Caciques, Jesuitas y Chamanes en La Frontera Sur de BsAs (1740-1753)

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    Caciques, jesuitas y chamanes en la fronterasur de Buenos Aires (1740-1753)

    Ral Hernndez AsensioInstituto de Estudios Peruanos. Lima

    El artculo analiza la evolucin de tres misiones fundadas por la compaa de Jess

    al sur del ro Salado, en la gobernacin de Buenos Aires, entre los aos 1741 y 1753. Estos

    establecimientos se encontraban situados muy al sur de la frontera que separaba las socie-

    dad indgenas y la sociedad hispano-criolla. Su fundacin tiene lugar en un periodo en el

    cual ambas sociedad estaban experimentando importantes cambios, sobre todo debidos a

    la consolidacin de nuevas rutas comerciales interculturales. En concreto se estudia la

    dinmica interna de estas misiones, a partir de la relacin entre los caciques indgenas

    reducidos, los padres jesuitas y los chamanes indgenas.

    PALABRAS CLAVES: Frontera, Pampa, Relaciones intertnicas, Jesuitas, Misiones.

    This article analyses the evolution of three missions founded by the Company of Jesus

    south of the ro Salado, in the gobernacin of Buenos Aires, between the years 1741 and1753. These missions were located well to the south of the frontier which separated Indian

    from hispano-creole society. Their foundation occurred during a period when both societies

    were undergoing significant changes, above all due to the consolidation of new intercultu-

    ral trade routes. Specifically, the article studies the internal dynamics of these missions, on

    the basis of relations between the settled Indian caciques, the Jesuit priests, and indigenousshamans.

    KEYWORDS: Frontier, Pamp, Interethnic relations, Jesuits, Missions.

    A comienzos del siglo XVIII los asentamientos hispanos en el ro dela Plata apenas haban avanzado ms all de los lmites de colonizacinestablecidos doscientos aos atrs. Durante ese siglo, la cesura del roSalado establece la frontera entre dos mundos. De una parte, la sociedadcriolla de Buenos Aires y su campaa aledaa; de otra, las semidesconoci-das sociedades indgenas de las Pampas. En el curso de los siguientes cienaos, sin embargo, el panorama iba a cambiar de manera notable. El sigloXVIII es un periodo de transformaciones radicales en los espacios abiertosde las Pampas y la Patagonia. Desplazamientos de poblacin entre unaszonas y otras, y el establecimiento de una compleja red de interrelacionespolticas y econmicas ms all de las fronteras tnicas, son elementos atener en cuenta a la hora de trazar la historia de aquellos aos. sta es unahistoria caracterizada por el surgimiento de nuevas identidades, tanto entrequienes hasta entonces haban venido formando parte de un asentamiento

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    marginal del imperio hispano de Amrica, como entre las poblaciones ind-genas del rea. Una historia de interrelacin dinmica en la cual, como

    vamos a tratar de demostrar, la agencia histrica corresponde a unos yotros, tanto a criollos como a indgenas.Las siguientes pginas tratan de ser un acercamiento a todo ello. Un

    acercamiento a travs de un estudio de caso, un ejemplo concreto y tem-prano de aquello que iba a ser norma a lo largo de los siglos siguientes: losintentos criollos de expansin hacia las tierras al sur del ro Salado y losconsiguiente esfuerzos por asimilar a las poblaciones nativas pampeanasdentro de los esquemas propios de poblamiento. Con este objeto estudiare-mos el desenvolvimiento del proyecto jesuita de establecer misiones en lasserranas del Tandil y el Volcn, entre los aos 1740 y 1753, en el marco delas transformaciones estructurales que, como hemos dicho, por entoncesafectaban a toda la regin. Gracias a ello podremos observar con ciertonivel de detalle las respuestas ensayadas por las poblaciones indgenas ysus diversas estrategias de relacin entre estas poblaciones y las criollas.

    Hacia un nuevo modelo: el comercio y su influencia en latransformacin de los patrones indgenas de poblamiento

    La historiografa tradicional, anterior a la dcada de 1980, habacaracterizado a las sociedades indgenas pampeanas con unas pocas lneasgruesas, haciendo especial incidencia en dos puntos: su carcter depreda-dor (cazador-recolector) y su pretendido nomadismo. Frente a esta preten-dida homogeneidad, la produccin de las ltimas dos dcadas ha contri-buido significativamente a matizar estas imgenes, sacando a la luz unmundo mucho ms variado y prolijo en matices enriquecedores. Este redes-cubrimiento se ha llevado a cabo desde distintas perspectivas. En un prin-cipio los estudios histricos del profesor Ral Mandrini1 supusieron unaruptura importante, posteriormente consolidada por los avances registradosen dos lneas de investigacin, hasta hace poco escasamente tratadas: laarqueologa y la etnohistoria. A travs de estos nuevos trabajos, se ha veni-do avanzando en una nueva caracterizacin de las sociedades indgenas,sobre una triple base: a) reformulacin y redefinicin de sus bases mate-

    1 Sobre este mismo tema, una versin preliminar de nuestra investigacin se present enProcesos: revista ecuatoriana de historia , nm. 17, Quito, 2001

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    riales, poniendo el acento en su complejidad y olvidando aquella antiguacalificacin de depredadoras. En este sentido, se ha avanzado en la carac-

    terizacin de procesos regionales, especialmente en el estudio de los vastoscircuitos comerciales interculturales, as como en los consiguientes proce-sos de especializacin regional, a que dieron origen.2 b) Replanteamientode la idea de nomadismo, que no debe ser confundido con la movilidadcomercial. En concreto, para el caso del sur de Buenos Aires, a partir de lostrabajos de Ral Mandrini sabemos que a lo sumo puede hablarse de semi-nomadismo estacional.3 c) Descubrimiento de unas estructuras sociales ypolticas complejas, con procesos de diferenciacin social, de acumulacinde riqueza, de formacin de grandes unidades polticas y de concentracinde autoridad.4

    Histricamente el comercio no haba sido una actividad ajena a lassociedades prehispnicas. Por el contrario, el intercambio de productosopera en las sociedades tribales como un poderoso mecanismo de articula-cin. Esto en dos sentidos. Primero, desde el punto de vista econmico,como redistribuidor del excedente, el comercio facilitara la articulacinentre grupos distantes con accesibilidad a recursos diversos. Adems, des-de el punto de vista social, bien como trasunto de la guerra bien como tc-tica impuesta por la necesidad de establecer alianzas, el intercambio rec-proco de bienes constituye una pieza angular de la poltica exterior

    2 Citamos nicamente algunos ejemplos significativos: Len Sols, Leonardo: Comercio,trabajo y contacto fronterizo en Chile, Cuyo y Buenos Aires, 1750-1800, Runa. Archivo para lasCiencias del Hombre, nm. 19, Buenos Aires, 1991; y ms en general Len Sols, Leonardo:

    Maloqueros y conchavadores en Araucania, Patagonia y las Pampas, Temuco, 1991; Nacuzzi, Lidia R.y Prez de Micou, Cecilia: Rutas indgenas y obtencin de recursos econmicos en Patagonia,

    Memoria Americana, nm. 3, Buenos Aires, 1994; y Ortelli, Sara: El proceso de araucanizacin delas pampas: balance y perspectivas, tesis de Licenciatura, Universidad Nacional del Centro de laProvincia de Buenos Aires, Tandil, 1994. Especialmente importante en este sentido, result el artculode Palermo, Miguel A.: Reflexiones sobre el llamado complejo ecuestre en la Argentina, Runa.

    Archivo para las Ciencias del Hombre, nm. 16, Buenos Aires, 1986; a partir del cual comenz a olvi-darse el empleo de aquel trmino de profundo recuerdo evolucionista.

    3 Mandrini, Ral: Desarrollo de una sociedad indgena pastoril en el rea interserrana bonae-

    rense,Anuario del IEHS, nm. 2, Tandil, 1986; Mandrini, Ral: La agricultura indgena en la reginpampeana y sus adyacencias,Anuario del IEHS, nm. 1, Tandil, 1986; Mandrini, Ral: Notas sobreel desarrollo de una economa pastoril entre los indgenas del suroeste bonaerense (finales del sigloXVIII-comienzos del XIX),Etna, nm. 34-35, Olavarra, 1989-1990; y Mandrini, Ral: Procesos deespecializacin regional en la economa indgena pampeana (siglos XVIII-XIX): el caso del suroestebonaerense,Boletn Americanista, nm. 41, Barcelona, 1991.

    4 Mandrini, Ral: Guerreros, pastores y comerciantes en la conformacin de nuevos hbitoseconmicos indgenas en el siglo XVIII, en XIII Jornadas de Historia Econmica, Mendoza, 1992;Nacuzzi, Lidia R.: Los Tehuelches del norte de la Patagonia, tesis doctoral indita, Universidad deBuenos Aires, 1996, captulo 5 El cacicazgo.

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    tribal.5 En este sentido, el comercio estratgico fue abundantemente emple-ado por los espaoles. El poder colonial redimension las funciones del

    comercio, hasta hacer del intercambio selectivo uno de los motores de lapoltica fronteriza imperial, al tiempo que un elemento enculturadorbsi-co, con respecto a la articulacin de las sociedades no directamente some-tidas a la administracin colonial.

    Durante el siglo XVIII ambas expresiones de intercambio, la nativay la imperial, estuvieron presentes en el comercio fronterizo. A travs delos trabajos de Leonardo Len Sols y Margarita Gascn, sabemos cmoeste comercio fue incrementando su radio de accin, consolidando a lo lar-go de esta centuria vastos circuitos de intercambio que involucraban tantoa los indgenas pampeanos, patagnicos y chilenos, como a las coloniashispano-criollas de ambas gobernaciones.6 Segn seala Margarita Gascn,a lo largo de doscientos aos de colonizacin tuvo lugar un proceso de pau-latina articulacin horizontal de ambas fronteras, la chilena y la del Ro dela Plata, con sentido oeste-este, comenzando al sur del Valle Central chile-no y culminando con la integracin del mundo fronterizo pampeano dentrode estos circuitos. Para mediados del siglo XVIII, coincidiendo con el finde las caceras de ganado cimarrn en la Banda Oriental, asistimos a la fija-cin definitiva de una serie de rutas comerciales ampliamente frecuentadasde uno y otro lado de la frontera. Cristaliza en ese momento un espacio

    comercial singular. La intensificacin del comercio fronterizo, perceptiblesobre todo en el ltimo tercio del siglo XVIII, habra producido una trans-formacin del sistema de intercambios entre ambas sociedades que habaprevalecido anteriormente. El flujo casual anterior, ms o menos intensosegn las ocasiones, se fue regularizando hasta transformarse en una acti-vidad peridica, provocando un desajuste estructural del sistema econmi-co tribal, el cual se iba a transformar para adecuarse a las demandas y exi-

    5 Mientras para Claude Levi-Strauss la guerra sera resultado del fracaso de las relacionescomerciales dentro de un contexto de necesidad al tiempo econmica y sobre todo social de esta-

    blecer relaciones con otros grupos humanos, para Pierre Clastres, al contrario, el intercambio de bienessera slo una necesidad tctica, con objeto de obtener alianzas provisionales, dada la imposibilidad demantener una guerra activa contra todos los pueblos vecinos a un tiempo. Al respecto, la polmica entreambos se recoge en: Clastres, Pierre: Arqueologa de la violencia: la guerra en la sociedad primitiva,en Investigaciones en antropologa poltica, Barcelona, 1996, pgs. 186-219, por cierto uno de lospocos artculos en que el autor se muestra respetuoso y atento a la opiniones de sus contradictores.

