyó, "no hay gobernador". Charri nombraba todos los cargos, y era impopular porque nom­braba demasiados de sus propios familiares y demasiados hom­bres de otros departamentos, supuestamente porque esto les ha­cía personalmente dependientes de él. Estaba en muy buenas relaciones con el obispo, que daba las órdenes electorales apropia­das; pero su círculo nepotista y no huilense no era popular, y pro­dujo muchas abstenciones conservadoras que podrían incluso lle­gar a convertirse en votos adversos. Era difícil y peligroso intentar romper el dominio del doctor Charri, e insatisfactorio permitirle seguir...

En Tolima, la dificultad residía en la oposición del obispo a la dirección oficial conservadora. El Directorio Nacional llegó a la conclusión de que era imposible silenciarlo sin la ayuda del Papa, "que desgraciadamente está muy lejos para poderle hablar". En el Valle, el gobernador intentaba establecer su propia base de apo­yo con los "empleados de las rentas", allí dirigidos por un liberal y opuestos a aquellos en quienes el Directorio creía poder confiar. La situación era más grave en Boyacá y Cundinamarca, las for­talezas electorales de los conservadores en la región central. El obispo de Boyacá se negó a apoyar a nadie, por razones en gran parte personales, y el panorama ofrecía no menos de cinco faccio­nes distintas 19

. El dirigente de una de las más recalcitrantes, el general Isaías Gamboa, se llamaba a sí mismo cacique con orgullo -"es mejor ser cabeza de ratón que cola de león"- y era mani­fiestamente desafecto al círculo gubernamental existente: "Aba­día [el presidente] tiene un concepto bajo de los caciques, y en las clases que dicta en la Escuela de Derecho se expr.:esa en términos depresivos (sic) contra todos". Gamboa organizó a los conservado­res veteranos de la guerra civil, e incluso alegó contar con el apoyo de "liberales de pelea" disgustados con el ala civil de su partido. Organizó a sus hombres a la manera militar y preparó "retenes" en las afueras de los pueblos para controlar los movimientos en momentos de elecciones (ésta era una táctica muy común). Goza­ba también de la ayuda de otros "guapetones" exmilitares que se especializaban en falsificar buenos resultados conservadores en

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distritos liberales: el general Mazabel podía obtener 2.000 votos en Anapoima; como observara el Directorio sobre este inconve­niente sector del partido, "quienes en lo político conozcan esta población, saben que es más fácil cosechar plátanos, cacao y man­gos en la faldas paramosas que conseguir cinco votos conservado­res verdaderos". Ninguno de los dos partidos tradicionales colom­bianos pueden controlar sus afiliados al simple nivel de decretar quién es miembro y quién no.

El partido era incapaz de resolver sus propias diferencias, incluso con la ayuda del arzobispo, y éstas eran lo bastante pro­fundas para que el tercer candidato liberal obtuviera una victo­ria, incluso contra los muy superiores recursos conservadores en gobernadores, alcaldes, corregidores, varios tipos de inspectores, empleados ferroviarios, ejército, policía, los tranvías, las "juntas de caminos": toda la "maquinaria" todavía relativamente formi­dable, aunque debilitada por la crisis económica20.

Este no era un "turno" pacífico: los alternos del tipo español no son nada corrientes en el panorama local. Ambos partidos tra­dicionales tienen sus facciones y sus disidencias, y el sistema sólo puede llamarse bipartidista en un sentido vago, pero el cambio en el Ejecutivo, de una corriente a la otra de estos dos partidos his­tóricos, ha producido siempre una situación potencial de violen­cia. En 1930 la resistencia a la subida liberal fue violenta en mu­chos municipios. En Santander, el gobernador saliente distribuyó 14.000 rifles entre unos seguidores ya bien armados y hubo lucha genera121 . Las Asamqleas Conservadoras Departamentales apro­baron lo que denominaron "leyes heroicas", actos de demolición legislativa destinados a privar al gobernador liberal entrante de recursos y a destrozar la administración local:

