André Breton - Primer Manifiesto Surrealista

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    P r imer mani f ies t o s ur r eal is t a [ 1 9 2 4 ]

    Andr B r et on Vier nes , 7 de abr i l de 2 0 0 0 E l cls ico t ex t o de Andr B r et on que acom pa la fundacin del movimient o s u r r el i s t a. P ubl icado dur ant e la dcada de 1 9 2 0 , t uvo un fuer t e impact o s obr e el des ar r ol lo es t t ico cont empor neo.

    T anta fe s e tiene en la vida, en la vida en s u aspecto ms precar io, en la vida real, naturalmente, que la fe acaba por

    des aparecer . E l hombre, s oador s in remedio, al s entir se de da en da ms descontento de su s ino, examina con dolor los obj etos que le han enseado a uti l izar , y que ha obtenido al travs de s u indiferencia o de s u inters , cas i s iempre al travs de s u inters , ya que ha consentido s ometers e al tra?bajo o, por lo menos no se ha negado a aprovechar las opor tunidades ... Lo que l l lama oportunidades ! Cuando llega a es te momento, el hombre es profun?damente modes to: sabe cmo s on las muj eres que ha pos edo, sabe cmo fueron las r is ibles aventuras que emprendi, la r iqueza y la pobreza nada le importan, y en es te aspecto el hombre vuelve a ser como un nio recin nacido; y en cuanto s e refiere a la aprobacin de s u conciencia moral, reconozco que el hombre puede prescindir de ella s in grandes dificultades . S i le queda un poco de lucidez, no tiene ms remedio que dir igir la vis ta hacia atrs , hacia su infancia que s iempre le parecer maravil losa, por mucho que los cuidados de sus educadores la hayan des trozado. En la infancia la ausencia de toda norma conocida ofrece al hombre la pers pectiva de mltiples vidas vividas al mismo tiempo; el hombre hace s uya es ta i lus in; slo le interes a la facil idad momentnea, extremada, que todas las cosas ofrecen. T odas las maanas los nios inician su camino s in inquietudes . T odo es t al alcance de la mano, las peores circuns tancias mater iales parecen excelentes . Luzca el sol o es t negro el cielo, s iempre seguiremos adelante, j ams dormiremos . Pero no s e l lega muy lejos a lo largo de es te camino; y no se trata solamente de una cues tin de dis tancia. Las amenazas se acumulan, se cede, s e renuncia a una par te del ter reno que s e deba conquis tar . Aquella imaginacin que no reconoca l mite alguno ya no puede ej ercer se s ino dentro de los l mites fi j ados por las leyes de un uti l itar is mo convencional; la imaginacin no puede cumplir mucho tiempo es ta funcin subordinada, y cuando alcanza aprox imadamente la edad de veinte aos prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su des tino de tinieblas . Pero s i ms tarde el hombre, fues e por lo que fuere, intenta enmendar se al sentir que poco a poco van desapareciendo todas las razones para vivir , al ver que se ha conver tido en un ser incapaz de

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  • es tar a la altu?ra de una s ituacin excepcional, cual la del amor , difcilmente lograr su props ito. Y ello es as por cuanto el hombre se ha entregado, en cuerpo y alma al im?per io de unas neces idades prcticas que no toleran el olvido. T odos los actos del hombre carecern de altu?ra, todas sus ideas , de profundidad. De todo cuanto le ocur ra o cuanto pueda llegar a ocur r ir le, el hombre solamente ver aquel as pecto del conocimiento que lo l iga a una multitud de acontecimientos parecidos , acontecimientos en los que no ha tomado parte, acon?tecimientos que se ha perdido. Ms an, el hombre j uzgar cuanto le ocur ra o pueda ocur r ir le ponindolo en relacin con uno de aquellos acontecimientos lti?mos , cuyas cons ecuencias sean ms tranquil izadoras que las de los dems . Bajo ningn pretexto s abr percibir su s alvacin. Amada imaginacin, lo que ms amo en ti es que j ams perdonas . nicamente la palabra l iber tad tiene el poder de exaltarme. Me parece j us to y bueno mantener indefinidamente es te viej o fanatis mo humano. S in duda alguna, se bas a en mi nica aspiracin legtima. Pes e a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es precis o reconocer que se nos ha legado una l iber tad es pir itual suma. A nosotros cor res ponde util izar la sabiamente. Reducir la imaginacin a la es clavitud, cuando a pes ar de todo quedar es clavizada en vir tud de aquello que con gros ero cr iter io s e denomina felicidad, es des poj ar a cuanto uno encuentra en lo ms hondo de s mis mo del derecho a la suprema jus ticia. T an slo la imaginacin me permite llegar a s aber lo que puede llegar a s er , y es to bas ta para mitigar un poco s u ter r ible condena; y es to bas ta tambin para que me abandone a ella, s in miedo al engao (como s i pudiramos engaarnos todava ms). En qu punto comienza la imaginacin a ser pernicios a y en qu punto dej a de ex is tir la s egur idad del es pr itu? Para el es pr itu, acaso la pos ibil idad de er rar no es s ino una contingencia del bien? Queda la locura, la locura que solemos recluir , como muy bien se ha dicho. Es ta locura o la otra... T odos s abemos que los locos son internados en mr itos de un reducido nmero de actos reprobables , y que, en la ausencia de es tos actos , s u l iber tad (y la par te vis ible de su l iber tad) no s er a pues ta en tela de j uicio. Es toy plenamente dis pues to a reconocer que los locos son, en cier ta medida, vctimas de s u imaginacin, en el s entido que s ta le induce quebrantar cier tas reglas , reglas cuya transgres in define la calidad de loco, lo cual todo s er humano ha de procurar saber por s u propio bien. S in embargo, la profunda indiferencia de los locos dan mues tra con respecto a la cr tica de que les hacemos objeto, por no hablar ya de las diver sas cor recciones que les infl igimos , permite suponer que su imaginacin les proporciona grandes cons uelos , que gozan de s u delir io lo suficiente para sopor tar que tan s lo tenga validez para ellos . Y, en realidad, las alucinaciones , las vis iones , etctera, no son una fuente de placer despreciable. La sens ualidad ms culta goza con ella, y me cons ta que muchas noches acar iciar a con gus to aquella l inda mano que, en las ltimas pginas de LI ntell igence, de T aine, se entrega a tan cur ios as fechor as . Me pasar a la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos . S on como la gente de escrupulos a honradez, cuya inocencia tan s lo s e pude comparar

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  • a la ma. Para poder descubr ir Amr ica, Coln tuvo que iniciar el viaje en compaa de locos . Y ahora podis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos . No ser el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginacin. Des pus de haber ins truido proces o a la actitud mater ialis ta, es imperativo ins truir proceso a la actitud realis ta. Aqulla, ms potica que s ta, desde luego, presupone en el hombre un orgullo mons truoso, pero no comporta una nueva y ms completa frus tracin. Es conveniente ver ante todo en dicha es cuela bienhechora reaccin contra cier tas r is ibles tendencias del es pir itualis mo. Y, por fin, la actitud mater ialis ta no es incompatible con cier ta elevacin intelectual. Contrar iamente, la actitud realis ta, inspirada en el pos itivismo, des de S anto T oms a Anatole France, me parece hos ti l a todo gnero de elevacin intelectual y moral. Le tengo hor ror por cons iderar la resultado de la mediocr idad, del odio, y de vacos sentimientos de suficiencia. Es ta actitud es la que ha engendrado en nues tros das es os l ibros r idculos y es as obras teatrales ins ultantes . S e alimenta inces antemente de las noticias per iods ticas , y traiciona a la ciencia y al ar te, al bus car halagar al pblico en s us gus tos ms ras treros ; s u clar idad roza la es tulticia, y es t a altura per runa. Es ta actitud llega a per j udicar la actividad de las mejores inteligencias , ya que la ley del mnimo es fuerzo termina por imponer se a s tas , al igual que a las dems . Una cons ecuencia agradable de dicho es tado de cosas es tr iba, en el ter reno de la l iteratura, en la abundancia de novelas . T odos ponen a contr ibucin sus pequeas dotes de observacin . A fin de proceder a ais lar los elementos es enciales , M. Paul Valry propus o recientemente la formacin de una antologa en la que s e reuniera el mayor nmero pos ible de novelas pr imer izas cuya ins ensatez esperaba alcanzase altas cimas . En es ta antologa tambin figurar an obras de los autores ms famos os . Es ta es una idea que honra a Paul Valry, quien no hace mucho me aseguraba, en ocas in de hablarme del gnero novels tico que s iempre s e negar a a escr ibir la s iguiente fras e: la marquesa s ali a las cinco. Pero, ha cumplido la palabra dada? S i reconocemos que el es ti lo pura y s implemente informativo, del que la fras e antes citada cons tituye un ej emplo, es cas i exclus ivo patr imonio de la novela, ser preciso reconocer tambin que s us autores no s on exces ivamente ambicios os . E l carcter circuns tanciado, intilmente par ticular is ta de cada una de s us observaciones me induce a s os pechar que tan s lo pretenden diver tir s e a mis expensas . No me permiten tener s iquiera la menor duda acerca de los pers onaj es : ser es te per sonaj e rubio o moreno? Cmo s e l lamar? Le conoceremos en verano...? T odas es tas inter rogantes quedan resueltas de una vez para s iempre, a la buena de Dios ; no me queda ms l iber tad que la de cer rar el l ibro, de lo cual no s uelo pr ivarme tan pronto llego a la pr imera pgina de la obra, ms o menos . Y las des cr ipciones ! En cuanto a vaciedad, nada hay que se les pueda comparar ; no son ms que superpos iciones de imgenes de catlogo, de las que el autor s e