    6 Gascn, Margarita: La articulacin de Buenos Aires a la frontera sur del imperio espaol,1640-1740,Anuario del IEHS, num. 13, Tandil, 1998; y Len Sols, Leonardo: Maloqueros y trficoganadero en Maloqueros y conchavadores en Araucana, Patagonia y las Pampas: 1700-1800,Temuco, 1991.

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    gencias del comercio intercultural. Por supuesto, estamos hablando de pro-cesos de larga duracin, comenzados quizs en el siglo XVI, al albur de la

    creciente necesidad de caballos experimentada por los araucanos chilenosdurante las guerras coloniales. Un proceso que si, en un principio, habaafectado nicamente a las tribus ms occidentales cercanas a la cordillera,a principios del XVIII comenzaba a modificar radicalmente todo el pano-rama del rea pampeana-patagnica. Para el periodo de nuestro estudio,aunque incipientes en muchos aspectos, gran parte de los cambios socialesy econmicos, provocados por este nuevo esquema de relaciones, comen-zaban a ser perceptibles entre las tribus del sur y del este de Buenos Aires.De esta poca son los primeros testimonios de lo que Ral Mandrini hadenominado sociedad indgena pastoril del rea interserrana bonaerense.Estos grupos, situados en las abras de las serranas de la Ventana y laTandilia, habran constituido un caso particular de especializacin produc-tiva, dentro de ese contexto de creciente complejidad de las sociedadesindgenas de que antes hablbamos. Mandrini seala cmo hacia el final dela poca colonial: Tal vez sean stos los nicos grupos a los que queparealmente tal denominacin [criadores de ganado nmadas] segn el mode-lo de pastoreo nmada del viejo mundo.7

    Aparentemente, estaramos, por lo tanto, ante una de las consecuen-cias de ese proceso de reestructuracin del marco de relaciones regionales:

    la aparicin de facies econmicas especializadas en la produccin de untipo determinado de producto con destino a un mercado en expansin. Unasociedad ganadera, que concentrara de manera creciente sus esfuerzos enel cuidado y la conduccin del ganado, primero caballar y ms tarde sobretodo vacuno, entre las pampas de Buenos Aires y la cordillera andina. Ladocumentacin consultada, sin embargo, sugiere alguna matizacin. Lostextos sealados por Ral Mandrini, si bien son elocuentes, en su mayorahacen referencia a un periodo posterior. Para la poca central del sigloXVIII se trata de un proceso incipiente. En este sentido, las referencias a lacaza como actividad bsica de pampas y serranos de los aos 40 y 50 delsiglo XVIII son reiteradas en la mayor parte de los documentos. La caza deganado caballar, bien fuera alzado o cimarrn, es una actividad cotidianaque estructura la vida del indgena, al punto que ni siquiera su reduccin alrgimen misional consigue imponer una norma de conducta diferente.Incluso, cuando encontramos referencias a la hacienda de ganados que los

    7 Mandrini, Ral Jos: Desarrollo de una sociedad, pgs. 70-71.

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    propios padres posean en las cercanas de sus emplazamientos, especial-mente junto a la costa de la actual Mar del Plata, es a trabajadores espao-

    les e indios guaranes que encontramos en ellas. Por supuesto, esto no des-miente totalmente la posibilidad de una incipiente ganadera indgena ajenaal control misionero, ya que existen otras explicaciones posibles para estaausencia de trabajadores locales, como vamos a ver ms adelante, pero suimportancia para la poca estudiada debe ser matizada. Otro dato viene,adems, a incidir en este sentido. En el segundo tercio del siglo XVIII, elcomercio de ponchos y productos de cuero reviste una importancia funda-mental. Podemos afirmar que era esta actividad la que mayormente des-pertaba el inters de caciques y hombres poderosos, pampas y serranos.Este comercio, que como hemos visto vena ya de antiguo, comenzaba a serreglado a principios de la poca de nuestro estudio, fecha para la que tene-mos los primeros datos seguros de ferias fronterizas, en concreto los reco-gidos en las paces firmadas en 1742 entre el cacique Bravo y el Maestre deCampo Juan de San Martn.8 Las fuentes, sin embargo, insisten en que paraestos aos no eran los propios indios pampas y serranos quienes elabora-ban los ponchos, no al menos mayoritariamente, sino que stos procedandel comercio realizado con otras tribus occidentales, probablemente arau-canizadas.9 Diversos autores sealan que, aunque de las fuentes jesuitas noes posible diferenciar entre araucanos y pampas a partir de la tenencia o no

    de ovejas, las tcnicas textiles eran de origen chileno, estando su difusinligada al proceso de araucanizacin.10 En resumen, con respecto al modo de

    8 Capitulaciones de las paces hechas entre los indios Pampas de la reduccin de NuestraSeora de la Concepcin y serranos, aucas y peguenches [1742?]. Real Academia de la Historia -Coleccin Mata Linares (Madrid), vol. 66., pgs. 420-421.

    9 Explcitamente, el padre Cardiel: 6. que estos pocos aucaes y serranos en esa tierra ven-an a buscar yeguas y caballos, cada ao para comer y caminar a Buenos Aires a comprar aguardientepara sus borracheras, y cascabeles y otros avalorios para sus fiestas, en trueque de ponchos que son lavestidura que sirve aqu de capa a la gente labradora []; 7. que los serranos no hacan ponchos, sinoque se los compran a los aucaes a trueque de caballos, los cuales los aucaes los hacen en sus tierras don-de tienen ovejas con ms larga lana que la de otras partes []. Cardiel, Jos:Diario del viaje y misinal ro del Sauce. Citado en Furlong, Guillermo: Entre los pampas de Buenos Aires: segn noticias delos misioneros jesuitas Matas Strobel, Jos Cardiel, Toms Falkner, Jernimo Rejn, JoaqunCaamao, Manuel Querini, Manuel Garca, Pedro Lozano y Jos Snchez Labrador, Buenos Aires,1938, pg. 140.

    10 Un buen balance respecto a la araucanizacin en: Ortelli, Sara:El proceso de araucaniza-cin de las pampas: balance y perspectivas. Tesis de Licenciatura, Universidad Nacional del Centrode la Provincia de Buenos Aires, Tandil, 1994; y ms sintticamente Mandrini, Ral y Ortelli, Sara:Repensando los viejos problemas: observaciones sobre la araucanizacin de las pampas, Runa.

    Archivo para las Ciencias del Hombre, nm. 22, Buenos Aires, 1995; y Ortelli, Sara: La araucaniza-cin de las pampas: realidad histrica o construccin de los etnlogos?,Anuario del IEHS, nm. 11,Tandil, 1996.

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    vida de las poblaciones indgenas que habitaban el rea misional de lasserranas de Tandil y la Ventana, as como las zonas interserranas importa

    considerar tres puntos:

    Nos encontramos ante sociedades convulsionadas por un proceso decambio social y econmico cuyos efectos comenzaban ya a ser per-ceptibles para esta poca.

    Desde el punto de vista econmico, la tendencia es hacia un sistemade produccin especializado, basado en la ganadera caballar y ovi-na, as como el comercio de ponchos y ganado con los pobladosfronterizos.

    Sin embargo, para mediados del siglo XVIII, ambos fenmenos deben

    ser contextualizados en un marco donde aun predominaba la caza deganado alzado o cimarrn como principal medio de obtencin de ali-mentacin y productos para el comercio.

    Padres, chamanes y caciques: el juego del poder en las misiones

    La historia es larga de contar. Los avatares de la confrontacin fron-teriza entre las sociedades criolla e indgena en la pampa atraviesan un

    periodo de crisis, durante las dcadas tercera y cuarta del siglo XVIII.Malones, incursiones a veces de profundidad notable en las campaas cer-canas a Buenos Aires, seguidas de la incapacidad de las autoridades colo-niales para responder al nuevo desafo, determinaron, hacia 1745, un cam-bio en la estrategia de contencin seguida hasta ese entonces. Para aquelao se autoriz a la Compaa de Jess el establecimiento de una primeramisin, Nuestra Seora de la Concepcin, fundada cerca del ro Salado.A sta seguiran en corto plazo otras dos, las reducciones de NuestraSeora del Pilar de los indios puelches o serranos, cerca de la actualciudad de Mar del Plata, y la de Nuestra Seora de los Desamparados de

    Toelches, a unas pocas leguas de la anterior. Ms all de la ancdota hist-rica, el estudio de estos efmeros emplazamientos puede proporcionarnosdatos valiosos para comprender mejor la naturaleza de los complejos pro-cesos de reafirmacin de identidades y etnognesis que caracterizan alsiglo XVIII pampeano. A ello dedicaremos el resto de este artculo.

    La historia de estas misiones constituye un tema que aun no ha sidosuficientemente tratado dentro de la historiografa relativa a la frontera sur

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    de Buenos aires. Aunque las desventuras de los padres jesuitas son sufi-cientemente conocidas y es posible encontrar referencias a ellas en

    muchos textos, en pocas ocasiones se ha profundizado al respecto. En estesentido el principal estudio corresponde al padre Furlong, quien en suestudio sobre las sociedades indgenas de la regin, publicado durante ladcada de 1930, hace abundante uso de parte de la documentacin exis-tente al respecto. El texto de Furlong tiene el mrito de la descripcinminuciosa y el gusto por el detalle concreto. Para el historiador actual, sinembrago, su utilizacin plantea algunos problemas. La intencionalidadapologtica, implcita en todas sus pginas, lleva al autor a dar por bue-nos, sin mayor crtica, los juicios emitidos por los propios protagonistas

    jesuitas de la historia, respecto a las misiones y la actitud de indgenase hispano-criollos. Posteriormente a esta obra, poco se ha escrito. En losltimos aos una serie de ponencias y comunicaciones han tratado de pre-sentar nuevas visiones respecto a la problemtica reflejada. Sin embargo,por el momento se trata de avances de investigacin, referidos a proyec-tos aun sin cristalizar11. De alguna manera, el trabajo que nosotros pre-sentamos tambin se incluye dentro de esta ltima categora. El presenteartculo es parte de una investigacin que aun tenemos en curso. En estesentido, para nuestros objetivos a diferencia del padre Furlong nos hemosbasado sobre todo en documentos conservados en el Archivo General de

    Indias. Como se ver ms adelante, estos documentos han resultado espe-cialmente interesantes, sobre todo en lo referido a los modalidades de rela-cin entre las sociedades indgena e hispano-criolla en el contexto de laprctica misional.