Especialmente se ha practicado este cobarde sistema en algunos organismos departamentales, que.han llegado a negarle a su sección el aire, el sol, la luz y el fuego. Estas asambleas se con­vierten en cuerpos beligerantes... y a tales extremos se ha llega­do, que como vindicta y venganza se han tomado las providen­cias más extremas, como cercenar todo el tren administrativo, desguarnecer ciudades y pueblos de todo servicio de seguridad y vigilancia, inyectar antagonismos extraños de determinada fi­liación política para que sustituyan al gobernante, suprimir los sueldos o salarios de los funcionarios a fin de reducirlos a las

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crueldades del hambre o llevarlos al camino de la dimisión... Bien se comprende que el arma, aunque innoble, es eficaz: eficaz para la oposición, para la hostilidad, para la violencia, para ha­cer invivible el país22.

Este llamamiento a sentimientos sectarios originó numerosos conflictos locales, considerados como una degener.ación de "los bravos y gallardos sistemas antiguos de la verdadera república" en que todos luchaban por sus principios. Ahora, sin embargo, "lo extravagante del suceso es que quienes se echan por los atajos de la muerte y la coacción no son los que pueden aprovecharse de los regadeos del poder o de las influencias oficiales, sino quienes vi­ven perfectamente alejados de ellos, quienes moran en los campos y aldeas lejanas; es un tributo que rinde la ignorancia al apasio­namiento sectario, el desinterés a la ambición política, el iluso amor al aprovechado cálculo".

Es cierto que algunos de los intereses locales en juego son más comprensibles para nosotros que ese "iluso amor": el conflicto no es exactamente espontáneo y los del "aprovechado cálculo" tie­nen sus contactos con "los campos y aldeas lejanas". Pero el po­tencial destructivo del sistema colombiano no puede comprender­se sin el elemento sentimental: es al mismo tiempo un r.ecurso que puede emplear el cacique, y algo que limita su capacidad de ma.

23niobra --es decir, no se excluye que él mismo sea un sentimental de su propio partido y casi con seguridad deteste a sus enemi­gos-. La evidencia folclórica de esta movilización fosilizada es abundante, particularmente en las coplas a menudo colecciona­das por abogados de localidad y curas de parroquia:

Liberal:

Si no alcanzo a disfrutar el triunfo de los liberales lo disf,utarán mis hijos que horita están en pañales. Entonces sí cantarán los rojos su torbellino sin que los maten los godos por ahí en cualquier camino, etc.

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Conservador:

El color azul me gusta porque es el color del cielo, y el rojo es el color de las llamas del infierno. iGuy! por la señal De la santa cruz De ser liberal Líbrame Jesús, etc.

El conservador Manuel Serrano Blanco leía a Romanones y Ortega -"la España oficial consiste, pues, en una especie de par­tidos fantasmas, que defienden los fantasmas de unas ideas, y que apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos ministerios de alucinación"- y escribió una glosa colombia­na sobre sus conclusiones: "[Aquí] ningún ciudadano puede huir de las preocupaciones políticas, porque será víctima de su propio olvido... Aquí todo el país es político. El país nacional ha desapa­recido". Las dos esferas de gobierno, la nacional y la tan gráfica­mente descrita por Gutiérrez, parecen muy alejadas entre sí, al­gunas veces prácticamente inconexas. Pero están conectadas por la cadena de patronazgo que debe utilizar el gobierno central para sobrevivir, y por una común retórica partidista que puede variar desde la filosófica hasta la calculada, hasta la afirmación irreduc- . tibIe de identidad local y personal: "iCabrones, Viva el Gran Par­tido Libera!!".

Las alternativas al sistema -gobierno militar, gobierno de un solo partido, gobierno autoritario, movilización de masas de tipo moderno- no eran asequibles. Todas ellas requerían recur­sos que no poseía el país, y los acontecimientos que se han desa­rrollado desde 1930, experimentos' en todas estas alternativas, han demostrado que los recursos no han aparecido.