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  • s irve s in l imitacin alguna, y aprovecha la ocas in para poner baj o mi vis ta sus tar j etas pos tales , buscando que j untamente con l fi j e mi atencin en los lugares comunes que me ofrece: La pequea es tancia a la que hicieron pas ar al j oven tena las paredes cubier tas de papel amar il lo; en las ventanas haba geranios y es taban cubier tas con cor tinil las de mus elina, el s ol poniente lo iluminaba todo con s u luz cruda. En la habitacin no haba nada digno de ser des tacado. Los muebles de madera blanca eran muy viej os . Un divn de alto res paldo inclinado, ante el divn una mes a de tablero ovalado, un lavabo y un espej o ados ados a un entrepao, unas cuantas s i l las ar r imadas a las paredes , dos o tres grabados s in valor que repres entaban a unas s eor itas alemanas con pjaros en las manos .. . A es o se reduca el mobiliar io.(1) No es toy dispues to a admitir que la inteligencia s e ocupe, s iquiera de pas o, de semej antes temas . Habr quien diga que es ta parvular ia des cr ipcin es t en el lugar que le cor responde, y que en es te punto de la obra el autor tena sus razones para atormentarme. Pero no por eso dej de perder el tiempo, porque yo en ningn momento he penetrado en tal es tancia. La pereza, la fatiga de los dems no me atraen. Creo que la continuidad de la vida ofrece altibaj os demas iado contras tados para que mis minutos de depres in y de debil idad tengan el mismo valor que mis mejores minutos . Quiero que la gente se calle tan pronto dej e de sentir . Y quede bien claro que no ataco la falta de or iginalidad por la falta de or iginalidad. Me he limitado a decir que no dej o cons tancia de los momentos nulos de mi vida, y que me parece indigno que haya hombres que expresen los momentos que a su j uicio son nulos . Permitidme que me salte la des cr ipcin ar r iba reproducida, as como muchas otras . Y ahora l legamos a la ps icologa, tema s obre el que no tendr el menor empacho en bromear un poco. El autor coge un pers onaj e, y, tras haber lo des cr ito, hace peregr inar a su hroe a lo largo y ancho del mundo. Pas e lo que pase, dicho hroe, cuyas acciones y reacciones han s ido admirablemente previs tas , no debe comportar se de un modo que discrepe, pese a reves tir apar iencias de dis crepancia, de los clculos de que ha s ido obj eto. Aunque el oleaj e de la vida cause la impres in de elevar al per sonaj e, de revolcar lo, de hundir lo, el per sonaje s iempre ser aquel tipo humano previamente formado. S e trata de una s imple par tida de aj edrez que no des pier ta mi inters , porque el hombre, sea quien s ea, me res ulta un adver sar io de es caso valor . Lo que no puedo sopor tar s on es as lamentables disquis iciones referentes a tal o mal j ugada, cuando ello no compor ta ganar ni perder . Y s i el viaje no merece las alfor j as , s i la razn obj etiva dej a en el ms ter r ible abandono -y es to es lo que ocur re- a quien la l lama en s u ayuda, no ser mej or pres cindir de tales disquis iciones ? La diver s idad es tan amplia que en ella caben todos los tonos de voz, todos los modos de andar , de toser , de sonars e, de es tornudar .. . (2) S i un racimo de uvas no contiene dos granos semej antes , a santo de qu des cr ibir un grano en repres entacin de otro, un grano en representacin de todos , un grano que, en vir tud de mi ar te, resulte comes tible? La ins oportable mana de equiparar lo desconocido a lo conocido, a lo

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  • clas ificable, domina los cerebros . E l deseo de anlis is impera sobre los sentimientos (3). De ah nacen largas expos iciones cuya fuer za per suas iva radica tan s lo en su propio abs ur?do, y que tan s lo logran imponer se al lector , median?te el recur so a un vocabular io abs tracto, bas tante vago, cier tamente. S i con ello resultara que las ideas generales que la fi los ofa se ha ocupado de es tudiar , has ta el presente momento, penetrasen definitivamen?te en un mbito ms amplio, yo ser a el pr imero en alegrarme. Pero no es as , y todo queda reducido a un s imple dis creteo; por el momento, los rasgos de ingenio y otras galanas habil idades , en vez de dedicars e a j uegos inocuos cons igo mismas , ocultan a nues tra vis in, en la mayor a de los cas os , el verdadero pen?s amiento que, a s u vez, s e bus ca a s mis mo. Creo que todo acto lleva en s su propia j us tificacin, por lo menos en cuanto respecta a quien ha s ido capaz de ej ecutar lo; creo que todo acto es t dotado de un poder de ir radiacin de luz al que cualquier glos a, por ligera que s ea, s iempre debil itar. El s olo hecho de que un acto sea glosado determina que, en cier to modo, es te acto dej e de producir s e. E l adorno del comentar io ningn beneficio produce al acto. Los per?sonaj es de S tendhal quedan aplas tados por las apre?ciaciones del autor , apreciaciones ms o menos acer ta?das pero que en nada contr ibuyen a la mayor glor ia de los per sonaj es , a quienes verdaderamente des cubr imos en el ins tante en que escapan del poder de S tendhal. T odava vivimos bajo el imper io de la lgica, y precisamente a es o quer a l legar . S in embargo, en nues tros das , los procedimientos lgicos tan s lo s e aplican a la resolucin de problemas de inters secundar io. La par te de racionalis mo absoluto que todava solamente puede aplicar se a hechos es trechamente l igados a nues tra exper iencia. Contrar ia?mente, las finalidades de orden puramente lgico que?dan fuera de su alcance. Huelga decir que la propia exper iencia se ha vis to s ometida a cier tas l imitacio?nes . La exper iencia es t confinada en una j aula, en cuyo inter ior da vueltas y vueltas s obre s mis ma, y de la que cada vez es ms difcil hacer la salir . La lgica tambin, se bas a en la util idad inmediata, y queda protegida por el s entido comn. S o pretexto de civil izacin, con la excusa del progres o, se ha llegado a des ter rar del reino del espr itu cuanto pueda clas ificar se, con razn o s in ella, de supers ticin o quimera; se ha llegado a proscr ibir todos aquellos modos de inves tigacin que no se conformen con los imperantes . Al parecer , tan s lo al azar s e debe que recientemente s e haya descubier to una par te del mundo intelectual, que, a mi j uicio, es , con mucho, la ms impor tante y que s e pretenda relegar al olvido. A es te respecto, debemos reconocer que los descubr imientos de Freud han s ido de decis iva importancia. Con base en dichos descubr imientos , comienza al fin a per fi lar s e una cor r iente de opinin, a cuyo favor podr el explorador avanzar y l levar sus inves tigaciones a ms lejanos ter r itor ios , al quedar autor izado a dej ar de limitar se nicamente a las realidades ms s omeras . Quiz haya llegado el momento en que la imaginacin es t pr x ima a volver a ej ercer los derechos que le cor res ponden. S i las profundidades de nues tro es pr itu ocultan extraas fuer zas capaces de aumentar aquellas que se advier ten en la super ficie, o de luchar victor ios amente contra ellas , es del mayor inters captar es tas fuerzas , captar las ante todo para, a continuacin, someter las al dominio de nues tra razn, s i es que resulta procedente. Con ello, incluso los propios analis tas no

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  • obtendrn s ino ventaj as . Pero es conveniente observar que no se ha ideado a pr ior i ningn mtodo para l levar a cabo la anter ior empres a, la cual, mientras no se demues tre lo contrar io, puede ser competencia de los poetas al igual que de los sabios , y que el x ito no depende de los caminos ms o menos capr ichos os que se s igan. Con toda j us tificacin, Freud ha proyectado s u labor cr tica sobre los sueos , ya que, efectivamente, es inadmis ible que es ta impor tante par te de la actividad ps quica haya merecido, por el momento, tan es cas a atencin. Y ello es as por cuanto el pensamiento humano, por lo menos desde el ins tante del nacimiento del hombre has ta el de s u muer te, no ofrece s olucin de continuidad alguna, y la s uma total de los momentos de s ueo, des de un punto de vis ta temporal, y cons iderando solamente el sueo puro, el sueo de los per odos en que el hombre duerme, no es infer ior a la s uma de los momentos de realidad, o, mej or dicho, de los momentos de vigilia. La extremada diferencia, en cuanto a impor tancia y gravedad, que para el observador ordinar io ex is te entre los acontecimientos en es tado de vigilia y aquellos cor respondientes al es tado de sueo, s iempre ha s ido sorprendente. As es debido a que el hombre se convier te, pr incipalmente cuando dej a de dormir , en j uguete de su memor ia que, en el es tado normal, s e complace en evocar muy dbilmente las circuns tancias del s ueo, a pr ivar a s te de toda trascendencia actual, y a s ituar el nico punto de referencia del sueo en el ins tante en que el hombre cree haber lo abandonado, unas cuantas horas antes , en el ins tante de aquella esperanza o de aquella preocupacin anter ior . E l hombre, al desper tar , tiene la fals a idea de emprender algo que vale la pena. Por es to, el sueo queda relegado al inter ior de un parntes is , igual que la noche. Y, en general, el sueo, al igual que la noche, s e cons idera ir relevante. Es te s ingular es tado de cos as me induce a algunas reflex iones , a mi j uicio, opor tunas : 1. Dentro de los l mites en que se produce (o s e cree que se produce), el sueo es , s egn todas las apar iencias , continuo con trazas de tener una organizacin o es tructura. nicamente la memor ia se ir roga el derecho de imponer las , de no tener en cuenta las trans iciones y de ofrecernos antes una ser ie de s ueos que el sueo propiamente dicho. Del mis mo modo, nicamente tenemos una representacin fragmentar ia de las realidades , repres entacin cuya coordi?nacin depende de la voluntad (4). Aqu es impor tante sealar que nada puede j us tificar el proceder a una mayor dis locacin de los elementos cons titutivos del s ueo. Lamento tener que expres arme mediante unas frmulas que, en pr incipio, excluyen el s ueo. Cundo llegar, seores lgicos , la hora de los fi lsofos durmientes? Quis iera dormir para entregarme a los durmientes , del mis mo modo que me entrego a quienes me leen, con los oj os abier tos , para dejar de hacer prevalecer , en es ta mater ia, el r itmo cons ciente de mi pensamiento. Acaso mi sueo de la ltima noche sea continuacin del s ueo de la precedente, y pros iga, la noche s iguiente, con un r igor har to plaus ible. Es muy pos ible, como s uele decir se. Y habida cuenta de que no se ha demostrado en modo alguno que al ocur r ir lo antes dicho la realidad que me ocupa subs is ta en el es tado de sueo, que es t os curamente presente en una zona aj ena a la memor ia, por qu razn no he de otorgar al