    Durante su labor al sur del Salado, los padres jesuitas trataron deimplementar el modelo de reduccin que tan buen resultado haba tenidoentre los guaranes del Paraguay. Autonoma y autosuficiencia: el ideal dela separacin entre las repblicas de indios y de espaoles. Como han sea-lado Bareiro Saguier y Helene Clastres, fue esta visin utpica de la nuevaAmrica, de la nueva cristiandad, la que determin el actuar de los padresen todos los campos de su labor misional, aqulla que tizn con un colorparticular a su obra americana, diferencindola de la llevada a cabo por las

    11 Tejerna, Marcela Viviana: El gobierno espaol y las reducciones jesuitas la sur de la pro-vincia e Buenos Aires: el caso del fracaso de Nuestra Seora de la Concepcin de los Pampas (1751-1753),Revista de Historia de Amrica, nm. 121, Buenos Aires, 1996 e Iglesias, Miriam: Las misio-nes jesuitas al sur del ro Salado y la frontera bonaerense en el siglo XVIII en Negro, Sandra yMarzal, Manuel (coordinadores): Un reino en la frontera. Las misiones jesuitas en la Amrica espa-ola, Lima, 1999

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    dems rdenes religiosas.12 Tambin para el caso de Buenos Aires, la aspi-racin a la separacin entre blancos y nefitos estuvo presente. Una de las

    condiciones impuestas por el entonces padre provincial, AntonioMacchoni, antes de aceptar el encargo que le haca el gobernador Salcedoapuntaba en este sentido. Tambin algunas de las disposiciones tomadas,ms adelante, por su sustituto, Manuel Querini, durante su primera visita ala reduccin de la Concepcin en el verano de 1748:

    propuso cinco medidas a su parecer convenientes a la consecucin de dicha empresa[] 2, que la reduccin se haga 40 50 leguas, por lo menos de Buenos Aires, porlas malas consecuencias de su vecindad con los espaoles.13

    8 Evtese cuando se pueda el que los indios del pueblo vayan a la ciudad y para queno les valga la excusa de vender sus cosas o comprar lo que necesitan, se les dir quelo que quisieran enviar a la ciudad se remitir en la carreta del pueblo al PadreProcurador para que lo venda a cuenta de ellos y les remita segn su producto, lo queellos pidieren.14

    Claro que una cosa eran los deseos y otra bien distinta su realizacin;una las ideas y otra su plasmacin temporal. Conviene reiterar, como se hahecho tantas veces, que nos encontramos ante un espacio geogrfico, lapampa de Buenos Aires, de inters secundario, no slo para la corona, sinotambin dentro de las propias estrategias de la Compaa. Ms all de losdiscursos y de las indudables esperanzas depositadas en la regin, sta

    nunca consigui suscitar el suficiente inters como para justificar el des-plazamiento de los misioneros y los recursos necesarios para su consoli-dacin. Tanto la Concepcin como, ms adelante, las nuevas fundaciones

    12 Barreiro Seguier, Rubn y Clastres, Helene: Aculturacin y mestizaje en las misiones jesu-ticas del Paraguay,Aportes, nm. 14, Pars, 1968. Sobre el accionar jesuita la literatura existente esabrumadora, por lo que slo citamos, a continuacin, aquellas obras que ms directamente influyeronen la realizacin de las siguientes pginas: Santamara, Daniel: Del tabaco al incienso: Reduccin

    y conversin en las misiones jesuitas de las selvas sudamericanas (siglos XVII y XVIII), San Salvadorde Jujuy, 1994; Pinto Rodrguez, Jorge: Frontera, misiones y misioneros en Chile: La Araucana,1600-1900, enMisioneros en la Araucana (1600-1900): un captulo en la historia fronteriza de Chile ,

    Temuco, 1988; y Foerster, Rolf:Jesuitas y mapuches: 1593-1767, Santiago de Chile, 1996. Por ltimo,aunque orientado al estudio de la obra franciscana, puede consultarse el reciente y documentadoartculo de Brandes, Stanley: Las misiones de la Alta California, como instrumentos de conquista enGutirrez Estvez, Manuel (ed.) et. al.: De palabra y de obra en el Nuevo Mundo: 2. Encuentros

    Intertnicos: interpretaciones contemporneas, Madrid, 1992.13 Dictamen del Fiscal del Consejo de Indias sobre la nueva reduccin y poblacin de los

    infieles de nacin pampa. Sevilla. Agosto 11, de 1741. Archivo General de Indias (AGI), Charcas, 384.14 Memorial del padre visitador Manuel Querini, superior de la Compaa de Jess. Buenos

    Aires. Diciembre 29, de 1748. Archivo General de la Nacin (AGN, Buenos Aires), Compaa de Jess,1748, citado en Furlong, Guillermo:Entre los pampas, pg. 112.

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    del Pilar y los Desamparados dependieron en todo momento de BuenosAires, as en lo referido a pertrechos como a proteccin. Enclavadas las

    misiones ms all de la frontera, en territorio de un enemigo por lo gene-ral hostil, los padres no pudieron implementar sus planes de separacin,debiendo recurrir, desde muy temprana fecha, a la proteccin del gober-nador mediante la instalacin de un cuerpo de guardia permanente en elinterior del poblado, compuesto por un nmero fluctuante de soldados,casi siempre entre ocho y quince. La propia estructura econmica de laregin, con un complejo sistema de circuitos comerciales como hemosvisto en la tesitura de un periodo de consolidacin y expansin graviten un sentido contrario a los planes iniciales. Todo ello ser examinado enlas pginas que siguen, comenzando a continuacin con la organizacinpoltica de los poblados.

    Puede que, como se ha sealado alguna vez, desde el punto de vistajesuita, evangelizar no equivaliera necesariamente a castellanizar. En todocaso, parece innegable que al menos la occidentalizacin era consideradauna premisa bsica a la hora de pensar el proceso de reduccin de las tri-bus aborgenes de Amrica.15 La asimilacin de la cultura autctona a lospatrones de comportamiento y organizacin social propios del hombreblanco del siglo XVIII, aparece como uno de los objetivos bsicos de lasmisiones. En este sentido apuntan muchos de los rasgos propios de los

    emplazamientos que estamos estudiando y, en primer lugar, la transforma-cin del hbitat cotidiano. La re-socializacin del espacio mediante el cam-bio en las estructuras habitacionales propias de los pueblos pampeanos esun parte importante del proyecto de los padres jesuitas. Las primeras des-cripciones de la misin en la Concepcin hacen aun referencia a la perma-nencia de los citados toldos:

    Iban con los padres algunos oficiales trabajadores para levantar unas chozas, en quevivir, cuya fbrica les cost poco, porque no se emplearon otros materiales que unosviles palos y alguna paja. Los indios por entonces se quedaron en sus toldos.16

    Sin embargo, desde aquellos primeros das, trataron los padres deinvertir esta situacin, de transformar aquellos vestigios de la vida anterior

    15 Pinto, Jos: Frontera, misiones y, pg. 35, seala: Los misioneros no quieren un merocambio cultural; se afanan por conseguir un reemplazo cultural. Vacan para llenar de nuevos conteni-dos a pueblos enteros que pierden as su derecho a pensar y vivir el mundo a su manera.

    16 Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo: Entre lospampas, pg. 94.

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    de los nuevos nefitos. Esta mutacin, sin embargo, no se hizo sin oposi-cin ni resistencia:

    la iglesia y la casa acabadas y aquella con los mejores adornos, que lo que en tan pocotiempo poda esperarse. Pero en los indios revivan sus nimos inveterados [] tenanlos pampas mucho apego a sus toldos de cueros de caballo; para que los dejaran y ase-gurarlos ms, los misioneros les hicieron fabricar casa unas de tapia, y otras de paja.17

    Con el tiempo, las nuevas estructuras de habitacin fueron hacindo-se ms comunes, a juzgar por los testimonios posteriores, referentes a losaos siguientes a la primera fundacin. Haca 1746, el pueblo de laConcepcin iba tomando el aire de una reduccin jesuita, segn el modeloclsico del Paraguay. Una plaza central y en torno a ella la iglesia, la casadel misionero, el cementerio y las casas de los indios. De creer al padreFurlong, parece que por entonces se haban construido tres casas continua-das, esto es, tres cuerpos de edificio que cerraban tres lados de la plaza,teniendo cada uno una extensin de ochenta a cien metros y divididosmediante tabiques en quince o ms habitaciones grandes, las que a su vezestaban divididas en otras menores.18 El uso de estas edificaciones debi serdesigual, dependiendo de las pocas y la voluntad de cada uno de los gru-pos posteriormente reducidos, pues en las fuentes abundan tanto los trmi-nos casa o choza, como el propio de toldo, empleados para referirse a la

    habitacin de los indgenas reducidos. Para fechas bien tardas seguanexistiendo en el interior de los poblados dos cementerios, uno para aque-llos indios convertidos, otro para quienes seguan fieles a la fe de sus ante-pasados. E incluso as, las confusiones al respecto indican que no se habaavanzado demasiado en cuanto a la introduccin de nuevas pautas ideol-gicas de representacin del territorio cotidiano:

    Antes de morir [el cacique Mayu Don Carlos] pidi con instancias a los misionerosenterrasen su cuerpo en el cementerio, y que no permitiesen fuese llevado al enterra-miento de los infieles.19

    [Declara el alfrez Antonio Barragn] un hecho que sucedi en dicho pueblo fue elque habiendo muerto el hijo de Pedro Izarra indio pampa de dicho pueblo con todoslos sacramentos lo enterraron en un paraje que llaman en Campo Santo destinado para

    17 Ibdem, pg. 106.18 Furlong, Guillermo:Entre los pampas, pg. 109. Parece basarse en laNumeracin anual

    del pueblo de la Concepcin de los indios pampas, correspondiente a los aos, 1743-1744, 1745 y

    1746. Biblioteca Nacional (Buenos Aires), Seccin Manuscritos.19 Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo: Entre los

    pampas, pg. 167.