El municipio es crónicamente pobre: "¿Qué podemos opinar del hecho de que más de la mitad de los municipios colombianos tienen presupuestos inferiores a 5.000 pesos, y éstos se forman en elevados porcentajes de auxilios, participaciones departa­mentales e ingresos del Tesoro Nacional?", preguntó Antonio

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García en 194924. Esta pobreza no proviene de una elaborada organización del sistema fiscal que pudiera convenir a los go­biernos departamental y central. El porcentaje de ayuda finan­ciera exterior es siempre más alto en los departamentos con peor reputación en cuanto a dominio caciquil, las pobres tierras altas de Colombia. Parece que es en éstas donde menos se hace por el municipio, y donde la clientela local es más servil al cír­culo político dominante.

Donde los recursos son tan escasos," r:epartirlos por igual no I tiene, políticamente, ningún sentido: ha,,bría que privar a los ami­

I gos, y es lógico apoyar amigos cuando las conversiones son tan ra­1 ras. Concentrarse en amplios objetivos de utilidad general es polí­11

1111 ticamente suicida, aumentar las rentas públicas es enormemente

1I ¡ difícil. Mientras el clero reúne fondos construyendo grandes igle­1

sias que nunca se terminan, los electores superiores del departa­mento obtienen algunos votos extendiendo lentamente innumera­bles y pequeñas carreteras nacia las expectantes regiones leales. Aquellas cuyo agradecimiento 'no es seguro, son a menudo ignora­das por completo. El Llbano, Tolima, uno de los pueblos que más café producía en todo el país, no tuvo carretera hasta que terminó el dominio conservador: era un lugar agresivamente liberal.

Hay continuas acusaci~nes de favores legales e ilegales, de disposiciones aplicadas de forma desigual. Lo que son "fuerzas vivas" y "principales vecina's" para unos, son los "gamonales" para otros. Se hace responsable al sistema por crear lo que refleja y el comentario urbano asume con demasiada facilidad que los caci­ques son uniformemente perniciosos: no hay motivos para supo­ner tal uniformidad, y de hecho parece claro que las diferencias regionales en riqu~za y cultura deben producir una gran varie­dad. Algunos gamonales pueden ajustarse a una de las primeras descripciones -de los años 1860-, "el gamonal tiene sumo inte­rés en que haya pobres y miserables en el pueblo, para que nadie haga estorbo con veleidades de igualdad o independencia,,25. Es posible que algunos crean que cualquier señal de progreso mate­rial no hará más que suscitar la envidia y el aumento de impues­tos por parte del gobierno superior. Pero los que desean este in­móvil aislamiento correrán el riesgo de ser amenazados por otros que considerarán el avance político con una visión más abierta.

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Mientras aumente el poder del Estado, mientras aumente la in­troducción de nuevas agencias en las localidades, es evidente­mente mejor aliarse que ser eliminado. La mayor parte del "pro­greso" será negociado, no combatido. Se dice que cuando el gobierno quiso sustituir la bebida de chicha por cerveza, los caci­ques estaban dispuestos a imponer la prohibición a cambio de recibir las representaciones de la cerveza.

Muchos de estos "gallos de pueblo" poseen una autoridad natural que puede derivarse de muchas cosas: riqueza,carácter, nacimiento, virtud, audacia, inteligencia... "Son tan insignifi­cantes las gentes de nuestros pueblos y aldeas que cuando uno se peralta sobre los demás, así sea a muy pocos codos, a ese ha de llamársele, agasajársele, buscársele para que sea el factotum insustituible y único,,26. Los oponentes al federalismo del siglo XIX, con su estilo directo, llamaban a esto "falta de luces", se­guros como estaban de saber dónde estaba la luz -un antropó­logo social estaría hoy menos seguro-. Estos hombres de auto­ridad extraoficial no son necesariamente impopulares: en el Huila he oído la palabra "cacique" utilizada sin implicaciones ofensivas, en presencia del cacique.