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  • sueo aquello que a veces niego a la realidad, es te valor de cer tidumbre que, en el tiempo en que s e produce, no queda s uj eto a mi es cepticismo? Por qu no espero de los indicios del s ueo ms lo que espero de mi grado de conciencia, de da en da ms elevado? No cabe acaso emplear tambin el s ueo para res olver los problemas fundamentales de la vida? Es tas cues tiones son las mis mas tanto en un es tado como en el otro, y, en el sueo, tienen ya el carcter de tales cues tiones ? Conlleva el sueo menos sanciones que cuanto no sea s ueo? Envej ezco, y quiz sea sueo, antes que es ta realidad a la que creo s er fiel, y quiz sea la indiferencia con que contemplo el sueo lo que me hace envej ecer . 2. Vuelvo, una vez ms , al es tado de vigilia. Es toy obligado a cons iderar lo como un fenmeno de inter ferencia. Y no s lo ocur re que el espr itu da mues tras , en es tas condiciones , de una extraa tendencia a la desor ientacin (me refiero a los laps us y malas interpretaciones de todo gnero, cuyas caus as s ecretas comienzan a sernos conocidas) s ino que, lo que es todava ms , parece que el es pr itu, en su funcionamiento normal, s e l imite a obedecer s uge?rencias procedentes de aquella noche profunda de la que yo acabo de extraer le. Por muy bien condicio?nado que es t, el equilibr io del es pr itu es s iempre relativo. E l espr itu apenas se atreve a expresar se y, caso de que lo haga, s e l imita a cons tatar que tal idea, tal muj er , le hace efecto. Es incapaz de expresar de qu clase de efecto s e trata, lo cual nicamente s ir ve para darnos la medida de su subjetivismo. Aquella idea, aquella mujer , conturban al espr itu, le inclinan a no s er tan r gido, producen el efecto de ais lar le durante un segundo del dis olvente en que s e encuen?tra sumergido, de depos itar le en el cielo, de conver?tir le en el bello precipitado que puede llegar a s er , en el bello precipitado que es . Carente de es peranzas de hallar las caus as de lo anter ior , el es pr itu recur re al azar , divinidad ms oscura que cualquiera otra, a la que atr ibuye todos s us extravos . Y quin podr demostrarme que la luz bajo la que s e presenta es a idea que impres iona al espr itu, baj o la que advier te aquello que ms ama en los oj os de aquella muj er , no s ea precisamente el vnculo que le une al s ueo, que le encadena a unos presupues tos bs icos que, por su propia culpa, ha olvidado? Y s i no fuera as , de qu ser a el es pr itu capaz? Quis iera entregar le la l lave que le permitiera penetrar en es tos pasadizos . 3. E l espr itu del hombre que suea queda plenamente satis fecho con lo que suea. La angus tiante incgnita de la pos ibil idad deja de formulars e. Mata, vuela ms de pr is a, ama cuanto quieras . Y s i mueres , acaso no tienes la cer teza de desper tar entre los muer tos ? Djate l levar , los acontecimientos no toleran que los difieras . Careces de nombre. T odo es de una facil idad precios a. Me pregunto qu razn, razn muy super ior a la otra, confiere al sueo es te aire de naturalidad, y me induce a acoger s in reservas una multitud de episodios cuya rareza me deja anonadado, ahora, en el momento en que es cr ibo. S in embargo, he de creer el tes timonio de mi vis ta, de mis odos ; aquel da tan hermos o ex is ti, y aquel animal habl. La dureza del desper tar del hombre, lo sbito de la ruptura del

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  • encanto, s e debe a que se le ha inducido ha formar se una dbil idea de lo que es la expiacin. 4. En el ins tante en que el s ueo s ea obj eto de un examen metdico o en que, por medios an des ?conocidos , l leguemos a tener conciencia del s ueo en toda su integr idad (y es to implica una dis ciplina de la memor ia que tan slo s e puede lograr en el cur so de var ias generaciones , en la que se comenzar a por regis trar ante todo los hechos ms des tacados ) o en que su curva se desar rolle con una regular idad y am?plitud has ta el momento des conocidas , cabr es perar que los mis ter ios que dej en de ser lo nos ofrezcan la vis in de un gran Mis ter io. Creo en la futura armonizacin de es tos dos es tados , aparentemente tan contra?dictor ios , que son el sueo e la realidad, en una es pecie de realidad absoluta, en una s obrer realidad o s ur realidad, s i as se puede llamar . Es to es la conquis ta que pretendo, en la cer teza de j ams conseguir la, pero demas iado olvidadizo de la per spectiva de la muer te para pr ivarme de anticipar un poco los goces de tal poses in. S e cuenta que todos los das , en el momento de disponer se a dormir , S aint-Pol-Roux haca colocar en la puer ta de su mans in de Camaret un car tel en el que s e lea: EL POET A T RABAJA. Habr a mucho ms que aadir s obre es te tema, pero tan s lo me he propues to tocar lo l igeramente y de pasada, ya que s e trata de algo que requiere una expos icin muy larga y mucho ms r iguros a; ms adelante volver a ocuparme de l. En la pres ente ocas in, he es cr ito con el props ito de hacer j us ticia a lo maravilloso, de s ituar en s u jus to contexto es te odio hacia lo maravil los o que cier tos hombres padecen, es te r idculo que algunos pretenden atr ibuir a lo maravil loso. Digmos lo claramente: lo maravil loso es s iempre bello, todo lo maravil loso, s ea lo que fuere, es bello, e inclus o debemos decir que solamente lo maravil los o es bello. En el mbito de la l iteratura nicamente lo mara?vil los o puede dar vida a las obras per tenecientes a g?neros infer iores , tal como el novels tico, y, en gene?ral, todos los que se s irven de la ancdota. El monj e, de Lewis , cons tituye una admirable demos tracin de lo anter ior . E l soplo de lo maravil loso penetra la obra entera. Mucho antes de que el autor haya libera?do a sus personaj es de toda servidumbre temporal, se nota que es tn pres tos a actuar con su orgullo carente de precedentes . Aquella pas in de eternidad que les eleva inces antemente da acentos inolvidables a s u tor tura y a la ma. A mi entender , es te l ibro exalta ante todo, des de el pr incipio al fin, y de la manera ms pura que j ams s e haya dado, cuanto en el es pr itu aspira a elevar se del suelo; y es ta obra, una vez una vez des poj ada de su fabulacin noveles ca, de moda en la poca en que fue es cr ita, cons tituye un ej emplo de j us teza y de inocente grandeza (5). A mi j uicio pocas son las obras que la superan, y el pers onaj e de Mathilde, en especial, es la creacin ms conmovedora que cabe anotar en las par tidas del activo de aquella moda de figuracin en literatura. Mathilde no es tanto un per sonaj e cuanto una cons tante tentacin. Y s i un per sonaje no es una tentacin, qu otra cosa puede ser? Extremada tentacin la de Mathilde. El pr incipio nada es impos ible para quien quiere ar r iesgar se tiene en E l monje s u

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  • mxima fuerza de conviccin. Las apar iciones ej ercen en es ta obra una funcin lgica, por cuanto el espr itu cr tico no s e preocupa de des mentir las . Del mis mo modo, el cas tigo de Ambros io queda tratado de manera plenamente legtima, ya que a fin de cuentas es aceptado por el es pr itu cr tico como un desenlace natural. Quiz parezca inj us tificado que haya empleado el anter ior ej emplo, al refer irme a lo maravil los o, cuando las l iteraturas nrdicas y las or ientales s e han s ervido de l cons tantemente, por no hablar ya de las l iteraturas propiamente religiosas de todos los pases . S in embargo, s i as lo he hecho, ello se debe a que los ejemplos que es tas l iteraturas hubieran podido proporcionarme es tn plagados de puer il idades , ya que se dir igen a nios . En un pr incipio, s tos no pueden percibir lo maravil loso, y, despus , no conservan la suficiente virginidad es pir itual para que Piel de As no les produzca demas iado placer . Por encantadores que sean los cuentos de hadas , el hombre s e sentir a frus trado s i tuviera que alimentar se s lo con ellos , y, por otra par te, reconozco que no todos los cuentos de hadas son adecuados para los adultos . La trama de adorables inveros imilitudes ex ige una mayor finura espir itual que la propia de muchos adultos , y uno ha de ser capaz de esperar todava mayores locuras ... Pero la sens ibil idad j ams cambia radicalmente. E l miedo, la atraccin sentida hacia lo ins lito, el azar , el amor al lujo, s on recurs os que nunca se uti l izarn es tr i lmente. Hay muchos cuentos que escr ibir con des tino a los mayores , cuentos que todava son cas i azules . Lo maravil los o no s iempre es igual en todas las pocas ; lo maravil loso par ticipa oscuramente de cier ta clas e de revelacin general de la que tan s lo perci?bimos los detalles : s tos s on las ruinas romnticas , el maniqu moderno, o cualquier otro s mbolo suscepti?ble de conmover la s ens ibil idad humana durante cier to tiempo. S in embargo, en es tos cuadros que nos hacen sonrer s e refleja s iempre la ir remediable inquietud humana, y por es to he fi jado mi atencin en ellos , ya que los es timo ins eparablemente unidos a cier tas pro?ducciones geniales que es tn ms dolorosamente in?fluenciadas por aquella inquietud que muchas otras obras . Y al decir lo, pienso en los patbulos de Vil lon, en los gr iegos de Racine, en los divanes de Baude?laire. Coinciden con un eclips e del buen gus to que s oportar muy bien, por cuanto cons idero que el buen gus to es una formidable lacra. En el ambiente de mal gus to propio de mi poca, me es fuerzo en l le?gar lej os que cualquier otro. S i hubiese vivido en 1820 yo hubiera hablado de la ensangrentada mon?j a , y no hubiera ahor rado aquel as tuto y tr ivial dis imulemos de que habla el Cuis in enamorado de la parodia, y yo hubiese uti l izado las gigantescas metforas en todas las fases , tal como Cuis in dice, del cur so del dis co, plateado . En los presentes das pienso en un cas ti l lo, la mitad del cual no ha de encontrar se forzosamente en ruinas ; es te cas til lo es mo, y le veo s ituado en un lugar agres te, no muy lejos de Par s . Las dependencias de es te cas ti l lo son infinitas , y su inter ior ha s ido ter r iblemente res taurado, de modo que no deja nada que desear en cuanto s e refiere a comodidades . Ante la puer ta que las sombras de los rboles ocultan, hay automviles que es peran. Algunos de mis amigos viven en l: ah va Louis Aragn, que abandona el cas ti l lo y apenas tiene