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    ello el cual terreno est cercado y cmo a su padre le hiciese cargo el que declara porhaber visto que haban muerto tres caballos del difunto alrededor del cerco inmedia-to a la sepultura de que cmo siendo cristiano haca aquello que era a la moda de losinfieles [semitachado en el documento] ya que el dicho Pedro Yzarra le seal lo hanhecho sus parientes.20

    Como la mayora de las misiones americanas, en las situadas al sur delSalado, las estructuras locales de poder se basaron en una lgica bicfala,que mezclaba poder civil y religioso, siendo las relaciones entre ambas ins-tancias siempre desiguales. Primero, estaban los padres, formalmente lainstancia superior de decisin, como haba quedado determinado de modoexplcito en el momento de constitucin del asentamiento de la Concep-cin, a travs de las palabras del Maestre de Campo Juan de San Martn, el

    mismo 13 de mayo:para la buena disposicin de todo ayud grandemente la presencia del maestre decampo quien, en presencia del padre Manuel Querini, despus de indicar las cosasnecesarias para la buena marcha del pueblo, constituy el cabildo con los cinco caci-ques y habiendo dividido entre ellos los regalos que llevaba a este fin, exhort a laobediencia a los padres en primer lugar, y a la unin y al respeto para con el cabildorecin fundado.21

    Los padres, con el explcito respaldo de la fuerza militar espaola, a unlado. Del otro, el cabildo indgena, constituido a imitacin de los existentes

    en las ciudades de espaoles, a partir de regidores y alcaldes. Este cabildoindgena estaba pensado como lugar de reunin y discusin de los principalesmiembros de la comunidad, como espacio para su asimilacin a las pautasoccidentales de gobierno. Elegidos anualmente, se conservan las actas deconstitucin de algunos de estos cabildos, tanto para el caso de la Con-cepcin, como para el del pueblo del Pilar.22 Aunque sus funciones se centra-ban principalmente en el mantenimiento del orden interno, quizs por suescasa representatividad, quizs por responder a un patrn de organizacindifcil de encajar con la estructuras polticas del mundo indgena, su papel a

    20 Copia de la Informacin hecha sobre la reduccin de los indios pampas, que estn al car-go de los RR.PP. de la Compaa de Jess. Buenos Aires, 1752. AGI (Sevilla), Charcas, 221. El ritualseguido puede verse cmo guarda notable similitud con aquel descrito por el padre Quiroga, encontra-do por los jesuitas que bajaron hacia la costa patagona a bordo del San Antonio. EnRelacin diaria quehace al rey nuestro Seor, que Dios Guarde, el padre Joseph Quiroga [viaje al sur]. Buenos Aires.

    Abril 4, de 1746. AGI (Sevilla), Buenos Aires, 302.21 Lozano, Pedro:Litterae Annae. VII. De Missione et Reducione Pampearum fundata anno

    1740, citado en Furlong, Guillermo:Entre los pampas, pg. 94.22 En la obra del padre Furlong se reproducen las del ao 1751, para ambos casos. Furlong,

    Guillermo:Entre los pampas, pgs. 121 y 159, respectivamente.

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    lo largo de los aos que estudiamos fue opaco.23 Constantemente ignoradospor sus propios congneres, los cabildantes indgenas apenas jugaron papel

    alguno de importancia, atrapados como estaban entre dos contradicciones:entre el poder pretendidamente omnmodo de los padres para castigar y repar-tir alimentos y las redes de clientela indgenas, no supieron o no pudie-ron encontrar un lugar propio dentro de las estructuras locales de poder.Para comprender este punto hay que de pensar en trminos de comunidadespequeas, de superposicin a veces innecesaria de roles. Mediatizados por sunecesidad de mantener el control sobre grupos heterogneos de nefitos, lospadres se encontraban ante el siguiente dilema: o bien apoyarse en las estruc-turas tradicionales de poder, eligiendo para los cargos de responsabilidad apersonajes de reconocida influencia (con lo que la propia dignidad del cabil-do quedaba opacada ante los componentes tradicionales del liderazgo), o biencolocar en su lugar a individuos ms dciles, ajenos a estas estructuras tradi-cionales (con el resultado evidente de la prdida de representatividad de loscargos en cuestin). En realidad, el nudo del problema resida en la imposibi-lidad de los padres para sustituir los mecanismos tradicionales a travs de loscuales se ejerca el poder sobre todo el prestigio y las relaciones clientela-res por otros nuevos, ms acordes al ideal de modelo hispnico. O ms sen-cillo aun, en la imposibilidad de sustituir a los caciques en la cspide de estasredes, pese a los evidentes intentos en este sentido.

    Podemos tratar de profundizar un poco ms en estas hiptesis. Frente alindgena, el padre representaba un papel ambiguo, difcil de encuadrar den-tro de las categoras consuetudinarias, precisamente porque comparta carac-tersticas de varias de ellas. El juego interno del poder dentro de los grupospampeanos derivaba de la tensin constante entre dos categoras de lderes:el lder militar o guerrero, cuya posicin proviene, primero, del prestigio y,luego, de la consolidacin de redes de clientela a travs de la redistribucinselectiva de bienes; y el chamn, el lder trascendente, que deba su deinfluencia a una pretendida relacin peculiar con los espritus. Entre ambos,compartiendo rasgos de uno y de otro, se ubicaba el padre. Por un lado, fuen-te de bienes materiales a travs del reparto de ddivas a los caciques e incen-tivos a los nefitos24; de otro, investido del carisma, de la capacidad para

    23 Por ejemplo, declaraba el cabo de escuadra, Ramn de Aparicio: que aunque hay justiciasde entre ellos, no la obedecen ni hacen uso, en Copia de la Informacin

    24 Abundantes ejemplos en la Copia de la Informacin Adems, el hecho es citado reitera-damente en la documentacin de la poca, tanto la emanada del cabildo como la producida por los pro-pios padres.

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    manipular a los espritus, al tiempo que portador del mensaje de un dios pre-tendidamente nico, que habra demostrado su poder mediante los terribles

    castigos ejecutados por sus fieles espaoles.25

    Atrapado en esa contradiccin,el padre estara contrayendo una doble deuda con la sociedad, a un tiempomaterial y mstica. Utilizamos aqu el concepto de deuda, tal como lo ha defi-nido Pierre Clastres26. En el caso de los padres, se trata de una deuda renova-da cada da. Con cada entrega de bienes, el padre refuerza la obligacin deseguir entregndolos, con cada demostracin de poder espiritual establece lanecesidad de superarse a s mismo en la siguiente ocasin que sus serviciosfuesen requeridos. De este modo, el padre, el misionero frente a sus nefitosindgenas, se habra convertido en deudor permanente, al tiempo que univer-sal. De acuerdo a las categoras polticas indgenas podemos suponer que elpadre jesuita debe haber sido una figura difcil de caracterizar. Por una parte,su poder pende en el frgil equilibrio del donativo, pues su actuacin cotidia-na despierta entre los indgenas expectativas similares a las de los liderazgostradicionales. Sin embargo, se trata de un cacique redistribuidor peculiar,pues al mismo tiempo es capaz de proezas sobrenaturales y de descargarsobre el indgena toda la fuerza del espaol. En esta contradiccin, las exi-gencias cotidianas aumentan, abarcan tanto lo material como lo extraordina-rio. Sin embargo, el padre, por su particular situacin excntrica a lo consue-tudinario, no es capaz de introducirse en las estructuras de tradicionales de

    poder, continua siendo inaprensible. Como acertadamente expresaba un tes-tigo en aquellos aos:

    [Declara el capitn Bentura Chavarra, sobre la conversin de los pampas] lo cualnunca lo podrn conseguir segn lo rebelde que dichos indios son aunque dichosRR.PP. estn siempre como sus feudatarios contribuyndolos con el pan, yerba, taba-co, y dems procurndolos por este modo y por todos los dems que son dables yposibles atraer al fin que solicitan y por la poca sujecin y ninguna obediencia que

    25 En este sentido, si bien el armamento indgena haba ido adaptndose a las necesidades dela lucha contra los espaoles, aun prevaleca el monopolio de las armas de fuego por parte de stos. En1749, sealaba al respecto el almirante ingls Georges Anson: los indios de los alrededores de Buenos

    Aires se han convertido en excelentes jinetes y son extremadamente hbiles con el manejo de las armascortantes, aunque ignoran el uso de las armas de fuego. Los espaoles tienen cuidado de mantenerlasfuera de sus manos, citado en Len Sols, Leonardo:Maloqueros y conchavadores, pg. 119.

    26 Existe, sin embargo, un instrumento conceptual, generalmente desconocido por los etn-logos, que permite resolver muchas dificultades: la categora de deuda [] El lder est en situacin dedeuda con la comunidad precisamente porque es lder, y esta deuda no se puede pagar nunca, al menosdurante el tiempo que desee seguir siendo lder ya que ella marca exclusivamente la relacin que une ala jefatura con la sociedad. En el corazn de la relacin de poder se establece la relacin de deuda..Clastres, Pierre: La economa primitiva enInvestigaciones en antropologa poltica, Barcelona, 1996,pgs. 146-147.

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    dichos indios guardan lo que le consta al declarante por haberlo dicho el padreGernimo Rexon cura de dicho pueblo que no moveran una paja para la fbrica dela iglesia sin que se les pague su mesnada o diariamente.27

    En este sentido, carente de apoyos reales, el padre se hallaba rodeadode potenciales enemigos. De acuerdo con coyunturas concretas, su posicinpoda ser utilizada por caciques y chamanes en su lucha particular por con-solidar su ascendiente personal. Sin embargo, una hipottica consolidacinde los padres dentro de las estructuras indgenas, necesariamente habraterminado por socavar la posicin de ambos personajes, caciques y chama-nes, dentro de la tribu. Especialmente de stos ltimos, de los chamanes,precisamente porque la competencia apareca en el plano cotidiano de

    manera ms inmediata:La perdicin de muchos de los indios puelches naca de la pertinacia en dejarse curarde sus hechiceros. Muchos enfermos eran de genios dciles y que se inclinaban a reci-bir el Santo bautismo, oyendo a los misioneros. Pero los pervertan los hechiceros, dequienes esperaban la salud del cuerpo, fundados en los embustes que les oan []Previniendo este dao, en sabiendo los misioneros, que algn enfermo se dejaba curardel hechicero, no le acudan con cosas alguna, para que este castigo le hiciese abrirlos ojos, y despedir al hechicero. En algunos surta buen efecto esta traza y por el inte-rs de la comida, no se dejaban curar del embustero, que los empobreca, tomndolessus alhajuelas, y dejndolos como estaban. Otros bellacos (y era lo comn) se hacancurar del hechicero a media noche [] Fui, dice un misionero, a catequizar a un mozo

    de edad de unos 20 aos [] oy mis palabras con gusto, y repeta las vistas para ins-truirle, y recabar de l que no se dejase curar de un hechicero, que viva en su mismotoldo y estorbaba su conversin [] otra diligencia muy urgente me oblig a hacer laausencia de un da. No perdi la coyuntura de mi ausencia una hechicera, que fue altoldo del enfermo a pervertirle, y se lo llev otra vez a su toldo. 28

    Claro que, en otras ocasiones, tambin ocurra justo lo contrario:

    Otro caso sucedi con el cacique Chuyantuya [] Asaltado este miserable de un gol-pe de enfermedad penosa, se iba consumiendo, y llegado a lo ltimo de sus das malempleados. Curbanle los hechiceros, pero sin alivio porque el mal cobraba fuerzas.