El caciquismo da lugar a descripciones desdeñosas: "El ca­ciquismo político crea el señoritismo político... el primero es burdo y fuerte, capaz y decidido, el segundo petulante y engreí­do, palabrero y parásito, y manteniendo a dos castas y clases muy distintas, se unen y complementan". Estas categorizacio­nes son muy simples, pero es verdad que del elemento "manza­nillo" -manzanillo es la palabra colombiana para designar a la persona que se dedica al celestineo político27

- en el Congreso yen las Asambleas Departamentales no se espera que haga mu­cho más que ocuparse de que las peticiones y recomendaciones locales reciban cierta atención. Esta función no se merece la fácil condena que normalmente recibe, pero sus peticiones son inevitablemente particularistas, y su dominio sobre las anti ­guas burocracias ministeriales, engarfadas de atender las reco­mendaciones locales, tendía y tiende a inundar con gente inútil a los pocos hombres emprendedores que tienen un precio·más corriente que la posible exclusión de los eficientes. A menudo se encuentran en la misma persona el talento administrativo y po­

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lítico, y el mayor precio en este caso es el desperdicio de recur­sos, la extremadamente grande proporción del presupuesto queII!IIIIII debe destinarse a "gastos de funcionamiento,,28: Los gobiernos pobres pagan más. Algunos elementos de ambos partidos tradi­cionales han intentado desde los años treinta combatir esta adulteración mediante la creación de "entidades autónomas", agencias gubernamentales creadas con fines concretos y que son algo más inmunes a este tipo de interferencia. Ante la in­certidumbre de las perspectivas urbanas de sus partidos en un país que se está urbanizando rápidamente, incluso intentan re­formar y reorganizar su base rural mediante estas organizacio­nes. Es una transición difícil y, lejos de haberse completado, la respuesta que dieron muchos caciques en las elecciones de 1970 fue votar con la misma oposición que esta reorganización está destinada a combatir: los buenos caciques liberales y conserva­dores, ignorados por las nuevas agencias de progreso rural, traspasaron sus votos y votantes a la oposición populista del general Rojas Pinilla. Dada una herencia política tan difícil de erradicar, era lógico.

NOTAS

1. Para la historia constitucional de la República, uéanse M. A. Pamba y J. J. Guerra, Constituciones de Colombia. recopiladas y precedidas de una breve reseña histórica, 2a. ed. 2 Vals., Bogotá, 1911; y W. M. Gibson, The Constitutions o{Colombia, Durham NC, 1948. La obra de J. M. Samper, Derecho público interno de Colombia, Bogotá, 1886, y la 2a. ed. 2 Vals., 1951, es todavía muy útil. Para un cacicazgo de la Colonia, véase G. Rei­chel-Dolmatoff, ed., Diario de viaje del P. Joseph Palacios de la Vega entre los indios y negros de la Provincia de Cartagena er¡ el Nuevo Reino de Granada. 1787-1788, Bogotá, 1955, pp. 48 Yss.

2. Archivo Epistolar del General Mosquera. Correspondencia con el General Ramón Espina. 1835-1866, Ed. J. León Helguera y Robert H. Davis (Bi­blioteca de Historia Nacional, Vol. LVIII), Bogotá, 1966,pássim, especial­mente 261-270. Un entusiasta anterior del cultivo de la población en tiempo de elecciones

I fue el vicepresidente, más tarde presidente, Santander. Véase Public Re­

"Lcord Of{ice, Londres: FO 18-52, en donde se informa que "busca la como pañía del simple populacho del país, adop~ndo sus vestidos y sus cos-

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tumbres y estimulando con su presencia los sentimientos más violentos y facciosos". Campbell a Dudley, 6 de enero, 1828. El mayor fondo de información sobre la actividad electoral en el siglo XIX es el Fondo Anselmo Pineda de la Biblioteca Nacional. Véase Biblioteca Nacional, Catálogo del -Fondo Anselmo Pineda-, 2 Vals., Bogotá, 1935. El coronel Pineda reunió todo tipo de impreso hasta su muerte en 1880. Las cifras de las elecciones presidenciales de 1825-1856 aparecen en el capítulo de David Bushnell, en Miguel Urrutia y Mario Arrubla, eds., Compendio de Estadísticas Históricas de Colombia, Bogotá, 1970. Espe­cialmente véanse las elecciones de 1856, las primeras directas y bajo su­fragio universal masculino. Bushnell calcula la participación nacional en el41 por 100 de los que teóricamente podían votar, pp. 279 y ss.