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  • tiempo para deciros adis ; Phil ippe S oupault se levanta con las es trellas , y Paul E luard, nues tro gran E luard, todava no ha regresado. Ah es tn Robert Des nos y Roger Vitrac, que descifran en el parque un viej o edicto s obre los duelos ; y Georges Aur ic y Jean Paulhan; Max Mor is e, quien tan bien rema, y Benj amin Pret, con sus ecuaciones de pjaros ; y Joseph Delteil; y Jean Car r ive; y Georges L imbour , y Georges L imbour (hay un bos que de Georges Limbour ); y Marcel Noll; he ah a T . Fraenkel, quien nos salud des de un globo cautivo, Georges Malkine, Antonin Ar taud, Francis Grard, Pier re Navil le, J.-A. Boiffard, despus Jacques Baron y su hermano, apues tos y cordiales , y tantos otros , y mujeres de ar rebatadora belleza, de verdad. A esa gente j oven nada s e le puede negar , y, en cuanto concierne a la r iqueza, s us deseos s on rdenes . Francis Picabia nos vis ita, y, la semana pas ada, hemos dado una recepcin a un tal Marcel Duchamp, a quien todava no conocamos . Picas so caza por los alrededores . El es pr itu de la des moralizacin ha fi jado s u domicil io en el cas ti l lo, y a l recur r imos todas las veces que tenemos que entrar en relacin con nues tros semejantes , pero las puer tas es tn s iempre abier tas , y no comenzamos nues tras relaciones dando las gracias al prj imo, saben us tedes? Por lo dems , grande es la s oledad, y no nos reunimos con frecuencia, porque, acaso lo esencial no es que seamos dueos de nosotros mis mos , y, tambin, seores de las muj eres y del amor? S e me acusar de incur r ir en mentiras poticas ; todos dirn que vivo en la calle Fontaine, y que j ams gozarn de tanta belleza. Maldita sea! Es absolutamente seguro que es te cas ti l lo del que acabo de hacer los honores se reduce s implemente a una imagen? Pero, s i a pes ar de todo tal cas ti l lo ex is tiera... Ah es tn ms invitados para dar fe; su capr icho es el camino luminos o que a l conduce. En verdad, vivimos en nues tra fantas a, cuando es tamos en ella. Y cmo es pos ible que cada cual pueda moles tar al otro, all , protegidos dos por el afn sentimental, al encuentro de las ocas iones ? El hombre propone y dispone. T an s lo de l depende poseers e por entero, es decir , mantener en es tado de anarqua la cuadr il la de sus des eos , de da en da ms temible. Y es to s e lo ensea la poes a. La lleva en s la per fecta compensacin de las miser ias que padecemos . Y tambin puede actuar como ordenadora, por poco que uno se preocupe, bajo los efectos de una decepcin menos ntima, de tomrsela a lo tr gico. S e acercan los tiempos en que la poes a decretar la muer te del dinero, y ella sola romper en pan del cielo para la tier ra! Habr an asambleas en las plazas pblicas , y movimientos en los que uno habr a pens ado en tomar par te. Adis abs urdas selecciones , s ueos de vorgine, r ivalidades , largas es peras , fuga de las es taciones , ar tificial orden de las ideas , pendiente del peligro, tiempo omnipres ente! Preocupmonos tan s lo de practicar la poes a. Acaso no somos nosotros , los que ya vivimos de la poes a, quienes debemos hacer prevalecer aquello que cons ideramos nues tra ms vas ta argumentacin? Poco impor ta que s e d cier ta desproporcin entre la anter ior defensa y la i lus tracin que viene a con?tinuacin. Antes , hemos intentado remontarnos a las fuentes de la imaginacin potica, y, lo que es ms difcil todava, quedarnos en ellas . Y cons te que no

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  • pretendo haber lo logrado. Es precis o aceptar una gran respons abil idad, s i uno pretende es tablecers e en aquellas lej anas regiones en las que, des de un pr incipio, todo parece desar rollar se de tan mala manera, y ms todava s i uno pretende llevar al prj imo a ellas . De todos modos , el cas o es que uno nunca es t seguro de hallar se verdaderamente en ellas . Uno s iempre es t tan propicio a abur r ir se como a ir se a otro lugar y quedar se en l. S iempre hay una flecha que indica la direccin en que hay que avanzar para l legar a es tos pases , y alcanzar la verdadera meta no depende ms que del buen nimo del viaj ero. Ya s abemos , poco ms o menos , el camino s eguido. T iempo atrs me tom el trabajo de contar , en el curs o de un es tudio sobre el caso de Rober t Desnos , titulado Entrada de los mdiums (6), que me haba sentido inducido a fi jar mi atencin en fras es ms o menos parciales que, en plena soledad, cuando el s ueo s e acerca, devienen perceptibles al es pr itu, s in que s ea pos ible descubr ir su previo factor determinante . Entonces , intent cor rer la aventura de la poes a, reduciendo los r iesgos al mnimo, con lo cual quiero decir que mis aspiraciones eran las mismas que tengo hoy, pero entonces confiaba en la lentitud de la elaboracin, a fin de hur tarme a intiles contactos , a contactos a los que yo era muy hos ti l. Es to se deba a cier to pudor intelectual, del que todava me queda un poco. Al trmino de mi vida, difcil ser , s in duda, que hable como s e suele hablar , que excus e el tono de mi voz y el reducido nmero de mis ges tos . La per feccin en la palabra hablada (y en la palabra es cr ita mucho ms) me pareca es tar en funcin de la capacidad de condensar de manera emocionante la expos icin (y expos icin haba) de un cor to nmero de hechos , poticos o no, que cons tituan la mater ia en que centraba mi atencin. Haba l legado a la conviccin de que s te, y no otro, era el procedimiento empleado por Rimbaud. Con una preocupacin por la var iedad, digna de mejor causa, compus e los ltimos poemas de Monte de Piedad, con lo que quiero decir que de las l neas en blanco de es te l ibro l legu a sacar un par tido increble. Es tas l neas equival an a mantener los oj os cer rados ante unas operaciones del pens amiento que me con?s ideraba obligado a ocultar al lector . Eso no s ignificaba que yo hiciera trampa, s ino s olamente que obraba impulsado por el des eo de superar obs tculos brus ?camente. Cons egua hacerme la ilus in de gozar de una pos ible complicidad, de la que de da en da me era ms difcil pres cindir . Me entregu a pres tar una inmoderada atencin a las palabras , en cuanto s e refe?r a al espacio que admitan a su alrededor , a s us tan?genciales contactos con otras palabras prohibidas que no escr iba. E l poema Bos que negro , der iva preci?s amente de es te es tado de es pr itu. Emplee s eis meses en escr ibir lo, y les aseguro que no des cans ni un da. Pero de es te poema dependa la propia es ti?macin en que me tena, en aquel entonces , y creo que todos comprenderis mi actitud, aun cuando no la cons ideris suficientemente motivada. Me gus ta hacer es tas confes iones es tpidas . En aquellos tiempos , se intentaba implantar la seudopoes a cubis ta, pero haba nacido inerme del cerebro de Picas so, y en cuanto a m hace referencia debo decir que era con?s iderado como un ser ms pesado que una lpida (y todava se me

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  • cons idera as ). Por otra par te, no es taba s eguro de s eguir el buen camino, en lo referente a poes a, pero procuraba protegerme como mej or poda, enfrentndome con el l ir ismo, contra el que es gr ima todo gnero de definiciones y frmulas (no tardar an mucho en producir s e los fenmenos Dada), y pretendiendo hallar una aplicacin de la poes a a la publicidad (as eguraba que todo terminar a, no con la culminacin de un hermoso libro, s ino con la de una bella frase de reclamo en pro del infierno o del cielo). En es ta poca, un hombre que, por lo menos era tan pesado como yo, es decir , Pier re Reverdy, es cr ibi: La imagen es una creacin pura del espr itu. La imagen no puede nacer de una comparacin, s ino del acercamiento de dos realidades ms o menos lej anas . Cuanto ms lejanas y j us tas s ean las concomitancias de las dos realidades obj eto de aprox imacin, ms fuer te s er la imagen, ms fuer za emotiva y ms realidad potica tendr... (7) Es tas palabras , un tanto s ibil inas para los profanos , tenan gran fuer za reveladora, y yo las medit durante mucho tiempo. Pero la imagen s e me es capaba. La es ttica de Reverdy, es ttica totalmente a pos ter ior i me induca a confundir las caus as con los efectos . En el curs o de mis meditaciones , renunci definitivamente a mi anter ior punto de vis ta. El caso es que una noche, antes de caer dormido, percib, netamente ar ticulada has ta el punto de que res ultaba impos ible cambiar ni una sola palabra, pero aj ena al sonido de la voz, de cualquier voz, una fras e har to rara que llegaba has ta m s in l levar en s el menor ras tro de aquellos acontecimientos de que, segn las revelaciones de la conciencia, en aquel entonces me ocupaba, y la frase me pareci muy ins is tente, era una frase que cas i me atrever a a decir es taba pegada al cr is tal. Grab rpidamente la frase en mi concien?cia y, cuando me dis pona a pas ar a, otro as unto, el carcter orgnico de la fras e retuvo mi atencin. Ver?daderamente, la fras e me haba dej ado atnito; des ?graciadamente no la he conservado en la memor ia, era algo as como Hay un hombre a quien la ventana ha par tido por la mitad , pero no haba manera de interpretar la er rneamente, ya que iba acompaada de una dbil representacin visual (8) de un hombre que caminaba, par tido, por la mitad del cuerpo apro?x imadamente, por una ventana perpendicular al ej e de aqul. S in duda se trataba de la consecuencia del s im?ple acto de enderezar en el espacio la imagen de un hombre asomado a la ventana. Pero debido a que la ventana haba acompaado al des plazamiento del hombre, comprend que me hallaba ante una imagen de un tipo muy raro, y tuve rpidamente la idea de incorporar la al acervo de mi mater ial de cons trucciones poticas . No hubiera concedido tal impor tancia a es ta frase s i no hubiera dado lugar a una s uces in cas i ininter rumpida de fras es que me dej aron poco menos s orprendido que la pr imera, y que me produj eron un sentimiento de gratitud (gratuidad) tan grande que el dominio que, has ta aquel ins tante, haba conseguido sobre m mis mo me pareci