    Fueron los padres Agustn Vilert y Matas Strobel a hablarle en el negocio de su alma.Oa bien lo que le decan de Dios, y de su salvacin, mas en lo tocante a recibir elBautismo, siempre le responda, que despus le bautizaran. El da mismo en quemuri este infeliz, unas cuatro horas antes de su trnsito, le hablaron con eficacia losmisioneros. Lo que recabaron del obstinado se redujo, a que les dijo, que reconoca

    27 Copia de la Informacin28 Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo: Entre los

    pampas, pg. 163.

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    muy bien ser verdad lo que le decan, y as que al da siguiente le administraran elbautismo. Instaban los misioneros, conociendo su riesgo, que mejor era recibirle lue-go; mas no pudieron convencerle; antes bien cuando se apartaron de su toldo, fue elhechicero, al cual para animarle y consolarle dijo: Crame que solamente por despe-dir de aqu a los padres, y que no me molestasen les he dicho, que maana me bau-

    tizaran.29

    As, el chamn se converta en el enemigo diario, en el obstculo avencer. ste era un combate destinado a finalizar sin vencedores ni venci-dos, un combate en el que cada victoria parcial requerira de otra mayor quela consolidase, aun a riesgo de la propia vida de unos y otros.30 Pero, msall de la letra, atrevindonos a imaginar lo que en realidad recogen lasfuentes, podemos aventurarnos a avanzar que no fue este enfrentamiento,

    entre padre y chamn, entre especialistas en lo sobrenatural, la causa de laimposible consolidacin de las misiones del Salado. Se puede deducir de loanterior que antes que oposicin directa, la mayora de los indgenas apre-ciaba entre padres y chamanes una especie de delicada complementariedad,competidores en un mismo campo, pero cuya existencia para nada perjudi-caba al grupo en su totalidad. Competidores, pero no incompatibles. Eneste sentido, los ejemplos que siguen muestran bien a las claras cmo elpapel de monaguillo o ayudante en la iglesia poda perfectamente conver-tirse en un aprendizaje para el posterior rol de chamn:

    [Declara el alfrez Antonio Barragn] y esto lo comprueba el que el indio que hacade sacristn en dicho pueblo que no se acuerda su nombre slo s que es hijo de unollamado Clemente que estuvo desterrado en Montevideo dej el oficio de sacristn,

    29 Ibdem, pg. 164.30 Es conocida la costumbre pampa de ejecutar a aquellos hechiceros incapaces de cumplir su

    misin [Por ejemplo:Relacin de las misiones que tienen actualmente la provincia del Paraguay de laCompaa de Jess, escrita por el padre Manuel Querini. Crdoba del Tucumn. Agosto 1., de 1750.

    AGI (Sevilla), Charcas, 215. ]. Lo cual, por otra parte, daba lugar a curiosas situaciones, como aquellatambin relatada por Snchez Labrador: No muchas leguas distante del lugar [] estaba una toldera deindios puelches; en ella haba un parvulito enfermo, hijo de un cacique. Curbale el hechicero, o le ace-leraba la muerte con el ruido de su tambor o calabazo. Estaba ya la criatura en los ltimos periodos de su

    corta vida, y desconfiando el hechicero de sus embustes, y temeroso del pago, que recibira por ellos qui-tndole la vida, si mora el nio, tram varias telas para salir de este aprieto. Entre otras ficciones propu-so una, que le sali mal, saba el hechicero que la madre de la criatura agonizante, estando en cinta habavisitado la reduccin de Nuestra Seora del Pilar, y ador, aunque infiel, la imagen de un Santo Crucifijo[] Dijo pues el hechicero, que su orculo le haba noticiado, que aquella enfermedad la causaba el Diosque tenan los Padres en su Iglesia [] Concluy, que el no poda curarla, por estar fuera de su cienciatal enfermedad. Snchez Labrador, Jos:El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo:Entrelos pampas, pg. 190. Una vez ms aparece clara la complementariedad. En este sentido, para pocasms recientes: Bacigalupo, Ana Marcela: Variacin del rol de machi dentro de la cultura mapuche: tipo-loga y geografa adaptativa,Ntram, nm. 9/1, Santiago de Chile, 1993.

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    y lo han visto vestido de china no sabe si lo sabr el padre o no, y asimismo otro indiollamado Domingo Castellano que fue casado por la iglesia en dicho pueblo, y habien-do enviudado se fue a la sierra y all anda vestido de china con zarcillos. 31

    Por lo tanto, no deben buscarse las causas de la no consolidacin delas misiones en supuestas incompatibilidades religiosas o culturales. Debe-mos centrar nuestra atencin en un tercer personaje, en la ambigua relacinentre caciques y padres. Los mismos padres ya hemos visto cmo podanco-ayudar en el proceso de consolidacin de las jerarquas autctonas, uti-lizando a los caciques como intermediarios en el proceso de redistribucinde bienes provenientes de la sociedad hispano-criolla. Sin embargo, suinsercin estable entre los grupos indgenas pona en peligro la continuidad

    de estas jerarquas. Para explicarlo con mayor claridad, vamos a estudiar acontinuacin la organizacin econmica de nuestras misiones, su imbrica-cin en el mundo del comercio y los intercambios fronterizos.

    Las Misiones y la lgica de la occidentalizacin

    de los indgenas pampeanos

    Tal como ha sido estudiado para el caso del Paraguay, el modelo clsicode economa jesuita se caracterizaba por la existencia de dos sectores com-

    plementarios: el comunal y el particular.32 Encargados de trabajar en ambos,los nefitos habran dedicado algunos de los das de la semana a cuidar lastierras de los padres, aquellas cuyo fruto en teora perteneca a la totalidad dela comunidad, mientras el resto de los das, podan emplearlo en el cultivo desus propias parcelas. ste era un sistema que resultaba altamente productivopara la Compaa, tal como ha sealado Juan Carlos Garavaglia, sobre todogracias a la comercializacin de los excedentes de determinados bienes deamplia demanda en los mercados coloniales, tales como el tabaco o la yerba

    31 Copia de la Informacin Sobre la asociacin entre chamanismo y travestismo, aparte delclsico de Metraux, Alfred: El chamanismo araucano enReligin y magias indgenas de Amrica delSur, (edicin pstuma establecida por Simone Dreyfus), Madrid, 1973, podemos sealar la siguientereferencia: Entre los puelches serranos cada cacicato mantiene dos o tres mdicos, o entre mdicosy mdicas. Una costumbre muy singular reina entre los puelches, y es que los mdicos varones andanvestidos de mujer, y en todo hacen, los ministerios de las mujeres, cocinan, traen agua, etc. Lo msreparable es que jams se acompaan con los hombres, sino con las mujeres. Snchez Labrador, Jos:

    El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo:Entre los pampas, pg. 56.32 Garavaglia, Juan Carlos: Las misiones jesuticas: utopa y realidad enEconoma, socie-

    dad y regiones, Buenos Aires, 1987.

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    mate.33 Para nuestro caso, existen indicios de que la implantacin de unesquema similar estaba en las mentes de los padres encargados del estableci-

    miento de las misiones del sur del Salado. Al menos eso parece deducirse dela informacin recogida en la mayora de los documentos consultados. Sinembargo, si realmente exista, tal objetivo jams lleg a conseguirse en laprctica. Al contrario de aquel sistema mixto, las fundaciones pampeanaspresentan al investigador un modelo de economa escindida, o mejor dosmodelos paralelos pero no complementarios de produccin.

    En un principio, siguiendo las directrices de ese programa de occiden-talizacin que esbozamos ms arriba, los padres trataron de iniciar a los ne-fitos en la prctica de la agricultura. No es casualidad que una de las primerasmedidas tomadas al poco de la fundacin del poblado de Nuestra Seora dela Concepcin, consistiese en el deslinde de terrenos para la agricultura. Noparece, con todo, que tratase de implementarse un sistema destinado a la pro-duccin y comercializacin de excedentes agrcolas, probablemente por lainexistencia de las condiciones necesarias para ello, tanto en el mbito geo-lgico como sobre todo social. Ms bien parece que las esperanzas de autofi-nanciacin se depositaron, por aquel entonces, en la cra y comercializacinde ganados. Las referencias a la existencia de grandes estancias son frecuen-tes, as como las relativas a la existencia de un cierto comercio de ganados,tanto entre las diversas misiones como con la ciudad de Buenos Aires e

    incluso con los grupos indgenas cercanos34

    . Sin embargo, ni en este caso delas estancias, ni en ningn otro, pudieron los padres aprovechar la mano deobra indgena. Pasadas las euforias iniciales, en todo momento stos mostra-ron de manera evidente su negativa a participar en las labores comunales, yafuese en la construccin del propio emplazamiento, ya en el trabajo de cam-pos o ganados. No les qued a los padres, por lo tanto, otro remedio querecurrir al conchavo de indgenas de origen guaran, tapes casi siempre, eincluso mestizos y blancos para la realizacin de estas labores. La presenciade estos individuos, opuesta al ideal de separacin tan propio de la ideologajesuita, es algo en lo que parecen coincidir todos los testigos, tanto aquelloscontrarios a la aventura jesuita como los propios padres. Ms aun, son nota-bles las referencias existentes a la constante exigencia por parte de los nefi-tos de pagos y mesnadas para la realizacin de cualquier tarea. Parece, pues,

    33 Garavaglia, Juan Carlos: Las misiones jesuticas: utopa y realidad enEconoma, socie-dad y regiones, Buenos Aires, 1987.