3. Archivo Epistolar del General Mosquera..., pp. 266-267. 4. Federico L. Aguilar, Colombia en presencia de las Repúblicas Hispanoa­

mericanas, Bogotá, 1884, p. 211. 5. J. M. Samper, op. cit., p. 229. 6. [bid., p. 231. 7. Esta sorprendente reimportación lingüística es de J. M. Samper, op. cit.,

p. 351, ed. 1886. 8. Estos detalles han sido tomados de Luis Orjuels, Minuta Histórica Zipa­

quireña, Bogotá, 1905. 9. Rufino Gutiérrez, Monografías, 2 Vals., Bogotá, 1920-1921, Vol. 1, pp.

90-92. Gutiérrez se refiere a distritos relativamente cercanos a Bogotá. El terrateniente más provinciano era probablemente menos rico, menos influyente pero más gamonal.

10. Para un ejemplo de la intervención de los notables de la localidad, las "fuerzas vivas", contra los excesos de los funcionarios locales que utiliza­ban una sociedad semisecreta, semicriminal, o culebra (tales sociedades existían en varios pueblos entre los años 1850 y 1885), véase J. J. García, Crónicas de Bucaramanga, Bucaramanga, 1944, pp. 297 y ss. Para una interesante disputa en que los terratenientes influyentes inter­vienen con mayor autoridad contra la imposición de un impuesto sobre la tierra que no aprueban, véase Enriqur Díaz Maza, La Corporación Municipal de la Mesa, Bogotá, 1866, y asuntos laterales relacionados en Fondo Pineda. Se impidió con éxito que los "negociantes de tienda" cobra­ran impuestos a los vulnerables absentistas, pagándose ellos mismos sa­larios altos como alcaldes o miembros del Concejo.

11. J. M. Samper, op. cit., p. 280. 12. Véase, J. M. Samper, op. cit. Para el estado de Santander, véase Marco A.

Estrada, Historia documentada de los primeros cuatro años del Estado de Santander, Vol. I (publicado único), Maracaibo, 1896. El'l éste se regis­tra en detalle un doctrinario experimento de laissez {aire, y su inevitable fracaso.

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13. Para una descripción de su funcionamiento a través del control del escru­tinio, véanse M. Torre, El circulo político del señor Ramón Gómez, Bogo­tá, 1864, Y otros folletos sobre Ramón Gómez, "El Sapo", en el Fondo Pineda. Según el general Aldana, los sapistas eran "gentes de intrigas y tramoyas, pero que para la guerra no valen un pito". Véase Máximo A. Nieto, Recuerdos de la Regeneración, Bogotá, 1924, un libro que logra expresar muy bien cómo la política de los tiempos de paz se transforma gradualmente en la guerra civil.

14. La descripción más fácilmente asequible es la de J. M. Cordovez Moure, Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá., Madrid, 1962, pp. 236-316.

15. Padre A. María Amézquita, Defensa del clero Español y Americano y Guía Geográfico-religiosa del Estado Soberano de Cundinamarca, Bogo­tá, 1882. En gran parte este trabajo es una descripción pueblo por pueblo de la actividad misionera.

16. Un penetrante ensayo sobre dos episodios, las elecciones de 1898 y 1930, que muestra la importancia del apoyo clerical y las dificultades de los conservadores laicos y de la jerarquía para controlarlo, es el de monseñor José Restrepo Posada, La Iglesia en dos momentos difíciles de la historia

1IIIIill patria, Bogotá, 1971. I1

17. La primera cita es de E. Caballero Calderón, Yo, el alcalde, Bogotá, 1972, 1

11 p. 102; la segunda, de J. M. Samper, El triunvirato parroquial, "El Mo­saico", op. cit., Bogotá, 1866.