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  • i lusor io, y comenc a preocuparme nicamente de poner fin a la interminable lucha que s e des ar rollaba en mi inter ior (9). En aquel entonces , todava es taba muy interesado en Freud, y conoca sus mtodos de examen que haba tenido ocas in de practicar con enfermos durante la guer ra, por lo que decid obtener de m mis mo lo que s e procura obtener de aqullos , es decir , un monlogo lo ms rpido pos ible, sobre el que el es pr itu cr tico del paciente no formule juicio alguno, que, en con?secuencia, quede libre de toda reticencia, y que s ea, en lo pos ible, equivalente a pensar en voz alta. Me pa?reci entonces , y s igue parecindome ahora - la ma?nera en que me lleg la frase del hombre cor tado en dos lo demues tra- , que la velocidad del pens amiento no es super ior a la de la palabra, y que no s iempre gana a la de la palabra, ni s iquiera a la de la pluma en movimiento. Bas ndonos en es ta premisa, Philippe S oupault, a quien haba comunicado las pr imeras con?clus iones a que haba l legado, y yo nos dedicamos a embor ronar papel, con loable desprecio hacia los re?sultados l iterar ios que de tal actividad pudieran surgir . La facil idad en la realizacin mater ial de la tarea hizo todo lo dems . Al trmino del pr imer da de trabaj o, pudimos leernos recprocamente unas cincuen?ta pginas escr itas del modo antes dicho, y comen?zamos a comparar los resultados . En conj unto, lo escr ito por S oupault y por m tena grandes analogas , se adver tan los mismos vicios de cons truccin y er ro?res de la mis ma naturaleza, pero, por otra par te, tam?bin haba en aquellas pginas la i lus in de una fecundidad extraordinar ia, mucha emocin, un cons iderable conj unto de imgenes de una calidad que no hubisemos s ido capaces de conseguir , ni s iquiera una sola, es cr ibiendo lentamente, unos rasgos de pintores quis mo es pecials imo y, aqu y all, alguna fras e de gran comicidad. Las nicas diferencias que se adver tan en nues tros textos me parecieron der ivar es encialmente de nues tros res pectivos temperamentos , el de S oupault: menos es ttico que el mo, y, s i s e me permite una ligera cr tica, tambin der ivaban de que S oupault cometi el er ror de colocar en lo alto de algunas pginas , s in duda con nimo de inducir a er ror , cier tas palabras , a modo de ttulo. Por otra par te, y a fin de hacer plena jus ticia a S oupault, debo decir que se neg s iempre, con todas sus fuer zas , a efectuar la menor modificacin, la menor cor reccin, en los pr rafos que me parecieron mal pergeados . Y en es te punto llevaba razn (10). E llo es as por cuanto resulta muy difcil apreciar en s u jus to valor los divers os elementos pres entes , e inclus o podemos decir que es impos ible apreciar los en la pr imera lectura. En apar iencia, es tos elementos son, para el s uj eto que es cr ibe, tan extraos como para cualquier otra pers ona, y el que los es cr ibe recela de ellos , como es natural. Poticamente hablando, tales elementos des tacan ante todo por s u alto grado de abs urdo inmediato, y es te absurdo, una vez examinado con mayor detencin, tiene la caracter s tica de conducir a cuanto hay de admis ible y legtimo en nues tro mundo, a la divulgacin de cier to nmero de propiedades y de hechos que, en resumen, no s on menos objetivos que otros muchos . En homenaj e a Guil lermo Apoll inaire, quien haba muer to haca poco, y quien en muchos casos nos pareca haber obedecido a impulsos del gnero antes dicho, s in abandonar por ello cier tos mediocres

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  • recurs os l iterar ios , S oupault y yo dimos el nombre de S URREALI S MO al nuevo modo de expres in que tenamos a nues tro alcance y que des ebamos comunicar lo antes pos ible, para s u propio beneficio, a todos nues tros amigos . Creo que en nues tros das no es preciso someter a nuevo examen es ta denominacin, y que la acepcin en que la empleamos ha prevalecido, por lo general, sobre la acepcin de Apoll inaire. Con mayor j us ticia todava, hubiramos podido apropiarnos del trmino S UPERNAT URALI S MO, empleado por Grard de Nerval en la dedicator ia de Muchachas de fuego (11). Efectivamente, parece que Nerval conoci a maravil la el es pr itu de nues tra doctr ina, en tanto que Apollinaire conoca tan s lo la letra, todava imper fecta, del sur realis mo, y fue incapaz de dar de l una explicacin ter ica duradera. He aqu unas frases de Nerval que me parecen muy s ignificativas a es te res pecto: Voy a explicar le, mi quer ido Dumas , el fenmeno del que us ted ha hablado con mayor altura. Como muy bien s abe, hay cier tos nar radores que no pueden inventar s in identificar se con los per sonaj es por ellos creados . S abe muy bien con cunta conviccin nues tro viej o amigo Nodier contaba cmo haba padecido la des dicha de s er guil lotinado durante la Revolucin; uno quedaba tan convencido que inclus o se preguntaba cmo s e las haba ar reglado Nodier para volver a pegar se la cabeza al cuerpo. Y como sea que tuvo us ted la imprudencia de citar uno de esos sonetos compues tos en aquel es tado de ens ueo S UPERNAT URALI S T A, cual dir an los alemanes , es preciso que los conozca todos . Los encontrar al final del volumen. No s on mucho ms oscuros que la metafs ica de Hegel o los Mmorables de S wedenborg, y perder an su encanto s i fuesen explicados , caso de que ello fuera pos ible, por lo que te ruego me conceda al menos el mr ito de la expres in... (12). I ndica muy mala fe discutirnos el derecho a emplear la palabra S URREALI S MO, en el sentido par ticular que nos otros le damos , ya que nadie puede dudar que es ta palabra no tuvo for tuna, antes de que nos otros nos s irviramos de ella. Voy a definir la, de una vez para s iempre: S URREALI S MO: sus tantivo, mas culino. Automatismo ps quico puro por cuyo medio se intenta expres ar verbalmente, por escr ito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pens amiento. Es un dictado del pensamiento, s in la intervencin reguladora de la razn, ajeno a toda preocupacin es ttica o moral. ENCI CLOPEDI A, F i los ofa: el sur realis mo se bas a en la creencia en la realidad super ior de cier tas formas de asociacin des deadas has ta la apar icin del mis mo, y en el l ibre ej ercicio del pensamiento. T iende a des truir definitivamente todos los res tantes mecanis mos ps quicos , y a s us tituir los en la resolucin de los pr incipales problemas de la vida. Han hecho profes in de fe de S URREALI S MO ABS OLUT O, los s iguientes seores : Aragon, Baron, Boiffard, B reton, Car r ive, Crevel, Delteil, Desnos , Eluard, Grard, L imbour , Malk ine, Mor ise, Navil le, Noll, Pret, Picon, S oupault, Vitrac.

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  • Por el momento parece que los antes nombrados forman la l is ta completa de los s ur realis tas , y pocas dudas caben al respecto, s alvo en el caso de I s idore Ducasse, de quien carezco de datos . Cier to es que s i nicamente nos fi j amos en los res ultados , buen nmero de poetas podr an pasar por s ur realis tas , comenzando por el Dante y, tambin en s us mej ores momentos , el propio S hakespeare. En el curs o de las diferentes tentativas de definicin, por m efectuadas , de aquello que se denomina, con abus o de confianza, el genio, nada he encontrado que pueda atr ibuir s e a un proceso, que no sea el anter iormente definido. Las Noches de Young s on s ur realis tas de cabo a rabo; des graciadamente no s e trata ms que de un s acerdote que habla, de un mal s acerdote, s in duda, pero sacerdote al fin. S wift es s ur realis ta en la maldad. S ade es sur realis ta en el sadis mo. Chateaubr iand es sur realis ta en el exotismo. Cons tant es sur realis ta en poltica. Hugo es sur realis ta cuando no es tonto. Des bordes -Valmore es sur realis ta en el amor . Ber trand es sur realis ta en el pasado. Rabbe es sur realis ta en la muerte. Poe es sur realis ta en la aventura. Baudelaire es sur realis ta en la moral. Rimbaud es sur realis ta en la vida prctica y en todo. Mallarm es sur realis ta en la confidencia. Jar ry es sur realis ta en la absenta. Nouveau es sur realis ta en el bes o. S ant-Pol-Roux es sur realis ta en los s mbolos . Fargue es s ur realis ta en la atms fera.

    Vach es sur realis ta en m. Reverdy es sur realis ta en s . S aint-John Pers e es sur realis ta a dis tancia. Rouss el es sur realis ta en la ancdota. Etctera. I ns is to en que no todos s on s iempre sur realis tas , por cuanto advier to en cada uno de ellos cier to nmero de ideas preconcebidas a las que, muy ingenuamente, permanecen fieles . Mantenan es ta fidelidad debido a que no haban es cuchado la voz sur realis ta, esa voz que s igue predicando en vsperas de la muer te, por encima de las tormentas , y no la escucharon porque no quer an servir nicamente para orques tar la maravil losa par titura. Fueron ins trumentos demas iado orgullosos , y por es o jams produj eron ni un s onido armonioso (13). Pero nos otros , que no nos hemos entregado j ams a la tarea de mediatizacin, nos otros que en nues tras nos otros que en nues tras obras nos hemos conver tido en los sordos receptculos de tantos ecos , en los modes tos aparatos regis tradores que no quedan hipnotizados por aquello que regis tran, nosotros quiz es temos al servido de una caus a todava ms noble. Nosotros devolvemos con honradez el talento que nos ha s ido pres tado. S i os atrevis ,

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  • habladme del talento de aquel metro de platino, de aquel espej o, de aquella puer ta, o del cielo. Nos otros no tenemos talento. Preguntds elo a Philippe S oupault: Las manufacturas anatmicas y las habitaciones baratas des truirn las ms altas ciudades . A Roger Vitrac: Apenas hube invocado al mrmol-almirante, s te dio media vuelta sobre s mismo como un caballo que s e encabr ita ante la Es trella Polar , y me indic en el plano de s u bicornio una regin en la que deba pasar el res to de mis das . A Paul E luard: Es una his tor ia muy conocida esa que cuento, es poema muy clebre es e que releo: es toy apoyado en un muro, verdeantes las orej as , y calcinados los labios . A Max Mor ise: El oso de las cavernas y su compaero el alcaravn, la veleta y s u valet el viento, el gran Canciller con sus cancelas , el espantapjaros y su cerco de pjaros , la balanza y su hij a el fiel, ese carnicero y s u hermano el carnaval, el bar rendero y su monculo, el Mis s is s ipi y su per r ito, el coral y s u cntara de leche, el milagro y su buen Dios , ya no tienen ms remedio que des aparecer de la faz del mar . A Jos eph Delteil: S ! Creo en la vir tud de los pjaros . Y bas ta una pluma para hacerme mor ir de r is a. A Louis Aragon: Durante una inter rupcin del par tido, mientras los j ugadores s e reunan alrededor de una j ar ra de llameante ponche, pregunt al rbol s i an cons ervaba su cinta roj a. Y yo mis mo, que no he podido evitar el es cr ibir las l neas locas y serpenteantes de es te prefacio. Preguntad a Rober t Desnos , quien quiz sea el que, en nues tro grupo, es t ms cerca de la verdad sur realis ta, quien, en sus obras todava inditas (14) y en el cur so de las mltiples exper iencias a que s e ha sometido, ha j us tificado plenamente las es peranzas que pus e en el s ur realismo, y me ha inducido a esperar an ms de l. En la actualidad, Desnos habla en sur realis ta cuando le da la gana. La prodigiosa agil idad con que s igue oralmente s u pensamiento nos admira tanto cuanto nos complacen sus es plndidos dis curs os , dis curs os que se pierden porque Des nos , en vez de fi j ar los , prefiere hacer otras cosas ms importantes . Des nos lee en s mis mo como en un l ibro abier to, y no se preocupa de retener las hoj as que el viento de s u vida s e l leva.