    34 Sobre la estancia de la Concepcin, referencias en Furlong, Guillermo:Entre los pampas,pgs. 110, 112 y 205.

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    que esto demostrara la inexistencia absoluta de cualquier tipo de vnculoemocional entre el indgena y la misin, la inexistencia de nuevas solidarida-

    des grupales, ms all de aquellas tribales ya pre-existentes. En este sentido,las referencias provienen de las ms diversas fuentes:

    [Declara el soldado dragn Juan Galeano] que son muy interesados que no movernuna paja sin que les paguen, y que esto lo experimentan los padres pues los concha-ban para que hagan cualquier cosa.35

    porque la naturaleza de estos indios es tan interesada que se ha de juntar la prediccincon la ddiva de aquellas cosas que apetecen, y se les ha de estar manteniendo deltodo, sin que por s apliquen a hacer siembras.36

    sobre todo embaraza los progresos de la reduccin el genio interesado de esta gente,no hay forma de reducirlos a matar las vacas que graciosamente les dan los padres

    y las han de comer estos mismos indios y sus hijos, y es necesario que el misioneropague gente que las mate para que las puedan comer.37

    A los ltimos aos, cuando se les caa el techo de la casa, le componan, pero pagn-doles el misionero el trabajo y mantenindoles de yerba del Paraguay y tabaco; deotro modo ni trabajaban par s mismos, ni para bien de su pueblo. Sucedi algunasveces que los misioneros cuidaban de y tal indio enfermo, hasta guisarle la comida,llevndosela a su casa; convaleca este indio, y le peda el misionero que le ayudasea hacer alguna cosa de poco afn, como mudar un saco lleno de grano a otro lugar,y el indio ingrato, responda que le ayudara, si le daba la paga.38

    Si les queremos comprar algn caballo o algn poncho para el uso y paga de nuestrospeones son tan caros, tan rateros, tan regateadores y tal la vileza de su trato, que a msle traen siempre lo peor, cuesta una importante molestia el ajustar el trato, porque es

    menester sacarle toda la tienda de vainilla, cascabeles o cuentas de vidrio para esco-ger, y uno a uno los van tentando, registrando, sonando, desechando a ste por malcolor, al otro por mal sonido o mal soldado, la otra por delgada. 39

    En estas condiciones, los modelos econmicos indgenas pudieron

    conservarse sin mayores problemas. Las referencias a expediciones de

    caza realizadas desde la misin son bien elocuentes al respecto. Se trata-

    ba de excursiones de una o dos semanas de duracin, llevadas a cabo por

    35 Copia de la Informacin35 Carta del obispo de Buenos Aires, don fray Jos de Peralta, a SM. Buenos Aires. Agosto 24,

    de 1745. AGI (Sevilla), Charcas, 384.37 Carta del Padre Provincial de la Compaa de Jess del Paraguay, Bernardo Nusdorffer,

    a SM. Agosto 30, de 1745. AGI (Sevilla), Charcas 384.38 Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo: Entre los

    pampas, pg. 106.39 Cardiel, Jos: Diario del viaje, citado en Furlong, Guillermo: Entre los pampas,

    pg. 142. Estas dos ltimas citas deben verse con prudencia, toda vez porque las obras de los padresCardiel y Snchez Labrador parecen escritas para ilustrar sus teoras sobre lo perverso del contactoentre espaoles e indios, tal que los serranos (cercanos a Buenos Aires y con lazos comerciales) seranperversos, los patagones (no contactados) apacibles y receptivos.

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    cuadrillas de indios, en ocasiones bastante numerosas, al mando de uno

    u otro de sus caciques. Por lo general se realizaban con permiso de los

    padres, aun cuando la realidad demostrase que esta autorizacin nuncafue imprescindible:

    [Declara el cabo de escuadra Joachim Marin] suelen ir al campo y para esto le dicenal padre me voy a correr yeguas dme VP yerba y tabaco y con efecto se van y seandan cuatro o ms das.40

    [Declara el cabo de escuadra Ramn de Aparicio, sobre la ltima vez que volva deBuenos Aires acompaado de algunos indios, autorizados por el padre] en el paso delSaladillo lo alcanz otro indio llamado don Agustn el ronquillo, a quien el padre nole haba querido dar licencia, y como el que declara lo supiese le hizo cargo, dicin-dole hombre como te vens cuando el padre no quera y le respondi me voy noms

    aqu a las estancias, y se vino hasta el pueblo.41

    Desde un principio, la misin se convirti en punto de referencia pri-vilegiado para el comercio indgena, lugar de encuentro e intercambio, enel cual se realizaban numerosas transacciones entre los indgenas pampea-nos y aquellos otros llegados de la cordillera. Durante la dcada de 1740 seprodujo la consolidacin definitiva del papel de los indgenas pampeanoscomo intermediarios en el comercio de productos entre el mundo hispano-criollo y el de los pueblos cordilleranos, sobre todo en lo relativo al comer-cio de ponchos. Para estos aos, el poncho parece ser el producto indgena

    de mayor demanda en Buenos Aires, un producto especialmente valiosotanto por el tiempo que llevaba su elaboracin,42 como por el elevado pre-cio que poda alcanzar en la ciudad portea, con frecuencia superior a losveinte pesos.43 Gracias a la Copia de la Informacin..., sabemos que estosponchos no eran fabricados por los propios pampas, sino que aquellos losobtenan mediante intercambio con los aucas, a cambio de los productosprovenientes del Buenos Aires, yerba, tabaco, reses y quizs tambin

    40 Copia de la Informacin41 Ibdem. En el citado legajo del AGI, existen dos copias de esta informacin, nicamente una

    de las cuales contiene esta ltima declaracin.42 Declaraba al respecto nuestro conocido Joachim Marn: aunque en dicho pueblo hay una

    india que los hace stos son balandranes, y se tarda en hacer uno tres o cuatro meses. Copia de la infor-macin

    43 Declaraba Antonio Cabral: y stos el que menos vale 24 pesos. Copia de laInformacin Por otra parte, una idea subjetiva del valor de estos ponchos nos la dan aquellos indiospuelches, que tras la captura de varios congneres en Buenos Aires, pedan a los padres: Piden, pues,los caciques primero que se les pague a los que han estado presos, o se los vuelva, si no los caballos, alo menos los ponchos y ropa. Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong,Guillermo:Entre los pampas, pg. 177.

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    armas.44 Las referencias al comercio de sables son confusas, aunque pare-ce difcil negar su existencia a la vista de testimonios como los siguientes:

    [Declara, una vez ms, el cabo de escuadra Ramn Aparicio] y es cierto que los indiosde dicho pueblo traen a vender a esta ciudad ponchos de los que compran a los de tie-rra adentro y que en esta ciudad compran sables y los llevan y se los venden a losindios de tierra adentro por ponchos [][De nuevo Joachim Marin] ha visto en esta ciudad que los dichos indios pampas hancomprado sables [][Ahora Antonio Cabral, capitn de infantera de milicias] que el que compran y hancomprado armas de sables y otras en esta ciudad no hay duda y el que declara lo expe-riment en una ocasin que les fue escoltando hasta sacarlos fuera de la jurisdiccin,que haba indios que llevaban cuatro sables [][Bentura Chavarra, tambin capitn de infantera de milicias] s se sabe hayan com-

    prado dichos indios en esta ciudad le consta al que declara que estando de guardia enlo de Jiles en el pago de la Magdalena al cacique Maric, que haba venido mezcladocon dichos indios pampas le quit dos sables que llevaba comprados y que en virtudde ir acompaados de dichos indios de la reduccin que haba venido con pase delpadre Matas Strovel cura de dicho pueblo, y stos haberle dicho con licencia loshaban comprado, se los entreg y permiti que pasasen.45

    Incluso, en algunas de las crnicas de los padres, aparece el reconoci-miento implcito de tal comercio:

    Aprestronse los nefitos, y catecmenos para la defensa, armronse de sus coletos,

    lanzas, sables y bolas y bolas.46

    Como fuera, con el creciente volumen alcanzado por estos intercam-bios, comenzaron a producirse intentos de control por parte de las autori-dades coloniales, centrados tanto en la restriccin de los productos suscep-tibles de ser comercializados, como en la mediatizacin del propiointercambio, a travs de la implementacin de una serie de medidas talescomo el establecimiento de puntos fijos de intercambio. Se trata de las

    44 Preguntados al respecto, todos los testigos incluidos en la Copia de la Informacin, fue-

    ron unnimes al respecto: 1.) en la Concepcin nicamente dos o tres indias fabricaban ponchos ystas casi siempre son citadas como de origen forneo; 2.) los indios pampas obtenan estos ponchosa travs del intercambio con otros grupos nativos del interior. En este sentido, se incluyen afirmacionestan expresivas cmo la siguiente, del soldado dragn Juan Galeano: y el modo era que los indios detierra adentro venan y por inmediato al dicho pueblo paraban en las islas que por all hay y all ibanlos de la reduccin a tratar y contratar y les compraban ponchos, y los indios de tierra adentro tambinvenan al dicho pueblo y entraban a l al mismo efecto.

    45 Los cuatro testimonios en la tan utilizada: Copia de la Informacin46 Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo: Entre los

    pampas, pg. 187. El resaltado es nuestro.

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    famosas ferias de la frontera, como aqulla que sealaban las paces con-certadas en 1742 con el cacique Bravo:

    2. El Cacique Bravo, y los dems caciques Amigos pondrn sus Tolderas en elTandil, y Cayr, y cuando llegase el tiempo de la feria de los Ponchos dar aviso a losPadres Misioneros de la reduccin de los Indios Pampas para que se d esta noticia alSeor Gobernador []4. No obstante que la feria de los Ponchos siempre se ha de hacer en el Tandil, yCayr los Indios Amigos podrn bajar, y visitar a los Indios de la reduccin de losPampas cuando quisieren con tal de que no hagan molestia ni a los Padres Misionerosni a los Indios de la reduccin.47

    Precisamente el acontecer de una de estas ferias, narra la informacinlevantada por el cabildo de Buenos Aires con motivo de las correras atri-

    buidas a Calelin en el ao 1744. Gracias a los testimonios all recogidos,podemos ver cmo en muchas ocasiones su realizacin era casi espontnea,correspondiendo a las autoridades el papel de tratar de regularlas, una vezque ya se haban puesto en marcha. Generalmente, estas reuniones eranvigiladas por algunos soldados, encargados tanto de guardar el orden, comode garantizar el cumplimiento de los bandos existentes referidos a la pro-hibicin de comerciar con aguardiente, armas y ocasionalmente tambinreses.48 Pese a ello, es evidente que estas restricciones no siempre se cum-plan, tanto debido a la propia avaricia de algunos comerciantes, como por

    consideraciones polticas. En este sentido, el testimonio presentado por elMaestre de Campo, Juan de San Martn, solicitando se revocase la pena deexcomunin establecida para quienes violasen estas normas, incluye frasestan significativas como las siguientes:

    se sirva exhortar al Venerable Den y Cabildo Eclesistico en sede vacante que enconsecucin de lo expuesto se sirva alzar dicha excomunin en cuanto a la bebida,por ser prctica corriente en el Reino de Chile [] permitir se les venda dichas bebi-das, por conseguir la amistad y sosiego [] por el justo recelo que esta prohibicinsea causa de que se quebrante la paz que con los indios se tiene, la que sirve de sosie-go a todo el vecindario.49

    Ms aun, con motivo de la celebracin de aquella feria en el ao 1744,parece que el gobernador haba prohibido la venta de reses a los indios.