11/ 18. Por mucho, el mejor análisis de esta clase de sistema, en el cual su lógica

1 queda más claramente ilustrada, es todavía, Vítor Nuñes Leal, Corone­111 lismo, exxada e voto, Rio de Janeiro y Sao Paulo, 1948. Las razones de 11II1 nombramientos tan rígidamente sectarios son muy fuertes en el caso

colombiano, donde a diferencia de Brasil (con la excepción de Rio Grande do Sul) un cacique tiene una lealtad de partido claramente definida y no puede ocultarla.

19. Para una muy divertida descripción de algunos de los doctores, generales y clero implicados, véase Darío Achury Valenzuela, Caciques boyacenses, Bogotá, 1934.

20. Existen varias descripciones buenas de esta elección. Véanse monseñor José Restrepo Posada, op. cit., pp. 47-79, y también Acj'uilino Gaitán, Por qué cayó el partido conservador, Bogotá, 1935, pássim. Otro agudo relato en A. Arguedas, La danza de las sombras, recogido en sus Obras comple­tas, 2 Vols., Madrid, 1959, Vol. 1, pp. 722-884, y véase también Mario Ibero, Andanzas, Bogotá, 1930. P. J. Navarro, El parlamento en pijama, Bogotá, 1935, proporciona una interesante imagen de los departamentos entusiasmados por la riqueza gubernamental sin precedentes. De todo ello se desprende que "oligarquía y caciquismo" estaban lejos de estar ,siempre en armonía.

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21. Hay frecuentes referencias a esta lucha, pero los detalles no son fácil­mente asequibles. Faute de mieux, véase M. Serrano Blanco, Las viñas del odio, Bucaramanga, 1949. Navarro, op. cit., da detalles de anteriores repartos de armas en su capítulo sobre 1922.

22. M. Serrano Blanco, op. cit., pp. 99 y ss. Las citas que siguen provienen de la misma fuente, pp. 101, 111,78 y ss.

23. Una excepción muy sugestiva parecen ser aquellas comunidades indias que han sobrevivido y participado en los márgenes de la política nacio­nal. Algunas de ellas tienen una visión más funcional de la lealtad, ge­neralmente apoyando al gobierno; como por ejemplo, bajo los conserva­dores, el político indio Manuel Quintín Lame. Véase su En defensa de mi raza, Ed. G. Castillo Cárdenas, Bogotá, 1971. Sobre el punto anterior véase Sergio Elías Ortiz, Las comunidades de Jamondino y Males (suple­mento no. 3 del "Boletín de Estudios Históricos"), Pasto, 1935, y para los indios de la Guajira, J. R. Lanao Loaiza, Las pampas escandalosas, Ma­nizales, 1936, especialmente p. 84.

24. Su Planificación Municipal, Bogotá, 1949, pp. 158 y ss. 25. J. M. Samper, El triunvirato... , p. 133. 26. M. Serrano Blanco, op. cit., p. 65. 27. Cita de M. Serrano Blanco, op. cit., p. 68. El término manzanillo se deriva

del nombre de la hacienda "El Manzanillo", del que fue jefe de las obras hidráulicas de Bogotá, cuyos subordinados, muy útiles políticamente, acabaron por ser llamados manzanillos.

28. Hay algunos ejemplos recientes en E. Caballero Calderón, Yo, el alcalde, en que describe sus experiencias como alcalde de Tipacoque. Sobre las recomendaciones: "Los tipacoques no conciben ni la muerte sin recomen­dación", y sobre el presupuesto del departamento de Boyacá: "De cien millones anuales de presupuesto de ingreso, el gobierno de Boyacá in­vierte ochenta en una burocracia insaciable". Véanse pp. 292-29; véase también Antonio García, Planificación Municipal.