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  • S E CR E T OS D E L AR T E MGI CO DE L S U R R E AL I S MO Compos icin sur realis ta escr ita, o pr imer y ltimo chor ro Ordenad que os traigan recado de escr ibir , despus de haberos s ituado en un lugar que sea lo ms propicio pos ible a la concentracin de vues tro espr itu, al repliegue de vues tro espr itu sobre s mis mo. Entrad en el es tado ms pas ivo, o receptivo, de que seis capaces . Pres cindid de vues tro genio, de vues tro talento, y del genio y el talento de los dems . Decos has ta empaparos de ello que la l iteratura es uno de los ms tr is tes caminos que llevan a todas par tes . Es cr ibid depr isa, s in tema preconcebido, escr ibid lo suficientemente depr is a para no poder refrenaros , y para no tener la tentacin de leer lo escr ito. La pr imera fras e se os ocur r ir por s mis ma, ya que en cada s egundo que pas a hay una fras e, extraa a nues tro pensamiento consciente, que des ea exter ior izar s e. Resulta muy difcil pronunciars e con respecto a la frase inmediata s iguiente; es ta frase par ticipa, s in duda, de nues tra actividad consciente y de la otra, al mis mo tiempo, s i es que reconocemos que el hecho de haber es cr ito la pr imera produce un mnimo de percepcin. Pero eso, poco ha de impor taros ; ah es donde radica, en s u mayor par te, el inter s del j uego s ur realis ta. No cabe la menor duda de que la puntuacin s iempre se opone a la continuidad absoluta del fluir de que es tamos hablando, pese a que parece tan necesar ia como la dis tr ibucin de los nudos en una cuerda vibrante. S eguid es cr ibiendo cuanto queris . Confiad en la naturaleza inagotable del murmullo. S i el s i lencio amenaza, debido a que habis cometido una falta, falta que podemos l lamar falta de inatencin , inter rumpid s in la menor vacilacin la frase demas iado clara. A continuacin de la palabra que os parezca de or igen s os pechoso poned una letra cualquiera, la letra l, por ej emplo, s iempre la 1, y al imponer es ta inicial a la palabra s iguiente cons eguiris que de nuevo vuelva a imperar la arbitrar iedad. Para no abur r ir se en sociedad Es o es muy difcil. Haced decir s iempre que no es tis en cas a para nadie, y alguna que otra vez, cuando nadie haya hecho caso omiso de la comunicacin antedicha, y os inter rumpa en plena actividad sur realis ta, cruzad los brazos , y decid: I gual da, s in duda es mucho mej or hacer o no hacer . El inters por la vida carece de bas e. S implicidad, lo que ocur re en mi inter ior s igue s indome inopor tuno. 0 cualquier otra tr ivialidad igualmente indignante. Para hacer dis curs os I ns cr ibir se, en vsperas de elecciones , en el pr imer pas en el que s e juzgue s aludable celebrar consultas de es te tipo. T odos tenemos madera de orador : colgaduras multicolores y bisuter a de palabras . Mediante el sur realis mo, el orador pondr al des nudo la pobreza de la des es peranza. Un atardecer , sobre una tar ima, el orador , solito,

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  • des cuartizar el cielo eterno, es a Piel de Oso. Y tanto prometer que cumplir una mnima par te de lo prometido cons ternar. Dar a las reivindicaciones de un pueblo entero un matiz parcial y lamentable. Obligar a los ms ir reductibles enemigos a comulgar en un des eo secreto que har saltar en pedazos a las patr ias . Y lo conseguir con slo dej ars e elevar por la palabra inmens a que se funde en la piedad y rueda en el odio. I ncapaz de des fallecer , j ugar el terciopelo de todos los des fallecimientos . S er verdaderamente elegido, y las ms tiernas mujeres le amarn con violencia. Para es cr ibir falsas novelas S eis quien s eis , s i el corazn as os lo acons ej a, quemad unas cuantas hoj as de laurel y, s in empearos en mantener vivo es te dbil fuego, comenzad una novela. El s ur realis mo os lo permitir; os bas tar con clavar la aguj a de la Belleza fi j a sobre la Accin ; en es o cons is te el truco. Habr per sonaj es de per fi les lo bas tante dis tintos ; en vues tra escr itura, sus nom?bres s on s olamente una cues tin de mayscula, y s e compor tarn con la misma segur idad con respecto a los verbos activos con que se comporta el pronombre il , en francs , con respecto a las palabras pleut , y a , faut , etc. Los per sonajes mandarn a los verbos , valga la expres in; y en aquellos cas os en que la obs ervacin, la reflex in y las facultades de generalizacin no os s irvan para nada, podis tener la s e?gur idad de que los pers onaj es actuarn como s i vos?otros hubierais tenido mil intenciones que, en realidad, no habis tenido. De es ta manera, provis tos de un reducido nmero de caracter s ticas fs icas y mora?les , es tos s eres que, en realidad, tan poco os deben, no se apar tarn de cier ta l nea de conducta de la que vos?otros ya no os tendris que ocupar . De ah surgir una ancdota ms o menos sabia, en apar iencia, que j us ?tificar punto por punto ese desenlace emocionante o confor tante que a vos otros os ha dej ado ya de impor tar . Vues tra fals a novela ser una maravil losa s imulacin de una novela verdadera; os haris r icos , y todos se mos trarn de acuerdo en que llevis algo dentro , ya que es exactamente dentro del cuerpo humano donde es a cos a suele encontrar se. Como es natural, s iguiendo un procedimiento anlogo, y a condicin de ignorar todo aquello de lo que debierais daros cuenta, podis dedicaros con gran x ito a la fals a cr tica. Para tener x ito con una muj er que pas a por la calle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Contra la muerte El s ur realis mo os introducir en la muerte, que es una s ociedad secreta. Os enguantar la mano, sepultando all la profunda M con que comienza la palabra Memor ia. No olvidis tomar felices dis pos iciones tes tamentar ias : en cuanto a m respecta, ex ijo que me

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  • l leven al cementer io en un camin de mudanzas . Que mis amigos des truyan has ta el ltimo ejemplar de la edicin de Dis curs o sobre la Es cas ez de Realidad. El idioma ha s ido dado al hombre para que lo us e de manera sur realis ta. En la medida en que al hom?bre es indispens able hacer se comprender , cons igue expresar se mej or o peor , y con ello asegurar el ej er?cicio de cier tas funciones cons ideradas como las ms pr imar ias . Hablar o es cr ibir una car ta no pres enta verdaderas dificultades s iempre que el hombre no s e proponga una finalidad super ior a las que se encuen?tran en un trmino medio, es decir , s iempre que se l imite a convers ar (por el placer de conver sar ) con cualquier otra pers ona. En es tos casos , el hombre no s ufre ans iedad alguna en lo que res pecta a las palabras que ha de pronunciar , ni a la frase que seguir a la que acaba de pronunciar . A una pregunta muy sen?cilla ser capaz de contes tar s in la menor vacilacin. S i no es t afecto de tics , adquir idos en el trato con los dems , el hombre puede pronunciar se espontneamen?te sobre cier to reducido nmero de temas ; y para hacer es to no tiene ninguna neces idad de devanar se los s esos , ni de plantears e problemas previos de nin?gn gnero. Y quin habr podido hacer le creer que es ta facultad de pr imera intencin tan s lo le per j u?dica cuando s e propone entablar relaciones verbales de naturaleza ms compleja? No hay ningn tema cuyo tratamiento le impida hablar y escr ibir generos amente. Los actos de es cuchar se y leer se a uno mismo s lo tienen el efecto de obs taculizar lo oculto, el admirable recurs o. No, no, no tengo ninguna neces idad urgente decom prend erme (Bas ta! S iempre me comprende?r!). S i tal o cual frase ma me produce de momento una ligera decepcin, confo en que la frase s iguiente enmendar los yer ros , y me cuido muy mucho de no volver la a es cr ibir , ni cor regir la. Unicamente la menor falta de aliento puede s erme fatal. Las palabras , los grupos de palabras que se suceden practican entre s la ms intens a solidar idad. No es funcin ma favorecer a unas en per juicio de las otras . La solucin debe cor rer a cargo de una maravil losa compensacin, y es ta compens acin s iempre se produce. Es te lenguaj e s in reserva al que s iempre procuro dar validez, es te lenguaje que me parece adaptar se a todas las circuns tancias de la vida, es te lenguaj e no s lo no me pr iva ni s iquiera de uno de mis medios , s ino que me da una extraordinar ia lucidez, y lo hace en el ter reno en que menos poda esperar lo. L legar inclus o a afirmar que es te lenguaj e me ins truye, ya que, en efecto, me ha ocur r ido emplear sur realis tamente palabras cuyo sentido haba olvidado. E inmediatamente despus he podido ver ificar que el us o dado a es tas palabras responda exactamente a su definicin. Es to nos induce a creer que no se aprende , s ino que uno no hace ms que re-aprender . De es ta manera he llegado a familiar izarme con giros muy hermosos . Y no hablo nicamente de la conciencia potica de las cos as , que tan s lo he conseguido adquir ir mediante el contacto es pir itual con ellas , mil veces repetido. Las formas del lenguaje s ur realis ta se adaptan todava mejor al dilogo. En el dilogo, hay dos pensamientos frente a frente; mientras uno s e manifies ta, el otro se ocupa del que se manifies ta,