    47 Capitulaciones de las paces, pgs. 420-421.48 Bando del gobernador de Buenos Aires, Don Domingo Ortiz de Rozas, con prohibicin de

    vender vino y armas a los indios que llegan a la ciudad para vender ponchos. Buenos Aires, julio 10,

    de 1744. RAH-CML (Madrid), vol. 2, pg. 27. Slo uno entre tantos ejemplos posibles.49 Actas del Cabildo de Buenos Aires (ACBA, julio 15, de 1747), serie 2, vol. 9, pgs. 262-264.

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    Prohibicin que slo se quebrant en el caso del renombrado Calelin, auto-rizado por el entonces maestre de campo, Cristbal Cabral, a llevar algunas

    de ellas, ya que tales parecan ser, en aquella ocasin objetivo prioritario delinters indgena, probablemente debido a la sequa que ese ao azotaba lascampaas porteas. Las prohibiciones, por lo tanto, podan ser quebranta-das dependiendo de la conveniencia poltica del momento. Con menos xi-to, si cabe, se trat desde Buenos Aires de limitar el nmero de comercian-tes indgenas autorizados a bajar a la ciudad capital. Y esto tanto por elpeligro directo que estos podan representar para sus habitantes, como debi-do al temor existente a que actuasen como espas. Una ejemplo, en este sen-tido, procede de 1754, cuando con motivo de la cercana de una partida deindios del propio Bravo se estableci por decisin del propio Cabildo:

    pacte dicho Maestre de Campo, el que se permitir que vengan a beneficiar sus efec-tos cuatro indios, con tal de que sean siempre los mismos los que repitan los viajesy que para su seguridad se les d competente escolta desde aquella guardia.50

    De una u otra manera las restricciones fueron siempre soslayadas poraquellos interesados, pues el volumen y la importancia social del comerciocon el indgena no decayeron durante todo el periodo.51 Un ejemplo claroal respecto lo representa el caso del aguardiente. Es conocido cmo esteproducto fue siempre uno de los de mayor demanda entre los indgenas,

    tanto pampeanos como de casi cualquier otra regin de las Amricas. 52 En

    50 ACBA, serie 3, vol. 1, pgs. 436-437.51 Mucho ms tarde, en 1760, el gobernador de Buenos Aires aun recordaba al comandante de

    la Matanza, con motivo de la llegada de un grupo de indios serranos, las disposiciones vigentes y repro-chaba su no-cumplimiento: he visto lo que VM me noticia [] a los indios serranos que en cantidadcrecida quieren bajar a esta ciudad con carga de ponchos con el fin de venderlos en cuya inteligenciadebo prevenir a VM que no conviene que vengan todo gnero de naciones porque con estos pretextosse hacen prcticos de todos los pasos lo que puede ser muy perjudicial, para esta campaa y aun al pre-sente se est experimentando, que por todas partes se van introduciendo indios, y animndose cada dams y ms, por semejantes tolerancias, y permisos, de manera que antes no se permita bajar aqu msque aquellos de quienes se tena satisfaccin, y a quienes despus de largas experiencias se les haba

    concedido la Paz, y de estos eran muy pocos los que venan con grande precaucin presentndose en laguardia del Zanjn donde dejaban las armas si las traan. Comunicacin del gobernador de Buenos

    Aires al Comandante de la Matanza Jos A. Lpez. Buenos Aires. Octubre 29, de 1760. AGN,Comandancia de Fronteras, IX, 1-4-5 citado en Mandrini, Ral: Las transformaciones de la economaindgena bonaerense (ca. 1600-1820), en Mandrini, Ral y Reguera, Andrea (comps.), Huellas en latierra: indios, agricultores y hacendados en la pampa bonaerense, Tandil, 1993, pg. 125.

    52 Igualmente en aos algo posteriores, Louis de Bougainville, viajero francs, sealaba losextremos a que poda conducir el consumo de aguardiente, entre los indgenas conchavados en las pam-pas de Buenos Aires: A veces vienen los indios con sus mujeres a comprar aguardiente a los espao-les; no cesan de beberlo hasta que estn completamente embriagados y ya no pueden ingerir. Para

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    el caso de la Pampa encontramos autnticos profesionales de la aventura,comerciantes capaces de adentrarse ms all de la frontera, hasta las cerca-

    nas de las misiones, para permanecer all por semanas e incluso meses, encampamentos provisionales, a los cuales atraan multitud de nefitos, conel consiguiente disgusto de los padres. El siguiente prrafo, copiado de lacrnica del padre Snchez Labrador, que citamos por extenso dado lo sig-nificativo de lo que en l se narra, refleja esta situacin:

    para que se vea hasta dnde lleg la perfidia de los desventurados pulperos y los atra-sos que causaban a la predicacin del Evangelio, me contentar con referir algo de lomucho que hicieron. El ao de 1748 fueron unos pulperos a poner su taberna a distan-cia de tres leguas de la reduccin del Pilar. Lo mismo hicieron el ao de 1750. La pri-mera vez lograron de lleno su intento, enajenando los indios y atrayndolos; no as enla segunda, porque aunque iban a comprarles aguardiente algunos indios, los ms sequedaban con los misioneros, no queriendo desperdiciar sus cosillas. Viendo un pulpe-ro que no le sala bien su intento, invent una traza diablica. Fingi que era enviadode Buenos Aires a la Reduccin del Pilar para que los misioneros hicieran diligenciade un cautivo espaol que estaba tierra adentro. En este tiempo trat con dos caciques,los exhort a que dejasen la reduccin y se fuesen con sus gentes al ro Salado que dis-ta 30 40 leguas de Buenos Aires. En efecto los dos caciques persuadidos de la astuciadel pulpero, levantaron sus toldos y caminaron al lugar dicho, donde los hall el padreAgustn Vilert en una solemne borrachera. Siete meses se detuvieron los indios con elpulpero, que habindolos sacado cuanto tenan y dejndolos pereciendo, se fue aBuenos Aires a gozar del fruto adquirido con sus fraudes y maldades.53

    La historia es bien jugosa, al tiempo que presenta interesantes detallessobre la magnitud alcanzada por el comercio semi-legal de aguardiente.Fijmonos, por ejemplo, cmo el mencionado pulpero debi recorrer casimil kilmetros, en su mayora por territorio enemigo, antes de alcanzar sudestino. Incluso, a partir de estos aos comienzan a encontrase en la docu-mentacin referencias a pulperos pampas, lo que, claramente, nos esthablando de un mundo cada vez ms complejo, cuyos detalles y alcance nohan sido estudiados por el momento:

    Con el padre Toms Falkner lleg ac Juancho Manchado; vendi bastante aguar-diente [] es sta la sexta vez desde que estoy aqu, que han llegado estos borrachosy pulperos pampas ac con aguardiente. He odo tambin de diferentes, que todo el

    obtener sus licores fuertes, venden sus armas, pieles y caballos. Una vez que han vendido todo lo queposeen, capturan algunos caballos de las habitaciones vecinas y huyen de regreso a sus tierras. Citadoen Len Sols, Leonardo,Maloqueros y conchavadores en, pg. 117.

    53 Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo: Entre lospampas, pg. 150-151.

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    tiempo que ha durado el trato de ponchos, Juancho patricio trajo e hizo traer a escon-didas aguardiente de la ciudad vendindolo por ponchos. VR diga a estos infamespulperos pampas, ya que no nos ayudan en nada en la conversin de stos sus paisa-nos y parientes, a lo menos no nos embaracen. Qu bendicin de Dios pueden espe-rar estos malos ministros de Satans?54

    En conclusin, pese a las aspiraciones de los padres, la separacinentre ambos mundos nunca pas de ser un ideal. La existencia de una seriede circuitos comerciales en proceso de consolidacin imposibilit suimplementacin en el espacio pampeano. Tanto indgenas como criollos,comenzaban a ver en la extensin de estos circuitos, en el creciente volu-men de intercambio que generaban, una posibilidad de desarrollo suma-mente atractiva. Dentro del juego de poder interno de ambos mundos, laexistencia de estas redes contribua al proceso de consolidacin de las inci-pientes elites que en ambos mundos estaban surgiendo por aquellos aos.De este modo, las misiones representaban algo as como un contrasentidohistrico, una alternativa difcil de asumir, cuyo inters limitado se centra-ba en su utilidad a corto plazo, por una parte como espacio privilegiado deintercambio, por otra como centro redistribuidor de bienes. En este senti-do, son numerosas las referencias existentes al respecto. Ya hemos vistocmo los padres necesitaban de la constante entrega de regalos para asegu-rar la atencin de los nefitos. Pero ms all de eso, tambin los grandes

    caciques reciban su tributo, tal como refleja la siguiente cita:El padre Toms [Falkner] ya tarda; el cacique Bravo Don Nicols estuvo ayer con-migo; est esperando las 50 vaquitas que tiene prometidas.55

    Sobre este mismo asunto, el inters de determinados sectores dentrode la sociedad pampeana por consilidar relaciones con las sociedad hispa-no-criolla, gravita, la problemtica en torno al idioma de predicacin quedeba ser empleado en las misiones. Es un punto interesante. Se ha seala-do cmo la utilizacin de las lenguas indgenas por parte de los jesuitas res-ponda a esa misma lgica de aislamiento que hemos comentado ms arri-ba que era uno de los pilares del proyecto jesuita. As opinaban, al menos,

    54 Carta del padre Matas Strobel al padre Jernimo Rejn. Nuestra Seora del Pilar.Noviembre 20, de 1748. AGN (Buenos Aires), Compaa de Jess, 1748. Ambos Juanchos, Patricio yManchado, aparecen nombrados con asiduidad en la Copia de la Informacin en distintos roles,siempre relacionados con el comercio.

    55 Carta del padre Matas Strobel al padre Gernimo Rexn. Nuestra Seora del Pilar. Junio23, de 1748. AGN (Buenos Aires). Compaa de Jess, 1748, citado Furlong, Guillermo: Entre los

    pampas, pg. 153.