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  • pero de qu modo se ocupa de l? S uponer que s e lo incorpora ser a admitir que, en determinado momento, le s er a factible vivir enteramente merced a aquel otro pensamiento, lo cual res ulta bas tante improbable. En realidad, la atencin que pres ta el pensamiento s egundo es de carcter totalmente externo, ya que nicamente se concede el luj o de aprobar o des aprobar , generalmente desaprobar , con todos los respetos de que el hombre es capaz. Es te modo de hablar no permite abordar el fondo de la cues tin. Mi atencin, fi j a en una invitacin que no puede rechazar s in incur r ir en gros er a, trata el pensamiento ajeno como s i fuese un enemigo: en las conver saciones cor r ientes , el pens amiento fi j a y conquis ta cas i s iempre las palabras y las oraciones ajenas , de las que luego s e servir; el pensamiento me pone en s ituacin de s acar par tido de es tas palabras y oraciones en la rplica, gracias a des vir tuar las . Es to es es pecialmente cier to en cier tos es tados mentales patolgicos en los que las alteraciones s ens or iales abs orben toda la atencin del enfermo, quien, al responder a las preguntas que s e le formulan, s e l imita a apoderars e de la ltima palabra que ha odo, o de la ltima porcin de una fras e sur realis ta que ha dejado cier to ras tro en su espr itu: Qu edad tiene us ted? - Us ted (Ecosmo). Cmo s e l lama us ted? - Cuarenta y cinco cas as (S ntoma de Gans er o de las respues tas marginales ) No hay ninguna conver sacin en la que no se d cier to des orden. E l es fuer zo en pro de la sociabil idad que las pres ide y la cos tumbre que de s os tener las tenemos s on los nicos factores que cons iguen ocultarnos temporalmente aquel hecho. As imis mo, la mayor debil idad de todo libro es tr iba en entrar cons tantemente en conflicto con el espr itu de sus mej ores lectores , y al decir mejores quiero s ignificar los ms ex igentes . En el brevs imo dilogo que anter iormente he improvisado entre el mdico y el enajenado, es , des de luego, es te ltimo quien l leva la mej or par te, ya que mediante sus respues tas domina la atencin del mdico -y, adems , no es l quien formula las preguntas - . Cabe afirmar que su pensamiento es el ms fuer te de los dos en aquel ins tante? Quiz. Al fin y al cabo, el paciente goza de la l iber tad de no tener en cuenta su nombre ni su edad. El s ur realis mo potico, al que cons agro el pres ente es tudio, se ha ocupado, has ta el actual momento, de res tablecer en su verdad abs oluta el dilogo, al l iberar a los dos inter locutores de las obligaciones impues tas por la buena cr ianza. Cada uno de ellos se dedica sencil lamente a pros eguir su s oli loquio, s in intentar der ivar de ello un placer dialctico determinado, ni imponer se en modo alguno a su prj imo. Las fras es intercambiadas no tienen la finalidad, contrar iamente a lo us ual, del des ar rollo de una tes is por muy ins us tancial que sea, y carecen de todo compromiso, en la medida de lo pos ible. En cuanto a la res pues ta que s olicitan debemos decir que, en pr incipio, es totalmente indiferente en cuanto res pecta al amor propio del que habla. Las palabras y las imgenes s e ofrecen nicamente a modo de trampoln al servido del espr itu del que es cucha. Es te es el modo en que se ofrecen las palabras y las

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  • imgenes en Los campos magnticos , pr imera obra puramente sur realis ta, y especialmente en las pginas baj o el comn ttulo de Bar reras , en donde S oupault y yo nos comportamos como inter locutores imparciales . El s ur realis mo no permite a aquellos que se entregan a l abandonar lo cuando mej or les plazca. T odo induce a creer que el sur realis mo acta sobre los es pr itus tal como actan los es tupefacientes ; al igual que s tos crea un cier to es tado de neces idad y puede inducir al hombre a tremendas rebeliones . T ambin podemos decir que el s ur realismo es un paraso har to ar tificial, y la aficin a es te paraso der iva del es tudio de Baudelaire, al igual que la aficin a los res tantes parasos ar tificiales . El anlis is de los mis ter iosos efectos y, de los es peciales goces que el sur realis mo puede e, n, , , , g, en, drar no puede faltar en el presente es tudio, y es de adver tir que, en muchos aspectos , el sur realis mo parece un vicio nuevo que no es pr ivilegio exclus ivo de unos cuantos individuos , s ino que, como el hax is , puede s atis facer a todos los que tienen gus tos refinados . 1. Hay imgenes s ur realis tas que son como aquellas imgenes producidas por el opio que el hombre no evoca, s ino que se le ofrecen es pontneamente despticamente, s in que las pueda apartar de s , por cuanto la voluntad ha perdido su fuer za, y ha dejado de gobernar las facultades (15). Naturalmente, faltar a saber s i las imgenes , en general, han s ido alguna vez evocadas . S i nos atenemos , tal como yo hago, a la definicin de Reverdy, no parece que s ea pos ible aprox imar voluntar iamente aquello que l denomina dos realidades dis tantes . La aprox imacin ocur re o no ocur re, y es to es todo. Niego con toda solemnidad que, en el cas o de Reverdy, imgenes como: Por el cauce del ar royo fluye una cancin o El da se despleg como un blanco mantel o El mundo regresa al inter ior de un saco compor ten el menor grado de premeditacin. A mi j uicio, es er rneo pretender que el espr itu ha aprehendido las relaciones entre dos realidades en l presentes . Para empezar , digamos que el es pr itu no ha percibido nada cons cientemente. Contrar iamente, de la aprox imacin for tuita de dos trminos ha s urgido una luz especial, la luz de la imagen, ante la que nos mos tramos infinitamente s ens ibles . El valor de la imagen es t en funcin de la belleza de la chispa que produce; y, en consecuencia, es t en funcin de la diferencia de potencia entre los dos elementos conductores . Cuando es ta diferencia apenas ex is te, como en el cas o de las comparaciones (16), la chispa no nace. A mi j uicio, no es t en la mano del hombre el poder de cons eguir la aprox imacin de dos realidades tan dis tantes como aquellas a que antes nos hemos refer ido, por cuanto a ello se

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  • opone el pr incipio de la as ociacin de ideas , tal como lo entendemos . De lo contrar io, s lo nos quedar a el recur so de volver a adoptar un ar te de carcter el ptico, que Reverdy condena, tal como yo lo condeno. Fuer za es reconocer que los dos trminos de la imagen no son el resultado de una labor de deduccin recproca, l levada a cabo por el es pr itu con el fin de producir la chispa, s ino que s on productos s imultneos de la actividad que yo denomino s ur realis ta, en la que la razn se l imita a cons tatar y a apreciar el fenmeno luminos o. Y del mismo modo que la duracin de la chispa s e prolonga cuando se produce en un ambiente de rar ificacin, la atms fera sur realis ta creada mediante la escr itura mecnica, que me he es forzado en poner a la dispos icin de todos , s e pres ta de manera muy especial a la produccin de las ms bellas imgenes . I nclus o cabe decir que, en el cur so ver tiginoso de es ta escr itura, las imgenes que aparecen cons tituyen la nica gua del es pr itu. Poco a poco, el es pr itu queda convencido del valor de realidad suprema de es tas imgenes . L imitndose al pr incipio a sentir las , el es pr itu pronto se da cuenta de que es tas imgenes s on acordes con la razn, y aumentan sus conocimientos . E l espr itu adquiere plena conciencia de las i l imitadas extens iones en que se manifies tan s us des eos , en las que el pro y el contra se armonizan s in cesar , y en las que s u ceguera dej a de s er peligrosa. E l es pr itu avanza, atrado por es tas imgenes que le ar rebatan, que apenas le dej an el tiempo preciso para s oplar se el fuego que arde en s us dedos . Vive en la ms bella de todas las noches , en la noche cruzada por la luz del relampagueo, la noche de los relmpagos . T ras es ta noche, el da es la noche. Los innumerables tipos de imgenes s ur realis tas ex igen una clas ificacin que, por el momento, no voy a pretender efectuar . Agrupar es tas imgenes s egn sus afinidades par ticulares me llevar a demas iado lej os ; esencialmente, quiero tan s lo tener en cons ideracin sus excelencias comunes . No voy a ocultar que para m la imagen ms fuer te es aquella que contiene el ms alto grado de arbitrar iedad, aquella que ms tiempo tardamos en traducir a lenguaje prctico, s ea debido a que lleva en s una enorme dos is de contradiccin, sea a causa de que uno de s us trminos es t cur iosamente oculto, s ea porque tras haber presentado la apar iencia de s er s ens acional, se desar rolla despus dbilmente (que la imagen cier re bruscamente el ngulo de su comps), s ea porque de ella s e der ive una jus tificacin formal ir r is or ia, s ea porque per tenezca a la clase de las imgenes alucinantes , s ea porque pres te de un modo muy natural la mscara de lo abs tracto a lo que es concreto, sea por todo lo contrar io, s ea porque implique la negacin de alguna propiedad fs ica elemental, sea porque d r isa. He aqu unos cuantos ej emplos de imgenes cor rectas : Los rubs del champaa. Lautramont. Bello como la ley de paralizacin del desar rollo del pecho de los adultos cuya propens in al crecimiento no guarda la debida relacin con la cantidad de molculas que su organismo produce.

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  • Lautramont. Una igles ia se alzaba sonora como una campana. Phil ippc S oupault. En el s ueo de Rros e S lavy hay un enano s alido de un pozo, que come pan por la noche. Robert Des nos . S obre el puente s e balanceaba el roco con cabeza de gata. Andr Breton. Un poco a la izquierda, en mi divino firmamento, percibo -aunque s in duda es tan slo un vapor de sangre y ases inatos - el br i l lante des pintado de las per turbaciones de la l iber tad. Louis Aragon. En el inter ior del bos que incendiado Frescos los leones s e han quedado. Roger Vitrac. El color de las medias de una muj er no es obligator iamente la imagen de sus oj os , lo cual ha inducido a decir a un fi lsofo, cuyo nombre es intil hacer cons tar : los cetalpodos tienen ms razones que los cuadrpedos para odiar el progres o . Max Mor ise. 1. T anto s i se quiere como s i no, ah hay mater ia para s atis facer muchas neces idades del espr itu. T odas es tas imgenes parecen ates tiguar que el espr itu ha alcanzado la madurez s uficiente para gozar de ms s atis facciones que aquellas que por lo general se le conceden. Es te es el nico medio de que dis pone para sacar par tido de la cantidad ideal de acontecimientos de que es t preado (17). Es tas imgenes le dan la medida de su normal dis ipacin y de los inconvenientes que s ta le comporta. No es malo que es tas imgenes acaben por des concertar al espr itu, ya que desconcer tar le equivale a s ituar le ante un camino er rado. Las fras es que he citado contr ibuyen grandemente a ello. Pero el es pr itu que s abe saborear las obtiene de ellas la cer tidumbre de hallar se en el buen camino; el es pr itu, por s mis mo, j ams s e declarar culpable de emplear suti lezas idiomticas ; nada tiene que temer por cuanto, adems , se for tifica con la bsqueda total. 2. E l espr itu que s e sumerge en el sur realis mo revive exaltadamente la mej or par te de su infancia. Al espr itu le ocur re un poco lo mismo que a aquel que, prx imo a mor ir ahogado, repasa, en menos de un minuto, su vida entera, en todos s us agobiantes detalles . Habr quien diga que es to no es demas iado incitante. Pero no me interes a en abs oluto incitar a quien tal digan. De los recuerdos de la infancia y de algunos otros se desprende cier to s entimiento de no es tar uno abs orbido, y, en cons ecuencia, de des pis te, que cons idero el ms fecundo entre cuantos ex is ten. Quiz sea vues tra infancia lo que ms cerca se encuentra de la verdadera vida ; es a infancia, tras la cual, el hombre tan s lo dis pone, adems de s u pasaporte, de cier tas entradas de favor ; esa infancia en la que todo favorece la eficaz, y s in azares , poses in de uno mismo. Gracias al sur realismo, parece que las opor tunidades de la infancia reviven en nosotros . Es como s i uno volviera a cor rer en pos de s u salvacin, o de su perdicin. S e revive, en las sombras , un ter ror precios o. Gracias a Dios , tan s lo se trata del Purgator io. S e atravies an, s intiendo un es tremecimiento,