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    Helene Clastres y Bareiro Seguier en su trabajo sobre las misiones guara-nes.56 Del mismo modo, los padres pampeanos trataron, desde un primer

    momento, de aprender las lenguas nativas, pese a la dificultad que la diver-sidad de estas representaba. En su libro sobre el tema, el padre Furlong noshabla incluso de un presunto catecismo pampa, que estara perdido, al pare-cer escrito por Matas Strobel.57 Sin embargo, desde muy temprano, la pre-tensin de los padres de desarrollar la tarea evangelizadora utilizando laslenguas nativas, enfrent con la oposicin de los propios interesados, lospueblos indgenas de la pampa, renuentes a recibir la prdica en sus pro-pias lenguas, tanto en el caso de los pampas de la Concepcin como en elde los serranos del Pilar:

    [En la Concepcin] advirtieron despus los misioneros, que eran muchos ms los queentendan lo que se les deca; y que todos no penetraban el sentido espaol, por no sersu idioma. Con esta experiencia se aplicaron los misioneros a aprender su propio len-gua, lo que les cost notable trabajo. Ningn indio quera servirles de maestro [] elpadre les haca en su lengua las preguntas de la doctrina cristiana: pero los indios nole queran responder. De modo que en esta lengua espaola no entendan la doctrina;y puesta en su idioma ni respondan ni queran aprenderla, con que tenan en torturalos corazones de los misioneros. Ayud tambin mucho a la obstinacin de los indios,la diversidad de lenguas, que haba entre ellos.58

    [En el Pilar] no se puede omitir la guerra que con un raro estratagema hizo el demo-nio a los misioneros en orden al rezo y doctrina cristiana, para que los indios, hom-

    bres y mujeres, se hiciesen cargo de verdades tan importantes, se les hablaba en supropio idioma. Amotinronse en varios idiomas, diciendo a los padres que si queranensearles, haba de ser en la lengua espaola, y no en la suya natural. 59

    Para explicar esta negativa debemos tanto en trminos de representa-cin como de utilidad prctica. Es evidente que el castellano era percibidoentre los propios indgenas como la lengua propia de la religin cristiana,aqulla en que deba ser predicada. Si se trataba de asimilarse al modeloespaol, lengua y religin deban ir juntas, tal como comprobaron aquelloscuatro nefitos al bajar a Buenos Aires:

    Concurri mucho a esta contradiccin de los indios el caso siguiente: fueron algunosnefitos a Buenos Aires, y cierto espaol les pregunt algo de la doctrina; respondie-ron por medio del intrprete, que la saban solamente en su lengua, y diciendo

    56 Bareiro Saguier, Rubn y Clastres, Helene: Aculturacin y mestizaje57 Furlong, Guillermo:Entre los pampas, pg. 96.58 Snchez Labrador, Jos: El Paraguay Catholico, citado en Furlong, Guillermo: Entre los

    pampas, pg. 96.59 Ibdem, pg. 160.

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    y haciendo, se persign un indio. El buen espaol les afe mucho el que rezaran ladoctrina cristiana en su lengua, que no era lengua de cristianos. Como los indios notenan luz para poner en estrechuras con retorsiones al castellano, se avergonzaron ydieron queja a los misioneros.60

    Paralelamente la lengua espaola era, por aquellos aos, la propia delintercambio en la regin sur de Buenos Aires. Su aprendizaje y conoci-miento facilitaba las relaciones interculturales, al tiempo que aumentabalas posibilidades de xito en un mundo en transformacin y, como tal, ple-no en oportunidades nuevas.61 Una vez ms, las fuentes son explcitas alrespecto. Mientras un creciente nmero de indgenas, tanto pampeanos,como serranos, aucas o patagones, tanto reducidos como libres, dominabala lengua espaola, eran muy pocos los hispano-criollos que hablabanalgn idioma nativo.62 Es significativo el ejemplo del soldado Blas deEspinosa, quien tras siete aos de permanecer de guardia en la reduccinde Nuestra Seora de la Concepcin, declaraba: pues aunque tenamuchos amigos cuando estaba en la reduccin de los indios de ella y losoa estar hablando en su lengua no les entenda lo que decan.63

    El castellano era, por lo tanto la lengua del contacto interpersonal. Suaprendizaje supona una mayor facilidad para el comercio, para el inter-cambio. Como estrategia de xito aparece, incluso, un cierto nivel de acul-turacin, de pretendida asimilacin, como la que se observa en los si-

    guientes ejemplos. En ello el uso de productos provenientes del mundohispano-criollo aparece explcitamente documentado, y no slo en manosde caciques u hombres poderosos, ni necesariamente en las cercanas delas reducciones, tal como evidencia el segundo caso, documentado para labaha de San Julin, en fecha muy anterior al establecimiento del fuertedel Carmen:

    60 Ibdem, pg. 161.61 Tanto en laInformacin, como en la Copia de la Informacin, y en la dems docu-

    mentacin de poca abundan las referencias al uso del castellano como lengua comercial, con tal pro-fusin hasta el punto de hacer intil incluir citas exactas al respecto.

    62 Aunque tambin entre los hombres de la frontera haba quien se expresaba con fluidez enalguna de las lenguas nativas. Como aquel capitn Antonio Gutirrez, cuya viuda cuenta cmo, frentea una partida de indios infieles, que haba llegado hasta su hacienda con el explcito deseo de matarle:le nombraron por su nombre convidndole a pelea; pero como su valor no reparase en el nmero deindios que se haban juntado sin poderse contener por ms que le aconsejaban los compaeros repa-rndose stos se desfil animndoles le siguiesen [] y despus de haber tenido [los indios] con elexpresado mi difunto debate en la lengua que tambin l conoca se empez la pelea. Memorial dedoa Mara Rosa de Rocha, viuda del Capitn Antonio Gutirrez, a Su Excelencia el gobernador de

    Buenos Aires. Ciudad. 1753. AGI (Sevilla), Buenos Aires, 159.63 Copia de la informacin

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    [Declara sobre su cautiverio Rafael de Zoto] un indio de los veinte que estaban en sucompaa pastoreando los animales de su amo, ladino en castellano, muchacho cria-do que fue del padre Mathias le ha dicho al que declara que muchas veces ha venidoal pueblo y ha comprado yerba y aguardiente y se ha vuelto a ir y esto no pone enduda el que declara haya sido as pues cualquiera que lo vea y lo hable como no loconozca no dir que es indio pampa sino otro cualquiera de los amigos pues el trajees como de cristiano con calzones chupa y camisa y lo dems que se usa [] y aa-de que cuando lo llevaron cautivo los alcanz un indio ladino llamado Lorenzo porall enfrente del Volcn el cual no sabe de dnde sali slo s le oy decir era de lareduccin del Volcn y que haba venido a la ciudad el cual iba vestido de calzoneschupa y lo dems, y siempre anda vestido de la misma forma aun all tierra adentro.64

    A los pocos das despus, en las expresadas lagunas hallaron ms de 1.400 indios consus hijos y les recibieron con la misma paz y cario que antecedentemente, y dicenson de grande estatura, tanto hombres como mujeres, y que entre ellos habra como

    600 hombres de pelear, y tienen tres caciques, uno de ellos espaoleado.65

    Pero los avatares de la comunicacin no concluan aqu. No slo setrataba de la lengua, de aprender el castellano. Pablo Morand ha sealadola dificultad de compatibilizar una religin basada en la palabra, como hasido siempre la cristiana, con aqullas otras esencialmente culturales, pro-pias de los indgenas sudamericanos.66 La dificultad de transmitir el men-saje, de hacerlo compatible con las representaciones religiosas indgenaaparece explcitamente reflejado en multitud de casos cotidianos. El cho-que constante con las creencias ancestrales de los nativos, con sus ritos y

    especialmente con sus tabes, son experiencias reiteradas.67

    Otro motivo de ejercitar la paciencia en orden al rezo tuvieron los misioneros delVolcn. Fue el caso que los indios australes tienen una ley brbara de que los que tie-ne su padre ya difunto, y lo mismo los que tiene muerto algn hijo, no han de nom-brar estas palabras: Padre,Hijo. Como en el rezo ocurren varias veces esas palabrasno haba forma ni fuerza para hacer que las profirieran [] eran por dems sermonesy explicaciones para convencerlos [] en cierta ocasin un indio patagn que ense-aba su idioma al padre Lorenzo Balda, en presencia de ste, y de otros dos misione-

    64 Ibdem

    65 Barne, Jaime: Viaje que hizo el San Martn desde Buenos Aires al puerto de San Julin, elao de 1752; y del de un indio paraguayo, que desde dicho puerto vino por tierra hasta Buenos Airesen Coleccin de viajes y expediciones a los campos de Buenos Aires y a las costas de la Patagonia, asu vez en De Angelis, Pedro: Coleccin de obras y documentos relativos a la historia antigua y moder-na de las provincias del Ro de la Plata. Buenos Aires, 1836-1837, Tomo III, pg. 90.

    66 Morande, Pedro:Ritual y palabra, Lima, 1980.67 Sobre la debatida cuestin del discurso y su difcil transmisin entre culturas orales y escri-

    tas, pueden consultarse dos clsicos cmo son: a) Dijk, Teun van: Estructuras y funciones del discur-so, Ciudad de Mjico, 1988, y b) Ong, Walter: Oralidad y escritura: Tecnologas de la palabra, Ciudadde Mjico, 1987.

    RAL HERNNDEZ ASENSIO

    Anuario de Estudios Americanos104

  • 8/8/2019 Caciques, Jesuitas y Chamanes en La Frontera Sur de BsAs (1740-1753)

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    ros manifest la repugnancia que tena en proferir las palabras dichas. Preguntronlelos misioneros en lengua puelche como se deca en lengua patagona lo que queransaber [] al fin pudieron alcanzar que hablara, pero lo hizo en voz tan baja y tanentredientes, que no le percibieron nada. Obligronle con ddivas a que hablara demanera, que percibieran estos vocablos:Ma Glater,Ma Meme. Profirilos repetidasveces el padre Balda, diciendo al indio que estos nombres no encerraban cosa mala.Entonces el indio, siendo as que era de muy bella ndole, montando en clera, selevant porfiando en dejar a los padres y diciendo: Calla padre, que no sabes queinjuria cometes. Nosotros tenemos ley inviolable de quitar la vida a cualquiera, que

    en nuestra presencia profiera estas palabras.68

    [De nuevo el cautivo Rafael de Zoto] nunca sern buenos cristianos y esto se confir-ma con lo que les oy decir el declarante a las tres indias muchachas all en la sierrael Guamin las cuales una se llamaba Polonia, otra Luisa, y la otra Brgida de que elpropio padre Mathias en la reduccin del Bolcn les haba lavado la cabeza y que para

    esto les haba dado pasas y bizcocho, dejndose entender que habindoles instruidoen la doctrina y dems necesario para ser cristiano, les bautiz hacindoles aquelloshalagos que ellos entendan por paga.69

    La violencia cotidiana y el quiebre de la misin

    Alejados de Buenos Aires, incomprendidos por quienes haban de sersus nefitos e incapaces de imponer su autoridad entre ellos, los padreshubieron de recurrir desde temprana fecha a la ayuda del gobernador,

    aceptar en definitiva la instalacin permanente de retenes de soldados dra-gones en el interior de cada una de las misiones. Quizs por vez primeraen su historia, las sociedades indgenas pampeanas, los grupos reducidosen este caso, se enfrentaban a la existencia de una fuerza coactiva, intere-sada en y con capacidad para regular la cotidianeidad de sus vidas.Padres junto a soldados representaban el embrin de una nueva organiza-cin social, que podramos definir como paraestatal, radicalmente diferen-te de