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  • aquellas zonas que los ocultis tas denominan pais aj es peligros os . Mis pas os s us citan la apar icin de mons truos que me acechan, mons truos que todava no me tienen demas iada malquerencia, debido a que les temo, por lo que todava no es toy perdido. Ah es tn los elefantes con cabeza de muj er y los leones voladores cuyo encuentro nos haca temblar de miedo, a S oupault y a m; ah es t el pez s oluble que todava me da un poco de miedo. PEZ S OLUBLE, no, no soy yo el pez s oluble, yo nac baj o el s igno de Acuar io, y el hombre es soluble en s u pensamiento! La fauna y la flora del sur realismo s on inconfes ables . 3. No creo en la pos ibil idad de la prx ima apar icin de un pontfice sur realis ta. Las caracter s ticas comunes a todos los textos del gnero, entre ellos los que acabo de citar , as como muchos otros que por s solos nos podr an proporcionar un r iguros o des glose analtico lgico y gramatical, no impiden una cier ta evolucin de la prosa s ur realis ta, al pas o del tiempo. Prueba ir refragable de ello lo son las his tor ietas que vienen a continuacin, en es te mis mo volumen, his tor ietas escr itas despus de gran cantidad de ens ayos a cuya elaboracin me entregu con la finalidad antes dicha durante cinco aos , y que tengo la debil idad de j uzgar , en su mayor a, extremadamente desordenadas . No es timo que esas his tor ietas sean, en vir tud de lo que de ellas he expres ado, ni ms ni menos capaces de poner de relieve ante el lector los beneficios que la apor tacin sur realis ta puede proporcionar a s u conciencia. Por otra par te, es preciso dar mayor envergadura a los medios sur realis tas . T odo medio es bueno para dar la deseable es pontaneidad a cier tas asociaciones . Los papeles pegados de Picas so y de B raque tienen el mis mo valor que la insercin de un lugar comn en el desar rollo l iterar io del es ti lo ms labor iosamente depurado. I nclus o es t permitido dar el ttulo de POEMA a aquello que s e obtiene mediante la reunin, lo ms gratuita pos ible (s i no les moles ta, f j ense en la s intax is ) de ttulos y fragmentos de ttulos recor tados de los per idicos diar ios : POEMA Una carcaj ada de zafiro en la is la de Ceiln Las ms hermosas escamas T I ENEN MAT I Z AGOS T ADO BAJO LOS CERROJOS en una granj a ais lado DE DI A EN DI A s e agr ava lo agr adable U n camino de car r o os conduce a los l mites con lo ignoto

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  • el caf pr edica las loas de s u s ant o EL COT I DI ANO ART I FI CE DE VUES T RA BELLEZ A S EORA un par de medias de s eda no es U n s al t o en el Vaco UN CI ERVO El amor ante todo T odo podr a s olucionar s e PARI S ES UNA GRAN CI UDAD Vigi lad L os r es coldos LA ORACI ON Del buen tiempo S abed que L os r ayos u lt r aviolet as han culminado su tarea Breve y beneficiosa E l P R I ME R D I AR I O B L ANCO DE L AZ AR R oj o s er El cantor vagabundo DNDE E S T ? en la memor ia en s u cas a EN EL BAI LE DE LOS ARDI ENT ES H ago bai lando L o que s e hace, lo que s e har Y se podr an dar muchos ms ej emplos . T ambin el teatro, la fi los ofa, la ciencia, la cr tica, cons eguir an volver a encontrar se a s mis mos . Debo apresurarme a aadir que las futuras tcnicas sur realis tas no me interes an. Ya he dado a entender con s uficiente clar idad que las aplicaciones del s ur realismo a la accin me parecen pos eer una impor tancia muy diferente (18). Cier tamente, no creo en el valor proftico de la palabra s ur realis ta. Mis palabras son palabras de orculo (19). S en la medida que yo quiera, porque acaso no se es orculo ante uno mis mo? (20) La piedad de los hombres no me engaa. La voz sur realis ta que es tremeci a Cumas , Dodona y Delfos es la misma que dicta mis dis curs os menos iracundos . Mi tiempo no puede s er el

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  • suyo, y por qu ha de ayudarme es ta voz a resolver el infantil problema de mi des tino? Por desgracia, parezco actuar en un mundo en el que, para l legar a tener en cuenta sus sugerencias , es toy obligado a servirme de dos clases de intrpretes , unos me traducirn sus fras es , y los otros , que es impos ible hallar , comunicarn a mis semej antes la comprens in que yo haya alcanzado de es tas frases . Es te mundo en el que yo s ufro lo que s ufro (mej or ser que no lo sepis ), es te mundo moderno, es te mundo, en fin. .. diablico! Bueno, pues qu queris que yo haga en l? La voz sur realis ta quiz se extinga, no puedo yo contar mis desapar iciones . Yo no podr es tar presente, ni s iquiera un poco, en el maravil loso des cuento de mis aos y mis das . S er como Nij insk i, a quien el ao pas ado llevaron a los ballets rusos y no pudo comprender qu clase de espectculo era aquel al que as is ta. Quedar solo, muy solo en m, indiferente a todos los ballets del mundo. Os doy todo lo que he hecho y todo lo que no he hecho. Y, desde entonces , s iento unos grandes des eos de contemplar con indulgencia los sueos cientficos que, a fin de cuentas , tan indecorosos son des de todos los puntos de vis ta. Los s in hij os ? B ien. La s fi l is ? I gual me da. La fotografa? Nada tengo que oponer . El cine? Vivan las s alas os curas ! La guer ra? Que r is a! El telfono? Diga! La j uventud? Encantadores cabellos blancos ! I ntentad hacerme decir gracias : Gracias . Gracias ... S i el vulgo tiene en gran es tima eso que, propiamente hablando, se deno?mina inves tigaciones de laborator io, s e debe a que gracias a ellas s e ha cons eguido cons truir una mquina o descubr ir un s uero en los que el vulgo s e cree direc?tamente interesado. No duda ni por un ins tante que con ello s e ha quer ido mej orar su s uer te. No s con exactitud cul es el ideal de los sabios con tendencias humanitar ias , pero me parece que de l no forma par te una gran cantidad de bondad. Entendmonos , hablo de los verdaderos sabios , no de los vulgar izadores de cualquier tipo, en pos es in de un ttulo. En es te ter reno, como en cualquier otro, creo en la pura alegr a sur realis ta del hombre que, consciente del fracaso de todos los dems , no s e da por vencido, par te de donde quiere y, a lo largo de cualquier camino que no sea razonable, l lega a donde puede. Puedo confesar tranquilamente que me es absolutamente in?diferente la imagen que el hombre en cues tin juzgue opor tuno util izar para seguir su camino, imagen que quiz le procure la pblica es timacin. T ampoco me impor ta el mater ial del que necesar iamente tendr que proveer se: sus tubos de vidr io o mis plumas metlicas ... En cuanto al mtodo de tal hombre lo cons idero tan bueno como el mo. He vis to en plena actuacin al des cubr idor del reflejo cutneo plantar ; no haca ms que exper imentar s in tregua en los s ujetos objeto de su es tudio, no era un examen , ni mucho menos , lo que haca; resultaba evidente que haba dej ado de fiar se de todo gnero de planes . De vez en cuando formulaba una observacin, con aire de lej a?na, s in abandonar por ello s u aguj a, mientras que su mar ti l lo actuaba cons tantemente. Encarg a otros la tr ivial tarea de tratar a los enfermos . S e entreg por entero a su sagrada fiebre. El s ur realis mo, tal como yo lo entiendo, declara nues tro inconformis mo absoluto con la clar idad s uficiente para que no s e le pueda atr ibuir , en el proceso el mundo real, el papel de tes tigo de

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  • des cargo. Contrar iamente, el sur realis mo nicamente podr explicar el es tado de completo ais lamiento al que es peramos l legar , aqu, en es ta vida. El ais lamiento de la muj er en Kant, el ais lamiento de los racimos en Pas teur , el ais lamiento de los vehculos en Cur ie, s on a es te respecto, profundamente s intomticos . Es te mundo es t tan slo muy relativamente proporcionado a la inteligencia, y los incidentes de es te gnero no son ms que los episodios ms des collantes , por el momento, de una guer ra de independencia en la que cons idero un glor ios o honor par ticipar . E l sur realismo es el rayo invis ible que algn da nos permitir superar a nues tros adver sar ios . Dej a ya de temblar , cuerpo . Es te verano, las rosas son azules ; el bosque de cr is tal. La tier ra envuelta en verdor me causa tan poca impres in como un fantas ma. Vivir y dejar de vivir son soluciones imaginar ias . La ex is tencia es t en otra par te. (1) Dos toiewsky: Cr imen y cas tigo. (2) Pascal. (3) Bar rs , Prous t. (4) Es precis o tener en cuenta el es pes or del s ueo. En general, tan slo recuerdo lo que has ta m llega desde las ms s uper ficiales capas del s ueo. Lo que ms me gus ta cons iderar de los sueos es aquello que quede vagamente pres ente al desper tar , aquello que no es el resultado del empleo que haya dado a la j ornada precedente, es decir , los sombr os follajes , las ramificaciones s in s entido. I gualmente, en la realidad prefiero abandonarme. (5) Lo ms admirable de lo fants tico es que lo fants tico ha dejado de ex is tir . Ahora s lo ex is te realidad. (6) Vase Pasos perdidos , editado por la N. R. F. (7) Nord-S urd, marzo de 1918. (8) S i hubiera s ido pintor , es ta repres entacin visual hu?biera s in duda predominado sobre la otra. Probablemente mis facultades innatas decidieron las caracter s ticas de la revelacin. Desde aquel da, he concentrado voluntar iamente la